Emily

Emily


Capítulo 4

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Capítulo 4

Todo lo que involucraba a Lord Bridport era sinónimo de escándalo, su comportamiento, su compromiso apresurado, peor aún, su futura esposa americana. Conseguir el permiso para el matrimonio no fue un gran impedimento para el futuro duque, el arte de la manipulación dominaba a su lengua. En consecuencia, la boda se planeó a la brevedad.

Como su padre estaba en completo desacuerdo, es más, repudiaba a viva voz la unión, los Sutcliff se ofrecieron como padrinos del matrimonio. La amistad de Colin y Elliot había comenzado en la más tierna edad, y para ellos, el vizconde era comparable a un hijo más. Marion no iba a hacerse a un lado, sin importar lo que el duque de Weymouth manifestase, no era propio de un padre abandonar a sus hijos en tan preciado momento. Se murmuraba tras bambalinas que el motivo del matrimonio no era más que una jugarreta de Elliot Spencer para fastidiar a su padre, pero ahí, en la calidez del hogar Sutcliff, a horas de la consagración definitiva del enlace, la verdad salía a la luz. Colin estaba en lo cierto, Lord Bridport era el futuro esposo más feliz de Londres, y la jovencita Clark, aunque se esforzara en demostrar lo contrario, era la novia más ansiosa y enamorada de todo el continente.

A pedido del matrimonio, el listado de invitados se redujo al mínimo, los Thomson, los Swift —estos últimos se habían invitado, Lady Helen reclamaba su lugar como propiciadora de la unión—, Sir Johnson y su pupila Vanessa Cleveland, la señorita Madison junto a su tía y, como era de esperarse, el pequeño clan Grant, con un Zachary recompuesto y de muy buen humor. A ellos le siguieron un par de lores, aquellos integrantes de la cámara que habían accedido a otorgar el permiso de matrimonio a cambio del disfrute de un buen banquete, era bien sabido que los Sutcliff se destacaban por agasajar con los mejores platos y licores.

—¿Han visto ese beso? —Daphne seguía fascinada por la demostración de afecto de los tórtolos ya devenidos en matrimonio. Desde la iglesia no habían vuelto a besarse, pero aquel beso, el que había sellado la unión de marido y mujer, se comentaría por semanas—. ¡Pensé que iban a devorarse cual animales hambrientos! —La mente de la muchachita se encendía, comenzaba a ansiar un amor como ese, extraño, inesperado, pero amor en sí.

La joven Webb se sentía feliz, por la boda y porque, finalmente, sus padres habían desechado la absurda idea de mantenerla alejada de las americanas. Elliot Spencer era una extensión más de la familia, y ahora, esa extensión incluía a Miranda Clark... mejor dicho, Lady Bridport, el mayor escándalo americano con faldas jamás visto. Luchar contra esa marea ya no tenía sentido, y la más beneficiada con eso era Daphne, por fin podía gozar de la compañía de jovencitas de su edad, amistades sinceras, que no buscaban competencia alguna con ella.

—Sí, animales hambrientos... —masculló con sorna Vanessa—, y por lo visto, saciados. ¡Mírenlos ahora! —Las motivó a contemplar a la pareja. Las tres: Daphne, Cameron y Emily dirigieron la mirada hacia ellos—. Escapan el uno del otro. ¡Por los cielos, lo que daría por escabullirme al hogar de esos dos! —La señorita Cleveland estaba disfrutando como nunca antes—. ¡Que viva el amor! —No pudo evitarlo y se quebró en una carcajada—. Deberíamos apostar...

—¿Sobre qué? —La sugerencia le resultó atractiva a Daphne. ¡Sí, las señoritas americanas rompían su monotonía!

—Mmmm... deberíamos apostar sobre quién es la presa y quién el cazador.

—¡Elliot, sin dudarlo! Elliot es la presa —auguró Daphne.

—Daphne... —Emily detestaba ser parte de aquello que los ingleses alegaron con respecto a ellas: mala influencia. Lo eran, esa era otra Daphne—. No te sumes a las locuras de...

—¿Elliot presa? —Vanessa interrumpió adrede a Emily—. La actitud de gacela perdida delata a Miranda, ¿no lo creen así?

