Emma

Emma


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razones de estar juntas en las terapias eran el pecado de ser obesas y por ende despreciadas por los esposos, o por ser mayores y haber sido cambiadas por una mujer más joven, o por ser aguerridas y haber tomado la justicia por su propia mano en contra de sus hombres. También porque los maridos confundían el hecho de que su mujer era encantadora, divertida y alegre, con el de ser una cualquiera. Había muchísimos más casos pero en resumen, todas habían sido víctimas del machismo, desprecio, celos o del desamor de algún hombre. Tal vez la ironía era que ninguno de los abusadores se encontrara en tratamiento psiquiátrico, ya que la sociedad aún con toda su modernidad, continúa tratando la locura de las féminas en vez de a los trastornados hombres.  En el caso de Emma era una suma de muchas cosas que debían salir o consumirla.

Cuando salió del hospital interno, volvió al trabajo en la investigadora, pero definitivamente era otra persona. Todos notaron el cambio y Emma comenzó a fomentar la amistad de algunas personas.

Sin embargo, ese nuevo “yo positivo” chocaba con el carácter de la jefa, quien era una malnacida. La jefa no la toleró y decidió sacarla de la empresa, sobre todo cuando su relación con Javier se hizo evidente.  Al siguiente año varios ex empleados incluyendo a Emma se fueron a trabajar para la nueva empresa mexicana, la cual rompió relaciones comerciales con la pequeña empresa.

Javier le compró a Emma su primer carro, le rentó un apartamento en el que llevaron a vivir a los hijos de Emma. Javier le pidió que los matriculara en un colegio cercano y le hizo grandes promesas. Hasta entonces comenzó a girar su amor hacia él, no ocupó el primer lugar en su vida como siempre quiso, pero le cedió mucho de su corazón.

–Estamos de luna de miel –contestó Javier sonriendo a una pareja que se hospedaba en el mismo hotel que ellos. Isla del Coco, Costa Rica. Quienes les habían preguntado el motivo de su visita.

Se hospedaron en una cabaña cien por ciento romántica. La primera noche, mientras se disponían a salir a cenar, Emma se veía frente al espejo. Javier se acercó, tomó un peine plateado que le había regalado y comenzó a peinarla.

–Estás preciosa –dijo–. ¿Por qué es que no te cruzaste por mi vida antes? Me habrías ahorrado mucho dolor.

De fondo, escuchaban al nicaragüense Hernaldo Zuñiga, “…no tengo más himno que aquel que es tu voz, hallarte fue un gozo mi mapa cambió, lamiste mi herida sin saber, que en medio de un mundo que andaba mal, me diste el vigor para sonreír, promueves mis ansias, da gusto vivir…no tengo más patria que tu corazón, en esa mirada me cabe hasta el sol, si todo es mentira lo tuyo es verdad…” la cantó susurrando a su oído. Ya no salieron a cenar, se quedaron envueltos en un delicado manto de romance.

 

En las páginas que Emma dedicó a Javier en su diario había escrito. “No había pensado en ese encuentro desde hacía ya tantos años, mi corazón quedó tan sellado que ahora que abro las páginas para rescatar las mejores cosas, encuentro solo pedazos esparcidos, unos de amor, otros de dolor, un rompecabezas en mi atormentado cerebro imposible de armar”. ¿Por qué la gente cambia? Se preguntaba Emma, ¿por qué no mantenerse en esa exacta sintonía que nos hace felices? ¿Por qué el deseo de buscar más? La vida, le había dicho una vez Daniel, está en constante movimiento, igual que el amor y el dolor. Y era tan cierto, las alegrías tanto como las tristezas en la vida de Emma se habían esfumado con la misma sorpresa y rapidez con la que habían arribado. Sellar con candado la puerta de la habitación del pasado nos permite seguir adelante, somos los únicos dueños del mismo, nuestros secretos más profundos yacen allí, viven donde pertenecen, en el olvido.  Cuando se es joven, escribió Emma, se vive generalmente sin haber tomado conciencia real de cada suceso de la propia vida, pero con el tiempo, cada suceso importa.

