Emily

Emily


Capítulo 12

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—Claro que sí, oh, Dios… —Se silenció porque se sintió ridículo. Ella era la virgen e inocente dama seducida por el patán, entonces, ¿por qué era él quien temblaba de miedo? ¿por qué se sentía como un inexperto? La respuesta resonaba en sus tímpanos hasta aturdirlo: porque la amas, porque sabes que será distinto con ella.

—Necesito un baño —proclamó—, pero no pienso otorgarle esa ventaja, señorita Grant. Ya he visto lo peligroso que es confiar en los americanos.

Emily soltó una risita divertida.

—¿Ah, sí? ¿y qué propone?

—Pues… —Colin se acercó más a ella y la besó. Se apoderó de su boca con avidez, con hambre. La saboreó, la obligó a abrirse a él. Emily gemía por respuesta, rendida a las caricias, a las sensaciones. La lengua de Colin la invadía y despertaba en ella un deseo que le resultaba desconocido.

Llevaba meses anhelando ese momento, desde que sus ojos se posaron en él, solo que recién en esos instantes, cuando la decisión estaba tomada, cuando se sentía con las riendas de su destino, se permitió vivir los momentos con Colin sin miedo. Ya no quedaba nada por perder, su reputación no le importaba, ni su orgullo, ni su corazón. Solo eso restaba, e iba a tomarlo. Las manos de Webb eran de la misma idea, con la distracción de sus besos tomó ventaja sobre Emily para desnudarla. Las prendas femeninas le eran familiares, sí, pero las masculinas daban un acceso mayor. En pocos segundos, los senos de Emily estaban al descubierto, listos para su exploración.

Nada había preparado a Colin para esa imagen. Los había soñado, deseado… los había imaginado, aprisionados bajo el corsé, cubiertos por la camisa… su mente no podía con la realidad. Tomó uno en su mano, y el gemido de la muchacha se unió al suyo. Era grande, pesado, coronado de un pezón rosado que invitaba a su boca. Webb cayó de rodillas. Así, ante ella, ante la belleza de Emily.

—Em… —murmuró antes de posar los labios en su vientre, en su ombligo, donde hundió la lengua al tiempo que se deshacía de los botones del pantalón. Emily sentía el ardor de la pasión mezclarse con el de la vergüenza, los pensamientos la azotaban, le gritaban que no era tan hermosa para competir con el pasado de Colin… sin imaginar que Colin acababa de perder su pasado, de olvidarlo. Ella lo había barrido por completo. Al igual que él barría sus caderas, con caricias de fuego que arrastraban lejos el pantalón.

Un grito ahogado salió de la garganta de Emily cuando Colin se puso de pie, de golpe, y en un movimiento ágil y no demasiado gentil, la arrojó sobre el mullido colchón. La señorita Grant se observó sin poder creer que ellos dos formaran esa escena erótica. Él sudado, lastimado, herido, y ella con una camisa atrapada en sus antebrazos, un pantalón bajo la cadera, trabado en las botas masculinas que Webb intentaba quitar.

—Serías un buen ayudante de cámara —bromeó ella al ver la frustración de su amante.

—¿Eso cree, señorita Grant? Es de mala educación reírse de los condenados —la reprendió tras quitar la segunda bota. Se lanzó sobre ella, y la tela del pantalón le impidió a la muchacha abrir las piernas para recibirlo. Colin jugaba con ella, con el deseo compartido. La erección del hombre se hacía notoria bajo la tela y presionaba la pelvis de Emily, sin que ella pudiera más que quejarse por no conseguir el roce anhelado.

Webb la volteó, le quitó los pantalones al fin, lo mismo hizo con la camisa, y recién cuando ella estuvo por completo desnuda, hizo lo mismo con las pocas prendas que llevaba.

—Ahora estamos en igualdad de condiciones, Em… me encantaría decir que así te quité la ventaja, pero me rindo… me rindo por completo. —Buscó sus labios una vez más, para depositar besos desesperados—. Siempre me ganarás, siempre conseguirás ser más de lo que espero…

—Colin… —pidió ella—, abre los ojos, ábrelos por mí. Míranos. Estamos desnudos, estamos rendidos. No hay más nada que se interponga entre nosotros, se fueron a ese montón —Señaló las prendas arrugadas—. Por esta noche, allí quedan los miedos, las inseguridades… hasta mi pudor se fue con esos pantalones.

—¿Pudor? Em… Em, si te vieras con mis ojos, no te vestirías jamás.

«Y si tú te vieras con los míos, sabrías que eres el hombre perfecto», ahogó la respuesta en un nuevo beso, porque sacar a colación el tema sería apagar la hoguera. Y ella solo quería arder, por unas horas, por una noche, por el tiempo que pudiera… solo arder.

