Emma

Emma


PORTADA

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Daniel sirvió las tortillas de harina. Emma puso dos copas sobre la mesa, abrió la botella de vino y lo sirvió. Cuando se disponían a cenar levantaron ambos las copas, pero ¿por qué cosas brindarían esta vez? ¿Por el desamor? ¿Por la infidelidad? ¿Por su rompimiento? ¿Por una nueva y mejor vida para él? ¿Por el abandono? Daniel le quitó a Emma la copa que tenía en su mano y se la cambió por la de él, por un momento tuvo la impresión de que ella lo envenenaría. La creía capaz de eso, definitivamente la conocía bien, pero para su fortuna, Emma lo amaba demasiado para pensar en asesinarlo, antes lo haría con cada mujer que se le acercara, pero no con él.

–¿Por qué cambias las copas? –Le preguntó Emma.

–Creo que en estas circunstancias, tal vez se te haya pasado por la mente envenenarme –Le contestó.

Estaba muy convencido de que lo haría.

–Que ridiculez –Le dijo Emma.

Daniel le mostró a Emma las fotos del mural y le contó la historia, después se acostaron, él la abrazó y se quedaron profundamente dormidos. No hicieron el amor. A la mañana siguiente, Emma volvió temprano a su casa, completamente vacía. Tiempo atrás, Emma le había dicho a Daniel que el último paso que daría con él sería la ocasión en que él la engañara, pero, ¿realmente lo cumpliría? Y por otro lado, ¿era un engaño? Porque al decir verdad, habían terminado su relación semanas antes del incidente. <Debí dejarlo ir> escribió Emma en su diario.

El amor se había enfriado y ella no era capaz de aceptarlo. Pero continuaría nadando contra corriente hasta renunciar o morir.

“El arte más poderoso de la vida,

es hacer del dolor un talismán que cura.

¡Una mariposa renace florecida

en fiesta de colores!”

Frida Kahlo

 

Finalmente Emma consiguió un trabajo en otra empresa de investigación política y social, campo que ella amaba. Como supervisaría los proyectos debía viajar continuamente y así comenzó a alejarse de su casa por períodos largos. Levantó campos en Honduras y El Salvador y viajaba continuamente al interior del país. Llegado Julio, Sofía decidió que se iría a vivir a Melchor de Mencos, en Petén, pues deseaba que sus hijos estudiaran en la escuela de Belice donde les daría mejores oportunidades futuras. Aunque ella no tenía trabajo allá, decidió ir a probar suerte. Se fue después del bautismo de Cris en la iglesia mormona y Emma dejó el apartamento en zona uno para irse a vivir a la pequeña casita de zona dieciocho donde se había quedado a vivir su hijo Pablo.

Daniel y Emma dejaron de verse un par de meses. Cuando se separaban Daniel se acercaba a Emma a través de Cris, era la forma de convencerla para verse de nuevo ya que Daniel, a pesar de los terribles desacuerdos que tenía con Emma, no le permitía que lo separara de él, así que iba a la casa por Cris y se quedaba con él los fines de semana o lo llevaba al cine o de paseo, como haría un verdadero padre que está separado de su esposa. Llamaba a Emma sabiendo que estaba de viaje porque necesitaba estar informado de todo lo que hacía. Ella jamás se negaba a contestarle. Sobre todo si tenía que dormir lejos, hablaban todas las noches y eso lo mantenía tranquilo porque a pesar de que su relación ya estaba prácticamente muerta, ambos se sentían dueños del otro. De regreso de los viajes Emma comenzó a quedarse de nuevo en casa de Daniel. Las cosas parecían mejorar y el tema de aquel día no lo volvieron a tocar nunca.

Ese mismo año Emma presentó su examen privado en la Universidad, le quedaría la tesis pendiente como último paso para graduarse y finalmente cumplir su meta.

Cuando fue octubre tres, Emma no le mencionó a Daniel nada sobre el tema de su aniversario, pero Daniel lo tenía muy presente. Se lo dijo durante la cena romántica que había preparado para ella.

