Emily

Emily


Capítulo 13

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Capítulo 13

El gran club de la mentira fundado por el par de tórtolos más famoso de la ciudad seguía sumando miembros, a Zach y a las muchachas americanas se les había adosado Elliot y, en breve, obtendría la membresía la figura femenina que restaba: Daphne Webb.

Era de esperarse que la jovencita, cuya belleza solo era menoscabada por su intrépida agilidad mental, descifrara de un momento a otro la realidad que se ocultaba bajo las alfombras de ese compromiso.

En los últimos días, Emily Grant se había convertido en una presa difícil de cazar. Los argumentos para sus negativas a una tarde de té o un paseo de media mañana hallaron su justificación en la innumerable lista de preparativos de compromiso. Ahora, ya con el suceso transformado en anécdota, la joven Webb no entendía el porqué de la distancia forzada de su amiga, esa que estaba a meses de convertirse en su familia.

El evento de la noche en lo de Lady Thomson, una fiesta de presentación de una debutante de la cual apenas había oído hablar, le brindaba la oportunidad para llegar a Emily sin evasivas, porque no era tonta, eso era lo que hacía la señorita Grant, y no solo ella, también su hermano. Colin se valía de su comportamiento indecoroso en el White para finalizar cualquier posible conversación. No requería de muchas piezas para armar el rompecabezas, en especial, porque acababa de darse cuenta de que no existía ninguno. Sufría de la sobreprotección de Colin desde temprana edad, y si de algo estaba segura también, era de que su hermano no lidiaba muy bien con los celos, demás estaba esperar que trasladara esas «cualidades» a su futura esposa. ¿O no? ¿Desde cuándo Lord Colin Webb permitía que un coro de lores solteros rodeara a su prometida con cánticos de conquista en los labios? Ella se sentía incómoda y molesta ante tal espectáculo. ¿Y Colin? Colin se encontraba en el otro extremo del salón, mordiéndose los labios al contemplar lo mismo. ¿Qué demonios estaba sucediendo ahí?

—Necesito hablar contigo —susurró al oído de Emily ni bien estuvo a centímetros de ella. Saludó a los presentes—. Lord Wadlow... Lord Hemsley... Lord Lowell. —El último apellido abandonó su boca con hastió, se veía en la obligación de actuar en nombre de su hermano. ¡Aléjense aves rapaces, han llegado tarde!—. Si nos disculpan, la señorita Grant y yo debemos encargarnos de unos asuntos.

—Por favor, milady. —Lord Hemsley le abrió camino a ambas.

—Antes de marcharse, señorita Grant —Lord Lowell se dio el permiso de interrumpir la partida—, recuerde de reservar un baile para mí.

Emily, a pesar de que trataba de huir de Daphne a cada momento, se hallaba feliz de su intromisión. ¡Dios, algunos lores eran comparables a las sanguijuelas!

—Por supuesto, Lord... —dijo con las manos temblorosas en busca del carnet de baile.

Aunque le doliera, ella debía seguir con su parte de la farsa, requerían de un buen motivo de separación, uno que todavía no habían pensado. ¿Quién se llevaría el premio mayor? Colin insistía en que fuese ella la que pusiese un fin al compromiso. Emily opinaba la opuesto, él tendría que hacerlo, de lo contrario... ¡Nadie lo creería! ¿la joven americana? ¿la que babeó por él desde su arribo a Londres? ¿esa americana rompiendo el compromiso? Ella estaba en lo cierto, y él en desacuerdo. Como fuese, no encontraban el punto intermedio.

—Lo siento, Lord Lowell —Daphne finalizó por ella, tomó el carnet de baile de Emily como si fuese el suyo—. En otra oportunidad será, ya está completo —finalizó alejándola a la rastra.

—¿Completo? —musitó Emily dejándose manipular por la muchacha—. Mi popularidad no ha crecido tanto.

—¿Y desde cuando a ti te importa la popularidad? —alegó una vez que llegaron a los ventanales que se comunicaban con los jardines. Ahí tendrían la tranquilidad necesaria.

