Emma

Emma


PORTADA

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–Digamos –le sugirió Franco–, que el gato quisiera venir y tú le permitieras una cita como ésta, solo tomarían un café y hablarían. Emma, en serio, el gato está ahogándose en desesperación, la bebida lo controla, no habla de otra cosa, dale la oportunidad de pedir perdón.

Ella no podía seguir escuchando más, se levantó de la silla y le dijo:

–Le voy a mandar un mensaje al gato y espero que se lo des bien.

Pagaron la cuenta y lo llevó a la ciudad de Antigua Guatemala, se hizo tarde y se quedaron en un hotel. Franco pidió dos habitaciones y ella dijo: –que sea una, así nos queda para la bebida. Lo llevó a un bar y bebieron lo suficiente para entrar en calor y estar desinhibidos. Emma sabía que Franco moría por estar con ella, y que por respeto a su amigo, jamás le había insinuado directamente nada. Franco había sido siempre el espectador abajo del rin y los errores que el gato cometía en contra del amor de Emma lo consumían y lo habían hecho enamorarse del corazón torpe de ella. Pero para entonces, su amigo ya estaba casado y Emma era una persona libre. Esa noche le hizo el amor a Franco como si se tratara del gato y a la mañana siguiente se levantó bien temprano.

–¿Nos vamos tan temprano? –Le dijo a Emma sin el menor remordimiento.

–No sé tú, –le contestó ella–, pero yo si me voy. Dile al gato que me acosté con su mensajero, que por lo tanto, ya no le pertenezco y que jamás le daré la oportunidad de pedir perdón.

Emma salió del hotel como entró, como si no hubiera pasado nada, y como Franco, sin remordimiento alguno. Esa era una nueva Emma.

 

A partir de allí, no permitiría que ningún hombre volviera a herirla jamás. Se había transformado, no de oruga a mariposa, sino de mansa gatita a fiera leona. Infundía tanto temor en los hombres que ninguno se atrevía más que a mirarla. Se volvió una Julia, solo que sin el dinero. Al menor indicio de intento de seducción, los hombres topaban con pared.  Con ese nuevo “yo” se ganó rápidamente la admiración de su jefa, quien la adoptó como su perra guardiana. Nadie se acercaba a la gerencia general y todos dejaron de quitarle el tiempo a la jefa; si alguien quería hablarle, tenía primero que pasar por una rigurosa inspección y cuestionamientos que Emma se inventaba.

Si ella pensaba que el tema era lo suficientemente importante, los hacía pasar a la gerencia, si no, les aconsejaba buscar una solución, o ella misma les daba una salida simple para sus problemas simples en los que se ahogaban. Se hizo su propia fama de “femme fatale”. No estaba dispuesta a permitir que ninguna persona la quisiera, porque no necesitaba el cariño de nadie, así que hizo lo necesario para ganarse el odio de todos. No saludaba a nadie y sus respuestas no pasaban de sí, no, y déjame ver qué puedo hacer, aunque en realidad no hacía nada.

Su jefa que era tan dura como ella, había encontrado a la persona ideal para descansar de los agotadores problemas que la gente no era capaz de resolver. Las únicas personas que la llegaron a querer fueron aquellas pobres almas víctimas del maltrato laboral y a quienes Emma se encargaba de socorrer; si se despedía a alguien de la empresa no sería a ellos, sino, al abusador, y ella tenía el poder de persuasión suficiente para que se dieran así las cosas. Aun así, no fomentó la amistad de ninguno de sus protegidos porque mostrar amor para ella, era síntoma de debilidad y ella no deseaba verse débil frente a nadie.

En una ocasión, una secretaria, agradecida por un favor que Emma le había hecho, y a pesar de que Emma la mantuvo siempre al margen de su amistad, decidió darle una sorpresa. Le pidió que llegara a la sala de conferencias para que le ayudara con las gráficas de una presentación. Cuando entró, se encendieron las luces y la mitad de la oficina estaba allí, con un pastel y cantándole “cumpleaños feliz”. <¡No! Yo soy una maldita hija de puta ¿Qué les pasa?> Pensó. Se quedó allí parada sin saber qué hacer, su expresión de desagrado era evidente, pero intentó ser amable, lo cual fue muy difícil; sin embargo, no quería romper el corazón de Yanira. Comieron el pastel y por primera vez se divirtió con las bromas y chistes de sus compañeros. Por supuesto, no sería un evento que volvería a repetirse nunca.

Después de eso, se volvió peor que antes, tan hermética que ya nadie la saludaba y eso la hacía sentir bien, porque no quería ser amiga de nadie. Tenía el amor incondicional de sus hijos y su amor hacia ellos creció enormemente, era todo lo que necesitaba para ser feliz, todo lo demás, estaba demás.

“El amor tiene un poderoso hermano,

el odio.

Procura no ofender al primero,

porque el otro puede matarte”

F.Heumer

 

 

 

 

 

CAPÍTULO X

EL INNOMBRABLE

 

 

 

El siguiente año, una empresa mexicana se interesó en la investigadora donde Emma trabajaba y comenzaron pláticas para fusionarse, estarían en toda la región centroamericana y Panamá. De todos los visitantes, había uno que particularmente llamaba la atención de Emma y quien no dejaba de mirarla cada vez que llegaba a Guatemala. Su jefa usaba sus mejores galas cada vez que él las visitaba y se comportaba frente al invitado de tal forma que él supiera que ella tenía el control de su empresa y de sus empleados. En una ocasión, cometió un grave error que lamentaría el resto de su vida. Le gritó a Emma y la humilló frente al distinguido visitante. Él, como todo un caballero, se acercó a Emma y le susurró discretamente.       

– Oye, tranquila, no importa, si no encuentras el borrador del contrato yo traigo uno en mi computadora y vamos a imprimirlo.  Le guiñó el ojo y ella le sonrió, aún sonrojada.