–¿Celebramos algo Daniel?

–Otro año de estar juntos, ¿lo habías olvidado? –le contestó Daniel.

El pensamiento de Emma se llenó de malos recuerdos y los reproches se quedaron en la puerta de su boca. No desperdiciaría esa noche con una pelea que podría devastarlos.

Daniel estuvo mirándola todo el tiempo. Mientras ella hablaba y reía, él tomaba su mano y la besaba. Era ese Daniel que ella tanto amaba. Y ya que no podía despojarse de la otra cara de Daniel, cuando su lado apasionado aparecía, era imperativo aprovecharlo. Después de la cena Emma recogió los platos y se dispuso a lavarlos. Daniel puso de fondo a Juan Luis Guerra, “cuando te beso, todo un océano me recorre por las venas…” tomó a Emma y comenzaron a bailar. “…nacen flores en mi cuerpo cual jardín y me abonas y me podas soy feliz…” sus pasos los llevaron hasta la habitación de Daniel. “Cuando te beso, te abres y cierras como alas de mariposa, y bautiza tu saliva mi ilusión y me muerdes hasta el fondo la razón…”

–¡Emma! Ábrete para mí. –Le susurró al oído.

“y un gemido se desnuda y sale de tu voz, le sigo los pasos y me dobla el corazón”

Y se fueron fundiendo entre las sábanas de la revuelta cama, entregándose sin pudor. “Cuando te beso tiembla la luna sobre el río y se reboza”.

El año terminó así, Daniel y Emma intentándolo de nuevo.

Por fin llegó un mejor año para Emma en el aspecto económico. En junio la contrató una compañía de investigación de mercados panameña, con quien firmó un contrato de exclusividad; con ellos hizo varios proyectos en El Salvador, Guatemala y Honduras.

Ubicarse con ellos le trajo a Emma como consecuencia la enemistad con el Gerente de la otra empresa donde había trabajado anteriormente, pues el hombre asumía que era dueño de su personal, dentro del cual estaba ella. Francisco era un hombre despiadado, otra Ana Valeria, solo que versión masculina. Tenía una mente perversa, en todo sentido, sobre todo en lo que tenía que ver con las mujeres y el sexo. Al principio guardaba su distancia con Emma y era simpático, pero después de un tiempo se sintió con la confianza de buscarla de otra forma. Como ella necesitaba el trabajo, le seguía el juego hasta donde fuera tolerable. Para que dejara de insistir Emma tuvo que decirle que en el tema sexual ella prefería a las mujeres y que por lo tanto perdía el tiempo tratando de conquistarla.

Después de semejante confesión, Emma pensó que la dejaría en paz, pero su persecución tomó un rumbo diferente. Un día mientras estaban en su oficina revisando expedientes de algunos encuestadores, entró la nueva chica que Francisco había contratado para la recepción.

–Emma, quiero presentarte a Claudia. –Le dijo.

Claudia la miró y la saludó con un “hola”.

–A Claudia también le gustan las mujeres. –dijo sonriendo, como tratando de probar a Emma.

–¡Ah! –Le contestó Emma, dirigiendo su mirada a Claudia–. Bien por ti.

–¿Por qué no se dan un beso? –continuó Francisco, esperando la reacción de ambas.

–¿Crees que las cosas son así y nada más? Tú no sabes nada de mujeres. –Le contestó Emma fingiendo estar molesta.

La relación de dos mujeres es como la de un hombre con una mujer, tú no les dices “a ver ustedes dos, quiero que se den un beso” Te estás pasando Francisco.

Claudia asintió con la cabeza dándole la razón a Emma.

–Tan delicada que eres –le dijo Francisco–. Un solo beso, quiero ver.

Emma se levantó furiosa de la mesa, fue a la otra oficina por sus cosas y se retiró.

