Emma

Emma


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–Cásate conmigo Emma, no me importa que tengas dos hijos. Sé que no vives con ninguno de los padres. Si yo te hubiera perdonado nos habríamos casado porque yo te quería mucho, lo que te ha pasado es mi culpa, te dejé, te lastimé y no te entendí.

Era verdad que la había lastimado, no solo no la había perdonado, sino que la trató con desprecio y destrozó lentamente su estúpido corazón enamorado. Pero Emma no se lo diría.

–Raúl levántate por favor. Lo siento –le dijo– Yo hace tiempo que dejé de quererte. Lo que hiciste o lo que yo te hice ya no importa, ni siquiera pienso en ello, fue solamente amor de juventud, sucedió y ya. Estoy bien y ya superé muchas cosas, además, el papá de Pablo está preso, pero volverá un día y no me puedo comprometer con nadie.

De todas formas, quedaron de salir el siguiente fin de semana, pero eso jamás sucedió. Y esa se convirtió en su quinta solicitud de matrimonio.

 

El pequeño Pablo estaba por cumplir un año y Esteban apareció de repente en la casa de Emma. Fue como se dice, “debut y despedida”; más tardó en aparecer que en volver a esfumarse de su vida para siempre. Sabía todo de ella, quiénes la visitaban, sus compañeros de la universidad por nombre, todo. Visitó la casa al menos unas cinco veces y se concentraba en estar con su pequeño hijo. Dejaba algo de dinero en la mesa y no se le insinuaba a Emma, hasta que una noche rompió el silencio.

–Te has convertido en una carga para mí, ya no estamos juntos así que no volverás a ver un solo centavo mío, veo que tienes una nueva vida, nuevos amigos o amantes, así que ya no me necesitas.

Emma no contestó a la forma agresiva en que Esteban le habló y permaneció callada solo escuchándolo. Esteban se comió su discurso de hombre herido cuando la última noche que se vieron la invitó a salir. Cenaron y bebieron mucho, pero Emma no accedió a estar con él. Esteban tenía una moto preciosa que podría contar historias de película.

Cuando salían y aún no se habían ligado con el compromiso de su hijo, la llevaba por la carretera a la Costa del Sol y se detenía en lugares de menor afluencia, para asegurarse que serían la única distracción. Se bajaban de la suntuosa moto, Esteban recostaba a Emma sobre ella y se besaban y tocaban alterando el orden natural del paisaje. No había conductor que no se quedara mirando el espectáculo. Eso lo hacía sentir orgulloso, alimentaba tremendamente su ego masculino y le encantaba que ella le siguiera el juego sin mayor problema, porque para ella, exceptuando los malos días, todo lo demás que Esteban hacía era una divertida aventura, y ya se había acostumbrado a ser tratada como su muñeca de exhibición y aunque en principio la exacerbaba, llegó a aceptarlo y a disfrutarlo. 

–¿Me rechazas porque ahora eres una cualquiera que se mete con universitarios?

–Te rechazo porque apareces con un estúpido discurso, pocas palabras, cero explicaciones de lo que pasó, ofensas sin fundamento y de repente se te antoja tenerme. No Esteban, si quieres estar en la cama conmigo, debes ganarte de nuevo mi cariño.

–¡Yo no le tengo cariño a las perras! Yo te sigo pagando todo, la casa donde vives y todo lo que te hartas tú y tu familia mientras te metes con otros cerotes.

–Que equivocado estás sobre mí. Ellos vienen a hacer tareas y aquí está siempre mi madre y mis hijos; estás cegado por los celos, tú tienes una vida con la Julia, una vida de la que yo estaba ignorante hasta que la Chabe me puso al tanto. Todo lo que haces y las cosas que te pasan las has vivido sin decirme nada, yo siempre he estado al margen de tu vida complaciéndote en todo. Pero tu tío me contó de una casa que estás construyendo para la Julia, yo ya sabía que estabas fuera de la cárcel hace tiempo y hasta ahora te apareces exigiendo que me acueste contigo. No, eso se acabó.

–Pues sí, la Julia me sacó de la cárcel y ahora le debo mucho a la maldita zorra, si supiera que estoy contigo también me manda a matar la puta.

–Entonces vete, sigue viviendo tu vida bajo las faldas de la Julia, allí es donde perteneces.

