Emma

Emma


PORTADA

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–No –Contestó Daniel. Emma me compartió un día en fotos la casa de sus sueños y yo solamente la repliqué. Dulce se encargó de arreglarla como está.

Esta vez leyeron el libro sentados en la sala familiar, con la música de Yiruma de fondo.

“Solo nos convertimos en lo que somos

a partir del rechazo total y

profundo de aquello que los otros

han hecho de nosotros”

Jean Paul Sartre

 

 

 

 

 

CAPÍTULO XV

REENCUENTRO CON EL PASADO

 

 

 

Decepcionada por su pérdida y cansada de tratar de obtener el amor de Daniel, a Emma se le ocurrió buscar a Ernesto, el padre de Dulce, aprovechando que viajaba con frecuencia a El Salvador a levantar los proyectos de campo. Habían pasado ya veintidós años de aquella locura de amor y la idea de volver a verlo cada vez se aferraba más a su cabeza. A Daniel ya no le interesaba nada de ella, así que ahora ya podía tomar ese tipo de decisiones sin que Daniel saliera lastimado. En uno de sus viajes a El Salvador, un domingo, después de una reunión en la iglesia mormona a la que asistió, Emma decidió buscar a la madre de Ernesto, con suerte aún viviría en el mismo apartamento. Llegó al lugar y se paró frente a la puerta, aún con temor. Intentó irse, pero se quedó. Quería tocar a la puerta, pero no se atrevía. Claramente llegaba a su mente la escena en la que doña Maribel le había pedido que se alejara de Ernesto hacía tantos años atrás.

La cobardía comenzó a invadirla, pero ya estaba allí y no se detendría. Tocó la puerta suavemente para no molestar, pero no la escuchó nadie, después de un par de minutos, tocó nuevamente, esta vez un poco más fuerte. Escuchó una voz desde adentro.

–¿Quién es?

Emma no supo qué contestar, estaba prácticamente paralizada, así que volvió a tocar la puerta y doña Maribel abrió.

–¿Está buscando al doctor? –le dijo–. Refiriéndose a Joseph, el hermano de Ernesto que seguramente ya era doctor, bueno, claramente había un rótulo afuera que lo decía.

–No, –le contestó–. Estoy buscándola a usted, es la madre de Ernesto, ¿verdad?

–Sí, –le contestó, con mucha seriedad.

–Seguramente no se acuerda de mí –Le dijo Emma acertadamente–. Ernesto y yo tenemos una hija que nació hace veintidós años.

Doña Maribel veía a Emma, completamente incrédula, se quedó callada un momento e intentó reconocerla, pero no lo logró.

–Ha pasado el tiempo, pase adelante –le dijo aún sorprendida.

Emma entró, se sentó y comenzaron una larga conversación. Doña Maribel le pidió fotos de Dulce y le hizo miles de cuestionamientos, sobre todo quería saber por qué se había desaparecido tantos años. Emma quería decirle que ella había influido en su separación, pero no estaba allí para armar lío, sino para ver qué había sido de Ernesto y por supuesto, que Dulce conociera a su padre. Doña Maribel le contó que Ernesto se había casado hacía mucho tiempo con una jovencita de un pueblo pero que antes de cumplir un año juntos terminaron separándose. En ese momento estaba viviendo con otra mujer que tenía sus propios hijos. Ernesto no tenía más hijos que Dulce.

Días después se encontraron para almorzar con ella y con Stephany, su hija menor, a quien Emma había dejado de ver cuando tenía diez años.

En ese momento era toda una preciosa mujer de treintaidós años, madre de tres hijos y casada con el chico que en aquella época había sido el mejor amigo de Ernesto, Arnoldo. Stephany había sido modelo y le había ido muy bien pero dejó la carrera para dedicarse a sus tres hijos. Su rol de madre y esposa habían apagado ese ímpetu y ambición que una vez tuvo. De ella quedaba solamente un precioso rostro, casi cercano a la perfección. Había varias fotografías de Stephany por la casa, una que estuvo algún tiempo en Almacenes Simán, en la cual se veía preciosa. Joseph estaba casado y tenía dos niños. Don Eduardo, el padre de Ernesto se había separado de doña Maribel hacía muchos años y vivía en otra casa con la compañía de su hermana menor.

En ese mismo viaje, coincidió en El Salvador con la visita de su antiguo amigo Marco, quien le había pedido que se casara con él y se fueran a vivir a Canadá cuando Emma era madre solamente de Dulce. Recordaba que Marco la había visitado en Guatemala tiempo atrás y habían viajado juntos a El Salvador a celebrar un fin de año; pasada la media noche, Marco había tomado la mano de Emma para pedirle por segunda vez que se casara con él,  pero en ese tiempo, Javier ya estaba en la vida de Emma, y de nuevo le dijo que no. Sin embargo, en este nuevo encuentro, Daniel ya había salido de su vida, Emma estaba sola.

El rencuentro con los viejos amigos que visitó fue muy bueno, uno de sus amigos de la ex “mara Champion” no había tenido una vida fácil, pero estaba rehabilitándose. Su hermana Judith lucía como de veinte años, pero ya tenía cuarenta; se había recién separado de su esposo y tenía un hijo precioso. Y luego otros amigos, todos vivían en las mismas casas de hacía tantísimos años y tenían vidas comunes, o al menos es como Emma lo describía en su diario.

