Enigma

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Una comitiva de personas se acercaba lentamente al lugar. Eran diecisiete en total, cinco de las cuales pertenecían al sexo femenino. Todos eran de avanzada edad y vestían unas túnicas de color verde muy claro, con orla roja, salvo una que la llevaba de color amarillo, con orla negra y azul.

Aquél era el consejo de ancianos, el Sanhedrín que regía la vida de Zatzur. Roberts se sintió impresionado por la sencillez y majestuosidad que se desprendía de aquel grupo de personas de ambos sexos.

Pero cuando estaban más cerca, observó un detalle que le causó gran extrañeza.

El hombre de la túnica amarilla se acercó al grupo.

—Soy Hjibor, presidente del consejo de ancianos —se presentó—. Creo que estamos listos para partir.

—Sí, señor —contestó el joven—. Partiremos inmediatamente, pero, antes, desearía tu permiso para hacerte una pregunta.

Hjibor agitó levemente una mano.

—Habla —accedió.

—Todavía no... Aún estáis ciegos...

—El reconocimiento de la impostora debe hacerse según el método antiguo, para que no haya ninguna duda acerca de la mujer que debe ser nuestra emperatriz —contestó Hjibor solemnemente.

Roberts se inclinó.

—Una acertada decisión, señor —aprobó.

Y no tenía la menor duda de que la verdad saldría a relucir incuestionablemente y que la verdadera Sherix ocuparía el lugar que le correspondía por derecho.

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO XII

 

La comitiva se detuvo un instante frente a la colosal, escalinata que permitía el acceso al gigantesco edificio que era el palacio imperial de Mitzur, una robustísima construcción de muros ciclópeos, que se alzaba a más de cien metros de altura sobre la cumbre de la colina en que estaba edificado.

El palacio era de un estilo sobrio, pero elegante al mismo tiempo, carente de adornos y, pese a ello, no exento de cierta gracia. Construido en piedra de color rosado, ofrecía un aspecto verdaderamente impresionante.

A ambos lados de la escalera, una doble hilera de soldados lujosamente uniformados, con largas lanzas, formaban una guardia de honor que infundía respeto. Las lanzas no eran sólo decorativas; por el extremo inferior podían lanzar descargas calóricas que abrasarían al intruso que osara atacar a alguno de los grandes personajes que habitaban corrientemente en el palacio.

Hjibor iba en cabeza y reanudó la marcha, tras aquel segundo de detención, seguido por los miembros de su consejo, que iban en doble fila tras él. Roberts y Sherix marchaban a continuación, seguidos de Anarda, con Fisher; Bea, con Typhax, y la afligida Lulú, que aún no había conseguido olvidar a Higgins, era la cola de la procesión que inició un silencioso ascenso hacia la entrada.

Durante aquellos cortos instantes de parada, Roberts agarró la mano de Sherix y la apretó con fuerza.

—Todavía estás a tiempo. El peso de la púrpura es, a veces, insufrible. Abandónalo todo. Ven conmigo; iremos a vivir donde quieras... La Tierra, Zatzur... hay decenas de planetas habitados, donde podremos vivir sin problemas, como una pareja cualquiera...

Los ojos de la muchacha relucieron con un súbito brillo.

—No —contestó—. Sólo quiero lo que es mío y me pertenece, Destry.

El joven suspiró.

—Has tomado una decisión. Quiera Dios que no tengas que arrepentirte, Sherix.

—Tú tampoco te arrepentirás de haberme ayudado —sonrió ella.

Al llegar a la explanada superior, un hombre, lujosamente ataviado, salió al encuentro de la comitiva.

—Soy Armor, primer canciller. ¿Quiénes sois y qué queréis?

—El consejo de ancianos de Zatzur viene a proclamar la identidad de la princesa Sherix, tal como fue estatuido en tiempo inmemorial —respondió Hjibor.

—Pasad —dijo Armor.