—No me importa...

—De ser así, demuéstralo y deja de sonreír a cuánto lord se te acerca. —Estaba poseída por el espíritu Colin.

—¿Y eso me lo dice la especialista en sonrisas? —El motivo del comportamiento de Daphne pasó a segundo plano. Emily no estaba de humor para ello. Ninguna de las dos lo estaba—. ¿Qué te sucede? ¿Qué bicho te ha picado? —Era necesario poner los puntos sobre las íes.

—¡Eso mismo me pregunto yo! Llevo días tratando de llegar a ti...

—He estado muy ocupada —dijo esquivando su mirada.

—Sí, siendo cortejada por otros lores... ¿Acaso estás contemplando la posibilidad de otro hombre, Emily?

—¡No! ¡Por supuesto que no!

Jamás sucedería, su corazón, su cuerpo, no aceptarían a nadie más. Le pertenecerían a Colin hasta el día de su muerte. Solo seguía el juego pactado por él, porque todo se trataba de él, incluso la satisfacción de creer que estaba haciendo lo correcto.

—¿Qué está sucediendo, entonces? Porque algo sucede, no me lo niegues. Algo cambió desde ese maldito enfrentamiento entre Zach y Colin. —Un par de minutos junto a Emily le bastaron para despejar las dudas de sus pensamientos—. ¡Estuve días sintiéndome mal conmigo porque me hacía responsable de cada uno de los cortes y magullones de Colin!

—Deja a un lado el dramatismo, Daphne, conmigo no te sirve. —Fue dura con ella. Cuando la verdad saliera a la luz, Daphne sería la primera en odiarla. Dilatar el sentimiento no tenía mucho sentido.

Emily Grant era un auténtico tesoro, de esos que llegan a oídos de los expertos de la mano de lejanos rumores, su problema era que el mapa que trazaba el camino a su riqueza estaba marcado por cada una de sus expresiones, de sus palabras, de sus silencios. Para aquellos que se habían embarcado en la búsqueda de su conquista, llegar a ella era una tarea agotadora, pero sencilla.

—Te equivocas, me sirve lo suficiente como para darme cuenta de que tú, no eres tú... —resopló al reconocer que no se había equivocado. Una tormenta se avecinaba—. Y mi hermano no es mi hermano. Por momentos lo es, cuando está contigo... luego te marchas, y desaparece. Lo noto en él, en los dos... ¿Cómo se puede amar y sufrir al mismo tiempo? —No era tonta, ni ciega, todavía cargaba con una dosis de inocencia, solo eso—. Es como saborear la decepción de antemano, Emily... lo sé. No voy a hablar en nombre de tu corazón, tampoco en nombre del de Colin, solo del mío, porque ¿sabes qué? Sus corazones no son los únicos puestos en riesgo.

De a una, las víctimas colaterales caían a sus pies.

—Daphne... —quiso interrumpirla, disculparse por el exabrupto de segundos atrás. No se lo merecía. Ella no lo permitió.

—No, lo que sea que vayas a decir, solo dilo si es la verdad. —La joven Webb utilizó el ultimátum.

La mentira dolía, pesaba, y como una pequeña bola de nieve en plena avalancha, crecía... pronto los derrumbaría a todos.

A Daphne, el silencio de Emily se le hizo perpetuo, lo que le hacía presuponer que la verdad era difícil de digerir para la californiana.

—Por lo visto, alguien te ha comido la lengua... y no precisamente los ratones. —Desvió la mirada en dirección a su hermano que, atento, las observaba desde el otro lado del salón—. No te preocupes, no necesitas de palabra alguna, yo hago las preguntas, tú solo asiente... ¿de acuerdo? —La puso a prueba.

Los días de su mentira estaban contados. Asintió.

—Lo primero, solo para confirmar que no mientes —Buscaba un verdadero «sí»—. ¿Amas a mi hermano?

La respuesta era de conocimiento popular. Emily lo confirmó con un delicado movimiento de cabeza.

—¿Colin te ha contado su secreto?