Ella había salido de ese lugar y se sentía de alguna manera triste por ellos. Bueno quizá los juzgaba mal, porque probablemente ellos en ese pequeño mundo en el que habían vivido toda su vida habían encontrado felicidad.

Ella en cambio, había tenido que pasar por tanto, buscando nuevas cosas, buscando felicidad, buscando sus sueños. Esa felicidad la había encontrado en el transcurso de su vida en pedazos. Cada pedazo que había recibido Emma lo había disfrutado, pero cuando se acababa y la angustia, la tristeza y los afanes del día a día invadían su corazón, se sentía tan vacía. 

Fue pues ese noviembre el momento de rencontrarse con su pasado. Un momento en el que tuvo la oportunidad de ver quién fue y en quién se había convertido. Un momento de reflexionar sobre la senda caminada, de limosnera pensó, a relacionista internacional, pensando en las ocasiones en que fue al parque central con su padre y pedían dinero a cambio de unas canciones tocadas con una concertina. Pues sí, ese volverse a ver en el pasado que dejó, fue el momento de sentirse satisfecha de haber dejado atrás ese pequeño mundo, de haber conocido un mundo más amplio, de haber conocido mucha gente de la que había aprendido tanto. Pero por otro lado, para Emma fue intenso sentir que ese amor de amigos aún existía, que después de tantísimos años no se había perdido, se seguían queriendo y tenían lazos fuertes que el tiempo no había logrado romper a pesar de la distancia. Cada uno había seguido su propio camino, pero todo cuanto compartieron alguna vez, continuaba uniéndolos, esa complicidad de los nuevos descubrimientos en la adolescencia, los retos de juventud seguían allí. Por primera vez en muchos años Emma se sintió de nuevo genuinamente amada.

La noche antes de regresar a Guatemala, por tercera vez Marco le pidió a Emma que se casaran. Y por primera vez Emma aceptó. ¿Por qué no? ¿Tal vez si siguiera el plan que el destino le ponía enfrente, dejaría de sufrir por fin?  Emma pensaba que Marco la había atado con alguna suerte de brujería y por esa razón ella no quería aceptarlo.

–Nada de eso Emma. –Le había dicho Marco en esa oportunidad–. Pero si en esta vida no logro que seas mi esposa, lo serás en la venidera.

Esas eran las respuestas que a Emma le aterrorizaban. Que Marco pensara de esa manera tan obsesiva con ella. Sin embargo en ese noviembre, a pesar de haber aceptado finalmente su propuesta, una vez en Guatemala todo volvió a ser como siempre y cualquier promesa hecha o dicha se fue olvidando con el paso del tiempo.

Entre noviembre y diciembre, Emma visitó a doña Maribel tantas veces como pudo, tomándose ambas el tiempo para conocerse. Se hicieron muy amigas y Emma podía sentir por primera vez el cariño de una suegra, aunque ya no lo fuera. Por supuesto que volvió a ver a Ernesto. El chico loco de dieciséis añitos que conoció había desaparecido. Era un hombre con un rostro muy cansado, sus manos ya no eran las mismas, aquellas manos delicadas se habían perdido con el tiempo y se habían vuelto toscas y fuertes por el trabajo. Se dedicaba a talar árboles y a vender madera, se había quedado en el campo con su padre y allí había terminado de madurar. Hacía poco tiempo que había vuelto a la ciudad y podía notarse por su acento. Una tarde mientras charlaban, en su pensamiento Emma trataba de verlo de otra forma y pensaba <si se hubiera quedado en la ciudad, sería una persona diferente>. A Ernesto nunca le gustó estudiar, así que con una gran dificultad había sacado el bachillerato. Los vicios ya no lo molestaban, los había dejado hacía algunos años y asistía con alguna frecuencia a misa.

Emma se preguntaba si podría ser capaz de volver a sentir algo por él, de volver a amarlo como lo amó, pero no podía evitar compararlo con Daniel, quien aunque la hacía sufrir tanto, tenía algo único y especial. Ernesto y Emma se encontraron en al menos tres ocasiones antes de que el fin de año llegara, que sería cuando volvería a ver a su hija Dulce.

Llegó por fin el fin de año y Dulce conocería a su padre. Su abuela ya tenía una foto de ella puesta en la vitrina de su casa y todos esperaban ansiosos por conocerla. Pablo no quiso ser parte de ese encuentro. Cuando por fin llegaron a casa de doña Maribel, todos estaban esperando a Dulce y en cuanto la vieron sobraron los abrazos y los regalos. Dulce y su padre estuvieron de frente por primera vez y aunque al principio fue extraño, con las horas se fueron sintiendo más en confianza. Dulce tenía ya una nueva familia. Cris encajó sin ningún problema con los hijos de Stephany quienes se convirtieron en sus nuevos primos. Visitaron la casa de la madre de Arnoldo, aquella mujer que tanto había querido a Emma y a quien ella llegó a considerar como su segunda madre. Cuando vio a Emma, sus lágrimas y las de Emma brotaron instantáneamente, ella no la esperaba y no había sabido de Emma y de sus hijos la misma cantidad de años que todos. Emma se sintió como antaño, en casa. En mucho tiempo, no había tenido un fin de año tan gratificante.

