Enigma

Enigma


Capítulo V

Página 7 de 12

C

a

p

í

t

u

l

o

V

Brigitte abrió los ojos, y los dejó fijos en el techo de vigas de roble. Parpadeó. ¿Vigas de roble? Cerró de nuevo los ojos… Vigas de roble. Pero… ¿no era blanco el techo de su habitación? Completamente blanco, liso, raso.

Abrió de nuevo los ojos.

No vio por parte alguna las rosas rojas que tío Charlie le había llevado. Ni la ventana en la que se veía el resplandor del sol. En definitiva, no estaba en la habitación de la clínica de la CIA, sino en un salón amplio, lujoso, confortable, evidentemente de una hermosa casa, de una quinta de lujo.

Ni siquiera estaba en la cama con aquel bonito camisón azul, sino en un sofá, y completamente vestida. El mismo vestido que cuando llegó a la Central.

Se sentó en el sofá.

Muy bien, ya estaba soñando de nuevo. Se pasó las manos por la cara, frotó con fuerza los párpados. Luego, miró de nuevo alrededor. Y su ceño se frunció.

—No estoy soñando —dijo en voz alta—… No estoy soñando, pero sí es posible que me esté volviendo loca.

Se puso en pie, y se acercó al ventanal del salón. Afuera, un hermoso jardín lleno de flores que salpicaban una gran extensión de césped le ofreció la hermosura de la tarde estival. Había una piscina. Y grandes árboles…

Se volvió rápidamente hacia la puerta del salón cuando su fino oído percibió las pisadas. Tres hombres, de unos cincuenta años todos ellos, aparecían en aquel momento en la puerta. El que iba más adelantado, sonrió amistosamente.

—Ya ha despertado… ¿Con quién hablaba? Nos ha parecido oír su voz.

Brigitte parpadeó. Continuaban los sueños. Bueno, al menos aquellos tres desconocidos no parecían tener intenciones adversas hacia ella, sino todo lo contrario. Eran muy amables, sonrientes… Incluso parecían obsequiosos.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó.

Los tres se quedaron mirándola estupefactos. Acto seguido, uno de ellos sonrió.

—Esperamos que haya descansado bien, Baby.

—He descansado perfectamente, me encuentro magníficamente, razono admirablemente…, pero no les conozco a ustedes. ¿Quiénes son?

—Bueno, esto es sorprendente, de veras. ¿Se encuentra usted bien?

—Escuchen, si no aclaramos esto van a saber ustedes cómo las gasta Baby cuando se enfada. Ya estoy harta de este juego… Sé que no estoy dormida.

De nuevo la expresión estupefacta en los tres hombres.

—Claro que no está dormida —dijo uno que no había hablado hasta entonces—. Pero lo ha estado hasta ahora, y nosotros hemos estado esperando fuera de aquí para no molestarla. En cuanto a nuestros nombres, pues… nos sorprende usted, señorita Montfort: hasta ahora, no ha sido usted partidaria de conocerlos…, aunque en ocasiones eso haya sido inevitable.

—¿Son ustedes tres Simones?

—No exactamente. ¡Vamos…! ¡Usted sabe perfectamente que representamos al Consejo Consultivo de la CIA! Hemos estado hablando antes mucho rato… ¿De verdad no nos recuerda?

—No.

Los tres hombres cambiaron miradas de desconcierto.

—Bueno… Espero que sí recuerde, al menos, que fue traída aquí esta mañana por un helicóptero, que tomamos un aperitivo, que almorzamos juntos cambiando las primeras impresiones… Luego, continuamos la charla, pero a usted le entró tanto sueño que…

—Eso es mentira. Y una estupidez: yo nunca me duermo conversando.

—La verdad —intervino el tercero—, no comprendemos su actitud de ahora. No tiene sentido.

—O sea, que me he vuelto loca.

—¡No he dicho eso…! —protestó el hombre—. Pero sinceramente, no la comprendemos.

Brigitte los fue mirando, lenta y escrutadoramente, de uno en uno. Los tres parecían personas de categoría, con trajes de máxima calidad, sobrios, elegantes. Gente importante. Inteligentes. ¿Miembros del Consejo Consultivo de la CIA? Encajaban. Sí, podían serlo. ¿Por qué no? Pero lo cierto certísimo era que ella nunca los había visto antes en toda su vida, que no había hablado anteriormente con ellos, que no había almorzado en su compañía, y, desde luego, la mentira más grande de todas era la que implicaba que ella se había quedado dormida o poco menos mientras conversaban… Conversaban ¿de qué?

—¿De qué estábamos hablando cuando me entró sueño? —preguntó de pronto.