Sacó su pistola y la puso en la cabeza de Emma.

–Como en los viejos tiempos –le dijo ella.

–Tengo ganas de matarte para acabar con toda esta puta historia que me quema el alma.

–¡Hazlo! Siempre te voy a contestar lo mismo. Pero esta vez tengo dos niños que para comenzar ya no tienen padre y los vas a dejar sin nadie.

Guardó la pistola y se subió a la moto. Comenzó a llover, como en las películas.

–Asegúrate de no pasar jamás frente a mi vida, porque la siguiente vez que te vea te mato –le advirtió.

Fue la última vez que Emma lo vio, aunque supo de él poco tiempo después; y nueve años más tarde, su tío le contó que estaba de nuevo preso en Panamá. La dejó allí tirada frente a un motel camino al puerto. Tuvo que pedir un aventón a la ciudad y llegó a la casa empapada, pero como siempre prefería reservarse sus penas, no contó nada de lo sucedido.

 

Entró a su habitación y lloró toda la noche. ¿Por qué lloraba? Por mencionar algunas cosas, lloraba porque Pablo no conocería jamás a su padre y porque Dulce no tendría un papá postizo para remplazar al otro chico que no era más que un pobrecito adolescente perdido en un mundo difícil. Porque en un par de meses ya no tendría dinero para pagar la casa y para comer. Porque a pesar de los pesares, el cariño loco que una vez Esteban le dio, aún lo ansiaba. 

Lloraba porque culpaba al maldito destino y a la vida y los veía como cómplices de su miseria y su infortunio. Por último, lloraba porque era cierto que tenía un amante, un corredor de autos, a quien debía dejar, continuar con su vida y dejarlo continuar la de él. Aunque deshacerse de su amor después no fue tan fácil porque el hombre estaba envuelto en lo prohibido, la pasión y la dulzura que Emma le prodigaba.

“Correr detrás de un sueño

tiene un precio

por más caro que sea, nunca es tan alto

como el precio que paga

quien no vivió”

Paulo Coelho

 

 

 

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–¿Por qué odiabas tanto a mi padre? Fue la pregunta que rompió un largo silencio en el almuerzo del siguiente domingo. Y el enorme trozo de hielo que durante toda su vida había permanecido entre Beatrice y Emma comenzó poco a poco a derretirse.

–Cuando yo tenía 17 años –contestó Beatrice–, había vivido bajo la rigurosa mano de mis padres y hermanas, y conocí la iglesia mormona. Mi madre –prosiguió–, era evangélica, y para ella todo era pecado. Encontré libertad en esa iglesia y decidí unirme a ella, tuve varias oportunidades de casarme, pero ninguna llegó a realizarse porque yo era una persona de escasos recursos económicos y nunca estuve a la altura de los pretendientes. Fueron buenos partidos porque eran gringos, pero las cosas no resultaron.

Un día, me fui en una excursión de la iglesia a Guatemala y me gustó, así que decidí que al cumplir la mayoría de edad me iría a vivir a ese país. Lo hice, pero pasaron varios años antes que pudiera realizar mi sueño.

Emma estaba perpleja escuchando su historia y admirándose de lo fácil que había sido romper el silencio de años.

–Al final –prosiguió diciendo Beatrice– Tomé la decisión de irme a Guatemala porque estaba huyendo del desamor de un chico de la iglesia que había preferido a otra chica con mejor posición económica que yo, así que me sentía tan avergonzada porque le había confesado mi amor y él me había rechazado que decidí huir. En Guatemala conocí a tu padre, era profesor de música. Fue amor a primera vista, y se convirtió a la iglesia para poder casarse conmigo porque yo le dije que si no lo hacía no podíamos estar juntos.

Era la primera vez que la madre de Emma le contaba sobre cómo había conocido a su padre. <No lo hizo antes> pensó Emma, porque nunca fueron buenas amigas, y ella la había lastimado tanto emocional y físicamente durante su niñez y adolescencia que no le tenía ningún cariño. Pero como en la historia aparecería su padre se quedó para escuchar al menos la verdad de su madre, ya que la otra verdad, la de su padre, jamás la sabría. Para entonces ya había aprendido que las historias tienen siempre dos versiones o dos verdades como le gustaba llamarlas, la de la víctima y la del victimario que escuchada en la otra versión los papeles resultan cambiados.