La idea de asesinarla y las múltiples posibilidades pasaban como relámpagos por su cabeza. Emma le tenía un gran cariño, pero esa humillación fue suficiente para borrarlo todo; y así, su guerra contra ella comenzó. A la jefa no le gustaba que las llamadas de Javier pasaran por la recepción, para no hacerlo esperar. Así que le había dado el número directo de la gerencia, el cual compartía con Emma.

Si la jefa no estaba, contestaba Emma y se quedaban varios minutos platicando. Las conversaciones rápidamente pasaron del plano laboral al personal. Javier había tenido dos relaciones anteriores, divorciado de la primera y con la segunda compartía la casa, pero no la cama.

Una tarde, después de la hora del almuerzo, como era de costumbre, Javier llamó y Emma se quedó un par de minutos saludándolo, la jefa salió de la oficina y le exigió que inmediatamente se despidiera y la comunicara. Después que hablaron, salió enfurecida de su oficina.

–Nunca más, escuche bien, nunca más vuelva a entretener al señor de la Rosa, se trata de la persona más importante de la empresa mexicana, él se queda platicando con usted por educación, pero la verdad es que no tiene por qué perder el tiempo con una simple secretaria. Creo que se le está pasando la mano de confianza.

Esa fue una de las ocasiones en que Emma odió ser secretaria porque a veces la gente lo mencionaba con tal desprecio que parecía que en lugar de “simple secretaria” querían decir “nadie”. Le daba más razones para odiarla y para vengarse de su altivez. Así que cuando Javier se aparecía en la oficina Emma se arreglaba lo suficientemente bien para opacar con su juventud y su belleza a la jefa, quien ya no era ni bonita, ni joven.

Un día, Javier salió de la oficina de la jefa y se acercó al escritorio de Emma para despedirse. Le dejó en la mano un papelito doblado con un número de teléfono que decía: “llámame” Emma guardó el papel en su cartera, era lo que había estado esperando. La pregunta era, ¿hasta dónde lo llevaría sin tener que salir lastimada? Cuando salió de la oficina lo llamó de un teléfono público. Era el número de teléfono del Hotel donde siempre se alojaba cuando llegaba a Guatemala. En cuanto le contestaron pidió que le comunicaran a la habitación del señor Javier de la Rosa.

–Bueno –contestó con su excitante voz varonil.

–Soy Emma –le dijo ella, tratando de sentirse segura–. Aunque le temblaban las piernas.  

Javier era un hombre con mucha clase, elegante, guapísimo, muy educado y con una preciosa sonrisa, su presencia era cautivante y su olor la enloquecía. Era muy directo, así que sin tanto rodeo le preguntó si deseaba cenar con él, o acompañarlo con una copa en el bar del hotel. Emma le contestó que una copa estaría bien y que llegaría pronto porque la oficina estaba muy cerca. Era la primera vez que entraba en ese hotel y le pareció escandalosamente precioso. Se dirigieron al bar y pidieron una copa de vino.

–¡Salud! –le dijo, mientras la conquistaba con su preciosa sonrisa.

–¡Salud! –le contestó Emma.

Conversaron de temas livianos, cero trabajo. La batuta de las preguntas la llevaba él y ella le contestaría con la verdad si le convenía, y si no, no le importaría retorcerla mucho o poco pues le daba igual. La parte de sus relaciones pasadas ambos la describieron con un par de pinceladas, mientras él le confesó en breves palabras las únicas dos mujeres que trascendieron en su vida para mal, Emma se limitó a decir “nada que valga la pena contar”.

–¿Cenamos en el restaurante o arriba en mi habitación? –le preguntó antes de terminar su copa.

Fue una pregunta implícita que requería una respuesta rápida y segura. Si decía en el restaurante, tendría la oportunidad de retirarse si las cosas se ponían candentes, sino, su oportunidad de escapar de ese galán se traduciría a ninguna. No había tenido tiempo de analizar si las cortaduras de su corazón ya estaban sanas o no, y se había vuelto tan dura, que ya no sabía si sería capaz de quererlo o no. No quería pasar una noche con él y después ya nada, ni quería tampoco que la relación se alargara. Y así las interrogantes daban vueltas en su mente mientras él le exigía una respuesta con su mirada. Ya que la filosofía de Emma siempre fue todo o nada y tomar riesgos era algo a lo que estaba acostumbrada,

–Arriba –contestó con un leve tono de “supongo” mientras se encogía de hombros.

Su actitud dijo todas las cosas que sus palabras eran incapaces de expresar. <Y que sea lo que tenga que ser> pensó.

Javier llevó todo muy despacio, pues para el final reservaría lo mejor de la velada. No terminaron la botella de vino tinto. Cada vez que lo servía removía la copa con su mano y la pasaba por su nariz, aspirando su aroma y describiendo sus componentes, como en la película de “El beso francés” luego, le pedía a Emma que lo hiciera también. Pero ella solo fue capaz de describir el olor a madera y a uva fermentada, así que tomarse el vino no fue una sencilla cosa, era como en otro momento lo diría él, la primera lección.

¿Estaba Emma preparada para un hombre de ese nivel? Le habló de España y los impresionantes lugares que había visitado. Hasta ese momento, el único conocimiento que Emma tenía sobre el otro mundo se limitaba a las historias de conquistas en América y la caída del muro de Berlín. La descripción que Javier le hacía de cada lugar que había visitado era tan detallada y la mente de Emma tan receptiva que voló a esos lugares llegando casi a tocarlos.

Las calles que le describía las caminaba con su pensamiento, los hoteles, los bares y los viñedos de su plática recurrían en imágenes casi fieles en su extasiado cerebro. Su lenguaje era tan perfecto, si ella no conocía la palabra lo detenía para que le explicara porque no quería perderse nada de la historia.

–Me cautivaste –le dijo un día–, esa noche me cautivaste, porque eras tan tú, tan auténtica, tan diferente a las exigentes mujeres de mi mundo vano.

