Emily

Emily


Capítulo 9

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Capítulo 9

Lo que ocurría dentro del corazón de Emily Grant ya no podía contenerse, llevaba semanas sin hacerlo, bastaba mirarla para interpretar la intensa naturaleza de sus sentimientos. Del otro lado de la ecuación, lo percibido era diferente. Colin Webb seguía igual de perfecto, radiante, con un corazón inalterado y un deseo no manifiesto hacia la americana.

Mentira. Una gran y perfecta mentira. Por dentro dolía, cada vez más.

Colin llevaba días maldiciendo, ni bien puso un pie en la casa de verano, presintió la inminente tragedia que acosaría a su corazón: Emily.

No estaba midiendo las consecuencias, su madre ya se lo había expresado, y tenía razón, no lo hacía, porque su corazón se desgarraba en silencio, ahí, en la soledad de su habitación como cada noche, posiblemente, desde que la había tomado de la mano por primera vez.

Años construyendo lo que era, un mujeriego sin planes serios a futuros. Por supuesto que eso era desestimado por todos, era cuestión de tiempo decían, cuando recibiera el título de conde la unión en matrimonio sería sí o sí un requerimiento para él, porque dentro de sus nuevas responsabilidades se encontraba una muy importante, la de engendrar el heredero que mantuviera intacta la línea sucesoria.

No sucedería, ni con Anne, ni con ninguna otra mujer, y ese recordatorio latente le destrozaba el alma, porque ahí... ahí debía incluir a Emily Grant.

El sabor amargo de la tristeza le quemó la garganta. Abandonó la cama para comprobar la intensidad de la noche. La espesa oscuridad se matizaba con suaves tonos luminosos, el alba estaba próxima a llegar. Conciliar el sueño era una tarea bastante difícil en esos días, saber que bajo eso mismo techo se encontraba la mujer que despertaba cada fibra de su ser convertía al descanso nocturno en una travesía. Tenía dos alternativas, relegarse al encierro y a sus pensamientos hasta que el resto de la familia amaneciera, o abandonar la prisión silenciosa de su recámara para combatir el insomnio con algo más productivo. Optó por lo segundo.

La cocina fue su primer lugar de paso, contaba con que Esther, la cocinera, ya estuviese despierta. No se equivocó, estaba iniciando los preparativos del desayuno, junto ella se encontraba Joyce. Las dos murmuraban por lo bajo, la doncella estaba feliz, exhibiendo ante ella su mano. El fuego encendido puso en evidencia lo que tenía a las mujeres en un aparente estado de ensoñación: un anillo, uno costoso, que Colin reconocía a la perfección. Ese anillo encerraba en el centro de su esplendor las lágrimas de Emily.

—¿Qué tienes ahí? —demandó sin un gramo de cortesía. Estaba cansado, malhumorado, y para colmo de males, todo a su alrededor parecía complotar para regresar a Emily a su pensamiento.

La sorpresa sobresaltó a las mujeres que no habían percibido presencia alguna, giraron con torpeza, y Joyce, que sabía no había cumplido la promesa hecha a Ezra —solo puedes utilizar ese anillo una vez que los señores se hayan marchado— dejó caer la pieza de joyería al suelo. Colin se apropió del anillo. Sin lugar a dudas, era de Emily.

—¿Cómo ha llegado esto hasta ti, Joyce?

—Yo... yo —titubeó la muchacha casi al límite de las lágrimas.

No pretendía acusarla de robo, ni a ella ni a nadie, la mayoría de los empleados llevaban décadas al servicio de los Sutcliff, y los más jóvenes, como en el caso de Joyce, heredaban el puesto.

—Tranquila, niña... solo di la verdad. —Esther decidió intervenir.

—Pero le prometí a Ezra... —masculló en dirección a la mujer.

—¿Ezra? ¿Qué tiene que ver en todo esto? —Intentó disminuir su notorio fastidio que nada tenía que ver con la doncella.

Las lágrimas arremetieron contra los ojos de la joven, Esther le entregó su consuelo, le hizo tomar asiento en la banqueta cercana al fuego, y respondió por ella:

—Ezra se lo obsequió.

—¿Cómo va a obsequiar algo que no le pertenece?

