Enigma

Enigma


Este es el final

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—¡Zambomba, es fantástico! —aulló Minello—. ¡Nunca he oído nada tan grandiosamente fantástico! ¡Y desde luego, amor de mi vida, eres la persona con más suerte de todo este cochino mundo! ¡Y yo voy a brindar para que esa suerte continúe!

—Buena idea —aprobó Pitzer, alzando también su copa de champaña—… ¡Brindemos por la suerte de Brigitte!

—¡Ya lo creo que sí! —exclamó Simón-Floristería.

También estaban Miky Grogan y Cavanagh, que alzaron sus copas, como los demás, todos mirando a Brigitte, que, como siempre, ocupaba el centro del sofá como si fuese una reina en su trono… Trono que tenía que compartir con Minello, el único que se atrevía a sentarse a su lado, porque, según él, «si se sentaba frente a Brigitte, y le veía las piernas, se ponía nervioso».

—Gracias a todos —alzó su copa Brigitte—… Brindemos por mi suerte, en efecto. Y brindemos por la supresión del plan Spain. Y brindemos por todos los Simones del mundo.

—¡Caramba, muchas gracias en representación de todos! —rió Simón-Floristería—. ¡Les diré a los muchachos que usted ha brindado por ellos, y seguro que en un par de horas, la noticia da la vuelta al mundo!

—Eso pretendía exactamente —sonrió la divina espía.

Bebió, y los demás hicieron lo mismo…, menos Minello, que se quedó con la copa en alto, mirando a Brigitte con los párpados entornados. Ésta se dio cuenta, le sonrió, y preguntó:

—¿Tú no brindas por mis Simones, Frankie?

—¿Eh…? Oh, sí… ¡Zambomba, ya lo creo que sí! ¡A fin de cuentas, yo he sido un Simón varias veces!

—Vaya, Pitzer —dijo Grogan, señalando un grandioso ramo de rosas rojas colocadas en un jarrón elegantísimo—, ¡ése sí es un hermoso ramo! ¡Se ha lucido usted esta vez!

—¿Yo? —masculló Pitzer.

—Claro. ¿No ha traído usted ese ramo?

—No… Debe de haberlo traído él —miró a Simón-Floristería.

—No señor —negó éste—. Como ya era tarde, decidimos enviarle el ramo mañana a Baby… ¿Recuerda que lo comentamos, señor?

—Sí, es cierto. ¡Vaya! ¡Va a resultar que Brigitte compra ahora las flores a la competencia!

—Claro que no —dijo Brigitte—. Creí que me lo habían enviado ustedes, tío Charlie. Ya estaba aquí cuando yo llegué.

—Pues nosotros no lo hemos enviado.

—He aquí otro enigma digno de la agente Baby —dijo Cavanagh—… Aunque seguramente, no será tan sorprendente y apasionante como el del suicidio de Marsh-Owen. Por más vueltas que le doy a la cabeza, no consigo comprender a ese hombre: ¿por qué se suicidaría?

—Sí —dijo Brigitte—, es todo un enigma, desde luego.

—El que me tiene intrigado a mí ahora —dijo Pitzer— es el de la procedencia de esas flores. Quienquiera que se las haya enviado debe de conocer muy bien sus gustos, Brigitte: rosas rojas.

—Pues no tengo ni idea de quién ha podido enviarlas.

Frankie se puso en pie, se acercó al hermoso ramo, y miró entre las rosas. Había un sobre pequeño entre aquéllas. Lo tomó, y fue a entregarlo a Brigitte, que se quedó mirándolo con curiosidad infantil, con un gracioso gesto que hizo sonreír a todos.

—Algún admirador tímido —sugirió Cavanagh.

Brigitte sacó la tarjeta que contenía el sobre. Estaba escrita a mano, en letras mayúsculas. Decía:

NOS REUNIMOS UNOS CUANTOS PARA PESCAR, PERO SÓLO CONSEGUIMOS UN PECECILLO DEL QUE NO VALE LA PENA NI HABLAR. ASÍ QUE EN LUGAR DE UN PEZ, LE ENVIAMOS UNAS ROSAS ROJAS… CON NUESTRO AMOR.

Los Simones Que Salieron De Pesca

—Sí —dijo apaciblemente Brigitte—, es de unos admiradores. Es reconfortante constatar que hay gente amable por el mundo.

—En efecto —asintió Pitzer—… ¡Por fortuna, no todos son como Marsh-Owen y su grupo!

—¿Quieren creer que no consigo quitarme de la cabeza a ese tipo? —masculló Cavanagh, mientras se servía más champaña—. ¡Daría cualquier cosa por resolver este enigma! ¿Por qué se suicidaría?

Brigitte miró a Minello, que, siempre descarado, había sido el único en atreverse a leer la nota del ramo de flores, tras retirarla de entre los deditos de Brigitte.

—Cualquiera sabe —sonrió la espía más astuta del mundo—. ¿A ti se te ocurre alguna solución a este enigma, Frankie?

—No —murmuró Minello.

—¡Pues nos quedaremos sin resolverlo!

Pero Brigitte sonrió de nuevo a Frank Minello, quien, como ella misma, ya tenía resuelto el enigma.

Los dos sabían la verdad sobre el «suicidio» de Theodor Marsh-Owen.

Pero era divertido jugar a los enigmas.

FIN

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