Emma

Emma


PORTADA

Página 11 de 16

Daniel retrocedió de nuevo en el tiempo y pensó en una escena borrascosa con Emma quien le rogaba que le presentara a su madre. –¿Cómo sabes que no va a quererme?, al menos deberías intentarlo. –No Emma, conozco a mi madre, ella no te aceptará. –Entonces casémonos, muéstrale cuanto me quieres y me aceptará. Pero Daniel era sumamente terco. Dejó de discutir y no dijo una palabra más, mientras ella intentaba infructuosamente de convencerlo.

Daniel se reprochaba a sí mismo su terquedad, y su corazón se estrujaba recordando su vida con Emma y lo diferente que pudo ser.

Llegaron hasta Punta Gorda en Belice y se hospedaron en una cabaña cercana al mar no muy lejos del embarcadero. Rebecca ordenó el plato favorito de Daniel “camarones al ajillo” y se sentaron a cenar acompañados por el olor refrescante de la brisa marina.

–No son como los que yo preparo, pero me agradan –Dijo Daniel.

–¡Por supuesto que no! –Contestó Rebecca. Los tuyos son únicos, especiales, jamás he probado mejores, aún sigo esperando por tu receta secreta.

Daniel era dueño de un prestigioso restaurante, además de su carrera de sociólogo, también había estudiado para ser chef.  La cocina le venía muy bien y había logrado su meta de tener un restaurante.  

Mientras cenaba, su mente de nuevo regresó a una noche mientras estaba acostado con Emma en su enorme cama conversando sobre sus planes futuros.

–He pensado en un restaurante, primero pequeño y luego poco a poco vamos creciendo.

–Sí, pequeño y sofisticado, con velas en las mesas –dijo Emma.

–Romántico, a media luz, música celta –Dijo Daniel.

–Y también música africana –continuó diciendo Emma. Ambos sonrieron.

–¿Crees que logremos nuestros sueños? Preguntó Daniel.

–Mi amor, todo lo que soñemos podremos lograrlo. Te amo y con la bendición de Dios haremos grandes cosas.

 

Después de la deliciosa cena y la agradable plática, Rebecca y Daniel se sentaron en la silla mecedora del pasillo de la cabaña, la cual colgaba de unas gruesas cadenas que la sostenían desde el techo. Rebecca continuó con la lectura del libro.             

“…pero a la distancia la vamos a engañar

y a hacerle creer que no existe”

Daniel

 

 

 

 

C

A

P

Í

T

U

L

O

X

I

I

I

U

N

V

I

A

J

E

P

O

R

E

L

P

R

I

M

E

R

M

U

N

D

O

 

 

 

Emma llegó al aeropuerto, la seguridad era extrema. Después de los acontecimientos del once de septiembre, así era como debía ser. Cualquiera proveniente de algún país árabe o tercermundista era considerado sospechoso de lo que fuera, espía, terrorista, ladrón, traficante de alguna cosa o mentiroso. De haberla encontrado culpable de alguna de ellas,  la habrían devuelto a su país de inmediato. Recordó la primera ocasión que pisó tierra estadounidense, había sido por circunstancias totalmente diferentes, fueron sus primeras vacaciones con el innombrable, en Miami, y no le habían tomado fotografía, apenas la huella del pulgar, un par de preguntas y la frase “bienvenida a los Estados Unidos”. Menos mal que la última frase de cortesía aún seguía siendo parte de sus políticas. “Bienvenida” fue la última cosa que le dijeron,  después de un largo interrogatorio.

Angelina y su esposo estaban esperándola, la recibieron con un ramo de rosas, y con mucho entusiasmo. Llegaron a la casa donde vivían.