Los tres hombres suspiraron con evidente alivio. El que parecía dirigir el terceto sonrió.

—¡Caramba, nos tenía asustados…! Ha sido una divertida broma la suya.

Brigitte también sonrió, y regresó hacia el sofá, sentándose en el centro.

—¿Me invitan a fumar? —pidió.

El portavoz del grupo se apresuró a ofrecerle un cigarrillo, y se lo encendió. Ya fumando, la espía miró amablemente a los tres expectantes consultores de la CIA.

—Les escucho, caballeros.

Los tres hombres se sentaron. También encendió un cigarrillo el portavoz del grupo.

De pronto, comenzó a hablar:

—El tema que quedó a medias —murmuró— se refería a la OTAN. Este organismo tiene su propio sistema de inteligencia, en su mayor parte, claro está, bajo el control de la CIA, lo cual es admitido muy a regañadientes por determinados países miembros de la OTAN. Para complacer a esos determinados miembros, la CIA debería retirar su personal introducido en la OTAN, y permitir que el servicio de inteligencia de ésta funcionase sólo con sus propios agentes.

—Eso parece razonable —dijo Brigitte. El portavoz del terceto torció el gesto.

—Razonable para unos, pero inconveniente para la CIA. Esperamos que usted sepa perfectamente que no queremos dejar un solo palmo de espacio terrestre sin controlar, señorita Montfort.

—Sé perfectamente que la CIA es el pulpo mundial. Pero la petición de esos países miembros de la OTAN me parece razonable.

—Sí, eso encaja con el modo de ser de usted, pero el hecho es que la CIA no está dispuesta a perder su control sobre la OTAN. Por consiguiente, se ha ideado un plan que requiere la colaboración de usted.

—¿Qué clase de colaboración?

—La idea base consiste en retirar a nuestros hombres que en la actualidad están introducidos en la OTAN. Digamos que serían retirados casi todos. Y digo «casi todos» porque si los retirásemos todos, la OTAN se mosquearía, se mostraría incrédula…

—Usted quiere decir la parte de la OTAN representada por esos miembros disconformes con la intervención de la CIA —sonrió irónicamente Brigitte.

—Sí, por supuesto. A fin de evitar ese mosqueo, dejaríamos sólo unos pocos hombres, apelando a la comprensión de esos miembros, que sabemos que aceptarían esa pequeña… cuña de la CIA. Pero la CIA no quiere dejar tan pocos hombres en la OTAN, de modo que, acto seguido a la retirada de la mayoría de nuestros agentes, se procedería a una… reestructuración de nuestra red en la OTAN.

—Lo que significa que si por ejemplo ahora tenemos cien hombres en la OTAN, dejaríamos sólo diez…, para acto seguido incrustar ciento noventa, o doscientos noventa. Hombres nuevos, desconocidos, bien amparados por otros cometidos; hombres de los que nadie sospecharía que estaban trabajando en definitiva para la CIA.

—Exactamente. Es cómodo conversar con usted… cuando no bromea.

—Gracias. Tenemos, pues, que vamos a retirar noventa hombres para acto seguido colocar ciento noventa…, y esto, dentro de un organismo que no sólo lo forma un bloque de naciones amigas, sino que, prácticamente YA está controlado por Estados Unidos.

—Eso pretendemos.

—¿Y qué puedo hacer yo al respecto?

—La Junta Central ha pensado en usted para que organice esa nueva red dentro de la OTAN.

—Agradezco la deferencia y la confianza. Bien, estudiaré más detenidamente ese tema. ¿Qué más tenemos?

—El proyecto de desestabilización política y social en un país del Sudoeste de Europa que…

—¿España?

—Sí. El poder está detentado prácticamente por la derecha, en términos generales, pero los socialistas están ganando demasiado terreno. Hace unas semanas, en las elecciones municipales, los socialistas fueron mayoría. Esto resulta… incómodo, tanto para el actual Gobierno en el poder como para nosotros, los norteamericanos.

Brigitte alzó las cejas.

—Tengo entendido que España ha pasado… o está pasando a ser una democracia. ¿Estoy mal informada?

—No. Pero la democracia de España no es de las que nos gustan a nosotros. Quisiéramos las cosas más claras, más… contundentes para nuestros intereses, o, por mejor decir, los intereses de determinado sector económico norteamericano, a cuyo frente está uno de los hombres más relevantes de Estados Unidos.

—¿Qué hombre?

—Vamos, vamos… Usted no suele hacer esa clase de preguntas.

—De acuerdo. ¿Cuál sería mi participación en esa desestabilización política y social en España? ¿Y por qué medios se ha pensado llevarla a cabo?

