Emma

Emma


CAPÍTULO XIX

Página 21 de 59

CAPÍTULO XIX

AQUELLA mañana Emma y Harriet habían salido a pasear juntas, y a juicio de Emma por aquel día ya habían hablado bastante del señor Elton. Consideró que para el consuelo de Harriet y la expiación de sus propias faltas no había por qué hablar más de aquel asunto; de modo que mientras regresaban hacía todo lo posible para cambiar de conversación…; pero cuando Emma creía haber logrado ya su propósito, volvió a hablarse de lo mismo, y después de hablar durante un rato de lo que los pobres debían de padecer en invierno, y de recibir por toda contestación un murmullo quejumbroso; —«¡El señor Elton es tan bueno con los pobres!»—, Emma creyó que debía buscarse otro medio de cambiar de tema.

Precisamente estaban muy cerca de la casa en que vivían la señora y la señorita Bates, y se decidió a visitarlas para ver si la compañía de otras personas distraía a Harriet. Siempre había una buena razón para hacer esta visita: la señora y la señorita Bates eran muy aficionadas a recibir gente; y Emma sabía que las escasas personas que pretendían ver imperfecciones en ella la consideraban como negligente en ese aspecto, opinando que no contribuía todo lo que debiera a los limitados placeres que podían ofrecerse en el pueblo.

El señor Knightley le había hecho muchas observaciones acerca de ello, y la propia Emma se daba cuenta también de que ésta era una de sus deficiencias… pero nada podía imponerse a la impresión de que era una visita muy poco grata… de que eran unas señoras aburridísimas… y sobre todo al horror del peligro que corría de encontrarse allí con la gente de medio pelo de Highbury, que siempre estaban visitándolas y por lo tanto raras veces se acercaba por aquella casa. Pero ahora adoptó la súbita decisión de no pasar por delante de su puerta sin entrar… observando, cuando se lo propuso a Harriet, que según sus cálculos, en aquellos días estaban completamente a salvo de una carta de Jane Fairfax.

La casa pertenecía a una familia de comerciantes. La señora y la señorita Bates ocupaban la planta de la sala de estar; y allí, en la reducida habitación que les servía de todo, los visitantes eran recibidos con gran cordialidad e incluso con gratitud; la pulcra y plácida anciana que se hallaba sentada en el rincón más caliente con su labor, quería incluso levantarse para ceder su sitio a la señorita Woodhouse, y su hija, más activa y habladora, seguía como siempre abrumándoles con atenciones y amabilidades, agradeciéndoles la visita, preocupándose por sus zapatos, interesándose vivamente por la salud del señor Woodhouse, dándoles buenas noticias acerca de la de su madre, y ofreciéndoles el pastel que había sobre el aparador.

—La señora Cole acaba de irse, vino sólo por diez minutos y ha sido tan buena que se ha quedado una hora con nosotras, y ha comido un pedazo de pastel y ha sido tan amable que nos ha dicho que le había gustado muchísimo; espero que la señorita Woodhouse y la señorita Smith querrán complacernos y también lo probarán.

Habiendo nombrado a los Cole, era inevitable que no tardaran en mencionar al señor Elton; había mucha amistad entre ellos, y el señor Cole había tenido noticias del señor Elton después de la marcha de éste. Emma sabía lo que iba a venir; les releerían la carta, se hablaría del tiempo que hacía que estaba ausente, de cómo frecuentaba la vida de sociedad, de que en donde él estaba era siempre el preferido y de lo concurrido que había estado el baile del Maestro de Ceremonias; y pasó por todo ello con mucho tacto, mostrando todo el interés y haciendo todos los elogios que eran de rigor, y siempre adelantándose a hablar para evitar que Harriet se viese obligada a decir algo.

