Emma

Emma


PORTADA

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Un día, por curiosidad Emma decidió llamar por teléfono a don Leopoldo, el tío de Esteban, para preguntarle cómo estaban él y Miriam; de paso, la invitó a visitarlos a Usulután, un departamento en la Costa Sur de El Salvador, que era donde vivían y tenían una farmacia. Fue con Pablo y dejó a Dulce con su madre. La conversación, por supuesto, llevó desde los saludos hasta saber un poco de Esteban, de quien no dijeron casi nada. Con sorpresa, vieron como una montero parecida a la de Esteban se estacionaba frente a la farmacia; era la Julia. <Que casualidad tan grande>, pensó Emma. Rápidamente los escondieron a ella y a Pablito en una pequeña bodega del patio trasero y ellos salieron a recibirla como a una reina. Le ofrecían toda clase de cosas mientras Julia se comportaba como si le perteneciera no solo la casa, también la finca, la farmacia, y por si fuera poco, los seres humanos que la atendían, incluyendo a los tíos de Esteban. Se quedó un rato y luego de recorrer los pasillos como si buscara algo o a alguien, se sentó en los muebles de madera del pasillo trasero que daba al jardín donde Emma hacía toda clase de peripecias para mantener en silencio al niño. Emma la vio de lejos, Julia sacó de la cartera una cigarrera, la abrió, sacó un cigarro, le prendió fuego con un encendedor que por un momento cegó a Emma porque el sol se reflejó en él y chocó con su mirada, y comenzó a fumar como toda una “femme fatale”.  

Era ciertamente una mujer con mucha fuerza, su poder se dejaba sentir con su tan sola presencia. Llevaba un vestido blanco, corto, precioso; el cabello largo hasta la cintura y totalmente liso, rubio pintado; era tan pequeña como Emma, pero llevaba puestos tacones muy altos y lucía una cartera en su mano que manejaba con tal elegancia. No cabía duda que era la dueña de todo lo que en ese momento se movía.

–Una maldita hija de perra –dijo don Leopoldo cuando ella ya no estaba–. Fue la única cosa que hablaron de ella, como si fuera un sacrilegio nombrar a cualquiera de los dos.

Emma no tardó en volver a saber de don Leopoldo, dijo que la visitaría y así fue. Llevaba algunas cosas para Pablo y algo de dinero.

–Aquí te manda Esteban, dice que te vayas del país si sabes lo que es mejor para ti y para tus hijos.

–La Julia –continuó diciendo– no estará tranquila hasta saber que de verdad desapareciste, muerta o lejos, lo que prefieras más.

Le dejó el dinero y el certificado de nacimiento de Pablito que le habían dado en el hospital, para que ella fuera a asentarlo a la Alcaldía, ya que Esteban no lo había hecho. El niño tenía ya dos años y medio y aún no existía en los registros del país. Esa misma semana Emma fue a asentarlo y presentó su renuncia en la exportadora.

–¿Por qué te vas? –preguntó el gato, totalmente desconcertado–. Hace dos fines de semana estábamos en la playa y hoy decidiste que te vas. ¿Es algo que hice mal? ¿Conociste a alguien?

–Me voy –contestó Emma– porque mi hermana que vive en Guatemala me consiguió un buen trabajo y pienso que sería buena idea regresar al país que me vio nacer.

–Si claro –contestó el gato–. ¿Y nosotros?

–Vendré tan seguido como pueda y tú podrás llegar allá si quieres –le dijo.

Apenas le salían las palabras, quería llorar, pero no lo haría frente a él, quería decirle lo que pasaba, pero no quería involucrarlo. Y también quería llorar porque Eduardo le había contado que el viernes anterior habían cenado juntos, que sorpresivamente la ex del gato se había presentado al restaurante y después de un rato ya se estaban besando y que se habían ido antes que la velada terminara.

Emma no le había dicho nada al gato, porque primero, no sabía si Eduardo lo había hecho porque se sentía despechado, ya que ella jamás aceptó sus indecentes propuestas; no le perdonaba que hubiera preferido al gato que a él, su ego masculino simplemente no podía procesarlo. Por otro lado, el gato era el mismo, no había ningún indicio de traición. La verdad, no se atrevería a encararlo sobre algo de lo que ella no estaba segura.

Se fue entonces a vivir a Guatemala en un febrero del noventa y cuatro. Era toda una mujer vivida de veintiocho años, madre soltera de dos hermosos niños y tremendamente cotizada por sus todavía atributos de juventud.