Francisco intentó infructuosamente de convencer a Emma para que terminara el proyecto. Ella accedió a hacer otras dos entrevistas más, mientras llegaba el momento de irse a El Salvador a comenzar un proyecto con la otra empresa.

–Entonces ¿ya te llamaron de la otra empresa? –le preguntó Francisco.

–Sí, ya no puedo continuar tu proyecto de entrevistas. –Le contestó Emma.

–Bueno, entonces escucha bien lo que voy a decirte. En mi empresa las puertas están cerradas para ti. No quiero que vuelvas a poner un pie en ella porque estás abandonando el proyecto que te confié.

–No estoy dejando tirado ningún proyecto Francisco. Te avisé con tiempo que me iría a trabajar a El Salvador. Estás demente. Igual, ya no quiero trabajar contigo.

Así de mal habían terminado las cosas, pero a Emma no le preocupaba eso porque ya tenía un buen trabajo en el cual concentrar toda su atención.

Durante el tiempo que Emma trabajó para Francisco, Daniel había llegado a sentir muchos celos, aunque Emma nunca pudo digerir semejante pensamiento absurdo.

 

Pues Emma comenzó a trabajar para la empresa panameña y todo iba muy bien. Daniel se alegró de que ella ya no trabajara con Francisco. Daniel y Emma continuaron girando en el mismo círculo, adueñándose de sus cuerpos cuando tenían la oportunidad.

En el mismo tiempo que Emma comenzó a trabajar para la empresa panameña, conoció a un hombre interesado en hacer mediciones a unos ex colegas del Congreso; le propuso el negocio y a Emma le pareció interesante. La invitó a visitar el partido para el cual estaba trabajando y ella aceptó porque siempre había deseado estar involucrada en la política, pero nunca había tenido la oportunidad. Su amistad con él creció con la misma rapidez que crecían los celos de Daniel. Para su mala suerte, cada vez que Daniel la llamaba por teléfono, ella estaba con Leonel.

–¿Dónde estás? Era la pregunta reglamentaria.

–Vamos camino a una reunión o estoy en la oficina de Leonel, lo que fuera.

Daniel inmediatamente le colgaba.

En un almuerzo Daniel tocó el tema que más le corroía el corazón. Leonel.

–Si pasas tanto tiempo con él van a terminar en la cama– le dijo un día, recordándole que ella misma le había dicho la misma cosa hacía mucho tiempo.

–Que tonterías dices. Para comenzar Leonel está casado, pero lo más importante es que mi corazón te sigue perteneciendo, es imposible que mi mente o mi cuerpo acepten otro hombre que no seas tú–. Fue la respuesta de Emma.

Pero Daniel no le creía y continúo con sus celos durante todo el tiempo que duró la amistad de Emma con ese hombre.

Terminando julio Emma y Leonel realizaron un proyecto de medición de diputados y alcaldes para un congresista. Para el procesamiento de las encuestas Emma le pidió a Juan Luis, el primo de Daniel que los apoyara y Daniel la apoyó con la codificación y digitación de los datos.

En una semana tenían los resultados. Los tres estuvieron trabajando en casa de Daniel. Esa semana Emma se enteró que Daniel estaba saliendo con alguien pues cuando en las noches el teléfono sonaba él se encerraba en el baño a contestar. Una noche se despidió diciendo “mi amor” en el momento justo en que Emma estaba entrando al baño.

–Perdón no sabía que venías. –Le dijo, asombrado.

–No me importa con quién sales o qué haces –Le contestó Emma–. Ahora ya tienes lo que deseabas, ya recuperaste tu vida, ya tienes la libertad que anhelabas.

Pero Emma se marchitaba por dentro porque se había convertido en poco menos que nada en su vida. Hacían el amor por placer, pero la parte romántica se la dedicaba a otra mujer. Cuando dormían juntos ya no la abrazaba como antes. De todas formas ella continuaba ayudándolo en sus tareas de la universidad cuando se lo pedía, continuaba lavando su ropa, aunque con menos frecuencia y continuaba dándole los acostumbrados masajes nocturnos cuando regresaba de su trabajo. Cenaban solamente en su casa, dejaron de salir, y Daniel se negó a volver a compartir con ella una botella de vino. La dejó al margen de todo, pero no la abandonaba por completo. Su habitación seguía siendo todo lo que tenían, fuera de ella era como si no se conocieran.

