Emily

Emily


Capítulo 11

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Capítulo 11

Aquel rumor que les había dado la bienvenida a tierras británicas se convertía en una correcta apreciación: las señoritas americanas eran sinónimo de escándalo. Ese escándalo ya nada tenía que ver con sus modales rudimentarios o sus costumbres tan poco decorosas, no, se alzaba por el límite de todo lo concebido.

Una, convertida en vizcondesa, había recibido un disparo; la otra, había sido víctima de envenenamiento y testigo de una conspiración política que se extendía hasta otro continente. Sin dudas, las americanas redefinían día tras día el concepto de «escándalo» en Londres.

La mente inquieta de Emily diagramaba un final similar para ella. ¡Esa maldita costumbre suya de no poder negarle nada a Colin! ¿Un compromiso ficticio? ¿En qué demonios estaba pensando?

De ese absurdo plan saldrían muchas víctimas colaterales, y dentro de ellas, la que menos le importaba era su corazón. Si no podía pasar el resto de su vida con el hombre que amaba, prefería la soledad, mejor dicho, la independencia amorosa. No existiría otro lord en su vida. Canjear una jugosa dote por un título nobiliario no era lo mismo que canjear su corazón. ¡Eso jamás! Entonces... ¿cuál sería su final? Porque para bien o para mal, sus amigas, con sucesos de vida y muerte de por medio, tuvieron uno feliz.

Ella rompería la cadena de felices desenlaces, la historia que Colin y ella estaban escribiendo sucumbiría a la decepción total. Los argumentos que él utilizaba para empujarla a tal locura ponían en relieve dos hechos que ya no tenían discusión alguna. El joven lord no estaba dispuesto a alcanzar la felicidad; si no podía cumplir con el único trabajo que se le había encomendado al nacer en cuna noble, no merecía nada... absolutamente nada. El pedido de auxilio en entrelíneas que Daphne había confesado camino a la casa de verano Sutcliff cobraba sentido. Colin se esforzaba en ser perfecto por fuera, porque se sentía imperfecto por dentro, y estaba decidido a sentirse así por el resto de su vida. Él se imponía su propio castigo, autoflagelaba su espíritu sin medir las consecuencias: se destruiría por completo.

Emily no iba a permitírselo. Por supuesto que no.

Reconocer que, en medio de todas sus confesiones, en donde ella le había entregado su amor en acciones y palabras, él no le había correspondido, le dolía. Había afecto, la intención de procurarle a ella un buen esposo era un claro ejemplo de ese amistoso sentimiento, pero no era amor. El amor no se contiene, se escapa de uno, como a ella le sucedía cada vez que estaba a su lado. El amor no levanta muros, los derrumba, y Colin Webb tenía una muralla en torno a su corazón por la estúpida creencia de que no se merecía amar o ser amado. ¡Malditas normas sociales! El peso del deber valía más que el del querer. ¡Al diablo con ellos! Elegía su vida, aquella olvidada en California... una vida en libertad.

El uso de esa libertad puso en jaque la relación con su madre. La mujer estaba que volaba por las nubes, el pedido de mano de Colin Webb, inesperado pero añorado, la estaba transformando en una adolescente ansiosa. Parecía que los papeles se habían invertido...

—¡Por todos los cielos, niña! ¿Cómo puedes estar tan tranquila con una lista de preparativos tan extensa?

Emily llevaba su tercer cambio de vestuario, nada la convencía. En realidad, era una maniobra para demorar lo inevitable, ir a elegir las telas para su vestido de compromiso, las flores para el evento, el papel para las invitaciones... así, hasta el infinito. Y se trataba solo del compromiso, la boda requeriría de meses.

—Una lista que tú conformaste, madre. —No pudo evitar el tono de desagrado.

—Que Lady Marion y yo conformamos —aludió Sandra sintiéndose atacada.

