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10. El desafío de Emma, sin trono ni reino y tras las rejas

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El desafío de Emma, sin trono ni reino y tras las rejas

A las 10:08 de la mañana del 10 de junio de 2021 en la sala 23 A de la Corte del Distrito de Columbia, en Washington D. C., Emma Coronel Aispuro llegó puntual a su cita con el destino. Faltaban tan solo 22 días para su cumpleaños número 32 y el 14 aniversario de su boda con el Chapo.

Hacía ya casi un año que su esposo había sido sentenciado a cadena perpetua en la Corte del Distrito Este de Nueva York. Había llegado el momento de saldar cuentas.

Iba vestida con un uniforme de presidiaria color verde deslavado, triste, de manga corta, con una mascarilla quirúrgica cubriéndole el rostro por las restricciones sanitarias impuestas en la corte por la pandemia de covid-19. Atrás había quedado el glamur de la reina de belleza que había sido usada como carnada para los medios de comunicación durante el juicio de su esposo.

Estaba frente al juez de distrito Rudolph Contreras para declararse culpable de tres cargos criminales por narcotráfico y lavado de dinero. Por el Departamento de Justicia estaba Anthony Nardozzi, el mismo que había interrogado a Lucero Guadalupe Sánchez López, quien dijo ser la otra «esposa» del Chapo. La ironía no podía ser mayor. Como sus abogados de defensa estaban Jeffrey Lichtman y Mariel Colon, los mismos representantes legales del Chapo en Nueva York.

El palacio de justicia se localiza en el corazón de Washington D. C., a unos cuantos pasos del Capitolio y de los monumentos construidos en honor a Thomas Jefferson, Franklin Roosevelt y Martin Luther King, emblemas de un mundo opuesto al que ella había vivido los últimos 14 años.

La época de los cerezos en flor ya había terminado. Las delicadísimas estrellas color de rosa que en primavera penden de los árboles de cerezo esparcidos en los parques y jardines de la capital de Estados Unidos se habían marchitado. La exuberante floración dura máximo 14 días, su belleza es efímera pero cada primavera encuentra la fuerza para resurgir. Una metáfora para quien tiene por delante el fin de su vida o un nuevo comienzo.

—¿Puede decir su nombre para que conste en acta? —dijo el secretario.

—Emma Coronel Aispuro —respondió ella en ese tono de voz sofocado.

—Señora Aispuro, ¿entiende que ahora está bajo juramento? —dijo el juez Contreras.

—Sí.

—¿Y que sus respuestas podrían ser utilizadas posteriormente en su contra en este u otro procedimiento?

—Sí.

—¿Y que si no responde a mis preguntas con la verdad, podría ser procesada por perjurio o por hacer una declaración falsa?

—Sí, lo entiendo.

—Voy a hacerle algunas preguntas para asegurarme de que si hoy decide declararse culpable, lo hace de forma consciente, voluntaria e inteligente con el asesoramiento de sus abogados. Si no entiende mis preguntas o cualquier otra cosa sobre este procedimiento, por favor, dígamelo, e intentaré explicarlo; pero lo más importante es que, como he dicho antes, puede consultar con sus abogados en cualquier momento, en privado si es necesario.

—Sí.

—Señora Aispuro, ¿cuántos años tiene?

—Treinta y uno.

—¿Sabe leer y escribir en inglés?

—No.

—¿Todos los papeles que ha firmado le han sido traducidos o explicados por sus abogados?

—Sí.

—¿Ha sido tratada alguna vez por algún tipo de enfermedad mental o algún trastorno psicológico o emocional?

—No.

—¿Ha sido tratada alguna vez por adicción a los estupefacientes o al alcohol?

—No.

—¿Es usted adicta a los estupefacientes o al alcohol?

—No.

—En este momento en que usted está aquí, ¿se encuentra bajo la influencia de algún estupefaciente o alcohol?

—No.

—¿Está bajo la influencia de algún medicamento prescrito por un médico que pueda tener un impacto en su capacidad para entender lo que está sucediendo aquí?

—No.

—¿Está usted enferma de alguna manera que pueda afectar su capacidad de entender lo que está sucediendo aquí?

—No.

Emma no padecía ningún tipo de malestar físico de los que le cuestionaba insistentemente el juez Contreras, su afectación era de otra índole. Aunque, como era habitual en ella, se hacía la dura, no podía ocultar su mirada triste y cabizbaja.

El juez continuó la sesión con el riguroso procedimiento judicial del caso. Una y otra vez cuestionó a Emma si estaba consciente del paso que iba a dar, si había renunciado voluntariamente a su derecho a tener un juicio y en su caso a la apelación de la sentencia. Le preguntó si la decisión que había tomado había sido bajo amenaza o promesas de una condena mínima. Ella solo respondió a través de monosílabos: «sí», «no», «sí», era todo lo que podía pronunciar.

—Muy bien. Señora Aispuro, ¿está lista para tomar una decisión sobre si desea declararse culpable o si, en cambio, desea ir a juicio?

—Sí.

—¿Cómo se declara a la acusación del cargo 1 de la información? Es la conspiración para distribuir varias drogas para su importación a los Estados Unidos. ¿Se declara culpable o inocente?

—Culpable —dijo con nerviosismo.

—¿Cómo se declara a la acusación del cargo 2 de la información, la conspiración para blanquear instrumentos monetarios? ¿Se declara culpable o inocente?

—Culpable —respondió con una voz más tenue.

—¿Cómo se declara a la acusación del cargo 3 de la información, participar en una transacción o trato con propiedades de un importante narcotraficante extranjero designado? ¿Se declara culpable o inocente?

—Culpable —terminó diciendo de manera casi imperceptible.