–Pues tu padre –prosiguió Beatrice–, era un maldito, un infeliz. Yo era una chica ingenua y él, ya se había casado dos veces antes de hacerlo conmigo y tenía dos hijos con cada mujer. Me enteré hasta que ya había nacido tu hermana Sofía. Vivíamos en una casa de renta en la Antigua Guatemala donde él tenía su academia de música también. Era bien noviero, siempre andaba detrás de las estudiantes.

Una tarde llegó una mujer a buscarlo y como no estaba se sentó a platicar conmigo. Me contó que ella era la esposa de José y que él la había abandonado con sus dos hijos y que además, él había tenido otra mujer a la que también le había hecho lo mismo y que no les pasaba gasto para sus hijos. Me rogó que hablara con él para que le diera dinero para sus niños, se trataba de una mujer de corte y como llegó en son de paz, no me enojé con ella, sino con José. Cuando regresó a la casa le conté y negó todo. La mujer jamás volvió a aparecer por la casa, pero él comenzó a comportarse peor que antes. Los hijos de José comenzaron a llegar a la casa a escondidas y yo guardaba dinero para darles sin que tu padre se enterara.

Emma recordó en ese momento lo que le había dicho su tía Martina en su lecho de muerte. Que su padre tenía otros hijos que un día ella conocería y que al ver su enorme parecido, se daría cuenta de la verdad. Que ella no era hija de su sangre. Aunque a ella le pareció una confesión absurda, mantuvo la duda toda su vida.

–Tu padre comenzó a beber y ya no paró –dijo Beatrice lanzando un suspiro de decepción–. Decían las vecinas que le habían hecho brujería, que había sido la mujer que llegó a la casa a hablar conmigo. Yo no sé, pero lo que sé es que ya no daba muchas clases, dejó de bañarse y de ver por él, siempre andaba borracho y tuvimos que irnos de esa casa porque ya no tenía como pagar. Nos fuimos a vivir a Retalhuleu a la casa de un primo suyo. Pero antes de irnos yo había quedado embarazada de un segundo niño que no llegó a nacer, fue cuando llegó esa mujer que yo estaba comenzando mi embarazo y creo que ella me hizo algo para que perdiera el bebé. Después naciste tú –continuó diciéndole a Emma–, tu abuela había viajado desde el pueblo de Santiago para cuidarme porque habías nacido por cesárea. Una tarde encontró a tu padre besándose con la sirvienta, la tenía sentada en las piernas, se reían y bromeaban mientras yo estaba contigo en el cuarto.

Mi madre se enojó y me dijo que lo abandonara, que ella y tu abuelo me apoyarían si me regresaba, pero que ya no estuviera con ese demonio. Le hice caso. Tú no tenías ni dos meses de nacida cuando agarré mis maletas y me vine a El Salvador. Vinimos a vivir a casa de tu tía Carmen y dos meses después José se vino siguiéndolas a ustedes no a mí, porque lo odié para siempre, no lo perdoné jamás y nunca regresé a vivir con él.

–Reuní dinero y me fui a Estados Unidos –dijo, haciendo una pausa para tomar su té–. Ustedes se quedaron con sus dos tías Carmen y Martina y su padre sólo tenía permiso para visitarlas, pero no se las podía llevar porque era un don nadie, un vago, un borracho que no les daba un centavo para que comieran. Le dio por mandarme cartas contándome lo mal que las trataban sus tías y yo lloraba por estar lejos y no poder hacer nada, así que me regresé para darme cuenta que eran mentiras, que lo único que quería era seguir destruyendo mi vida y entonces lo odié más porque por su culpa yo me regresé, si no hubiera sido así las hubiera mandado a traer y “otro gallo les hubiera cantado”.

Terminó su té y se levantó de la mesa. Emma se quedó sentada pensando, intentando digerir la historia que su madre le había contado. Gracias a esa breve e ilustrativa información, entendió varias cosas sobre ella; eso no la hizo amarla de inmediato porque dentro de su corazón ella siempre fue la villana y su padre el bueno de la novela. Y aunque continuaba con algunos cuestionamientos en su mente, una cosa cierta fue que la famosa repetición de patrones aparecía claramente frente a sus ojos. Sin embargo, ella pudo romper el patrón y no lo hizo y ¿qué haría Emma? ¿Lo repetiría con sus hijos o lo cambiaría?