Los preparativos de la ceremonia de compromiso tenían a ambas mujeres sumidas en un alegre estado de frenesí. Los motivos de mamá Grant eran legítimos y aceptables, al fin de cuentas, estaban a pasos de alcanzar la meta que los había llevado a cruzar el océano, y gracias a la divina providencia, sucedía con el hombre que su hija amaba. Porque nadie podía negar eso, Emily Grant amaba a Colin Webb. En lo que a Lady Marion se refería, la noticia de que su hijo le pusiera fin a esa vida de soltero, una que se mantenía por un deber impuesto por él mismo, la inundaba de felicidad. Heredero o no, no importaba, solo deseaba la felicidad de su hijo con una mujer que estuviese dispuesto a amarlo sin un título mediante. La muchachita amaba a su hijo, no al futuro conde; con eso bastaba para darle la bienvenida a la familia.

—Lo sé, por eso mismo, ustedes deberían de llevarla a cabo. —Esto se escapó de sus labios casi como una orden. ¡Vaya que estaban invertidos los papeles!

—¡Emily! ¿Qué te ocurre? —Sandra alcanzó su tope, hizo a un lado su felicidad para contemplar el porqué de la ausencia de ese sentimiento en su hija.

—Nada, madre... —resopló al darse cuenta de que exponía la secreta verdad con sus actitudes —. Solo... —titubeó, no sabía qué decir—, solo quiero un tiempo para mí, mi vida va a cambiar de un momento a otro.

—Sí, vas a ser la esposa de alguien, mi niña. —Los ojos de la mujer brillaron a causa de las lágrimas. Estaba emocionada, su pequeña era una mujer, pronto sería esposa, y de ahí a un tiempo, traería sus propios niños al mundo—. Nada va a volver a ser igual...

—Por eso mismo, madre... ¿te parece extraño que necesite un poco de tiempo para mí?

Sandra fue hasta ella, Emily libraba una batalla con su cabello, tomó el cepillo, y se dedicó a finalizar la tarea. Lo hizo en silencio, y fue en extremo gentil.

—Mal día para prescindir de la doncella —la regañó con dulzura.

—Necesitaba un poco de tranquilidad... además, estamos dentro del cronograma.

—No, no lo estamos —afirmó Sandra buscando los ojos de su hija en el espejo. El encuentro de miradas se dio en segundos. El ceño fruncido en Emily fue lo que mamá Grant esperaba. Sonrió adelantándose a lo que iba a decir—. No si tienes deseos de asistir a ese té con tus amigas.

Emily giró sobre la butaca para enfrentarla, movimiento que le obsequió un tirón de cabello.

—¡Auch! —Sonrió a pesar del repentino dolor. Antes de ilusionarse en vano, indagó sobre lo dicho—. Si voy al té en casa de Cameron, no llegaremos a hacer todo lo de la bendita lista.

—Verdad... verdad —dijo ayudándola a que regresara a la posición anterior—. Pues, supongo que yo sola voy a tener que encargarme de ello—. Coincidieron en una mirada a través del espejo—. ¡Si es que a ti no te molesta, claro está!

—No, madre, no me molesta en lo absoluto, confío en ti.

—Me alegra saberlo... terminemos con esto y marchemos de una vez, que la casa Walsh se encuentra en la dirección opuesta a mis recados.

El cambio de planes las demoró más de lo esperado, la casa de alquiler de los Walsh se ubicaba al otro lado de la ciudad, y la inexperiencia del cochero por esos alrededores les costó casi una hora de retraso. Cuando arribaron al lugar, el mayordomo las hizo pasar al salón de té. Su llegada causó una ola de recibimiento muy afectuoso, llevaban más de dos semanas sin verse, desde el casamiento de la señorita Madison.

—Emily, comenzábamos a extrañarte. —Miranda corrió a abrazarla, el comportamiento digno de una vizcondesa fue directo al cesto de basura—. Señora Grant, un gusto verla a usted también.

Cameron, como la anfitriona del hogar, las invitó a pasar al salón deseosa de compartir con ellas su nuevo lugar y forma de vida: esposa y futura madre.