—¡Sí, le pertenece! La americana se lo dio. —Joyce defendió a su prometido.

¿Qué se había perdido? No entendía nada. Tal vez era la falta de descanso... tal vez...

—¿Te refieres a la señorita Grant?

—Sí, la muchacha rellenita... la que sabe cabalgar —confesó enjugándose las lágrimas.

Colin se arrodilló para que su rostro coincidiera con el de la doncella, con delicadeza, la intimó a que lo mirara.

—Quiero tratar de entender lo que dices, pero se me está haciendo difícil, ¿podrías explicarte, Joyce?

—Ezra va a enojarse —alegó ella a sabiendas de que rompería la promesa entre ambos.

—No, no lo hará, yo hablaré con él, ¿de acuerdo?

Ella asintió. Esther le entregó un vaso con agua, y tras unos sorbos, puso en claro lo sucedido. Emily llevada días, mejor dicho, madrugadas, tratando de domar a Jafar. Lo estaba haciendo con la complicidad de Ezra, a quien había comprado con ese anillo en particular.

Como era de esperarse, se enfureció al oír tal locura, y abandonó la cocina rumbo a las caballerizas. ¿Por qué diablos no lo sorprendía? Porque Emily estaba en el medio y era igual de indomable que el caballo. Ya encontraría la manera de reprenderla sin doblegarla, ni limitarla, no pretendía ser esa clase de hombre para ella. En cuanto a Ezra, él sí lo escucharía. ¡Que locura, permitirle acercarse a Jaf...!

¿Locura? La única locura allí era Emily bajo los últimos rayos de la luna, esos que se enfrentaban a una pelea perdida contra los del sol. La única locura allí era cómo su cuerpo reaccionaba ante ella, cómo su corazón la llamaba con sus latidos.

«Imagínala en pantalones». ¡Maldición, no era necesario imaginarla más!

Se encontraba sola, en el gran corral de entrenamiento, calzando botines, pantalones y una rústica camisa de hombre que no hacía más que destacar sus pechos libres de corsé.

Estaba condenado. No volvería a conciliar el sueño jamás, no después de esa imagen.

Por primera vez podía gozar de sus increíbles caderas y nalgas que luchaban contra la tela exigiendo su liberación. Era una diosa de cabellos rubios, piel blanca como la luna y curvas amplias y extensas como las montañas del desierto californiano.

Semanas atrás lo había pensado, no era su boca, era todo ella, ahora lo confirmaba. Los vestidos jamás le harían justicia, su cuerpo demandaba otras atenciones, unas que las absurdas reglas británicas jamás comprenderían, unas que, desde esa distancia, reclamaban sus caricias.

Era un perfecto amante, y tal destreza la había conseguido de la mano de una infinidad de mujeres, había aprendido a saciarlas, colmarlas, con el fin de que disfrutaran al igual que él. Ese aprendizaje tenía un fin. Todas las mujeres con las que había estado lo habían preparado para ella.

—¿Con qué quieres jugar, muchacho? ¡Pues juguemos!

La conversación entre Emily y Jafar llegó a sus oídos gracias a la colaboración de la brisa de primera mañana. No deseaba interrumpirlos, podía ver que estaban disfrutando de un buen momento. Jafar no era Jafar... así como él ya no era el Colin Webb de meses atrás. La culpa recaía en manos de esa dulce americana, todo lo que tocaba cambiaba. Existía un antes y un después de Emily Grant.

En silencio, utilizando los árboles como refugio, se acercó lo más que pudo al corral de entrenamiento. Jafar corría rodeando el limitado espacio, y Emily lo hacía a su par. No… era al revés, Emily corría y Jafar la seguía. Cuando ella se detuvo, él la imitó. Al cabo de unos segundos, el animal sacudió la cabeza de un lado al otro. Resoplaba, Colin podía oírlo.

—No, olvídalo... ya está por amanecer —lo retó ella.

Jafar pateó la tierra con su pata derecha.

—¡Ey, ya hablamos de esa actitud! —dijo acariciando su hocico.

La reacción en Colin fue lógica, nadie se acercaba a los dientes de Jafar sin recibir una mordida. Abandonó las sombras para ir en su ayuda si algo ocurría... Algo ocurrió, Emily depositó en beso entre sus ollares, Jafar cabeceó contra su pecho con mucha delicadeza.

