Emma

Emma


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La sincera confesión que Emma le hizo a su hermana de “ya no te puedo ayudar” una vez que dejó su trabajo, la hizo volver su corazón en su contra, pues tuvo que cambiarse de casa dos veces y pedir en la iglesia alimento para sobrevivir, eso no se lo podía perdonar. Y ahora tenía la oportunidad perfecta para vengarse, lo haría contra los hijos de Emma. Emma por supuesto, no se lo permitiría y en adelante, se volvió una casa de constante contienda; Emma la criticaba por la violencia que Sofía ejercía contra sus propios hijos y Sofía criticaba a Emma por su alcahuetería con los de ella. Era una batalla de no acabar.

Entre Sofía y Beatrice, la madre de ambas, sobraban día a día los insultos. Su odio no conocía fronteras, Sofía arremetía contra todos y todos estaban hartos de ella. Era cierto que cuando Emma regresó de su paseo por el mundo de los privilegiados, Sofía la había apoyado mientras encontraba un trabajo, y hasta le había dado la mano para trabajar en el mismo lugar que ella.

Pero eso no le daba derecho a tratar a sus hijos como ella quisiera, o a intentar siquiera darles una crianza diferente a la que Emma había definido. Sus reglas eran definitivamente diferentes. Sofía criticaba constantemente a los hijos de Emma y ella estaba verdaderamente cansada de esa situación. Dulce y Pablo se tomaron el cargo de proteger a Cris de los abusos de cualquiera de las dos locas y mantenían informada a Emma de todo lo que pasaba, bueno o malo.

 

Pablo, se adaptó sin problemas a la pobreza en la que de nuevo tuvieron que vivir. No tomaban agua por salud sino, porque era lo más barato, no podían darse el lujo ni siquiera de un refresco. Fueron días duros, pero como decía la película de “El cuervo”, “no podía llover para siempre”. Dulce se inscribió en una escuela por correspondencia y Emma estuvo de acuerdo.  Así no perdería el año de estudio. Fue muy dedicada y terminó bien ese año. Pablo aceptó el colegio e hizo su mejor esfuerzo por estudiar a pesar de las peleas en casa y a pesar de la ausencia de Emma, quien volvía de la Universidad alrededor de las nueve y a veces encontraba despiertos a sus hijos, cuando no, solo le tocaba contemplarlos mientras dormían.

“Amo como ama el amor.

No conozco otra razón para amar que amarte.

¿Qué quieres que te diga además de que te amo?,

si lo que quiero decirte es que te amo”

Fernando Pessoa 

 

 

 

 

 

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Todo marchaba bien en el nuevo trabajo que tenía Emma. Comenzó haciéndose amiga de Iris quien la invitaba a la mesa con sus mejores amigos en las horas de break. Cuando el año comenzó Emma ya tenía un par de pretendientes en el proyecto, a quienes ahuyentaba con sus groserías y pedantería, cosa que a sus nuevos compañeros les resultaba en gracia.

En una ocasión, cuando se preparaban para subir a la cafetería, la sonrisa de alguien llamó la atención de Emma, se volteó y estaba allí, su nuevo amigo Daniel, recostado en la orilla de una mesa, platicando placenteramente con Iris. Hasta ese momento no se había sentido atraída por ningún hombre; lo dibujó con su mirada y le escaneó hasta el alma. Su nariz era perfecta, sus brazos velludos, sus manos eran blancas y terminaban en unos finos y delicados dedos, era delgado, de estatura media, llevaba puesta una camisa a cuadros arremangada y jeans azules; de su cabellera corta colgaba un pequeño mechoncito enfrente.

Sus ojos eran claros como la miel, o al menos así le parecieron a Emma, y sus cejas eran espesas y bien construidas. Su barba se asomaba como una sombra, volviéndolo totalmente irresistible. Él ni siquiera se percató de que Emma lo observaba. Le parecía extraño fijarse con tanto detalle en un hombre, porque ya había pasado más de un año desde su separación con “el innombrable” (así bautizaron a Javier en casa pues estaba prohibido hablar de él) y la última cosa que pasaba por la cabeza de Emma era una nueva relación. La posibilidad en realidad era remota.