Después de su arresto en los condominios Miramar, en Mazatlán, el Chapo fue encarcelado en la prisión de máxima seguridad del Altiplano, en Almoloya, Estado de México, con el número de reo 3578. Ya había estado preso ahí en 1993, cuando el penal era conocido como La Palma. Pero, a diferencia de aquella época, ahora era todo un zar de las drogas y —gracias a la publicidad del gobierno de México y Estados Unidos, quienes engrandecieron su figura criminal— toda una leyenda.

Aunque en estricto sentido el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto lo detuvo, esto ocurrió más por presión del gobierno de Estados Unidos que por voluntad propia. Peña Nieto había recibido recursos del Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva para su campaña presidencial en más de una ocasión, como aquella ocurrida en el rancho del cantante Joan Sebastian en Juliantla, Morelos, de acuerdo con testimonios rendidos en procesos judiciales en Estados Unidos[1]. Tenía un compromiso y lo cumplió.

En pocos días el Chapo se hizo un huésped VIP en la prisión. Emma —de entonces 24 años— comenzó a visitarlo al mes y medio de que fue encarcelado; para otras esposas o familiares el trámite podía llevar varios meses[2].

Ella iba religiosamente cada nueve días a visitarlo. Esa sería la época, en sus siete años de matrimonio, que más veces habría visto a su esposo. Aunque Emma fuera de las últimas en llegar a la larga fila de familiares que se formaban en espera de la hora de visita, ella era siempre de las primeras en pasar, pues el Chapo era uno de los primeros en ser llevado por los custodios al área de visita y en automático tenía más tiempo. Incluso las visitas se daban en un espacio especial, no como el resto de los internos. Aunque se sabía con privilegios, quienes coincidieron con Emma en la fila de espera afirmaron que no fue prepotente, más bien sencilla y callada.

Las revisiones que se realizaban en la prisión para entrar a la visita familiar o íntima eran vejatorias para todas las esposas e hijos, incluso se pedía a los menores quitarse la ropa interior y a las mujeres desnudarse y aflojarse el brasier y la pantaleta. Pero no era así para Emma ni sus hijas gemelas.

Contrario a lo que se permitía a todos los demás, Emma entraba a ver al capo acompañada de su mamá Blanca Estela Aispuro, quien fungía como nana de las inquietas nietas, para que Emma no tuviera que lidiar con los dos pequeños torbellinos de apenas tres años que, inconscientes de las circunstancias, corrían de un lado a otro.

Aunque Emma era la pareja oficial, mientras permaneció preso el Chapo nunca dejó de ocuparse de sus otras mujeres a quienes enviaba constantes saludos y mensajes a través de los abogados que lo visitaban diariamente: Óscar Gómez Núñez y Andrés Granados.

El litigante Óscar Gómez Núñez lo visitaba todos los días en la zona de locutorios para atender los asuntos jurídicos y personales del capo; era abogado de la confianza de Ismael el Mayo Zambada, quien nunca lo abandonó mientras estuvo preso. Gómez Núñez había sido abogado de defensa de Vicente Zambada Niebla cuando lo detuvieron en marzo de 2009 en la Ciudad de México, y también de su sobrino Omar Zambada Apodaca.

También lo visitaban sin mayor problema su madre Consuelo Loera y sus hermanas Bernarda y Armida.

Gracias a las visitas familiares y de sus abogados, el Chapo prácticamente solo estaba tras los barrotes cuando dormía; el tiempo restante deambulaba en diversas áreas de la prisión para evitar el aburrimiento de las cuatro paredes de su celda.

Aunque no podía quejarse porque desde la cárcel seguía dirigiendo su imperio criminal, una de las cosas que seguramente más le pesaban era privarse de la vida de mujeres y fiestas a las que estaba acostumbrado. Como las que le ayudaba a organizar Andrea Vélez Fernández.

Andrea Vélez Fernández es una colombiana de cerca de 1.70 de estatura. Quienes la conocieron entre 2010 y 2012 señalan que en aquella época tendría cerca de 30 años y que prácticamente todo su físico ya había pasado por el bisturí: nariz, senos y derrier. Sin tener una particular belleza ni personalidad, su talento estaba en ser embrollona, zalamera, muy servicial y eficaz.

Decía provenir de una familia humilde de Colombia. No era una mujer llamativa ni estrafalaria, vestía bien, pero con discreción, nada de joyas ostentosas ni ropa o accesorios costosos. No hablaba de manera estridente ni era prepotente. Era educada y atenta. Parecía una mujer normal que buscaba abrirse camino en el mundo de los hombres, pero sin límites ni escrúpulos.

Oficialmente en aquel tiempo era la socia de una agencia de modelos. Extraoficialmente era narcotraficante y ofrecía a algunas de sus modelos y edecanes —la mayoría extranjeras— como compañía femenina para políticos y narcotraficantes.

Andrea comenzó a trabajar para el Cártel de Sinaloa al menos desde 2011, particularmente al lado de Alexánder Cifuentes, hermano de Jorge Cifuentes. Ambos eran operadores importantes del cártel en México y Sudamérica; su familia había estado involucrada en el narcotráfico en Colombia durante décadas. Álex, como era mejor conocido, era tan importante en la organización que cuando lo arrestaron en Ecuador, el Mayo Zambada pagó millones de dólares de sobornos para que lo liberaran. Los hermanos Cifuentes eran parte del círculo íntimo del Chapo y el Mayo, y compartían con ellos fiestas y excesos.

Andrea fue presentada con Álex Cifuentes por una actriz colombiana de identidad hasta ahora desconocida. Como ella dijo no tener dónde hospedarse, Álex le dio techo en su residencia de Cancún. Por su carácter zalamero y servicial, en poco tiempo comenzó a trabajar como una especie de secretaria. Primero se encargó de comprar su ropa y costosas sábanas de más de 500 dólares y enseguida se ganó su confianza. Se hacía cargo de las llamadas telefónicas de Álex, por lo que manejaba la red de contactos de él con otros narcotraficantes, incluyendo miembros de las FARC, hasta operar algunos envíos de droga y distribución en Canadá y Sudamérica[3].