Era un prólogo meramente rutinario. Dentro del palacio sonaron unas fuertes campanadas, como si varios gongos fueran golpeados al mismo tiempo. Había pesadas puertas de metal dorado, oscuro, como de bronce, las cuales se abrían por sí solas a medida que avanzaba la comitiva.

Aún ascendieron otra escalinata, de unos veinte peldaños, y la última puerta de metal se abrió, dejando a la vista el salón en donde se iba a efectuar la ceremonia.

Armor se adelantó unos pasos y golpeó el suelo con una vara dorada que llevaba en la mano, símbolo de su cargo.

—Zatzur viene para reconocer a su princesa —clamó con poderosa voz.

La comitiva siguió su marcha. Había centenares de personas de ambos sexos, todas ellas lujosamente ataviadas. Roberts supuso que eran las que componían la corte de Sherix, incluidos los altos cargos de su gobierno.

La pequeña muchedumbre abrió paso a los recién llegados. Al fondo, bajo un enorme dosel de color azul, con motivos de oro, estaba Sherix.

Roberts parpadeó. Si no la hubiera tenido a su lado, habría jurado que ella le había abandonado para llegar antes y ocupar el trono. Pero la que se sentaba bajo el dosel llevaba unos ropajes adecuados a su rango, con una enorme corona de oro y piedras preciosas, que debía abrumarla con su peso, calculó. Claro que no todos los días se celebraban ceremonias de gran gala, pensó.

Junto a Sherix se hallaba un sujeto alto, delgado, de rostro aquilino y mirada penetrante.

—Es Bar-Neigh —susurró la muchacha—. Y también está Tshan, el embajador.

—Ha corrido mucho —dijo Roberts, sarcástico.

—¿Quién se querría perder la fiesta? —rió ella, no menos irónica.

La comitiva se detuvo a unos diez pasos de la escalinata del trono. Bar-Neigh se adelantó ligeramente, dos peldaños más abajo de la joven que estaba sentada en el sillón del trono.

—Se va a celebrar la ceremonia de reconocimiento de la princesa de Mitzur —declaró con voz ligeramente gangosa—. Es el ritual a que debe someterse todo aspirante al trono, por muy bien probados que estén sus derechos. Pero, en este caso, la ceremonia tiene un doble interés. Como todos sabéis, existe una impostora que aspira a ese puesto. Alguien, de diabólica imaginación, tramó la impostura, para su propio provecho. No sé quién es, ni he podido averiguarlo, pese a mis esfuerzos. Pero aquí están las personas que, de un modo absolutamente infalible, nos van a señalar a la impostora. Y, naturalmente, señalarán asimismo a la auténtica princesa, la que será muy pronto coronada como Sherix II, emperatriz de Mitzur.

Bar-Neigh hizo una corta pausa, destinada más bien a impresionar a la audiencia, y añadió;

—Hjibor, como presidente de consejo de ancianos de Zatzur, eres su portavoz. ¿Puedes decir a qué veredicto habéis llegado? ¿Cuál es la auténtica Sherix? ¿Quién es la falsaria?

Un profundísimo silencio gravitó sobre el salón. Cientos de miradas estaban concentradas en el anciano de la túnica amarilla.

Lentamente, Hjibor avanzó unos pasos y señaló a la joven que estaba bajo el dosel.

—Ella es la auténtica Sherix —declaró. Luego giró en redondo y su índice apuntó implacablemente a la muchacha situada junto a Roberts—, Y ella es la impostora.

Un fuerte clamoreo acogió las palabras de Hjibor. Roberts volvió los ojos un instante hacia la joven y la vio pálida, desencajada, a punto de derrumbarse totalmente.

Bea se sentía pasmada, lo mismo que los otros. La única que no parecía muy impresionada era Lulú, a quien se oyó comentar entre dientes:

—Esa golfa no me pareció nunca trigo limpio.

Pero Roberts volvió su atención inmediatamente hacia el primer ministro. Bar-Neigh estaba lívido, evidentemente sorprendido por un desenlace que no había esperado jamás.

