Emily

Emily


Capítulo 3

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—Sí, creo, no lo sé. No quiero fallarles, y si no me caso con alguien de buen nombre, les fallaré… es mi única tarea, mi única jodida tarea… ¡Perdón! —Se tapó la boca al darse cuenta de que había dicho una palabrota. Colin la observaba sin reproche, y Emily se perdió en el celeste cielo de sus ojos. Parecía haber descubierto algo en su mirada, un sentimiento profundo en él. Se sentía como el día que encontró la primera pepa de oro, como un gran momento que le cambiaría la vida.

—Te entiendo tanto, Em —le dijo él, conmovido.

—¿Lo haces? —La incredulidad nació en su pecho—. Dudo que puedas fallarle a alguien, Colin. No creo que un padre pueda pedir mejor hijo que tú.

—Pues, ya ves. No solo tú te escondes tras una fachada, yo también lo hago. Se puede decir que también fallo en la única jodida tarea que tengo como hijo. —No especificó más, y Emily se mordió los labios para no indagar—. Solo debes confiar en mí en esto, si le dices a tu madre que de ahora en más elegirás tu atuendo con ayuda de una modista, no solo serás un poco más tú, tanto como las rígidas normas británicas te lo permitan, sino que además conseguirás tu cometido de encontrar marido. Ya lo verás…

—El tema de la modista es mejor dejarlo para cuando tenga más lágrimas para derramar, me he gastado la dosis de la semana —bromeó Emily.

—Ni L’mer ni Dumont ¿eh? —adivinó, conocedor de las dos grandes de la moda londinense—, no te preocupes, tengo a la tercera, y además, la indicada para ti. Rebecca Deen es tu mujer. Ella sabrá sacar provecho de cada uno de tus atributos…  ven. —La instó a ponerse de pie para buscar una salida discreta que impidiera a los invitados verla así—. Ya verás cómo Deen consigue que recuerdes quién es la bella y única Emily Grant.

Emily puso los ojos en blanco. Disfrutaba de los halagos de Colin, y de sentirse así, en las nubes, pero no le creía ni una palabra a ese dandi experto en damas. Avanzaron por los jardines camino al ala de servicio, hasta que Webb se detuvo y, como si le leyera la mente, se giró hacia ella.

No era tan alto como sus hermanos, de todos modos, le llevaba media cabeza y la señorita Grant tuvo que alzar el rostro hacia él para unir las miradas. Colin indagó en los ojos de la muchacha y le permitió hacer lo mismo en los suyos para que viera su sinceridad.

—Em, cuando crucemos esa puerta volverás a ser la señorita Grant y yo, Lord Webb, pero antes, permíteme convencerte de mis palabras. Eres bella, quizá deberías volver a mirarte en el espejo para recordarlo. Lo eres. Tienes un hermoso cabello, dorado, unos ojos que recuerdan al cielo de verano, una piel que puedo asegurar que despierta envidia… —se silenció antes de continuar con su apreciación, pues los atributos del cuerpo de la californiana solo podían ser admirados en términos lujuriosos. Unos pechos llenos que me rebalsarían las manos, una cintura a la que aferrarse en el vaivén de los cuerpos, unas caderas que dan cobijo a un hombre perdido… Si seguía, sus pantalones lo pondrían en evidencia—. Prométeme no olvidarlo. Y ahora…

Le dio un leve empujón, sin permitirle discutir ni contestar. Cuando se alejó un par de metros, agregó:

—Haré llegar la tarjeta de Deen a tu residencia por la mañana. —Emily se volteó para agradecerle, y lo hizo con una sonrisa sincera, que le dibujaba hoyuelos en las mejillas llenas y le alzaba los pómulos repletos de pecas. Era adorable, era tierna, y dulce y… demasiado peligrosa sin saberlo.

En pocos días había conseguido algo que pocas mujeres antes lograron, escalar los muros en torno a Colin Webb y divisar un poco de su verdadero ser.

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