—Se estaba pensando en una táctica de subversión por medio de la cual pareciese que Rusia estaba… incordiando en todo el territorio español utilizando el terrorismo y la agitación social a fin de enemistar a España con Estados Unidos; esto daría lugar a una reacción popular de antagonismo hacia el socialismo y de un nuevo acercamiento a nuestro propio sistema democrático.

—Entiendo, entiendo. Pero ¿qué tendría que hacer yo?

—Organizar un numeroso grupo de agentes nuestros que habla ruso y español y prepararles los planes de acción adecuados a la consecución de esos propósitos.

—¿Realmente han pensado en mí para esa porquería?

—Comprenderá que no íbamos a recurrir a agentes de segundo orden. Además, usted habla español… Quiero decir, español de España, no español suramericano. Y tiene amigos que…

—Tema desestimado.

—¿Desestimado? Pero…

—He dicho desestimado, señor. Es una porquería en la que no tomaría parte de ninguna manera, y ustedes deberían saberlo. Además, cuando digo porquería lo hago para no utilizar otra palabra más adecuada pero maloliente que siempre procuro no pronunciar, aunque sólo sea por… estética oral. ¿Siguiente tema?

—Pero, señorita Montfort…

—Siguiente tema, por favor.

—Bien… Tenemos el asunto del señor Nixon…

Brigitte alzó las cejas, como perpleja.

—¿Nixon otra vez? —inquirió.

Los tres la miraron sorprendidos.

—¿Otra vez? Que nosotros sepamos, el señor Nixon no ha sido mencionado hasta ahora en esta reunión.

—Yo me entiendo. ¿Qué ocurre con el señor Nixon?

—Al parecer, pretende… reanudar de algún modo su vida política. Por el momento, sabemos que su colaborador Bill Safiro está haciendo determinadas declaraciones al respecto. Mientras tanto, el señor Nixon ha alquilado un apartamento en Manhattan, se dice que con el pretexto de estar más cerca de sus hijos y nietos, pero obviamente piensa utilizarlo como… cuartel general para su maniobra de regreso a la vida política… Usted es amiga del señor Nixon, ¿no es cierto?

—Estoy enfadada con él, por deshonesto y sobre todo por tonto.

—Bueno, pero digamos que él la tiene a usted en alta estima, ¿no es así?

—Supongo que sí, pese a todo. ¿Van a encargarme que me dedique a intentar disuadirlo de sus propósitos?

—Todo lo contrario.

—¿Cómo, todo lo contrario? —se sorprendió realmente la divina espía.

—Todo lo contrario —sonrió su principal interlocutor—… Como usted bien sabe, el señor Nixon conserva ciertas amistades, que, posiblemente, ha seguido cultivando por simple astucia y conveniencia. Por ejemplo, el

Sha de Irán, algunos personajes de la política china, ciertos políticos norteamericanos… La CIA ha pensado que sería… muy interesante saber qué piensa y qué hace el señor Nixon a partir de este momento, con vistas a su posible utilización como agente de altos vuelos.

—¡Cielos…! ¿De verdad pretenden convertir al señor Nixon en un… espía?

—Un espía muy especial, naturalmente. Claro que, antes de hacerle proposiciones más o menos directas al señor Nixon, tendríamos que conocer con cierta exactitud sus propósitos al regresar al mundo de la política. No queremos dar ningún paso en falso.

—¿Pretenden que sea yo quien le haga las proposiciones a Richard?

—No, no… Bastaría que usted entrase a formar parte de su grupo de colaboradores. No sólo él la estima, sino que es usted la periodista más prestigiosa de Estados Unidos. Tenemos la convicción de que el señor Nixon tendría un ataque de alegría si usted fuese a ofrecerse como colaboradora suya para asuntos de prensa y, digamos, relaciones públicas en general. Él confiaría en usted ciegamente…, y naturalmente, nosotros confiamos en que usted nos tendría informados con todo detalle de la trayectoria y planes del señor Nixon. Sabemos que la gente importante de Manhattan no ha acogido con agrado tener al señor Nixon como vecino, y es de suponer que se le hará un vacío muy molesto; incluso puede encontrar abiertos antagonismos… Richard Nixon agradecería muchísimo que una personalidad como usted, conocida y querida en Manhattan, en toda Nueva York, y en resumen, en todo el país, se pusiera de su lado. No sólo por su calidad profesional, sino por el prestigio que esto otorgaría a su vuelta a la lucha. Sí, tenemos la certeza de que el señor Nixon la recibiría con los brazos abiertos.

—A cambio de lo cual, yo le traicionaría.