De repente, Bar-Neigh dio un paso atrás, saltó hacia la pared que tenía a sus espaldas y apretó allí con la mano. Casi en el acto, un pesado telón de metal descendió del techo y cortó el salón en dos mitades. El suelo retembló al impacto de aquellas docenas de toneladas de hierro, que, apreció Roberts en el acto, les aislaban por completo del resto de los asistentes.

Bar-Neigh apuntó con la mano a Hjibor.

—¿Por qué? ¿Por qué has mentido? —aulló—. Ella es la impostora... —señaló a la que estaba sentada en el trono—. La otra es la verdadera...

Roberts pasó a primera fila.

—Hjibor no te ha mentido —declaró—. Lo que sucede es que ya no tiene miedo de que la bomba que tus esbirros pusieron sobre la vertical del pueblo de Hjibor pueda caer sobre sus cabezas. Que es lo que hubiera sucedido si nosotros no la hubiéramos desarmado.

 

* * *

 

Bar-Neigh meneó la cabeza estúpidamente.

—No... no es posible... Todo estaba planeado milimétricamente... Nada podía fallar...

—Excepto el reconocimiento de la impostora en Zatzur y antes de que se celebrase le ceremonia —dijo el joven—. Si, fue un plan maravillosamente ideado. En apariencia, la que estaba en la Tierra era la auténtica princesa y parecía lógico que quisiera volver a Mitzur, para recobrar su puesto. Algunas de las cosas que le sucedieron fueron realmente auténticas, como el abandono en el callejón, desnuda y sin signos de identificación. La recogieron mis amigos, pero si hubieran sido otros, la impostora disponía de fondos suficientes para contratar hombres audaces que la acompañasen en su viaje. Y debo añadir que, en un principio, yo también creí que ella era la auténtica Sherix.

—Cómo lo averiguaste, sin poder penetrar en su mente? —preguntó Bea.

Roberts sonrió maliciosamente.

—Eso es algo que reservo para mí solo —contestó. Se volvió hacia la muchacha—. Cuando íbamos a entrar, te dije que aún estabas a tiempo. Nos hubiéramos ido, créeme... pero estabas ciega por la ambición, obsesionada por ocupar ese trono, ávida de placeres y de gloria y de poder... Bar-Neigh había puesto ante tus ojos un maravilloso panorama, al que no supiste resistir. Lo siento, Sherix... o como te llames.

—Yarlun —dijo la impostora a media voz—. Soy Yarlun F'Tradx.

Roberts se volvió nuevamente hacia Bar-Neigh, quien no se había recuperado aún de la sorpresa recibida.

—Todo fue ideado hasta en los menores detalles, incluso la comedia que Tshan desempeñó en el astropuerto, los ataques de las naves tripuladas por robots y los de los hombres que pretendían volar las nuestras, supuestamente enviados por la auténtica Sherix. Había que poner obstáculos en la carrera de la «destituida» para evitar su llegada a Mitzur, pero, al mismo tiempo, convenía que llegase. Cuantos más obstáculos fuesen vencidos, mayor seria la autenticidad que se daría a su presencia.

Bar-Neigh reaccionó. Sus ojos despidieron llamaradas de odio dirigidas a Roberts.

—Sé que estoy acabado —dijo—. Pero tú no disfrutarás del triunfo...

Metió la mano bajo su túnica y sacó algo más brillante, pero Lulú fue más rápida, porque ya estaba prevenida con una pistola térmica, asimismo oculta bajo sus flotantes ropajes.

—Por favor... —suplicó—. Lo diré todo...

Lulú apretó los labios, mientras contemplaba el ennegrecido cadáver del traidor. Luego besó la pistola.

—Por ti, Neil —murmuró.

Sherix se puso en pie.

—Yarlun, mi decisión es ésta: serás conducida a la clínica donde transformaron tu rostro y recobrarás el tuyo original. Luego te asignaré un lugar para vivir, en libertad, pero sin poder moverte más que en un corto radio, durante el resto de tus días. No quiero iniciar esta nueva etapa de mi gobierno derramando más sangre.