—No, por favor, este momento es para ustedes... y si aceptan una recomendación —se dirigió a todas ellas—. No permitan que nada ni nadie se los quite, ni hoy ni nunca... —se dirigió a Miranda en particular—. Lady Bridport, puedo pedirle un favor.

—Lo que sea, señora Grant.

—¿Puede llevar a mi niña de regreso a casa? Tenemos... tengo demasiadas diligencias por hacer. De hecho, si no me marcho ya mismo, no lograré mi cometido.

—Por supuesto que sí, cuente con ello —respondió Miranda sorprendida para la actitud inquieta y feliz de la mujer.

—¿Necesita de ayuda, señora Grant? —Vanessa fue la que interrogó, su olfato le decía que algo importante sucedía.

—Yo no, pero mi Emily sí. —Sonrió ante la expresión de las muchachas—. Ya se enterarán —finalizó, enigmática, antes de marcharse.

Ni bien quedaron las cuatro a solas, Cameron, Vanessa, y Miranda giraron en busca de Emily.

—¿De qué debemos enterarnos? —preguntó Cameron.

—Tu madre se ve demasiado feliz. —Vanessa, como siempre, atacó directo al hueso. Sí, algo olía ese sabueso.

—Oh, no, son buenas noticias. Excelentes de hecho… yo…

—Ven, siéntate, amamos las buenas nuevas.

Cameron la invitó a tomar asiento en uno de los sillones. Ella se sirvió té, lo endulzó y dejó que la cuchara hiciera círculos dentro de la taza. Estaba en una encrucijada: ¿qué historia les contaría? Por sobre eso, ¿cuánto tiempo podía mantener la mentira con ellas? ¿Acaso quería mentirles? ¿Y ella? ¿Dónde quedaba ella dentro de esa mentira que dolía? Tendría que desahogarse... estallaría. Mañana, pasado... lo haría, colapsaría.

—¡Habla de una vez! —Vanessa atravesó el sin fin de sus fatídicos pensamientos—. Que estoy poniéndome nerviosa.

Tres pares de ojos la devoraban. Se sintió como un cachorro de león acorralado por hienas. ¡No es que las comparara con hienas! ¡No!, ellas...

Le puso una pausa a su mente, seguirían las comparaciones, las preguntas, solo para evitar lo inevitable.

—Es… me he comprometido. —Lo dejó salir. Fue como tirar whisky en una herida, quemó, dolió, y luego la hizo sentirse un poco mejor.

Lo esperable sucedió. Una avalancha de preguntas, del tipo de preguntas que hurgan en la herida.

—¿Tú? ¿Comprometida? —Vanessa fue la primera en largarse a la carrera—. ¿Desde cuándo? No, no me digas... no importa, que alguien me traiga mis sales —Abrió el abanico para propiciarse aire—, creo que voy a perder el conocimiento.

—¡Ay, ya cállate! Ni siquiera haces las preguntas adecuadas. —La reciente señora Walsh hacía valer su rol de anfitriona.

—Cameron tiene razón, el único dato que necesitamos es ... ¿Con quién? —La vizcondesa no se andaba con vueltas.

El silencio se hizo contagioso. Emily quería decirlo… tenía ese nombre atorado en la garganta. Bebió té.

—¡Vamos ya, señorita Grant! —insistió Vanessa—. No juegue con nuestros corazones, esto es un verdadero enigma, si al fin de cuentas, con el único hombre con el que ha tenido relación fue con...

—Con Lord Webb… —finalizó lo iniciado por la muchacha de Boston.

Más tarde le agradecería a Vanessa, sin saberlo, la había ayudado a quitarse la espina de la garganta.

Los aires de festejo estallaron. El corazón de Emily también. ¿Mañana o pasado… mmm? La cuenta le falló. Estaba a segundos de colapsar.

—¡Felicidades! Oh, ¡qué buena noticia! —exclamó Miranda deseosa de acosarla con otro abrazo.