Sí, Daniel tenía la libertad que anhelaba, pero estaba saliendo de nuevo con alguien. Entonces, ¿era libre? Bueno, Emma le dijo que había recuperado su vida, ¿eso significaba que cuando estuvo con ella la había perdido? ¿A qué le llamaba él libertad? Ya que permanentemente tocaba el tema. ¿Cuál es el verdadero significado de la palabra libertad? Daniel no lograba romper el fuerte lazo de seducción que los mantenía unidos, ellos continuaban siendo esclavos de uno y otro. Decía sentirse libre, y su libertad consistía en tener una novia a quien engañar y en ser esclavo de sus sentimientos por Emma. Así las cosas, Daniel no era un hombre libre.

Por ese tiempo y gracias a Leonel, Emma se había reencontrado con un antiguo catedrático suyo, a quien, había admirado y amado mientras fue su profesor, con esa clase de amor que es difícil conceptualizar.

Ella no se perdía ni una de sus clases, adoraba escucharlo hablar con tanta elocuencia, con tanta seguridad, a Emma le parecía un hombre con muchísimo poder, conocimiento, hablaba al menos cuatro idiomas. Su porte, su clase, todo él con todo cuanto poseía y la vida le había otorgado o él había tomado de la vida, se traducían en amor inalcanzable en el corazón de Emma. Fueron juntos a tomarse un café muchas veces, almorzaron otras tantas, y las pláticas que tenían eran para ella un alimento que le daba fuerzas para seguir. Se convirtió en su consejero, en el ejemplo que ella quería seguir. Pero todos esos años que nos separan, pensaba Emma, ya que el Doctor Aguilar era un hombre muchísimo mayor que ella. “Si hubiéramos sido de la misma generación, cuánto me habría gustado compartir mi vida con un hombre así, pensaba Emma”. Dentro de todo el desorden emocional que ella tenía, hablar de vez en cuando con él aliviaba un poco su angustia y su carga. Ese hombre fue en la vida de Emma el amor secreto del que nunca se atrevía a hablar y en la vida académica se convirtió en su mentor.

“A menudo encontramos

nuestro destino

por los caminos que tomamos

para evitarlo”

Jean de la Fontaine

 

 

Pasado algún tiempo, después de haber terminado con el proyecto de la encuesta de los diputados. Daniel le confesó a Emma que ya había roto su relación con la otra chica con la que estaba. Una semana más tarde, Emma volvió

de un viaje de El Salvador; como siempre, se había comunicado con Daniel cada noche, pues eso lo hacía sentirse tranquilo, especialmente saber que ella se quedaba en casa de su antigua tía inquisidora. Los celos de Daniel cuando Emma estaba lejos se volvían extremos. Emma había comprado varias cosas para Daniel y en cuanto tuvo tiempo se fue a su casa para dárselas.

–Hola cielo, estoy llegando a tu casa, te compré unas cosas –Le dijo por teléfono mientras aún estaba en el taxi.

–No vengas, estoy ocupado, estoy con unos amigos y estamos por salir a hacer una tarea.

–Pero estoy muy cerca, si quieres me quedo en la casa y te espero cuando vuelvas de hacer la tarea.

–¡No! ¿Qué es lo que quieres? –Le gritó Daniel alterado.

Todo el entusiasmo y la energía que Emma llevaba se apagaron en un segundo con esa pregunta. Apenas salieron las palabras de su boca para defenderse.

–Nada, yo no quiero nada. –Le contestó–. Y colgó la llamada.

Le pidió al taxista que la dejara en el centro comercial que estaba a la vuelta de la casa de Daniel. Se bajó y se fue a tomar un café para que se le pasara la decepción. De nuevo le había permitido a Daniel que la disminuyera, por milésima vez el corazón de Emma se rompía en millones de pedazos.

