Emily

Emily


Capítulo 7

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—Oh, podría ser un interesante punto en común con Zach, también ama los caballos.

—O un punto de competencia… ¿Quién crees que sepa más sobre ellos? —preguntó la joven lady con picardía, y Emily puso los ojos en blanco. No le gustaba para nada esa jugarreta, creía que Colin tenía todo el derecho del mundo a disfrutar de sus atributos… así estos fueran tantos que dejaran a los demás como meros mortales sin habilidades.

—Daphne… —la reprendió antes de llegar—, ¿no estarás llevando esto demasiado lejos?

—¡No!, es solo un juego. Además, uno que te vendrá bien a ti también. —Le guiñó el ojo—. Ya verás cómo un par de defectos de carácter, bien resaltados, te ayudan a ver que mi hermano no es como tú crees.

—No deberías ser tan franca. —Emily compuso un gesto de severidad que acompañaba a las palabras. Lady Webb largó una risotada impropia en ella.

—¡Hemos cometido un error! ¡Nos equivocamos de americana! ¡Hemos invitado a la señorita Madison! —La exageración hizo a la californiana reír a carcajadas. Era cierto, sonaba como Cameron y todas sus normas de decoro. De todos modos, quería insistir en que no era de buena educación remarcarle a una muchacha enamorada que su estado la llevaba a la ceguera combinada con una dosis de estupidez. Incluso cuando se hacía con la mejor de las intenciones.

Llegaron a los establos, y Emily agradeció no haber apostado, pues allí estaban Colin y Zachary. El señor Grant intentaba contener su expresión de deleite y admiración, pero ella, que lo conocía, podía leerlo en sus ojos claros. Las cuadras de los Sutcliff eran preciosas, con unos animales bellos, variados, tan cuidados que sus pelajes brillaban incluso a la escasa luz de las caballerizas. Había animales de tiraje, musculosos, fuertes, de lomos anchos y patas pesadas… otros eran de montura, dóciles, ágiles, flexibles. También estaban aquellos de carrera, ligeros, estilizados… y, por sobre encima de todos, un semental árabe que ambos hombres contemplaban entre la devoción y el miedo.

—Si supiera de caballos, milord, no se hubiera dejado embaucar —lo pinchaba Zachary, y Emily quiso intervenir, decirle a Colin que no le hiciera caso, que su hermano hablaba de la más pura envidia.

—Es un animal magnífico —se defendió el aludido.

—E indomable, ¿lo ha podido montar alguien?

—No, nadie —se lamentó Webb—, ni el jefe de cuadras, ni el entrenador, ni siquiera el mejor jockey de Londres pudo con él. De todos modos… —Había afecto en la voz del hombre, y Emily se deleitó de la forma cariñosa con la que hablaba del animal—, debía ser mío. Detesto que no pueda correr, ser libre… no es justo para Jafar.

—Yo estoy seguro de que mi entrenador sí podría con él. Si me lo vendes…

—Zach… —interrumpió Emily en ese momento. Su hermano podía ser un verdadero embaucador cuando quería algo, y la avaricia se leía en sus ojos al contemplar al caballo árabe.

—No te… se preocupe, señorita Grant, su hermano ya no me engaña con sus jueguitos. —Detrás de esa confesión, a espaldas de Webb, Zachary alzaba las cejas en un gesto lleno de picardía, uno que decía a las claras que sí sabía cómo seguir molestando al lord, aunque lo del caballo hubiera sido disparar al vacío. Y sin querer, Colin se lo había servido en bandeja al caer en el tuteo accidental, algo que, aunque se apuró a corregir, fue oído por el californiano y Daphne.

—Quizá debieras hacerle caso, Colin —intervino Daphne—, parece que el señor Grant conoce más de caballos que tú. —La incredulidad se hizo presente en las facciones de Lord Webb.

