Emma

Emma


CAPÍTULO XXXV

Página 37 de 59

CAPÍTULO XXXV

CUANDO las damas volvieron a la sala de estar, después de la cena, Emma se dio cuenta de que le era casi imposible evitar que se formaran dos grupos; tanta era la perseverancia con que juzgando y obrando equivocadamente la señora Elton acaparaba a Jane Fairfax y la dejaba a ella de lado; así pues, Emma y la señora Weston se vieron obligadas a estar todo el rato o hablando entre sí o guardando silencio juntas. La señora Elton no les dio otra posibilidad. Si Jane lograba llegar a contenerla un poco, ella no tardaba en volver a empezar; y aunque la mayor parte de lo que hablaron era casi en susurros, sobre todo por parte de la señora Elton, no dejaron de enterarse de los principales temas de la conversación: la oficina de correos… pillar un resfriado… ir a recoger las cartas… la amistad… fueron las cuestiones que se discutieron largamente; y a éstas sucedió otra que resultaba por lo menos tan desagradable para Jane como las anteriores… preguntas acerca de si había tenido noticia de alguna colocación que le conviniera, y afirmaciones por parte de la señora Elton de que no dejaba de ocuparse de aquel asunto.

—¡Ya estamos en abril! —decía—. Me tienes muy preocupada. Junio ya está muy cerca.

—Pero es que yo no me he puesto como plazo ni el mes de junio, ni ningún otro mes… yo sólo pensaba en el verano en general.

—Pero ¿de verdad no te has enterado de nada que te convenga?

—Aún no he empezado a buscarlo; todavía no quiero hacer nada.

—¡Oh, querida! Pero nunca es demasiado pronto para eso; tú no te das cuenta de lo difícil que es conseguir exactamente lo que queremos.

—¿Qué no me he dado cuenta? —dijo Jane sacudiendo tristemente la cabeza—; querida señora Elton, ¿quién puede haber pensado en eso tanto como yo?

—Pero tú no conoces el mundo como yo. No sabes cuántos candidatos hay siempre para las colocaciones más ventajosas. Sé que hay muchas por las cercanías de Maple Grove. Una prima del señor Suckling, la señora Bragge, puede ofrecer infinitas posibilidades de ésas; todo el mundo estaba deseando entrar en su casa, porque pertenece a la sociedad más refinada. ¡Hasta tiene velas de cera en la salita donde se dan las clases![16] ¡Ya puedes imaginarte la categoría de la casa! De todas las familias del reino, la de la señora Bragge es la que yo preferiría para ti.

—El coronel y la señora Campbell ya habrán regresado a Londres para mediados de verano —dijo Jane—. Y tengo que pasar una temporada con ellos; estoy segura de que lo querrán. Luego, probablemente podré hacer lo que me parezca. Pero por ahora no quisiera que se tomara usted tantas molestias para buscarme un empleo.

—¿Molestias? ¡Ah! Ya veo qué reparos me pones. No quieres causarme molestias; pero te aseguro, mi querida Jane, que es difícil que los Campbell se tomen tanto interés por ti como yo. Mañana o pasado escribiré a la señora Partridge, y le encargaré que no deje de estar al cuidado de cualquier cosa que pueda interesarnos.

—Muchas gracias, pero preferiría que no le dijera nada de todo eso; hasta que no llegue el momento oportuno no quiero causar molestias a nadie.

—Pero, criatura, el momento oportuno ya está muy cerca; estamos en abril, y junio, o si quieres julio, está a la vuelta de la esquina y aún tenemos que hacer muchas cosas. Créeme, tu falta de experiencia casi me hace sonreír. Una buena colocación como la que mereces, y como las que tus amigos te buscarían, no sale todos los días, no se consigue en un momento; sí, sí, te lo aseguro, tenemos que empezar a movernos inmediatamente.

—Perdone, pero ésta no es mi intención, ni mucho menos. Todavía no quiero dar ningún paso, y lamentaría mucho que mis amigos lo dieran en mi nombre. Cuando esté completamente segura de que haya llegado el momento oportuno, no tengo ningún miedo de estar mucho tiempo sin empleo. En Londres hay oficinas en las que en seguida encuentran trabajo para quien lo pide… Oficinas para vender, no carne humana, sino inteligencia humana.

—¡Oh, querida! ¡Carne humana! ¡Qué cosas dices! Si es una alusión a la trata de esclavos, te aseguro que el señor Suckling siempre ha sido más bien partidario de la abolición.

—No quería decir eso, no me refería a la trata de esclavos —replicó Jane—; le aseguro que sólo pensaba en la trata de institutrices; y los que se dedican a ella ciertamente que no tienen la misma responsabilidad moral que los otros; pero en cuanto a la desgracia en que están sumidas sus víctimas, no sé cuál de las dos es peor. Pero lo único que quería decir es que hay oficinas de anuncios, y que dirigiéndome a una de ellas no tengo la menor duda de que muy pronto encontraría algo que convenga.