—¡Vanessa, podrías ser un poco menos ... menos —A la pobre señorita Madison no se le ocurrían las palabras sin insultarla.

—¿Menos qué?

—¡Menos nada! —reformuló Cameron—. Pero podrías tener un poco más de sensibilidad para variar, no te haría nada mal.

—¿Más sensibilidad? ¿Para qué? Para ir llorando por los pasillos como la señorita Grant.

—¡Prefiero llorar por los pasillos antes que andar destilando veneno por ahí! —Emily estalló, y Vanessa abrió los ojos de par en par. Se cubrió el rostro con el abanico para ocultar la sonrisa de satisfacción—. Sé que te estás riendo, Vanessa. No te cubras.

Las pestañas de Vanessa se movieron de manera frenética, a modo de provocación. Por supuesto que sonreía.

—Tienes que recomendar a tu nueva modista, Emily —finalmente agregó—. Se ve que sus vestidos traen consigo un cambio de actitud.

Emily había seguido el consejo de Colin, recurrió a Rebecca Deen, ésta no solo la había asesorado en tanto a vestuario, sino en estética en general, accesorios y peinados. Su madre, que en primera instancia no se había mostrado de acuerdo con la decisión, cambió de parecer al comprobar que el ánimo y la autoestima volvían a hacerse presentes en su hija.

—Lo siento, Vanessa, no creo que funcione contigo —intervino Cameron, fue lo más cercano a un agravio que pudo decir.

—Yo creo que sí. —Emily salió en su defensa, y la señorita Cleveland cerró el abanico de un solo movimiento demostrándole que la escuchaba con atención—. He domado muchos potros salvajes, y con ellos he aprendido una y otra vez lo mismo... aunque demuestren lo contrario, lo único que necesitan es cariño.

El silencio cortó el aire, por primera vez, la señorita Cleveland se quedaba sin palabras, su discurso fue suplantado por una batalla de miradas entre ella y Emily. No había odio ni rencor en sus ojos, sino un entendimiento que se negaban a confesar en voz alta.

—¿Podemos volver al asunto del beso, por favor? —Daphne, que interpretaba lo sucedido de otra manera y quería evitar una riña de señoritas americanas, recurrió al momento previo al entredicho de palabras—. ¿Han visto alguna vez un beso tan intenso?

Las americanas coordinaron en una risa burlona.

—Por supuesto que sí —sentenció Vanessa para librarse de la incomodidad de segundos atrás.

—Más de una vez... es más, por todos lados —se le sumó Emily.

—Solo tienes que subirte a un barco, cruzar el océano y llegar a américa —finalizó Cameron. Sí, nada más ni nada menos que la jovencita de Virginia.

Vanessa se giró hacia Cameron, debía comprobar su rostro cuando le dijera:

—¡Parece que habla por experiencia, señorita Madison!

—¡Usted también, señorita Cleveland! —Cameron se defendió del ataque.

—¡Esperen, esperen! —Daphne las interrumpió—. ¿Ustedes me quieren decir que los americanos besan mejor que los ingleses? —Miró a Emily, que era con la que más se relacionaba—. ¿A ti te han besado?

El silencio y el tono rojizo de las mejillas de Emily la condenaron.

—¡Habla, traviesa californiana! —ordenó Vanessa.

No podía escapar, y no iba a mentir, no tenía motivos.

—Sí... me han besado. Pero fue culpa de Louis, mi hermano —agregó en su afán de defenderse—. Hizo una apuesta con Ted Weaton, el que ganaba podía besar a la hermana del otro... y el muy idiota perdió.

Las carcajadas de las muchachas resonaron por todo el salón, al punto tal que recibieron la desaprobación de las matronas. Continuaron en susurros, para dejar de ser el centro de atención.

—Él perdió, y tú ganaste... ganaste un beso —convino Daphne.

—No, perdí, definitivamente, perdí... no conocen a Ted Weaton. —Frunció el ceño a modo de desagrado ante la rememoración.

—Entonces... no me queda claro, dicen que los americanos besan bien, pero tu confesión me demuestra lo contrario.

—Oh, no, para nada... los besos de Ted son los mejores del sur de California, solo tienes que cerrar los ojos y pensar en otro.