Después de tanta pena, Emma necesitaba entender la razón de todo, de lo contrario, no se sentía dispuesta para hacer tal o cual cosa, o para creer en una u otra cosa. Trataba de evitarlo pero era imposible, se cuestionaba todo, la verdad absoluta no existía, pero sí los seres humanos en búsqueda de la misma, en búsqueda de pertenecer a algo, en busca de sentirse protegidos por alguien superior para poder justificarse y descargar las propias culpas.  Me imagino el trayecto de nuestras vidas como un largo camino, decía Emma.

Un camino en el cual caminamos literalmente paso a paso. Cuando alcancemos el final, y me refiero al final de la mortalidad, tendremos por fuerza que continuar existiendo, pero llegar a ese final o a ese principio no es lo que importa sino cómo lleguemos, y aunque todos llegaremos, contará el aprendizaje y el valor con el que enfrentamos los desafíos.

La entereza de levantarnos cada vez que nos caímos, el logro de las metas trazadas, pero sobre todas las cosas, contará cuánto dimos, cuántas vidas llenamos de momentos felices, el servicio incondicional que prestamos. Al final contará cuanto amamos. Y yo, escribió Emma, he amado en demasía.

Los errores que Emma había cometido en el transcurso de su vida habían lastimado tanto o más que los errores que otros habían cometido contra ella. Su naturaleza imperfecta y humana se imponía siempre sobre el uso de la razón.

 

En otro viaje que hizo con Javier, Emma aprendió a jugar dominó en una playa de Miami, durante una semana de completa extasía. Mientras más sorprendida, más grande era la alegría de Javier. Todo lo que para él era común, para ella era vivir en una película de Hollywood. Playas impresionantes. Se enamoró de las anchas y limpias calles, los edificios de apartamentos en las orillas, las palmeras, era un paraíso. En las noches los restaurantes, cenar allí, bebiendo vino, en medio de tanta gente extraña, con tanta alegría alrededor, el calor, el olor a sal, el sabor y la alegría contagiante de los visitantes. Para Emma eso era el primer mundo, sin lugar a dudas. Por momentos anheló vivir allí, cerca del mar, en ese tan extraño pero precioso lugar. Habían visitado lugares extraordinarios, solos, siempre solos, a Javier jamás se le ocurrió invitar a los hijos de Emma, así que si bien era cierto ella conoció, se divirtió y se impresionó con todo, la culpabilidad le quemaba el alma, porque quería compartir todas esas experiencias con sus niños, pero para Javier solo existía ella. Ni los hijos de Javier, ni los de Emma. Ella era su paraíso, pero él no era el suyo. Ciertamente ella lo amaba, pero con reservas.

El hijo mayor de Javier, hijo de su primera esposa, los visitaba con alguna frecuencia. Habían hecho click de inmediato con Emma cuando se conocieron y llegaron a quererse mucho al grado de que él deseaba irse a vivir con Ella en Guatemala, asunto que Javier jamás aceptó.  Él era el amo y se hacía lo que él decía. La relación de Alex y Javier no era muy buena, Alex tenía mucho resentimiento contra su padre y aguantaba sin merecerlo el tormento que significaba vivir con su madre Miranda, quien era, en palabras de Javier, “una loca”. Había sido una mujer de una posición económica muy alta, había estudiado incluso con la famosa actriz Demi Moore, según la historia que una vez le contó Javier a Emma. La madre de Miranda, como muchas historias, había derrochado la fortuna de su difunto marido, las empresas de buses que tenían las había llevado a la quiebra total y se había quedado con muy poco. Antes de Alex, en las primeras dos ocasiones que Miranda se embarazó siendo aún novios, ambos tomaron la decisión de abortar. Finalmente se casaron, y el nacimiento de Alex fue un verdadero milagro. Su carácter posesivo y loco, su ambición, sus exigencias de vida a la que había estado acostumbrada, Javier no podía dárselas, así se habían roto sus sueños y la separación había sido para él un tormentoso drama. La aceptación del divorcio por parte de Javier había conllevado a unas gratificaciones enormes para Miranda. Pero un día, decía él, Alex cumplirá 18 años y toda esta pesadilla tendrá que terminar. 