—Está bien... pero solo por unos minutos —le ordenó como una madre que estaba dispuesta a ceder ante el primer capricho—, y aquí, dentro del corral.

¿Qué pretendían hacer? Jafar no llevaba montura ni bocado con riendas.

La falta de equipamiento no fue un inconveniente para ellos. Emily se ubicó al lado del corcel, acarició su pata izquierda de arriba a abajo, cuando llegó a su casco, con suavidad, forzó la articulación, y Jafar se dejó caer al suelo flexionando por propia voluntad su otra pata delantera. Colin se deleitó con el primer atisbo de rendición del caballo, la fascinación lo mantuvo inmóvil, dispuesto a presenciar lo que seguiría.

Con un movimiento que inició como caricia, empujó el vientre de Jafar hasta que este se echó de costado contra la tierra, una vez entregado por completo, sorteó el abismo de su lomo con su pierna hasta quedar en una v invertida sobre él. Enredó las manos en sus crines...

—A la cuenta de tres, muchacho... sé delicado, ¿sí? —Le brindó una última caricia al cuello y—: Uno... dos...

La cuenta no llegó a su fin, Jafar se reincorporó con un agregado a cuestas: una Emily que reía a carcajadas.

—Tramposo... ¡eres un tramposo! Deberías llamarte Zach...

A pelo, así cabalgó, recorriendo el corral una y otra vez.

—O Jonathan, o Louis —continuó entre risas—. Elton no, él es diferente, de seguro te agradaría al instante.

Caballo y amazona, eso eran. Se pertenecían, habían nacido el uno para el otro. Jafar había encontrado a su jinete, y por esas cosas de la vida, Colin había hallado a la mujer de su vida en ese jinete también.

Las sombras lo expulsaron de su resguardo motivadas por el deseo que lo gobernaba. Avanzó hasta llegar al límite del corral, se apoyó contra el vallado. Su cercanía pasó desapercibida para Emily, no así para Jafar, que se detuvo de repente.

En medio de los restos de oscuridad de la madrugada, Emily halló un cuerpo que le era más que familiar. Colin saltó el vallado para encaminarse a ellos.

—¿Estás enojado? —preguntó, no podía ver del todo bien su rostro, todavía se encontraba a un par de metros.

—¿Tú que crees?

—No lo sé, no puedo distinguir tu expresión. —Acarició a Jafar, la reacción del animal siempre era de nerviosismo ante cualquiera que no fuese ella—. Tranquilo, muchacho. —Se acercó a su oreja para murmurar—. Es Colin... —Para sorpresa de ambos, el nerviosismo desapareció en el animal al olfatear la presencia.

Cuando Colin estuvo junto a ella, volvió a repetir:

—¿Tú que crees?

La luz que provenía de las caballerizas le iluminó el rostro. Estaba hermoso e inmaculado como siempre, a excepción de su vestimenta; llevaba chaqueta sin chaleco, y su camisa estaba abierta hasta la altura del nacimiento del vello en su pecho. Lucía relajado. Definitivamente, no estaba enojado. ¿O sí? Sus labios tensos la hicieron dudar.

—No lo sé, me desconciertas —dejó escapar con resignación.

—No, tú me desconciertas. Ven... —Le entregó la mano para ayudarla a descender.

Sin oponer resistencia alguna, se aferró a él, y de un salto se arrojó al suelo sin ser consciente de que, al hacerlo, caía directo en sus brazos. Colin, semanas atrás, desde aquel beso robado, se había forzado a sí mismo a una promesa, nunca dejaría pasar una oportunidad con ella. Y ese momento era la oportunidad que llevaba soñando despierto desde hacía noches. Envolvió su cintura con uno de sus brazos para atraerla a él, no quería ni un centímetro de separación entre ellos, y con su mano libre, le recorrió el cuello con un delicado contacto.

—Me desconciertas, Emily... y eso puedo tolerarlo, lo demás, no.

No existía vuelta atrás, en especial cuando de sentimientos se trataba, cuando los corazones hablaban.

—¿Lo demás?