A la mañana siguiente conoció a Alfredo, el hermano de Angelina y a su cuñada Marcela. Además, a los dos hijos de ellos. El único que tenía papeles legales era Alfredo y la pequeña niña que había nacido en esa tierra lejana. Marcela y Emma se hicieron muy amigas. Emma trató de llevar bien las cosas con Alfredo pues era un hombre ordinario y de poca educación, que trabajaba duro para mantener el estatus que en ese momento tenían. En una ocasión durante la cena, Alfredo le contó a Emma que su primer trabajo cuando llegó a los Estados Unidos había sido de lavar platos y en adelante había hecho otros peores para salir a flote. Pero en ese momento, él ya era dueño de su casa; aun así, abrigaban alguna esperanza y deseos de volver a Guatemala. Sin embargo, pensaba Emma, para sus dos pequeños hijos sería mejor continuar disfrutando de las bondades de un país del primer mundo. Volver a Guatemala no habría sido una buena opción para ellos.

Manassas era el lugar donde vivían. Muchas familias latinas habitaban el lugar, los norteamericanos que alguna vez vivieron allí se habían alejado a las montañas o a otros lugares exclusivos donde hubiera menos contaminación de latinos. En las pocas casas de verdaderos nativos del lugar vivía gente de la tercera edad, sus hijos y nietos estaban lejos pero los visitaban con alguna frecuencia. Tener automóvil en ese lugar era básico, si no se tenía, era necesario caminar grandes distancias y atenerse a los horarios de los buses del servicio público.

La primera cosa que Emma hizo cuando llegó en la noche a Manassas fue llamar a Guatemala para decir que estaba bien, y la segunda cosa, el siguiente día en la mañana, fue a buscar sus papeles falsos para que pudiera trabajar. Llegó un hombre a la casa de Alfredo quien se encargaría de sacarle “los chuecos” (así eran llamados los documentos falsos). Emma decidió su nombre en un minuto, Rachel, el cual sacó de una de las novelas de John Grisham, El Testamento. En dos días le dieron su ID.

Se había convertido en una persona inexistente, un “alien”, pues así era como decía el documento. Sin embargo, en ese momento qué importancia tendría eso pues esos “chuecos” eran su pasaporte para trabajar.

 

El primer domingo que estuvo allí, Emma buscó la dirección de alguna iglesia mormona para sentirse al menos en compañía de gente afín, pues a pesar de que ella había abandonado la iglesia hacía muchos años, al menos sabía que si necesitaba algún tipo de ayuda, ellos se la darían. Al terminar las reuniones, los Johnson le ofrecieron a Emma llevarla de regreso a casa, les había parecido una gran hazaña el hecho de que ella llegara caminando a la iglesia, aunque para ella, era natural porque caminar grandes distancias en un país tercermundista era algo completamente normal. Los Johnson vivían en los suburbios. Tenían una pequeña niña adoptada, de origen mexicano, de apenas tres años. Eran una familia adorable. Ambos habían servido su misión en Sur América, por lo que hablaban muy bien el español, así que se entendieron perfectamente. Platicaron un poco de las razones por las que Emma estaba en VA y de alguna manera no dejaron de sorprenderse por todos los sacrificios que a veces pasan los latinos por salir adelante. Ya que para Emma el innombrable estaba enterrado, les dijo que había muerto y mantuvo la mentira por todo el tiempo pues no se sentaría con ellos a hablar de su tormentoso pasado, sobre todo porque sus códigos morales eran demasiado elevados respecto a los de Emma y no quería sentirse de nuevo acusada por el dedo de escarnio de nadie.

Los primeros quince días buscaron con Angelina un trabajo para Emma, sin tener mucha suerte. Angelina trabajaba en una maquila de correos y fue el primer lugar donde Emma llenó solicitud. Desafortunadamente no había ni una plaza vacante en ese momento.