Cuánta razón tenía Daniel cuando describía su actitud hacia Emma, “perdón por ser limón con sal” era su frase de ruego favorita. Lo cierto era que Daniel le estaba escondiendo a Emma una verdad diferente. No estaba con sus amigos, estaba con otra mujer.

Además de los regalos que Emma había comprado, tenía una noticia para Daniel. Estaba de nuevo embarazada, eso la había vuelto vulnerable y sensible y la respuesta de Daniel simplemente la había despedazado.

Emma se tomó su tiempo para beberse la taza de café y luego de permanecer sentada un rato, la tarde la sorprendió con una fuerte llovizna. Sacó el paraguas y comenzó a caminar buscando el autobús que la llevaría de regreso a su casa. Mientras lo hacía le llamó la atención una pareja que estaba dentro de un auto frente al cual pasó y se acercó para ver. Era Daniel sentado en el asiento del copiloto, a su lado una chica que estaba distraída. Daniel veía a Emma fijamente, esperando su reacción. Ella se detuvo y por un instante quiso acercarse más, pero su mente maquiavélica decidió que debía esperar, ese no era un buen momento para confrontaciones, porque enfrentarse con ella no sería nada, todos se enterarían de la doble vida que Daniel llevaba, familia y amigos, nadie quedaría sin saberlo.

Emma se quedó mirando a Daniel fijamente y le dedicó su sonrisa más perversa. Daniel la conocía muy bien y comenzó a temer por el siguiente paso que ella daría. Daniel no contaba con que Emma sabía todo de su relación. Conocía la casa de la otra chica con la que Daniel salía y a su familia. Si los padres de ella se enteraban de la existencia de Emma, Daniel no podría volver a poner un pie en esa casa. Así que eso precisamente fue lo que hizo Emma.

Se encargó de que todos sus conocidos supieran de su existencia, reveló la otra cara de Daniel. Amigos y parientes desaprobaron la conducta de Daniel abiertamente. Pero a Emma jamás le importó lo que pensaran ellos, su único objetivo era mostrar que Daniel no era el santo que todos creían y asegurarse de que esa relación que él tenía en su pueblo terminaría para siempre. Y lo logró. La familia de la chica no aceptó a Daniel con su carga de excusas y su propia familia no lo dejó en paz por mucho tiempo por lo que había hecho y constantemente se lo reprochaban. Unos días después, Daniel llamó a Emma.

–Sabes Emma no puedo odiarte y no logro entender por qué. Ahora comprendo a Javier, me destruiste como a él, me despojaste de todo. Pusiste a mi familia y amigos en mi contra. Me sentaste en el banquillo de los acusados y ahora todos me señalan con el dedo acusador. Dices que me amas y eso que has hecho no lo demuestra.

–No debí hacerlo –Se limitó a contestar Emma.

–Lo siento Emma, no pensé que te ibas a molestar tanto cuando no te dejé llegar aquella ocasión cuando viniste de El Salvador. Creo que exageraste. Me has hecho mucho daño. No creo recuperarme de esto y quizá lo mejor sea que no volvamos a hablarnos jamás.

–Fui a decirte que estoy esperando de nuevo un bebé tuyo. Espero que esta vez me vaya bien. Pero no te preocupes, no te pediré nada, ni que te quedes conmigo ni que lo aceptes. El bebé será para mí. Realmente me arrepiento de haberte lastimado, pero me conoces y por eso no entiendo por qué me provocas –le contestó Emma manteniendo la cordura.

Daniel se quedó sin palabras, y Emma colgó la llamada. En los días siguientes intentó hablarle, pero ella no le contestaba las llamadas. Su última opción fue escribirle desesperado intentando razonar con ella respecto al bebé.

–Hablemos Emma, por favor contéstame las llamadas. Ahora tenemos un buen motivo para hablar, quiero saber del bebé.