“¿Es que se acaba de amar alguna vez?

Hay gente que ha muerto

y que yo siento que aún ama”

Honoré de Balzac

 

 

 

 

 

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Como lo prometido era deuda y la distancia la hacía extrañar tanto al gato, iba y venía a El Salvador con la misma frecuencia que solían visitar la playa. Tenía dinero suficiente para seguir haciendo la misma cosa durante al menos un año. Dejaron de fumar marihuana de la nada, ni él llevaba, ni ella le pedía, y se emborrachaban menos, la relación se volvió menos loca, pero intensa. Continuaban soñando despiertos, seguían llorando juntos sus penas del alma y eso les bastaba. Pero no tuvo que pasar el bendito año para que la relación acabara “de un trancazo” En una de sus visitas y como siempre, lo llamó del teléfono público de Puerto Bus en El Salvador, para decirle que estaba allí esperándolo.

–No puedo ir –le contestó–. Vete a la casa de tu prima Ana y yo te voy a buscar allí.

–Pero, nunca hemos hecho eso –le contestó Emma perturbada–   

Además, sabes que mi cuñado tiene mal carácter y no querrá que yo me quede y luego verte llegar y que nos vayamos a lo que todo el mundo sabe.

Y ambos rieron.

–No –le contestó–, es que hay algo que quiero decirte, pero no por teléfono y no en la calle, mejor llego a la casa de Ana.

–¿Por qué tanto misterio? ¿Embarazaste a alguien y no sabes qué hacer? –Se le ocurrió decir a Emma en son de broma.

–No –le contestó–. La verdad, es peor que eso.

<¿Qué podría ser peor que eso?> pensó Emma.

Emma se quedó callada por un breve espacio de tiempo, esperando a que el gato reaccionara y le dijera lo que estaba sucediendo.

–Es que me casé el sábado con Mariana porque está embarazada.

Mariana era su ex, de la que le había hablado Eduardo que se habían reencontrado. Emma se quedó completamente muda. Absorta en su pensamiento. No había nada qué decir, ni nada que hacer.

–Aló, Emma, ¿estás allí? Emma, Emma...

Emma colgó el teléfono y se quedó parada pensando o no pensando nada. Acababa de hacerla envejecer ocho mil años, sentía que por dentro su corazón se rompía en millones de pedazos. Tomó su maleta y se fue a casa de su incondicional prima Ana. Destruida era una palabra incapaz de dar significado a lo que sentía. Le pidió a Ana que la negara si llegaba el gato. Por suerte, su cuñado andaba en su finca y no llegó a dormir esa noche. El gato, efectivamente apareció bastante entrada la noche completamente borracho buscándola. Le gritaba que saliera y que lo perdonara. Por más que Ana le decía que Emma no estaba, él insistía.

–Hablemos, yo sé que estás allí, solo quiero aclarar las cosas.

Las cosas estaban bien claras para ella.

–Emma, no me voy a mover de aquí si no sales.

Pasaba del ruego al llanto, luego le gritaba que saliera, y en el mismo ciclo se pasó un par de horas hasta que Ana le pidió que se fuera o llamaría a la policía. Emma permanecía adentro, en la habitación de su sobrino, bañada en llanto. A la mañana siguiente, tomó su maleta y se fue apenas amaneció. Regresó de nuevo a su hogar con sus hijos, donde debía estar.

 

Encontró pronto un trabajo en una investigadora de Mercados. Casualmente, seis meses después del episodio final del gato, se encontró en el pasillo del edificio donde trabajaba, con un amigo mutuo, de ella y el gato. Ambos con sorpresa y asombro se dieron un fuerte abrazo. Fueron a tomar un café y por supuesto, el tema principal fue el gato.

–Dale la oportunidad de que te explique cómo fueron las cosas –le dijo.

–Yo no quiero ninguna explicación, no me interesa saber nada  –le contestó Emma bastante molesta.

–A veces –continuó–, es bueno que la gente se desahogue y él necesita hablar, el asunto lo está consumiendo, quiere escuchar que lo perdonas.

Emma comenzó a dudar de que ese encuentro hubiera sido realmente casual.

–Digamos –le sugirió Franco–, que el gato quisiera venir y tú le permitieras una cita como ésta, solo tomarían un café y hablarían. Emma, en serio, el gato está ahogándose en desesperación, la bebida lo controla, no habla de otra cosa, dale la oportunidad de pedir perdón.