Una vez más, rompieron en carcajadas. Una vez más, la desaprobación de las matronas se hizo manifiesta, y sin dilataciones separaron al grupillo de jovencitas para contener el desorden. Vanessa y Cameron por un lado; Daphne y Emily por otro.

—Bueno... —le susurró Daphne al oído cuando estuvieron lejos de mamá Grant y la señora Monroe—, ahora resta que a ti te bese un inglés, y a mí un americano.

—¿Daphne, te han besado? —Emily alzó la voz, no pudo contener la sorpresa, conocía la manía protectora de Colin.

—Shhh... mi hermano no debe enterarse. ¿Qué digo? ¡Nadie debe de enterarse! —La picardía se escapó de ella en una suave risa—. Retomando lo anterior, necesitamos un inglés para ti y un americano para mí... solo así podremos comparar como es debido. —Se detuvieron al final del salón, cerca de los ventanales que daban al jardín y contemplaron a todos los presentes—. Mmm, la pregunta es: ¿dónde encuentro a uno?

∞∞∞

Lord Bridport no tenía muchos deseos de festejo, o, por lo menos, no de ese tipo de festejo; quería tomar a su reciente esposa y marcharse de ahí. La intensidad puesta en pausa desde el beso de la ceremonia comenzaba a hacer de las suyas en sus pantalones. Era el hombre recién desposado más feliz y ansioso de todo Londres. La despedida fue fugaz, y también lo fue la partida inmediata de algunos de los concurrentes, solo quedaron las amistades más cercanas, y las mismas fueron invitadas a extender la velada hasta la cena.

Los aires de intimidad familiar le permitieron a Colin acercarse a Emily, quien, de momento, había quedado a solas en uno de los extremos del salón. No necesitaban de carabina, ni nada por el estilo, Marion, Lady Thomson y Sandra Grant se encontraban a un par de pasos, los suficientes para observarlos sin oír la conversación. Al igual que Elliot, él también estaba ansioso, sus labios estaban deseosos de confesión. Llevaba horas observándola, estaba preciosa.

—Luces muy bien, Em...

Le hubiese gustado utilizar la palabra que estaba anclada en su mente desde la mañana: «preciosa». No lo hizo porque temía generar ilusiones en ella. Le agradaba de una manera muy peculiar, nunca antes experimentada con otra mujer, pero eso era todo. La palabra incorrecta, el gesto inadecuado, la caricia fuera de lugar podían encender una llama que él no sería capaz de mantener.

—Gracias, me siento a gusto, y eso es más que suficiente.

Lucía un delicado vestido azul cerúleo, que resaltaba el tono de sus ojos y la blancura de su piel decorada por tentadoras pecas. Además, el hecho de que no llevara miriñaque, sino una enagua con soporte de alambres, le quitaba voluptuosidad, algo que le sentaba de maravillas, su cuerpo ya era voluptuoso por naturaleza. Nada de moños, ni plumas, ni flores ... ni joyas en exceso, solo perlas y delicados pendientes. Por fin se había quitado el peso de su historia de encima, era Emily, sin oro mediante, sin riqueza en exposición.

—Rebecca Deen ha sido muy amable conmigo, y supongo que debo agradecértelo, sé que su agenda es igual de ajustada que la de madame Dumont y L´Mer.

No merecía llevarse el mérito del contacto, conocía a Deen por intermedio de Lady Amber, muchos de sus vestidos, esos que él le había regalado, habían sido creaciones de la mujer.

—En realidad, deberías agradecérselo a Lady Cowper, ella intercedió en tu nombre.

Los oídos de Emily retumbaron al oír ese nombre, sabía quién era la mujer. No se permitió sentir celos, no le correspondía. Debía conformarse con esto, con su cercanía, con la complicidad de su mirada y sus sonrisas espontáneas.

—Querrás decir que intercedió por ti. —Lo acorraló, y las mejillas de Colin ardieron.

Y las mejillas de Lord Webb nunca se sonrojaban de esa manera, menos aún en público. Emily se deleitó con la imagen que el seductor lord le obsequiaba. Vestido de negro, con un delicado chaleco en tono azul marino. Combinaban a la perfección...

—Lady Amber es una gran amiga mía.

—¿Amiga? Dicen que la amistad entre el hombre y la mujer no es posible. —Se empujaba ella misma a una encrucijada, lo sabía.