—Lo dudo, Daphne. Sabes que aprendí a montar antes que a caminar…

—Bueno, bueno… pero ambos sabemos que ha montado siempre caballos dóciles, entrenados por otros. Jafar es un claro ejemplo…

—¡Jafar es especial!

—Milord… dijo que mi hermano ya no lo engañaba… —musitó Emily, y se llevó un codazo de Daphne en las costillas. La joven lady deseaba el desenlace de la disputa.

—Esto no es un engaño, es una falacia.

—Probémoslo —insistió Zachary—, elijamos monturas y corramos una carrera.

—¡De ninguna manera me prestaría a un juego tan desleal! —se opuso Colin con rotundidad. Tan confiado de que le ganaría a Grant que hasta Emily tuvo que cerrar los labios.

—¿Desleal?

—Son mis caballos, yo los conozco, sé cuál es el mejor para una carrera. Además, soy más liviano…

—Flacucho, sí —coincidió Zachary, consiguiendo que Lord Webb se pusiera rojo por la ira. Y por algo más; en un instante buscó con la mirada a Emily, y la muchacha lo supo. El corazón le galopó en el pecho a una velocidad que ganaría cualquier carrera. Colin estaba avergonzado y temía perder. Daphne creía que era vanidad, y sin embargo era otra cosa, era el miedo a quedar en ridículo ante los ojos de la señorita Grant. Deseaba impresionarla, aún le dolía que lo hubieran tratado de blando, ahora Zachary insinuaba que era un mimado y estaba a segundos de quedar como un cobarde. Y todo frente a ella.

—Está bien, corramos —accedió.

—Si gano, ¿puedo comprar su semental?

—No se pase, Grant, no se pase. —Colin se alejó furibundo en busca de Ágape, su corcel ligero y el que mejor se adaptaba a las andanzas del lord—. Elige el que quieras para correr, si ganas, te permitiré intentar con Jafar. Solo intentar… y si consigues domarlo, te lo obsequio.

Emily se tapó la boca con la mano. Daphne también. Zachary sonrió satisfecho. Ya le enseñaría a ese blandito cómo se trataba a un animal.

Una vez más, gracias a la sugerencia de Daphne, aceptada con satisfacción por Zachary, la comparación entre ingleses y americanos volvió a coronar el motivo de la competencia.

—Ven aquí, muchacho... —le susurró al caballo de origen americano que había elegido de entre todos los bellos ejemplares—. Demostremos qué sangre corre por nuestras venas.

—¿Estás seguro, Grant? —Colin no quería quedar en obvia ventaja, le pareció correcto ponerlo en aviso, estaba eligiendo un caballo de tiraje—. Ese caballo ha tenido menos carreras que Daphne.

—No me extraña... —balbuceó al tiempo que lo montaba—, se ve que es común en ustedes no apreciar lo bueno, ni siquiera cuando lo tienen delante de sus narices.

El mensaje fue simple y directo. Colin, sin poder evitarlo, guio los ojos a los de Emily. Ella huyó de ellos.

Para el joven Grant, los sentimientos de su hermana en torno a Colin Webb tampoco pasaban desapercibidos. ¡Pero si hasta un ciego podría verlos! Él único que no lo hacía era él, o se hacía el idiota al respecto, porque estaba claro que siempre, de una u otra manera, recurría a su hermana bajo cualquier excusa. Entonces... ¿cuál era su maldito juego? No tenía nada personal contra el joven lord, no lo culpaba por su esnobismo, ni siquiera tenía verdaderas intenciones de compararse a él, lo que hacía era por puro aburrimiento, aunque ahora el matiz era otro, uno que cambiaba con el viento. Presentía que regresarían a américa con una Emily incompleta, sí, su hermana estaba echando raíces ahí, a los pies de Colin Webb.

No podía golpearlo, todavía no tenía una justificación para tal acto barbárico, pero la oportunidad llegaría, por desgracia lo haría. Mientras tanto, le quedaba eso... ganarle en su propio terreno, debilitar su maldita autoestima, asegurar que su intacto corazón se rompiera por otro tipo de sentimientos.