Pero tenía otra tarea que hizo que el Chapo se fiara de ella: «Le proveyó mujeres al menos durante dos años. En esa relación se generó un vínculo de confianza», aseguró un testigo que conoció a Andrea en aquella época. «Era la madame». Muchas agencias de modelos en México se dedican a eso, indicó, le llaman «el circuito», donde no solo giran modelos y edecanes, sino también actrices. El testigo aseguró que los «catálogos» de estrellas donde aparecen muy conocidas conductoras, cantantes y actrices del mundo del espectáculo —no solo mexicanas— no son una leyenda urbana. Algunas de estas mujeres reciben un sueldo mensual para estar siempre disponibles para dar servicios de compañía y sexuales, además de «jugosas propinas» después de sus encuentros.

Estas mujeres igual pueden ser contratadas por políticos y empresarios, que por narcotraficantes. «Al final todos terminan de uno u otro modo en la cama con la misma mujer, y estas mujeres se convierten en mensajeras en el circuito, es decir, entre los muy diversos consumidores». De hecho, fue eso lo que ocurrió con Andrea Vélez.

Mientras ella trabajaba para el Cártel de Sinaloa, en 2012 logró meterse en la campaña presidencial de Peña Nieto al ofrecer los servicios de las chicas que trabajaban en su agencia, ya sea como edecanes de los eventos públicos o dando servicios sexuales a integrantes del PRI. Según reveló la propia Vélez a gente de su confianza, quien la introdujo en la campaña presidencial fue Luis Vega Aguilar, originario de Sinaloa. Fue secretario de finanzas del PRI en el Estado de México, luego del mismo partido a nivel nacional y operador financiero de Peña Nieto desde que fue gobernador del Estado de México para recabar recursos destinados a la campaña presidencial de 2012 y durante la misma.

«En el PRI todos sabían que era Luis Vega Aguilar el que controlaba el dinero de las campañas y conseguía a las mujeres para las fiestas después de los eventos o acuerdos políticos», dijo un informante que estuvo en esa época en los círculos de la campaña presidencial, describiendo un ambiente similar al del mundo del narcotráfico como cuando los jefes de la droga celebran algún buen acuerdo o una buena operación y lo hacen rodeados de mujeres.

Públicamente, las chicas de Andrea estuvieron en eventos de campaña de Peña Nieto y de otros candidatos del PRI en 2012, como diputados federales y locales.

El nombre de Luis Vega Aguilar salió a relucir en 2020 como parte de la trama de sobornos millonarios pagados por la empresa petrolera Odebrecht para que, una vez que Peña Nieto ganara la Presidencia de la República, se compraran votos de legisladores para aprobar la reforma energética que significó una importante privatización de Pemex.

Emilio Lozoya, exdirector de dicha empresa durante los cuatro primeros años de gobierno de EPN —y quien está acusado de operaciones con recursos de procedencia ilícita, ejercicio indebido del servicio público y cohecho—, denunció que Vega Aguilar recibió 32 millones de pesos, de los 84 que había enviado Odebrecht, para conseguir los votos para las nuevas leyes energéticas. Los 52 millones de pesos restantes habrían sido repartidos presuntamente entre legisladores de oposición, principalmente del Partido Acción Nacional. Además, la compañía petrolera brasileña había dado dinero a la campaña presidencial.

En 2016 explotó a nivel internacional el escándalo de los millonarios sobornos pagados por Odebrecht —780 millones de dólares— que repartió entre autoridades de 12 países de América Latina y África entre el año 2000 y 2016, para obtener contratos beneficiosos en el sector energético.

Mientras Andrea trabajaba en la campaña presidencial con el PRI y el Cártel de Sinaloa, mandaba a sus muchachas a satisfacer a los candidatos, dirigentes y políticos, igual que al Chapo y sus socios; al mismo tiempo coordinaba envíos de droga, dicen que era una operadora «todoterreno».

En 2012, el FBI detuvo a Andrea por narcotráfico y ella aceptó colaborar con ellos a cambio de una condena menor por sus crímenes. Así paso a ser madame e infiltrada. Y se supone proveyó información valiosa sobre el Cártel de Sinaloa y sus socios.

Recién iniciado el gobierno de Peña Nieto, en enero de 2013, el Chapo le instruyó a Andrea que enviara a algunas de sus chicas como regalo a un general con quien tenía conflictos y a quien no era fácil acercarse para llegar a un acuerdo[4].

El general era asiduo cliente de las chicas de Andrea. La idea era que mientras la mujer le daba el servicio también le diera el mensaje de que el Chapo le ofrecía 10 millones de dólares por su colaboración. Pero Vélez no logró el cometido y Guzmán Loera se molestó con ella[5].

«Cuando intenté dejar la organización, me dijeron que solo podía hacerlo de una manera: en una bolsa de plástico con los pies por delante», narró la propia Andrea. «Perdí a mi familia, a mis amigos… me convertí en una sombra sin nombre[6]».

El Chapo ordenó su muerte por «mentirosa», por no haber cumplido la promesa de persuadir al general. Pidió al propio Álex Cifuentes contratar a la banda de motociclistas canadienses Hells Angels (Ángeles del Infierno) para que la asesinaran en un viaje que ella iba a hacer a ese país. Su homicidio no se concretó.