Durante todo el tiempo que Emma y Javier vivieron juntos, él compartía casa y no cama con otra mujer en México, algo verdaderamente fácil de creer para Emma por su comportamiento tan extremadamente romántico, posesivo y celoso con ella. Paulina, así se llamaba su segunda mujer, con la que tenía otro hijo, Sebastián. En casa de Emma había un álbum que Javier alimentaba en cada viaje con las fotos del pequeño Sebastián a quien adoraba.

–Solo tengo dos amores en mi vida –decía Javier a Emma– Tú y Sebastián.

Ella siempre estaba primero, a pesar de que deseaba y hacía lo necesario para estar después, cosa que terminó consiguiendo de la peor manera.

Su distanciamiento con Paulina provenía de su propio pasado, el cual fue una sombra en la vida de Javier.  –Su pasado la precede –decía con su mirada de frustración.  Ella había sido una mujer bastante alegre, era española, una morena preciosa, según la describía Javier.

–Me enamoré de su alegría de vivir –le dijo un día Emma– pero su pasado era una carga que no pude soportar.

Viajaron a la ciudad de México para unas reuniones en la empresa mexicana. Javier llevó a Emma a conocer San Ángel, un lugar colonial de calles empedradas, como una Antigua Guatemala, las casas eran preciosas y había varias plazas. Se quedaron a comer en la Plaza San Jacinto, como siempre, alta cocina y vino. Pero San Ángel representaba para Javier algo más que un lugar turístico, él había crecido allí. La llevó a conocer la casa donde había crecido, se estacionaron enfrente, pero no entraron. Algunos suspiros de añoranza y algunas historias de su niñez escaparon de su pensamiento ese día. Conoció también la casa en la que vivía con Paulina y pasaron viendo también la casa donde vivía Mijares, eran vecinos. Le contó a Emma que habían crecido y estudiado juntos, pero por las obvias razones de su vida famosa, su amistad había quedado en el olvido.

Pocos días después de ese viaje, Javier le comentó a Emma que iría a una reunión importante con unos clientes en Costa Rica, Alex iba con él cuando Emma fue a recogerlos al aeropuerto. El fin de semana que seguía se celebraría la boda de una de las Ejecutivas de la empresa, en Costa Rica. Él estaba invitado, le había dicho a Emma que no iría pues llevaría a Alex a conocer algunos lugares.

Salieron a cenar los tres esa noche. Durante la cena, Emma le preguntó a Alex qué lugares había pensado conocer en Costa Rica, y sus respuestas sinceras abrieron la puerta de la habitación de mentiras de su padre.

–No voy a conocer ningún lugar –le contestó naturalmente–. Vine para ir a la boda de una amiga de mi padre y luego nos vamos a ir a Panamá, allí talvez sí conozca varios lugares.

Un enorme signo de interrogación cubrió la mente de Emma.

–Tengo mi traje en la maleta, lo voy a llevar a la tintorería cuando estemos en Costa Rica–. Terminó diciendo con una sonrisa de felicidad.

–Creo que te quedaste sin apetito –interrumpió Javier.

En efecto, así había sido. ¿Por qué le había mentido? Emma no era una mujer celosa, si él quería ir a esa boda sin ella, para ella eso no era ningún problema, sobre todo porque llevaba a Alex. ¿Luego se irían a Panamá? Eso tampoco se lo había dicho. Emma trató de buscar respuestas simples a acontecimientos que en realidad tenían un fondo que hasta ese momento ella desconocía. El tema no se discutió jamás, no pasó de ser una pequeña mentirilla sin explicación y todo siguió como si nada. Sin embargo, las dudas que quedaron dentro de ella comenzaron a volverla más precavida.