—De ser así ¿qué queda para nosotros, Em?

Una daga directa a su corazón. ¡Dolió, vaya que dolió! Le cortaba las alas a sus sueños, le hacía trizas el último atisbo de esperanza. No había nada más que eso para ellos, el intento de una amistad.

Recordó las palabras de su padre: «Solo duele la primera caída, solo la primera. Para las demás ya estarás preparada».

—No lo sé... supongo que tendremos que averiguarlo, Colin.

Eso fue una melodía para él. Las comisuras de sus labios se abrieron paso en su rostro, sonrió de par en par. Algo le decía que no debía perderla, que ella debía estar ahí, a su lado, pronunciando su nombre, mirándolo de esa forma. No era cuestión de alimentar su ego, de ninguna manera. Era otra cosa... ella era... una brisa de verano, una tormenta de primavera. Calma y locura a la vez. Porque sí, Emily Grant hacía una revolución silenciosa dentro de él.

—¿Sabes quién es o fue Lady Amber? —Con Emily deseaba despojarse del pasado, de sus secretos, de todo.

—¿Otra Lady Anne? —El tono de fastidio y reproche fue más que evidente en ella.

—No, por todos los cielos, no. ¡Lady Anne es única!

Única... ¡Única víbora! ¡Única arpía!

—Lo sé, eso he oído. —El fastidio de su voz creció de manera exponencial, hasta sus ojos comulgaron con la expresión, bailaron de un lado a otro, y a Colin la reacción le pareció encantadora.

—¡No quiero imaginarme qué cosas has oído!

—Si quieres puedo decirlas.

—Ni se te ocurra, Em... —Contenía las ganas de reírse a carcajadas.

—¿Por qué?

—Porque puedo imaginar de quién las has oído.

—¡Daphne! —dijeron los dos al unísono.

La coordinación fue perfecta. La disfrutaron. Se sonrieron.

—Como sea, Daphne suele exagerar en cuanto a sus anécdotas.

—No requiero de las anécdotas de Daphne, puedo hacerme a la idea de Lady Anne por mí misma, he tenido el placer de conocerla, y también de oírla...

Tenía un problema cuando estaba con Colin, esa extraña amistad, o lo que fuera que sucedía entre ellos la había afectado; semanas atrás, se paralizaba ante él, ahora, no controlaba ni su boca ni sus pensamientos. ¡Dios, no sabía qué era peor!

—¿Qué quieres decir?

—Nada... —No iba a contarle los pormenores con su examante, en especial porque las maldades que salían de su boca, a pesar de ser hirientes y fuera de lugar, tenían una justificación real. Ella jamás encontraría lugar dentro de los estándares de belleza británicos—. Nada que merezca la pena ser contado.

—Deja que yo decida eso, Em. — Quería saber qué había ocurrido entre ellas dos, era un dandi confeso, todo Londres lo sabía, aun así, prefería que los detalles quedaran a su cargo.

—No, yo ya lo he decidido por ti. No necesitas saberlo.

¿Qué estaba sucediendo? ¿Dónde estaba la Emily Grant que se enmudecía al primer vestigio de vergüenza? Esa actitud decidida, y en cierta forma, desafiante, estimulaba partes de su cuerpo que no debían reaccionar. Por lo menos no en ese momento y lugar.

—¿Emily? —intentó doblegarla con un tono de voz seco y distante.

—¿Colin? —Ella lo imitó.

El duelo de miradas fue el siguiente movimiento. Error. Fue peor. Los ojos de Colin se desviaban a los labios de Emily, que luchaban por mantenerse unidos y no sonreír. ¡Malditos labios, maldita boca! Eso también se repitieron al unísono en el silencio de sus mentes.

—Está bien, si no quieres decírmelo, no lo hagas... —Colin debió de poner un final a la situación, estaba a segundos de perder el control de su cuerpo. Iría directo a esos labios—. Ya encontraré la persona dispuesta a cotillear sobre el asunto. —Miró hacia un lado y hacia el otro. Al no encontrar lo que buscaba, dio un giro para observar la totalidad del salón—. A propósito, ¿dónde está Daphne?

—Fue a los sanitarios con Cameron.

