Emily

Emily


Capítulo 5

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—Milord —dijo Anne al llegar junto a ellos—, señorita Grant. Qué agradable sorpresa ¿están disfrutando de la velada?

—Lady Anne. —Colin respondió con un movimiento sutil de cabeza, y al ver que Emily se paralizaba, se hizo a un lado para presentarla—. ¿Han sido presentadas formalmente?

—N… no. No formal… —El balbuceo de Emily fue interrumpido por la viuda.

—No, milord. Señorita Grant… —Se giró hacia ella—, las amigas de mis amigos cuentan de inmediato con mi cariño. Lord Webb… —agregó de manera cariñosa, a punto que parecía un tuteo, lleno de confianza, como quien usa los modos a modo de juego—, no se aproveche de la inocencia de una joven americana. Y tú, ahora que somos amigas, no te dejes embaucar —Guiñó un ojo de manera cómplice—, nuestro estimado Lord es un peligro para las féminas.

—Lady Anne, no alimente las habladurías —contestó Colin de buen ánimo.

—¿Yo? Pero si es usted, milord, el que arrastra a jóvenes inocentes a los rincones del teatro. —Emily avanzaba a paso lento detrás de la pareja. Colin se detuvo y acompasó el andar a ella—. No se preocupen, su pequeño secreto está a salvo conmigo.

—Gracias, milady —musitó Lord Webb. Las cejas de Emily, en cambio, se alzaron en un gesto de incredulidad. Claro que sí, Lady Anne, te comerías tu lengua antes de correr rumores sobre Colin y yo.

La señorita Grant empezó a arder en furia, y no tenía derecho a hacerlo. Anne era un derroche de virtudes junto a Colin. Sonreía, era amable, divertida, encantadora. Todo eso sumado a una imagen cautivante, de curvas delicadas, piel lozana y un cabello azabache tan oscuro y brillante que Emily podía jurar que tenía destellos azul noche. La naturaleza se había pasado con esa mujer, y ella no podía dejar de pensar que Webb la había tenido en brazos. Lo que era peor, la palabra serpiente se ajustaba a la perfección a esa mujer. Cambiaba de piel, enroscaba a la gente y destilaba veneno. Colin era incapaz de ver la otra Anne, la única que Emily había conocido hasta el momento.

—¿Cómo se encuentra su hermana? —preguntaba Lord Webb, embebido en una charla cordial, de esas que las institutrices intentan enseñarte a entablar. Con ella, Colin podía ser todo un caballero, nada de apuestas, de jugarretas infantiles ni de persecuciones en los pasillos. No, la viuda de Merrington era una amante y ella… ella era como una hermana en ojos del hombre. ¡Perfecto! Solo la ira le impedía llorar.

—No muy bien —se lamentó la mujer—, su problema de salud a veces la imposibilita.

Emily había visto a Thelma, era una joven sana y vigorosa. Tenía la renguera del polio y la visión disminuida apenas, aun así no era inválida ni mucho menos. Supo, por la actitud de pena de Colin, que Anne recurría a eso porque, de algún modo, había descubierto que era un golpe bajo en el espíritu de Webb. Conseguía que el hombre dejara un poco las formas para darle consuelo. De manera instintiva, con ese impulso protector que le corría por las venas, posó la mano sobre la de Lady Anne, unió la mirada a la de ella y dijo:

—Sabes que cuentas conmigo, Anne, eso no ha cambiado. Si necesitas mi ayuda, en lo que sea…

¡Oh, mierda!, pensó Emily. Demonios, demonios y más demonios. En su mente se repitieron todos los insultos que conocía, y en California había escuchado demasiados. Colin la había tuteado, había bajado las defensas y había dejado entrar a la serpiente en el nido.

—Gracias, Colin —musitó Lady Merrington—, eres un gran amigo.

Como el andar había sido lento, recién entonces llegaron a las cortinas del palco de los Sutcliff. Anne debía entrar a presentar sus respetos antes de volver al de los Bridport, y Emily sabía lo que iba a suceder… casi como si hubiera leído el guion de esa obra teatral: Anne y su presa.

Los ojos de la mujer se alzaron, y la mirada se le aguó tras las pestañas. Los ojos azul intenso brillaron trasluciendo un anhelo sincero, lo único verídico de todo el espectáculo: el deseo de ser más que amigos. Colin sintió pena y un poco de desesperación al sentirse acorralado, era demasiado amable para sacar a colación la ruptura de su relación. Sonrió, le brindó una de esas hermosas sonrisas que le robaban el corazón a Emily y, a modo de consuelo, agregó:

—Milady, por favor, ¿nos haría el honor de terminar la velada en nuestro palco?

Emily quería golpear a ambos con los binoculares. No podía dejar de presenciar la escena, pues, al igual que Anne se había prestado para conservar las formas de ellos dos en las escaleras, le correspondía a la señorita Grant el rol de chaperona. Y lo odiaba… la estaba matando. Si no fuera porque sabía que Lady Merrington era capaz de tretas sucias, hubiera atravesado las pesadas cortinas para terminar con la tortura.

—Le agradezco, milord, pero debo negarme. No quisiera…

—¿Qué?

Anne bajó la mirada, con congoja y una dosis de gran dramatismo. ¡Oh, Lady Anne! si algún día se te terminan los hombres para enredar, tu carrera está allí abajo, en los escenarios, pensó Emily.

—No quisiera tener inconvenientes con Lady Sutcliff, no… no soy de su agrado. —Más pestañas, más miradas, más veneno.

—No te preocupes por mi madre… —Las luces descendieron, la obra iba a comenzar. La verdadera.

—Debo marcharme, gracias por la invitación y… por ser tan buen amigo. Señorita Grant… —la saludó a ella, antes de perderse en el corredor oscuro, a sabiendas de que lo dejaba a Colin con el impulso de ir en su búsqueda.

Una vez a solas, compartieron una breve mirada y entraron al palco. Emily aprovechó la escena que tenía ante ella para derramar un par de lágrimas disimuladas. Comprendía, en ese instante, que prefería los insultos de Lady Anne antes que verla con su cola enredada en el cuello de Colin.

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