Emily

Emily


Capítulo 15

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—¡Qué no ocurre! —volvió a resoplar, aunque en esa oportunidad lo hizo con una sonrisa en los labios—. ¡Compruébenlo por ustedes mismos!

El salón principal del barco había sido copado por pasajeros y marinos en partes iguales, todos se reunían en torno a dos figuras, el capitán, y un joven hombre de vestimenta elegante, evidentes buenos modales, y con un detalle que lograba captar la atención de cada uno de ellos: descalzo, y empapado de pies a cabeza.

—¿Señorita Emily Grant? ¿Señorita Emily Grant? —El vozarrón del capitán retumbó a lo largo y a lo ancho.

Emily, con Zach a su lado y con Sandra unos cuantos metros atrás, se hizo lugar entre la multitud sin saber por qué la convocaban.

—¿Señorita Emily Grant? —El hombre lo repetiría hasta obtener respuesta.

Ella no tenía deseos de alzar la voz ni dar un espectáculo, pero viendo y considerando la actitud del hombre, lo hizo:

—Sí... aquí estoy —alzó la voz—. ¡Yo soy Emily Grant!

La gran marea de personas que inundaba el salón se abrió para hacerle camino como si de una acción profética se tratase.

El corazón se le detuvo cuando sus ojos se encontraron con los de Colin. Pestañeó... ¿Estaba soñando? ¿Era él? No, no podía serlo.

—Señorita, este hombre se escabulló por una de las escotillas... según él, por usted. ¿Lo conoce?

No podía moverse. Menos hablar. Con suerte hallaba la fuerza para respirar, de lo contrario, moriría ahí mismo. Moriría de amor.

—¿Lo conoce? —repitió al no obtener respuesta.

Colin estaba igual de paralizado, estaba ante ella... no podía creerlo.

—¡No! —respondió Zach por su hermana—. No lo conocemos... es la primera vez que lo vemos.

—¡Maldición Grant! —Colin reaccionó—. Cierra la boca, estoy aquí por tu hermana.

Los primeros vítores resonaron en el salón, comenzar un largo viaje de esa manera auguraba una travesía por alta mar con mucho entretenimiento.

—Haga lo que tenga que hacer capitán, arréstelo... aunque yo lo tiraría por la borda. ¡Se ve que tiene la destreza suficiente para llegar solo a la orilla!

El capitán se dobló de una carcajada. Le agradaba el grandote americano, sin embargo, el refinado inglés había hecho lo suyo, los hombres arriesgados merecían su momento de redención, no había que ser una mente brillante para darse cuenta de que ahí se mezclaban los corazones.

—Lo siento, suena muy tentador, pero aquí... el hombre pidió hablar con la tal Señorita Grant, y usted no lo es, caballero. —Giró el rostro hacia Colin—. Es ahora o nunca, muchacho... dale un motivo para hablar. —Las exclamaciones volvieron a alzarse—. Da lo mejor de ti, como verás, el público es muy exigente.

El capitán estaba en lo cierto, tenía que recuperarla, y para ello, debía comenzar por la verdad, sabiendo que la consecuencia de la misma lo hundiría hasta las rodillas.

—¡No es mi hijo! —escupió esa espina. Era importante que Emily lo supiera.

Los abucheos fueron multitudinarios, más que los gritos de segundos atrás.

—¡Tírenlo al agua! —gritó uno, y otros se le unieron— ¡Sí! ¡Regrésenlo al océano!

—¡Pues yo le dije! —Zachary aprovechó el apoyo de los presentes.

—Shhh.... —Emily recuperó el poder de la palabra—. ¡Cállate, Zach! —Alzó la voz como nunca antes lo había hecho—. ¡Cállense todos! ¡Déjenlo hablar! —El silencio fue sepulcral.

Colin sonrió... ¡Dios, era imposible no amar a esa mujer! Le estaría en deuda a la vida si ella lo aceptaba.