Ella no podía seguir escuchando más, se levantó de la silla y le dijo:

–Le voy a mandar un mensaje al gato y espero que se lo des bien.

Pagaron la cuenta y lo llevó a la ciudad de Antigua Guatemala, se hizo tarde y se quedaron en un hotel. Franco pidió dos habitaciones y ella dijo: –que sea una, así nos queda para la bebida. Lo llevó a un bar y bebieron lo suficiente para entrar en calor y estar desinhibidos. Emma sabía que Franco moría por estar con ella, y que por respeto a su amigo, jamás le había insinuado directamente nada. Franco había sido siempre el espectador abajo del rin y los errores que el gato cometía en contra del amor de Emma lo consumían y lo habían hecho enamorarse del corazón torpe de ella. Pero para entonces, su amigo ya estaba casado y Emma era una persona libre. Esa noche le hizo el amor a Franco como si se tratara del gato y a la mañana siguiente se levantó bien temprano.

–¿Nos vamos tan temprano? –Le dijo a Emma sin el menor remordimiento.

–No sé tú, –le contestó ella–, pero yo si me voy. Dile al gato que me acosté con su mensajero, que por lo tanto, ya no le pertenezco y que jamás le daré la oportunidad de pedir perdón.

Emma salió del hotel como entró, como si no hubiera pasado nada, y como Franco, sin remordimiento alguno. Esa era una nueva Emma.

 

A partir de allí, no permitiría que ningún hombre volviera a herirla jamás. Se había transformado, no de oruga a mariposa, sino de mansa gatita a fiera leona. Infundía tanto temor en los hombres que ninguno se atrevía más que a mirarla. Se volvió una Julia, solo que sin el dinero. Al menor indicio de intento de seducción, los hombres topaban con pared.  Con ese nuevo “yo” se ganó rápidamente la admiración de su jefa, quien la adoptó como su perra guardiana. Nadie se acercaba a la gerencia general y todos dejaron de quitarle el tiempo a la jefa; si alguien quería hablarle, tenía primero que pasar por una rigurosa inspección y cuestionamientos que Emma se inventaba.

Si ella pensaba que el tema era lo suficientemente importante, los hacía pasar a la gerencia, si no, les aconsejaba buscar una solución, o ella misma les daba una salida simple para sus problemas simples en los que se ahogaban. Se hizo su propia fama de “femme fatale”. No estaba dispuesta a permitir que ninguna persona la quisiera, porque no necesitaba el cariño de nadie, así que hizo lo necesario para ganarse el odio de todos. No saludaba a nadie y sus respuestas no pasaban de sí, no, y déjame ver qué puedo hacer, aunque en realidad no hacía nada.

Su jefa que era tan dura como ella, había encontrado a la persona ideal para descansar de los agotadores problemas que la gente no era capaz de resolver. Las únicas personas que la llegaron a querer fueron aquellas pobres almas víctimas del maltrato laboral y a quienes Emma se encargaba de socorrer; si se despedía a alguien de la empresa no sería a ellos, sino, al abusador, y ella tenía el poder de persuasión suficiente para que se dieran así las cosas. Aun así, no fomentó la amistad de ninguno de sus protegidos porque mostrar amor para ella, era síntoma de debilidad y ella no deseaba verse débil frente a nadie.

En una ocasión, una secretaria, agradecida por un favor que Emma le había hecho, y a pesar de que Emma la mantuvo siempre al margen de su amistad, decidió darle una sorpresa. Le pidió que llegara a la sala de conferencias para que le ayudara con las gráficas de una presentación. Cuando entró, se encendieron las luces y la mitad de la oficina estaba allí, con un pastel y cantándole “cumpleaños feliz”. <¡No! Yo soy una maldita hija de puta ¿Qué les pasa?> Pensó. Se quedó allí parada sin saber qué hacer, su expresión de desagrado era evidente, pero intentó ser amable, lo cual fue muy difícil; sin embargo, no quería romper el corazón de Yanira. Comieron el pastel y por primera vez se divirtió con las bromas y chistes de sus compañeros. Por supuesto, no sería un evento que volvería a repetirse nunca.

Después de eso, se volvió peor que antes, tan hermética que ya nadie la saludaba y eso la hacía sentir bien, porque no quería ser amiga de nadie. Tenía el amor incondicional de sus hijos y su amor hacia ellos creció enormemente, era todo lo que necesitaba para ser feliz, todo lo demás, estaba demás.