No fue una noche de desenfreno y locura como a las que Emma estaba acostumbraba, a pesar de que sus sentidos estaban aturdidos por el alcohol; esa primera noche las cosas transcurrieron de otra forma. Fue tan gentil, tan tierno, tan diferente a sus antiguos amores locos. Le quitó la ropa con delicadeza, cada prenda que caía los acercaba lentamente al siguiente paso, una vez que ambos quedaron al descubierto, Javier alzó con sus fuertes brazos a Emma como en las películas cuando el novio pasa el umbral de la puerta hacia la alcoba donde en sentido estricto o figurado amará a su esposa por primera vez. La acostó literalmente en la cama, se acercó a su boca y la sumergió en un beso de larga duración. Emma no sabía que existía esa forma de hacer el amor. Javier acomodó la espalda de Emma contra su pecho y todo comenzó. 

Vas a ser “mi bella dama” le dijo un día refiriéndose a la famosa película de Londres en la que una florista es convertida en una mujer educada. A Emma no le causó mucha gracia porque a pesar de todo, no consideraba que su posición fuera tan extrema. Emma era su “diamante en bruto” que por fortuna descubrió decía, y pulirla se convirtió en su principal obsesión, la segunda sería apropiarse de su corazón. La primera cosa no fue difícil de conseguir porque explorar su mundo tomada de su mano llenó de valor a Emma, él llegó a ser su fiel protector, su enseñante, su dueño. Con todo, en el proceso de tratar de conseguir el amor de Emma tropezó con momentos que le causaron una gran frustración, su deseo de convertirse en el centro de su vida les ocasionó peleas devastadoras.

“Te amo”, frase desconocida y jamás pronunciada por su boca comenzó a escabullirse poco a poco cuando se despedía por teléfono de Javier; después, logró decirla de frente. Y sí lo amaba, pero el centro de su amor eran sus hijos. Y es que definir amor es verdaderamente complejo. Javier la quería de forma egoísta solo para él y el segundo lugar que ella le daba lo consideraba una ofensa. Sus primeros años juntos fueron grandiosos. Cuando Javier llegaba a Guatemala Emma se quedaba las noches con él en el mismo Hotel y la presentaba a todos como “su mujer”.

Cada vez que llegaba de viaje le regalaba un libro que ella devoraba con gran ansiedad, John Grisham fue su escritor favorito, “El Testamento” y “Causa Justa” fueron los primeros libros que leyó de él. Su novela de intriga la cautivaba. Hubo muchos otros que con el tiempo y los desafíos siguientes, dejó de recordar. No faltaban mes a mes las revistas HOLA que compraba en los aeropuertos para que ella estuviera enterada de los chismes de los famosos, ya que Javier la empapaba de todos los temas posibles que podrían aparecer en cualquier conversación pues la mujer que lo acompañara debía mostrarse inteligente y conocedora para estar a su altura. Además, la obligaba a ver los noticieros que comentaban siempre en los almuerzos o las cenas.

–Cuando termine, espero que no me abandones–. Le decía bromeando.

Refiriéndose a cuando termine de instruirla y la vuelva un diamante ya pulido. Pero Emma no tenía ninguna intención de abandonarlo, siempre que él también se mantuviera en la misma sintonía.

Con ese hombre ella se volvió adicta a las películas; hasta entonces no sabía distinguir entre Robert De Niro y Al Pacino, pero después de un tiempo, era capaz de señalar a todos los actores famosos por nombre y apellido, así como comentar sus películas.

Javier le compró muchísimas películas que terminaron en una caja de cartón que en alguna mudanza se perdió. En cuanto a los libros, Emma conservó solamente sus favoritos, los demás también con el tiempo desaparecieron.  

Le cambió completamente el “look”, el nuevo la hacía verse mayor, casi de la edad de Javier. Se veía mucho más seria y con clase. La vestía con ropa de marca y le compraba relojes finos, pero ella usaba solo su favorito, un Skagen plateado que le regaló para un cumpleaños, el cual conservó y usó

durante muchos años. Le compraba perfumes europeos de los que eran “Limited edition”, pero con el tiempo definieron ambos una sola marca y un solo aroma, Carolina Herrera 212. Después de dos años, estaría lista para ser lanzada a su mundo.    

 

En ese proceso de cambios, el otro nuevo yo de Emma, las peleas de Javier con ella por convertirse en su prioridad, la relación de trabajo rota con su jefa debido a sus sospechas por su amorío con el galán mexicano con quien aún soñaba, sus sentimientos de culpa por dejar a sus hijos tantas noches para estar con Javier y los viajes que hacían juntos sin ellos. Abrir de nuevo su corazón lastimado, su madre con sus constantes insultos por su nuevo novio, Emma entró en algo que podría llamarse crisis existencial. Fue tan fuerte, que terminó internada en un hospital de psiquiatría. Eso cambió su vida nuevamente, le dio una perspectiva diferente de las cosas, borró la dureza de su corazón hacia la gente y lastimosamente la volvió de nuevo una mujer vulnerable. <Porque mostrar amor a las personas lo hace a uno vulnerable> había escrito Emma en uno de sus diarios. Era su filosofía de entonces y terminó haciendo las cosas a las que tanto temía.

Las terapias del hospital tenían dos objetivos primordiales, el primero, consistía en amarse y valorarse uno mismo; y el segundo, aprender a amar a los demás.

La música y las palabras guiadas de la terapista hacían que sus mentes se trasladaran a diversos lugares y escenarios, los que

venían a su mente eran siempre las escenas de la mano con su padre, el olor a té de hojas de naranjo que hacía su abuela en las tardes, el aroma a pan recién horneado en horno de leña, el canto de los gallos al amanecer en la finca de los abuelos, los viajes en la canoa por el estero y un columpio natural de las enredaderas de un árbol en el cual jugaban Emma y su prima Ana. Fuera de eso, era imposible recordar nada más.