La costumbre de verse con Daniel y de compartir ocho horas diarias de trabajo sentados uno junto al otro, los condujo a encontrarse fuera de la oficina solos o con otros amigos; comenzaron a compartir más de sus vidas y a formar lazos más estrechos. Se entendían muy bien. Descubrieron además que tenían muchas cosas y gustos en común. Emma le contó a Daniel la historia de su vida sin mayores detalles, apenas pinceladas, pues no le gustaba revelar sus secretos y verdades. Solo sería una simple historia, la contaría una sola vez y luego la olvidaría con el tiempo. Daniel se sentía tan a gusto con Emma, que no le fue difícil susurrar en sus oídos los episodios más ardientes de su última relación. Cada detalle que él le revelaba despertaba en Emma el deseo de poseerlo en todos los sentidos. Después de diez meses de sórdidas historias, la hoguera de pasión entre ambos comenzó a arder. Por fin Daniel condujo a Emma hacia el lugar que se convertiría en su nido de amor.

En una tarde de principios de octubre, Daniel esperaba a Emma. Cuando ella bajó del autobús, él tomó su mano y caminaron a su casa. Se detuvieron frente a un portón negro y luego entraron; caminaron por un estrecho pasillo de piso de cemento. La casita donde vivía Daniel estaba al fondo. Era una casa de dos niveles, al subir las gradas había un pasillo de madera, la primera habitación era la de Daniel, luego seguían las habitaciones de sus dos primos, Mauricio y Juan Luis.

 

Julio, el hijo del dueño de la casa, dormía en la habitación del primer nivel, al lado de la cual había una pequeña sala y el comedor–cocina. La primera cosa que hizo Daniel fue mostrarle el lugar a Emma. La habitación de Daniel era pequeña y simple, la pared estaba pintada de color lila, probablemente antes había pertenecido a alguna chica. Había una cama matrimonial de color azul con flores doradas que tenía varios años de uso y estaba cubierta por una sábana de color melón también desgastada por el tiempo. Un gran oso que le había regalado una antigua novia le servía de almohada. En la pared, la fotografía de su madre y de él en su graduación de bachiller y un calendario. Junto a la cama había una mesita de noche de madera y sobre la misma, una pequeña lámpara. Toda esa sencillez le parecía a Emma suficientemente acogedora. Se sentaron para escuchar algunas canciones, luego bajaron con la intención de estudiar matemáticas para preparar el examen de ingreso de Daniela la universidad, pero antes, comenzaría todo con un almuerzo.

Daniel tenía en su refrigerador vino blanco y cocinaron un delicioso pollo en salsa de hongos. La plática transcurría sin que Emma le pusiera mucha atención, se concentraba en lo que sucedería después de un rico almuerzo y una botella de vino; lo más seguro era que no serían capaces de sentarse a estudiar. Hacía casi dos años que Emma no tomaba vino, así que le pareció exquisito. Después de terminar la botella Daniel la llevó a su habitación, la acostó en la cama y se sentó junto a ella. Emma llevaba puesto un pequeño vestido azul de diminutos puntos amarillos, era la segunda vez que lo usaba, un antiguo regalo del innombrable. Pensó que esa tarde de octubre sería especial, así que se lo puso con la intención de ser despojada de él por las manos de Daniel. Después de una hora dormida, Emma abrió sus ojos y se sentó, allí seguía Daniel, junto a ella, escuchando música y observándola. Ninguno de los dos daba el primer paso.

Emma se acercó a la boca de Daniel y recibió el beso más dulce que jamás había recibido en su vida. Con su mano derecha, Daniel levantó poco a poco el vestido de Emma acariciando su pierna izquierda. Si ella pensaba que sabía todo sobre el amor que equivocada estaba. Todo en Daniel era perfecto.