¿Era acaso un sueño? La respiración de Colin se mezclaba con la suya, el calor de su cuerpo se fundía con el de ella. ¿Dónde comenzaba un cuerpo y dónde finalizaba el otro? ¿Quién era ese hombre que la abrazaba como un poseso? ¿que estaba a pasos de besarla? ¡Dios, tantas preguntas!

—Lo demás eres tú, y nada más que tú, Emily —confesó sobre su boca, y la besó.

No fue un roce de labios... No fue un beso que apenas podía llamarse beso... fue la entrega más profunda jamás vivida, jamás contada. Existían historias de amor, reales y ficticias, con momentos únicos, pero ninguno de ellos le hacía justicia a ese encuentro de labios. ¡No, por los cielos que no! Si hasta Jafar sintió la necesidad de tomar distancia para brindarles intimidad.

El amanecer se vistió de rojo pasión, y la brisa se hizo pesada, porque llevaba el peso de un amor inesperado... un amor añorado.

Los labios se fundieron, se reconocieron, y el amargo sabor de la tristeza que quemaba la garganta de Colin encontró su contrapartida en el dulce elixir de la humedad de Emily. Las caricias se sumaron al deseo, a la confesión. Las de él recorrieron su espalda, su nuca. Las de ella, su pecho, su cuello. La tortura fue el esperado desenlace, la pasión había ganado terreno, mordieron sus labios, posiblemente para demostrarse que no estaban soñando, que eso era real.

Por desgracia, esa realidad abofeteó a Colin a pasos de la locura total, una que le susurraba al oído: ¡Hazla tuya... aquí y ahora, hazla tuya!

La fría distancia separó a los cuerpos. Se miraron, incrédulos de lo que había sucedido, deseosos de más.

El corazón de Emily latía desenfrenado, y la imagen de sus redondos y rellenos pechos subiendo y bajando, víctimas de una respiración en iguales condiciones, puso en jaque a Colin. No podía mirarla. ¡No, no podía!

—Lo siento —dijo caminando de un lado al otro como un animal enjaulado.

Estaba furioso con él, se acercó a la valla para golpear con su puño uno de los postes.

—¡Colin! —Emily corrió a su lado para examinar sus nudillos.

El golpe había sido muy fuerte, y la piel se rasgó en un par de pequeños cortes. Emily hurgó en su bolsillo hasta dar con pañuelo, lo utilizó como provisorio vendaje.

—No, no lo sientas... —le murmuró—, yo no lo hago. Solo dime ...

—¿Qué? —la interrumpió porque la culpa y el deseo lo atormentaban.

—¿Qué significa?

—Un beso... eso significa, Emily.

Le mentía, significaba todo. Los ojos le brillaron, no pudo ocultarlo.

Emily era una especialista en el arte de contener los sentimientos, el claro ejemplo era él. El amor que sentía por Colin la desbordaba, al punto tal que la ahogaba. Conocía el fin de eso... no lo quería para ella, no lo quería para él.

—Mientes, y lo sé porque lo he sentido. Estamos solos, Colin, sin Zach ni Daphne ni sus estúpidas apuestas... —Fue en busca de sus ojos—. Dime, necesito saberlo ¿qué significo yo para ti?

¡La maldita pregunta! ¡Maldición! Colin se odió, y si no fuese porque el cuerpo de Emily se interponía entre su puño y el poste, volvería a golpear. Golpear hasta hacerse añicos los huesos, porque prefería el dolor del cuerpo antes que el dolor del alma.

—No quieres saberlo.

—Te equivocas, no solo quiero saberlo, sino que te exijo que me lo digas... si mi corazón se va a hacer trizas contra el suelo, que sea ahora, aquí mismo, frente a ti.

Podía tolerar su dolor, no el de ella. Lastimarla no estaba en sus planes, como tampoco lo había estado enamorarse de ella.

—No, Emily... no me digas eso, no puedo cargar con el peso de tu dolor.

—¡Demasiado tarde, Colin!

Emily se hacía responsable de su parte, nadie la había obligado a amarlo, su corazón, solito, lo decidió; pero él, el maravilloso joven lord, futuro conde, el amante mejor posicionado de Londres, también tenía la suya.