Emma tenía prohibidas las visitas, hasta que se sintió mejor solamente Javier podía visitarla. Construyó un lazo de amistad muy fuerte con algunas de sus compañeras. Cada una tenía su propia historia y compartirla en las terapias les ayudaba a quererse y apoyarse. Pero muchas de las

razones de estar juntas en las terapias eran el pecado de ser obesas y por ende despreciadas por los esposos, o por ser mayores y haber sido cambiadas por una mujer más joven, o por ser aguerridas y haber tomado la justicia por su propia mano en contra de sus hombres. También porque los maridos confundían el hecho de que su mujer era encantadora, divertida y alegre, con el de ser una cualquiera. Había muchísimos más casos pero en resumen, todas habían sido víctimas del machismo, desprecio, celos o del desamor de algún hombre. Tal vez la ironía era que ninguno de los abusadores se encontrara en tratamiento psiquiátrico, ya que la sociedad aún con toda su modernidad, continúa tratando la locura de las féminas en vez de a los trastornados hombres.  En el caso de Emma era una suma de muchas cosas que debían salir o consumirla.

Cuando salió del hospital interno, volvió al trabajo en la investigadora, pero definitivamente era otra persona. Todos notaron el cambio y Emma comenzó a fomentar la amistad de algunas personas.

Sin embargo, ese nuevo “yo positivo” chocaba con el carácter de la jefa, quien era una malnacida. La jefa no la toleró y decidió sacarla de la empresa, sobre todo cuando su relación con Javier se hizo evidente.  Al siguiente año varios ex empleados incluyendo a Emma se fueron a trabajar para la nueva empresa mexicana, la cual rompió relaciones comerciales con la pequeña empresa.

Javier le compró a Emma su primer carro, le rentó un apartamento en el que llevaron a vivir a los hijos de Emma. Javier le pidió que los matriculara en un colegio cercano y le hizo grandes promesas. Hasta entonces comenzó a girar su amor hacia él, no ocupó el primer lugar en su vida como siempre quiso, pero le cedió mucho de su corazón.

–Estamos de luna de miel –contestó Javier sonriendo a una pareja que se hospedaba en el mismo hotel que ellos. Isla del Coco, Costa Rica. Quienes les habían preguntado el motivo de su visita.

Se hospedaron en una cabaña cien por ciento romántica. La primera noche, mientras se disponían a salir a cenar, Emma se veía frente al espejo. Javier se acercó, tomó un peine plateado que le había regalado y comenzó a peinarla.

–Estás preciosa –dijo–. ¿Por qué es que no te cruzaste por mi vida antes? Me habrías ahorrado mucho dolor.

De fondo, escuchaban al nicaragüense Hernaldo Zuñiga, “…no tengo más himno que aquel que es tu voz, hallarte fue un gozo mi mapa cambió, lamiste mi herida sin saber, que en medio de un mundo que andaba mal, me diste el vigor para sonreír, promueves mis ansias, da gusto vivir…no tengo más patria que tu corazón, en esa mirada me cabe hasta el sol, si todo es mentira lo tuyo es verdad…” la cantó susurrando a su oído. Ya no salieron a cenar, se quedaron envueltos en un delicado manto de romance.

 

En las páginas que Emma dedicó a Javier en su diario había escrito. “No había pensado en ese encuentro desde hacía ya tantos años, mi corazón quedó tan sellado que ahora que abro las páginas para rescatar las mejores cosas, encuentro solo pedazos esparcidos, unos de amor, otros de dolor, un rompecabezas en mi atormentado cerebro imposible de armar”. ¿Por qué la gente cambia? Se preguntaba Emma, ¿por qué no mantenerse en esa exacta sintonía que nos hace felices? ¿Por qué el deseo de buscar más? La vida, le había dicho una vez Daniel, está en constante movimiento, igual que el amor y el dolor. Y era tan cierto, las alegrías tanto como las tristezas en la vida de Emma se habían esfumado con la misma sorpresa y rapidez con la que habían arribado. Sellar con candado la puerta de la habitación del pasado nos permite seguir adelante, somos los únicos dueños del mismo, nuestros secretos más profundos yacen allí, viven donde pertenecen, en el olvido.  Cuando se es joven, escribió Emma, se vive generalmente sin haber tomado conciencia real de cada suceso de la propia vida, pero con el tiempo, cada suceso importa.

Después de tanta pena, Emma necesitaba entender la razón de todo, de lo contrario, no se sentía dispuesta para hacer tal o cual cosa, o para creer en una u otra cosa. Trataba de evitarlo pero era imposible, se cuestionaba todo, la verdad absoluta no existía, pero sí los seres humanos en búsqueda de la misma, en búsqueda de pertenecer a algo, en busca de sentirse protegidos por alguien superior para poder justificarse y descargar las propias culpas.  Me imagino el trayecto de nuestras vidas como un largo camino, decía Emma.

Un camino en el cual caminamos literalmente paso a paso. Cuando alcancemos el final, y me refiero al final de la mortalidad, tendremos por fuerza que continuar existiendo, pero llegar a ese final o a ese principio no es lo que importa sino cómo lleguemos, y aunque todos llegaremos, contará el aprendizaje y el valor con el que enfrentamos los desafíos.

La entereza de levantarnos cada vez que nos caímos, el logro de las metas trazadas, pero sobre todas las cosas, contará cuánto dimos, cuántas vidas llenamos de momentos felices, el servicio incondicional que prestamos. Al final contará cuanto amamos. Y yo, escribió Emma, he amado en demasía.

Los errores que Emma había cometido en el transcurso de su vida habían lastimado tanto o más que los errores que otros habían cometido contra ella. Su naturaleza imperfecta y humana se imponía siempre sobre el uso de la razón.