Ya había pasado un mes. Angelina y su cuñada Marcela tenían muchos problemas y peleas, Alfredo y Ramón también habían cruzado varios gritos y malas palabras. Las cosas no pintaban muy bien así que Angelina comenzó a buscar un lugar donde irse. Samanta, una amiga de ella que trabajaba también en la maquila le ofreció rentarle una habitación mientras las cosas pasaban y fue justo a tiempo porque Ramón y Alfredo pasaron de las palabras a los golpes y los sacaron de la casa a los tres. Se fueron esa misma noche a casa de Samanta y Emma ocupó una habitación que había sido de la hija de ella, pero que ya no utilizaba. Sin embargo, después de dos semanas la anfitriona comenzó a transformarse, exigía cosas, gritaba y se molestaba por todo y era casi imposible continuar cohabitando con ella. Se peleaba con su esposo y era difícil no escuchar cada grito y cada palabra ofensiva. Emma no lograba conseguir un trabajo y Angelina comenzó a presionarla.

Emma volvió de nuevo a enfermarse. Cada mañana vomitaba y durante el día se sentía muy débil. Comenzó a extrañar su período así que aunque ella pensaba que no podía ser, Angelina le compró un test de embarazo. Hizo la prueba y dio positivo. Mientras el corazón de Emma latía de alegría por un nuevo bebé del hombre de su vida, también la pregunta de ¿ahora qué va a pasar? le daba vueltas en la cabeza. De inmediato llamó a Daniel y le contó, enloqueció tanto como ella, entre “no puede ser y ahora qué haremos” se pasaron hablando una hora, pero lo que sí era cierto es que a ambos los sorprendió y los llenó de alegría.

 

–¿Tuvieron un hijo tú y mi abuela? Preguntó Rebecca sorprendida.

–Desafortunadamente no Rebecca. La historia no terminó muy bien.

 

Como enviada del cielo, Sharon Johnson llamó esa misma noche a Emma.

–Emma, hemos estado orando por ti mi esposo y yo y hemos tenido una respuesta en nuestros corazones de que debes venir a vivirte a nuestra casa, puedes ayudarnos con nuestra hija Nadine mientras encuentras un buen empleo.   

Emma se quedó estupefacta, las palabras de Sara rebotaban en su cabeza una y otra vez “dos ángeles cuidarán de ti”. Le dijo a Sharon que había llamado en el mejor momento y le contó las cosas por las que estaba pasando, a excepción del embarazo, lo cual le contaría después.

A la mañana siguiente Sharon fue por Emma. Se encontraba en una tercera casa que la abrigaría por mucho tiempo y al lado de dos ángeles que cuidarían de ella, ¿qué más podría pedir? Kane, Sharon y Nadine le habían abierto las puertas de su hogar y ella estaría allí para apoyarlos y ayudarlos en todo. Kane tenía reglas muy precisas en su hogar y Emma debía seguirlas o marcharse, la más importante era asistir cada domingo a la iglesia con ellos. En cuanto a Nadine, se acopló con Emma instantáneamente. Tenían una preciosa gata de un color gris acero que llamaban Adelaida, una Chartreux. Emma quedó encantada pues adoraba a los gatos.

Para suerte de Emma la llamaron esa misma semana para trabajar en la misma maquila donde laboraba Angelina. No tuvo que pasar una entrevista formal, solamente terminar de llenar los papeles para pagar los impuestos y un apretón de manos de bienvenida por parte del jefe de personal, un norteamericano altísimo, calvo, atlético y de ojos azules. La maquila estaba ubicada bien lejos de donde vivían los Johnson y Kane le ofreció a Emma uno de los dos carros que tenían para que ella pudiera ir a trabajar pues él utilizaba un bus que pasaba frente a la casa y lo dejaba en la estación del tren que lo llevaba todos los días a Washington D.C. donde estaba la oficina en la que trabajaba, nada menos que El Pentágono. Él decía que era más económico, más rápido y menos riesgoso que utilizar su propio auto.

El horario de trabajo de Emma sería de las cuatro de la tarde a las doce de la noche. Hizo un trato con los Johnson, ella ayudaría con Nadine por las mañanas, para jugar, ir a la piscina o para llevarla a su kindergarten, también ayudaría con la limpieza de la casa. A cambio, tendría su propia habitación, podría utilizar la computadora, tendría comida y un auto para trabajar. Parecía totalmente justo.