—Yo no soy ese poste, Colin... yo siento, y lo que comenzó como una simple caballerosidad de tu parte para no sentirme fuera de lugar, se convirtió en algo más, y tú y yo lo sabemos.

No callaría, le entregaba su corazón de una vez y para siempre, lo que él hiciera quedaba en sus manos. Ella, de una manera u otra, sobreviviría. El silencio en él la forzó a continuar:

—Al principio lo acepté... me lo repetía cada noche, antes de cerrar mis ojos, porque sabía que mis sueños tenían un solo protagonista: tú. Por eso me decía, jamás te verá como una mujer, jamás. —En su memoria estaba grabado cada momento, cada palabra, cada encuentro de miradas—. Pero un día, esa percepción cambió, tú lo hiciste... tus miradas, el roce bajo la mesa, la búsqueda de los momentos a solas, las charlas banales que tenían como objetivo detener el tiempo entre nosotros. ¿Acaso estoy equivocada? Dímelo, por favor, dímelo.

Lo que tenía que ser la más hermosa confesión de amor era la más cruel de las condenas. No podía darle lo que ella necesitaba, lo que merecía, era un hombre incompleto...

—No, no estás equivocada —dijo y dio un paso atrás. El perfume de su piel lo inundaba, si continuaba a su lado, enloquecería.

—¿Entonces? ¿Qué clase de juego macabro es este? ¿Acaso es alguna absurda competencia de la cual no soy partícipe? Porque de ser así... ¡Mis felicitaciones, ganaste, Colin!

Las lágrimas le inundaron los ojos, el comportamiento de Colin ponía en el ojo evaluador aquellas palabras hirientes de Lady Anne. No era suficiente, para él y para la maldita nobleza británica siempre sería una atracción de circo.

El corazón de Colin se estrujó ante su llanto, la distancia que él mismo se había procurado por el bien de sus sentimientos dejó de existir. Fue hasta ella e hizo a un lado las lágrimas con la yema de sus dedos.

—No, por favor, no llores.

—¿Y qué esperas que haga? Dímelo —gimoteó, tenía más lágrimas atoradas en la garganta.

—Que me perdones...

En esa oportunidad, la que tomó distancia fue ella. Principio o final, demandaba alguno de los dos.

—Llegué a Londres con un motivo, encontrar un esposo. —Fue en busca de Jafar, que se hallaba en el otro extremo del corral, acariciar al animal la tranquilizaba. Continuó cuando su mano hizo contacto con el tibio pelaje—. Mi única obligación familiar fue y sigue siendo esa, casarme. Estaba dispuesta a un matrimonio sin amor... más aún cuando recibí la primera apreciación por parte de los hombres ingleses: mi belleza, mi figura no cumplía con los estándares de la nobleza. Al cabo de unos días descubrí que las demandas de los nobles disminuían de la misma manera que lo hacían sus rentas anuales. Matrimonio por conveniencia… sí, lo acepté, o, mejor dicho, lo acepté hasta que llegaste tú. ¿Por qué no puedes ser tú ese hombre, Colin? ¿Por qué no quieres casarte conmigo?

Hacía las preguntas perfectas. ¿Por qué...? Si él también la amaba, la deseaba como nunca antes había deseado a otra mujer.

—No es cuestión de querer, Emily.

—Esa no es una respuesta, Colin, no seas políticamente correcto conmigo. —Le entregó la fría imagen de su espalda. Perdía las fuerzas, no podía enfrentar su desamor.

Tenía razón, una respuesta sincera involucraba aquel fragmento de su vida que pretendía ocultar, pero, si quería su perdón, debía abrirle su corazón en su totalidad, y eso significaba compartir su secreto con ella.

—Jamás podría hacerte feliz, Emily, jamás te sentirías una mujer completa a mi lado.

Hubo dolor en sus palabras, y ese dolor surcó el aire para impactar de forma directa en ella.

—¿De qué hablas? —Se giró hacia él.

Dejar salir a sus demonios, eso tenía que hacer. Respiró profundo, y se recordó que la mujer que estaba ante él era Emily. Ella era el ángel que, en secreto, se enfrentaba a ellos.