A Emma le fue difícil conciliar el sueño esa noche. Estaba recordando muchas cosas. Si ese “hubiera” del que habló su madre existiera, pensó. Con gusto volvería a retroceder los años para corregir todo desde el primer error, si es que alguna vez lograba descubrir cuál había sido el primer error; pero como en la película El efecto mariposa cada cambio en el pasado surtiría futuros verdaderamente impredecibles, no controlados.

O tal vez nada habría cambiado, como las varias películas que se han hecho relacionadas con tratar de cambiar el pasado para que alguien no muera y de todas formas siempre muere de una u otra manera. ¿Hay un destino trazado y punto? era la pregunta que de nuevo asaltó a Emma esa noche. Todos los caminos llevan a Roma dicen por allí, escribió Emma en su diario, yo digo, todos los caminos llevan a la muerte, porque la verdad, es el único acontecimiento seguro del ser humano. Si mi amiga la muerte es el único destino inevitable conocido, significa que los demás destinos sí pueden evitarse, y ¿cómo podría un destino ser evitado a menos que ya estuviera trazado?, y si está trazado, ¿quién lo trazó? Quizá los seres superiores, porque según se dice uno puede cambiar “su destino”. Emma consideraba al destino nada menos que como un ser contra el que debía luchar durante toda su vida. Ella creía firmemente que los seres superiores habían escrito un terrible destino para su vida y estaba dispuesta a luchar y ganar o morir en el intento de cambiarlo.

“Hay algo que aún me intriga” recalcó Emma en su diario. “las predicciones” ¿Cómo explicarse que tantos han escrito sobre el futuro del mundo? Los profetas de la Biblia, Nostradamus, los mayas y muchos otros. Todos ellos debieron tener acceso a alguna historia previamente escrita, seguramente no vieron hacia el futuro, sino una película ya protagonizada por la raza humana.

Si las cosas fueron así, Nostradamus no adivinó acontecimientos no sucedidos, como uno no puede tomar un cuaderno en blanco y decir que en la página 90 está escrito que en el año “x” sucederá tal acontecimiento inexistente, ni siquiera se sabe si hay una página 90. Isaías no vio leones rugientes volar sobre la tierra, sino aviones. ¿Y cómo pudo haber visto cosas que aún no existían? A menos que él mismo haya viajado en el tiempo y visto no el futuro sino algo que ya había sucedido y hacia lo que nuevamente vamos.  ¿Y cómo se predijo sobre la masacre judía a menos que el suceso ya estuviera también escrito porque ya había sucedido?

El hoy sería una segunda pasada, es como si alguien leyera un libro por segunda vez, con la diferencia de que ahora ya se sabe lo que pasó. En otras palabras, el destino se me presenta como mi peor rival y tengo que luchar en su contra para rehacer mi historia. O simplemente el tiempo no existe como lo conocemos, y podemos acceder a cualquier acontecimiento de lo que llamamos pasado, presente o futuro que esté sucediendo en planos diferentes en el mismo momento. Solo sé que sin importar cuánto me esfuerce por lograr algo, el destino me lo arrebata.

Pero bueno, Emma estaba por comenzar una etapa diferente de su vida, Esteban se había ido para siempre y se sentía completamente desamparada. Tenía que buscar de nuevo un trabajo para mantener a sus hijos, seguir siendo madre soltera, enfrentarse con el consabido qué dirán y seguramente buscar algún hombre que quisiera aceptar el papel de buen padre que no habían sido capaces de aceptar los dos primeros. La búsqueda comenzaba.

–Daniel, ¿tú sabes qué fue de Esteban?  ¿Mi tío Pablo volvió a verlo?

–No Rebecca, jamás apareció y Pablo tampoco lo buscó. Emma luchó sola con sus hijos y solamente el padre de Dulce apareció en sus vidas cuando ella ya era una jovencita.

–Me habría gustado conocer a mi abuela quien seguramente me habría relatado muchas historias. Pero te he tenido a ti desde que nací, y siento ahora que tú y ella tenían algo especial. ¿Es por eso que no te casaste Daniel?

Daniel suspiró.