Emma comenzó a trabajar en la maquila. Eran al menos una veintena de mujeres hispanas y otra cantidad similar de mujeres vietnamitas quienes tenían papeles buenos. Ellas claro, se los merecían, después de todo lo que había sufrido el pueblo de Vietnam a manos de los norteamericanos, de alguna manera debían resarcirse. Las guatemaltecas y salvadoreñas tenían papeles chuecos, ya que a ellas Norteamérica no parecía deberles nada. Solamente había dos venezolanas que estaban nacionalizadas. El supervisor era un vietnamita de tamaño “tiny” cuya esposa era una de las venezolanas. El trabajo requería mucha energía y fuerza pues había que cargar cajas pesadas. Pero era un trabajo bueno, pagaban a $7.50 la hora normal y casi el doble la hora extra. En una semana se ganaba $300.00 el sueldo mensual de una secretaria en Guatemala. 

Ella fue la última persona con papeles chuecos que recibieron en esa compañía, pues el gobierno había arreciado las multas contra las empresas que contrataban gente indocumentada. Lo cierto era que parecía ilógico, ya que ninguna persona nativa de ese país estaba dispuesta a realizar el trabajo que ellas hacían. En una ocasión llegaron a trabajar dos mujeres estadounidenses y no resistieron ni una semana, se gritaron con el supervisor de quien no estaban dispuestas a recibir órdenes y se fueron.

Emma se comunicaba a Guatemala tanto como le era posible para saber cómo iban las cosas. Pablo estaba pasando por una etapa difícil con su primera novia quien le había partido el corazón y no le iba muy bien en el colegio a pesar de que él lo negaba.

Además, contrario a toda norma de la iglesia, se había puesto un “pircing” en la lengua, secreto que únicamente Daniel le había revelado a Emma pidiéndole que le diera tiempo a Pablo para que cambiara de actitud. A Emma le pareció un consejo sensato y así lo hizo. Dulce estaba estudiando y era muy responsable, le tocó cuidar varias veces a sus sobrinos y a Cris de donde se dio cuenta que en definitiva no estaba preparada para ser madre pues no tenía paciencia. Así que sus metas seguían inamovibles, tener una carrera, estabilizarse económicamente y por último casarse llegando a los treinta años, dos años después tendría una sola hija. Cris extrañaba demasiado a Emma, así que ella prefería no hablar mucho con él pues lloraba cuando se despedían.

Daniel le había enviado una tarjeta interactiva a Emma en la que le pedía que fuera su novia. Aunque lejos, por fin habían subido de nivel, ya eran novios oficiales. La mala noticia era que había abandonado la universidad. En una ocasión mientras conversaban del tema, le confesó a Emma que el día que fue a dejarla al aeropuerto lo marcó con un gran dolor, permaneció allí sentado aún después de haber visto despegar el avión, después se fue directamente a la universidad donde lo esperaba un examen del que ni se acordaba, así que no lo tomó y se dirigió a su casa destrozado. El problema con él era que no le gustaba hablar de sus sentimientos, todo se lo tragaba. También le confesó que lloraba de vez en cuando y que a medida que los días pasaban se sentía hundido en una tremenda depresión.

–Te extrañaba demasiado –le dijo–. Estabas en cada rincón de la casa.

Esa confesión dejó impresionada a Emma, pues sus actitudes hacia ella no reflejaban lo que su corazón sentía verdaderamente, la amaba a su manera, pero no se lo decía. En la distancia tuvo la oportunidad de demostrarle su amor, se hizo responsable del corazón de Cris, no le faltaría amor aunque ella no estuviera y sus atenciones con él decían más que mil palabras.

En cuanto al embarazo, Emma no había dicho nada a su familia, habían pensado con Daniel que al volver ella llegaría con el nuevo bebé en brazos y sería una sorpresa para todos.