—Sé que el rumor de que soy un mujeriego sin cura recorre todo Londres, en parte es verdad, y en parte mentira... no es el instinto de libertinaje lo que me lleva a eso, sino otro... —La expresión de Emily reclamaba más información—. Mi relación con ellas ha comenzado de la misma manera, con el mismo contrato de mutua aceptación de por medio, si alguna de ellas quedaba embarazada... la convertiría en la futura condesa de Sutcliff.

El silencio en Emily le sentó fatal. Esperó, esperó alguna pregunta, alguna reacción.

—El listado de mis examantes es muy largo, Em... si quieres puedo dártelo.

«Jamás te sentirías una mujer completa a mi lado». Finalmente le encontraba sentido a sus palabras. Colin Webb no podía concebir un heredero.

—Ahora comprendes por qué no puedo convertirte en mi esposa.

Comprendía todo, menos eso último. Le parecía un gran absurdo.

—No, no lo comprendo.

—Em, por favor...

¡¿Qué más tenía que decirle para convencerla de que él no era el hombre que se merecía?! Ella se merecía el cuadro completo, esposo, hijos, felicidad.

Emily entendió que para ganar esa idiota batalla, debía atacar con su arma más potente, aun a costa de salir herida.

—Te amo, Colin.

¡Maldición, Emily! Colin se estaba rompiendo en mil pedazos.

—No puedo darte una familia... ¡Entiéndelo!

—¡No, entiéndelo tú! —En un par de pasos estuvo de nuevo ante él—. No te amo por lo que me puedes dar o no...

—Eso lo dices ahora, Em —la interrumpió con la pena atorada en la garganta—. Luego, cuando los años pasen, cuando a tu alrededor la vida nazca una y otra vez, comenzarás a odiarme...

Lo abofeteó, porque odiaba su estúpido pensamiento y su terquedad.

—¡Colin Webb, no vuelvas a opinar por mí! ¿has oído?

—Lo harás, sé que lo harás.

Volvió a abofetearlo. Una vez y otra vez... ¡Alguien tenía que hacerlo entrar en razones!

Él la detuvo tomándola de las muñecas, las llevó contra su espalda para así aprisionarla. Ella luchó, y el roce incrementó la tortura. Las palabras de amor dichas por ella, las calladas por él… y el deseo, el deseo latente que lo embriagaba. Emily era todo lo que una mujer debía ser, y Colin se sentía medio hombre. Incompleto. Ojalá su condición se hubiera llevado también la lujuria, el placer, la necesidad de perderse en ese cuerpo de curvas llenas, de senos repletos que presionaban la tela de la camisa…

—Te mereces todo, Emily Grant, y yo voy a encargarme de que lo recibas.

—¿De qué... hablas? —La agitación le entrecortó la respiración y las palabras. No iba a ceder en su lucha.

—Tú misma lo has dicho... viniste aquí en busca de un esposo, y yo lo hallaré para ti.

—¿De eso se trata esto, de conseguirle un marido a la tonta americana?

—No, Em, se trata de procurar lo mejor para ti...

—Tú eres lo mejor, Colin —dijo poniendo fin a la lucha de su cuerpo.

La liberó para poder separarse de ella de forma definitiva. El alba despuntaba y, en breve, los empleados comenzarían a recorrer las instalaciones, incluyendo las caballerizas.

—Has hecho un trabajo maravilloso con Jafar. —El cambio de tema les sentó mal a ambos—. Va a extrañarte...

—¿Colin? —Emily no iba a permitir que direccionara la conversación, ella necesitaba de una respuesta.

—¿Qué? —preguntó con apenas un atisbo de fuerza en la voz. Estaba destruido.

—Te dije que te amaba.

—Lo sé —respondió y sintió el modo en que se resquebrajaba por dentro.

—¿Me amas?

El amor puede nunca hacerse palabra, pero jamás ocultarse, porque lo que la boca calla, el corazón confiesa y el alma proclama.

—Prefiero no responder. —Y esa fue su mayor declaración.

Dio un paso hacia atrás. Luego otro y otro... se marchó dejándola a solas, con su pecho abierto de par en par para él, por él.

Ella no desistiría, no ahora que comprendía que la historia de ambos no era un sueño. Para Colin, ese había sido el fin. Para Emily... un principio.

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