Según Andrea, ella contribuyó en la detención del Chapo de 2014 en Mazatlán, quizás como venganza. Era efectivamente tan poco escrupulosa que luego de testificar contra el Chapo en el juicio de Nueva York pidió una indemnización al gobierno de Estados Unidos por todos los sufrimientos que había padecido. La respuesta del Departamento de Justicia fue clara: «Los cómplices no son víctimas», por lo que no entraba en el marco legal para que luego de sus tropelías la indemnizaran[7].

Desde el día en que lo detuvieron en 2014, el Chapo comenzó a pensar cómo salir de esa. No estaba dispuesto a pasar mucho tiempo tras las rejas, para él la «libertad es muy bonita»[8], e hizo todo por recuperarla.

El 12 de julio de 2015 corrió como polvorín la noticia por todo el mundo:

A las 20:52 horas del sábado 11 de julio, en el Sistema Permanente de videovigilancia del Penal Federal del Altiplano I, se observó que Joaquín Guzmán Loera se aproximó al área de la regadera dentro de la estancia 20 del pasillo 2, donde habitualmente, además de su aseo personal, lava sus enseres.

Al prolongarse la no visibilidad del interno, se ingresó a la celda, la cual se encontraba vacía, por lo que de inmediato se emitió la alerta correspondiente por la probable evasión del mencionado recluso.

Así se inició el protocolo correspondiente, con lo que se confirmó la fuga de Guzmán Loera.

Por lo anterior, se ha desplegado un operativo de localización en la zona y en las carreteras de los estados circunvecinos.

Asimismo, se han suspendido operaciones aéreas en el aeropuerto de Toluca.

Conforme avancen las investigaciones del caso se seguirá informando.

Ese fue el escueto boletín de prensa que difundió la Comisión Nacional de Seguridad. Era la segunda vez que el Chapo se escapaba de una prisión de máxima seguridad y el único en toda la historia de México en lograrlo.

Emma aseguró que se enteró de la fuga de su esposo a través de los medios de comunicación.

—¿Tenía idea de que esto iba a pasar? ¿Él en algún momento se lo contó? —le cuestioné en la entrevista realizada en febrero de 2016.

—No, y creo que si lo hubiera sabido no hubiera podido ni dormir de la desesperación. No tenía idea, y de repente cuando lo vi en los medios de comunicación no lo creí —dijo Emma con ese gesto de ladear la cabeza con los ojos muy abiertos.

Aseguró que tuvo «muchos sentimientos encontrados, temor por lo que iba a pasar, pensé “se van a querer desquitar con nosotros, el gobierno va a estar superenojado”, y por las represalias que pudieran tomar en contra de mi familia».

Tras el escape, la casa que Emma rentaba en la colonia Hidalgo, en Culiacán, fue cateada por las autoridades. Casualmente ella la había dejado antes del 11 de julio y ya vivía otra familia ahí.

En octubre de ese año el abogado Gómez Núñez y Édgar, el hermano menor de Emma, fueron arrestados y acusados de ser cómplices de la fuga. Al más joven de los Coronel Aispuro lo detuvieron a bordo de un Mustang rojo cuando cumplía un capricho de sus sobrinas gemelas de llevarles a casa al chango que les había mandado comprar su padre prófugo. Supuestamente traía consigo armas y droga.

«Mi hermano es superestudioso, superinteligente, sabiendo cómo están las cosas sería incapaz… él no conoce las armas. Cuando lo detuvieron le ponen armas, le ponen droga y tardan todo un día con él torturándolo. La tortura ya está en su expediente porque un médico lo checó, queriendo sacarle en dónde estaba. Lo golpeaban, lo tiraban al piso, caminaban arriba de él, le metían bolsas en el cuello, lo asfixiaban, muchísimas cosas que están en su expediente y en su declaración», dijo Emma sobre la detención.

Mientras el Chapo estaba prófugo de nuevo, Emma reconoció que se encontró con él en al menos dos ocasiones. «Él quería pasar un momento agradable con sus hijas, estaba tranquilo».

La fuga fue un escándalo internacional. La versión oficial de los hechos dada por el gobierno de Enrique Peña Nieto estaba plagada de inconsistencias y francas mentiras. El secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, y el comisionado Nacional de Seguridad, Monte Alejandro Rubido, presentaron un video sin audio. Aunque el capo aparece con zapatos en el momento en que se mete a la regadera, Rubido afirmó: «El comportamiento del interno el día de los hechos era, hasta ese momento, cotidiano, natural de un interno que pasa largas horas dentro de su celda». Y el Chapo desapareció como Houdini ante las cámaras para salir por un boquete abierto en el suelo de la regadera de su celda, debajo del cual se había construido durante meses un túnel de más de 1.5 kilómetros de largo sin que ningún custodio o autoridad del penal dentro o fuera se percatara.

Sin embargo, a los pocos días obtuve documentos sobre un peritaje y revisión que se le hizo al video y que forma parte del expediente judicial 45/2015, abierto sobre la evasión del Chapo, en el que por lo menos desde las 20:45 horas se escuchan los golpes de metal contra el concreto mientras el esposo de Emma se encuentra acostado en su cama y durante el tiempo que dio vueltas por la celda antes de escapar a las 20:52. En el boquete de entrada al túnel se encontró un rotomartillo y un gato hidráulico[9].

En dicho expediente se evidencia que desde inicios de 2015 el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) tuvo información de que gente del Chapo estaba consiguiendo planos del Altiplano. Y sus agentes asignados al penal reportaron actividades atípicas del narcotraficante.

El narcotraficante Teodoro García Simental, alias el Teo, quien ocupaba una celda en el mismo módulo que el esposo de Emma, declaró a las autoridades que 15 días antes de la fuga se escuchaba un ruido excesivo, «como que estaban taladrando o perforando cemento».

Pero ninguna de las autoridades responsables de vigilar al Chapo lo reportó.