–Emma era una mujer muy fuerte–, se limitó a decir Daniel.

–Sabes Daniel, he pensado que tendré más tiempo para estar contigo pues he avanzado ya bastante en mi nuevo libro y prefiero venir y pasar contigo las tardes, si estás de acuerdo.

Daniel la miraba con atención.

–Eres muy parecida a tu abuela. Emma siempre quería que yo estuviera bien, dejaba todo por estar cerca de mí, por cuidarme. Como lo haces tú.

–Bueno  –le dijo Rebecca–. Créeme Daniel que es difícil no quererte.

De nuevo se despidieron y se verían al día siguiente. Daniel tomó un baño en la tina de agua tibia que Rebecca le había dejado preparada. En la pared, sobre el lavado, había un enorme espejo. Daniel se paró frente a él y comenzó a recordar. Era aún joven y estaba en su antigua casa de Mariscal. Se estaba rasurando y Emma lo asaltó por detrás quitándole la toalla. Comenzó a besarlo desde el cuello y sus besos se deslizaban hacia su espalda, sus nalgas y sus piernas. Él se volteó y comenzaron a hacer el amor. Así era Emma, ardiente. Daniel era su hombre y lo tomaba cuando lo deseaba, ella le pertenecía y la hacía suya a todas horas.

Al día siguiente Rebecca llegó como siempre. Daniel se veía renovado.

–Te veo diferente Daniel –dijo Emma.

–Sí, sonrió Daniel. Me he sentido como antes, tan dueño del mundo. Así me hacía sentir Emma.

–Pues entonces ha sido bueno que haya encontrado el libro –Dijo Rebecca–. Prepararé café pues he traído algo de pan recién horneado de la nueva panadería. Te va a encantar.

De nuevo se fueron al jardín a continuar leyendo el libro escuchando de fondo “Kiss the rain”.

“Ama sin medida, sin límite, sin complejo,

sin permiso, sin coraje, sin consejo, sin duda,

sin precio, sin cura, sin nada.

no tengas miedo de amar, verterás lágrimas

con amor o sin él”

Chavela Vargas

 

 

 

 

 

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“Escriba en los espacios en blanco la moneda de cada país de Centroamérica”. Era el principio de un enorme cuestionario que Emma debía llenar para conseguir un trabajo de secretaria–contadora; y no supo qué contestar. Si esa pregunta le pareció complicada, las otras estaban nada menos que en ruso, ya que no comprendía nada.

–¿Estado civil? –Dijo la chica que hacía las entrevistas en otra empresa mal parada que encontró en páginas amarillas.

–Soltera –contestó Emma.

–¿Cuántas personas dependen económicamente de usted?

–Tres –dijo.

–¿Parentesco? Mis dos hijos y mi madre.

–¡Ah! –dijo la chica– usted es madre soltera, no soltera.

Emma no sabía que existía ese estado civil, pero para su sorpresa, ¡era importante en la solicitud!    

Muchísimos años después de esa pequeña entrevista; mientras ella recibía sus clases de italiano, el profesor dijo que no existía traducción al italiano para “madre soltera” ya que en ese país no se catalogaba a las mujeres de esa manera y recordó lo absurdo que le había parecido hacía ya tantos años que en los pequeños países iletrados sí se hiciera.

Así continuó buscando un empleador que la aceptara, hasta que finalmente consiguió un trabajito de secretaria en una empresa exportadora de café; y aunque excedió las expectativas de sus contratantes, en una ocasión y frente a diez personas que festejaban el cumpleaños de alguien, el propietario de la empresa, Eduardo, confesó que la había contratado por lástima, ya que cuando llegó a la entrevista lucía despeinada, sin una gota de maquillaje y olorosa a sudor, pero cuando ella le contó que era madre soltera de dos hijos, se apiadó de ella, la contrató y rezó para que sirviera de algo. Emma no supo si reír o llorar, pero ya que todos rieron, ella también lo hizo.   

<Si supiera el maldito> pensó, lo que me costó llegar a su estúpida empresa. Era su tercera cita ese día, la exportadora de café estaba en la colonia “Escalón” una colonia de privilegiados donde jamás había ella puesto un pie. Como no lograba encontrar la dirección, finalmente pagó un taxi para el cual ni le alcanzaba el dinero, le tuvo que pedir descuento al taxista y como solo se quedó con pocas monedas le tocó caminar de regreso a su casa, pero al menos, ya tenía trabajo, así que las interminables cuadras que caminó del prestigiado lugar hasta “la chulona”, que era donde ella vivía, ni siquiera las sintió.