El estómago de Emma crecía con rapidez y aún no había logrado buscar un doctor que le diera seguimiento a su embarazo. Encontró una clínica donde le hicieron de nuevo la prueba y le dejaron una cita para verificar que todo iba bien; como era una clínica de gratuidad le dejaron la cita para dos meses después ya que debía esperar su turno en la lista de pacientes. El trabajo de Emma era físicamente agotador y cada día que pasaba su cansancio crecía. Comenzó a enviar dinero a Guatemala a través de Western Union. Sus cheques los cambiaba en una agencia independiente donde no les importaba que la gente tuviera papeles chuecos, solo había que pagarles diez dólares por el favor. En el Banco era imposible cambiarlos, la primera vez que Emma lo intentó, le sacaron copia a su ID y hasta le tomaron una foto como si fuera el aeropuerto, después le pidieron que pusiera sus huellas en el cheque. Eso fue demasiado, Emma se negó y en su escaso inglés le gritó a la chica del Banco que le parecía un exceso de requerimientos por cambiar un cheque de apenas ciento treinta y siete dólares.

Con los Johnson todo marchaba sobre ruedas. Las mañanas Emma las dedicaba a Nadine, la llevaba al kindergarten o a la piscina. Para Sharon Emma representaba su oportunidad de tener tiempo libre para trabajar en sus propios inventos, porque ella era una inventora. Tenía en el sótano muchas cosas que había inventado, así como había escrito otras, tenía una mente genial, pero le hacía falta valor para mostrar sus inventos al mundo. También estaba trabajando en un juego de palabras que quería patentar y vender, Emma en teoría, le ayudaría a hacerlo.

Sharon era una mujer muy especial, entregada a su familia y a su religión, además de ser muy graciosa y amorosa con todo el mundo.

Cuando iba al supermercado con Emma, parecía conocer a todos los empleados, saludaba a las dos mujeres de la entrada como si las conociera de hace años, hablaba con toda la gente que le daba oportunidad, conversaba con las cajeras como si fueran conocidas, del clima o de lo cara que estaba la comida y siempre agradecía a todos por el buen servicio que daban. 

En los pasillos ella siembre iba diciendo ¡Hello! a todos, algunos ni siquiera volteaban a verla y otros le decían un ¡Hello! muy quedito, los más antipáticos solo se le quedan mirando como diciendo ¿te conozco? o ¿me conoces? o ¿es conmigo? en fin, a Emma le parecía divertido salir con ella. Una tarde entraron al baño de un supermercado y había papel higiénico tirado por el piso, Sharon comenzó a recogerlo quejándose en voz alta de la gente sucia y cuando por fin terminó, había dejado el piso totalmente limpio de basura, si hubiera habido una escoba seguro que se pone a barrer. En la biblioteca conocía a todas las bibliotecarias y conversaba siempre con ellas de lo que fuera, siempre se le ocurría algo de qué hablar.

Sharon para salir era un caso, una vez sentada dentro del carro, recordaba que había olvidado algo y volvía a la casa al menos tres veces; cuando al fin estaban por irse se daba cuenta que en alguna de sus varias entradas a casa había olvidado la llave del carro y volvía a salirse de nuevo.

Los domingos cuando iban a las reuniones de la iglesia era la última en salir de casa mientras Kane esperaba pacientemente a que al fin llevara todo lo que necesitaba, que en realidad no necesitaba pero que ella decía que lo llevaría por si acaso, así que llevaba siempre una revista que no leía, una fruta que nunca comía, agua que nunca bebía, una frazada que nunca usaba y en su llavero del carro llevaba una brújula que no servía, una alarma para encontrar la llave que ya no funcionaba, una lamparita sin baterías y varios llaveros con direcciones de lugares que nunca visitaba. Pero para ella, “todo era necesario.”

En una de sus aventuras le contó a Emma que había estado tratando de abrir un auto que no era de ella, pero era bastante parecido, el dueño se acercó al escuchar la alarma y pensó que Sharon trataba de robarlo, mientras ella lo saludaba cordialmente con la mano como diciendo buenos días y él estupefacto viendo cómo ella no lograba apagar la alarma.