 

En otro viaje que hizo con Javier, Emma aprendió a jugar dominó en una playa de Miami, durante una semana de completa extasía. Mientras más sorprendida, más grande era la alegría de Javier. Todo lo que para él era común, para ella era vivir en una película de Hollywood. Playas impresionantes. Se enamoró de las anchas y limpias calles, los edificios de apartamentos en las orillas, las palmeras, era un paraíso. En las noches los restaurantes, cenar allí, bebiendo vino, en medio de tanta gente extraña, con tanta alegría alrededor, el calor, el olor a sal, el sabor y la alegría contagiante de los visitantes. Para Emma eso era el primer mundo, sin lugar a dudas. Por momentos anheló vivir allí, cerca del mar, en ese tan extraño pero precioso lugar. Habían visitado lugares extraordinarios, solos, siempre solos, a Javier jamás se le ocurrió invitar a los hijos de Emma, así que si bien era cierto ella conoció, se divirtió y se impresionó con todo, la culpabilidad le quemaba el alma, porque quería compartir todas esas experiencias con sus niños, pero para Javier solo existía ella. Ni los hijos de Javier, ni los de Emma. Ella era su paraíso, pero él no era el suyo. Ciertamente ella lo amaba, pero con reservas.

El hijo mayor de Javier, hijo de su primera esposa, los visitaba con alguna frecuencia. Habían hecho click de inmediato con Emma cuando se conocieron y llegaron a quererse mucho al grado de que él deseaba irse a vivir con Ella en Guatemala, asunto que Javier jamás aceptó.  Él era el amo y se hacía lo que él decía. La relación de Alex y Javier no era muy buena, Alex tenía mucho resentimiento contra su padre y aguantaba sin merecerlo el tormento que significaba vivir con su madre Miranda, quien era, en palabras de Javier, “una loca”. Había sido una mujer de una posición económica muy alta, había estudiado incluso con la famosa actriz Demi Moore, según la historia que una vez le contó Javier a Emma. La madre de Miranda, como muchas historias, había derrochado la fortuna de su difunto marido, las empresas de buses que tenían las había llevado a la quiebra total y se había quedado con muy poco. Antes de Alex, en las primeras dos ocasiones que Miranda se embarazó siendo aún novios, ambos tomaron la decisión de abortar. Finalmente se casaron, y el nacimiento de Alex fue un verdadero milagro. Su carácter posesivo y loco, su ambición, sus exigencias de vida a la que había estado acostumbrada, Javier no podía dárselas, así se habían roto sus sueños y la separación había sido para él un tormentoso drama. La aceptación del divorcio por parte de Javier había conllevado a unas gratificaciones enormes para Miranda. Pero un día, decía él, Alex cumplirá 18 años y toda esta pesadilla tendrá que terminar. 

Durante todo el tiempo que Emma y Javier vivieron juntos, él compartía casa y no cama con otra mujer en México, algo verdaderamente fácil de creer para Emma por su comportamiento tan extremadamente romántico, posesivo y celoso con ella. Paulina, así se llamaba su segunda mujer, con la que tenía otro hijo, Sebastián. En casa de Emma había un álbum que Javier alimentaba en cada viaje con las fotos del pequeño Sebastián a quien adoraba.

–Solo tengo dos amores en mi vida –decía Javier a Emma– Tú y Sebastián.

Ella siempre estaba primero, a pesar de que deseaba y hacía lo necesario para estar después, cosa que terminó consiguiendo de la peor manera.

Su distanciamiento con Paulina provenía de su propio pasado, el cual fue una sombra en la vida de Javier.  –Su pasado la precede –decía con su mirada de frustración.  Ella había sido una mujer bastante alegre, era española, una morena preciosa, según la describía Javier.

–Me enamoré de su alegría de vivir –le dijo un día Emma– pero su pasado era una carga que no pude soportar.

Viajaron a la ciudad de México para unas reuniones en la empresa mexicana. Javier llevó a Emma a conocer San Ángel, un lugar colonial de calles empedradas, como una Antigua Guatemala, las casas eran preciosas y había varias plazas. Se quedaron a comer en la Plaza San Jacinto, como siempre, alta cocina y vino. Pero San Ángel representaba para Javier algo más que un lugar turístico, él había crecido allí. La llevó a conocer la casa donde había crecido, se estacionaron enfrente, pero no entraron. Algunos suspiros de añoranza y algunas historias de su niñez escaparon de su pensamiento ese día. Conoció también la casa en la que vivía con Paulina y pasaron viendo también la casa donde vivía Mijares, eran vecinos. Le contó a Emma que habían crecido y estudiado juntos, pero por las obvias razones de su vida famosa, su amistad había quedado en el olvido.

Pocos días después de ese viaje, Javier le comentó a Emma que iría a una reunión importante con unos clientes en Costa Rica, Alex iba con él cuando Emma fue a recogerlos al aeropuerto. El fin de semana que seguía se celebraría la boda de una de las Ejecutivas de la empresa, en Costa Rica. Él estaba invitado, le había dicho a Emma que no iría pues llevaría a Alex a conocer algunos lugares.

Salieron a cenar los tres esa noche. Durante la cena, Emma le preguntó a Alex qué lugares había pensado conocer en Costa Rica, y sus respuestas sinceras abrieron la puerta de la habitación de mentiras de su padre.

–No voy a conocer ningún lugar –le contestó naturalmente–. Vine para ir a la boda de una amiga de mi padre y luego nos vamos a ir a Panamá, allí talvez sí conozca varios lugares.

Un enorme signo de interrogación cubrió la mente de Emma.

–Tengo mi traje en la maleta, lo voy a llevar a la tintorería cuando estemos en Costa Rica–. Terminó diciendo con una sonrisa de felicidad.

–Creo que te quedaste sin apetito –interrumpió Javier.

En efecto, así había sido. ¿Por qué le había mentido? Emma no era una mujer celosa, si él quería ir a esa boda sin ella, para ella eso no era ningún problema, sobre todo porque llevaba a Alex. ¿Luego se irían a Panamá? Eso tampoco se lo había dicho. Emma trató de buscar respuestas simples a acontecimientos que en realidad tenían un fondo que hasta ese momento ella desconocía. El tema no se discutió jamás, no pasó de ser una pequeña mentirilla sin explicación y todo siguió como si nada. Sin embargo, las dudas que quedaron dentro de ella comenzaron a volverla más precavida.