La comunión de miradas no se hizo esperar. Esa información era lo más importante de todo, de hecho, Daphne había oído a sus padres hablar al respecto, por eso el afecto hacia la americana había crecido de manera exponencial para los Sutcliff y estaban ansiosos de recibirla en la familia.

Emily asintió.

—¿Y aun así piensas casarte con él?

No hubo movimiento de respuesta. No existía uno. ¿Cómo explicarle que ella estaba dispuesta a todo con Colin, pero él no.

—¡Emily! ¿piensas casarte con él? —le reclamó.

—No... no Daphne. ¿Quieres la verdad? ¡No voy a casarme con él!

¡Al diablo con la mentira! ¡Al diablo con la verdad! No había lugar para nada más. La noche en brazos de Colin no había sido más que una condena. No se arrepentía, le había entregado todo, y cuando ponía en perspectiva lo que había ocurrido, la que salía perdiendo en ese mundo de hombres era ella. Podía esperar y aceptar el desprecio de cualquier hombre, de todos, pero no de él. Culpa y desprecio de sí mismo, podía oler ese perfume en Colin, un perfume que, de manera irremediable, le inundaba las fosas nasales para intoxicarla sin piedad. Lo que había sido la mejor noche de su vida, amando y dejándose amar, se había convertido en un abrupto desenlace entre ellos.

—¡No voy a casarme con tu hermano porque él así lo ha decidido! ¡Porque no se siente un hombre completo, y teme arrastrarme a ese vacío con él! Porque cree que lo que él considera conveniente para todos es lo correcto, y eso significa armar esta fantochada de compromiso para que otro hombre se interese en mí, algo que, por lo visto, le funcionó. —Estallar de esa manera conteniendo las formas fue una tarea que requirió de su máxima destreza. Lo logró, la conversación no traspasó los límites establecidos. Respiró para recuperar la calma. No la consiguió, Colin atravesaba el salón en dirección a ellas. —Amo a tu hermano, lo amo como nunca pensé que se podía amar a alguien, y nada me haría más feliz que pasar el resto de mi vida a su lado... pero no, Daphne, no voy a casarme con él. ¿Eso responde a tu pregunta?

¡Condenadas lágrimas, no se atrevan a salir! ¡No, no lo hagan!

Tarde, la vista se le nubló. No quería dar un espectáculo por adelantado ante la nobleza británica, debía guardarse lo mejor para el día en que se bajara el telón.

—Em... Emily... —Daphne no podía creer lo que había oído. ¿En qué demonios estaba pensando su hermano? Quería ahorcarlo por idiota, por hacer que Emily derramara esas lágrimas.

—Permiso —dijo apartándola, un par de pasos la separaban de Colin, y no quería enfrentarlo—, necesito ir al tocador.

—¡Deja que vaya contigo, por favor! —La pena se deslizaba en sus palabras.

¡Más culpa Webb! ¡Lo que le faltaba! No, ya tenía suficiente para toda la vida.

—No, necesito estar a solas...

Huía, podía notarlo, y Colin no se lo reprochaba. Le había fallado y mentido por partes iguales. ¿Cuál sería su excusa ahora? Porque un buen matrimonio ya era algo desestimado, lo sabía, él le había robado esa posibilidad. Con ella todo era un paso hacia adelante, y veinte hacia atrás. Era como si una extraña fuerza sobrenatural se empecinara a empujarlo a aquel instante, a aquel día, ese en el que Emily Grant había aparecido en su vida. Llevaba las últimas noches haciéndose la misma pregunta, si pudiese volver el tiempo atrás, ¿qué haría? Lamentablemente, la misma respuesta se repetía como un eco en su mente y en su corazón: la amarías, eso harías.

Emily era su laberinto personal, estaba atrapado en ella, y cuando silenciaba a los absurdos de su razón, reconocía que lo estaba porque así lo deseaba.

Había amado a su cuerpo por pura necesidad, y lo había marcado con sus besos porque quería que el mundo, y cada condenado hombre viviente en él, lo supiera: la había amado primero.

