Ema

Ema


Capitulo Dos

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¡Malditas novelas rosas!”

 

 

 

 

Abro los ojos cuando escucho el despertador sonando… por tercera vez. Me estiro en la cama para acallarlo y darle un manotazo al aparato infernal y me levanto rápidamente. Nunca he sido de las que se levantan y se desperezan como en las películas. Aún con la mayoría de mis neuronas dormidas, uso la única que parece estar despierta, para no tropezar con lo que hay tirado en el piso de mi habitación, mientras voy tomando a la pasada un pantalón de gimnasia gastado y una camiseta con la frase: lo que vez no es gordura, es relleno extra dulce. En el mismo momento en que noto cuan difícil puede ser colocar un pie delante de otro la mañana siguiente a una salida, recuerdo lo que había hecho por la noche. No podía sentirme tan mal, era hasta bochornoso, había vuelto a casa a las dos de la madrugada; no es como si hubiera pasado toda la noche despierta, y no había tomado nada de alcohol.

Esta dicho que me estoy volviendo mas vieja. 

Aunque pensándolo bien, tal vez me hubiera ido mucho mejor si hubiera bebido uno o dos cocteles. Tal vez unos cinco o seis. Aun así, sin el alcohol de por medio, noto que me faltan una buena cantidad de horas de sueño.

Unas diez, o doce. Nunca están de más.

Comienzo a alistarme para salir de la habitación y empezar el día. Cuando menos lo pienso, me encuentro tarareando una canción, que no recuerdo haber escuchado. Al igual que hace mi madre desde que tengo memoria. Al principio solía reírme de mi misma al encontrarme haciendo lo mismo de lo que tanto me reía de niña, pero con el tiempo, lo asimile como un gen familiar.

Desde que puedo recordar ella siempre se levanta tarareando, es como si apenas pusiera un pie en el suelo, se le encendiera una radio mental que solo ella puede oír, y comienza a cantar. Y después de años de reírme de esa manía, el maldito karma parecía volverse contra mí.

Entre bostezos, lo primero coherente que mi mente consciente piensa,  es en café. Me hará falta mucho café para mitigar el sueño que parece no querer soltarme.

Desperezándome voy directo al baño, de camino prendo la cafetera y abro las cortinas. Entrecerrando los ojos, me detengo un momento a ver a todos los que han salido a caminar y correr esta hermosa y fría mañana soleada.

Siempre los observo desde mi ventana, preguntándome ¿Qué fuerza maligna puede impulsarlos a salir a caminar o correr a las siete de la mañana? A mi se me hace difícil caminar y bostezar sin morderme la lengua, no me imagino corriendo a esta hora.

Simplemente no lo entiendo. Es algo más de lo que anoto mentalmente como: Cosas que nunca entenderé.

Compruebo de reojo que el café empieza a hacerse y sigo cantando mientras pienso que nadie les advierte a las mujeres, que al cumplir los treinta los años  ya no soportarás como antes las salidas nocturnas.

Cris sale de su cuarto en el momento en que me meto al baño.

Aun sigo un poco molesta por el berrinche de anoche, así que me tomo todo el tiempo para arreglarme, hasta que me veo aceptablemente bella. Me peino el cabello en una coleta alta que resalta mis pómulos altos, me maquillo los ojos con una sombra suave y me los delineo, resalto los pómulos con un poco de mi nuevo rubor y voila!, lista.

Vuelvo al dormitorio cuando lo oigo en la cocina. Me visto con un Jean ajustado gris y unas botas bajas, la camisa blanca con el logo de la clínica, y una chaqueta. Cuando salgo Cristian esta en el baño, se que no podré evitarlo por mucho tiempo, el departamento no es tan amplio como para que lo haga. Paso de largo malhumorada recordando nuestra discusión una y otra vez.

Ya bastante tengo con mis propios problemas para sumarle los de él, pienso frunciendo el ceño. ¿Quién demonios se cree para criticarme?