Emma ya estaba dispuesta a pasar por todo esto cuando entró en la casa; pero suponía que una vez hubieran terminado de hacer grandes elogios de él, no las importunarían con ningún otro tema de conversación enojoso, y que se pondrían a divagar extensamente acerca de todas las señoras y señoritas de Highbury y de sus partidas de cartas. Lo que no esperaba era que Jane Fairfax sucediese al señor Elton; pero la señorita Bates inesperadamente inició esta conversación; abandonó bruscamente el tema del señor Elton para pasar a los Cole, y por fin acabar hablando de una carta de su sobrina.

—¡Oh, sí, señor Elton!; me han dicho que como bailar… La señora Cole me decía que ha bailado mucho en los salones de Bath… La señora Cole ha sido tan amable que se ha quedado un rato con nosotras charlando de Jane; porque apenas llegar ya ha preguntado por ella… ya sabe usted, Jane es su preferida… Siempre que la tenemos con nosotras, la señora Cole no sabe más que colmarla de atenciones; claro que hay que decir que Jane se merece eso y mucho más; de modo que apenas llegar, ha preguntado ya por ella; y dice: «Ya sé que últimamente no pueden haber tenido noticias de Jane, porque no son los días en que ella escribe»; y entonces yo le he contestado: «Pues mire, sí que tenemos, esta misma mañana hemos recibido carta suya». Creo que en mi vida he visto a nadie más sorprendido. «Pero ¿lo dice usted de veras?», me ha dicho ella. «Vaya, pues esto sí que no lo esperaba. Cuénteme, cuénteme lo que dice».

Emma tuvo que demostrar su cortesía diciendo con una sonrisa de interés:

—¿Hace tan poco que han tenido noticias de la señorita Fairfax? No sabe cuánto me alegro. Supongo que estará bien.

—Muchas gracias. ¡Es usted tan amable! —replicó la tía, feliz y engañada, mientras se dedicaba afanosamente a buscar la carta ¡Oh! Aquí está. Estaba segura de que no podía andar muy lejos; pero ya ve, había puesto encima sin darme cuenta la cesta de la costura y había quedado completamente escondida, pero hacía tan poco que la había tenido en las manos que estaba casi segura de que tenía que estar sobre la mesa. La estaba leyendo a la señora Cole, y cuando ella se fue se la he vuelto a leer a mi madre… Le hace tanta ilusión una carta de Jane que nunca se cansa de oírla leer; o sea que yo ya sabía que no podía andar muy lejos, y aquí está, sólo que había quedado debajo del cesto de la costura… y ya que es usted tan amable que desea oír lo que dice… Pero, antes que nada, para que no se forme usted una mala opinión de Jane tengo que excusarla por haber escrito una carta tan corta… sólo dos páginas, ya ve usted, apenas dos páginas… y generalmente llena toda la hoja y luego escribe cruzado por encima hasta la mitad. Mi madre siempre se extraña de que yo sepa descifrar tan bien su letra. Cuando abrimos una carta, ella suele decir: «Bueno, Hetty, a ver si sacas algo en claro de este tablero de damas»… ¿verdad, mamá? Y entonces yo le digo que si no tuviera a nadie que lo hiciese en su lugar, ella sola conseguiría descifrar toda la carta hasta la última sílaba. Y la verdad es que, aunque la vista de mi madre ya no es tan buena como lo era antes, con sus gafas todavía ve magníficamente bien, gracias a Dios. Y eso es una gran cosa ¿eh? La verdad es que mi madre tiene una vista excelente. Jane, cuando está aquí, suele decir: «Abuelita, estoy segura de que para ver lo que usted ve ahora, tiene que haber tenido una vista prodigiosa… ¡Las labores tan delicadas que ha hecho usted! Yo sólo deseo que cuando tenga su edad pueda ver como usted ahora».

Como todo eso se dijo extraordinariamente aprisa, la señorita Bates se vio obligada a hacer una pausa para tomar aliento; y Emma dijo una frase cortés acerca de las excelencias de la escritura de la señorita Fairfax.

