Emily

Emily


Capítulo 3

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—Tendría que retarte a duelo por semejante ofensa, pero te la dejaré pasar… solo porque no, no soy de los que hacen eso, es que… —se silenció antes de explicarle que entrar allí y ver el trasero de Miranda Clark en alto, meneándose, lo había empujado a la locura más abyecta, y que la situación se le había ido de las manos—. La historia es tan absurda que no termino de creérmela. Es la suerte que me sigue.

—¿Qué historia?

—Un anillo de la señorita Grant. Al parecer la muchacha perdió un anillo cuando se escondió en el despacho —Alzó la mano para detener la interrupción de su amigo—, no, no preguntes qué hacían en ese lugar. Jamás le encontraré sentido a la mentalidad americana.

Colin solo pudo pensar: ¡Mierda, Emily! No había presenciado la escena del despacho, no estaba en el salón principal, no se la veía por ningún lado. Comenzó a preocuparse. Había escuchado toda la noche las burlas con su nombre, y temía que ella también lo hubiera hecho.

—Bueno, amigo, felicidades por tus buenas nuevas, si me disculpas…

—¿No vendrás a brindar conmigo?

—Lord Bridport —lanzó con sorna—, ahora eres un respetable caballero comprometido, demasiado aburrido para compartir amistad. Reclamaré mi regreso a White, y me dedicaré a apostar en tu contra. Si me permites… —y con esas palabras se perdió en los jardines, el único lugar en el que se le ocurría que podía esconderse Emily. Claro… si descontaba el despacho del anfitrión.

Su suposición fue acertada. Emily se encontraba oculta en los jardines, detrás del vivero. Sus quejidos ahogados delataron el lugar preciso. Colin sabía que era arriesgado, que si los encontraban juntos se daría el nuevo compromiso de la noche, pero su corazón estrujado por la pena lo empujó a dejar el recaudo atrás y avanzar en su dirección.

La muchacha era un mar de lágrimas. Las gotas salían de sus ojos a raudales, mojaban sus pestañas, sus mejillas, sus labios y hasta pendían del mentón. Algunas habían caído sobre el anillo de diamante rosa que miraba como si fuera una serpiente.

—Emily… —la llamó en un susurro, para no asustarla. Ella se enderezó apenas, el esfuerzo pareció demasiado para su cuerpo sumido en el dolor y volvió a dejar caer los hombros.

—Ahora he empujado a una amiga a un matrimonio que no desea. ¡Hago todo mal! ¡todo!

—Em… —Colin se sentó a su lado, y la señorita Grant alzó los ojos en su dirección. Se había percatado de que Webb la tuteaba, cuando ella no le había dado el permiso. No debía hacerlo, Daphne había sido clara con esa norma, sin embargo, su nombre en labios de Colin era lo único bueno que le había sucedido en la noche—. Em… ¿estás segura de que la señorita Clark no desea ese matrimonio? —La primera sonrisa escapó de los labios húmedos de la californiana.

—Quizás un poco sí lo desee, aunque no de este modo. Me dijo que no está enojada conmigo, que solo quiere matar y despellejar, y hervir y hacer estofado a Lord Bridport, pero que a mí no me guarda rencor.

—Menos mal… —fue el comentario lleno de alivio. La furia de Miranda Clark no parecía un espectáculo agradable de ver—. ¿Qué ha ocurrido? —se atrevió a preguntar. Emily estaba sumida en la más profunda tristeza y desesperanza, y así, en ese estado de vulnerabilidad, era la primera vez que Colin Webb podía ver una parte de la verdadera señorita Grant, esa que se escondía detrás de las joyas y los vestidos. En esos momentos no se sentía intimidada por la belleza de él, ni por su título, ni medía las palabras por miedo a equivocarse. Era ella, la muchacha franca y refrescante que le caía tan bien y que se había ganado la amistad de Daphne.

—Lo que era de esperar, eso ha ocurrido. Las burlas, los comentarios… —Sorbió por la nariz y Colin se apresuró a alcanzarle un pañuelo—. No puedo culparlos, creo que yo también me reiría de mí misma. Por eso no me miro al espejo antes de salir…

—No seas tan dura contigo misma —la reprendió.

—Es la verdad, y ambos lo sabemos. —Emily cuadró los hombros y mostró su carácter. No, no toleraba las mentiras, ni siquiera las bien intencionadas.

—Lo que ambos sabemos, Em, es que se trata de tu imagen lo que genera burlas, no tú. No la verdadera Emily Grant, porque esa la tienes bien oculta y, si me permites ser sincero, es una maldita pena que nos prives de ella.

Emily se sonrojó de ese modo que lograba cautivar a Colin, el que nacía del halago y no de la vergüenza. La muchacha bajó apenas la mirada, porque el contacto le parecía demasiado para su frágil corazón. Era lo más lindo que le habían dicho jamás, y para mayor deleite, salía de los labios más bonitos que jamás hubiera visto. Y del hombre más bello, y… todas las cosas sobre las que se había prometido no hacerse ilusiones se hicieron cenizas, su corazón volvió a latir acelerado.

—No puedo hacer nada con mi imagen, milord…

—Colin, llámame Colin —pidió.

—Su hermana dice que eso es incorrecto…

—Nadie lo sabrá, solo en privado. Y dudo que el tuteo sea lo más comprometedor de nuestra situación si alguien nos descubre. —Lo que intentó ser una broma se convirtió en un propulsor de Emily.

—Oh, milord, cuánto lo siento —dijo mientras se ponía de pie, desesperada—, no me di cuenta. No quiero que piense…

—Em —Él tiró de su brazo de manera suave para que volviera a sentarse—, no pasa nada. No nos descubrirán, y no puedes volver así a la fiesta. De verdad que ahora tu imagen dará qué hablar.

