Emma

Emma


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–Es sobre el juicio de un hombre. Hay un juez, un inquisidor, un defensor y un jurado.

–Emma se sentiría orgullosa de ti. Dijo Daniel.

–Pues yo esperaría que sí –contestó Rebecca.

Entraron a la casa.

–¿Nunca te he preguntado quién diseñó tu casa Daniel? –Preguntó Rebecca.

–No –Contestó Daniel. Emma me compartió un día en fotos la casa de sus sueños y yo solamente la repliqué. Dulce se encargó de arreglarla como está.

Esta vez leyeron el libro sentados en la sala familiar, con la música de Yiruma de fondo.

“Solo nos convertimos en lo que somos

a partir del rechazo total y

profundo de aquello que los otros

han hecho de nosotros”

Jean Paul Sartre

 

 

 

 

 

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Decepcionada por su pérdida y cansada de tratar de obtener el amor de Daniel, a Emma se le ocurrió buscar a Ernesto, el padre de Dulce, aprovechando que viajaba con frecuencia a El Salvador a levantar los proyectos de campo. Habían pasado ya veintidós años de aquella locura de amor y la idea de volver a verlo cada vez se aferraba más a su cabeza. A Daniel ya no le interesaba nada de ella, así que ahora ya podía tomar ese tipo de decisiones sin que Daniel saliera lastimado. En uno de sus viajes a El Salvador, un domingo, después de una reunión en la iglesia mormona a la que asistió, Emma decidió buscar a la madre de Ernesto, con suerte aún viviría en el mismo apartamento. Llegó al lugar y se paró frente a la puerta, aún con temor. Intentó irse, pero se quedó. Quería tocar a la puerta, pero no se atrevía. Claramente llegaba a su mente la escena en la que doña Maribel le había pedido que se alejara de Ernesto hacía tantos años atrás.

La cobardía comenzó a invadirla, pero ya estaba allí y no se detendría. Tocó la puerta suavemente para no molestar, pero no la escuchó nadie, después de un par de minutos, tocó nuevamente, esta vez un poco más fuerte. Escuchó una voz desde adentro.

–¿Quién es?

Emma no supo qué contestar, estaba prácticamente paralizada, así que volvió a tocar la puerta y doña Maribel abrió.

–¿Está buscando al doctor? –le dijo–. Refiriéndose a Joseph, el hermano de Ernesto que seguramente ya era doctor, bueno, claramente había un rótulo afuera que lo decía.

–No, –le contestó–. Estoy buscándola a usted, es la madre de Ernesto, ¿verdad?

–Sí, –le contestó, con mucha seriedad.

–Seguramente no se acuerda de mí –Le dijo Emma acertadamente–. Ernesto y yo tenemos una hija que nació hace veintidós años.

Doña Maribel veía a Emma, completamente incrédula, se quedó callada un momento e intentó reconocerla, pero no lo logró.

–Ha pasado el tiempo, pase adelante –le dijo aún sorprendida.

Emma entró, se sentó y comenzaron una larga conversación. Doña Maribel le pidió fotos de Dulce y le hizo miles de cuestionamientos, sobre todo quería saber por qué se había desaparecido tantos años. Emma quería decirle que ella había influido en su separación, pero no estaba allí para armar lío, sino para ver qué había sido de Ernesto y por supuesto, que Dulce conociera a su padre. Doña Maribel le contó que Ernesto se había casado hacía mucho tiempo con una jovencita de un pueblo pero que antes de cumplir un año juntos terminaron separándose. En ese momento estaba viviendo con otra mujer que tenía sus propios hijos. Ernesto no tenía más hijos que Dulce.

Días después se encontraron para almorzar con ella y con Stephany, su hija menor, a quien Emma había dejado de ver cuando tenía diez años.

En ese momento era toda una preciosa mujer de treintaidós años, madre de tres hijos y casada con el chico que en aquella época había sido el mejor amigo de Ernesto, Arnoldo. Stephany había sido modelo y le había ido muy bien pero dejó la carrera para dedicarse a sus tres hijos. Su rol de madre y esposa habían apagado ese ímpetu y ambición que una vez tuvo. De ella quedaba solamente un precioso rostro, casi cercano a la perfección. Había varias fotografías de Stephany por la casa, una que estuvo algún tiempo en Almacenes Simán, en la cual se veía preciosa. Joseph estaba casado y tenía dos niños. Don Eduardo, el padre de Ernesto se había separado de doña Maribel hacía muchos años y vivía en otra casa con la compañía de su hermana menor.