–Estoy por irme a El Salvador a hacer otro proyecto, luego iré a Honduras. Te llamaré cuando vuelva. Lo mejor es que olvides el asunto.

Pero Daniel era muy persistente y no aceptaría que Emma lo dejara al margen, así que insistió en llamarla hasta que ella finalmente contestó.

–Cuando vuelvas iremos juntos a visitar al Doctor –le dijo.

–Sí, lo que digas –le contestó Emma solo para darle la razón.

Pero ella no tenía ninguna intención de ir a ningún lado con él. El bebé le pertenecía a ella, no a él. Durante su viaje él le escribió varias veces, pero Emma no contestó ninguno de sus correos. Cuando ella volvió a Guatemala el bus la dejó frente al templo mormón de la zona 15. Se sentó en una banca de cemento que estaba afuera y llamó a Daniel.

–Daniel, tengo una buena noticia para ti –le dijo.

–¿Qué buena noticia es esa? –le contestó todavía extrañado, ya que ella no había querido hablar con él durante su viaje.

–No estoy embarazada, fue una falsa alarma, hoy vi mi periodo.

Daniel suspiró aliviado.

–Es una buena noticia para ambos. Yo no habría sabido qué hacer porque no podemos darle a un niño lo que necesita, estaríamos separados cuando un hijo merece una familia unida, no disfuncional. No te molestes si me alegra la noticia, pero creo que fue mejor así.

–Sí, no te preocupes, yo también estoy feliz, como dices, qué haríamos con un niño a quien no podemos darle una familia normal.

–No desaparezcas de mi vida Emma, solo sigamos en contacto. Perdóname por todo el daño que te he causado. Quedémonos con todo lo bueno que nos hemos dado. La única forma de no odiarte es cuando pienso en las maravillosas cosas que me has dado. Gracias por la lección que me diste, te juro que no la olvidaré jamás. La verdad es que destruiste lo que tenía pero sobre ese punto es mejor no hablar, prefiero olvidarlo y ya.

–Sí, lo siento –le contestó Emma.

Emma se quedó sentada en la banca pensando. Le había mentido, pensaba tener

el bebé ella sola.

Se sentía satisfecha por haberlo liberado de una carga que él no quería llevar, pero ella se quedaría con la mejor parte, su hijo.

El pensamiento de Emma daba vueltas preguntándose qué había destruido. ¿Su falsedad? La verdad era que ella no creía haber destruido nada. Todo cae por su propio peso y tarde o temprano las cosas saldrían a la luz, su engaño no podía durar para siempre. ¿Fue Emma la autora de la destrucción del innombrable o de la de Daniel? Ciertamente no. Ellos con su engaño cavaron su propia tumba, ella solo los había empujado para caer en el precipicio hacia el cual ya se dirigían desde el principio.

Comenzó a comprarse la ropa que usaría durante su embarazo y a ahorrar para cuando naciera su hijo. Temiendo una pérdida trataba de descansar tanto como le fuera posible y tomaba vitaminas y hierro para fortalecerse sin sospechar siquiera que el destino de nuevo le arrebataría su tesoro.

–Es un embarazo ectópico –le indicó el ginecólogo que ella consultó.

–¡Imposible! Exclamó Emma angustiada. ¡Yo quiero tener este bebé!

–No creo que eso sea posible –replicó el doctor con un tono de decepción–. ¿Por qué no espera un tiempo y prepara su cuerpo para tener un bebé sano? Si toma todo con calma y hace planes para tener un nuevo hijo, seguramente las cosas saldrán mejor.

–¿Tiempo? ¡Ya no tengo tiempo! Esto es todo lo que tengo. ¡Si no tengo un hijo ahora no lo tendré nunca!

¿Por qué no? Escribió Emma en su diario. ¿Por qué no? Repetía varias veces. ¿Qué quieres de mí? ¿Acaso no tengo yo albedrío? ¿Por qué no me dejas hacer lo que yo quiero? ¿Cuál es el plan? Quiero saberlo, o mejor dicho ¿cuál es tu plan? ¿Debo seguir la ruta que tú quieres? ¡No vas a ganarme maldito destino!