Desde las caballerizas podía trazarse solo una línea de carrera sin obstáculos en el medio y con un sendero óptimo para la cabalgata.

—Ida y vuelta, el límite: la arboleda sureste. —Colin fue breve con las indicaciones—. ¿Entendido?

—Claro como el agua.

Se aferraron a las riendas, y a la cuenta de tres efectuada por Daphne, espolearon a los caballos, y salieron al trote.

—Acabo de caer en cuenta que aquí nos falta Vanessa —confesó Daphne motivada al ver que Zach iba a la cabeza.

—¿Vanessa?

—Sí, de seguro coordinaría las apuestas —dijo llevándose la mano a la frente para cubrir sus ojos del efecto de la resolana.

—Si hubiese sabido que mi estadía en Londres se iba a resumir en apuestas y competencias, me hubiese quedado en mi hogar.

Las figuras de Colin y Zach se perdieron al final del camino al doblar por el sendero rumbo al este.

—Señorita Grant, esa es justamente la intención, hacerla sentir a usted en casa...

—Y fastidiar a Colin —agregó Emily.

—¡Dos pájaros de un tiro! ¡No te parece maravilloso! —Buscó el brazo de Emily para atraerla hacia ella—. Ven aquí, dime... ¿quién crees que gane?

—Depende —masculló resignada.

—¿Depende de qué?

—De cuánta trampa pueda hacer Zach.

Daphne palmeó con frenetismo, se adelantaba al festejo. La lealtad y el honor eran siempre las piedras en el camino de su hermano. Colin debía hacer todo según el protocolo, respetar las normas... como el resto de la nobleza. ¡Vaya pelmazos!

—¿Crees que podrá montar a Jafar?

La idea que su hermano perdiese su posesión más sagrada no era de su completo agrado, esa parte de la apuesta se le había escapado de las manos y había quedado en las del ego de Colin.

—Puede que sí. —Con eso no estaba mintiendo, se dijo Emily, solo proyectando una posibilidad que ella, reconocía, no tenía mucho sentido. Pero le venía bien a la joven Daphne una dosis de culpa y remordimiento.

—¡Maldición! —resopló la muchacha.

—¡Pues entonces, no deberías haberlos empujado a este infantil juego! —acusó la californiana.

—No, no maldición por eso... —señaló a lo lejos—, sino por eso.

La figura de Colin y su corcel se distinguieron a lo lejos sin señal alguna de Zachary. Emily sonrió. Existían medidas disciplinarias entre hermanos, ella lo sabía en primera persona, sin embargo, encarrilar a un ser querido nada tenía que ver con lo que ahí estaba sucediendo. Quiso palmear como Daphne lo hizo segundos atrás, no pudo, es más, su sonrisa se desfiguró.

—¡Maldición! —gruñó.

Mientras Colin había optado por el sendero cuidado, perfecto para una carrera sin problemas; Zach, con intenciones de ganar ventaja, había cortado camino sin importar el vallado que se interponía entre él y su meta.

Hizo un salto perfecto, atravesó la pista de entrenamiento de caballos, y volvió a realizar otro inmaculado salto que lo llevó directo al sendero principal, unos cuantos metros adelante de Colin.

—¡A esto le llamo yo auténtica sangre americana, milord! —se burló.

La furia hizo que Lord Webb se detuviera en seco. No avalaría esa jugarreta. No continuaría esa carrera.

Daphne daba saltitos a la espera del arribo final, sacó su pañuelo para utilizarlo como bandera de llegada. Zachary lo arrancó de su mano y continuó a ritmo de cabalgata hasta llegar a las caballerizas. Una vez disminuido el ritmo, se detuvo a la espera de su contrincante.

—Estoy comprobando que los ingleses no son buenos perdedores. ¿No, Em? —la provocó. El malhumor en su hermana era compartido con el joven Lord.

