Emily

Emily


EMILY

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EMILY

 

CAPÍTULO I

 

En el bosque recostada en un árbol tocaba el arpa, me gustaba armonizar con el sonido del trinar de los pájaros. Cantaba una balada suave y dulce, me impregnaba de los olores de las flores con el rocío de la mañana. Me dejaba llevar por sueños imposibles. Hacía tiempo que mi vida se había acabado y mi espíritu todavía vagaba en la tierra.

No comprendía el tiempo que llevaba en este bosque encantado. Suspiré al terminar mi composición. Iría a pasear por la hierba y a recoger bellas plantas para adornar la casita de madera en la que vivía.

Caminando por el borde del estanque para coger algún nenúfar, vi reflejada mi imagen. Parecía una ninfa de un cuento de hadas. Mi cabello era muy largo, rubio y ondulado, me había peinado colocando una bella flor roja en el pelo, para retirarlo de mi rostro. Mis ojos eran azules cristalinos enmarcados en largas pestañas y cejas más oscuras bien perfiladas. Mi nariz recta y mi boca generosa, al sonreír mostraba unos dientes muy blancos, mi piel era como el color de la luna, mi figura estilizada se remarcaba con un vestido vaporoso blanco de gasa.

Introduje mis finos dedos de mi pálida mano y removí el agua. No quería verme como el espíritu que era.

Seguí caminando como si flotara, mi cuerpo no pesaba nada, mis descalzos pies nunca se dañaban. No sabía cuánto tiempo llevaba en esta forma incorpórea. Podía danzar sin parar que nunca me cansaba. Saltaba de piedra en piedra y si me encontraba con algún animalito le hablaba.

Me dirigí hasta la casita con mis flores aromáticas, aspiré su fragancia y sonreí, por lo menos el perfume del bosque que me rodeaba lo podía apreciar, ya que no comía ni bebía. A veces nadaba y me sumergía en el fondo del lago, hoy no estaba muy animada.

¡Cuánto daría por tener un poco de compañía! Pero jamás nadie me había podido ver; alguna vez algún excursionista se había adentrado hasta mis tierras pero ni siquiera era capaz de encontrar mi morada.

Al principio de convertirme en un fantasma, era feliz porque disfrutaba de mis pequeñas posesiones que tenía: mi arpa, mis libros y mi hogar. Pasaban los días y me sorprendía que nunca variara de aspecto, y ni siquiera necesitara alimentos. Me tumbaba en la cama, no para dormir, si no, por aburrimiento. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi vida ya no me pertenecía, algo muy grave debió de ocurrirme para que mi alma y mi cuerpo no estuvieran juntos.

Visité el cercano cementerio de la aldea.

Con estupor contemplé mi tumba, había muerto a la edad de veinte años. En la lápida de mármol, había una única inscripción: “Aquí yace una joven desconocida que encontramos en el lago flotando como una ninfa”

Qué tristeza que nadie me recordara. Siempre he vivido aquí aislada, no recuerdo otro sitio donde antes estuviera. Únicamente sabia mi nombre, como si alguien en susurros me hubiera llamado: “Emily…”

Era un misterio, no tenía pasado, ni presente, ni futuro ¿De dónde habría venido? ¿No sería un ser humano? ¿Pero quién me había creado? Ningún rostro venía a mi mente. Ni padres, ni hermanos, ni amigos.

Me sentía muy triste en mi casita, rodeada de un frondoso bosque con algún animalito que me hacía compañía.

Nadie me veía, ni me hablaba. Pensé en mi absoluta soledad abandonada… Unas lágrimas cristalinas en forma de pequeños diamantes se derramaban por mi cara.

Entré en mi pequeña morada y con mucha pena me recosté en mi cama. Seguí sollozando no podía parar, no tenía respuestas a mis angustiosas preguntas: ¿Por qué mi existencia era tan vacía? ¿Por qué mi cuerpo lejos yacía? ¿Por qué no tenía vida?...

Se abrió la puerta de mi morada.

-¿Por qué llora señorita? ¿Alguien le ha hecho daño? He escuchado su terrible pena y me he acercado.

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