Yarlun bajó la cabeza. Luego dobló una rodilla.

—Acepto tu decisión, señora.

Sherix se volvió hacia Tshan.

—Y tú, traidor y compañero de un traidor, quedas despojado de todos tus honores y recompensas, y relegado a la condición de simple ciudadano, sin que jamás puedas volver a pisar la capital de Mitzur. Sal inmediatamente de mi palacio y piensa que, si vuelves a conspirar contra mí, no seré tan benévola.

—Deberías rebanarle el pescuezo —dijo Lulú.

—El perdón es siempre más grato que el castigo —sonrió Roberts.

Los ojos de Sherix se fijaron en el joven. Roberts captó su mirada, nada amistosa y, de repente, se sintió muy incómodo.

Pero, muy pronto, Sherix se acercó a la pared y presionó el contacto del telón, que subió de nuevo a las alturas. El salón recobró sus dimensiones normales.

Hjibor ascendió al estrado y puso una mano sobre la corona:

—Esta es nuestra princesa y será coronada como Sherix II —declaró solemnemente.

Sonaron vítores de alegría. Cientos de voces aclamaron a la joven. Anarda se sentía muy conmovida.

—Todo este lujo, este colorido... No es lo mismo imaginarlo con los ojos de la mente que contemplarlo en la realidad...

Fisher agarró su mano.

—Bah, pompas y vanidades inútiles —dijo—. Un poco, gusta, pero, a la larga, cansa. En cambio, creo que no me cansaré de vivir a tu lado, en Zatzur. ¿Qué me contestas?

Bea dio una respuesta análoga a Typhax. Y añadió;

—En el fondo, aquella vida no acababa de gustarme del todo. Era divertida, excitante... —«Pero a veces venia la Policía y te las ponía difíciles», pensó, porque no quería que Typhax conociese aún su pasado.

Lulú se acercó a Hjibor.

—¿De veras podré adelgazar en los lodos medicinales?

El anciano sonrió.

—Tenlo por seguro. Y cuando acabes el tratamiento, no te faltará una pareja, si deseas quedarte en Zatzur —aseguró el anciano.

—Sí, puede que sea una buena idea —convino «La Gorda»—. Escucha, Hjibor, dejaréis de comer esa maldita «vyvium»... Anarda lo hizo así y ya ve casi normalmente, lo mismo que Typhax...

—No volveremos a probarla jamás —contestó.

Entonces, el gran canciller, llegó con una espada lujosamente guarnecida y la puso en las manos de Sherix.

—Arrodíllate, Destry Roberts —ordenó.

El joven obedeció. Ella le tocó ambos hombros con la espada. Luego dijo:

—Faltaba el obstáculo más importante, el del reconocimiento por parte de los zatzurianos. No podían ser sobornados, por su despego de los bienes materiales y. además, aunque se hubiera podido hacer un soborno a dos millones de habitantes, siempre acaba por descubrirse. Su decisión resultaría infalible; por tanto, la única solución era la amenaza de exterminio total. Y cedieron.

—¿Te lo dijeron a ti, Destry? —preguntó Sherix.

Bea parpadeó.

—¿Cómo diablos sabe quién eres? —preguntó.

—Sí, me lo dijeron —repuso el joven, sin hacer caso de Bea—. Por mediación de Anarda, nos enteramos de lo que sucedía. Entonces, Higgins y yo fuimos a la bomba y desconectamos la antena que debería recibir la señal de fuego, caso de que las cosas no salieran como quería Bar-Neigh.

—Y tú sabías que Yarlun no era... yo.

Roberts sonrió.

—Lo supe, aunque ya en Zatzur. Hasta entonces, lo admito, había creído en su sinceridad.

—¡Pero esos dos se conocían de antes! —exclamó la pelirroja, que no salía de su asombro.

—Calla, estúpida —gruñó Lulú.