—¿No lo es? ¿No es tu hijo? —preguntó con la tristeza en los labios. Si Colin sufría, ella sufría. Emily conocía lo que significaba para él un hijo, significaba todo.

—No, no lo es... mintió. —Intentó avanzar hasta ella, el capitán se lo impidió poniendo un pie delante de los de él. Colin entendió el mensaje.

—Lo siento... —balbuceó ella con pena.

Hasta en ese momento Emily ponía como prioridad los sentimientos de él. ¡Por todos los cielos!

Sí, estaría en deuda con la vida, con el destino... con lo que fuese que gobernase el mundo.

—No, no lo sientas, yo no lo hago... ya no. —Era tiempo de entregar aquello que se había negado a dar, por necio, por vivir una vida equivocada, por sentirse no merecedor de su amor—. Por días... por días viví la ilusión de aquello que siempre deseé. Anne me vendió esa ilusión... —No iba a entrar en detalles, Emily conocía su secreto, ella entendería los silencios—, y cuando esa ilusión se hizo trizas contra mi pecho, comprendí que solo fue la excusa que utilicé para mantenerme ajeno de mí mismo. Me educaron bajo las reglas del deber, y cumplí con cada una de ellas... cumplí hasta que llegaste tú.

El límite impuesto por la bota del capitán se hizo a un lado. Al hombre le había agradado su discurso. Colin dio unos pasos hasta alcanzar esa distancia que le permitiera llegar al goce de su perfume. Sí... ese perfume, su aroma favorito en todo el mundo.

—Apareciste en mi vida contagiándome tu libertad, y me hiciste desear, Em... me hiciste querer... querer todo, y todo eres tú. Perdóname... —dijo dejándose caer de rodillas. Arrancarse las cadenas, abrirse el pecho, entregarle el corazón, eso tenía que hacer—. Perdóname por creer que al decidir por ti hacía lo mejor... perdóname por callar, por no haber tenido el valor de decirte «Te amo» cada vez que tú me lo decías y me lo demostrabas. Perdón por dudar... Daphne estuvo en lo cierto al decir que hasta yo mismo me desconocía, es verdad. —Arrastró sus rodillas para acercarse más a ella. Emily lo observaba, en silencio, con el brillo en sus ojos de unas lágrimas que se contenían—. Hubo una vez un Colin Webb que pensaba que con hacer lo que creía correcto era suficiente, un idiota, claro está... —Eso le ganó un par de vítores estimulantes, y una mirada cómplice de Zach—, y ahora hay otro Colin Webb, el que está aquí, de rodillas, dispuesto a abandonar su vida, su historia... «su única y maldita obligación» porque se dio cuenta de que lo único correcto en su vida... lo único correcto eres tú, Emily Grant.

Los presentes no pudieron contener la emoción, requerían de más acción, tenían la historia de amor y pretendían su desenlace.

—Si me aceptas, con todos mis defectos, con todas mis debilidades... y con todo el amor que siento por ti. Te pregunto: ¿Me harías el honor de convertirme en tu esposo?

Los aplausos se sumaron al reencuentro. Zachary se dio por rendido, resopló, se había hecho a la idea de que Webb no iba a ser su cuñado, detestaba tener que cambiarla.

El silencio de Emily le sentó como una bofetada. Tal vez era demasiado tarde, y el amor, el perdón, ya no bastaban.

Ella necesitaba creer que no era un sueño, por eso mantenía el silencio, temía hablar, dar un paso en falso, y que todo desapareciera. ¿No, no era él? ¿La realidad no podía ser tan maravillosa?

Cerró los ojos con fuerza, contaría hasta diez, se mordería los labios y despertaría.

Uno... Dos... Tres...

—¡Ey, muchacha, dile que sí! —gritó un marinero que se encontraba a un par de metros.

Cuatro... Cinco... Seis...

—¡Acéptalo de una buena vez! —agregó una mujer anciana adinerada que observaba todo desde la comodidad de un sillón, a esa altura de su vida solo el amor le resultaba interesante—. ¡De lo contrario, yo me ofrezco para casarme con él!