—Lo sabía, lo sabía —Vanessa mostró una felicidad muy poco vista en ella—, solo tenías que ser tú misma, y…

Cameron le dio a la noticia el lugar que correspondía, hizo sonar la campanilla de asistencia, y cuando el sirviente estuvo a su lado, preguntó:

—¿Tenemos champaña? —La respuesta fue afirmativa, dio la orden de que la abrieran—. Esto merece un brindis. Imagino lo feliz que estás, Emily…

—Sí, sí… estoy muy feliz… muy…

Llevaba días, semanas, conteniendo las lágrimas, y no era solo por el falso compromiso, desde aquella noche en la que Colin le había arrancado las alas a su corazón, moría... lentamente. Era un alma pena, sin sueños, sin esperanza. Por primera vez, se arrepentía de la decisión tomada, quería hacer correr el tiempo atrás, decirle que no...

—¡Jamás debí aceptar esto!

El mayordomo, con bandeja de champaña y copas en mano fue despedido con un silencioso gesto. ¡Adiós festejo!

—¿Qué haces? —Vanessa interrumpió a Cameron en medio de ese gesto—. Necesitamos todo el alcohol posible. El té no aleja las penas.

—Está en lo cierto —se sumó Miranda.

La campanilla volvió a sonar, el pobre hombre regresó, y Vanessa se apropió de la botella. Llenó una copa y se la entregó a Emily.

—Bebe... y cuenta.

Para sorpresa de todas, la californiana se bebió la medida de champaña de un solo trago.

—¿No tienes algo más fuerte? —preguntó entre lágrimas.

Las tres se miraron, ¿quién era la muchacha frente a ellas?

—Puedo ir al despacho de Sean... de seguro hay coñac.

—¡No, coñac, no! Es la bebida preferida de Colin —agregó restableciendo su caudal de lágrimas. Buscó a Vanessa con la mirada—. ¡Vamos, dilo! Sé que quieres decirlo...

—No, cariño... dilo tú. Desahógate. —Vanessa le palmeó la espalda.

Emily se aferró a la botella, bebió del pico, una vez... otra vez. Cuando cobró fuerzas, lo dijo:

—¡Todos los caminos conducen a Colin Webb!... ¡Salvo el de mi falso compromiso!

—¿Qué? —Miranda fue la primera en reaccionar—. ¿De qué hablas? ¿A qué te refieres con «falso compromiso»?

—Que no es verdad, que no vamos a casarnos, ni hoy, ni mañana... ni nunca. —Bebió otro trago—. ¡Nunca!

—No entiendo... —Miranda estaba estupefacta.

—Yo tampoco —coincidió Cameron.

—Ni, yo... —agregó Vanessa—, aunque no me sorprendo del todo, durante mucho tiempo pensé que la que iba pegada a él como una babosa eras tú, en lo de Lady Thomson vi que el accionar era compartido... y eso me llevó a dos hipótesis posibles.

—¡Por los cielos, Vanessa, contigo siempre es lo mismo... conjeturas, hipótesis, conspiraciones! —Miranda quería priorizar el estado emocional de Emily, los detalles llegarían por pura decantación—. ¡Nadie quiere oírlas!

—Shhhh... Yo sí —confirmó Emily —. ¡Da la primera mordida, Vanessa, vamos!

Era imposible que el alcohol hubiese hecho efecto tan rápido, pensó Miranda. Solo así era entendible el comportamiento de la californiana.

—Hipótesis uno: Webb, contra toda lógica londinense... no te ofendas —agregó antes de continuar.

—No, no… no me ofendo en lo absoluto. —Bebió otro trago—. Prosigue.

—¡Basta de champaña para ti! —interrumpió Cameron al sacarle la botella de las manos—, la falta de modales tiene un límite para mí, y lo has alcanzado, con lágrimas y todo —se volvió a Vanessa—. Ahora, sí... prosigue.

—Retomando, Webb se enamoró de ti y quiere llevar a territorio serio esos sentimientos, o hipótesis dos: necesita algo de ti o le sirves para algo, por eso no te pierde de vista.

—¡Hipótesis uno! —esbozó Cameron, sí, ella creía en el amor.

Fueron en busca de la opinión de Miranda. La aludida desvió la mirada por unos segundos.