Por su puesto, un par de meses después, cuando regresó de un pequeño tour que hizo a Guatemala, su mejor regalo, un tren de madera precioso que le había costado un ojo de la cara, se lo dio al mejor amigo de Eduardo, el catador de café que trabajaba para ellos y a quien a pesar de la amistad que decían tenerle, lo trataban como si no valiera nada. La mirada envidiosa de Eduardo fue su mayor venganza. Y ese catador de café sintió que por primera vez alguien lo había preferido, así que atesoró el regalo de Emma y a diario le daba las gracias por el pequeño tren. Ese hombre se convertiría en su siguiente locura de amor.

Regresaban de una cena con los compañeros de la exportadora y habían bebido un poco. El catador de café a quien todos llamaban “el gato” se estacionó frente a la casa de Emma. Ni él quería irse, ni Emma quería bajarse. La miraba con esa mirada de invitación a entrar en la habitación de su intimidad; Emma tomó su mano y la deslizó bajo su vestido, dos corazones comenzaron a latir con fuerza, era en ese momento o no sería nunca. Cerca de su casa había un motel nuevo al que se dirigieron a toda prisa. No habían entrado a la habitación cuando ya llevaban la mitad de la ropa afuera.

–No tienes nada que envidiarle a ninguna mujer –le dijo, mientras se apresuraba a comenzar por segunda vez.

El Puerto de La Libertad llegó a ser su lugar especial, iban tan frecuentemente como podían, a emborracharse y a fumar marihuana, las noches locas de amor apasionado los tenían presos, mientras que en la empresa guardaban la distancia; miradas de complicidad, roces en las manos y guiños de ojos se convirtieron en su lenguaje secreto de amor. Jamás lo llamó por su nombre, para ella era “gato” o “gatito” dependiendo de su buen o mal humor hacia él. Conoció a su madre y a su hermana, mientras no fuera él a comprometerse con Emma y todo siguiera siendo diversión, ella sería bienvenida en su casa.

Huérfanos los dos, el gato y su hermana, fueron adoptados por los Benfeld, gente de mucho dinero. Pero en un acto cruel de la vida, su padre adoptivo murió cuando ellos apenas eran unos niños. Su madre, acostumbrada a no hacer nada, desbarató la fortuna de su difunto esposo y cayó, como frecuentemente se dice “en desgracia”. Cuando el gato se embriagaba, le decía a Emma cuánto extrañaba a su padre y que a su verdadera madre la imaginaba en algún país lejano; jamás entendería por qué lo abandonó en ese orfanato, pero que si la encontrara, la perdonaría. –Si tan solo pudiera conocerla –decía–, mientras enjugaba las lágrimas de sus hermosos ojos verdes. Esa parte de él a Emma la conmovía tremendamente y llegó a dolerle casi tanto como a él, pero lo abrazaba para que supiera que ella estaría siempre allí.

A veces lloraban juntos recordando las mejores cosas de sus pasados. Si tan solo esto… si tan solo aquello… decían. Pero tenían una vida, la vida que les había tocado, o el resultado de lo que habían decidido, obviamente no la vida que habrían escogido. Pero con todo lo mala o poco buena, era necesario aprender a aceptarla y a ser felices sin importar qué o cómo. En lo que concernía a sus sufridas almas, disfrutaban con ese dolor y acompañaban las penas con alcohol. “Las penas con alcohol son buenas” era su frase favorita.

Era cierto que Emma llevaba el pan a su casa, pero como madre era un fracaso total. Mientras se dedicaba doscientos por ciento a su trabajo, dejó la universidad y tenía a sus hijos en completo abandono; su madre se encargó de su crianza, bajo la escasa supervisión de Emma que consistía en asegurarse que no les pusiera un dedo encima so pena de enfrentar su ira escorpiona. Dedicaba dos fines de semana a ellos y dos al gato, pero después de un año, el entusiasmo se le fue desvaneciendo poco a poco y comenzó a concentrarse más en sus retoños.

 

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