—Bueno, no hay que…

—¿No sería una asquerosa traición personal?

—No hay ninguna necesidad de emplear palabras tan… desagradables. Y al fin y al cabo, el señor Nixon está acostumbrado a estas cosas, ¿no le parece?

—Quizás él esté acostumbrado, pero yo no, señor.

—Sería un trabajo más de la agen…

—No. No haría eso por nada del mundo. Y por dos motivos. Uno, porque no pienso prestar nunca mi colaboración a quien ya hace tiempo decidí retirársela. Dos, porque esa clase de juego con una persona que, precisamente, me estima, no va con mi temperamento ni con mi mentalidad.

—Sin embargo, si pudiera usted…

—He dicho que NO. Otro tema.

—El tema de Nicaragua. Aunque, en líneas generales, como es natural, estamos arreglando las cosas de modo que no perdamos totalmente el control secreto de ese país, hemos pensado que si organizásemos allá un grupo selecto de los políticos que actualmente…

—No. Eso es insidia e ingerencia. Rechazado. ¿Qué más?

Los tres consultores de la CIA cambiaron una mirada. Uno de los que apenas hablaban, murmuró:

—Francamente, señorita Montfort, esperábamos de usted más colaboración general.

—Pues deben de estar tontos, caballeros. ¿Desde cuándo la CIA se atreve a proponerme porquerías que, de antemano, sabe que voy a rechazar…, tal como he venido haciéndolo durante más de quince años? ¿Qué está ocurriendo? ¿Creen que yo he cambiado? ¿Por qué piensan eso? Santo cielo, ¡¿por qué me están proponiendo tantas porquerías?!

—Señorita Montfort, estamos hablando de proyectos, de planes de la CIA… de la que usted forma parte.

Brigitte quedó pasmada.

Luego, hizo un gesto poco corriente en ella, por vulgar y cómico: se puso una mano tras una oreja, y adelantó ésta, aumentada su capacidad de recogida acústica por la mano, ahuecada.

—¿Cómo dice usted? —sonrió—. ¿Que yo formo parte de qué?

—De la CIA… ¿No?

Brigitte retiró la mano de su orejita, y movió la cabeza, con gesto de perplejidad, sin dejar de mirar al hombre.

—¿Saben…? A ustedes no los había visto nunca en esas… divertidas reuniones que de cuando en cuando organiza la Junta Central o la Consultiva… Lo que significa que son nuevos en estos asuntos. Esto me parece normal, ya que en toda organización o grupo, el personal se va renovando. Muy bien, los acepto como lo que dicen ser. Pero ¿de verdad les han encargado que traten todos estos temas conmigo? ¿De verdad no han sido advertidos de que iban directos al fracaso total? ¿De verdad no han sido informados de cómo soy yo y cuál es mi auténtica vinculación con la CIA?

—Bueno, creemos estar bien informados de…

—NO están bien informados. YO les voy a informar: la CIA y yo realizamos… convenios temporales y unitarios por medio de los cuales yo le presto mis servicios cuando el asunto merece mi aprobación. A cambio de eso, recibo ocasionalmente determinadas cantidades, por supuesto muy importantes, y tengo el privilegio de disponer de los hombres y material de la CIA en todo el mundo cuando los necesito, siempre con mando absoluto allá donde estoy operando. ¿No sabían esto?

—Sí, pero…

—Pues parece que no lo sabían… Pero ustedes me caen bien, pese a todo —sonrió—, de modo que olvidaré que han dicho que yo formo parte de la CIA, y seguiremos conversando como si esas palabras no hubieran sido pronunciadas. Tema de Nicaragua rechazado… ¿Cuál otro tema tenemos ahora?

El portavoz sacó un pañuelo, y se lo pasó por la frente, que relucía de finas gotitas de transpiración.

—Bien… Está el asunto de… de los cuatro hombres que nos han capturado en Argentina…

—Perdón. ¿Quiere usted decir cuatro Simones?

—Sí, sí, claro. Normalmente, ellos operaban con cierta… impunidad, pero en esta ocasión las autoridades argentinas no han podido hacer la vista gorda, y han tenido que guardar las apariencias deteniéndolos. Nosotros, para guardar esas apariencias también, deberíamos organizar un… un comando destinado a recuperar esos cuatro agentes, digamos a la brava, con el fin de evitar que sea demasiado evidente la buena… armonía entre unos y otros. Si usted quisiera dirigir esa operación en Buenos Aires…

—No.

—¿No? —Se pasmó el portavoz—. ¿Ha dicho que no? ¡Estamos hablando de la libertad de cuatro Simones!