—¿Miranda? —Emily la presionó.

—No quiero ser una aguafiestas, pero voy más por la hipótesis dos...

—¡Miranda! —Cameron la reprendió, su comentario tiraba más leña al fuego Grant.

—Tengo mis motivos, y lo saben... hablo por experiencia, amo a Elliot con todo mi corazón, y sé que él me ama también, pero no nos olvidemos que se quiso casar conmigo solo para fastidiar a su padre.

—Bueno, de ser así.... Vanessa —pujó Cameron—, haz tu magia y esboza otra hipótesis.

—No es necesario —intervino Emily—, es la combinación exacta entre esas dos.

—¡Sé más específica, por favor! —Lo que nadie sabía de Vanessa era que, en el fondo, no le agradaba tener razón, simplemente la tenía... aunque lo odiaba.

—No me ama... —fue lo primero que dijo, y dolió. Dolió mucho.

—¡Eso no lo sabes! —Vanessa casi gruñó al decirlo.

—Lo sé, le dije que lo amaba y nunca me correspondió solo... solo...

—Ten... —Cameron le entregó la botella y un pañuelo. Estaba a punto de llorar con ella ¡Malditas hormonas!

Emily se secó las lágrimas, pero no bebió.

—¿Solo qué? —Miranda la presionó.

—Solo me tiene afecto... dice que me merezco un buen esposo, y que él va a encargarse de que los demás lores lo vean también.

—Con eso quieres decir que la estrategia es fingir... —Vanessa perfilaba la nueva teoría.

—Para despertar el interés de otros hombres... cuando eso suceda, y otro hombre esté dispuesto a casarse conmigo, nuestro compromiso ficticio dejará de existir.

Compartieron unos minutos de silencio, cada una debía arribar a su propia conclusión.

—No es un mal plan... —Miranda fue la primera en opinar.

—Si no fuese por los sentimientos de Emily —contribuyó Cameron.

—Mis sentimientos no importan —agregó la mencionada escondiendo el rostro con ayuda del pañuelo.

—¡Ey... sí que importan! —Vanessa le arrancó la sedosa tela de las manos—. ¡Que nadie te diga lo contrario! Allá ellos si quieren vivir una vida así, bajo las normas, sin importar los sentimientos, siendo correctos porque el manual de protocolo así lo dice. ¡Nosotras somos americanas! Rompemos su maldito molde, a Dios gracias. —Estaba enfadada, no con Emily, sino con toda la condenada sociedad—. Emily, de entre todas las habladurías que hubo sobre nosotras, tú recibiste la mayor parte, ¿sabes por qué?

—¿Porque soy una atracción de circo? —dijo entre gimoteos.

—No, porque eres única... porque cambiarte a ti es una tarea que se escapa de sus manos. Joyas más, joyas menos, eso no importa, importa quién eres, y eso no pueden tocarlo.

—Agradezco tus palabras, pero no van a servirme para salir del embrollo en el que me he metido.

—¡En eso tienes razón! Eso queda bajo entera responsabilidad suya, señorita Grant.

—¡Vanessa! —Cameron, como siempre, cumplió con su rol—. Podrías dar una solución para variar.

—Ah, no, al fin de cuentas, voy a tener que quitarle a Webb su protagónico: ¡Todos los caminos conducen a Vanessa Cleveland! —finalizó incorporándose para plantarse delante de ellas con los brazos en jarras —. ¡No puedo con todo, aunque no lo parezca, soy una simple mortal!

—Aquí, la única solución es que Emily encuentre un esposo. —Miranda no quería extender las lágrimas de Emily hasta el infinito—. Cuando eso suceda, adiós compromiso con Colin.

Como si fuese tan sencillo decirle adiós a un corazón, porque eso era lo que iba a suceder, el corazón de Emily estaba atado al de Colin, abandonaría su pecho para irse con él, y la dejaría desangrándose de amor.

—¿Tú quieres eso? —demandó Vanessa.

—No...