Un mes después de ese acontecimiento, Emma entró a la oficina de Fabián, el director comercial. Fijó su atención en una foto que recién había colocado en la pared. Era una fotografía con toda la gente del área comercial, que  habían tomado en una reunión en Panamá. Dana, una ejecutiva panameña estaba en la fila de las chicas sentadas y atrás de ella, en la fila de los que estaban de pie, Javier tenía su mano sobre el hombro de Dana y ella estaba tomando su dedo. Las piezas comenzaban a encajar y Emma escarbaría hasta donde fuera necesario para saber si había algo más. Dana era una exitosa chica de 25 años, con una carrera universitaria terminada y una vida acomodada, físicamente era una mujer hermosa.

En esos días la salud de Emma había desmejorado bastante, casi no comía y siempre estaba muy débil, los síntomas muy parecidos a una ocasión en que se había enfermado en un viaje a Panamá.

En ese viaje había terminado inconsciente en la calle de donde un taxista la había recogido y llevado a un hospital, donde de nuevo se había encontrado con su amiga la muerte, quien pasó saludándola.

Decidió ir a una clínica para hacerse algunos exámenes, de los que el resultado fue sorprendente. –Sí, felicidades ¡está usted embarazada! –Terminó de decir el doctor.

Emma tomó los resultados de los exámenes intentando procesarlo, mientras el doctor continuaba hablando. Salió de la clínica y llamó a Javier quien en ese momento se encontraba en México.

–¿Cómo te fue? –le dijo.

–Bueno –contestó Emma–. No lo sé.

–¿No sabes cómo te fue? ¿Qué te dijo el doctor? ¿Es otra vez el colon? –continuó Javier.

–No –contestó Emma–. Esta vez no es eso.

–Emma, estoy perdiendo la paciencia, ¿qué es?

La única forma de decir lo que le pasaba era simple, diciéndolo fría y directamente. Un embarazo era algo en lo que ninguno de los dos hasta ese momento había pensado, sobre todo porque ambos ya habían pasado sus propias experiencias y se sentían cómodos cada uno con los hijos que tenían. Sin embargo, para ella la noticia aunque la tomó por sorpresa, la llenó de una felicidad tan grande que quería salir por todos lados a gritarla.

–Vamos a tener un hijo –le dijo.

Dejó de escuchar su voz por unos instantes.

–¿Estas segura? Quiero que vayas a otra clínica y vuelvas a hacerte exámenes, esta vez debes hacerte uno que sea directamente de embarazo.

–No creo que el doctor me mienta –le dijo Emma.

–No importa, ve ahora mismo y me llamas en la noche.

Así lo hizo y la respuesta fue la misma.

–Es una locura –le dijo Javier–. Vamos a tener un hijo, no sé si es el mejor momento. Continuó murmurando y hablando sin sentido.

–Las cosas son así –le dijo Emma–. Antes que se te ocurra pedirme que lo aborte te advierto que si siquiera lo insinúas no vas a saber de mí el resto de tu vida, ya tuviste tu experiencia con Miranda, espero que hayas aprendido algo.

–No Emma, no te voy a pedir eso. Es que me tomas por sorpresa y estoy confundido. Voy a adelantar mi viaje a Guatemala para que platiquemos.

Cuando volvió a Guatemala, Emma fue a recogerlo al aeropuerto. Al encontrarse frente a frente la sostuvo en un fuerte abrazo.

–Tonta, tonta. ¿Qué vamos a hacer ahora con un bebé?

–Javier era mi abuelo, mi padre no habla nunca de él pero tiene una fotografía escondida que nunca quiso que estuviera a la vista. La verdad Daniel, es que las fotografías que hay en casa son tuyas y de mi padre y en mi casa las tuyas conmigo. Tú eres mi abuelo,  a ti es a quien he querido siempre.

–Sí, Javier abandonó a Emma. Pero no puedo juzgarlo porque yo también lo hice.

–¡No! –le dijo Rebecca–. No es la historia que quiero escuchar. No me digas que también la abandonaste.