Lo oigo salir pero lo ignoro dándole la espalda. Sus pasos se acercan lentamente mientras me concentro en ver caer el café.

—Buen día —me susurra y asiento sin girarme. Casi puedo sentir su mirada penetrante, pero no pienso darle el gusto. Tengo sueño y estoy enojada con él, que lidie con eso.

Me sirvo un café mientras lo ignoro aun con más énfasis. Y si hay algo en lo que soy buena, es ignorando a la gente, y él lo sabe. Lo malo, es que después de un año conviviendo sabe el método para evitar ser ignorado: invadir mi espacio personal.

Silenciosamente se coloca detrás mio y apoya ambas manos en la mesada, dejándome atrapada entre sus musculosos brazos enfundados en una camisa blanca. Siento su respiración en mi cuello y su boca se acerca a mi oído.

—¿Me vas a perdonar? —Pregunta, como si no supiera la respuesta.

—No lo sé —respondo intentando sonar dura y altiva. —Estoy cansada que todo el mundo me reproche algo.

—Eso es por que eres demasiado buena para estar así.

Me giro automáticamente, aun acorralada en sus brazos. La magnifica imagen de su rostro me desconcentra por un segundo. Se que acaba de afeitarse y su fragancia invade mi mente intentando embotarla, pero me resisto a claudicar. Estoy cansada de los reproches de todo el mundo, además, ¿Qué mierda significa “estar así”? esas palabras son tan irritantes como cuando vas a una reunión, donde la mayoría de las mujeres son casadas y con hijos. Irremediablemente siempre terminaran diciéndote alguna frasecesita como: claro, pero tú no lo entiendes, tú por que aún no te has casado, por que aún no has tenido hijos… y cosas así.

—Y ¿cómo se supone que estoy?

—Estas sola, trabajando, ocupando el tiempo en no pensar en ti, eso haces —mientras sus ojos verdes me taladran, con un dedo me acaricia la mejilla dulcemente y mis defensas se van al piso —sin mirar a los hombres que realmente quieren estar contigo. Creo que mereces algo mejor.

—Sabes, yo también lo creo, —afirmo, y levanto la barbilla —por eso no me conformo como todos los demás —añado y me cruzo de brazos, dejando que mis palabras le asesten un golpe, pero eso no parece afectarlo. —no voy a conformarme con un idiota.

—¿Era un idiota? —Pregunta, alzando una ceja y con esa voz seductora tan característica de él. Un poco ronca, un poco melancólica, mientras su boca dibuja una media sonrisa que crea dos arrugas en su mejilla derecha.

—Si, —sacudo la cabeza enfatizando mi respuesta. —La próxima vez haré una lista, la primera pregunta será, ¿Cómo te sientes en cuanto a tu ex?

—Deberías hacerlo, ¡no sé de dónde sacas tantos perdedores! —Lo dice de una forma tan fácil, como si de pronto tuviera un cartel pegado en la frente con la frase: Perdedores acérquense. Pero eso no es todo, como si aquello no me hubiera afectado agrega: —Deberías hacer una consulta a un profesional.

—¡Voy a envenenar tu comida! —Gruño irritada y clavándole el dedo índice en el pecho, pero lejos de notar mi amenaza empieza a sonreír y sus ojos se achinan un poco. Siempre que lo veo sonreír, me lo imagino de niño haciendo lo mismo para conquistar a su madre.

No es justo que alguien como él me diga esas cosas, no es justo de ningún modo. ¿¿¿Verdad???

Lo admito, tengo la tendencia a atraer a hombres con problemas con sus exs, pero Cris siempre encuentra mujeres huecas, hermosas, pero huecas.

No es un genio en la materia, en lo que a mi respecta.

—Me alegro que no hayas venido con él, si no, tendría que haberlo golpeado.

—Uno, —digo enumerando con los dedos —ni siquiera lo hubieras visto, así que no podrías haberlo golpeado y dos, anoche no dijiste eso. —Me quejo airadamente.