Qué sentido tenía mentir. Estaba cansada de la mentira, era como un veneno que te consumía con calma y sin pausa.

—¿Cuál es la otra parte del trato? —indagó con severidad la señorita Cleveland.

—¿Qué te hace pensar que hay otra parte?

—¡Lady Anne! —Emily interrumpió a Cameron antes de que finalizara.

Las lágrimas encontraron su techo al pronunciar ese nombre, el recuerdo de la viuda le revolvía las tripas, al punto tal que le hacía olvidar del dolor en su corazón.

—¿Qué tiene que ver esa arpía en todo esto? —Miranda fue letal, aunque había confirmado que la mujer nunca había tenido relación con su esposo, la detestaba más o igual que Emily.

—Colin cree que nuestro compromiso apagará sus intenciones para con él....

—Tiene sentido, si el futuro puesto de Lady Sutcliff ya está ocupado, qué sentido tiene luchar por él.

—¡Como sea, la idea me parece despreciable! —rebatió Miranda sumida en el mal humor repentino—. No puedo creer que Colin esté dispuesto a tal... a tal juego. ¡Voy a hablar de esto con Elliot!

Había más detrás de esa unión ficticia, una historia que Colin le había contado y que ella no estaba dispuesta a compartir. El secreto de Colin era su secreto. Era un hombre consumido por la frustración, devorado por el deber, y eso no lo convertía en un ser despreciable; lo convertía en un hombre que necesitaba de todo el amor del mundo, y a pesar de que sus emociones la llevaban a tropezar con la duda, su corazón le decía que, de entre todos los caminos que conducían a Colin Webb, ese era el único correcto.

—No, por favor, deja a Elliot fuera de esto... es más, cuando lo pienso, ustedes también deberían hacerlo. —La conversación, con sus idas y venidas, le había otorgado el privilegio de otra perspectiva—. No estoy aquí para que me ayuden a buscar una salida, aunque por momentos así lo parezca, con que me escuchen, me es suficiente. ¿Creen que podrán hacerlo?

—Depende —alegó Vanessa.

—¿De qué? —la pregunta de Emily fue acompañada por las miradas de Cameron y Miranda.

—¡De si vamos a tener que comprarte un regalo de bodas! Detestaría perder tiempo en vano.

La señorita Cleveland era el veneno y el antídoto, era la tormenta y el arcoíris... era la que provocaba los más amargos pensamientos y, a la vez, los alejaba con un simple soplido.

Emily rio, todas lo hicieron.

—No sé tú —dijo Miranda a Emily—, pero a mí me vendría bien ese coñac.

—A mí también —convino Vanessa.

—Yo no tengo más alternativa que el té... pero, ¿tú qué dices? —preguntó por último Cameron a Emily.

Con que escucharan, le era suficiente. Por supuesto que lo era.

—Un poco de coñac me sentaría de maravillas.

Tal vez, por esa vez... los caminos podían conducir a Emily Grant.

∞∞∞

Colin también se enfrentaba a una batalla sentimental consigo mismo, la desventaja en él era que nadie hacía hipótesis al respecto, ni lo abofeteaban con discreción para acomodarle las ideas.

También, lo paradójico del asunto era que el único que necesitaba de eso era él. Estaba solo con su dolor, con la culpa, la insatisfacción y con una razón que obligaba al corazón al silencio a punta de espada.

Cometía error tras error, tenía la inteligencia para reconocerlo, y la terquedad necesaria para negarlo. Poner su amor a prueba era una trampa mortal, y justamente eso era lo que estaba haciendo. El compromiso le abría, de par en par,  la puerta a Emily Grant, las excusas ya no eran requeridas; un paseo en carruaje, un encuentro de media tarde, una cena familiar, todo ello entraba en el catálogo del cortejo.

Si Elliot Spencer había sido el futuro esposo más feliz de Londres, ¿qué le quedaba a él? ¿El pretendiente más comprometido de la ciudad? No, la ciudad le quedaba pequeña. El país también... ¿el continente? ¡Ni hablar! Lo que sentía se extendía más allá, rozaba el firmamento, y rumoreaba con la luna.