—¡Algo que convenga! —repitió la señora Elton—. Esto denota la triste idea que tienes de ti misma; ya sé que eres una muchacha muy modesta; pero son tus amigos los que no se contentarán con que aceptes lo primero que te ofrezcan, con un empleo inferior a tus posibilidades, vulgar, en una familia que no se mueva en un ambiente de cierta categoría, que no pertenezca a un círculo elegante.

—Es usted muy amable; pero todo esto no puede serme más indiferente; para mí no tendría objeto vivir entre ricos; creo que aún me sería más penoso; la comparación todavía me haría sufrir más. La única condición que pongo es que sea la familia de un caballero.

—Te conozco, te conozco; te conformarías con cualquier cosa; pero yo voy a ser un poco más exigente, y estoy segura de que unas personas tan buenas como los Campbell se pondrán de mi parte; con un talento como el tuyo tienes derecho a vivir en los ambientes más elevados. Sólo tus habilidades musicales ya te permiten imponer condiciones, tener tantas habitaciones como quieras, y compartir la vida de la familia en el grado en que te plazca; es decir… no sé… si supieras tocar el arpa estoy segura de que podrías pedir todo eso; pero cantas tan bien como tocas el piano; sí, sí, estoy convencida de que incluso sin saber tocar el arpa podrías imponer las condiciones que quisieras; tienes que encontrar un acomodo digno, conveniente y agradable, y lo encontrarás, y ni los Campbell ni yo descansaremos hasta haberlo logrado.

—No le faltan motivos para suponer que lo digno, lo conveniente y lo agradable puede encontrarse reunido en un mismo empleo —dijo Jane—; son cosas que suelen ir juntas; pero estoy decidida a no dejar que nadie haga nada por mí por ahora. Le estoy muy agradecida, señora Elton, estoy agradecida a todo el que se preocupa por mí, pero insisto en que no quiero que nadie haga nada antes del verano. Durante dos o tres meses más seguiré donde estoy y como estoy.

—Y yo —replicó la señora Elton bromeando— también insisto en que he decidido estar al acecho de una oportunidad y hacer que mis amigos lo estén también, a fin de que no se nos escape ninguna ocasión realmente excepcional.

Y así continuó hablando, sin que pareciese haber nada capaz de interrumpirla, hasta que el señor Woodhouse entró en el salón; entonces su vanidad encontró otro objeto en que aplicarse, y Emma oyó cómo decía a Jane, en el mismo cuchicheo de antes:

—¡Mira, aquí está mi queridísimo galán maduro! Si ha venido antes que los demás hombres, sólo es por su galantería, puedes estar segura. ¡Oh, es verdaderamente encantador! Te digo que lo encuentro de lo más agradable… ¡Oh, yo adoro esa cortesía tan original y tan a la antigua! Me gusta mucho más que la desenvoltura de ahora; la desenvoltura de ahora muchas veces me molesta. Pero este buen señor Woodhouse… Me hubiera gustado que hubieses oído las galanterías que me dijo durante la cena. ¡Oh, te aseguro que yo empezaba a pensar que mi caro sposo iba a ponerse pero que muy celoso!. Me parece que siente predilección por mí; se ha fijado en mi vestido. Por cierto, ¿te gusta? Lo eligió Selina… Es bonito, ¿verdad? Pero no sé si no tiene demasiados adornos; me horroriza la idea de ir demasiado engalanada… me horripilan las cosas muy recargadas. Claro que ahora tenía que ponerme unos cuantos adornos, porque es lo que esperaban de mí. Ya sabes que una recién casada tiene que parecer una recién casada, pero por naturaleza mi gusto es mucho más sencillo; un vestido sencillo siempre es preferible a todos los adornos. Pero me parece que en esto son pocos los que piensan coma yo; poca gente parece valorar la sencillez de un vestido… la ostentación y los adornos lo son todo. Se me ha ocurrido ponerle algún adorno de estos a mi popelina blanca y plateada. ¿Crees que va a quedar bien?