—No hay ninguna necesidad de hacer teatro con el que no engañaremos a nadie, pero que podría costar alguna vida aunque fuese por accidente o torpeza de alguno de los participantes en la comedia. Comuniquen a la Junta Central que mi opinión es que debe negociarse directa y abiertamente la recuperación de esos hombres, pero sin mencionar sus nombres. Asunto zanjado. ¿Más temas?

El portavoz volvió a pasarse el pañuelo por la frente, Brigitte lo miraba con divertida simpatía.

—¿Se encuentra mal, señor?

—No… No, no. Yo… yo creo que… voy a beber algo.

—Me parece bien. Yo también bebería algo…, aunque mucho me temo que no habrán tenido la atención de traer a esta casa una botella de Dom Perignon. ¿O sí?

—Pu-pues la… la verdad es que… que sí…

—¡¿No es magnífico?! —exclamó contentísima Brigitte—. ¡Y con toda seguridad debe de estar muy fresco, casi frío, como a mí me gusta!

—Bueno, sí, está… está en el frigorífico, claro…

—Pero hombre, ¿qué están esperando para invitarme a una copa de champaña frío, frío, frío…?

—¿Cómo se encuentra?

Brigitte miró al médico que ya conocía. Esta vez no estaban ni Cavanagh ni Pitzer, sólo el médico. Y, ciertamente, ella volvía a estar en la confortable cama de aquella lujosa habitación de la clínica privada de la CIA. Por la ventana se veía ahora la negrura de la noche.

—Bien —murmuró—… Estoy muy bien.

—Lo celebro. De todos modos, ha vuelto a tener sueños…, aunque esta vez parecían agradables, no pesadillas que la inquietasen. Precisamente, he venido porque la enfermera me ha asegurado que estaba usted riendo… y bebiendo champaña.

—Sí —sonrió la divina—, estaba bebiendo champaña, en efecto. Lástima que sólo haya sido un sueño.

—Sí, lástima —sonrió también el médico—… Pero lo convertiremos en realidad mañana. Aunque no hace mucho que estoy aquí, ya he sido debidamente aleccionado con respecto a usted: no debe carecer absolutamente de nada, sus deseos son órdenes.

—Gracias…

—¡Por favor…! Bien, parece que el

shock va cediendo muy satisfactoriamente. Y con sinceridad, nos tenía usted preocupados, al principio.

—Siento ocasionar tantas molestias… ¿Qué hora es?

—Casi medianoche. Vinimos a traerle la cena, pero dormía usted tan profunda y relajadamente, que preferí eso a molestarla con comida. Pero quizá tenga apetito. ¿Sí?

—¿Qué podría comer?

—Cosas ligeras, desde luego. Y nada de alcohol, por ahora. Mañana la invitaremos a una copita de champaña… ¿Qué le apetece ahora?

—Dígame usted el menú adecuado —sonrió Brigitte.

—Veamos… Sí, pescado, desde luego. Por ejemplo, lenguado a la parrilla, un poco de ensalada, fruta… Café, ni hablar. Agua, o quizá jugo de tomate.

—Todo lo que ha dicho, con jugo de tomate, me parece muy bien.

—Espléndido. Me encargo personalmente de eso ahora mismo. Caramba… ¡espero no encontrarla dormida cuando vuelva!

—Me parece que ya he dormido demasiado. ¿Desde cuándo estoy aquí?

—Hace tres días. Para ser más exactos, casi ochenta horas.

—¿Y voy mejorando?

—Afortunadamente, puedo decirle ya que el peligro serio ha pasado. Pero no hablemos de eso ahora. Cuando esté totalmente restablecida recibirá toda clase de datos. ¿De acuerdo?

—De acuerdo. Y muchas gracias por todo.

El médico sonrió, y Brigitte quedó sola en la habitación.

Recordaba perfectamente el momento en que el consultor de la CIA había desprecintado y descorchado la botella de Dom Perignon ante ella, y le había servido una copa.

Ella había bebido…, y ya no recordaba nada más. Bien, otro sueño.

Otro de aquellos sueños que le parecían realidad, que recordaba con toda exactitud, gesto por gesto, palabra por palabra, rostro por rostro, detalle por detalle… Incluso recordaba el detalle de que ella, a propósito pero con disimulo, había metido un dedo dentro de la copa de champaña, mojándolo en éste. Había sido, precisa y exactamente, el dedo índice de la mano derecha, con la que había tomado la copa.

Brigitte Baby Montfort alzó lentamente la mano derecha, la acercó al rostro, y metió en su sonrosada boquita el dedo índice: todavía encontró, con su fino paladar, el sabor a Dom Perignon.

Ir a la siguiente página

Report Page