Ni bien nombraron a la señorita Madison, se hizo presente, atravesó el salón sin compañía alguna hasta llegar a ellos.

—¿Y Daphne? —Le preguntó Emily ni bien estuvo a su lado.

—No lo sé, camino al sanitario se separó de mí, dijo algo como...

No tuvo que finalizar siquiera, Colin salió en su búsqueda, tenía un extraño presentimiento, y cuando de su hermana se trataba, nunca fallaban.

Los sirvientes no pudieron darle información, nadie había visto a la jovencita de la casa ni por los corredores centrales ni por los salones. Solo Josh, el jefe de cuadras, pudo ponerles un freno a los fatídicos pensamientos de Colin:

—Me topé con ella y el americano rumbo a los establos, milord.

—¿Americano? ¿Qué americano?

—El alto, milord... el rubio... —El pobre hombre no recordaba el apellido de la familia americana con la que los Sutcliff habían entablado una reciente amistad, por lo que no le quedó más alternativa que brindar adjetivos.

¡Cómo si hubiese muchos americanos bajo su techo!, pensó Colin.

Los pensamientos fatídicos les dieron rienda suelta a otros...

—Suficiente, Josh, con eso me es suficiente. Por favor, lo único que le pido es que mantengamos la información entre nosotros.

—Lo que usted diga, milord.

Colin era un volcán a punto de hacer erupción. Lo que era peor, era un volcán que debía contenerse para estallar en el instante adecuado. Pretendía mantener a sus padres al margen del posible escandaloso asunto, porque si de algo estaba seguro era de que nada bueno y decoroso podía ocurrir entre su hermana y ese mequetrefe de origen extranjero.

Ya de regreso en el salón, se encaminó sin pausa a Emily. Sus labios tensos forzaron una sonrisa para sostener una imagen de falsa calma.

—¿Sabes dónde se encuentra tu hermano?

La presencia de Cameron pasó a segundo plano, también lo hizo el protocolo, la furia en Colin sacaba a la luz el ya tan común tuteo entre ellos.

—No, es más —Emily intentó hacer memoria—, no recuerdo cuándo fue la última vez que lo vi. ¿Para qué lo necesitas? —Le extrañó la pregunta, la realidad era que Colin y Zachary apenas intercambiaban un par de palabras cuando estaban juntos en la misma habitación. No existía afinidad alguna, podía verse a la legua.

—Para asesinarlo... para eso lo necesito —gruñó sin poder contenerse. Y como alma que lleva al diablo, se marchó en dirección a los jardines.

La furia en Colin y la pronunciación del nombre de su hermano solo significaba una cosa: problemas. Zach era un imán para ellos, más cuando se encontraba en nuevos territorios a explorar.

—¿Crees que ha sucedido algo? —A Cameron, la actitud de Lord Webb también le resultó extraña.

—Con Zach de por medio, ni lo dudes —dijo levantándose como si su trasero hubiese sido catapultado del asiento—. Ven... vamos a los sanitarios.

—Acabo de regresar de los sanitarios.

El cansancio dominaba a Cameron, desde su llegada a Londres que no se recuperaba del malestar que había traído consigo. No tenía energías para aventuras de ningún tipo.

—Diremos que vamos a los sanitarios. No iremos a los sanitarios.

—¿Dónde iremos? —preguntó con desgano, como sea, no iba a dejarla sola.

—En busca de Zach... o Lord Webb, o quién sea que encontremos primero.

Luego de comunicarles a las mujeres sobre su mentiroso destino, siguieron los pasos de Colin, directo a los jardines. Recorrieron los alrededores de la fuente, el camino de setos y la arboleda principal. No hallaron rastro alguno de los hombres. Restaban las caballerizas, conociendo a Zach y su pasión por los caballos, era posible que se encontrara allí, evaluando los purasangres de la familia. A un par de metros del lugar, un grito femenino las sobresaltó. Al grito se le sumaron unos cuantos insultos furiosos.

—¡Voy a matarte, maldito desgraciado!

Era Colin, Emily había desarrollado la habilidad de reconocer su voz hasta en los más difusos sueños. Ese tono algo ronco, ese acento británico marcado que extendía las vocales…

—¿Sí? ¿Tú y cuántos más?