Esa habitación se convirtió en un verdadero paraíso terrenal, incontables amaneceres los encontraron desnudos entre las sábanas de esa cama, la enorme frecuencia de sus apasionados encuentros los condujo a insospechados caminos, cruzaron todas las fronteras. Se dice que hacer el amor es un arte, pero es un arte que no puede enseñarse, es uno que cada pareja construye para sí, es un nuevo idioma a través del cual dos cuerpos llegan a entenderse, un velo de profunda extasía que envuelve a dos almas. Dejaron de contar los meses que se convirtieron en años; nunca dejaron de explorar nuevas ideas, no dejaron espacio alguno sin ser explorado, se volvieron uno; era una relación que contenía todo, pasión, entrega, lealtad y amor profundo. Nada sería capaz de arrebatarles algo tan hermoso pensaba Emma, pero no contó con que afuera de esa habitación los asecharían la envidia, el qué dirán y la presión social. Les tocaría luchar contra sus propias familias y sus propios amigos. Tomarían decisiones trascendentales que los obligarían a renunciar o a seguir, los volverían fuertes o los convertirían en cobardes. Así, al mismo tiempo que florecía el amor, la hierba mala crecía despiadada con el mismo ritmo.

–Es una hermosa historia de amor. ¡Realmente tú y Emma se amaron Daniel! –Exclamó Rebecca entusiasmada–. Mi padre me había dicho que ella te amó mucho, pero sin detalles. Que cuando murió tú te quedaste a cuidar de él hasta que se graduó. Estuviste en su boda y en todos los acontecimientos importantes de su vida. Cuando yo nací estuviste allí.

–Cuando tú naciste tuve un motivo más para continuar. Eres igual a Emma. ¿Te lo he dicho antes?

–La verdad Daniel, siempre que me ves me lo dices.

Ambos rieron.

–Sí, quedarme con Cris fue lo que me dio la fuerza para continuar, y luego tú.

Rebecca se levantó para traer algunos camarones que a Daniel le encantaban. Mientras el pensamiento de Daniel volvió de nuevo a esa casa. Recordó esa primera vez y a Emma con su pequeño vestido azul, la forma en que se miraban antes de ese primer beso que tomó por sorpresa su joven corazón. <Sí, cuanto la amé> pensó.

–Bien –dijo Rebecca–. Continuemos.

 

El primer año que Daniel y Emma estuvieron juntos fue de acoplamiento, los malos entendidos y las peleas por celos abundaron, sus compañeros de trabajo reprobaban su relación y comenzaron a ejercer una gran presión sobre ellos. Emma no tenía problemas con que supieran de su relación, así que si le preguntaban directamente decía que sí. En cambio Daniel lo negaba rotundamente porque la mayor presión la ejercían sobre él. Dejaron de comer juntos en las horas de receso porque sus amigos se tornaron demasiado ofensivos contra Emma. Perdieron la amistad de Iris en cuanto se supo de su relación, a pesar de que Daniel se lo negó para que no se molestara, ella era su amiga, tenía novio pero estaba enamorada de Daniel.

Habladurías iban y venían, el único refugio que ambos tenían era la habitación de Daniel, fuera de ella, el ambiente que los rodeaba era un infierno. Margarita, una prima de Daniel que trabajaba con ellos, se encargó de que la familia de Daniel se enterara de que él salía con “una mujer que tenía tres hijos”. La madre de Daniel había sido criada de una manera conservadora, misma crianza que había dado a sus hijos, el único rebelde que se había salido de su hogar para vivir solo y lejos del pueblo había sido Daniel.

Brenda, la madre de Daniel, no conocía a Emma pero gracias a las historias de Margarita, sentía mucho odio hacia ella. En ocasiones, cuando Brenda llamaba por teléfono a Daniel le preguntaba si Emma estaba allí en la casa acompañándolo, “¿estás con esa?” era la pregunta confrontativa que le hacía, y él siempre lo negaba para evitar discusiones innecesarias.