—¡Cállate, quieres! —resopló ella conteniendo la ira.

—No, no quiero —dijo apoyando uno de sus codos sobre la montura. Luego le guiñó un ojo a Daphne—. Solo quiero mi caballo. ¿Ha oído, milord? —alzó la voz. Colin se acercaba a trote suave.

—Ni en tus sueños, maldito tramposo. —Cuando estuvo a un par de metros de él, de un salto se bajó del corcel.

—¿Trampa? ¡Deliras, Webb! ¿Llegamos a la arboleda, sí o no?

A Colin le hubiese encantado poder negarlo. Se mordió los labios y dejó escapar la respuesta:

—Sí.

—Y el punto de salida y llegada es este mismo, ¿no? —señaló el alrededor.

—Sí...

—Entonces, ¿dime dónde está la condenada trampa? —Zachary fue en busca del veredicto de las mujeres presentes.

El planteo de Zachary era perfecto, había ganado, y a Emily le resultaba imposible salir en defensa de Colin. El silencio fue su mejor amigo, no opinaría.

—Tiene razón, Colin —Daphne se esbozó como jurado—. El hecho de que tú hayas elegido el camino más adecuado no convierte al señor Grant en tramposo... sino en un... —apretujó los labios para no decirlo, Emily la devoraba con la mirada.

—Termina lo que estabas diciendo, Daphne —le demandó Colin, su ego ya estaba herido, qué más podría ocurrir—. Sino en un ... ¿qué?

—En un hombre arriesgado... decidido.

Ese mensaje también llegó claro y alto a destino. Tomando las riendas del corcel, se encaminó a las caballerizas.

—Pues veamos que tan arriesgado eres ahora. —Se detuvo frente a Zachary, este descendió de la montura para igualarlo en verticalidad.

—Jafar, ¿no? ¿Ese es el nombre del caballo? —Colin asintió en silencio—. Cuando sea mío voy a volverlo a bautizar, lo llamaré Colin... en tu honor.

—Primero tienes que domarlo. —La ira enrojeció su rostro y le hizo latir las mejillas.

—Podríamos dejar eso para otro momento, está atardeciendo —sugirió Emily.

—¡No! —reaccionaron los dos.

La testosterona rasgaba la tierra, el aire en torno a ellos se hizo irrespirable. Hasta la expresión alegre y relajada de Daphne se vio atacada por el brío contenido de esos dos.

—Después de usted, señor Grant.

—Por favor, el lord aquí es usted...

Emily resopló fastidiada, esos dos no tenían cura alguna. Debatirían sobre quién entraba primero hasta horas de la madrugada. Entrelazó su brazo al de Daphne y la guio hacia el interior de la instalación.

—Terminemos con esto de una vez... —dijo haciendo lugar para los cuerpos de ambas entre ellos—. ¡Zach, muévete! —Y eso fue una orden que el joven Grant cumplió de inmediato. Fue tras los pasos de su hermana.

El malhumor de Colin descendió un peldaño, las extrañas formas de carácter de Emily, esas que salían a la luz de manera inesperada, no hicieron más que tentarlo a sonreír. La amarga sensación de perder a Jafar dejó de quemarle la garganta, y no porque estaba seguro de que no sucedería, sino porque acababa de comprender que la única sensación de pérdida que lo agobiaba tenía nombre de mujer.

La indocilidad de Jafar fue comprobada por Zachary, patadas, cabeceos violentos, inclusive...

—¡Me ha mordido! ¡El desgraciado me ha mordido!

El resguardo de la bota había evitado que los dientes del animal se incrustaran en la pantorrilla de Zach.

—Ah, cierto, me olvidé de ese detalle. —El mal trago de la carrera quedó en el olvido para darle lugar al nuevo espectáculo. ¡Por fin alguien le daba su merecido al mequetrefe americano! Colin gozaba sin vergüenza—. Es indomable y un tanto salvaje, cuando alguien no le agrada... muerde. ¿Suficiente ya?