¡Dios Santo! También reconocía esa voz. Esa voz había protagonizado más de una pesadilla en su niñez: Zachary Grant.

—¡Maldición! —resopló levantando la falda unos centímetros para largarse a la carrera. Antes de hacerlo, le encomendó una tarea a Cameron—. Quédate aquí, que nadie ingrese a los establos, inventa alguna excusa de ser necesario.

—¿Excusa? ¿Qué excusa?

—No lo sé, ponte creativa —masculló retomando la marcha.

La escena dentro del establo era simple y alarmante a la vez. Colin en un extremo, Zach en el otro, y en medio de ellos, Daphne con los brazos extendidos, tratando de evitar el enfrentamiento.

—¡Vas a pagar por esto, sinvergüenza! ¡Has arrastrado a mi hermana a la falta de decoro!

—¿Arrastrar? ¿Yo? Me parece que está muy equivocado, milord. —El sarcasmo vibró en las palabras de Zach, y Colin hizo erupción.

—¡Canalla! —En un par de zancadas estuvo frente a él. Tuvo que luchar con Daphne, que parecía dispuesta a ser el escudo del americano—. ¡Hazte a un lado! ¡Este es un asunto de hombres!

—No, no es un asunto de hombres, es asunto mío —acusó ella.

—¡Te besó, Daphne! —argumentó Colin para justificar su reacción.

Emily, que había mantenido su presencia en el anonimato hasta ese momento, alzó la voz ante lo oído:

—¿Qué? ¿Qué es lo que has hecho, Zachary Grant? —utilizó la misma estrategia que su madre cuando lo reprendía, llamarlo por nombre completo.

—¡La ha besado contra su voluntad! ¡Eso ha hecho! —Colin respondió la pregunta sabiendo que no iba dirigida a él.

Suficiente para Zachary, se hizo a un lado para alejarse de la barrera de la jovencita, y lo enfrentó.

—¡Yo no he hecho nada contra su voluntad!

El pecho de Zach impactó contra el de Colin, éste actuó de igual manera, parecían dos gallos en riña, golpeando sus pechos una y otra vez.

—¡Entonces la has engañado con tus palabras!

El entrenamiento pugilístico de Colin era una gran broma en comparación al de Zach, que tenía un historial de costillas rotas a fuerza de peleas callejeras, y todas habían sido ganadas. La garganta de Emily se cerraba segundo a segundo, podía imaginarse el rostro de Colin hinchado a golpes... Oh, no, su bello Colin. Así como ella había sido calificada de atracción de circo, Zachary había recibido el título de campesino. Sobre esa balanza en particular, el campesino pesaba más, golpeaba más. Emily debió formar parte del entredicho, separó los cuerpos con el suyo. El roce fue inevitable, y la reacción de Colin también, se desconcertó por unos instantes, era la primera vez que la tenía tan cerca, casi que podía sentir su respiración mezclarse con la suya.

—¡Deténganse! —Les ordenó a ambos.

—¡Él único engañado aquí soy yo! —Zachary no pretendía detenerse, la adrenalina ya le corría por las venas, y solo conocía una manera de liberarla: a los golpes—. Me acerqué hasta aquí a ver los caballos y el pago reclamado por tal aventura fue un beso.

—¡Mientes! —Colin tomó distancia, no porque tuviese deseos de finalizar la pelea, sino por la cercanía de Emily. La forma de su cuerpo, sus curvas, parecían amoldarse a la perfección a su cuerpo.

—No miente —gritó Daphne—. Yo lo traje hasta aquí engañado, yo le pedí que me besara. Los rostros de Colin y Emily se voltearon a ella con estupefacción, ninguno de los dos podía creer lo que oía. Zachary sonrió victorioso—. Como ya te he dicho, Colin... esto es asunto mío.

—No existe tal cosa como un «asunto tuyo», Daphne, entiéndelo de una vez por todas. —Fue hasta ella, midiendo su furia, quería ser duro, pero no violento—. ¡Tu reputación está en juego... a cada paso que das, con cada palabra que dices, está en juego!

—Lo sé —confesó sin un atisbo de arrepentimiento.

—Imagínate si otro hubiese presenciado lo que yo ¿sabes cómo terminaría esto? ¡Con ese mequetrefe como tu esposo!