Emma continuó visitando El Salvador, así que iba a casa de doña Maribel tanto como le era posible. Ernesto comenzó a cortejarla de nuevo pero ella no estaba preparada para estar con él, así que buscaba la manera de no aceptarlo sin herirlo porque no había aparecido en su vida para lastimarlo.

El gato volvió a aparecer en su vida, pero ella mantenía su distancia, se habían visto dos o tres veces durante el tiempo que había sido novia de Daniel, por supuesto que ella jamás se lo mencionó a Daniel porque no tenía la confianza de hacerlo, inmediatamente la habría sacado de su vida sin permitirle una sola explicación. Según el gato, su esposa ya no lo amaba y hacía muchos años que no dormían juntos, ella de hecho, lo despreciaba. Habían adoptado, sin embargo, un segundo hijo con la intención de arreglar los problemas de pareja, pero fue imposible, su lazo era superficial. El qué dirán y el mantener su estatus era lo único por lo que continuaban juntos.

Ante su insistencia, Emma lo retaba.

–Y si las cosas son así, por qué no te divorcias y te casas conmigo. Es la única manera de que logres de nuevo mi cariño. ¿O esperas que me convierta en tu amante?

–No es tan fácil Emma, aun te deseo y me frustra que no me aceptes, pienso que no has podido perdonarme a pesar de los años.

Era verdad que Emma jamás lo perdonó, pero ya no lo amaba, esa era la única respuesta posible por la que ella no lo aceptaba.

“Aprendemos a amar no cuando encontramos

a  la persona perfecta, sino 

cuando llegamos a ver de manera perfecta

a una persona imperfecta”

Sam Keen

 

 

 

 

 

CAPÍTULO XVI

EL CÍRCULO DE DANIEL

 

 

 

Y así terminó el año. Emma como siempre no había logrado tener de nuevo el amor de Daniel con quien continuaba dando vueltas en el mismo círculo de dolor.

–Este es mi juego y se termina cuando yo diga –le había dicho un día Daniel.

Ella aceptaba todo, se alimentaba con lo bueno y lo malo que él le daba y lo amaba con su perfección y su imperfección, ansiaba la locura y el erotismo con que la poseía porque Daniel había decidido castigarla, solamente la tocaba y no le hacía el amor. Su pasión y deseos por tenerlo ya no parecía tener cura.

Por esos días quizá hubo un solo hombre en el que Emma se interesó seriamente, un finquero amigo de Leonel, quien mantenía la distancia debido a que Leonel había marcado territorio alrededor de Emma.

Después de una malograda asamblea del partido político que Leonel y Emma frecuentaban, Emma logró por fin ver a Leonel vulnerable y adolorido. Mientras él trataba de mostrarse indiferente ante lo que sentía, Emma ya lo había escaneado por dentro y entendía su frustración. Decidieron terminar la noche en el restaurante de su amigo finquero y bebieron mucho. Pero esa vez le permitió a Fermín que se acercara a Emma. Después de una lluvia de insinuaciones, Emma decidió que era hora de partir antes de sucumbir ante las insinuaciones de Fermín quien se ofreció a llevarla a casa. Se detuvieron frente al carro y se le fue encima. Leonel lo había puesto al tanto de la frustrada relación que Emma tenía con Daniel y ninguno de los dos quería detenerse, comenzó a besarla desaforadamente. En un instante Emma se detuvo ¿Qué le estaba sucediendo? Era cierto que los deseos rezagados consumían su cuerpo, pero eran deseos por Daniel. A pesar de que las manos de Fermín iban y venían deslizándose por todo su cuerpo, arrastrándola a un encuentro sin retorno, ella por fin logró tomar el control.

–Esto no está bien –le dijo.

Fermín la soltó, puso sus manos sobre el auto y asentó con la cabeza.

–No, no está bien –terminó diciendo.

Entraron al carro y la llevó a casa, En todo el camino no dijeron nada y jamás volvieron a tocar el tema de lo que ocurrió esa noche. En adelante Emma se alejó y su recién surgida amistad se desvaneció.

Llegado marzo Daniel y Emma comenzaron a verse de nuevo con mayor frecuencia, y continuaban con el juego de no culminar de saciar sus ansias, sólo sus manos no dejaban espacios sin tocar. Emma continuaba esperando el momento en que Daniel no pudiera más y la tomara como antes. En una tarde, mientras se despedían la tomó del brazo y la acorraló contra la pared metiendo su mano bajo la falda de ella mientras la besaba intensamente.

–Jamás volveré a hacerte el amor, jamás volveré a penetrarte –le susurró al oído.

Ella no le contestó nada. Dos días después le dieron vuelta a su habitación, hasta su cama quedó completamente desnuda. Comenzaron a frecuentarse cada sábado, en el receso que Emma tenía de la Maestría que estudiaba, se encerraban en la oficina de Daniel para desquitar sus ganas. Pero Emma descubrió que Daniel nuevamente estaba saliendo con alguien y comenzó a negarse cuando él le pedía que estuvieran juntos. Sus negativas lo volvieron más agresivo y más decidido a tenerla, porque como él decía, era su juego y se terminaría cuando él dijera.