Transcurridos cuatro meses de relación, se enteraron en casa de Emma y comenzaron a contender también

contra ella. Si Emma no iba a dormir a su casa su madre la trataba de “irresponsable y caliente”, pues prefería irse a dormir con un hombre antes que estar con sus hijos. A Sofía le molestaba la diferencia de edad que había entre Emma y Daniel y con frecuencia le decía a Emma que él la abandonaría tarde o temprano por una chica de su edad.

–No deberías dedicarle tanto tiempo, vas a ver que te va a dejar, solo haces el papel de tonta, mientras tenga de ti lo que él quiere (sexo), todo va a ir bien, no te conviene, deberías dejarlo, buscarte a alguien más viejo o de tu edad.

Sus constantes reproches terminaban siempre en discusiones. Dulce y Pablo no se metían; de hecho, la respaldaban, le daban ánimos para que continuara porque solo querían verla feliz. La única cosa que les molestaba era la pobreza de Daniel, pues ellos habrían deseado que Emma se buscara un hombre con mucho dinero para volver a tener lo que habían perdido. Emma les explicó tantísimas otras veces a sus hijos que ella no buscaría a un hombre con dinero nunca en lo que restaba de su vida porque “el dinero y el poder corrompe a los hombres y el mejor ejemplo era el innombrable” les decía. En cuando a Cris, era apenas un pequeño de tres añitos que encontró en Daniel el padre que no tenía y Daniel en él el hijo que le habría gustado tener. Cuando Emma los presentó en un diciembre fue amor a primera vista, ambos se quisieron desde ese momento y cultivaron una relación real de padre–hijo, que aunque tendió a cambiar con el tiempo, el amor que sentían entre uno y otro se mantuvo incorruptible.

Después que se conocieron, los fines de semana dejaron de ser para dos.

 

En su primera navidad Daniel le escribió a Emma una nota que describía en breves palabras cómo era y sería su primer año de relación, un continuo ir y venir de “perdón” y “gracias”. La nota decía: “…Emma, gracias por dedicarme tiempo, comprensión y paciencia. Perdón por mis asperezas y malos tratos…Tengo tanto que agradecerte pero sé en dónde decírtelo y cómo. Mi Emma, gracias por llenar “ese breve espacio”. La verdad era que Emma quería muchísimo a Daniel, pero había un deje de crueldad dentro de él que ejercía con gran maestría contra ella.

Para mayo habían

despedido a muchos compañeros del proyecto en el cual estaba Daniel y la excepción no había sido él. Una semana antes de su cumpleaños lo llamaron de Recursos Humanos para darle las gracias. Fue un golpe bajo cuyo autor tenía nombre y apellido, su supervisora, Alba. Ser despedido por razones injustas o por razones ilógicas no es algo que uno se trague y ya, tiene sus implicaciones emocionales fuertes. Esa tarde Emma no fue a estudiar, se quedó en casa con Daniel dándole  ánimos para buscar algo mejor.

Después de esa tarde, Daniel le escribió una carta a Emma para agradecerle por su apoyo. Emma la leyó sin decidir cómo sentirse, si halagada o decepcionada “Emma, tú eres mi amiga. Presumir es una palabra fuerte y una acto arrogante en cierto modo…quizá esté mal que lo diga pero yo nunca he sido una persona presumida… te preguntarás porqué te digo estas cosas. Quiero que sepas que por personas como tú estoy feliz en estos momentos duros y te juro el dolor no se siente mucho, gracias porque yo puedo presumir que me tendiste la mano y además tu corazón que estaba muy golpeado y quiero que sepas que el corazón más bello no es aquel que está intacto, completo, sin cicatrices, no, el que está tan incompleto, tan lleno de cicatrices y tan remendado como el tuyo es el mejor. Lo que quiero presumir es eso, tenerte a mi lado como amiga confidente, como la persona que escucha y aconseja. Gracias por todo lo que haces por mí, que la verdad, no sé si lo merezco, pero tú y yo sí podemos darnos el lujo de presumir de tener una amistad enorme que no conoce fronteras ni límites. Gracias, gracias, por compartir tu valioso tiempo conmigo, te quiero y mucho, lo mejor de la empresa fue habernos conocido.”