—Es usted extremadamente amable —replicó la señorita Bates, muy agradecida—; ¡y que lo diga quien puede juzgar tan bien como usted, que tiene una letra tan preciosa! Créame, señorita Woodhouse, que ningún elogio puede dejarnos tan satisfechas como el suyo. Mi madre no la ha oído; es un poco sorda, ya sabe usted. Mamá —dirigiéndose a ella—, ¿has oído lo que la señorita Woodhouse ha tenido la amabilidad de decir sobre la letra de Jane?

Y Emma tuvo el placer de oír repetir dos veces más sus insustanciales elogios antes de que la buena anciana pudiese entenderlo. Mientras, estudiaba la posibilidad de huir de la carta de Jane Fairfax sin parecer demasiado descortés, y ya casi estaba resuelta a escapar de allí inmediatamente dando cualquier excusa trivial, cuando la señorita Bates se volvió de nuevo hacia ella y reclamó su atención.

—La sordera de mi madre es algo que carece de importancia, sabe usted, no es casi nada. Sólo con levantar un poco la voz y repetir lo que sea dos o tres veces lo oye perfectamente; pero lo que ocurre es que está acostumbrada a mi voz. Pero es muy notable que siempre oiga mejor a Jane que a mí. ¡Jane habla de un modo tan claro! A pesar de todo no va a encontrar a su abuelita más sorda de lo que estaba hace dos años; que ya es decir mucho a la edad de mi madre… Y han pasado ya dos años enteros, sabe usted, desde la última vez que Jane nos visitó. Es la primera vez que pasa tanto tiempo sin que venga a vernos, y como le decía a la señora Cole, ahora sí que todo lo que hagamos para obsequiarla nos parecerá poco.

—¿Esperan ustedes a la señorita Fairfax para dentro de poco? —¡Oh, sí! Para la semana próxima.

—¿De veras? No sabe cuánto me alegro.

—Muchas gracias. Es usted muy amable. Sí, la semana próxima. Todo el mundo se queda tan sorprendido al saberlo; y todo el mundo demuestra tanto interés por ella; estoy segura de que se alegrará tanto de volver a ver a sus amigos de Highbury como ellos de volver a verla. Sí, el viernes o el sábado; no puede precisar la fecha porque el coronel Campbell necesitará el coche uno de esos días. ¡Son tan buenos que la acompañan hasta aquí mismo! Pero siempre lo hacen, ¿sabe usted? Oh, sí, el próximo viernes o sábado. Esto es lo que dice en la carta. Ésta es la razón de que haya escrito fuera de tiempo, como decimos nosotras; porque si todo hubiese sido normal, no hubiéramos tenido noticias suyas hasta el próximo martes o miércoles.

—Sí, eso era lo que yo me imaginaba. Temía que hoy tuviera pocas posibilidades de saber algo nuevo de la señorita Fairfax.