De acuerdo con los informes recabados por la PGR, el «código rojo» para alertar sobre la fuga no se emitió hasta las 21:35 horas por parte de la directora jurídica del penal, Leonor García García, quien esa noche era la responsable del penal. Es decir, 43 minutos después de que el Chapo desapareció de la cámara de vigilancia. Y no fue hasta las 22:04 horas que el ejército acordonó las zonas aledañas, con lo que el capo tuvo una hora con 12 minutos para salir y desplazarse a otro lugar.

El narcotraficante se fugó con la complicidad y omisión de diversos funcionarios del gobierno de Peña Nieto. Pero, como es la constante en la historia de corrupción de México, de las más de 16 personas detenidas por la fuga, a la gran mayoría las liberaron antes de que terminara el sexenio de Peña Nieto, comenzando por el director del penal, Valentín Cárdenas Lerma. En 2020 fue absuelta por un juez Celina Oseguera Parra, excoordinadora nacional de los Centros Federales de Readaptación Social.

El Chapo en libertad volvió a sus antiguos hábitos. Lo más importante era su negocio criminal y la mujer del momento; Emma podía ser tan importante o secundaria según el día. Y al igual que todos sus socios en el Cártel de Sinaloa también tenía debilidad por las estrellas, en particular sus fantasías llegaban hasta la actriz mexicana Kate del Castillo, quien era protagonista de la muy conocida serie de televisión La reina del sur, basada en la novela del escritor español Arturo Pérez Reverte. Fue ella quien hizo el primer guiño al enviar un mensaje por redes sociales… él, que no era ciego, lo entendió.

«Hoy creo más en el Chapo Guzmán que en los gobiernos que me esconden verdades aunque sean dolorosas», escribió la actriz en 2012.

Luego hizo otro guiño:

«Anímese, don, sería usted el héroe de héroes, trafiquemos con amor, usted sabe cómo», Del Castillo en una carta, pese a que la historia criminal del Chapo era de documentada crueldad, corrupción y ausencia de piedad.

El capo envió a su abogado Andrés Granados como mensajero para conocerla personalmente. Con el pretexto de estar interesado en hacer una película, hizo una cita con ella en octubre de 2015 en la clandestinidad de su refugio de fugitivo.

Los mensajes previos intercambiados entre el Chapo y la actriz eran claros, al menos para los usos y costumbres del capo. Él quería que al menos se quedara tres días a su lado «para convivir 24 horas, para que alcance el tiempo». Estaba tan emocionado como niño en juguetería. A través de Granados le mandó a comprar un costoso teléfono para tener contacto directo con ella. El poderoso miembro de la cúpula del Cártel de Sinaloa se plegó a su disposición y horario. Su actitud generalmente paranoica y taimada se había esfumado[10].

—Amiga, entonces tú traes el vino, yo tomaré del tuyo, ya que a mí me gusta el tequila y el Bucana [Buchanan’s], pero tomaré del tequila que traerás y champaña. Te cuento que no soy tomador, pero como tu presencia va a ser algo hermoso, ya tengo muchas ganas de conocerte y llegar a ser muy buenos amigos… Yo te tendré súper todo para que no vayas a tener ningún detalle, me sentiría muy mal. Ten fe en que estarás a gusto. Te cuidaré más que a mis ojos —escribió el Chapo el 25 de septiembre de 2015 en un mensaje previo a su encuentro.

—Me mueve demasiado que me digas que me cuidas, jamás nadie me ha cuidado ¡gracias! ¡Y tengo libre el siguiente fin de semana! —respondió ella animándolo.

Kate puso las condiciones de la reunión, la fecha y cuántas personas irían. La acompañaría el actor y director Sean Penn. El Chapo dijo a todo que sí. «Que traiga al actor (Penn) y si ella ve que se necesita traer a más personas que se las traiga, como guste ella», dijo el Chapo al intermediario. Estaba entusiasmado porque pensaba que era una mujer alegre y bailadora. «Dile a Kate que cuando venga tomaremos tequila y bailaremos, así coméntale», instruyó al abogado. Cuando la actriz recibió el aparato telefónico, se puso en contacto directo con Guzmán Loera y le agradeció el moderno equipo.

—Bien, amiga, gracias. Qué bueno que te gustó. Me dicen los licenciados que te despediste de ellos, que estarás el viernes con tus amigos. Qué bueno, me da mucho gusto poder saludarte personalmente. Por fin se me hará. Gracias, amiga.

—Gracias a ti que voy a conocerte, y no sabes la emoción que siento… —respondió y escribió de los detalles del encuentro.

—Amiga, irás a Sinaloa. Ten confianza en que todo está bien, si no, no te invitaría. Yo te cuidaré, eso tú lo verás cuando vengas, me tocará tomar tequila contigo. Como te comenté, yo no soy tomador, pero contigo tomaré por el gusto de estar conviviendo contigo. Muchas gracias por ser tan fina persona. Qué linda eres, amiga, en todos los aspectos.

—Te confieso que me siento protegida por primera vez. Ya sabrás mi historia cuando tengamos tiempo de platicar, pero por alguna razón me siento segura y sé que saben quién soy, no como actriz o persona pública, sino como mujer… —escribió Kate.

El encuentro se llevó a cabo en Sinaloa los primeros días de octubre y habría durado solo una noche. Habrían estado entre otros el Chapo, sus hijos Alfredo e Iván, y el compadre de Emma, Dámaso López Núñez. La cena transcurrió entre tacos, carne asada y tequila.

«Yo suministro más heroína, metanfetaminas, cocaína y mariguana que cualquier otra persona en el mundo. Tengo una flota de submarinos, aviones, camiones y embarcaciones», fue la frase con que el Chapo se presentó, bravucón[11].