—Por eso Sherix está viva. Si ella hubiera sido la que quedó abandonada en el callejón... Bueno —dijo Roberts—, no habría hecho falta recurrir a ese truco. Simplemente, la habrían llevado a una astronave y allí, también desnuda, por supuesto, la hubieran lanzado por el expulsor de desperdicios. No hay forma mejor de hacer desaparecer a una persona: las paletas del expulsor giran a doce mil revoluciones por segundo y el cuerpo de Sherix habría quedado reducido a partículas microscópicas y esparcido por el espacio. Pero eso podía dar origen a sospechas y comentarios de incredulidad. Lo mejor era una ceremonia de reconocimiento público, por parte de quienes se suponía no pueden mentir. Como así ha sido, porque han dicho la verdad —concluyó el joven su parlamento.

—Como recompensa a tu fidelidad y a los heroicos esfuerzos que has hecho para preservar mi trono, te nombro Primer Caballero del Imperio... con el privilegio de convertirte en mi esposo, si así lo deseas.

—¡Atiza! —dijo Bea. estupefacta.

—Se conocieron en la Tierra, hace tres años —explicó el gran canciller—. Pero tuvieron una pequeña pelea y ella se volvió... y el romance acabó entonces. Ahora vuelve a reanudarse.

—Eso no lo sabía Bar Neigh, ¿eh?

—Yo me he enterado poco antes de la ceremonia, señorita.

—Eso aclara muchas cosas, menos una —dijo Bea pensativamente—, ¿Cómo pudo saber Destry que Yarlun no era Sherix?

Le hubiera gustado presenciar la escena que siguió a continuación. en las habitaciones privadas de Sherix. Al quedarse solos, Sherix le asestó una tremenda bofetada.

—Sinvergüenza, sátiro, especie de canalla...

—Pero, Sherix —dijo él atónito.

De pronto, se echó a reír.

—Sí. eres la auténtica. Cuando la otra me vio con Bea, se limitó a mostrarse fría y distante. Tú te habrías arrojado a ella, para arañarla, arrancarle el pelo, sacarle los ojos...

—Exacto —confirmó Sherix—, Pudieron duplicar mi cara, en un cuerpo muy parecido, pero no mi mente.

—No, ni tu mal genio. Creo que fue la causa de que se acabase el romance, si mal no recuerdo.

—Recuerdas perfectamente. Y yo recuerdo también que, en cuanto podías, te ibas con otras...

—Sólo durante los primeros tiempos, luego, cuando la cosa se... «estabilizó», me dediqué exclusivamente a ti.

—Eso sí es cierto —reconoció ella—. Tengo un genio de todos los diablos, soy una estúpida celosa...

—Si admites tus defectos, sabrás cómo vencerlos —aseguró Roberts.

—Con tu ayuda, desde luego.

—Sí, claro; y cada vez que mire a una chica, tú la emprenderás a bofetadas conmigo...

—Destry —suspiró ella—, te prometo que cambiaré.

—¡Hum! No me fío...

—He declarado en público que tienes derecho a ser mi esposo, si lo deseas. ¿Qué más pruebas quieres?

De pronto, Roberts se echó a reír.

—Sí, tienes razón, has cambiado. La Sherix que yo conocí en la Tierra, se habría saltado lindamente el protocolo y habría empezado a zurrarme en plena audiencia, sin importarle el público. Has podido dominarte hasta que estuviéramos solos y eso, bien mirado, es un indicio de ese cambio.

La atrajo hacia sí y ella volvió a suspirar.

—Tres años... Me parecieron tres siglos... y, para postre, esta conjura...

—Bueno, todo se ha acabado ya —dijo él—. La incógnita ha sido resuelta y creo que ahora deberíamos empezar a pensar en nosotros mismos.

Sherix sonrió. Al fondo se veía un espacio cubierto por grandes cortinas de espeso tejido de color rojo. Alargó su mano y asió la del joven.

—Anda, ven, vamos a iniciar la reconciliación —invitó.

—Estoy deseando empezar —accedió él, dejándose llevar al otro lado de las cortinas.

 

 

F I N

 

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