–Rebecca, yo era joven y no la quise como ella lo deseaba. Ahora me arrepiento, y es tarde. Ella ya no está. Pronto llegaremos en el libro a la parte de la historia en la que yo aparezco. Dejaré que juzgues por ti misma.

–No Daniel, ¿quién soy yo para juzgarte, o a ella? Te amo.

La casa de Daniel estaba llena de fotografías. Algunas de su propia familia y otras de la familia de Emma. En su mesita de noche solamente había una que se había tornado de un color amarillento con los años y aunque la tecnología le podría permitir mejorarla, él la prefería como tal, era una fotografía original tomada con una cámara que en esa época ya no existía. En la fotografía estaban Emma y Cris debajo de un árbol de navidad. Cris tendría como 4 años.

 

Rebecca continuó leyendo.

En diciembre de ese año Javier y Emma viajaron a Panamá al convivio de la empresa. Mientras estaban en el bar, Dana se acercó a Javier de una manera tan sugestiva que provocó una pelea entre ambos.

–Es ella la que me busca –le dijo Javier, no soy yo.

A la mañana siguiente durante el desayuno, Emma llegó un poco tarde, se sentó frente a Javier porque era la única silla vacía. Varios minutos después apareció Dana. Ya no había espacio en la mesa, así que un chico fue por una silla para acomodarla junto a él. Ella tomó la silla, la quitó del lugar donde la había puesto el chico y la acomodó junto a Javier.

–Quiero desayunar a la par del jefe –dijo sonriendo.

Dana se sentó y Emma se levantó furiosa. Javier se levantó y la siguió.

–¡Emma, Emma, detente por favor! La alcanzó y la tomó del brazo.

–No quiero que te enojes, estás embarazada, desayunemos lejos de ellos, ¿te parece? –le dijo, tratando de calmar su ira. La furia se le fue con su gesto, así que desayunaron juntos, lejos de los demás.

En la noche tuvieron un evento donde se presentaron todos los logros de la empresa durante ese año. Javier había preparado una presentación que tenía como fondo una canción que repetía continuamente “habernos conocido” y entonces aparecía la fotografía de Dana sola o con Javier, o ellos dos con Fabián y en la última las dos parejas: Javier, Dana, Fabián y Olga, que era la amante de Fabián. Todos aplaudieron al terminar la presentación, menos Emma. ¿Era ella la que lo buscaba? ¿Estaban ya involucrados y no se lo diría por las obvias razones de su vida con él y sobre todo su embarazo? ¿Estaba imaginando cosas?

–Me voy a retirar de la reunión –le dijo Emma a Javier–. No me siento bien.

Emma continuó visitando Panamá y Dana la recogía en el aeropuerto y la atendía muy bien, eso la hizo dejar a un lado sus celos hacia ella y enfocarse en cosas importantes.

Los meses siguientes de su embarazo Javier se encargó de hacerla completamente feliz. Le compró música relajante para que tuviera un bebé tranquilo, decía. No le permitía ver películas de terror ni nada que le provocara angustia o llanto. Pasaba más tiempo en Guatemala que antes y tomaba más en cuenta a sus dos hijos, Pablo y Dulce; en las cenas siempre juntos, ya casi no salían, él las preparaba y las acompañaban siempre con vino. Pablo y Dulce estaban estudiando en un buen colegio, cerca de la zona donde vivían. Su vida había dado un giro importante y bueno, todo marchaba sobre ruedas. El día de la madre Javier le regaló a Emma una camioneta nueva pues el Cavalier que le había comprado poco después de conocerse lo había destrozado ella en un aparatoso accidente, del que milagrosamente pudo contar la historia.

Un día antes del nacimiento de Cris, Emma fue a comprar algunas cosas que necesitaría llevar al hospital, cuando regresó a casa, en una esquina cerca de los apartamentos donde vivía, un edán negro se pasó el semáforo en rojo, en el instante que Emma iba conduciendo, ella frenó y ladeó la camioneta, quedando de frente al carril contrario. Su corazón latía apresuradamente, y se quedó inmóvil; algunos conductores se bajaron para ver si estaba bien.