En esas circunstancias Emma necesitaba desesperadamente que alguien la rescatara. Buscó el apoyo de una sicóloga joven para que la ayudara a salir de su enfermiza relación. Las sesiones se alargaban más de lo necesario y la sicóloga adoraba escuchar las detalladas descripciones sobre la clase de pasión que tenían Daniel y Emma. Obviamente la meta era dejarlo, pero poco a poco esas sesiones comenzaron a tomar un rumbo diferente. En un momento Emma comenzó a sentirse acosada por ella, pero no se retrajo, se involucró en su juego.  Así, cuanto más la asediaba, más morbosas se volvían las explicaciones de Emma. Después de varias sesiones Susana no se contuvo. Mientras charlaban, se acercó a Emma fundiéndose con ella en un apasionado beso. Emma se dejó llevar, en instantes ambas estaban despojadas de toda inhibición y envueltas en un encuentro sexual pleno. Fue la última vez que Emma la visitó y aunque Susana insistió en llamarla, Emma jamás volvió a contestarle. Emma no sabía si se había arrepentido de ese encuentro porque había sido una experiencia totalmente nueva para su cuerpo, así que la asimiló como un nuevo aprendizaje y la justificó como su elevada necesidad de sentirse seducida y tomada con amor, como solía hacerlo su hombre.

Durante todo el año Daniel y Emma pelearon mucho y lo único que atenuaba sus diferencias eran sus encuentros sexuales. Las llamadas eróticas los mantenían irremediablemente vinculados, era intenso, pero no era suficiente para Emma. Su frustración estaba en el límite, lo amaba, pero lo quería completo para ella, la idea de tener que compartirlo la volvía loca.

Totalmente frustrada, dejó de llamarlo y de aceptar sus llamadas. Daniel no la dejaría ir, no la sacaría de su círculo. Para reconquistarla tomó unos versos de Arjona y se los envió “Yo tengo temor a perderte y terror a que vuelvas, no puedo vivir junto a ti y sin ti es imposible…tú tienes el don de lo extremo, no hay como evitarlo, jamás fui infeliz y feliz como he sido contigo, tú tienes el don de lo absurdo y hay que soportarlo sería mejor desde luego que tú no existieras…”

“¿Por qué hablamos? Le contestó Emma. Tomando de nuevo los versos del mismo autor. “…y no usamos ese tiempo en darnos besos, en pintarnos con las manos las caricias que queremos y que no nos damos porque siempre hablamos de lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables, mientras muere otro minuto, ¿por qué hablamos?...”   

¿Qué nos pasó? Era la pregunta que daba vueltas en la mente de Emma. ¿Por qué no simplemente lo dejamos y ya? Había escrito en su diario. Ni encontraba una respuesta ni se atrevía a dejarlo. Caminaba y daba vueltas, luego se sentaba sin encontrar una salida porque todas las puertas del círculo estaban selladas. Si el destino quería arrebatárselo, no lo dejaría. Daniel tampoco se atrevía a abandonarla y en ese juego de posesión y control no medían consecuencias.

El nuevo año baktun encontró a Emma en banca rota en todos los sentidos, sin amor suficiente y sin dinero suficiente, pero con la esperanza de que al finalizar el año “tendría una mente más clara para solucionar su vida y la oportunidad de hacer cambios importantes”, según lo que decía la tradición maya.

“La esperanza, dijo Nietzsche, es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre” ¿Valía la pena tenerla? Se preguntaba Emma. Era lo único que tenía para continuar.

Comenzando enero Cris y Emma fueron invitados de honor de Daniel para un delicioso desayuno. Daniel se vistió de chef y les cocinó, en adelante Cris no dejaba de decir que quería ser un famoso chef.  Daniel vivía entonces en una habitación de una casa de estudiantes, así que la intimidad de la antigua casa en Mariscal ya no era la misma. Mientras cocinaba y Emma le ayudaba, no faltaron las miradas y  los roces que despertaban sus instintos animales. El pensamiento de Emma comenzó a sucumbir y a prepararse para el ritual de amor. Mientras Cris jugaba en la terraza, Daniel la tomó con todo lo que tenía, hasta culminar con todo.

Daniel continuó durmiendo con ella y poco a poco fue abandonando la frágil relación que tenía con Jenny. Y así continuaron, sumergidos en una pasión desenfrenada de la que solamente la habitación de Daniel era testigo.

 

En ese tiempo Emma se dedicó a continuar sus estudios de italiano y de inglés. Presentó además, un nuevo proyecto de tesis que el asesor le devolvió después de leer el título y sin siquiera leer un solo párrafo. Emma salió de la oficina bastante molesta y por segunda vez le dio un último lugar al tema de terminar su tesis.

El colegio donde estudiaba Cris lo habían cerrado en mayo debido a que el director no accedía a pagar extorsión. Como no tenía dinero para inscribirlo en un nuevo colegio, decidió enviarlo a la ciudad de Melchor de Mencos, en Petén, a que terminara el cuarto grado de primaria en la escuela de ese lugar. Sofía la había convencido de hacerlo y aunque Emma tenía algunas dudas de sus verdaderas intenciones, por fin accedió. Era obvio que las razones de Sofía iban más allá de la mera ayuda.