–No sé qué pasa –le había gritado Sharon desde el otro lado de la calle–. Creo que la llave tiene algún problema y no logro que se apague la alarma.

–Bueno –le había contestado el hombre muy educadamente–. Quizá sea porque ese auto es mío, me parece que está usted abriendo el carro equivocado.

Emma no paraba de reír con esa historia, pensando en cómo habría sido la escena y la cara del pobre hombre. Otro episodio gracioso entre Sharon y Kane había sido “la pedida de mano”. La familia de Kane invitó a Sharon a esquiar en la montaña. Mientras los hermanos y padres de él estaban abajo, Sharon estaba arriba de la montaña quitándose los calcetines porque los tenía empapados de agua, seguramente había metido el pie donde no debía; mientras lo hacía, Kane llegó y le dio el anillo de compromiso y cuando le preguntó que si quería casarse con él ella se dio cuenta que una  ardilla como la de la era hielo se estaba llevando su calcetín y dijo a Kane –¡oh! espera un momento voy por mi calcetín, en vez de decirle “sí, acepto”, lo cual dijo una vez que había logrado rescatar su prenda. Después bajó la cuesta nevada en una tabla e iba gritando ¡¡yahoo!! Tengo un anillo de compromiso. Les contó a todos (quienes ya sabían) y celebraron felices el compromiso. Así era Sharon.

Daniel y Emma habían hecho planes para ver si podían reunirse en VA, intentaron que fuera a solicitar VISA pero se la negaron, así que pensaron en otra alternativa. Daniel le contó a Emma sobre el tío de una amiga que podría pasarlo “mojado” y aunque a ambos les parecía una idea descabellada no la habían descartado del todo.

Incluso, ya Daniel había planeado con el esposo de Sara ir a comprar una credencial mexicana a Coatepeque donde la vendían por mil quinientos quetzales; con esa no le harían lío cuando pasara la frontera. Un amigo de Daniel se había ido mojado para los Estados Unidos y al parecer era el mismo coyote que Sara le había contactado; solo habría faltado mandarle el dinero para que cruzara la frontera y se encontraran, pero nunca se dio la oportunidad.

Emma y Daniel se comunicaban todos los días, por cualquier medio. En el diario de Emma había varias cartas que Daniel le había escrito mientras ella estuvo lejos. “Mayo 16: Estoy celoso de que estés tan lejos y sola sin mí. Te extraño como no tienes idea estoy loco por tenerte conmigo, por acariciar tu pancita y por hacerte el amor…y te soy sincero, ahora más que nunca me siento celoso de todo y todos, así que mientras estés allá sola no quiero que pienses en nuestra intimidad, eso hasta que esté yo para que me lo hagas con muchas ganas. Acá en casa a la novia de Mauricio le ha dado por quedarse con más frecuencia. Te extraño mucho, ahora más que nunca pienso en mi bebé, en nuestro hijo, quiero verlo crecer y jugar. Te amo, los amo, te extraño mucho y pronto estaremos destapando una botella de vino y planeando otro negocio que podríamos tener y cómo se va a llamar nuestro restaurante... te amo.” Y es que como toda pareja, Emma y Daniel también tenían planes y soñaban en grande. 

Planeaban llevar a Guatemala el programa de estudios de los Estados Unidos, en el cual uno puede enseñar en casa a sus hijos. Una hermana mormona tenía un programa de esos y había establecido su colegio en zona 14. Emma había encontrado en VA quien les podía apoyar en ese negocio, pero eso sería cuando ella volviera. La verdad era que siempre había deseado tener un jardín de niños a quienes cuidar y enseñarles. Pensaba en un kindergarten trilingüe para niños de escasos recursos, quienes tienen pocas oportunidades de estudiar idiomas extranjeros.