Necesidad y egoísmo. Otra combinación explosiva que no medía las consecuencias.

—¿Qué le has hecho? —le demandó a su hermana.

Daphne no pudo más que doblarse en una irónica carcajada.

—¿Y tú lo preguntas? No te hagas el inocente, Colin, ese papel ya queda relegado solo a Thomas. ¿Cómo pudiste? —dijo golpeándole el pecho con su abanico, cuando no estuviesen en público, lo abofetearía con gusto—. ¿Cómo pudiste jugar con su corazón?

—No es esa mi intención... solo quiero que ella... —Estaba preparado para eso, tenía el discurso armado a la perfección.

—¡Calla, ya! No vengas a interpretar conmigo el papel de buen samaritano. ¿Lo que sea que tengas «planeado» incluía la noche luego del White? —Esa fue una magistral bofetada, la mejilla de Colin se enrojeció sin el contacto de su mano—. ¡Por supuesto que no! Esa parte del plan se gestó dentro de tus pantalones.

De algo estaba seguro, lo que estaba dentro de sus pantalones nada tenía que ver, si por ellos fuese, Emily hubiese compartido más noches de las que pudiese contar a su lado, sería su amante, algo que ella había manifestado en más de una oportunidad.

Se negaba a darle ese lugar, y aquella noche... aquella noche el deseo había gobernado sus pieles gracias a la puja de los corazones.

—No, me conoces lo suficiente como para saber que ese no soy yo. —Defenderse parecía casi imposible. Aun así, lo intentó.

—¡Esa es la cuestión, Colin, te desconozco! Tú te desconoces, es más... creo que lo has hecho toda tu vida. ¿Amas a Emily? —le reclamó esa respuesta que él evitaba una y otra vez—. Es sí o no, Colin. Es tan simple como eso...

Si reconocía que la amaba, si esa confirmación abandonaba sus labios, sellaría un pacto con su corazón sin vuelta atrás.

No le haría eso a la mujer que amaba, no la condenaría a una vida sin futuro.

—Ni siquiera tienes el valor para contestar. —Estaba enojada, ofendida, por Emily, y por cualquier otra mujer que se encontrara en similar situación. Eran víctimas del sentimiento, de lo que se debía hacer, de lo que no. Tomaría nota del rol que le tocaba vivir, el velo del desencanto caía, nada más ni nada menos, que de manos de su hermano—. Repito... te desconozco, pero no importa, solo importa que le pongas fin, hoy mismo. —La joven Webb se cargaba un ultimátum detrás de otro. La realidad pintada de rosa, la única que conocía, comenzaba a cambiar de color.

—Daphne, mantente al margen de esto...

—Hoy mismo, Colin, luego de la fiesta... de lo contrario, yo misma lo haré.

Las lágrimas se quedaron ahí, ancladas en los párpados, recordándole que ya no era la Emily Grant que el esnobismo inglés había bastardeado por lo bajo; era la cien por ciento original, la libre, la que decidía por sí misma, sin máscaras de vergüenza o incomodidad. No le debía eso a Colin, cualquiera pensaría que sí, que él había roto el cascarón del patito feo devenido en cisne, pero no. No era el hombre, era el sentimiento. Amarlo la había convertido en una mujer aún más fuerte de lo que era, capaz de tolerar una vida de eternas tormentas. Nadie podría arrebatarle ese amor, ni el dolor, ni la mentira. Compromiso o no, ese amor le pertenecía a ella.

Contempló su rostro en el espejo, arqueó los labios simulando una sonrisa. ¡Solo un poco más, Emily! ¡Solo un poco más!, se repitió en silencio.

Era reconfortante saber que regresaría a casa más rápido de lo que había imaginado, no sería como ellos, ya no seguiría las normas, ni las aceptaría como un privilegio. ¡Matrimonio por contrato! Matrimonio sin amor sería la expresión correcta. Pensar que antes creía que la decepción de fallarle a sus padres era lo peor que podía sentir. Casarse con un nombre que no amara lo era.