El sudor de Colin, sus heridas, le recordaron la falta de atención, la tina que aguardaba por él y los paños para vendar los magullones.

—Ven, ¿no era para esto que me desvestiste? —jugueteó ella y fue hasta la tina. Colin la observó desconcertado, olvidando por completo las heridas.

—Solo necesitaba una excusa, me valí de ella —replicó en el mismo tono. El cuerpo de Webb se tensaba ahora por otra razón, por el deseo. Su erección reclamaba a Emily, su piel pedía por ella, y si la ponía en pausa era solo por respeto.

Un respeto que la muchacha no deseaba. No lo invitaba a la tina porque lo quisiera limpio, ni por postergar lo de ellos. Sino para dilatarlo, para extender el momento…  para torturarlo.

Colin se sumergió en el agua, y Emily supo lo que tramaba. Arrastrarla a ella también. Salpicaron el suelo a su alrededor y cargaron la habitación de risas divertidas y de gemidos placenteros. No tenían demasiado espacio, y él la instó a montarse a horcajadas. El roce del pene contra la entrada de su cuerpo la hacía gritar de placer en cada movimiento, aunque no le impidió llevar a cabo la tarea, solo la hizo deliciosa.

Con el paño y el jabón, lavo cada herida de Colin, cada corte, cada raspón. Y mientras lo hacía, él la acariciaba, la besaba, saboreaba sus pechos y la castigaba con el vaivén del agua. Emily sentía el modo en que su cuerpo se preparaba solo para la invasión que llegaría, no se trataba de la humedad del baño, otra, que nacía en su interior, comenzaba a hacerse presente. Su entrepierna estaba sensible, al igual que sus pezones, ahí donde la boca de Colin no daba tregua.

Él la observaba, la dejaba hacer, y se deleitaba de la imagen de la muchacha. La cintura llena lo tenía encantado, no dejaba de aferrarse a ella, de tomarla con fuerzas de esas amplias caderas para que las acercara más a él, a la parte de su anatomía que latía en un frustrado reclamo. Emily finalizó el baño tras enjuagar el cabello de Colin, que lucía dorado a la luz de las velas de la recámara y que, en esos momentos, todo hacia atrás, dejaba al descubierto las facciones perfectas del rostro masculino.

Las bocas volvieron a unirse, las lenguas a tocarse, y solo se separaron un segundo:

—Em, rodéame con las piernas —demandó. ¡Oh, cuánto tiempo llevaba soñando con esas palabras! Las firmes piernas de Emily se aferraron a su cintura, notaba que no se sentía segura, que creía que su peso sería demasiado para él. Le probaría lo contrario, le demostraría que esas inseguridades no tenían fundamentos. Su cuerpo era todo lo que el de él reclamaba. La alzó de un solo movimiento, y salió de la tina, llevándose el agua con él hasta el colchón. Ahí, con desenfado, comenzó a quitar las horquillas que sostenían el cabello de Emily, para poder contemplarla como lo que era… su ninfa. Su extraña y única ninfa, que domaba corceles y miedos, que conquistaba países y hombres. La cabellera dorada no tardó en caer en pesados bucles que enmarcaron su cuerpo, y en ellos, Colin enredó sus dedos para inmovilizar la cabeza de la muchacha y saquear su boca.

Él también extendía el momento, retrasaba la unión. No quería que finalizara, deseaba hacer de esa noche, una noche eterna. Sus cuerpos se volvieron el obstáculo insalvable, la demanda de sus pieles no soportaba un segundo más de tortura.

Colin arrastró su boca por el cuerpo de Emily, saboreando cada rincón, dejando su impronta de dientes y marcas. Ella sumaba a las heridas de combate las suyas, las de sus uñas, unas líneas que Webb deseaba que jamás desaparecieran.

—Em… —fue la última súplica. Llegaban al punto exacto en el que no existía retorno.

—Sí, Colin…

Se acomodó sobre el cuerpo de ella, y Emily no tardó en rodearlo con las piernas, en marcarle el sendero que ambos conocían. Él se abrió camino en su interior, con delicadeza, un centímetro a la vez hasta quedar cobijado por completo en la húmeda calidez de Emily Grant. El dolor virginal no duró demasiado, apenas un par de lentos embistes bastaron para que ella se adaptara al hombre, a uno que parecía hecho a su medida.

Los gemidos rompieron la noche, el crujir de la cama se sumó a ellos, y por último… sus nombres entre los labios unidos. Sus ruegos ahogados en las sensaciones, y los silencios, las palabras que pujaban por salir. Lo sentían en sus pieles, en la cumbre del placer, en el momento en que Colin se derramaba en su interior y ella lo recibía por completo.

Lo callaron, porque habían tocado el cielo y bajar al infierno con esas palabras significaba una condena mayor de la que podían soportar.

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