—No, la tercera es la vencida —reclamó Zach con la respiración entrecortada por la extrema agitación.

—No te lo preguntaba a ti, sino a Jafar —se burló.

Las risas de Daphne y Emily no se hicieron esperar. El ego le hacía de nuevo compañía a Colin y junto a él, recuperaba su común lugar de victoria.

—Ponle punto final a esto, Zachary, podrías salir lastimado. —Emily quiso hacerlo desistir, su bienestar físico estaba en juego.

—Tarde para eso, Em... si va a doler, que valga la pena, ¿no?

Zachary se dispuso a un intento más, se alejó del caballo para que este se tranquilizara. El animal recorrió de un lado al otro el corral circular de entrenamiento. Por fuera del mismo, se encontraban los espectadores. A Colin, Emily y Daphne, se le sumaron Ezra, el jefe de cuadras, y sus ayudantes, Jud y Hunter. Todos y cada uno de ellos habían sufrido las consecuencias de enfrentarse a Jafar, y estaban deseosos de verlas en la siguiente víctima.

—Vamos, tú y yo, muchacho... —Zach utilizó la estrategia de la comunicación—. Tú y yo bajo el cielo del desierto californiano, ¿qué me dices, eh? Puedo verlo, muchacho, no perteneces aquí.

La calma tomó el control sobre el animal, Zach avanzó a paso lento. Lo hizo de frente para que el semental pudiera ver sus movimientos. Le acarició el cuello con muy buenos resultados, y extendió el gesto hasta su abdomen.

—Eso es, muchacho... tú y yo —le susurró.

La inesperada reacción del caballo dejó a todos sin habla. ¿Acaso iba a suceder? Colin lo había dicho, Jafar era caballo de un solo jinete, uno que todavía no había encontrado. Si Zachary Grant lo era, lo aceptaría; para el joven Webb el bienestar del animal primaba por sobre todo. Si el cielo del desierto californiano era el boleto hacia su libertad, él mismo lo pondría en un barco rumbo al otro lado del mundo.

Las manos de Zach se aferraron al fuste, encajó la bota izquierda en el estribo, y con un suave envión consiguió montarlo. No se movió, casi no respiró, y cuando se sintió confiado, se vanaglorió:

—Ey, Webb... ¿Qué me dices?

—Dijimos «domarlo», no «montarlo». —Él había conseguido esa victoria una vez en el pasado. Contó los segundos hasta el desenlace, saboreando las risas de antemano.

—Pues, que así sea...

Tomó las riendas, y ni bien estas se movieron sobre el cuello del animal, reaccionó con violencia alzándose en dos patas. Zachary impactó de espaldas contra el suelo, el golpe fue tan fuerte que hasta podría decirse que el suelo vibró. Como si con eso no bastara, el caballo encestó una patada trasera, más molesta que violenta, en el rostro del joven Grant a modo de despedida.

—¡Zach! —gritó Emily al tiempo que se colaba por entre las vallas para correr en dirección a su hermano.

—¡Emily! —Colin también gritó. Jafar parecía endemoniado, iba a trote frenético alrededor del gran corral, y parecía dispuesto a llevarla consigo— ¡Ezra!

Colin y el jefe de cuadras se lanzaron al interior del corral, intentaron cerrarle el paso al animal sin buenos resultados, al contrario, el nerviosismo se intensificó.

Emily se detuvo en el centro de la arena, no era la primera vez que estaba ante caballos salvajes. Jafar, embravecido como estaba, corrió directo a ella.

—¡Detente! —le ordenó utilizando la palma de su mano como señal de alto.

Y así lo hizo, a un par de centímetros de su nariz.

La anécdota de cómo la muchacha americana consiguió lo que ningún otro hombre pudo circuló por todos los terrenos Sutcliff, inclusive llegó hasta los territorios vecinos. Para la madrugada, el nombre de Emily Grant ya era conocido en todo el condado, al igual que Jafar.

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