La mente perpleja de Emma hizo a un lado todas las bondades de las que Daniel hablaba, y se concentró en una sola cosa, ella sólo era su amiga. Comenzó a pensar en todas las cosas que incluía su relación a la que él acababa de tildar de “amistad enorme”, que fuera de la pasión que los consumía, a Daniel no le faltaban sus deliciosos almuerzos bien preparados o ropa bien limpia. Emma jamás le dijo lo hiriente que le había parecido su carta, se la agradeció y guardó el dolor en el fondo de su corazón para que no afectara su noviazgo, su relación o su amistad, como él prefería llamar a esa pasión y a esa entrega en la que estaban sumergidos.

En diciembre Emma y Daniel recibieron juntos el pre–universitario, encontraron una chica que estaba inscrita y no lo tomaría, así que Emma se hacía pasar por ella para recibir las clases de matemática con Daniel y poder apoyarlo para que estudiara, aunque ella ya había terminado su tercer año en la Escuela de Ciencia Política. Tuvieron éxito en su meta porque finalmente Daniel pasó los exámenes y estaba listo para inscribirse el siguiente año.   

Se decidió por la misma escuela en la que estaba Emma, pero estudiaría sociología. Así que ese diciembre pasaron más tiempo juntos que en los meses anteriores. Era su segundo fin de año juntos y como en el anterior, pasó la víspera de navidad con Cris y Emma, pero no navidad ni año nuevo, a pesar de que ella le rogó que al menos el fin de año se lo dedicara.

El siguiente año llegó con problemas importantes en casa de Emma. En enero le dieron las gracias a Sofía en su trabajo, sin mucha explicación. Lo único que justificada su despido era la desastrosa relación que tenía con el Gerente General, Horacio quien la acosaba enviándole contenido pornográfico o contándole chistes obscenos que ella rechazaba y le reclamaba airada, él se burlaba de ella por pretender ser tan religiosa. Con el dinero de la indemnización Sofía compró dos lavadoras y una secadora e inició un negocio de lavandería que le daba poco, pues no encontraba trabajo en ningún lugar. Llegado marzo Emma ya no podía con la carga económica propia y de su hermana. Sofía la convenció para que de nuevo se fuera a Estados Unidos en busca de una oportunidad de trabajo que “alcanzara para mantener a todo el mundo”.

En el noviembre pasado había aparecido de nuevo en la vida de Emma “el innombrable” Había recibido un correo en el cual él le contaba a detalle todos los vejámenes que le había tocado padecer después que se alejó de su vida. Le escribió muchas veces y Emma trataba de ser condescendiente con él. Estaba viviendo en España. Había intentado un negocio propio en Costa Rica que sus socios habían llevado a la quiebra.

–Emma, he tratado de acercarme a mis hijos, pero Mónica y Paulina se niegan a permitirlo. Me quedas tú y mi hijo Cris. Déjame estar cerca de él, al menos escribirle, te enviaré algunos cuentos para que se los leas, dile que su padre está lejos pero que lo ama y lo lleva en el corazón.

Emma comenzó de nuevo a entrar en crisis emocional porque por un lado, estaba Daniel presente en la vida de Cris y él lo veía como su padre; era difícil para Emma explicarle al niño que su verdadero padre estaba lejos y que le enviaba su amor y cuentos cada noche. La verdad era que Emma sí le leía a Cris los cuentos, pero no le decía que se los enviaba su padre, sentía que estaba traicionando el amor de Daniel.  De hacerlo, se habría apartado de ella.

Emma le escribió a Javier su intención de viajar a los Estados Unidos pues estaban pasando por una situación difícil económicamente. Le pidió que le enviara dinero para Cris y otras carencias que tenía en ese momento.

–Javier, si pudieras enviarme algo de dinero para Cris y otras cosas que me están haciendo falta, sería de gran ayuda.