Al final del encuentro, Kate aceptó que el narcotraficante la acompañara al lugar que estaba destinado para pasar la noche. Ella diría tiempo después públicamente que pensó que iba a violarla. Tras la corta visita, él quedó prendado de ella. El 10 de octubre de 2015 le mandó un mensaje.

—Buenos días, amiga, disculpa, estaba dormido. Buen viaje, te deseo de todo corazón. Estamos pendientes, te quiero[12].

Ella respondió que no había descansado y que ya estaba trabajando.

—Y no duermo mucho desde que te vi, estoy emocionada con nuestra historia. Es la verdad. Es en lo único que pienso —añadió la actriz. Sus palabras eran como miel a las moscas.

—Te cuento que yo estoy más emocionado en ti que en la historia —dijo el Chapo con claridad.

—Ja, ja, ja, me encanta saberlo, me chiveaste, amigo —respondió ella.

El 23 de octubre de 2015, Guzmán Loera le escribió un mensaje de feliz cumpleaños. En los días siguientes le insistió varias veces en que quería verla de nuevo, e incluso que quería presentarla con Consuelo Loera, su madre. El narcotraficante le escribía a la actriz que ella era la mujer «más buena» y «más inteligente» del «mundo».

—Ya vénganse que tengo demasiadas ganas de atenderte como debe ser, amiga, eres lo mejor de este mundo. No tengo cómo pagarte lo que estás haciendo por mí y por mis hijos.

Para el 9 de noviembre, Kate le escribió que Penn ya tenía escrito el artículo que habían acordado y que solo faltaba que él grabara las respuestas a las preguntas que le habían enviado para publicarlas a modo de entrevista.

—Mi acompañante [Penn] me dijo que me tienen bien pinchada y esperan que yo los lleve a ti. No te puedo arriesgar ahora, es demasiado peligroso, por más que los dos queremos verte y cumplir con la misión que nos encargaste.

No se volvieron a ver. A Guzmán Loera lo detuvieron el 8 de enero de 2016 junto con su lugarteniente Iván Gastelum Cruz, alias el Cholo, a quien Vicente Zambada Niebla, el hijo del Mayo, detenido en 2009 y extraditado en 2010, ya había delatado en Estados Unidos como jefe de un grupo de 20 sicarios al servicio del Chapo.

No se sabe si algo tuvieron que ver los mensajes intercambiados con la actriz en su captura, lo cierto es que él estaba en una fiesta con otras mujeres aquel día. Había invitado al Cholo a la diversión. El Chapo de nuevo estaba en paños menores cuando la Marina irrumpió violentamente en la vivienda. Como había ocurrido en Culiacán cuando estaba en su cita amorosa con Lucero antes de que lo detuvieran en Mazatán.

Ya experto en fugas, el Chapo huyó por una alcantarilla y pensó que la había librado. Pero cuando el Cholo iba a robar un vehículo para salir del lugar, el propietario los denunció con la policía municipal y fueron ellos quienes lo arrestaron y luego llamaron al ejército.

Emma sabía del encuentro con Kate del Castillo, según dijo se lo informó su esposo, al igual que la intención de hacer una película de su vida. Cuando se hicieron públicos los cálidos mensajes intercambiados entre la actriz y el Chapo, Emma dijo que para ella no tenían ningún significado. «No pensé nada, nada más dije: “¿Esto qué le importa al país? Lo van a leer y van a decir: ¿y?”». Sobre si tuvo celos aseguró con frialdad: «Para nada, por supuesto que no. Esperaremos lo que ella quiera decir, pero no tengo celos».

Tras la recaptura del Chapo fue que conocí a Emma Coronel Aispuro y me dio aquella histórica entrevista. Durante meses estuvimos en comunicación vía WhatsApp o hablando directamente. Siempre en una relación de periodista y entrevistada.

Emma comenzó sus visitas a Washington D. C. a mediados de 2016, cuando interpuso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos una queja sobre los supuestos abusos que estaba sufriendo el Chapo en el penal federal.

Emma aseguraba que el gobierno de México quería matar a su marido. Funcionarios y reclusos de la cárcel confirmaron que efectivamente las condiciones en las que estaba eran muy duras —consecuencia de las dos fugas— y que no le permitían dormir, lo cual le estaba generando graves problemas en la presión sanguínea y eso podía provocarle un infarto. La única vez que escuché a Emma llorar fue por teléfono cuando me narró las condiciones en las que vio a su rey.

Emma aprovechó sus viajes a la capital de Estados Unidos para hacer algunos paseos como turista. Recuerdo que en algunos mensajes por WhatsApp puso una fotografía de ella, vestida toda de negro con zapatos de plataforma, con su prominente derrier de perfil y de fondo la Casa Blanca.

Dijo con emoción y sorpresa que luego de su salida al mundo público había gente en las calles de Washington D. C. que la reconocían y la paraban para pedirle autógrafo. Ella siempre sonriente se los daba de buena gana.

Poco a poco, Emma se fue convirtiendo, por así llamarlo, en la Kim Kardashian de los narcos, la estrambótica socialité de la que todos querían saber por morbo hasta su último respiro. Hasta en YouTube comenzaron a hacerse tutoriales de cómo imitar el maquillaje y el vestuario con el que Emma se había presentado en la entrevista que le realicé.

Así, convencida de que el mundo la buscaba, Emma comenzó a salirse de los límites a los que estaban sujetas las esposas de la cúpula del Cártel de Sinaloa.

Las artistas, modelos, conductoras, entraban a los espacios de los narcotraficantes en secreto para que eso no arruinara sus carreras, pero Emma había entrado públicamente, por la puerta grande, al mundo de las «estrellas».