Pensó en Louis, y en lo que todos consideraban como su «maldito enamoramiento» hacia Salma, una de las muchachas del burdel. Era tiempo de reformular ese concepto, dejar de subestimar el sentimiento de su hermano, a temprana edad había descubierto su significado, y aunque la vida y todo su alrededor había cambiado, se mantenía aferrado a un amor que parecía igual de imposible que el de ella. Lo de «imposible» radicaba en la testarudez humana, era necesario aclarar esto último. Junto a Louis tendrían grandes debates de madrugada en torno a ello.

Apretujó sus mejillas con la yema de los dedos, un leve tono rosado le decoró el rostro. ¡Perfecto!

Abandonó la tranquilidad del tocador para retornar al centro del huracán social. Era increíble, meses atrás conseguía las miradas de todos por lo llamativo de su vestimenta, en el presente obtenía lo mismo por el simple hecho de ser la prometida de un futuro conde. ¡No le daban un minuto de respiro, malditos británicos voyeristas!

—Señorita Grant... ¡qué casualidad encontrarla por aquí! —Una voz femenina la sorprendió por la espalda.

El cuerpo de Emily se estacó en el suelo. De todas las voces posibles, esa. Giró sobre los talones para enfrentarla.

—Lady Merrington... —Decir su nombre era comparable a tragar un millar de agujas —. Supongo que en eventos como estos las casualidades no existen, ¿no es así?

¡Maldita embustera, guárdate tus falsas formas para otros! ¿Casualidad? ¡Por favor, no le había quitado los ojos de encima en toda la noche!

—Tiene razón, señorita Grant... ¿o ya debo llamarla Lady Webb? —El veneno salía de su boca, en leves dosis, pero veneno al fin—. Meses más, meses menos...

—Señorita Grant —la interrumpió sin ánimos de extender la conversación—. El título de lady me tiene sin cuidado... —finalizó con una pequeña bofetada directa a su ego. Con algo tenía que darse el gusto.

Alzó unos centímetros su falda dispuesta a alejarse. Volvió sobre sus talones, no pretendía brindarle despedida alguna. Lady Anne la detuvo sujetándola por el brazo.

—Por supuesto que te tiene sin cuidado, muchachita mediocre. —La atrajo hacia ella para gruñir esas palabras en su oído—. Nunca serás una «lady», y no lo digo en sentido figurado, no... yo voy a encargarme de eso.

¿Qué demonio poseía a esa mujer? ¿Hasta dónde llegaba su obsesión?

—¡Suéltame! —le ordenó sin levantar la voz. Lady Anne pasó por alto la orden, y hundió los dedos en la carne de su brazo para darle mayor intensidad al mensaje.

—¿Crees que ganaste, no? ¿En verdad lo crees?

—¡Suéltame, me estás lastimando!

¿Cuánto tiempo podría resistirse? Los puños se le cerraban movidos por la rabiosa adrenalina, pronto no quedaría más que utilizarlos. Sabía defenderse, al estilo californiano, con ojo morado incluido.

—¿Lastimarte? —rebatió liberando una risa maliciosa y su brazo al mismo tiempo—. No, esta clase de dolor no es suficiente para ti. ¡Mereces más!

—¿Qué merezco? —La enfrentó. No le estamparía el puño en el rostro, claro estaba, aun así, no le dejaría el placer de otro triunfo—. ¡Dímelo... dímelo de una vez por todas! Deja de ocultarte detrás de esa cara bonita.

—¡Mereces sufrir por alejar a Colin de mí!

—¡Oh, no, mi querida Anne! —fui irónica y lo disfrutó—. ¡Eso lo conseguiste por propio mérito, acéptalo!

—Para ti soy lady Merrington, no lo olvides, nunca llegarás ni a la suela de mis zapatos. ¡Ni todo el oro del mundo te alcanzaría para conseguir eso!

Despreciarla, disminuirla... esas eran las únicas armas de ataque que la viuda podía utilizar. Estaba falta de recursos, y por lo visto, lo estaba en todas las áreas. Recordaba la información que Daphne le había dado sobre ella, Lord Merrington no la había dejado en la mejor de las situaciones financieras.