En ese mismo viaje, coincidió en El Salvador con la visita de su antiguo amigo Marco, quien le había pedido que se casara con él y se fueran a vivir a Canadá cuando Emma era madre solamente de Dulce. Recordaba que Marco la había visitado en Guatemala tiempo atrás y habían viajado juntos a El Salvador a celebrar un fin de año; pasada la media noche, Marco había tomado la mano de Emma para pedirle por segunda vez que se casara con él,  pero en ese tiempo, Javier ya estaba en la vida de Emma, y de nuevo le dijo que no. Sin embargo, en este nuevo encuentro, Daniel ya había salido de su vida, Emma estaba sola.

El rencuentro con los viejos amigos que visitó fue muy bueno, uno de sus amigos de la ex “mara Champion” no había tenido una vida fácil, pero estaba rehabilitándose. Su hermana Judith lucía como de veinte años, pero ya tenía cuarenta; se había recién separado de su esposo y tenía un hijo precioso. Y luego otros amigos, todos vivían en las mismas casas de hacía tantísimos años y tenían vidas comunes, o al menos es como Emma lo describía en su diario.

Ella había salido de ese lugar y se sentía de alguna manera triste por ellos. Bueno quizá los juzgaba mal, porque probablemente ellos en ese pequeño mundo en el que habían vivido toda su vida habían encontrado felicidad.

Ella en cambio, había tenido que pasar por tanto, buscando nuevas cosas, buscando felicidad, buscando sus sueños. Esa felicidad la había encontrado en el transcurso de su vida en pedazos. Cada pedazo que había recibido Emma lo había disfrutado, pero cuando se acababa y la angustia, la tristeza y los afanes del día a día invadían su corazón, se sentía tan vacía. 

Fue pues ese noviembre el momento de rencontrarse con su pasado. Un momento en el que tuvo la oportunidad de ver quién fue y en quién se había convertido. Un momento de reflexionar sobre la senda caminada, de limosnera pensó, a relacionista internacional, pensando en las ocasiones en que fue al parque central con su padre y pedían dinero a cambio de unas canciones tocadas con una concertina. Pues sí, ese volverse a ver en el pasado que dejó, fue el momento de sentirse satisfecha de haber dejado atrás ese pequeño mundo, de haber conocido un mundo más amplio, de haber conocido mucha gente de la que había aprendido tanto. Pero por otro lado, para Emma fue intenso sentir que ese amor de amigos aún existía, que después de tantísimos años no se había perdido, se seguían queriendo y tenían lazos fuertes que el tiempo no había logrado romper a pesar de la distancia. Cada uno había seguido su propio camino, pero todo cuanto compartieron alguna vez, continuaba uniéndolos, esa complicidad de los nuevos descubrimientos en la adolescencia, los retos de juventud seguían allí. Por primera vez en muchos años Emma se sintió de nuevo genuinamente amada.

La noche antes de regresar a Guatemala, por tercera vez Marco le pidió a Emma que se casaran. Y por primera vez Emma aceptó. ¿Por qué no? ¿Tal vez si siguiera el plan que el destino le ponía enfrente, dejaría de sufrir por fin?  Emma pensaba que Marco la había atado con alguna suerte de brujería y por esa razón ella no quería aceptarlo.

–Nada de eso Emma. –Le había dicho Marco en esa oportunidad–. Pero si en esta vida no logro que seas mi esposa, lo serás en la venidera.

Esas eran las respuestas que a Emma le aterrorizaban. Que Marco pensara de esa manera tan obsesiva con ella. Sin embargo en ese noviembre, a pesar de haber aceptado finalmente su propuesta, una vez en Guatemala todo volvió a ser como siempre y cualquier promesa hecha o dicha se fue olvidando con el paso del tiempo.