Un mes después de ese acontecimiento, Emma entró a la oficina de Fabián, el director comercial. Fijó su atención en una foto que recién había colocado en la pared. Era una fotografía con toda la gente del área comercial, que  habían tomado en una reunión en Panamá. Dana, una ejecutiva panameña estaba en la fila de las chicas sentadas y atrás de ella, en la fila de los que estaban de pie, Javier tenía su mano sobre el hombro de Dana y ella estaba tomando su dedo. Las piezas comenzaban a encajar y Emma escarbaría hasta donde fuera necesario para saber si había algo más. Dana era una exitosa chica de 25 años, con una carrera universitaria terminada y una vida acomodada, físicamente era una mujer hermosa.

En esos días la salud de Emma había desmejorado bastante, casi no comía y siempre estaba muy débil, los síntomas muy parecidos a una ocasión en que se había enfermado en un viaje a Panamá.

En ese viaje había terminado inconsciente en la calle de donde un taxista la había recogido y llevado a un hospital, donde de nuevo se había encontrado con su amiga la muerte, quien pasó saludándola.

Decidió ir a una clínica para hacerse algunos exámenes, de los que el resultado fue sorprendente. –Sí, felicidades ¡está usted embarazada! –Terminó de decir el doctor.

Emma tomó los resultados de los exámenes intentando procesarlo, mientras el doctor continuaba hablando. Salió de la clínica y llamó a Javier quien en ese momento se encontraba en México.

–¿Cómo te fue? –le dijo.

–Bueno –contestó Emma–. No lo sé.

–¿No sabes cómo te fue? ¿Qué te dijo el doctor? ¿Es otra vez el colon? –continuó Javier.

–No –contestó Emma–. Esta vez no es eso.

–Emma, estoy perdiendo la paciencia, ¿qué es?

La única forma de decir lo que le pasaba era simple, diciéndolo fría y directamente. Un embarazo era algo en lo que ninguno de los dos hasta ese momento había pensado, sobre todo porque ambos ya habían pasado sus propias experiencias y se sentían cómodos cada uno con los hijos que tenían. Sin embargo, para ella la noticia aunque la tomó por sorpresa, la llenó de una felicidad tan grande que quería salir por todos lados a gritarla.

–Vamos a tener un hijo –le dijo.

Dejó de escuchar su voz por unos instantes.

–¿Estas segura? Quiero que vayas a otra clínica y vuelvas a hacerte exámenes, esta vez debes hacerte uno que sea directamente de embarazo.

–No creo que el doctor me mienta –le dijo Emma.

–No importa, ve ahora mismo y me llamas en la noche.

Así lo hizo y la respuesta fue la misma.

–Es una locura –le dijo Javier–. Vamos a tener un hijo, no sé si es el mejor momento. Continuó murmurando y hablando sin sentido.

–Las cosas son así –le dijo Emma–. Antes que se te ocurra pedirme que lo aborte te advierto que si siquiera lo insinúas no vas a saber de mí el resto de tu vida, ya tuviste tu experiencia con Miranda, espero que hayas aprendido algo.

–No Emma, no te voy a pedir eso. Es que me tomas por sorpresa y estoy confundido. Voy a adelantar mi viaje a Guatemala para que platiquemos.

Cuando volvió a Guatemala, Emma fue a recogerlo al aeropuerto. Al encontrarse frente a frente la sostuvo en un fuerte abrazo.

–Tonta, tonta. ¿Qué vamos a hacer ahora con un bebé?

–Javier era mi abuelo, mi padre no habla nunca de él pero tiene una fotografía escondida que nunca quiso que estuviera a la vista. La verdad Daniel, es que las fotografías que hay en casa son tuyas y de mi padre y en mi casa las tuyas conmigo. Tú eres mi abuelo,  a ti es a quien he querido siempre.

–Sí, Javier abandonó a Emma. Pero no puedo juzgarlo porque yo también lo hice.

–¡No! –le dijo Rebecca–. No es la historia que quiero escuchar. No me digas que también la abandonaste.

–Rebecca, yo era joven y no la quise como ella lo deseaba. Ahora me arrepiento, y es tarde. Ella ya no está. Pronto llegaremos en el libro a la parte de la historia en la que yo aparezco. Dejaré que juzgues por ti misma.

–No Daniel, ¿quién soy yo para juzgarte, o a ella? Te amo.

La casa de Daniel estaba llena de fotografías. Algunas de su propia familia y otras de la familia de Emma. En su mesita de noche solamente había una que se había tornado de un color amarillento con los años y aunque la tecnología le podría permitir mejorarla, él la prefería como tal, era una fotografía original tomada con una cámara que en esa época ya no existía. En la fotografía estaban Emma y Cris debajo de un árbol de navidad. Cris tendría como 4 años.

 

Rebecca continuó leyendo.

En diciembre de ese año Javier y Emma viajaron a Panamá al convivio de la empresa. Mientras estaban en el bar, Dana se acercó a Javier de una manera tan sugestiva que provocó una pelea entre ambos.

–Es ella la que me busca –le dijo Javier, no soy yo.

A la mañana siguiente durante el desayuno, Emma llegó un poco tarde, se sentó frente a Javier porque era la única silla vacía. Varios minutos después apareció Dana. Ya no había espacio en la mesa, así que un chico fue por una silla para acomodarla junto a él. Ella tomó la silla, la quitó del lugar donde la había puesto el chico y la acomodó junto a Javier.

–Quiero desayunar a la par del jefe –dijo sonriendo.

Dana se sentó y Emma se levantó furiosa. Javier se levantó y la siguió.

–¡Emma, Emma, detente por favor! La alcanzó y la tomó del brazo.