Si Emma lo enviaba, significaba que enviaría mes a mes dinero para su sostenimiento, el cual sería de gran ayuda para ella y su propia familia pues no contaba con nada más que una mediocre cantidad de dinero mensual que le proveía el padre de su hijo. Pero de todas formas Emma aceptó.

Emma conoció por esos días a un abogado quien le dio todas sus propiedades para promoverlas y vendió por fin el primer terreno, no era gran cosa y obtuvo un cinco por ciento muy bajo que compartió con Leonel. Después de eso dejaron de trabajar juntos. Ella comenzó a atender el negocio desde su casa mientras Leonel seguía dedicándose a sus otros negocios y su nuevo empleo en una entidad gubernamental.

Después de un par de meses sin vender nada Emma ya había acumulado muchas deudas y por fin vendió un segundo terreno del mismo abogado a un precio mucho más alto del que originalmente pedía, sin embargo, él no quiso darle la comisión completa, por lo que de nuevo, Emma continuaba peleando con sus demonios interiores y maldiciendo al destino que le fastidiaba la existencia.

–Idiota de mí –le dijo Emma a Daniel.

–Pobre de ti –le reiteró Daniel. Ese trabajo de Bienes Raíces está compuesto por lobos y animales carroñeros, ¿cómo es que no te habías dado cuenta? –Tu problema Emma, continuó Daniel–, es que crees en las personas. Las personas son seres egoístas, en ese medio la gente es avara, y me conmueve ver que se aprovechen de tu bondad. Por favor, olvídate de ese negocio para que ya no recibas más decepciones, vuelve a tu antiguo trabajo de encuestas y por otro lado, por favor ya gradúate para que tengas mejores oportunidades.

Cuánta razón tenía Daniel. Aprendió que la honorabilidad de las personas, “la palabra” que antaño tenía tanto poder, en el presente se había convertido en una palabra relativa,  para cada uno tenía un significado totalmente diferente.

La impiedad, la avaricia, el engaño y el egoísmo describían perfectamente el negocio de los bienes inmuebles, según Emma.

Y con Daniel, algo había cambiado. Emma dejó de llamarlo tanto y dejó que fuera solamente él quien la buscara. Daniel estaba a punto de cerrar su carrera y Emma lo apoyó en todo lo que pudo. En sus peores momentos de escasez Daniel le proveyó todo lo que necesitaba y vivía pendiente de su salud y del bienestar de Cris. Daniel tomó las riendas de la relación tratando de arreglar algunas cosas.

–Emma, sabes bien que desapruebo tu forma de vestir. Sé que has cambiado tu look para llevarme la contraria y romper todo lo que tiene que ver conmigo. La forma en que una mujer se viste es un lenguaje para los hombres, les dice hasta dónde están dispuestas a llegar, si una mujer muestra es porque quiere vender. Es una invitación abierta para que la busquen sexualmente.

–No lo había visto de esa manera –le contestó–. Pero no cambié para romper nada contigo. La verdad lo hice para impresionarte, quería que cuando me vieras te pareciera que aún era bonita. Pero fue al revés, lo desaprobaste por completo.

–No te lo estoy exigiendo, es solo un consejo. Vuelve a ser la de antes, para mí resultas más atractiva.

Poco a poco Emma volvió a cambiar su apariencia, así mejoró la relación y el panorama de ese círculo de dolor y posesión, comenzó a dar un giro. Su amistad se volvió más sana y basaban su relación en algo más poderoso que la sola pasión.

En noviembre cuando finalmente Daniel cerró su carrera lo celebraron en su casa con mucho amor en la cama. Las cuatro paredes de siempre los envolvían en una sola dicha. A pesar de los desafíos, el mundo sentimental de Emma había cambiado. El único que no salía afectado al fin de cuentas era Cris, a quien ambos amaban profundamente. Pero, ¿cuánto duraría?, ¿qué otra mala jugada de la vida le esperaba a Emma?

Terminó el año Baktun y Emma continuó buscando nuevas oportunidades de trabajo. Sus esfuerzos con la venta de los inmuebles no le daban los frutos esperados. ¡Vaya! Pensaba Emma, ¡y yo que tenía tantas esperanzas en el año baktun! Que estupidez tan grande. Cuando el sol comenzaba a brillar, una nueva nube gris lo ocultaba. Aunque en apariencia su vida con Daniel mejoraba, Emma comenzó a tomar conciencia de lo que sucedía, se dio cuenta de que el amor de Daniel ya no era suficiente para alimentar las ansias que ella sentía.

El segundo día de enero, Emma le escribió a Daniel una mañana.

–Hagamos una locura hoy, vamos a algún pueblo lejano, dormimos allá y volvemos mañana.

–No puedo, ya me comprometí, además no tengo dinero. Lo siento.

Así de simple fue su respuesta.

Durante su vida Emma se había caracterizado por ser una mujer espontánea, prefería no planificar, pero las respuestas desabridas de Daniel la habían vuelto reprimida. A veces, trataba de ser la de antes, inventando locuras, pero siempre topaba con pared. Eso debía terminar.