Siete... Ocho... Nueve...

—¡Y yo! —agregó otra, y luego otra. Las voces se repitieron como un eco inacabable.

... Diez

Ese perfume, lo reconocía... y lo reconocería ese día, mañana y siempre.

Abrió los ojos, y ahí estaba él, de pie, a centímetros de ella.

—¿Estás aquí? —murmuró solo para él—. ¿Eres real?

Las manos de Colin buscaron las suyas, entrelazó sus dedos a los de ella.

—Tan real como tú.

El corazón de Emily bombeó con fuerza, si los corazones pudiesen sonreír, el de ella, de seguro, lo estaría haciendo.

—Entonces, sí... —dijo llevándose la unión de manos a los labios. Depositó un beso en el dorso de la suya, la acarició—. Acepto que seas mi esposo, con una condición...

—¿Cuál? —Estaba dispuesto a todo.

—Que tú me aceptes a mí como tu esposa. —Le sonrió.

Quería oírlo decir de sus labios. Solo eso.

—Es lo único que deseo... lo único.

∞∞∞

El capitán Jack Knoxville no pudo con su genio casamentero, aún contra la insistencia de Colin y Zach, no aceptó ni un solo centavo para oficializar la boda. Lo hizo por gusto, los matrimonios improvisados a bordo siempre eran sinónimos de buena publicidad y memorables anécdotas.

La boda se celebró esa misma noche, el público así lo demandó, y para qué mentir, demorarlo era pura malicia, el calor que desprendían los cuerpos de la pareja de tórtolos superaba la temperatura de las calderas que mantenían en marcha al barco. Era preferible un matrimonio inmediato que un naufragio por incendio.

Tuvieron que recurrir a la ayuda de los pasajeros, Colin consiguió un par de botas a su medida y un traje idóneo para el evento. Emily también obtuvo lo suyo, una muchacha le obsequió uno de los vestidos que había comprado en Londres, el tono dorado combinó a la perfección con la blancura de su piel y el rubio de sus cabellos. Así se anotó el punto uno de la lista de tradición de bodas: algo nuevo. La anciana mujer que había estado dispuesta a reemplazarla le entregó a modo de préstamo una gargantilla con una brillante piedra de zafiro que competía con el intenso azul de sus ojos.

—Aquí tienes muchacha, algo prestado, azul, y usado... —dijo colocando la pesada joya en su cuello.

—No... —interrumpió Sandra— solo algo prestado y azul. En cuanto a lo usado... —Exhibió una hebilla de perlas, lo único de valor que habían tenido los Grant antes de la llegada de la riqueza. Emily la recordaba, de pequeña, cuando su madre no la veía, hurgaba en sus pertenencias para lucirla a escondidas. Lo colocó en su cabello, le acarició la mejilla—. Lo llevé el día de mi boda, al igual que mi madre... y la suya. No es sinónimo de felicidad, al fin de cuentas es solo una hebilla, pero sí es símbolo de decisión... —Las palabras se le enredaron en la lengua, se abrazó a ella para evitar estallar en lágrimas antes de tiempo—. Vamos, mi niña, todos esperan por ti... él espera por ti.

Contrario a su propio pronóstico, Emily Grant también tuvo su final feliz. No hubo disparos, ni envenenamiento de por medio... lo que sí hubo fue un hombre dispuesto a lanzarse al océano por ella.

Sonrió, acarició la hebilla de perlas en su cabello.

Símbolo de decisión. ¡Vaya que sí lo era!

No, todos los caminos no conducían a Colin Webb. Solo el camino que ella había decidido tomar...

—Emily Grant... ¿Aceptas a Colin Webb como tu esposo? ¿Prometes serle fiel en lo próspero y en lo adverso, en la salud y en la enfermedad, amarlo y respetarlo todos los días de tu vida?

—Sí, acepto.

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