—¡Oh, es usted tan amable! No, no hubiéramos tenido carta suya de no ser por esta circunstancia especial de que va a venir dentro de tan poco. ¡Mi madre está tan contenta! Porque esta vez se quedará con nosotros por lo menos durante tres meses. Tres meses, eso es lo que dice con toda seguridad, y lo que voy a tener el gusto de leerle a usted. Verá usted, lo que ocurre es que los Campbell se van a Irlanda. La señora Dixon ha convencido a sus padres para que vayan a verla ahora. Ellos no tenían intención de ir a Irlanda hasta el verano, pero su hija está tan impaciente por volverles a ver… porque antes de casarse, el pasado octubre, nunca se había separado de ellos más de una semana, lo cual hace que le resulte muy penoso vivir si no en otro reino, como iba a decir, por lo menos sí en un país diferente, de modo que le escribió una carta urgentísima a su madre… o a su padre, confieso que no sé a cuál de los dos, pero ahora lo veremos por la carta de Jane… le escribió pues en nombre del señor Dixon y en el suyo propio rogándoles que fueran a verles lo antes posible y diciéndoles que les irían a buscar a Dublín y que desde allí les llevarían a su casa de campo, Baly-craig, un lugar precioso, me imagino yo. Jane ha oído hablar mucho de lo bonito que es; el señor Dixon es quien se lo ha dicho… no sé si alguien más le ha hecho elogios del lugar; pero es muy natural, ¿sabe usted?, que a él le gustara hablar de su casa cuando cortejaba a su prometida… y como Jane salía muy a menudo a pasear con ellos… porque el coronel y la señora Campbell eran muy rigurosos en que su hija no saliera a pasear a menudo sola con el señor Dixon, y yo no les censuro en absoluto por pensar así; y claro, ella oía todo lo que él le contaba a la señorita Campbell sobre su casa de Irlanda; y me parece que Jane nos escribió diciéndonos que les había enseñado unos dibujos del lugar, unas vistas que él mismo había dibujado. Creo que es un joven tan atento, lo que se dice encantador. Después de oírle hablar de su país, Jane tenía muchas ganas de ir a Irlanda.

En aquel momento, en el cerebro de Emma surgió una ingeniosa y divertida sospecha referente a Jane Fairfax, al encantador señor Dixon y al hecho de que ella no fuera a Irlanda, y dijo con la insidiosa intención de descubrir algo más:

—Deben de estar ustedes muy satisfechas de que la señorita Fairfax pueda venir a visitarles en esta ocasión. Teniendo en cuenta la íntima amistad que tiene con la señora Dixon, era lógico que ustedes creyeran que no podría excusarse de acompañar al coronel y a la señora Campbell.

—Cierto, muy cierto; eso era lo que siempre habíamos temido; porque no nos hubiera gustado tenerla tan lejos de nosotras durante meses y meses… sin que hubiera podido venir si hubiera ocurrido algo. Pero ya ve usted que todo se ha resuelto de la mejor manera. Ellos (me refiero a los señores Dixon) estaban empeñados en que acompañara al coronel y a la señora Campbell; puede usted tener la seguridad; y Jane dice, como ahora mismo oirá usted, que insistieron muchísimo en que hiciera también este viaje; el señor Dixon no parece ser una persona descuidada o desatenta en estas cosas. Es un joven realmente encantador. Desde que salvó la vida a Jane en Weymouth cuando estaban paseando en barca y de pronto una de las velas dio la vuelta bruscamente y ella hubiera caído al mar, y estaba irremisiblemente perdida a no ser que él, con una gran presencia de ánimo, la hubiese cogido por el vestido… (cada vez que lo pienso me dan temblores)… Pues desde que nos enteramos de lo que había ocurrido aquel día sentimos un gran aprecio por el señor Dixon.

—Y a pesar de la insistencia de todos sus amigos y de los deseos que tenía de ver Irlanda, la señorita Fairfax prefiere dedicar su tiempo a usted y a la señora Bates, ¿no?

—Sí… ha sido ella quien lo ha decidido, según su libre voluntad; y el coronel y la señora Campbell opinan que hace muy bien, que eso es exactamente lo que ellos le hubieran aconsejado; y la verdad es que ellos tienen un especial interés porque pase una temporada respirando el aire de su tierra natal, porque últimamente ha estado un poco delicada, y no tan bien de salud como de costumbre.

—No sabe cuánto lo siento. Me parece que es un criterio muy acertado. Pero la señora Dixon debe haber tenido una gran decepción. Según creo la señora Dixon no es una belleza muy llamativa, ¿verdad?; me refiero a que no puede compararse en modo alguno con la señorita Fairfax, ¿no?

—¡Oh, no! Es usted muy amable al decir estas cosas… pero la verdad es que no. No hay comparación posible entre ellas. La señorita Campbell siempre ha sido una joven que no ha llamado en absoluto la atención… pero, eso sí, muy elegante y de trato muy agradable.