Entre noviembre y diciembre, Emma visitó a doña Maribel tantas veces como pudo, tomándose ambas el tiempo para conocerse. Se hicieron muy amigas y Emma podía sentir por primera vez el cariño de una suegra, aunque ya no lo fuera. Por supuesto que volvió a ver a Ernesto. El chico loco de dieciséis añitos que conoció había desaparecido. Era un hombre con un rostro muy cansado, sus manos ya no eran las mismas, aquellas manos delicadas se habían perdido con el tiempo y se habían vuelto toscas y fuertes por el trabajo. Se dedicaba a talar árboles y a vender madera, se había quedado en el campo con su padre y allí había terminado de madurar. Hacía poco tiempo que había vuelto a la ciudad y podía notarse por su acento. Una tarde mientras charlaban, en su pensamiento Emma trataba de verlo de otra forma y pensaba <si se hubiera quedado en la ciudad, sería una persona diferente>. A Ernesto nunca le gustó estudiar, así que con una gran dificultad había sacado el bachillerato. Los vicios ya no lo molestaban, los había dejado hacía algunos años y asistía con alguna frecuencia a misa.

Emma se preguntaba si podría ser capaz de volver a sentir algo por él, de volver a amarlo como lo amó, pero no podía evitar compararlo con Daniel, quien aunque la hacía sufrir tanto, tenía algo único y especial. Ernesto y Emma se encontraron en al menos tres ocasiones antes de que el fin de año llegara, que sería cuando volvería a ver a su hija Dulce.

Llegó por fin el fin de año y Dulce conocería a su padre. Su abuela ya tenía una foto de ella puesta en la vitrina de su casa y todos esperaban ansiosos por conocerla. Pablo no quiso ser parte de ese encuentro. Cuando por fin llegaron a casa de doña Maribel, todos estaban esperando a Dulce y en cuanto la vieron sobraron los abrazos y los regalos. Dulce y su padre estuvieron de frente por primera vez y aunque al principio fue extraño, con las horas se fueron sintiendo más en confianza. Dulce tenía ya una nueva familia. Cris encajó sin ningún problema con los hijos de Stephany quienes se convirtieron en sus nuevos primos. Visitaron la casa de la madre de Arnoldo, aquella mujer que tanto había querido a Emma y a quien ella llegó a considerar como su segunda madre. Cuando vio a Emma, sus lágrimas y las de Emma brotaron instantáneamente, ella no la esperaba y no había sabido de Emma y de sus hijos la misma cantidad de años que todos. Emma se sintió como antaño, en casa. En mucho tiempo, no había tenido un fin de año tan gratificante.

Emma continuó visitando El Salvador, así que iba a casa de doña Maribel tanto como le era posible. Ernesto comenzó a cortejarla de nuevo pero ella no estaba preparada para estar con él, así que buscaba la manera de no aceptarlo sin herirlo porque no había aparecido en su vida para lastimarlo.

El gato volvió a aparecer en su vida, pero ella mantenía su distancia, se habían visto dos o tres veces durante el tiempo que había sido novia de Daniel, por supuesto que ella jamás se lo mencionó a Daniel porque no tenía la confianza de hacerlo, inmediatamente la habría sacado de su vida sin permitirle una sola explicación. Según el gato, su esposa ya no lo amaba y hacía muchos años que no dormían juntos, ella de hecho, lo despreciaba. Habían adoptado, sin embargo, un segundo hijo con la intención de arreglar los problemas de pareja, pero fue imposible, su lazo era superficial. El qué dirán y el mantener su estatus era lo único por lo que continuaban juntos.

Ante su insistencia, Emma lo retaba.

–Y si las cosas son así, por qué no te divorcias y te casas conmigo. Es la única manera de que logres de nuevo mi cariño. ¿O esperas que me convierta en tu amante?

–No es tan fácil Emma, aun te deseo y me frustra que no me aceptes, pienso que no has podido perdonarme a pesar de los años.

Era verdad que Emma jamás lo perdonó, pero ya no lo amaba, esa era la única respuesta posible por la que ella no lo aceptaba.

“Aprendemos a amar no cuando encontramos

a  la persona perfecta, sino 

cuando llegamos a ver de manera perfecta

a una persona imperfecta”

Sam Keen

 

 

 

 

 

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Y así terminó el año. Emma como siempre no había logrado tener de nuevo el amor de Daniel con quien continuaba dando vueltas en el mismo círculo de dolor.

–Este es mi juego y se termina cuando yo diga –le había dicho un día Daniel.