—¿High Park, en serio? —masculló Emily por lo bajo para no ofender a nadie. Colin se encontraba junto a ella. No se despegaba de su lado por nada del mundo. Estaban en plena caminata de mediodía, en el momento de mayor concurrencia—. ¿A quién se le habrá ocurrido tal maravillosa idea?

—A mi madre —le susurró a sabiendas de que ella se pondría roja como una fresa por la vergüenza. Era una mentira más, otra de las tantas, la idea de la excursión había nacido de él—. La noticia de nuestro compromiso ya ha recorrido las esquinas de todo Londres, y ahora requiere de confirmación para los incrédulos.

La actividad matutina incluía a Lady Sutcliff, Sandra, Zachary y Daphne. Por supuesto, todos y cada uno de ellos le otorgaba la distancia a la pareja de tórtolos, situación que les permitía conversar sin reparos.

—¿Incrédulos? —Emily le permitió al sarcasmo salir a flote—. ¿Me quieres decir que aquí hay gente que no cree en nuestro compromiso?

—Em... vamos —intentó reprenderla con dulzura.

—Lo bien que hacen —finalizó en un susurro apenas audible para él.

—Necesitamos de esto, y lo sabes.

Era horrible, y  Colin se detestaba por ello, pero era parte de la realidad social que ella cargaba consigo por haber nacido mujer. Debía exhibirse, como una muñeca de vitrina, como un objeto a adquirir. Así funcionaban los matrimonios en la mayoría de los casos, las excepciones eran pocas, y una de ellas caminaba unos cuantos metros adelante y lo había traído al mundo.

—Lo siento, tienes razón. Ahora que lo mencionas... Lord Villers me ha enviado un precioso ramo de flores con unas bellas palabras.

—¿Bellas palabras? —carraspeó.

El fuego le quemó las mejillas, por suerte podría echarle la culpa al sol, brillaba fuerte y en lo alto.

—Mi madre casi se desmaya... —Emily rio ante la anécdota —. Imagínate, ¿otro pretendiente?

—Em, ¿qué bellas palabras?

Era lo único que le importaba, las quería recordar para golpearlo en honor a cada una de ellas. ¿Cómo se atrevía? ¡Desgraciado!

—Apenas las recuerdo, Colin... —Los dedos de Colin se enredaron a los de ella para detenerla.

—El conde de Jersey te duplica la edad, Emily.

—Y también es viudo... —agregó ella con una liviandad tal que le crispó los nervios a Webb—, y tiene dos hijos. ¡Mejor imposible!

Él ardía, ella ardía. Compartían el mismo fuego, uno que los consumía a fuerza de deseo. ¿Cuánto tiempo podían extender un compromiso? ¿Dos meses? ¿Tres? ¿El resto de su vida? Lo último. ¡Tenía que ser lo último!

—¿Qué pretendes decir?

—Que el hecho de que conciba o no a su heredero no es una condición fundamental para casarse conmigo.

Lo destruía. Con su cercanía, con sus palabras. Cuando ella ya no estuviese a su lado... cuando estuviese en brazos de otro, ¿qué quedaría de él?

—Em, esto lo hago por ti, para procurarte...

—No, lo haces por ti, Colin —lo interrumpió dueña de un ímpetu que le paralizó el corazón—. Miéntele a todos, miénteme a mí... pero no te mientas a ti. Tú estás haciendo tu parte tal cual lo planeaste. ¿Y qué si es Lord Villers? Él o cualquier otro, da igual para mí, ninguno de ellos eres tú.

¿Cómo no besarla? ¿Cómo? ¡Al diablo Londres, la nobleza, su apellido... el condenado protocolo! La besaría ahí, y que todos los vieran. Les robarían el apodo a los Bridport... ellos serían el nuevo escándalo de la ciudad.