El 7 de mayo de 2016 transfirieron al Chapo a una cárcel federal en Ciudad Juárez, Chihuahua, en la antesala de su extradición a Estados Unidos, una de las cosas a las que más temía el narcotraficante. Ahí, con el número de preso 3712, escribió un «mensaje angustioso» en el que afirmó que temía morir antes de diciembre. No ocurrió.

El Chapo fue extraditado a Estados Unidos y fue presentado ante la Corte Federal del Distrito Este de Nueva York que resumió más de 17 cargos en 10.

Emma, como siempre, se mostraba dura, inmutable, como las rocas de las montañas donde vivió su infancia. Muy pocos sabían qué había detrás de esa máscara. «Para lo que sea, siempre estoy preparada. Lo que me afecta es su salud, mientras esté bien, todo bien», dijo.

—¿Usted lo seguirá a donde vaya, Emma? —le pregunté.

—Por supuesto, mientras él quiera estar con sus hijas, por supuesto.

—Y tú, ¿como mujer, como pareja?

—Por supuesto que lo seguiré a donde esté.

—¿Por qué?

—Estoy enamorada de él, es el padre de mis hijas, creo que ya le he demostrado que lo sigo donde sea.

En febrero de 2018, ya encarcelado en el Centro Correccional Metropolitano de Manhattan, Guzmán Loera le envió una carta al juez. Se quejó de las malas condiciones en las que presuntamente se encontraba en la cárcel donde alguna vez estuvo recluido el mafioso italoamericano John Gotti, jefe de la familia fundada por el capo palermitano John Gambino en Nueva York.

Guzmán reclamó que las reglas de la prisión no le permitían tener recursos económicos para pagar a sus abogados de defensa. «No he tenido contacto con mi esposa por 13 meses. Ni en persona ni por teléfono ni por carta. Nunca me han explicado por qué no permiten ese contacto. Hace seis meses le escribí una carta, y hasta que yo sepa, ella no ha recibido la carta. Por esa imposibilidad de contacto, ella no me ha podido ayudar a conseguir los fondos para pagar a mis abogados», se lamentó el capo mexicano.

Dijo al juez que las medidas especiales a las que estaba sujeto en la cárcel lo afectaban «físicamente, mentalmente y emocionalmente».

«Sufro de dolores de cabeza todos los días. Vomito casi todos los días. No me han arreglado dos muelas y me duelen mucho. No me ha pegado el sol ni aire fresco durante 13 meses en su país… la luz en mi celda está encendida todas las horas del día y se me hace difícil dormir», escribió.

«Yo pensé que la justicia estadounidense por lo menos me iba a dar la oportunidad de defenderme. Pero ahora veo que eso no es la verdad. Lo único que pido es un juicio justo».

Cuando lo extraditaron, algunos de sus abogados en México recomendaron como estrategia de defensa negociar un acuerdo con el gobierno de Estados Unidos, pero los abogados de ese país le aconsejaron seguir la vía del juicio, cuya fecha de inicio quedó definida para inicios de noviembre de 2018.

El excesivo protagonismo de Emma en las redes sociales disfrutando sus minutos de fama le originó problemas con la familia del Chapo en septiembre de 2018, semanas antes del juicio. En una cuenta de Instagram aparecieron fotos de la opulenta celebración del cumpleaños número siete de las gemelas procreadas con Guzmán Loera. Las hermanas e hijos del capo lo consideraron inadecuado en un momento tan sensible.

The Washington Post publicó un artículo de la vida excéntrica que Emma exhibía en redes sociales mientras su esposo públicamente se quejaba de su miserable vida en prisión. La nota la retomaron diversos medios de comunicación en México y otros países.

En la cuenta de Instagram con 250 mil seguidores aparecían fotos de ella. Algunas sin mostrar su rostro, posando con un arma, o con una gorra con el letrero «701» —el legendario puesto que la revista Forbes le dio al Chapo como uno de los más ricos del mundo—. No era claro si era Emma o no.

Pero también había fotos que claramente mostraban su rostro, con sus hijas gemelas de apenas siete años portando bolsos de Gucci. Y se puede ver el video de la fastuosa fiesta infantil con el tema de Barbie, donde Emma aparece como la muñeca en carne y hueso haciendo de feliz anfitriona. Toda la decoración era irritantemente rosa, como el mundo que Emma se aferraba a crear una y otra vez pero que solo existía en su mente.

«Mientras el presunto capo está desesperado en la cárcel, su esposa organiza fiestas con el dinero ensangrentado», escribió el prestigiado diario.

Fue por eso que Emma me escribió en la madrugada del 28 de septiembre de 2018. Yo habría jurado que era para compartir alguna preocupación sobre el juicio, pero ella ni se inmutó cuando le pregunté cómo iban las cosas.

«En cuanto al juicio todo bien, ¡va excelente!», señaló optimista pese a que a su marido lo podían condenar a cadena perpetua. E incluso añadió al mensaje un emoji de un pulgar alzado.

Ella era como una caja fuerte con diversas combinaciones. Lo que le preocupaba en ese momento era todo lo que se estaba diciendo en los medios de comunicación. Lo que le quitaba el sueño era que la vieran como la «mala» de la historia. Me dijo que en las redes sociales hay muchas cuentas abiertas de sus «fans» porque según ella la gente la quería mucho, pero aseguró que aquella cuenta de Instagram que tanta polémica había causado era falsa y que no se hacía responsable de los mensajes que se ponían a su nombre. Le dije: «Pero eres tú, son tus fotos». Y reconoció que eran verdaderas.

«No me agrada que se hagan pasar por mí, [esa cuenta] tiene miles de seguidores y cada foto que saca la retoman los periodistas, y no me gusta». «No es por el juicio ni por Joaquín, es por mí». «Ya sé la presión por Joaquín y ni modo, mientras esté el juicio así será, creo, pero me gustaría que a mí me mantengan al margen». Una petición imposible para la esposa del criminal mundialmente más notorio en la historia reciente, luego de Osama Bin Laden.