Emily escupió el millar de agujas, y una vez libre del malestar, la golpeó siguiendo las reglas inglesas, utilizando a su lengua como puño.

—La condición de dama te queda muy grande, ambas lo sabemos... —La furia repentina en Anne no hizo más que motivarla a dar lo mejor de sí con su ataque—. Con respecto a lo de todo el oro del mundo, estás en lo cierto, mi familia solo cuenta con una gran parte, nada más. ¡El suficiente para darle una vida de lujos a varias generaciones de Grant! ¿Qué me dices de ti?

Podía ser que lo de Colin fuese una obsesión, existían legítimos motivos, el encanto Webb valía demasiado. De todas maneras, la necesidad primaba en la viuda. Su cuerpo y belleza tendrían una fecha de caducidad, y cuando eso ocurriese, su caudal de amantes disminuiría, de igual manera que sus atenciones.

El golpe de Emily fue certero, abrió una herida. Lady Anne devoró con su ira los centímetros que las separaban. Frente a frente, así la quería provocar.

—¡Colin nunca será tuyo! De eso puedes estar segura...

Sin saberlo, la viuda la derrumbaba con una verdad que no sabía. No, nunca sería suyo. Colin no se casaría con ella.

—¡Y tú también! ¿Quieres saber qué fue lo que lo arrojó a mis brazos? —Eso fue un elixir para sus labios, porque ese pedacito de historia nadie se la robaría: «él, en sus brazos»—. ¡Alejarse de ti!

El amor propio de Lady Anne fue puesto en jaque. Sin reparo alguno, la abofeteó. Emily se llevó la mano a la mejilla, no para sopesar el dolor, sino como muestra de incomprensión. ¿Cómo se atrevía? ¿Acaso estaba loca? ¡Sí, lo estaba!

—¡Desquiciada! —balbuceó Emily.

—¡Sí, una desquiciada que no va a permitir que te quedes con lo que no te pertenece!

Hasta ahí llegaron los buenos modales. La palma de Emily impactó en el rostro de Anne.

—¡Colin no es una maldita posesión!

—Lo es para mí, y voy a recuperarla... ¿sabes cómo? —Su mirada fría erizó la piel de Emily. Esa mujer no estaba en sus cabales—. Así... —dijo arrancando el volado de la manga de su vestido.

—¿Qué demoni...?

Emily fue víctima de un inesperado ataque de estupor. No entendía cómo había llegado a esa situación.

—Así... —continúo arrancando el prendedor de oro de su escote, luego, tiró de su cabello para quitarle las horquillas con perlas—. ¡Que todos vean quien eres! ¡Una sucia, bruta y vulgar muchacha!

—De eso se trata —Emily regresó en sí, ella no era el contrincante que Anne pensaba que era—, de que todos vean la verdad de quiénes somos. ¡Pues que así sea! —finalizó tirando de su gargantilla. Como si eso no bastara, agregó: —No sé quién te la regaló, pero si crees que esto es oro auténtico, te mientes... como en todo lo demás.

—¡Maldita cerda americana!

El apocalipsis se desató a manos de la viuda, empujó a Emily con toda la fuerza de su cuerpo, una que no fue demasiada para la contextura maciza de la californiana. Eso la enfureció más.

Emily podía proyectar el resultado final de esa pelea, y con hacerlo ya era feliz. Rio... no se sumaría a su locura, quería, pero no le daría ese placer. Lady Anne Merrington estaba muy acostumbrada a obtener lo que deseaba, y ella no iba a alimentar esa costumbre.

—¿Quién es la bruta y vulgar ahora? —dijo tomando distancia para lanzar al piso la gargantilla.

—¡No te atrevas! ¡No te atrevas a marcharte!

Le dio la espalda, no más dosis del veneno «Anne». Mejor aún, no más dosis para Colin. Esa anécdota alzaría la barrera definitiva entre ellos.

—¡Te he dicho que no te atrevas a marcharte!