—¡Ey! No me insultes... —Zach se mostró ofendido.

—¡Tú, cállate! —Emily intervino, la tormenta parecía menguar, y deseaba que así continuara—. ¡Te mereces lo de mequetrefe!

—No me refería a eso... sino a «esposo», no voy a tolerar esa clase de insulto. —En los planes de vida de Zachary no había lugar para el compromiso, para qué tener una mujer si se puede tener miles.

—Pues tienes suerte, infeliz. —Colin volvió a dirigir su furia a él—. Si te encontraba un minuto después, aun contra mi voluntad, mañana mismo la desposarías. —Mentía, solo para molestar al americano, ni loco permitiría que su hermana se casara con él, no, bajo ninguna circunstancia. Daphne requería de otro estilo de hombre.

—Por favor, Colin... si de un beso se tratase, entonces ya tendría que estar desposada.

El tono rojizo del rostro de Colin, ese que daba el sello distintivo de la ira descontrolada, se esfumó para ser reemplazado por la palidez extrema.

—¿Qué quieres decir, Daphne?

¡Diablos! se arrepintió al instante de esa pregunta. No quería saber... no, no quería.

—¡Que no es la primera vez que un hombre me besa, Colin!

—Sin lugar a dudas —agregó Zach para fastidiar a Webb—. Uno reconoce de inmediato a unos labios experimentados.

—¡Maldita sabandija! ¡Ahora sí que voy a matarte!

Daphne y Emily fueron más rápidas que Colin. Se interpusieron en su camino.

—¡No, no! Por favor, detengan esta locura. —Emily no podía dejar de pensar en el bello e inmaculado rostro de Colin.

—Más que locura, absurdo… Colin. ¡Vamos, si siguiéramos tu lógica, tendrías que tener, como mínimo, doce esposas!

—¡Es diferente! —gruñó él.

—Diferente ¿cómo? —le reprochó con enojo Daphne.

—A mí también me gustaría saberlo —agregó Emily con el mismo fastidio en la voz.

Demasiado tarde. Había utilizado las palabras equivocadas. Lo sabía.

—Yo también —provocó Zachary que, a modo de respuesta, recibió nada más ni nada menos que un codazo de su hermana. Un fuerte codazo que lo empujó a un doloroso silencio.

—Ya saben a lo que me refiero... —Solo eso atinó a decir. No quería decir: porque soy hombre.

—Así que la prerrogativa aquí es que ustedes —dijo Daphne golpeando el pecho de su hermano— pueden ir de boca en boca, de mujer en mujer, hasta que escojan la que deseen, y nosotras no.

—¿Eso quieres, ir de boca en boca, Daphne?

—¡No, por supuesto que no! Era una simple experiencia de comparación.

Los ojos de Emily se abrieron de par en par. Americanos versus ingleses, y sus besos. De eso se trataba. Confirmado, era la peor de las influencias, la amistad con los Sutcliff se terminaría en ese momento.

—¿A qué te refieres?

—Sí, ¿a qué te refieres? —El ego de Zach dejó atrás el silencio. Detestaba ser el objeto sexual de las mujeres. ¡Dios, ni en Londres escapaba de tal cruel abuso! Otro codazo por parte de su hermana le acomodó el resto de los pensamientos y cerró su boca.

—Hablábamos de besos con las muchachas... según ellas, los americanos besan mejor, y Emily me lo confirmó.

Colin tendría que haber atravesado con la mirada a su hermana por lo dicho, pero no, fue en busca de los ojos de Emily. Lo que interpretaba era lo siguiente: A Emily Grant la habían besado. ¿Quién demonios se había atrevido a rozar esos labios? ¿Quién? ¡Agg, ardía, la piel le quemaba! Tuvo que desajustar el nudo de su corbata para sentirse más a gusto.

—¿La señorita Grant te lo confirmó? —preguntó sin quitar la mirada de Emily.

Ella se mordió los labios, como si quisiera ocultarlos. El fuego se extendió hasta aquellas partes íntimas de Colin, esas que estaban a resguardo en su pantalón.

—Eso ya no importa... —intervino su hermana.

¡Claro que sí! Sí, importaba y mucho. Colin imitó a la señorita Grant, se mordió los labios para contener a sus palabras, las malditas podían ser muy traicioneras.