Emma había dejado crecer en ella el pensamiento equivocado de que los seres superiores habían decretado un destino fatal para su vida. Lucharía por Daniel y el destino intentaría arrebatárselo. En la contienda llevaría todo hasta las últimas consecuencias. Su alma comenzó a oscurecerse y comenzó a olvidarse de su fe. ¡Cuánto dolor albergaba ahora dentro de su lastimado corazón¡ ¡Cuánta pena!

 

–Nunca me lo dijo. Ella se guardaba muchas cosas.

–¿Por qué no se separaron Daniel? Ambos se lastimaban constantemente, no comprendo esa relación que tuvieron –le dijo Rebecca.

–Yo tampoco. Te juro que intenté dejarla muchas veces y no lo logré. Creo que jamás fui capaz de abandonar a Cris, no quería que él sufriera de nuevo otro abandono. Bastaba con el de Javier.

Rebecca cerró el libro. Estaban de vuelta en casa. Bajaron del yate y caminaron hasta el parqueo donde habían dejado el auto. Luego se dirigieron a la casa de Daniel.

–Este es un buen lugar para vivir. Tengo en mi casa lo que Emma siempre quiso. Podría vivir años con el alimento que me da la tierra y el mar. –Dijo convencido.

La casa de Daniel estaba en la isla de Livingston, cerca de “Siete Altares” Bastante lejos de su propio pueblo natal y de la perturbadora ciudad. Era un lugar tranquilo, con un mar apacible que podía contemplar desde la puerta de su casa. Atrás había un pequeño bosque que era un área protegida. En las noches se podían contar las estrellas. Cincuenta años atrás Emma había tomado un bote que la llevaría por las costas beliceñas, pero jamás volvió de ese viaje.

Todos sabían por qué Daniel había escogido ese lugar para vivir. Aún estaba esperando su regreso.

Rebecca preparó la tina para Daniel, le dio un beso y se despidió. Daniel entró a la tina y mientras sus ojos permanecían cerrados escuchó que alguien había entrado a la casa.

–Rebecca, ¿eres tú? –Preguntó.

Nadie contestó. Se levantó de la tina, se puso su bata y caminó lentamente hacia el comedor. Había una mujer sentada allí, estaba escribiendo algo en una libreta. Daniel no podía creerlo. Era Emma.

–¿Emma? –Preguntó con asombro y con la esperanza de que así fuera.

La mujer se levantó y caminó hacia él. Los años no parecían haber pasado sobre ella, ninguna arruga enturbiaba la belleza de su rostro.

–Daniel –dijo con ternura.

Cuando se disponía a tocarla despertó. Había sido solo un sueño.

Temprano en la mañana Rebecca entró a buscar a Daniel. Desayunaron y fueron a comprar las flores. La tumba de Emma era la única que parecía tener vida, Daniel se encargaba de llevar siempre flores frescas que cultivaba en su propio jardín.

–No sé por qué vengo –le dijo a Rebecca–. Si yo sé que ella no está aquí.

–Bueno, está en tu jardín –le contestó Rebecca.

–¡No! Es decir, no sabemos si realmente murió. Quizá solo se fue a vivir lejos. Su cuerpo jamás fue encontrado.

–¿Crees que está viva en algún lugar Daniel? ¿Eso es lo que crees?

–Sí, a veces pienso que vendrá. Siento que está tan cerca.

–No sé Daniel. Ella te amaba y amaba a sus hijos. ¿Por qué abandonarlos? Me gusta pensar que vive en ese bosque encantado donde la ha puesto tu corazón.

Sin más comentarios dejaron las flores y regresaron a casa.

–¿Sobre qué es el libro que estás escribiendo? –Preguntó Daniel mientras se acomodaba en la sala.

Porque Rebecca era una famosa escritora.

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