Ella aceptaba todo, se alimentaba con lo bueno y lo malo que él le daba y lo amaba con su perfección y su imperfección, ansiaba la locura y el erotismo con que la poseía porque Daniel había decidido castigarla, solamente la tocaba y no le hacía el amor. Su pasión y deseos por tenerlo ya no parecía tener cura.

Por esos días quizá hubo un solo hombre en el que Emma se interesó seriamente, un finquero amigo de Leonel, quien mantenía la distancia debido a que Leonel había marcado territorio alrededor de Emma.

Después de una malograda asamblea del partido político que Leonel y Emma frecuentaban, Emma logró por fin ver a Leonel vulnerable y adolorido. Mientras él trataba de mostrarse indiferente ante lo que sentía, Emma ya lo había escaneado por dentro y entendía su frustración. Decidieron terminar la noche en el restaurante de su amigo finquero y bebieron mucho. Pero esa vez le permitió a Fermín que se acercara a Emma. Después de una lluvia de insinuaciones, Emma decidió que era hora de partir antes de sucumbir ante las insinuaciones de Fermín quien se ofreció a llevarla a casa. Se detuvieron frente al carro y se le fue encima. Leonel lo había puesto al tanto de la frustrada relación que Emma tenía con Daniel y ninguno de los dos quería detenerse, comenzó a besarla desaforadamente. En un instante Emma se detuvo ¿Qué le estaba sucediendo? Era cierto que los deseos rezagados consumían su cuerpo, pero eran deseos por Daniel. A pesar de que las manos de Fermín iban y venían deslizándose por todo su cuerpo, arrastrándola a un encuentro sin retorno, ella por fin logró tomar el control.

–Esto no está bien –le dijo.

Fermín la soltó, puso sus manos sobre el auto y asentó con la cabeza.

–No, no está bien –terminó diciendo.

Entraron al carro y la llevó a casa, En todo el camino no dijeron nada y jamás volvieron a tocar el tema de lo que ocurrió esa noche. En adelante Emma se alejó y su recién surgida amistad se desvaneció.

Llegado marzo Daniel y Emma comenzaron a verse de nuevo con mayor frecuencia, y continuaban con el juego de no culminar de saciar sus ansias, sólo sus manos no dejaban espacios sin tocar. Emma continuaba esperando el momento en que Daniel no pudiera más y la tomara como antes. En una tarde, mientras se despedían la tomó del brazo y la acorraló contra la pared metiendo su mano bajo la falda de ella mientras la besaba intensamente.

–Jamás volveré a hacerte el amor, jamás volveré a penetrarte –le susurró al oído.

Ella no le contestó nada. Dos días después le dieron vuelta a su habitación, hasta su cama quedó completamente desnuda. Comenzaron a frecuentarse cada sábado, en el receso que Emma tenía de la Maestría que estudiaba, se encerraban en la oficina de Daniel para desquitar sus ganas. Pero Emma descubrió que Daniel nuevamente estaba saliendo con alguien y comenzó a negarse cuando él le pedía que estuvieran juntos. Sus negativas lo volvieron más agresivo y más decidido a tenerla, porque como él decía, era su juego y se terminaría cuando él dijera.

En esas circunstancias Emma necesitaba desesperadamente que alguien la rescatara. Buscó el apoyo de una sicóloga joven para que la ayudara a salir de su enfermiza relación. Las sesiones se alargaban más de lo necesario y la sicóloga adoraba escuchar las detalladas descripciones sobre la clase de pasión que tenían Daniel y Emma. Obviamente la meta era dejarlo, pero poco a poco esas sesiones comenzaron a tomar un rumbo diferente. En un momento Emma comenzó a sentirse acosada por ella, pero no se retrajo, se involucró en su juego.  Así, cuanto más la asediaba, más morbosas se volvían las explicaciones de Emma. Después de varias sesiones Susana no se contuvo. Mientras charlaban, se acercó a Emma fundiéndose con ella en un apasionado beso. Emma se dejó llevar, en instantes ambas estaban despojadas de toda inhibición y envueltas en un encuentro sexual pleno. Fue la última vez que Emma la visitó y aunque Susana insistió en llamarla, Emma jamás volvió a contestarle. Emma no sabía si se había arrepentido de ese encuentro porque había sido una experiencia totalmente nueva para su cuerpo, así que la asimiló como un nuevo aprendizaje y la justificó como su elevada necesidad de sentirse seducida y tomada con amor, como solía hacerlo su hombre.