“El amor tiene un poderoso hermano,

el odio.

Procura no ofender al primero,

porque el otro puede matarte”

F.Heumer

 

 

 

 

 

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El siguiente año, una empresa mexicana se interesó en la investigadora donde Emma trabajaba y comenzaron pláticas para fusionarse, estarían en toda la región centroamericana y Panamá. De todos los visitantes, había uno que particularmente llamaba la atención de Emma y quien no dejaba de mirarla cada vez que llegaba a Guatemala. Su jefa usaba sus mejores galas cada vez que él las visitaba y se comportaba frente al invitado de tal forma que él supiera que ella tenía el control de su empresa y de sus empleados. En una ocasión, cometió un grave error que lamentaría el resto de su vida. Le gritó a Emma y la humilló frente al distinguido visitante. Él, como todo un caballero, se acercó a Emma y le susurró discretamente.       

– Oye, tranquila, no importa, si no encuentras el borrador del contrato yo traigo uno en mi computadora y vamos a imprimirlo.  Le guiñó el ojo y ella le sonrió, aún sonrojada.

La idea de asesinarla y las múltiples posibilidades pasaban como relámpagos por su cabeza. Emma le tenía un gran cariño, pero esa humillación fue suficiente para borrarlo todo; y así, su guerra contra ella comenzó. A la jefa no le gustaba que las llamadas de Javier pasaran por la recepción, para no hacerlo esperar. Así que le había dado el número directo de la gerencia, el cual compartía con Emma.

Si la jefa no estaba, contestaba Emma y se quedaban varios minutos platicando. Las conversaciones rápidamente pasaron del plano laboral al personal. Javier había tenido dos relaciones anteriores, divorciado de la primera y con la segunda compartía la casa, pero no la cama.

Una tarde, después de la hora del almuerzo, como era de costumbre, Javier llamó y Emma se quedó un par de minutos saludándolo, la jefa salió de la oficina y le exigió que inmediatamente se despidiera y la comunicara. Después que hablaron, salió enfurecida de su oficina.

–Nunca más, escuche bien, nunca más vuelva a entretener al señor de la Rosa, se trata de la persona más importante de la empresa mexicana, él se queda platicando con usted por educación, pero la verdad es que no tiene por qué perder el tiempo con una simple secretaria. Creo que se le está pasando la mano de confianza.

Esa fue una de las ocasiones en que Emma odió ser secretaria porque a veces la gente lo mencionaba con tal desprecio que parecía que en lugar de “simple secretaria” querían decir “nadie”. Le daba más razones para odiarla y para vengarse de su altivez. Así que cuando Javier se aparecía en la oficina Emma se arreglaba lo suficientemente bien para opacar con su juventud y su belleza a la jefa, quien ya no era ni bonita, ni joven.

Un día, Javier salió de la oficina de la jefa y se acercó al escritorio de Emma para despedirse. Le dejó en la mano un papelito doblado con un número de teléfono que decía: “llámame” Emma guardó el papel en su cartera, era lo que había estado esperando. La pregunta era, ¿hasta dónde lo llevaría sin tener que salir lastimada? Cuando salió de la oficina lo llamó de un teléfono público. Era el número de teléfono del Hotel donde siempre se alojaba cuando llegaba a Guatemala. En cuanto le contestaron pidió que le comunicaran a la habitación del señor Javier de la Rosa.

–Bueno –contestó con su excitante voz varonil.

–Soy Emma –le dijo ella, tratando de sentirse segura–. Aunque le temblaban las piernas.  

Javier era un hombre con mucha clase, elegante, guapísimo, muy educado y con una preciosa sonrisa, su presencia era cautivante y su olor la enloquecía. Era muy directo, así que sin tanto rodeo le preguntó si deseaba cenar con él, o acompañarlo con una copa en el bar del hotel. Emma le contestó que una copa estaría bien y que llegaría pronto porque la oficina estaba muy cerca. Era la primera vez que entraba en ese hotel y le pareció escandalosamente precioso. Se dirigieron al bar y pidieron una copa de vino.

–¡Salud! –le dijo, mientras la conquistaba con su preciosa sonrisa.

–¡Salud! –le contestó Emma.

Conversaron de temas livianos, cero trabajo. La batuta de las preguntas la llevaba él y ella le contestaría con la verdad si le convenía, y si no, no le importaría retorcerla mucho o poco pues le daba igual. La parte de sus relaciones pasadas ambos la describieron con un par de pinceladas, mientras él le confesó en breves palabras las únicas dos mujeres que trascendieron en su vida para mal, Emma se limitó a decir “nada que valga la pena contar”.