Sí, eso por supuesto.

—Jane pilló un resfriado bastante fuerte, la pobrecilla, el día siete de noviembre (ya se lo leeré a usted), y todavía no se ha repuesto. ¿Verdad que es demasiado tiempo para que siga aún resfriada? Hasta ahora no nos había dicho nada porque no quería alarmarnos. ¡Siempre la misma! ¡Tan considerada! Pero por lo visto tarda tanto en restablecerse que unos amigos que la quieren tanto como los Campbell opinan que lo mejor que puede hacer es venir aquí a respirar este aire que siempre le sienta tan bien; y no tienen la menor duda de que pasando tres o cuatro meses en Highbury se repondrá por completo… y no encontrándose bien del todo, desde luego es mucho mejor que venga aquí que vaya a Irlanda… Nadie va a cuidarla mejor que nosotras.

—Sí, me parece que es la mejor decisión que hubieran podido tomar.

—De modo que ella vendrá el próximo viernes o el sábado, y los Campbell saldrán de la ciudad camino de Holyhead el lunes siguiente… como ya verá usted por la carta de Jane. ¡Todo ha sido tan precipitado! Ya puede suponer, querida señorita Woodhouse, lo preocupada que me tiene todo eso. Si no fuera por las consecuencias de su enfermedad… pero me temo que vamos a verla muy desmejorada y con muy mal aspecto. A propósito, tengo que contarle algo que me ha ocurrido esta mañana y que he sentido tanto… Yo siempre tengo la costumbre de leer primero para mí las cartas de Jane, antes de leerlas en voz alta para mi madre, ¿sabe usted?, por miedo a que digan algo que pueda preocupar a mamá. Jane prefiere que lo haga así, y yo así lo hago siempre; y hoy empiezo a leer la carta con las precauciones de costumbre; pero apenas leo que no se encuentra bien, me he asustado tanto que no he podido contenerme y he exclamado «¡Dios mío! ¡La pobre Jane está enferma!» Y mi madre, que estaba prestando atención, lo ha oído claramente y se ha alarmado mucho. Sin embargo, cuando he seguido leyendo ya he visto que no era una cosa tan grave como me había imaginado al principio; y ahora al intentar tranquilizar a mi madre, le he quitado tanta importancia que no me ha creído mucho. ¡Pero no sé cómo ha podido cogerme tan desprevenida! Si Jane no mejora pronto llamaremos al señor Perry. No podemos reparar en gastos; y aunque él sea tan generoso y quiera tanto a Jane que me atrevería a asegurar que no querrá cobrar nada por sus visitas, nosotras tampoco podemos consentirlo, sabe usted. Tiene una esposa y una familia que mantener y no puede perder su tiempo. Bueno, ahora que ya le he dado una idea de lo que nos dice Jane, pasemos a la carta, y estoy convencida de que ella le contará mucho mejor su historia de lo que yo puedo contársela.

—Lo siento muchísimo, pero tendríamos que irnos —dijo Emma, volviéndose hacia Harriet y empezando a levantarse—. Mi padre nos estará esperando. Cuando entramos no tenía intención ni podía quedarme más de cinco minutos. Sólo que hemos decidido visitarles para no pasar por delante de la casa sin preguntar por la señora Bates; pero ha sido una conversación tan agradable que el tiempo me ha pasado volando. Pero ahora tenemos que despedirnos de usted y de la señora Bates.

Y todo lo que intentaron para retenerlas más tiempo fue en vano. Emma salió a la calle… satisfecha, porque a pesar de que se había visto obligada a oír muchas cosas que no le interesaban en absoluto, a pesar de que había tenido que enterarse de todo lo que en sustancia decía la carta de Jane Fairfax, había logrado evitar que le leyeran la dichosa carta.

Ir a la siguiente página

Report Page