—Solo por que no me llamaste y decidiste actuar el papel de la victima perfecta caminando por la calle a las dos de la mañana —responde aun sonriendo. —Y además, no tuvo la hombría para traerte segura a casa.

—¡Oh no! De ningún modo quiero que sepa donde vivo, y ya sabes por que no te llamé. No esta bien que cada vez que algo ocurra te llame, yo no soy como las otras, puedo arreglármelas sola, además iba atenta a todo, e hice defensa personal. —Añado orgullosa de poder valerme por mi misma, al menos en algo. Pero lejos de sentirse orgulloso por mí, tan solo lo hace fruncir el ceño.

—No tienes remedio —Se aleja lentamente sacudiendo la cabeza.

—¿Y ahora que dije?

—Debo irme o llegare tarde al trabajo. —Se metió en su cuarto sin responder a mi pregunta, así que vuelvo a lo que estaba haciendo. Endulzo mi café y le doy unos sorbitos, aun tengo tiempo así que me siento tranquila en nuestra hermosa barra.

Cris vuelve a salir, enfundado en su traje y un abrigado sobretodo y se me acerca. Automáticamente como desde ya un año, me giró para anudarle la corbata.

Es como un ritual de todas las mañanas.

A veces no entiendo si es que simplemente no sabe como hacer un nudo o es que ya somos lo más parecido a una pareja de ancianos con años de matrimonio.

—Estas muy linda hoy. —Mis manos tiemblan cuando rozo su cuello, pero sigo concentrando en mi trabajo.

—¡Ya!, —digo mientras admiro mi obra evitando pensar en sus palabras. Es un nudo de corbata Pratt, o también llamado Shelby. Es mi nudo James Bond, el mismo que usa Daniel Craig, aunque lo inventó un tal Jerry Pratt. —Estas listo para romper corazones.

—No quiero que te rompan el corazón —murmura tiernamente y me acaricia la mejilla nuevamente, mis ojos conectan con los suyos cuando lo miro.

Yo tampoco quiero que me rompan el corazón, pero me niego a decirlo en voz alta.

Me da un beso en la frente, recoge su maletín y antes de salir se frena con la mano en el picaporte.

—¿Cómo se llama este? —Señala mi obra de arte en su corbata.

Al principio solía simplemente hacerlos, me gustaban esas cosas así que los había memorizado y había comenzado a anudar su corbata, pero al parecer no era la única que sabia de nudos de corbata y los tipos de la oficina habían empezado a preguntarle a Cris por sus nombres.

—Pratt, pero diles que es el nudo del nuevo james Bond. —Le aseguro sonriendo.

—Eso me gusta —murmura con una sonrisa resplandeciente, me guiña el ojo y me lanza otro beso y se va.

Me tomó unos minutos para revisar mis e-mails y llamar a Ana.

Ella no solo es mi mejor amiga, si no también mi hermana, adoptada, por decisión propia, aunque mi familia la adoptó también. A veces creo que ella les gusta más que yo. Tengo la leve impresión, de que la ventaja se la da la pequeña de ojos verdes y rulos rojos de su hija. No se por que.

Nos habíamos conocido años atrás y ahora no imaginaba mi vida sin ella y sin su demonio de rulos colorados que puede volver loco hasta los santos.

Es editora de una revista, se dedica a la selección de escritos y a pinchar las ilusiones de pequeños escritores.

Yo le digo que es una perra pincha ilusiones, tan solo para hacerla enojar, a lo que ella simplemente responde: ¡no todos tienen el don, Ema, algunos son genios, otros… no!

La pongo al tanto de lo que pasó anoche y como siempre tiene una explicación para todo, incluso para el mal humor de Cris.

Y odio que haga eso.

Ella rellena los vacíos con un montón de: ¡Oh! ¿En serio? ¿No crees que estas exagerando? Pobre chico, no tienes corazón y el resto de cosas que suele decirme, pero termina el llamado diciendo: Eres una mujer joven y linda estoy segura que encontraras el hombre justo para darme sobrinos, y espero que sean tan endemoniados como la mía.