Durante todo el año Daniel y Emma pelearon mucho y lo único que atenuaba sus diferencias eran sus encuentros sexuales. Las llamadas eróticas los mantenían irremediablemente vinculados, era intenso, pero no era suficiente para Emma. Su frustración estaba en el límite, lo amaba, pero lo quería completo para ella, la idea de tener que compartirlo la volvía loca.

Totalmente frustrada, dejó de llamarlo y de aceptar sus llamadas. Daniel no la dejaría ir, no la sacaría de su círculo. Para reconquistarla tomó unos versos de Arjona y se los envió “Yo tengo temor a perderte y terror a que vuelvas, no puedo vivir junto a ti y sin ti es imposible…tú tienes el don de lo extremo, no hay como evitarlo, jamás fui infeliz y feliz como he sido contigo, tú tienes el don de lo absurdo y hay que soportarlo sería mejor desde luego que tú no existieras…”

“¿Por qué hablamos? Le contestó Emma. Tomando de nuevo los versos del mismo autor. “…y no usamos ese tiempo en darnos besos, en pintarnos con las manos las caricias que queremos y que no nos damos porque siempre hablamos de lo tuyo y de lo mío, del pasado y los culpables, mientras muere otro minuto, ¿por qué hablamos?...”   

¿Qué nos pasó? Era la pregunta que daba vueltas en la mente de Emma. ¿Por qué no simplemente lo dejamos y ya? Había escrito en su diario. Ni encontraba una respuesta ni se atrevía a dejarlo. Caminaba y daba vueltas, luego se sentaba sin encontrar una salida porque todas las puertas del círculo estaban selladas. Si el destino quería arrebatárselo, no lo dejaría. Daniel tampoco se atrevía a abandonarla y en ese juego de posesión y control no medían consecuencias.

El nuevo año baktun encontró a Emma en banca rota en todos los sentidos, sin amor suficiente y sin dinero suficiente, pero con la esperanza de que al finalizar el año “tendría una mente más clara para solucionar su vida y la oportunidad de hacer cambios importantes”, según lo que decía la tradición maya.

“La esperanza, dijo Nietzsche, es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre” ¿Valía la pena tenerla? Se preguntaba Emma. Era lo único que tenía para continuar.

Comenzando enero Cris y Emma fueron invitados de honor de Daniel para un delicioso desayuno. Daniel se vistió de chef y les cocinó, en adelante Cris no dejaba de decir que quería ser un famoso chef.  Daniel vivía entonces en una habitación de una casa de estudiantes, así que la intimidad de la antigua casa en Mariscal ya no era la misma. Mientras cocinaba y Emma le ayudaba, no faltaron las miradas y  los roces que despertaban sus instintos animales. El pensamiento de Emma comenzó a sucumbir y a prepararse para el ritual de amor. Mientras Cris jugaba en la terraza, Daniel la tomó con todo lo que tenía, hasta culminar con todo.

Daniel continuó durmiendo con ella y poco a poco fue abandonando la frágil relación que tenía con Jenny. Y así continuaron, sumergidos en una pasión desenfrenada de la que solamente la habitación de Daniel era testigo.

 

En ese tiempo Emma se dedicó a continuar sus estudios de italiano y de inglés. Presentó además, un nuevo proyecto de tesis que el asesor le devolvió después de leer el título y sin siquiera leer un solo párrafo. Emma salió de la oficina bastante molesta y por segunda vez le dio un último lugar al tema de terminar su tesis.

El colegio donde estudiaba Cris lo habían cerrado en mayo debido a que el director no accedía a pagar extorsión. Como no tenía dinero para inscribirlo en un nuevo colegio, decidió enviarlo a la ciudad de Melchor de Mencos, en Petén, a que terminara el cuarto grado de primaria en la escuela de ese lugar. Sofía la había convencido de hacerlo y aunque Emma tenía algunas dudas de sus verdaderas intenciones, por fin accedió. Era obvio que las razones de Sofía iban más allá de la mera ayuda.

Si Emma lo enviaba, significaba que enviaría mes a mes dinero para su sostenimiento, el cual sería de gran ayuda para ella y su propia familia pues no contaba con nada más que una mediocre cantidad de dinero mensual que le proveía el padre de su hijo. Pero de todas formas Emma aceptó.