Daniel le dijo a Emma que se iría a la ciudad de Cobán a la laguna de Lachuá con unos amigos que lo habían invitado. Ella no le contestó nada porque le dolía todo lo que habían perdido. Intentó llamarlo los siguientes cuatro días y jamás contestó.

Seis días después la llamó y ella, olvidando su decepción, aceptó verlo.

La tomó como si en años no hubieran estado juntos. Era su forma de pedir perdón si había hecho alguna travesura. Daniel se volvía intenso y ella se olvidaba de la rabieta. Pero antes de salir de la habitación Emma abordó el tema.

–¿Con quiénes fuiste a ese viaje?

–Al final ya solo fui con una amiga –le contestó.

–¿Y esa amiga tiene nombre?

–No sé si la conoces.

–¿Dormiste con ella?

–¡No!

–Daniel, desapareciste de mi radar seis días, no contestaste mis llamadas ni mis mensajes. ¿Ahora dirás que no pasó nada entre ustedes, pero se pasaron todo ese tiempo solos en alguna montaña de Cobán? ¿Y para arreglar las cosas me haces el amor después que estuviste con ella?

–¡No! No son así las cosas, no pasó nada entre nosotros. Solo somos amigos. Los otros compañeros no llegaron y solo quedamos nosotros, y ya que estábamos en la terminal de buses no quisimos regresarnos. La familia de ella vive allá. Ella durmió en su casa y yo en un hotel.

–Pensé que no tenías dinero, ahora dirás que ella te pagó el hotel.

–No, yo fui con gastos pagados.

Daniel tomó su teléfono y comenzó a mostrarle fotos a Emma, así supo quién era su acompañante, la ex novia de su mejor amigo.

–¿Quién les tomó las fotos si solamente iban ustedes dos? ¿La chica con la que sí dormiste en la tienda?

–Encontramos unos extranjeros. Yo dormí solo en la tienda de campaña, no cabe nadie más.

–¿Y los extranjeros se unieron a su fiesta?

Daniel trataba de conservar la calma y respondía a todas sus preguntas agresivas, pero se tropezaba con cada respuesta que le daba.

–Sabes qué Daniel, no tengo derecho a preguntarte lo que haces. Dices que eres feliz y que la libertad que tienes es todo lo que necesitas.

–No pasó nada Emma, lo juro por Dios.

–Sí, claro, sabes qué yo no quiero saber más, de acuerdo.

Emma tomó sus cosas y se escondió de Daniel. Pero esta vez Daniel no le había mentido.

Los amigos y amigas de Daniel, así como la academia, lo habían cambiado, pero Emma habría esperado que tomados de la mano caminaran hacia esa nueva transformación, hacia esa nueva forma de pensamiento, hacia esa nueva forma de ver la vida. Él se soltó de su mano, y caminó solo por veredas que antes no conocía y que sus amigos le presentaban como extraordinarias.

Todo ese nuevo yo construido con el pensamiento sociológico lo perdió, lo alejó de Emma, toda esa contradicción de su religión, mezclada con el matriarcado de su casa y la libertad en la cual deseaba vivir, fueron los ladrillos que Daniel usó para construir una enorme muralla en torno a sí mismo y dentro de la cual vivía; y ese era el espacio al que Emma ya no podía acceder.   

“El día que una mujer pueda no amar

con su debilidad sino con su fuerza,

no escapar de sí misma sino encontrarse,

no humillarse sino afirmarse,

ese día el amor será para ella,

como para el hombre, fuente de vida

y no un peligro mortal”

Simone de Beauvior

 

 

Pocos días después, antes del amanecer, Daniel le escribió a Emma.

–Por favor no me hagas daño, cuando te ausentas sé que estás tramando algo. Perdóname.

Y Emma lo perdonó de nuevo.

Para entonces muchas cosas habían cambiado en la vida de Emma y de su familia. Ahora tenía una nieta, Megan, hija de su hijo Pablo,  era como un radiante sol, blanca, cabello castaño claro y hermosas pequeñas pecas que apenas podían verse. Pablo y Alison se habían casado ya y Dulce se había dedicado al maquillaje profesional, el cual le proveía grandes ganancias. Cris había cumplido ya catorce años y continuaba como siempre siendo un chico de gran corazón, servicial y amoroso con su madre y sus hermanos. Los hijos de Sofía habían conseguido beca en una escuela privada de Belice y eran candidatos a ser elegidos para estudiar en Inglaterra.

La madre de Emma continuaba viviendo en el pueblo de Melchor y había arribado ya a sus ochenta años. Emma había logrado por fin perdonarla y su corazón no abrigaba por ella ningún rencor. Sofía había superado sus crisis emocionales y había logrado algún cambio, pero su relación de hermanas nunca llegó a ser completamente buena.

Y las noticias de amores lejanos llegaron a oídos de Emma a través de una amiga que había visto a Javier en una entrevista que le hizo para trabajar en una filial de Guatemala. –Tiene un hijo con Dana –le dijo a Emma. Pero el niño tiene leucemia y está pronto a morir. Esa noticia sacudió el corazón de Emma al recordar lo que le dijo a Dana muchos años atrás: –la vida siempre pasa la factura.