–Sí, el tema del dinero tenías que mencionarlo y arruinarlo todo –le contestó–. Para que lo sepas yo soy un hombre nuevo. He encontrado a Cristo, pero he pasado por muchas dificultades, tantas que no me alcanzaría el tiempo para contártelas, pero que te baste saber que en los peores momentos de mi vida he tenido que vivir de la caridad. Por fortuna, encontré un amor del cual no tengo ninguna queja y que me ha abrigado en mi pobreza y en mi miseria. Un amor del cual estoy seguro que tú nada sabes.

–Me da gusto Javier que hayas encontrado un motivo para seguir adelante. Yo siempre he tenido uno, se llama Cris y para que lo sepas también me ha tocado pedir cuando no he tenido comida para tu hijo. Me da mucha pena que hayas pasado por tantas dificultades, pero si te pido es porque tu hijo lo necesita. No creas que Cris va a comer de poemas, canciones y cuentos.

–No tengo dinero que enviarle. Lo mejor hubiera sido no volver a escribirte jamás. El dinero es lo único que te interesa. Esta será la última nota que te escribo.

–Entonces que así sea –le contestó Emma–.

Y en efecto, jamás volvió a escribir y Emma jamás se lo contó a Daniel.

La noche que por fin Emma decidió que irse sería lo mejor, estaba en casa de Daniel. Habían estado discutiendo el asunto acaloradamente, pues durante la discusión surgieron otros temas difíciles que los habían mantenido alejados.

Daniel puso una canción de Gianluca Grignani que siempre le cantaba a Emma, pero que esa vez le rompió el corazón.  “…sabes que llegar no cuesta tanto, lo difícil es permanecer… Para cada decisión suprema, una calle larga estrecha, caminaré, tan empinada, tan extrema, me la encuentro de frente siempre y tú ¿qué haces tú, para mantenerte en pie sin decaer?... Las lágrimas de Emma brotaban como surgidas de una inagotable fuente de dolor; Daniel la abrazó, se besaron y se quisieron como tantas otras noches. Había sido un encuentro con ellos mismos que les había hecho falta. Todo malentendido, desdén, aspereza o malos tratos quedaron enterrados esa noche, no los recordarían más. Daniel habían encontrado el lugar justo donde pedir perdón y donde ella lo perdonaba. Estaban a punto de decirse adiós por razones diferentes a su relación y no sabían si estaban preparados para enfrentar esa separación.

Pablo y Dulce no estaban felices con la decisión y a Cris no le decían nada del tema, era apenas un pequeño de cinco añitos. Emma se preguntaba cómo sería para sus hijos quedarse de nuevo solos, pues su madre y hermana no habían mostrado cambios importantes que la hicieran sentirse tranquila. Era una decisión extrema que se llevaría de encuentro la separación con sus hijos, con Daniel y con sus estudios. Lo que menos la asustaba era lo que sucedería estando en ese país del primer mundo donde los latinos indocumentados eran cazados por las autoridades. ¿Sería una larga separación de sus hijos? ¿Sería su adiós a Daniel? ¿Sería el final de su meta de tener un título universitario? No quería ninguna de esas tres cosas, así que pensaron con Daniel que lo mejor sería quedarse por un año hasta que las finanzas mejoraran y pudiera ahorrar un poco de dinero. Haría solamente una pausa, pero volvería pronto.

Una amiga de Sofía vivía en Virginia recibiría a Emma y la apoyaría para encontrar un trabajo. Emma compró su boleto y todo seguiría por inercia hacia un destino incierto. No lloró frente a sus hijos porque no les rompería el corazón, pero platicaron mucho de cómo debía ser su comportamiento mientras ella estuviera lejos y les prometió que volvería en un año.

La última noche en Guatemala Emma y Daniel se fundieron en una completa entrega, hicieron el amor intensamente y platicaron del futuro que le depararía a Emma en ese país lejano; no sabían si sería la última vez juntos, ni dejaron en claro nada. Para él, Emma seguía siendo su amiga y para Emma, él era el hombre de su vida. A la mañana siguiente Daniel preparó a Cris, desayunaron juntos y lo llevaron al colegio. Emma le dijo un adiós como siempre, pero no se atrevió a decirle que cuando volviera a casa ella ya no estaría.