«Me expusieron como una insensible, que me doy la gran vida cuando las cosas no son así», dijo. Al cuestionarle si efectivamente había hecho esa fiesta de cumpleaños a sus hijas, respondió: «De lo de mis hijas prefiero no opinar nada, ni de lo demás, solo aclarar el tema de que no tengo redes sociales».

Esa y muchas veces antes y después me pregunté qué había en la mente de esta mujer.

Comenzó el llamado «juicio del siglo» una mañana gélida de noviembre en el Palacio de Justicia ubicado en Brooklyn. De acuerdo con una fuente de información cercana a abogados del Chapo, Emma habría recibido una compensación económica por estar presente en las audiencias.

Por la curiosidad que generaba al mundo la relación «amorosa» entre el capo y la reina de belleza, la estrategia de defensa era usarla como carnada para atraer la atención de los medios de comunicación. Y lo lograron. Constantemente las crónicas se concentraban más en los besos, las miradas, los abrazos a larga distancia y el vestuario combinado de la pareja conformada por el criminal y la influencer de los narcos, que en la sustancia de lo que ahí estaba ocurriendo.

Pero detrás del mito de «glamur» y «derroche» que rodea a las esposas de los reyes de la droga en México, hay otra verdad menos reluciente. La mayoría de ellas no tiene independencia económica. Emma tampoco la tenía, dependía de las propiedades del Chapo que le permitía administrar y del dinero que le enviaba. Sí vivía de manera holgada y disfrutaba de costosas joyas que él le regalaba, pero no tenía nada a su nombre que le pudiera en un momento dado dar autonomía económica. La única casa que el Chapo había pensado darle era una que estuviera a nombre de sus hijas menores de edad, no de ella. Es un modelo de control de los narcotraficantes sobre sus esposas para que dependan de ellos para siempre.

«Estos hombres al final son inseguros, no dejan jamás que sus esposas tengan autonomía total porque tienen miedo de que los dejen, son muy celosos y posesivos», me narró una de las personas del círculo cercano de Emma, conocedora de la dinámica interna en las familias del cártel.

En la hoguera de las vanidades y apariencias, las esposas de los narcos compiten entre sí para ver quién viste con mayor lujo, como si eso reflejara mayor aprecio o respeto de sus maridos. Es común verlas con vestimenta y accesorios de Chanel, Dior, Louis Vuitton y Prada, pero no todo lo que brilla es oro.

Muchas de las «primeras damas» del narco acuden a boutiques en Culiacán que venden productos pirata de las marcas de lujo porque no siempre tienen el dinero para pagar los miles de dólares que cuestan los objetos originales de su deseo, o ni siquiera pueden viajar para comprarlos. Algunos modelos de ropa pirata ni siquiera existen en los catálogos de las marcas auténticos.

Aunque los medios de comunicación de todo el mundo escribieron largas crónicas enumerando los lujosos accesorios y atuendos que Emma Coronel portaba cuando asistía al juicio del Chapo en Nueva York, en realidad muchos eran fake.

Emma dedicó tiempo a escoger el vestuario que usaría en el juicio, fake u original, siempre era formal y nada estrafalario; y desde que su esposo fue extraditado, comenzó a tomar clases de inglés para prepararse y poder comunicarse con la prensa.

Personas que la acompañaron en algunos viajes a Nueva York señalan que no se hospedaba en hoteles de superlujo, sino en sitios como el Hilton. Ahí, en una suite, cada día, antes de una audiencia, Emma se tardaba dos horas e incluso más en vestirse, maquillarse y peinarse. Se sabía centro de atención de los medios de comunicación y le gustaba engolosinarlos.

Otro ingrediente del show mediático eran las hijas gemelas de la pareja. Antes del juicio, en el verano de 2018, informantes cercanos a la familia confirmaron que Emma viajó con sus hijas a la Gran Manzana, y luego regresó con ellas cuando inició el juicio. Cada vez que las presentaba en la corte, las llevaba vestidas de modo idéntico de pies a cabeza. La prensa se daba revuelo con los gestos y saludos entre el padre criminal y las niñas durante las audiencias donde se hablaba de corrupción, cargamentos de droga, torturas y asesinatos.

Joaquina es muy parecida a su padre, mientras que Emali es idéntica a Emma, «en carácter y todo», señaló una persona que las trató de cerca en aquella época. Las niñas de apenas siete años debían ser un ingrediente para ablandar al jurado, por lo que su madre las hacía permanecer en las largas audiencias, que habrán sido soporíferas para ellas.

Conforme fue avanzando el juicio, poco a poco, el título que Emma ostentaba de reina del imperio criminal del Chapo fue perdiendo lustro y la corona sufrió algunos porrazos, hasta que al final cayó.

De noviembre hasta los primeros días de enero, la Fiscalía concentró los testimonios contra el Chapo en su modus operandi como jefe de las drogas. Pero el 9 de enero añadió un nuevo ángulo: el personal, la psique del capo, y con ello comenzó a cavar la tumba del «cuento de amor» que Guzmán Loera y Emma estaban representando cada día en el Palacio de Justicia de Brooklyn.

Ese día ante la sala plena —con Emma sentada entre el público y su esposo en el banquillo de los acusados— fueron presentados los mensajes que el Chapo intercambiaba casi simultáneamente con ella, su «otra» esposa, Lucero Sánchez López, y otra amante llamada Agustina Cabanillas, alias la Fiera, quien se refería a él como su «marido», a través del sistema BlackBerry. Para Guzmán Loera, todas eran su «amor» y para todas había palabras románticas.

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