Emma conoció por esos días a un abogado quien le dio todas sus propiedades para promoverlas y vendió por fin el primer terreno, no era gran cosa y obtuvo un cinco por ciento muy bajo que compartió con Leonel. Después de eso dejaron de trabajar juntos. Ella comenzó a atender el negocio desde su casa mientras Leonel seguía dedicándose a sus otros negocios y su nuevo empleo en una entidad gubernamental.

Después de un par de meses sin vender nada Emma ya había acumulado muchas deudas y por fin vendió un segundo terreno del mismo abogado a un precio mucho más alto del que originalmente pedía, sin embargo, él no quiso darle la comisión completa, por lo que de nuevo, Emma continuaba peleando con sus demonios interiores y maldiciendo al destino que le fastidiaba la existencia.

–Idiota de mí –le dijo Emma a Daniel.

–Pobre de ti –le reiteró Daniel. Ese trabajo de Bienes Raíces está compuesto por lobos y animales carroñeros, ¿cómo es que no te habías dado cuenta? –Tu problema Emma, continuó Daniel–, es que crees en las personas. Las personas son seres egoístas, en ese medio la gente es avara, y me conmueve ver que se aprovechen de tu bondad. Por favor, olvídate de ese negocio para que ya no recibas más decepciones, vuelve a tu antiguo trabajo de encuestas y por otro lado, por favor ya gradúate para que tengas mejores oportunidades.

Cuánta razón tenía Daniel. Aprendió que la honorabilidad de las personas, “la palabra” que antaño tenía tanto poder, en el presente se había convertido en una palabra relativa,  para cada uno tenía un significado totalmente diferente.

La impiedad, la avaricia, el engaño y el egoísmo describían perfectamente el negocio de los bienes inmuebles, según Emma.

Y con Daniel, algo había cambiado. Emma dejó de llamarlo tanto y dejó que fuera solamente él quien la buscara. Daniel estaba a punto de cerrar su carrera y Emma lo apoyó en todo lo que pudo. En sus peores momentos de escasez Daniel le proveyó todo lo que necesitaba y vivía pendiente de su salud y del bienestar de Cris. Daniel tomó las riendas de la relación tratando de arreglar algunas cosas.

–Emma, sabes bien que desapruebo tu forma de vestir. Sé que has cambiado tu look para llevarme la contraria y romper todo lo que tiene que ver conmigo. La forma en que una mujer se viste es un lenguaje para los hombres, les dice hasta dónde están dispuestas a llegar, si una mujer muestra es porque quiere vender. Es una invitación abierta para que la busquen sexualmente.

–No lo había visto de esa manera –le contestó–. Pero no cambié para romper nada contigo. La verdad lo hice para impresionarte, quería que cuando me vieras te pareciera que aún era bonita. Pero fue al revés, lo desaprobaste por completo.

–No te lo estoy exigiendo, es solo un consejo. Vuelve a ser la de antes, para mí resultas más atractiva.

Poco a poco Emma volvió a cambiar su apariencia, así mejoró la relación y el panorama de ese círculo de dolor y posesión, comenzó a dar un giro. Su amistad se volvió más sana y basaban su relación en algo más poderoso que la sola pasión.

En noviembre cuando finalmente Daniel cerró su carrera lo celebraron en su casa con mucho amor en la cama. Las cuatro paredes de siempre los envolvían en una sola dicha. A pesar de los desafíos, el mundo sentimental de Emma había cambiado. El único que no salía afectado al fin de cuentas era Cris, a quien ambos amaban profundamente. Pero, ¿cuánto duraría?, ¿qué otra mala jugada de la vida le esperaba a Emma?

Terminó el año Baktun y Emma continuó buscando nuevas oportunidades de trabajo. Sus esfuerzos con la venta de los inmuebles no le daban los frutos esperados. ¡Vaya! Pensaba Emma, ¡y yo que tenía tantas esperanzas en el año baktun! Que estupidez tan grande. Cuando el sol comenzaba a brillar, una nueva nube gris lo ocultaba. Aunque en apariencia su vida con Daniel mejoraba, Emma comenzó a tomar conciencia de lo que sucedía, se dio cuenta de que el amor de Daniel ya no era suficiente para alimentar las ansias que ella sentía.

El segundo día de enero, Emma le escribió a Daniel una mañana.

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