–No quiero que te enojes, estás embarazada, desayunemos lejos de ellos, ¿te parece? –le dijo, tratando de calmar su ira. La furia se le fue con su gesto, así que desayunaron juntos, lejos de los demás.

En la noche tuvieron un evento donde se presentaron todos los logros de la empresa durante ese año. Javier había preparado una presentación que tenía como fondo una canción que repetía continuamente “habernos conocido” y entonces aparecía la fotografía de Dana sola o con Javier, o ellos dos con Fabián y en la última las dos parejas: Javier, Dana, Fabián y Olga, que era la amante de Fabián. Todos aplaudieron al terminar la presentación, menos Emma. ¿Era ella la que lo buscaba? ¿Estaban ya involucrados y no se lo diría por las obvias razones de su vida con él y sobre todo su embarazo? ¿Estaba imaginando cosas?

–Me voy a retirar de la reunión –le dijo Emma a Javier–. No me siento bien.

Emma continuó visitando Panamá y Dana la recogía en el aeropuerto y la atendía muy bien, eso la hizo dejar a un lado sus celos hacia ella y enfocarse en cosas importantes.

Los meses siguientes de su embarazo Javier se encargó de hacerla completamente feliz. Le compró música relajante para que tuviera un bebé tranquilo, decía. No le permitía ver películas de terror ni nada que le provocara angustia o llanto. Pasaba más tiempo en Guatemala que antes y tomaba más en cuenta a sus dos hijos, Pablo y Dulce; en las cenas siempre juntos, ya casi no salían, él las preparaba y las acompañaban siempre con vino. Pablo y Dulce estaban estudiando en un buen colegio, cerca de la zona donde vivían. Su vida había dado un giro importante y bueno, todo marchaba sobre ruedas. El día de la madre Javier le regaló a Emma una camioneta nueva pues el Cavalier que le había comprado poco después de conocerse lo había destrozado ella en un aparatoso accidente, del que milagrosamente pudo contar la historia.

Un día antes del nacimiento de Cris, Emma fue a comprar algunas cosas que necesitaría llevar al hospital, cuando regresó a casa, en una esquina cerca de los apartamentos donde vivía, un edán negro se pasó el semáforo en rojo, en el instante que Emma iba conduciendo, ella frenó y ladeó la camioneta, quedando de frente al carril contrario. Su corazón latía apresuradamente, y se quedó inmóvil; algunos conductores se bajaron para ver si estaba bien.

Retomó el camino y continuó manejando mientras sus manos sudaban excesivamente y sus piernas aún temblaban. Se estacionó y tomó las cosas del baúl, entonces vio en la oscuridad a su amiga la muerte. Quizá fue la primera vez en su vida que le temió tanto, pero no le habló. Tomó las cosas, se dirigió al elevador y subió al apartamento.

Ya en el hospital Javier estuvo en la sala con ella deteniendo su mano. El doctor le pidió a Javier que se acercara para ver nacer a su hijo y las cosas se veían complicadas. Parecía que el cordón umbilical se había enredado en el cuello del bebé quien por fin nació ayudado por otro doctor que lo empujaba con su brazo sobre el estómago de Emma. Ella no había escuchado aún el llanto del bebé así que intentó permanecer despierta hasta asegurarse que estaba bien. La muerte de nuevo apareció de pie junto a Emma e intentó tomar su mano. ¡Espera! Le susurró Emma. Después que escuchó el llanto de su hijo, la muerte tomó por unos segundos su mano y Emma perdió el conocimiento. Comenzó a sangrar y los doctores no podían detener la hemorragia. El arreglo con el doctor era que la operarían para no tener más hijos, pero su condición no lo permitió. La prepararon para la sala de operaciones donde le quitarían la matriz como un último recurso para evitar que muriera, pues estaba ya amarilla de tanta sangre que había perdido. Hicieron firmar a Javier un papel en el que no responsabilizaba ni al doctor ni al hospital en caso de que Emma falleciera, ya que el doctor había hecho todo cuanto podía por salvarle la vida.

Después de unas horas, Emma despertó, buscó

con la mirada para ver si en la sala aún estaba la muerte, pero ya se había marchado. Suspiró y dio gracias. Después que se recuperó, le llevaron a su bebé, era pequeño y arrugadito, su cabello se veía negro como azabache. Lo abrazó y comenzó a amamantarlo.

Lo amó desde el primer momento en que lo vio. Era como sus otros hijos, fruto del amor, cada uno lo suyo, cada uno diferente, con cada uno un embarazo y una historia distinta. Se llamaría Cris, por decisión solo paterna.

Javier le pidió que renunciara a su puesto en la compañía para que se dedicara a cuidar a Cris. Esa fue una decisión que conllevaría consecuencias importantes porque hasta entonces, Emma con su dinero atendía las necesidades de sus hijos, de su madre y de su hermana que en ese momento no tenía trabajo. Javier nunca había estado de acuerdo con eso y permanentemente se lo reprochaba. Meses antes Emma le había pedido a su hermana que buscara trabajo donde fuera pues Javier planeaba que ella dejara de trabajar y no podría darle un centavo más.

El día se llegó y Sofía, la hermana de Emma no había conseguido trabajo. Se tuvieron que mudar a una casa más pequeña y sobrevivir con lo poco que Emma podía darle. Por fin encontró un trabajo en una empresa norteamericana de digitación. Comenzó como digitadora de datos, a los tres meses la ascendieron a supervisora y a los tres meses siguientes llegó a ser la gerente de Compras, gracias a su buen inglés, inteligencia y dedicación en el trabajo.

Ella y Emma eran muy diferentes, pero habían corrido con una sola cosa en común, tenían hijos de diferentes padres. El primer hijo de Sofía era fruto de un amorío con un hombre mormón que estaba casado. Así que en la viña del Señor como dicen hay de todo menos perfectos, y los pecados abundan tanto como en el mundo, con la diferencia que está el consuelo del arrepentimiento y el perdón a la mano. La esposa del susodicho hombre, con toda razón se había enfurecido sin llegar al divorcio, pero le prohibió que visitara a su hijo y que le pasara un centavo para su manutención.