Se a ciencia cierta, que encontraré al hombre indicado en algún momento. La pregunta que mi corazón y yo, nos hacemos siempre que hablábamos de esto, es ¿Cuándo? ¿Cuándo lo encontraré?

Me gusta pensar como podría ser ese encuentro. Me imagino doblando una esquina y chocando con un hombre guapo con una sonrisa amplia y ojos tiernos. Un hombre al que le guste hablar, él me diría que ha sido una torpeza de su parte, y que desea invitarme a tomar un café para compensarme. Yo soltaré una risita nerviosa y no sabré bien que decir, él insistirá en que me lo debe, que desea saber mas de mi y terminar admitiendo que tan solo quiere estar conmigo un poco mas. Tendríamos una charla tranquila, hablaríamos de la vida como si nos conociéramos desde siempre, y él admitiría al despedirnos, que desea verme otra vez. Saldríamos por un tiempo, insistiría en que viviéramos juntos, que desea presentarme a su familia y… y me doy un golpe mental por dejar de soñar de ese modo y vuelvo a la realidad.

¡Malditas novelas rosas!

Las mujeres de treinta años en adelante, que seguimos solteras, deberíamos tener un grupo de “Ayuda al lector” o algo por el estilo. Estoy segura que pensamos de ese modo por que nos enfermaron la cabeza, y no estoy hablando solo de mi generación, si no desde los cuentos de Blanca Nieves, Caperucita, Cenicienta, etc. y definitivamente pienso que deberíamos demandar al creador de la novela rosa para mujeres.

Los hombres de las historias siempre eran un vecino, un compañero de trabajo, un amigo de la infancia; que de un día para otro se habían vuelto mágicamente hermosos y adinerados. Que cruzaban su vista con estas mujeres y se sentían atraídos de inmediato dejando de lado el problema que la sociedad parece tener con las curvas femeninas.

Lo cual personalmente creo que es una auténtica mentira.

Nos habían revuelto la cabeza con historias de hombres bochornosamente enamorados que eran capaces de cualquier cosa por la dama en apuros. Desde viajar por todo el mundo, luchar por ella, y regalarle ropa intima, y sobre esto ultimo, quisiera hacer una encuesta. Quisiera pregúntales a las mujeres: ¿cuantas veces su novio-marido-amante le había regalado ropa intima?, ó lo que es aun peor, se las han regalado y han tenido que cambiarla por un talle mas o menos… por que ciertamente los hombres de las novelas rosas eran un espécimen desconocido para mi, ya que todos ellos parecían conocer a la perfección los talles de sus amantes. ¿Cuan ridículo puede ser eso?

A veces ni yo misma se mi talle.

Esta bien, la mayor parte del tiempo no se mi talle.

Definitivamente deberíamos demandar a la industria de las novelas románticas por hacernos creer que encontraríamos a la vuelta de la esquina, a un hermoso hombre con instintos de supervivencia que superarían hasta McGiver, con un encantador humor, con cuerpos al estilo Tarzan, de dorada piel y deseo sexual de sobra, y un gran, pero gran corazón. Algo al estilo de los vikingos sexys o los hombres seductores de las tapas de Corín Tellado .

Le prometo a Ana, llamarla en cuanto llegue a casa, aunque se, que lo mas factible es que ella y el demonio regordete ya estén aquí cuando llegue.

Normalmente camino al trabajo, pero aún me duelen los pies, así que decido llamar a un taxi.

Me gusta mi trabajo, me encanta hablar con la gente, en su mayoría abuelos. Cuando bajo del taxi veo a Octavio, un abuelo de unos setenta años que me espera sentado en la puerta. Lucio esta también allí con su boina desgastada y la sonrisa siempre presente en su rostro. A su lado una mujer que lleva bastones me mira y también sonríe, aunque no es muy habladora se que se llama Ofelia. Todos irán a rehabilitación, estoy segura. Un hombre malhumorado se acerca mientras saludo a los demás. Tiene una bota de yeso en el pie y camina enojado. Todos ellos, bueno salvo el hombre de la bota, están aquí todos los días a primera hora para realizar sus ejercicios con los kinesiólogos.