Los nervios la hicieron carcajear. Sí, si antes era un espectáculo de circo, en esos momentos, con su tocado deshecho, su vestido arrugado y el rostro inflamado por el llanto, de seguro daría un espectáculo digno de una feria.

—Detesto mi imagen —se atrevió a decir—, detesto cada cinta, cada flor, cada anillo…

—¿Y por qué, entonces, los usas? —Quería explicarle que a los hombres le gustaban las mujeres al natural, tan al natural que las preferían desnudas. Y que cada maldita prenda que las separaba de ese estado era un incordio. Sin proponérselo, una imagen de Emily con menos ropa invadió su mente y lo hizo sudar. Acusó al endemoniado clima primaveral.

—Porque no quiero fallarles a mis padres.

—Estoy seguro de que, si le explicas a tu madre lo infeliz que te hace, lo mal que la estás pasando, ella entenderá. Es una buena mujer, puede verse a la legua.

—Sí, Colin —y el lamento fue acompañado de nuevas lágrimas, de unas que no nacían del bochorno sino de un sentimiento más profundo. Webb quiso ser complaciente con Emily, su nombre en labios de ella lo impactó como un rayo. «Sí, Colin». Oh, cuántos escenarios mejores que ese podían sacar de su boca esa expresión. ¡Mierda!—. Ese es el problema, que, si le digo a mi madre o a mi hermano que soy infeliz, entonces nos subiremos a un barco y regresaremos a California de inmediato.

Y eso sería una terrible desgracia, pensó Colin. En cambio, dijo:

—¿Y tú no quieres eso?

—Sí, creo, no lo sé. No quiero fallarles, y si no me caso con alguien de buen nombre, les fallaré… es mi única tarea, mi única jodida tarea… ¡Perdón! —Se tapó la boca al darse cuenta de que había dicho una palabrota. Colin la observaba sin reproche, y Emily se perdió en el celeste cielo de sus ojos. Parecía haber descubierto algo en su mirada, un sentimiento profundo en él. Se sentía como el día que encontró la primera pepa de oro, como un gran momento que le cambiaría la vida.

—Te entiendo tanto, Em —le dijo él, conmovido.

—¿Lo haces? —La incredulidad nació en su pecho—. Dudo que puedas fallarle a alguien, Colin. No creo que un padre pueda pedir mejor hijo que tú.

—Pues, ya ves. No solo tú te escondes tras una fachada, yo también lo hago. Se puede decir que también fallo en la única jodida tarea que tengo como hijo. —No especificó más, y Emily se mordió los labios para no indagar—. Solo debes confiar en mí en esto, si le dices a tu madre que de ahora en más elegirás tu atuendo con ayuda de una modista, no solo serás un poco más tú, tanto como las rígidas normas británicas te lo permitan, sino que además conseguirás tu cometido de encontrar marido. Ya lo verás…

—El tema de la modista es mejor dejarlo para cuando tenga más lágrimas para derramar, me he gastado la dosis de la semana —bromeó Emily.

—Ni L’mer ni Dumont ¿eh? —adivinó, conocedor de las dos grandes de la moda londinense—, no te preocupes, tengo a la tercera, y además, la indicada para ti. Rebecca Deen es tu mujer. Ella sabrá sacar provecho de cada uno de tus atributos…  ven. —La instó a ponerse de pie para buscar una salida discreta que impidiera a los invitados verla así—. Ya verás cómo Deen consigue que recuerdes quién es la bella y única Emily Grant.

Emily puso los ojos en blanco. Disfrutaba de los halagos de Colin, y de sentirse así, en las nubes, pero no le creía ni una palabra a ese dandi experto en damas. Avanzaron por los jardines camino al ala de servicio, hasta que Webb se detuvo y, como si le leyera la mente, se giró hacia ella.

No era tan alto como sus hermanos, de todos modos, le llevaba media cabeza y la señorita Grant tuvo que alzar el rostro hacia él para unir las miradas. Colin indagó en los ojos de la muchacha y le permitió hacer lo mismo en los suyos para que viera su sinceridad.

—Em, cuando crucemos esa puerta volverás a ser la señorita Grant y yo, Lord Webb, pero antes, permíteme convencerte de mis palabras. Eres bella, quizá deberías volver a mirarte en el espejo para recordarlo. Lo eres. Tienes un hermoso cabello, dorado, unos ojos que recuerdan al cielo de verano, una piel que puedo asegurar que despierta envidia… —se silenció antes de continuar con su apreciación, pues los atributos del cuerpo de la californiana solo podían ser admirados en términos lujuriosos. Unos pechos llenos que me rebalsarían las manos, una cintura a la que aferrarse en el vaivén de los cuerpos, unas caderas que dan cobijo a un hombre perdido… Si seguía, sus pantalones lo pondrían en evidencia—. Prométeme no olvidarlo. Y ahora…

Le dio un leve empujón, sin permitirle discutir ni contestar. Cuando se alejó un par de metros, agregó:

—Haré llegar la tarjeta de Deen a tu residencia por la mañana. —Emily se volteó para agradecerle, y lo hizo con una sonrisa sincera, que le dibujaba hoyuelos en las mejillas llenas y le alzaba los pómulos repletos de pecas. Era adorable, era tierna, y dulce y… demasiado peligrosa sin saberlo.

En pocos días había conseguido algo que pocas mujeres antes lograron, escalar los muros en torno a Colin Webb y divisar un poco de su verdadero ser.

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