Daniel dejó de ir a la Laguna y le pidió a Emma que lo llevara al hospital de psiquiatría que estaba visitando Dulce, pues ella había desarrollado esquizofrenia y la estaban tratado. Daniel deseaba intentar algunos cambios y pensó que podrían ayudarlo. Así que ella aceptó llevarlo. Durante tres meses lo acompañó a sus citas. Comenzó a amar a Emma de otra manera.

Emma por su parte le había pedido a Daniel que se dieran un tiempo sin el desenfreno de sus noches apasionadas y él aceptó esperando que el tiempo dijera todo. Durante ese año continuó estudiando italiano, abrió una academia en su casa para dar clases de inglés y tutorías a los niños del vecindario y alfabetizó a algunas personas adultas. Buscó nuevos pasatiempos y se alimentó mucho con nuevos conocimientos. Comenzó a seguir a un italiano que le resultaba fascinante, Daniele Penna, y a varios conocedores del mundo espiritual como Barbara Amadori y Manuela Pompas. Ese nuevo conocimiento le ayudó a encontrar en ella misma cosas que no había logrado ver, a despojarse de sus demonios y de su mediocridad. La debilidad de su amor la convirtió en fuerza. Una nueva fuerza que la hizo un nuevo ser humano, que le dio sentido a su vida.

Y de nuevo, puso sobre la mesa de Daniel el asunto de estar juntos.

–Daniel, ya pasaron diez años y yo, aunque no he pensado retomar mi fe, pienso que sería más sano que vivamos juntos aunque no estemos casados.

–Dame tiempo Emma, solo dame un poco más de tiempo, es una decisión difícil y necesito pensar.

–De acuerdo –le contestó Emma.

Daniel y Emma se veían con mucha frecuencia para pasar tiempo con Cris. Pero hasta qué nivel había cambiado Daniel y hasta cuánto sería capaz de ceder, ella no lo sabía.

El último día del año, Emma confrontó de nuevo a Daniel con el mismo cuestionamiento.

–¿Estás pensando en lo que te dije?

–¡No, no estoy pensando en eso! Fue la respuesta seca de Daniel. –¡Lo siento, creo que no puedo! Perdóname Emma, no puedo casarme contigo, o vivir contigo ni con nadie. No merezco que me trates bien. No he sido para nada un santo y la culpa me consume cuando me tratas con tanto amor. Has cambiado drásticamente, ahora me siento como un extraño. Hay cosas que tú no podrías nunca comprender. No me voy a detener a darte las razones por las que lo nuestro es mejor que acabe, tú ya las habrás adivinado. Solo por favor no me odies. Te amo Emma, no como tú has querido. Más allá de que sea bueno o malo, la decisión que estoy tomando la tomo por amor. Por favor no me odies, déjame recordarte en un bosque encantado, con un olor a tortilla, una camisa limpia, una vela encendida. Quiero recordarte así, con lo mejor que me has dado.

Mientras decía sus últimas palabras el corazón de Daniel languidecía, se veía claramente sumergido en una terrible desolación. Los árboles que en otro tiempo floreaban mientras estuvo con Emma cambiaron de color y sus hojas tapizaron por completo el jardín de su corazón. Su habitación se oscureció y su alma se cerró.

El dolor había desaparecido en el corazón de Emma. Ella lo amaba y sabía que él la amaba con la misma intensidad, al grado de sacrificar su amor antes de enfrentarla con el dedo del escarnio de su familia y de sus amigos.

La hermana de Daniel estaba por casarse por lo que habían comenzado a presionarlo para que llevara también una novia a casa. Por supuesto, una novia a la medida, que cumpliera con los estrictos estándares sociales que su madre le imponía.

–No puedo darte gusto a ti –le dijo a Emma–. Ni le daré gusto a mi madre. Me quedaré solo.

En su diario Emma describió su plática final así: “Y mientras Daniel permanecía sentado sobre su trono y yo inclinada ante él, las paredes del templo comenzaron a caer en sintonía con los latidos de mi corazón.  Se levantó y con su cetro tocó el piso sobre el que yo me encontraba diciendo sus últimas palabras. Me levanté e hice mi última reverencia. Le di la espalda y comencé a caminar, mientras él continuaba de pie viéndome partir. Caminé hasta la puerta y todo se desmoronaba tras de mí.  El templo dentro del cual yo había erigido su altar por fin se desplomó.

Emma desapareció de la vida de Daniel y se escondió para que él no la encontrara. Si el recuerdo era el único lugar donde quería tenerla, ese lugar era el que ella le daría. Tomó el libro que contaba la historia de su vida juntos y lo selló. Entró de nuevo a la habitación donde duermen los recuerdos pasados y depositó el libro en un hermoso cajón de madera tallado con flores de malva y margarita, mientras tomaba el valor para dejar también allí su corazón.

 

 

–Eso fue todo –Dijo Daniel con lágrimas en los ojos–. Ella no volvió.

–¿Qué fue lo que realmente sucedió Daniel? –Preguntó Rebecca.

–Fue un misterio. Ella quería alejarse un tiempo, hizo planes para viajar y sus hijos estuvieron de acuerdo con que necesitaba ese espacio lejos. Tomó un bote que la llevaría por las costas de Belice, pero algo salió mal, dijeron que el bote se hundió, ella jamás llegó a ningún puerto, simplemente desapareció. Recuerdo muy bien esa noche.