—¡Ey, ustedes dos... no se abusen! —Daphne, que se valía de la compañía de Zach para hacer la experiencia más entretenida, les llamó la atención—. Ya tendrán suficiente intimidad cuando sean marido y mujer —dijo interponiéndose entre los cuerpos que estaban al límite del roce—. ¡Emily, ven! —dijo brindándole el brazo—, creo que vi a Darlene Holly por ahí...

—¿Darlene Holly? —preguntó correspondiéndole, se notaba que quería huir de él.

—Sí, la amiga de lady Anne —le susurró—. ¡Vamos a restregarle tu compromiso por la nariz!

Colin no tuvo más alternativa que la compañía de Zachary.

—Debo confesar que el estilo de cortejo inglés me resulta muy entretenido. —Zachary habló sin invitación a conversación—. Creo que voy a experimentar con el mismo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Colin saliendo de la nube gris de sus pensamientos.

—Lo que se interpreta, voy a cortejar a una muchacha inglesa... ¿conoce a alguna, milord? —La pregunta tenía doble intención, Colin lo percibió de inmediato.

—¡No! —fue tajante.

—Yo creo que sí —dijo guiando su mirada a Daphne—. Podríamos hacer extensiva la unión familiar, Grant y Webb por partida doble. ¿No te parece maravillosa idea... Colin? —El tuteo cumplió con su función, alterar al futuro conde.

—¡Ni se te ocurra, me has oído! —El roce de cuerpos hizo acto de presencia, el pecho de Colin chocó contra el de Zach—. Deja en paz a mi hermana, si te atreves a jugar con ella...

—¿Qué? —lo interrumpió respondiendo el empujón con otro. Ya no había aires de broma en Zachary—. ¿Dime qué vas a hacer? ¡Quiero saber así lo implemento contigo, maldito imbécil! ¿Acaso tú eres el único que puede jugar con hermanas?

El puño de Colin estaba listo para ir directo al rostro de Zachary Grant, sin escalas. Si no lo hizo, no fue por cobardía, sino por la amarga sensación que le ocasionó lo oído. ¿Zachary Grant estaba al tanto de la fantochada que era el compromiso entre él y Emily?

—Te quedaste mudo... y eso significa una sola cosa: no puedes desmentirme. ¿Quién juega con quién ahora? —Se acercó lo más que pudo a él para susurrarle—. No sé qué pretendes con esto, no me interesa, solo ponle un fin antes de que sea demasiado tarde. ¿Me oíste, Webb?

—Fuerte y claro... tanto, que no me importa en lo absoluto. —Volvió a empujarlo. No podía negar que la postura que el joven Grant exponía era correcta y justificable, aun así, no desistiría, él tenía sus motivos.

—Perfecto... —dijo Zach aflojado el nudo de su corbata—. Entonces voy a molerte a golpes aquí mismo hasta que te importe.

—¿Tú? ¿Molerme a golpes?

—Sí, imbécil... te mereces esta golpiza desde hace semanas. —Estaba a pasos de quitarse la chaqueta.

El deseo de pelea era compartido.

—Espera —dijo Colin colocando una mano en el pecho para inmovilizarlo—. Tú quieres esto... yo lo quiero, pero aquí no; tú serás un bárbaro americano, yo no… y los hombres aquí presentes tampoco, en segundos se interpondrán para separarnos.

—¡Con segundos me es suficiente, Webb! —Zachary estaba en llamas.

—Eso ya lo veremos, pero insisto, no aquí... en un ring, como corresponde. El que se mantenga en pie, gana. ¿Qué me dices?

La mirada de Zach se perdió en la lejanía, y ahí se quedó por unos segundos, perdido. De la nada, regresó en sí. Una mujer, que no era su hermana, parecía demandar de él un porte de caballero. Quizá Colin podía anotarse el punto por su retórica y su capacidad de convencimiento, pero no era él quien había serenado al californiano, sino una mirada de ojos azules que lo contemplaba, lo quemaba, lo invitaba.

—Si gano, terminarás con esto... te alejarás de mi hermana para siempre. —Extendió la mano a él para sellar el encuentro.

—Si ganas, así lo haré —finalizó correspondiendo el apretón de manos.

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