Menos mal que era cristiana, pues cómo es que se ensaña contra una criatura que no tiene culpa de nada y cómo es que el monigote del marido permite que suceda. Fue muy fácil refugiarse bajo las faldas de su mujer una vez cometido “el pecado”, no solamente se refugió bajo sus faldas, sino bajo los pantalones de su obispo. Esa historia fue un verdadero escándalo en la iglesia, porque Sofía era conocida como una muchacha decente, muy activa dentro de la religión, dirigía el coro regional y brillaba por todas sus virtudes. Después de su “gran pecado” el único que pareció merecer no solo el perdón, sino el apoyo y la conmiseración de todos fue el hombre. A Sofía se le apedreó como a las mujeres musulmanas que son lapidadas por fornicarias y adúlteras. Todos en la iglesia le dieron la espalda, fue humillada hasta no quedar nada de ella. A pesar de ello, continuó visitando la iglesia y se sometió al castigo que la misma le impuso. Mientras ella era una vergüenza y un mal ejemplo para los demás, el hombre fue convertido en una pobre víctima y para rescatarlo de su victimaria, lo alejaron.

Para ajuste de cuentas, un año después Sofía se embarazó de un imbécil que la buscaba solamente para complacer su apetito carnal. Ella no lo visualizaba porque tenía dentro de su cabeza el ingenuo pensamiento de que podrían casarse y resolver su anterior pecado. Las cosas terminaron muy mal con él. De esa relación desastrosa nació una preciosa niña, Camila.

Emma dejó de trabajar como le había pedido Javier y se dedicó a sus hijos y a la casa. Estaba loca con su nuevo bebé, solamente lo soltaba para dormir en la noche; durante el día, dormía y despertaba en sus brazos. Era ciertamente un verdadero ángel, no lloraba, la primera vez que lo escuchó llorar tenía ya tres meses. Había sido un cambio radical, pues estaba acostumbrada a trabajar y, convertirse en mamá cien por ciento y ama de casa era extraño. Fue cuestión de tiempo para comenzar a disfrutarlo en verdad. Javier la inscribió en un gimnasio a pesar de que ella no estaba de acuerdo.

Él no aceptaría una mujer con un estómago enorme y fuera de forma. Le compró todos los instrumentos y ropa necesaria y él mismo se inscribió para acompañarla. Pesaba más libras que cuando se habían conocido, pero a Emma eso no le importaba, libras de menos o más, ella lo amaba tal cual.

Inscribió a Cris en un curso de estimulación temprana, algo totalmente novedoso para ella pero era un lugar donde ambos aprendieron mucho. Comenzó a llevarlo cuando cumplió cuatro meses. Allí conoció a una mujer ecuatoriana llamada Laura. Su pequeño Carlitos era solo un mes menor que Cris. Ellas se juntaban a tomar café o a llevar a los niños de paseo. Su matrimonio era desastroso, pues cuando se casó, lo único que ella quería era huir de su casa y él encontrar una compañera con quien venir a trabajar a Guatemala donde le habían ofrecido un buen empleo. Se habían casado seis meses después de la muerte de la anterior novia de C.J. y él usaba ambos anillos y tenía la foto de la muerta en todos lados. ¡Pobre Laura! Cuánto tuvo que soportar.

–Cuando te cases –le había dicho una vez un obispo mormón a Emma– cásate por las razones correctas, si quieres que tu matrimonio sea para siempre, cualquier otro motivo tenderá a llevarte al fracaso.

–¿Y cuáles son las razones correctas? –Le preguntó Emma en esa ocasión.

–Solamente existe una –le contestó–. El amor.

Cuando Cris cumplió seis meses lo llevaron de viaje a Cuba, fue la última vez que viajaron juntos por placer. Javier no quiso tomar ningún tour para conocer la vieja Habana, se limitó a ir directamente a Varadero. Se hospedaron en un hotel que tenía un bar en medio de la piscina. A pesar de que la relación de Emma y Javier comenzaba a ir cuesta abajo, trataron de disfrutar el viaje.

Conocieron gente extranjera, alemanes, rusos, italianos, franceses, y por supuesto, ningún norteamericano. Uno de los hombres que los llevó en un pequeño tour sobre una carreta jalada por caballos les contó que el gobierno les daba gratis los servicios de agua y luz, que además gozaban de casa gratis y otras regalías en alimento, calzado, medicinas y hospital. Trabajaban, pero no podían tener negocios propios, la empresa privada estaba prohibida, cualquier cosa de lujo la podían comprar, pero racionada. Existía pesca ilegal, les contó, pues los lugareños tenían prohibido pescar y comprar los productos del mar, los cuales eran destinados únicamente para los extranjeros.

–Si sembramos, debemos vender el producto al gobierno y nos pagan muy poco –les dijo–. Así que el resto lo vendemos a escondidas. No se crean las historias que se dicen de Cuba. La libertad no ha llegado nunca –concluyó.

El dinero que ganaba de las propinas lo usaba para comprarse comida que provenía del mar y otros lujos que con su propio sueldo no se podía dar, pues tenía que dar cuentas al gobierno de cada centavo que ganaba. Cuba era definitivamente un contraste, la pobreza extrema y falta de libertades que vivían los lugareños contra la opulencia de los hermosos hoteles capitalistas en Varadero, donde por cierto, se les prohibía a los cubanos hospedarse.

Se enfocaron más en Cris que en ellos mismos, pero cuando el bebé dormía hacían lo suyo. Sin embargo, Emma podía darse cuenta que el entusiasmo de Javier por ella, había disminuido en extremo.

Semanas después de su retorno, Javier recibió una llamada a las once de la noche, se paró de la cama y fue a hablar a la habitación de Cris.

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