Retomó el camino y continuó manejando mientras sus manos sudaban excesivamente y sus piernas aún temblaban. Se estacionó y tomó las cosas del baúl, entonces vio en la oscuridad a su amiga la muerte. Quizá fue la primera vez en su vida que le temió tanto, pero no le habló. Tomó las cosas, se dirigió al elevador y subió al apartamento.

Ya en el hospital Javier estuvo en la sala con ella deteniendo su mano. El doctor le pidió a Javier que se acercara para ver nacer a su hijo y las cosas se veían complicadas. Parecía que el cordón umbilical se había enredado en el cuello del bebé quien por fin nació ayudado por otro doctor que lo empujaba con su brazo sobre el estómago de Emma. Ella no había escuchado aún el llanto del bebé así que intentó permanecer despierta hasta asegurarse que estaba bien. La muerte de nuevo apareció de pie junto a Emma e intentó tomar su mano. ¡Espera! Le susurró Emma. Después que escuchó el llanto de su hijo, la muerte tomó por unos segundos su mano y Emma perdió el conocimiento. Comenzó a sangrar y los doctores no podían detener la hemorragia. El arreglo con el doctor era que la operarían para no tener más hijos, pero su condición no lo permitió. La prepararon para la sala de operaciones donde le quitarían la matriz como un último recurso para evitar que muriera, pues estaba ya amarilla de tanta sangre que había perdido. Hicieron firmar a Javier un papel en el que no responsabilizaba ni al doctor ni al hospital en caso de que Emma falleciera, ya que el doctor había hecho todo cuanto podía por salvarle la vida.

Después de unas horas, Emma despertó, buscó

con la mirada para ver si en la sala aún estaba la muerte, pero ya se había marchado. Suspiró y dio gracias. Después que se recuperó, le llevaron a su bebé, era pequeño y arrugadito, su cabello se veía negro como azabache. Lo abrazó y comenzó a amamantarlo.

Lo amó desde el primer momento en que lo vio. Era como sus otros hijos, fruto del amor, cada uno lo suyo, cada uno diferente, con cada uno un embarazo y una historia distinta. Se llamaría Cris, por decisión solo paterna.

Javier le pidió que renunciara a su puesto en la compañía para que se dedicara a cuidar a Cris. Esa fue una decisión que conllevaría consecuencias importantes porque hasta entonces, Emma con su dinero atendía las necesidades de sus hijos, de su madre y de su hermana que en ese momento no tenía trabajo. Javier nunca había estado de acuerdo con eso y permanentemente se lo reprochaba. Meses antes Emma le había pedido a su hermana que buscara trabajo donde fuera pues Javier planeaba que ella dejara de trabajar y no podría darle un centavo más.

El día se llegó y Sofía, la hermana de Emma no había conseguido trabajo. Se tuvieron que mudar a una casa más pequeña y sobrevivir con lo poco que Emma podía darle. Por fin encontró un trabajo en una empresa norteamericana de digitación. Comenzó como digitadora de datos, a los tres meses la ascendieron a supervisora y a los tres meses siguientes llegó a ser la gerente de Compras, gracias a su buen inglés, inteligencia y dedicación en el trabajo.

Ella y Emma eran muy diferentes, pero habían corrido con una sola cosa en común, tenían hijos de diferentes padres. El primer hijo de Sofía era fruto de un amorío con un hombre mormón que estaba casado. Así que en la viña del Señor como dicen hay de todo menos perfectos, y los pecados abundan tanto como en el mundo, con la diferencia que está el consuelo del arrepentimiento y el perdón a la mano. La esposa del susodicho hombre, con toda razón se había enfurecido sin llegar al divorcio, pero le prohibió que visitara a su hijo y que le pasara un centavo para su manutención.