A veces pienso que es mas una rutina a la que se han acostumbrado que una necesidad, pero de igual modo es reconfortante ver sus sonrisas cuando llego.

—Buen día a todos —digo regalándoles una sonrisa. —¿Cómo están hoy?

A la pasada mientras me siguen me cuentan de sus dolores, de cómo el clima no los ayuda y cosas cotidianas.

Hoy es día de preocupacionales, lo que implica que dentro de un rato la sala de espera se vera atestada de hombres apurados y enormes. Seguro trabajadores del petróleo. Me regalaran cumplidos hasta el hartazgo y como todos los que pasan por el mostrador me prometerán miles de regalos que no aceptaré. No es lo correcto.

Disfruto de la paz mientras puedo, todos entran detrás de mí mientras voy encendiendo las luces y abro las cortinas. La fosforescencia baña la sala de espera y todos se me acercan como si fuera la luz y ellos polillas; uno a uno los voy derivando a las diferentes salas.

Cecilia entra en ese momento con el rostro rojo por la carrera que seguramente hizo, como todos los días. El colectivo la deja a tres cuadras y aunque tiene la posibilidad de tomarlo antes, siempre se queda dormida.

—Hola Ema, hola a todos —dice extendiendo la mano.

—¿Corriste?

—Si, me quede dormida nuevamente.

Enciendo las computadoras y voy a la cocina para encender la maquina de café. Compruebo las citas de hoy, los turnos, recojo del archivo las radiografías y diferentes estudios que los médicos necesitarán, dejo recetarios a diestra y siniestra por los consultorios y me instalo detrás del mostrador al momento que los trabajadores de las diferentes empresas comienzan a llegar.

Automáticamente saco las planillas y comienzo a llenar formularios como una autómata.

Tomo los documentos, y les hablo sobre el ayuno de ocho horas; les tomo los datos básicos: nombre completo, dirección, fechas de nacimiento, teléfono. Les indico a cada uno como llenar el resto de las hojas ya que la mayoría son preguntas personales.

Dudo que alguien sea feliz si se le preguntara en voz alta si sufrió o no hemorroides, o si tiene enfermedades venéreas, ¿cierto?

Al cabo de tres horas me duelen las manos, me duele hasta el pelo y sufro una leve irritación. Llené más de cien planillas, soporté chistes, comentarios, intentos de futuras citas mientras el resto de los pacientes se arremolinaban y llenaban la sala. Mi día se ilumina cuando Carlos entra.

¡Ese si seria un excelente partido! Me digo mientras lo miro de pies a cabeza.

Seria un buen partido si es que no estuviera por casarse. Con frecuencia coqueteamos e intento no quedar como una adolescente que babea frente a él, pero casado o no creo que siempre babearé por él.

Es un médico residente de mi edad, alto con unos buenos metro noventa, tiene un hermoso rostro y ojos claros, siempre va rapado, bien perfumado y a la mitad de las secretarias de la clínica se nos caen los calzones cuando lo vemos. 

—Hola Ema, ¿Cómo estas hoy? —Le sonrío como una tonta mientras me estiro sobre el mostrador para darle un beso.

Carlos es el típico medico que vuelve loca a sus pacientes, sin importar su edad, cuando él esta ahí, a todas se nos iluminan los rostros. 

Él pasa y se va como siempre, yo corro de un lado al otro de la clínica en búsqueda de recetas, firmas, radiografías y demás.

Para las cuatro de la tarde estoy muerta.

Saludo a los pacientes de la sala de espera y me marcho arrastrando los pies hasta mi departamento.

Son las cuatro y media de la tarde, Cris aún no ha llegado. Dejo abierta las ventanas y ventilo las habitaciones, dejando que entre todo el sol que sea posible.

—Bien —me digo mientras me preparo un café, y me tiendo en el sillón.