También soñaban con un restaurante pues a Daniel la cocina se le daba naturalmente, así que otro de los planes era que se convirtiera en chef.

Sofía representaba ciertamente un gran desafío para Daniel, pues ella se había empeñado por alguna extraña razón en que no prosperara su relación con Emma. Durante el tiempo que Emma estuvo lejos Sofía tuvo varias confrontaciones con Daniel que hicieron tambalear el amor que él sentía por Emma. Era muy hiriente, hablaba del pasado de Emma con Daniel como si le perteneciera y él se molestaba porque no quería conocerlo. Sofía le había prohibido a Cris que le dijera papá a Daniel.  “Él es tu amigo” le decía, no tu padre. Daniel se indignaba y era difícil mantener la cordura con ella. De todas las ocasiones en que tuvieron problemas Emma se enteró hasta que estuvo de regreso, pues él se las guardaba para no angustiarla.

Daniel estaba desesperado, la lejanía lo estaba volviendo loco y estaba preocupado por la salud de Emma. “…Emma, estoy harto de esta espera. Te amo y mucho, estar acá lejos de ti y de nuestro bebé me aterra, pienso demasiadas cosas malas que te puedan suceder. Me inscribí en La Escuela de Idiomas para tener ocupadas las tardes estudiando inglés y no pensar tonterías, ya no me pude inscribir en italiano pues es mucho dinero, pero lo haré después. Estar encerrado en la casa sin que estés tú ya no me da vida. Te quiero de regreso pronto, que esta lejanía se acabe, ver a nuestro bebé y saber que estará bien. Mi prima perdió a su bebé y ahora que tú me dices que te sientes muy mal me hace sentir impotente por no poder estar contigo para protegerte y cuidarte. En mi mesita de noche tengo una foto tuya con Cris, donde están sentados en el piso, bajo el árbol navideño. La beso y le hablo antes de dormir y antes de irme a trabajar. Espero que todo salga bien con la bendición de Dios. Te amo.”

La salud de Emma efectivamente estaba bastante deteriorada, el trabajo pesado no favorecía su embarazo, y comenzó a sentirse muy mal. Tenía dos meses de estar trabajando y casi cuatro meses de embarazo. En la tarde de un viernes, Carolina, una de sus compañeras, como no había mucho trabajo se tomó el tiempo de hacer un dibujo de cada una de ellas. A Emma la dibujó con un bebé en brazos y arriba del dibujo escribió “Rachel”. Emma tenía pegado en su diario ese pequeño dibujo. El día siguiente Emma fue con Sharon al supermercado y mientras caminaban Emma volvió a ver a su antigua amiga “La muerte” que se escondía en un pasillo. Emma comenzó a temer por la vida de su bebé y comenzó a seguirla esperando confrontarla y pedirle que se fuera. Mientras caminaba, por sus piernas comenzó a correr sangre, mientras balbuceaba “no, no, no!!!” Sharon escandalizada, se la llevó inmediatamente al hospital donde la atendieron con rapidez.

Le hicieron varios exámenes y chequeos, la llevaron a una sala para hacerle un ultrasonido y las miradas y gestos de los doctores no escondían la verdad de lo que le acababa de suceder. “It’s collapsed” se empeñaba en repetir uno de ellos. Las corazonadas de Daniel se habían hecho realidad, habían perdido el bebé. El corazón de Emma estaba estrujado y su mente no lograba digerirlo. Le pidió a Sharon que llamara a Daniel y le contara la situación por la que estaba pasando. Le hicieron un legrado a Emma y se quedó en el hospital un día más.

Durante todo ese tiempo no habló por teléfono con Daniel, hasta que volvió a casa.

–Baby –le dijo Emma sollozando. Pues así era como ella le decía.

–Emma –le contestó Daniel con otro sollozo.

Y ambos rompieron a llorar. No lograban acallar la pena y el llanto seguía fluyendo sin parar. Ninguno de los dos quería aceptar las cosas como habían sucedido.

Ir a la siguiente página

Report Page