—Como sea —continuó Daphne—. Me pareció correcto explorar las posibilidades, y Zach... —Colin fingió toser. Ella comprendió el mensaje—, y el señor Grant, se presentó como mi única alternativa. La vi, y decidí tomarla.

—¿Ha oído, milord? Ella decidió tomarla. —Se vanagloriaba Zachary.

—Cierra la boca, imbécil... tú y yo ya arreglaremos esto, a solas, sin mujeres de por medio que te protejan.

—¿Que te hace creer que me protegen a mí de ti? —El ego de hombre Grant se hizo presente.

—¡Termínala de una vez, Zach! —Emily alzó la voz, quería dar por zanjada la discusión.

—Si te vuelvo a ver en una situación similar con mi hermana, no vas a salir vivo. ¿Oíste?

—No va a existir una situación similar, Colin... ya he formado mi opinión con respecto al asunto —finalizó acomodándose el vestido, debía restaurar su imagen antes de regresar a la casa. Ser una barrera de contención entre hombres no era una tarea sencilla.

—¿Inglés o americano? —preguntó Zach con picardía.

Los ojos de Emily fueron en busca de los de Daphne, le rogaban que no diera esa respuesta, ella la sabía. Ted Weaton era considerado uno de los mejores besadores del sur de California, pero Zach compartía el podio con su hermano Louis, a lo largo y a lo ancho del territorio.

—Americano —confesó sin tapujos, sabiendo que su hermano se ofuscaría aún más.

El festejo de Zachary fue inminente, y el ego de Colin, herido, salió al enfrentamiento.

—¡Imposible!

—Pues, que Emily defina el asunto —agregó Daphne con evidentes intenciones de travesura.

—¿Yo? No… no puedo. —La vergüenza se apoderó de ella.

La joven Sutcliff se ubicó junto a su hermano para susurrar por lo bajo:

—Cierto... no puede, ningún inglés la ha besado. —Al igual que su hermano, fingió toser. Colin interpretó el accionar.

Besar o no besar a Emily Grant... esa era la cuestión.

Si lo hacía, ponía en riesgo la amistad que nacía entre ellos. Tal vez hasta ponía en riesgo el corazón de la muchacha. No quería dañarla, ni ilusionarla.

Si no lo hacía...

Cameron irrumpió al trote en el establo, la pobrecita tuvo que tomar un respiro antes de hablar, estaba por demás agitada.

—La señora Monroe, Lady Thomson y mi tía vienen en camino... —alertó.

Colin se arregló la corbata, Zach la chaqueta y Daphne contribuyó al arreglo del cabello despeinado de Emily.

Perfectos. Nada había ocurrido en ese lugar, solo era una comitiva de jovencitas, acompañadas por sus hermanos en un paseo por los jardines. Así, de uno en uno, abandonaron los establos, los últimos en salir fueron Emily y Colin, y por un motivo en particular. Colin la había retenido del brazo.

Si no lo hacía, si no la besaba... se arrepentiría. Él también debía tomar esa oportunidad, no podía dejarla ir.

Cuando estuvieron a solas, la acercó a él y, tomándola por la cintura, la besó.

Fue apenas un roce de labios, un reconocimiento. Más era peligroso, estaba seguro de que, si degustaba su boca, se haría adicto a ella.

Los labios de Emily apenas se movieron, estaban en estado de shock, al igual que su corazón. El muy desgraciado se había detenido solo para revivir al ritmo de mil latidos, y cada uno de esos latidos repetía un nombre: Colin... Colin... Colin.

Las bocas se separaron porque la realidad lo exigió. Disimularon el deseo que los había abofeteado. Ocultaron la necesidad que tenían el uno del otro.

—¿Americano o inglés? —Colin halló el punto final perfecto para lo que ambos estaban sintiendo.

Emily dio un paso hacia atrás para obtener distancia de él. Respiró profundo. Exhaló. El encuentro de miradas fue el siguiente paso a dar.

—Me reservo la opinión, milord —dijo abandonando el establo sin él, pero con una sonrisa en los labios.

Colin Webb sonrió. Si algún día le hacían esa misma pregunta... él ya tenía su respuesta.

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