Menos mal que era cristiana, pues cómo es que se ensaña contra una criatura que no tiene culpa de nada y cómo es que el monigote del marido permite que suceda. Fue muy fácil refugiarse bajo las faldas de su mujer una vez cometido “el pecado”, no solamente se refugió bajo sus faldas, sino bajo los pantalones de su obispo. Esa historia fue un verdadero escándalo en la iglesia, porque Sofía era conocida como una muchacha decente, muy activa dentro de la religión, dirigía el coro regional y brillaba por todas sus virtudes. Después de su “gran pecado” el único que pareció merecer no solo el perdón, sino el apoyo y la conmiseración de todos fue el hombre. A Sofía se le apedreó como a las mujeres musulmanas que son lapidadas por fornicarias y adúlteras. Todos en la iglesia le dieron la espalda, fue humillada hasta no quedar nada de ella. A pesar de ello, continuó visitando la iglesia y se sometió al castigo que la misma le impuso. Mientras ella era una vergüenza y un mal ejemplo para los demás, el hombre fue convertido en una pobre víctima y para rescatarlo de su victimaria, lo alejaron.

Para ajuste de cuentas, un año después Sofía se embarazó de un imbécil que la buscaba solamente para complacer su apetito carnal. Ella no lo visualizaba porque tenía dentro de su cabeza el ingenuo pensamiento de que podrían casarse y resolver su anterior pecado. Las cosas terminaron muy mal con él. De esa relación desastrosa nació una preciosa niña, Camila.

Emma dejó de trabajar como le había pedido Javier y se dedicó a sus hijos y a la casa. Estaba loca con su nuevo bebé, solamente lo soltaba para dormir en la noche; durante el día, dormía y despertaba en sus brazos. Era ciertamente un verdadero ángel, no lloraba, la primera vez que lo escuchó llorar tenía ya tres meses. Había sido un cambio radical, pues estaba acostumbrada a trabajar y, convertirse en mamá cien por ciento y ama de casa era extraño. Fue cuestión de tiempo para comenzar a disfrutarlo en verdad. Javier la inscribió en un gimnasio a pesar de que ella no estaba de acuerdo.

Él no aceptaría una mujer con un estómago enorme y fuera de forma. Le compró todos los instrumentos y ropa necesaria y él mismo se inscribió para acompañarla. Pesaba más libras que cuando se habían conocido, pero a Emma eso no le importaba, libras de menos o más, ella lo amaba tal cual.

Inscribió a Cris en un curso de estimulación temprana, algo totalmente novedoso para ella pero era un lugar donde ambos aprendieron mucho. Comenzó a llevarlo cuando cumplió cuatro meses. Allí conoció a una mujer ecuatoriana llamada Laura. Su pequeño Carlitos era solo un mes menor que Cris. Ellas se juntaban a tomar café o a llevar a los niños de paseo. Su matrimonio era desastroso, pues cuando se casó, lo único que ella quería era huir de su casa y él encontrar una compañera con quien venir a trabajar a Guatemala donde le habían ofrecido un buen empleo. Se habían casado seis meses después de la muerte de la anterior novia de C.J. y él usaba ambos anillos y tenía la foto de la muerta en todos lados. ¡Pobre Laura! Cuánto tuvo que soportar.

–Cuando te cases –le había dicho una vez un obispo mormón a Emma– cásate por las razones correctas, si quieres que tu matrimonio sea para siempre, cualquier otro motivo tenderá a llevarte al fracaso.

–¿Y cuáles son las razones correctas? –Le preguntó Emma en esa ocasión.

–Solamente existe una –le contestó–. El amor.

Cuando Cris cumplió seis meses lo llevaron de viaje a Cuba, fue la última vez que viajaron juntos por placer. Javier no quiso tomar ningún tour para conocer la vieja Habana, se limitó a ir directamente a Varadero. Se hospedaron en un hotel que tenía un bar en medio de la piscina. A pesar de que la relación de Emma y Javier comenzaba a ir cuesta abajo, trataron de disfrutar el viaje.

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