Apenas todos los invitados habían vuelto a reunirse en la sala de estar, cuando hizo su aparición el señor Weston. Había vuelto a su casa para cenar, aunque un poco tarde, e inmediatamente después de haber terminado se dirigió a Hartfield. Sus íntimos le habían esperado con demasiada impaciencia para que les produjera sorpresa, pero sí les causó una gran alegría. El señor Woodhouse estuvo tan contento de verle ahora como hubiese estado inquieto de verle antes. Sólo John Knightley quedó mudo de asombro… Que un hombre que podía haber pasado la velada tranquilamente en su casa, después de un día de negocios en Londres, volviese a salir y anduviese media milla para ir a una casa ajena, con el único objeto de no estar solo hasta la hora de acostarse, para terminar su jornada en medio de constantes esfuerzos para ser cortés y del bullicio de una reunión de sociedad, era un hecho que le dejaba totalmente asombrado. Un hombre que se había levantado a las ocho de la mañana, y que ahora podía estar tranquilo, que había estado hablando durante una serie de horas, y que ahora podía estarse callado, que había estado rodeado de mucha gente, y que ahora podía estar solo… Que un hombre en estas circunstancias renuncie a la tranquilidad y a la independencia de su sillón junto a su chimenea, y en el atardecer de un día de abril frío y con aguanieve, se lance de nuevo fuera de su casa buscando la compañía de los demás… Si haciendo una simple señal con el dedo hubiese podido conseguir que su esposa le acompañara inmediatamente de regreso a su casa, hubiese sido un motivo; pero su llegada, antes prolongaría la reunión que contribuiría a disolverla. John Knightley le contemplaba estupefacto; luego se encogió de hombros y dijo:

—Nunca lo hubiese creído, ni siquiera de él.

Entretanto, el señor Weston, incapaz de sospechar la indignación que estaba suscitando, feliz y jovial como de costumbre, y con todo el derecho que confiere un día pasado fuera de casa para que le dejen hablar, iba dirigiendo palabras amables a todo el resto de los invitados; y después de haber contestado a las preguntas de su esposa acerca de su cena, y de haberla dejado convencida de que ninguna de las minuciosas instrucciones que había dado a los criados, había sido olvidada, y después de comunicar a todos las últimas noticias de que se había enterado en Londres, procedió a dar una noticia familiar que, aunque iba dirigida principalmente a la señora Weston, no tenía la menor duda de que iba a ser de gran interés para todos los que estaban allí reunidos. Entregó a su esposa una carta de Frank que estaba destinada a ella; la había encontrado en su casa y se había tomado la libertad de abrirla.

—Léela, léela —le dijo—, tendrás una alegría. Sólo son cuatro letras, no te llevará mucho tiempo. Léesela a Emma.

Las dos amigas se pusieron a leer la carta juntas; y él se sentó sonriendo, y sin dejar de hablarles durante todo el rato, en una voz más bien baja, pero perfectamente audible para todo el mundo.

—Bueno, ya veis que viene; buenas noticias, creo yo. Bueno, ¿qué decís? Yo siempre te había dicho que no tardaría en volver, ¿es cierto o no? Anne, querida, ¿no es verdad que yo siempre te lo decía y que tú no querías creerme? Ya ves, la semana próxima en Londres… eso suponiendo que tarden tanto; porque la señora cuando tiene que hacer algo se pone muy impaciente; lo más probable es que lleguen mañana o el sábado. En cuanto a su enfermedad, desde luego no ha sido nada. Pero es magnífico volver a tener a Frank entre nosotros, quiero decir, tan cerca, en Londres. Creo que esta vez estarán bastante tiempo en la ciudad, y la mitad de su tiempo él lo pasará con nosotros. Eso es precisamente lo que yo deseaba. Bueno, qué, buenas noticias de verdad, ¿no? ¿Ya habéis terminado? ¿Emma también la ha leído toda? Bueno, pues ya hablaremos; ya hablaremos largamente en otra ocasión, ahora no es el momento. Sólo voy a informar a los demás de lo que dice en líneas generales.

La señora Weston estaba radiante de alegría; y así lo dejaban traslucir su rostro y sus palabras. Era feliz, se daba cuenta de que era feliz y se daba cuenta también de que debía serlo. Felicitó a su esposo de un modo entusiasta y sincero. Pero Emma no se sentía tan comunicativa. Estaba un poco absorta, sopesando sus propios sentimientos, y tratando de comprender hasta qué punto se hallaba inquieta; la impresión que tenía era que lo estaba bastante.

Sin embargo, el señor Weston, demasiado impaciente para ser un buen observador, demasiado locuaz para desear que los demás hablasen, se contentó con lo que ella le dijo, y no tardó en ir de un lado a otro para hacer felices al resto de sus amigos, para hacerles partícipes individualmente de una noticia que todos los del salón ya habían oído.

Como daba por descontado que la nueva iba a causar alegría a todo el mundo, no advirtió que ni el señor Woodhouse ni el señor Knightley quedaban demasiado complacidos con ella. Ellos fueron los primeros, después de la señora Weston y Emma, a quienes quiso hacer felices; luego hubiese comunicado la noticia a la señorita Fairfax, pero ésta se hallaba conversando tan animadamente con John Knightley que no hubiese sido correcto interrumpirles. Y encontrándose al lado de la señora Elton, cuya atención nadie retenía, se vio obligado a tratar de la cuestión con ella.

Ir a la siguiente página

Report Page