Estaba en mi habitación y me despertó el olor a tortilla. “Cuando viví en mi antigua casa de Mariscal donde pasamos tantas noches con Emma, le pedía que cocinara en aceite las tortillas de maíz y ella siempre me complacía”. Me levanté y abrí la puerta pensando que algún compañero de la casa de estudiantes estaba cocinando. Pero no había nadie. La vela de mi habitación se apagó y tuve que encenderla de nuevo un par de veces. Me acosté, cerré los ojos y al hacerlo claramente Emma estaba allí, doblando la ropa que acababa de lavar, el olor a frescura y limpieza eran tan reales. Abrí los ojos y la habitación seguía oscura, a excepción de la leve luz que se desprendía de la vela que yo tenía encendida.

La voz de Daniel se quebró e hizo una pausa en su relato. 

–Sabía que algo no estaba bien. Me levanté de nuevo, encendí la luz y busqué el disco que me había regalado en la navidad anterior. Aún no lo había escuchado. Emma me había dicho que se trataba de un pianista famoso. La primera melodía era “Kiss the rain” me conmovió tanto y no entendía por qué, pero en un instante mis ojos se inundaron de lágrimas. Sentí una terrible opresión en mi pecho. Decidí que a la mañana siguiente la buscaría y le pediría que se casara conmigo. Fui tan egoísta, pero un amor como el suyo yo no lo encontraría jamás. Después de todo el tiempo en que ella se escondió de mí, entendí cuanto la amaba. Mi madre, mi familia y el qué dirán dejaron de importarme, sólo sería libre amándola. Me uniría a ella por esta vida y cuantas existieran, era en lo único que pensaba esa noche. Pero fue tarde.

Rebecca lo escuchaba con atención.

–La búsqueda duró un par de semanas. Un año después fue declarado su deceso formalmente en una ceremonia. Nadie podía creerlo. Renté un pequeño bote y partimos con Dulce, Pablo, Alison y Cris. Llegamos al supuesto lugar del hundimiento. Saqué el anillo que una vez me había vendido el chico en mi pueblo y lo dejé caer en el mar. Si ella estaba allí, lo encontraría.

–¡Oh Daniel! sí fue una historia de amor –dijo Rebecca.

–Me has preguntado porque no me casé –Continuó Daniel–. Tuve algunas relaciones después, pero lo que dicen es muy cierto. “La muerta es la perfecta” nadie lograba superar las virtudes de Emma, porque con el tiempo yo había dejado de recordar sus defectos.

Rebecca muy conmovida al ver a Daniel mientras recordaba ese trágico día, se levantó, se dirigió al bar y tomó una botella de vino tinto.

–¿Te sirvo una copa de vino Daniel?

– Sí, eso estaría perfecto –le contestó.

Daniel tomó la copa y recordó la ocasión en que pensó que Emma lo envenenaría y tontamente había intercambiado las copas.

–¡Por Emma! –Dijo Rebecca.

–¡Sí, por el verdadero amor! –respondió Daniel.

–Entonces apareció aquella misteriosa mujer, –continuó Daniel. Eliza creo que se llamaba. Me dio este libro que ella escribió y cuando comencé a leerlo vi que contenía esta historia, la vida de Emma. No me atreví a publicarlo como me lo había pedido ella, así que lo guardé. Leerlo una vez fue demasiado. Me llevé a Cris, tu padre, y vivió conmigo hasta que se casó. Se fue a Italia y me quedé solo. El me visitaba con la frecuencia que podía y lo visité en Italia otras tantas veces. Insistió en que viviera allá, pero yo siempre estuve seguro que Emma volvería, así que me establecí en este lugar.

–Bueno, creo que quizá tengas razón y ella un día vuelva. Leer este libro nos ha hecho bien a los dos. Pero ya es casi media noche y debes descansar –dijo Rebecca.

Se levantó y lo llevó a su habitación.

Cuando Daniel se quedó profundamente dormido, ella regresó a la sala, tomó el libro del sofá y lo abrazó. Su corazón estaba conmovido. Lo dejó sobre la mesa de centro, apagó la chimenea, cerró la puerta del jardín y dejó la casa a media luz, como le gustaba a Daniel.

El viento azotaba las cortinas del comedor con mucho ruido y Daniel se despertó. Se levantó despacio, tomó su bata azul desgastada, se la puso y salió. La puerta de la entrada estaba abierta y la silueta de una mujer se veía llegar desde afuera.

–¿Emma? –Preguntó Daniel.

Efectivamente, era Emma. Se acercó a Daniel y extendió su mano hacia él. En su dedo llevaba el anillo que Daniel había tirado en el mar. Él tomó su mano y la besó.

–Ahora vivo en un bosque encantado –le dijo.

La felicidad de Daniel jamás había sido tan completa. Salieron de la casa tomados de la mano. Esta vez no era un sueño, pues Daniel no volvió a despertar.

 

FIN

“El hombre y la mujer han nacido para amarse,

pero no para vivir juntos.

los amantes célebres de la historia

vivieron siempre separados”.

Noel Clarasó

 

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