Se lanzó a ella a la carrera, Emily utilizó su cuerpo como escudo para apaciguar la embestida, ambas chocaron contra la pared, pero solo una de ellas cayó de nalgas al suelo como resultado del rebote: Lady Anne.

Sin motivo alguno, la viuda cambió la expresión de su rostro, la furia fue reemplazada por un mar de lágrimas, con ellas levantaba el telón de una nueva obra que iba dirigida a un solo espectador: Lord Colin Webb.

—¡Emily! —Por supuesto que su nombre fue el primero en escapar de sus labios—. ¿Qué ha ocurrido?

—¡Oh, dios santo, Colin! —Anne actúo antes de que el beneficio de la duda se instaurara en el ambiente—. ¡Está loca! ¡Me atacó!

—¿Qué? —El intercambio de miradas entre Colin y Emily fue inmediato, y los dos coincidieron en la misma monosílaba pregunta.

—¡Me atacó porque le dije que llevaba a tu hijo en mi vientre!

Emily esperaba una mentira, ¿qué otra cosa podía salir de los labios de esa mujer? ¿Pero eso?

El estupor que ella experimentó minutos atrás tomó control del cuerpo de Colin. Sus ojos estaban posados en ella, escribiendo en el aire: ¿has oído lo mismo que yo?

Una mentira, quería creer que era una mentira. ¿Podía alguien inventar algo así? No... nadie era capaz de caer tan bajo, ni siquiera Lady Anne.

El final que se ocultaba tras las bambalinas que ellos mismos habían construido hizo su presentación rompiendo el guion preestablecido.

Adiós farsa. Bienvenido dolor.

¿Un hijo? ¡Dios, quería alegrarse por él! La parte racional de ella lo hizo. En cambio, su corazón...

—¡Quiso dañar a mi bebé, Colin! ¡Quiso dañarlo!

Colin se dejó caer de rodillas junto a Anne, huyendo de la mirada de Emily. Deseaba creer cada palabra, pero no lo hacía. Ni él era capaz de engendrar, ni Emily de lastimar. Y, sin embargo, la esperanza lo hacía contemplar las posibilidades.

El corazón de la señorita Grant estalló, dinamitado por la reacción del hombre que amaba. Verlo de rodillas ante Anne, deseoso de creer en el milagro.

Segundos es lo que tardó el íntimo espectáculo en convertirse en la atracción popular de la noche.

Vanessa y Lady Bridport se unieron a la ronda de espectadores, al caer en cuenta que la villana de la historia era Emily, atravesaron los cuerpos para sacarla de allí. Los rumores eran muchos y variados, ninguno podía cavilar siquiera la verdad.

Lady Anne se escudaba en las lágrimas para no entrar en detalles, la compañía de Colin parecía presentarla como la víctima.

—¡Emily, por Dios santo! —Miranda se vio limitada por su rango, tenía que conservar las malditas normas.

Vanessa Cleveland, no. No temió convertirse en la aliada de ese ser despreciable... porque eso se murmuraba.

—Emily, ven... —la instó a moverse.

El cuerpo de Emily se había convertido en piedra. Su rostro estaba fijo en una única dirección: Colin y Lady Anne, sumidos en un abrazo. Ella se aferraba a él entre lágrimas.

Vanessa recurrió a la fuerza, tomó su rostro para girarlo con violencia al suyo. Emily no tuvo más opción que descargar el peso de su dolor en la señorita Cleveland.

—¡Mírame a mí! ¡A mí! ... No permitas que lleguen a ti —le susurró—, no lo permitas.

Le brindó el sostén de su brazo, Emily respiró, se entregó a ella. Avanzaron un paso, luego otro...

—Trata de no tropezar, por favor... recuerda, si tú caes, yo caigo contigo.

Una lágrima recorrió su rostro, solo una lágrima derramaría... tenía el resto de su vida para las demás. La apartó de su mejilla con un simple movimiento de mano.

—Así es, mentón en alto... —intentó infundirle fuerzas Vanessa—. Mentón en alto, señorita Grant.

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