–¿Cenamos en el restaurante o arriba en mi habitación? –le preguntó antes de terminar su copa.

Fue una pregunta implícita que requería una respuesta rápida y segura. Si decía en el restaurante, tendría la oportunidad de retirarse si las cosas se ponían candentes, sino, su oportunidad de escapar de ese galán se traduciría a ninguna. No había tenido tiempo de analizar si las cortaduras de su corazón ya estaban sanas o no, y se había vuelto tan dura, que ya no sabía si sería capaz de quererlo o no. No quería pasar una noche con él y después ya nada, ni quería tampoco que la relación se alargara. Y así las interrogantes daban vueltas en su mente mientras él le exigía una respuesta con su mirada. Ya que la filosofía de Emma siempre fue todo o nada y tomar riesgos era algo a lo que estaba acostumbrada,

–Arriba –contestó con un leve tono de “supongo” mientras se encogía de hombros.

Su actitud dijo todas las cosas que sus palabras eran incapaces de expresar. <Y que sea lo que tenga que ser> pensó.

Javier llevó todo muy despacio, pues para el final reservaría lo mejor de la velada. No terminaron la botella de vino tinto. Cada vez que lo servía removía la copa con su mano y la pasaba por su nariz, aspirando su aroma y describiendo sus componentes, como en la película de “El beso francés” luego, le pedía a Emma que lo hiciera también. Pero ella solo fue capaz de describir el olor a madera y a uva fermentada, así que tomarse el vino no fue una sencilla cosa, era como en otro momento lo diría él, la primera lección.

¿Estaba Emma preparada para un hombre de ese nivel? Le habló de España y los impresionantes lugares que había visitado. Hasta ese momento, el único conocimiento que Emma tenía sobre el otro mundo se limitaba a las historias de conquistas en América y la caída del muro de Berlín. La descripción que Javier le hacía de cada lugar que había visitado era tan detallada y la mente de Emma tan receptiva que voló a esos lugares llegando casi a tocarlos.

Las calles que le describía las caminaba con su pensamiento, los hoteles, los bares y los viñedos de su plática recurrían en imágenes casi fieles en su extasiado cerebro. Su lenguaje era tan perfecto, si ella no conocía la palabra lo detenía para que le explicara porque no quería perderse nada de la historia.

–Me cautivaste –le dijo un día–, esa noche me cautivaste, porque eras tan tú, tan auténtica, tan diferente a las exigentes mujeres de mi mundo vano.

No fue una noche de desenfreno y locura como a las que Emma estaba acostumbraba, a pesar de que sus sentidos estaban aturdidos por el alcohol; esa primera noche las cosas transcurrieron de otra forma. Fue tan gentil, tan tierno, tan diferente a sus antiguos amores locos. Le quitó la ropa con delicadeza, cada prenda que caía los acercaba lentamente al siguiente paso, una vez que ambos quedaron al descubierto, Javier alzó con sus fuertes brazos a Emma como en las películas cuando el novio pasa el umbral de la puerta hacia la alcoba donde en sentido estricto o figurado amará a su esposa por primera vez. La acostó literalmente en la cama, se acercó a su boca y la sumergió en un beso de larga duración. Emma no sabía que existía esa forma de hacer el amor. Javier acomodó la espalda de Emma contra su pecho y todo comenzó. 

Vas a ser “mi bella dama” le dijo un día refiriéndose a la famosa película de Londres en la que una florista es convertida en una mujer educada. A Emma no le causó mucha gracia porque a pesar de todo, no consideraba que su posición fuera tan extrema. Emma era su “diamante en bruto” que por fortuna descubrió decía, y pulirla se convirtió en su principal obsesión, la segunda sería apropiarse de su corazón. La primera cosa no fue difícil de conseguir porque explorar su mundo tomada de su mano llenó de valor a Emma, él llegó a ser su fiel protector, su enseñante, su dueño. Con todo, en el proceso de tratar de conseguir el amor de Emma tropezó con momentos que le causaron una gran frustración, su deseo de convertirse en el centro de su vida les ocasionó peleas devastadoras.