–Cuando pregunte por mí –les dijo Emma a sus otros hijos– digan que me fui en un viaje de trabajo, que fue una emergencia, pero que volveré pronto.

Cris besó la mejía de Emma en la entrada del colegio y con su manita extendida se despidió. Emma se dio la vuelta y comenzó a llorar. Daniel la llevó abrazada de regreso a casa y le pidió que fuera fuerte, le prometió que cuidaría de Cris y no dejaría que nada malo le sucediera. Sus palabras fueron suficientes para consolarla. Emma tomó sus maletas y se despidió de Dulce, de Pablo y de sus sobrinos. Se fue con una sonrisa para que nadie sufriera. Una vez en el taxi, de nuevo volvió a llorar.

Llegaron al aeropuerto y se sentaron a esperar. Emma recibió la llamada de una amiga que era una evangélica extrema, Sara, había llegado al aeropuerto a despedirse de ella junto con otro de sus mejores amigos del trabajo, Armando, a quien Emma le decía “yerno” y quien le decía “suegrita”, pues Emma había tenido la ilusión de que se hiciera novio de Dulce, lo cual nunca sucedió porque ni siquiera logró presentarlos. Pero allí estaban ellos, Emma se sintió feliz de verlos y agradecida por su hermoso gesto. Armando y Daniel se quedaron platicando mientras Sara y Emma se fueron a un lugar menos concurrido.  

Sara le dijo a Emma cuanto la quería e hizo una oración por ella. Fue una oración que Emma mantendría en su cabeza durante mucho tiempo, porque de alguna extraña manera fue casi profética. “En el camino habrá dificultades, pero Dios abrirá puertas en tu vida y te enviará dos ángeles para cuidarte mientras estés lejos” Armando le regaló a Emma un rosario de madera precioso, y aunque ella no era católica, atesoró el regalo y estuvo colgado de su cama durante todo el tiempo que vivió en ese país. Llegado el momento de partir Emma y Daniel se abrazaron y se quedaron en esa posición durante un momento que les pereció eterno, Emma derramó unas cuantas lágrimas, pero Daniel solo estuvo pensativo.

–No te preocupes por Cris –le dijo–. Yo lo cuidaré bien.

Esas fueron sus últimas palabras.

Emma se fue a la salita de espera y luego llegó el momento de abordar. Sacó de su bolsa una nota que Daniel le había dado y que le pidió que leyera en el avión: “Gracias por todo Emma, quién lo diría llegar hasta donde estamos, pero este no es el fin, sino el comienzo para una nueva vida, más digna y justa para ti y tus hijos. Por mi parte he de agradecer todo lo que has hecho por mí y todo el tiempo que me has dedicado. Ahora te toca sacrificarte por tres grandes razones, tus hijos. Ahora estás solamente poniéndole pausa a tus planes, con la bendición de Dios, tu fuerza y voluntad saldrás adelante como siempre. Cuando llegue el momento de volver le darás de nuevo “play” con mayores ventajas. No olvides poner a Dios sobre todas las cosas, te quiero mucho y te voy a extrañar más de lo que te imaginas, pero a la distancia la vamos a engañar y a hacerle creer que no existe. Cuídate, yo aquí estaré pendiente de los niños, gracias de nuevo por todo lo que me has dado”. En unas horas Emma estaría durmiendo en un país extraño con gente extraña, lejos de todo lo que amaba y con enormes signos de interrogación en su cabeza sobre el futuro.

 

 

–Esa separación me devastó. Nunca dejé que Emma supiera cuanto la amaba. Siempre pensé que decirlo era más doloroso que guardármelo porque lo nuestro no podía ser.

–¿Por qué Daniel?

–Mi familia jamás la habría aceptado y yo temía que la lastimaran y por eso la mantuve siempre alejada.

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