“Te amo”, frase desconocida y jamás pronunciada por su boca comenzó a escabullirse poco a poco cuando se despedía por teléfono de Javier; después, logró decirla de frente. Y sí lo amaba, pero el centro de su amor eran sus hijos. Y es que definir amor es verdaderamente complejo. Javier la quería de forma egoísta solo para él y el segundo lugar que ella le daba lo consideraba una ofensa. Sus primeros años juntos fueron grandiosos. Cuando Javier llegaba a Guatemala Emma se quedaba las noches con él en el mismo Hotel y la presentaba a todos como “su mujer”.

Cada vez que llegaba de viaje le regalaba un libro que ella devoraba con gran ansiedad, John Grisham fue su escritor favorito, “El Testamento” y “Causa Justa” fueron los primeros libros que leyó de él. Su novela de intriga la cautivaba. Hubo muchos otros que con el tiempo y los desafíos siguientes, dejó de recordar. No faltaban mes a mes las revistas HOLA que compraba en los aeropuertos para que ella estuviera enterada de los chismes de los famosos, ya que Javier la empapaba de todos los temas posibles que podrían aparecer en cualquier conversación pues la mujer que lo acompañara debía mostrarse inteligente y conocedora para estar a su altura. Además, la obligaba a ver los noticieros que comentaban siempre en los almuerzos o las cenas.

–Cuando termine, espero que no me abandones–. Le decía bromeando.

Refiriéndose a cuando termine de instruirla y la vuelva un diamante ya pulido. Pero Emma no tenía ninguna intención de abandonarlo, siempre que él también se mantuviera en la misma sintonía.

Con ese hombre ella se volvió adicta a las películas; hasta entonces no sabía distinguir entre Robert De Niro y Al Pacino, pero después de un tiempo, era capaz de señalar a todos los actores famosos por nombre y apellido, así como comentar sus películas.

Javier le compró muchísimas películas que terminaron en una caja de cartón que en alguna mudanza se perdió. En cuanto a los libros, Emma conservó solamente sus favoritos, los demás también con el tiempo desaparecieron.  

Le cambió completamente el “look”, el nuevo la hacía verse mayor, casi de la edad de Javier. Se veía mucho más seria y con clase. La vestía con ropa de marca y le compraba relojes finos, pero ella usaba solo su favorito, un Skagen plateado que le regaló para un cumpleaños, el cual conservó y usó

durante muchos años. Le compraba perfumes europeos de los que eran “Limited edition”, pero con el tiempo definieron ambos una sola marca y un solo aroma, Carolina Herrera 212. Después de dos años, estaría lista para ser lanzada a su mundo.    

 

En ese proceso de cambios, el otro nuevo yo de Emma, las peleas de Javier con ella por convertirse en su prioridad, la relación de trabajo rota con su jefa debido a sus sospechas por su amorío con el galán mexicano con quien aún soñaba, sus sentimientos de culpa por dejar a sus hijos tantas noches para estar con Javier y los viajes que hacían juntos sin ellos. Abrir de nuevo su corazón lastimado, su madre con sus constantes insultos por su nuevo novio, Emma entró en algo que podría llamarse crisis existencial. Fue tan fuerte, que terminó internada en un hospital de psiquiatría. Eso cambió su vida nuevamente, le dio una perspectiva diferente de las cosas, borró la dureza de su corazón hacia la gente y lastimosamente la volvió de nuevo una mujer vulnerable. <Porque mostrar amor a las personas lo hace a uno vulnerable> había escrito Emma en uno de sus diarios. Era su filosofía de entonces y terminó haciendo las cosas a las que tanto temía.

Las terapias del hospital tenían dos objetivos primordiales, el primero, consistía en amarse y valorarse uno mismo; y el segundo, aprender a amar a los demás.

La música y las palabras guiadas de la terapista hacían que sus mentes se trasladaran a diversos lugares y escenarios, los que

venían a su mente eran siempre las escenas de la mano con su padre, el olor a té de hojas de naranjo que hacía su abuela en las tardes, el aroma a pan recién horneado en horno de leña, el canto de los gallos al amanecer en la finca de los abuelos, los viajes en la canoa por el estero y un columpio natural de las enredaderas de un árbol en el cual jugaban Emma y su prima Ana. Fuera de eso, era imposible recordar nada más.

Emma tenía prohibidas las visitas, hasta que se sintió mejor solamente Javier podía visitarla. Construyó un lazo de amistad muy fuerte con algunas de sus compañeras. Cada una tenía su propia historia y compartirla en las terapias les ayudaba a quererse y apoyarse. Pero muchas de las

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