Estoy a punto de tomar el control de lo único en mi vida que puedo controlar, el televisor, cuando mi teléfono suena.

La música de Lady Gaga me anuncia quien es. Ana.

—¿Qué haces? —Pregunta, mientras abre la puerta y Mili entra saltando y corriendo hacia mi. Finjo asustarme y ella comienza a reír como loca, mientras echo un vistazo a su madre por encima del sillón, sin entender su manía de llamar cuando esta entrando. —¿Por qué no me llamaste? Tenias que llamarme. —Me dice con tono acusatorio.

—Lo que vez, recién llego —respondo colgando el teléfono.

—Tiiiaaaaa mmm —Mili se esfuerza para decir mi nombre y una graciosa arruga se le forma en su diminuta barbilla.

Aun no logra decir mi nombre correctamente, pero la amo de todos modos. Adoro sus rulos descontrolados que caen sobre su cara regordeta haciéndola parecer una hermosa muñeca de ojos verdes. La subo sobre mis piernas metiendo mi nariz en su cuello para hacerla reír un poco mas, mientras su madre prepara su propio café.

—¿Dónde esta Cristian? —Ana se trae su propia taza y se sienta junto a mí.

—En el trabajo. —Le respondo sabiendo lo que viene. —Hasta las seis.

—Yo no se como resistes para no tirártele encima. El departamento entero huele a su perfume. ¿Sabes hace cuanto mi departamento no huele a perfume de hombre?

—Desde que tuviste a Mili.

—Correcto. Igual, no entiendo como puedes resistirte, es tan sexy.

Pongo los ojos en blanco conteniendo mis respuestas. Ella no lo entiende aún. Creo que nunca lo hará. Con su porte y su altura, su ropa y su trabajo, nunca entenderá el fracaso de mi vida amorosa y el porque Cristian nunca se fijaría en mi.

—Él no me mira de ese modo ¿Esta bien? —Le explicó nuevamente aunque lo he hecho millones de veces.

—Hmmm no lo sé.

—¡No empieces! ¿En que mundo paralelo has estado viviendo como para creer que alguien como Cris me miraría como más que una amiga?

—No tiene nada que ver mi mundo paralelo con eso. Él podría enamorarse de ti —pongo nuevamente mis ojos en blanco y suspiro, Mili comienza a reír y a intentar imitar mis muecas. —Lo digo en serio. ¿Qué problema tienes con mi mundo paralelo ahora? ¿Qué tiene de malo que me guste la novela romántica y crea en el amor?

—¿Crees en el amor? —Pregunto enarcando las cejas.

—Eres una tonta

—Lo siento no quise ofender tu, tu… ya sabes —le digo riendo, luce una cara de ofendida que aun me hace reír más.

—Si, estoy leyendo novelas rosa y ¿Qué? —Admite —estuve leyendo muchas novelas románticas y creo que me veo envuelta por su mágico mundo…

¡Ves! Ahí esta mi punto, novelas que hacen mal al autoestima y a la cabeza.

—¡Dios! —Susurro mientras ruedo los ojos nuevamente —Mili ¿Quieres saber cuáles son los juguetes que tu tía compró para ti?

—Zi…

—Ve a ver allí, en el baúl.

Se baja lentamente y corre al hermoso baúl, o al menos lo fue antes que el tornado Milagros llegara a mi vida. Ahora estaba en su mayoría rayado con crayones y decorado a su estilo. Por lo visto a mi sobrina le gusta pintar y había decidido redecorarlo.

—Debes dejar de comprarle regalos. No es correcto.

—Lo seguiré haciendo hasta que tenga los míos, —digo mientras le doy un sorbo a mi café

—Y allí estaré yo para recordarte que no es bueno que le compres tantos regalos —le saco la lengua sabiendo que eso es exactamente lo que hará.

—Y ¿Qué paso con el colorado lindo que habías conocido? ¿Lo has llamado?

La observo incrédula. ¿Cuán desesperada cree que estoy?

—Por dios, lo vi una vez, estaba cenando con mis madres

Si, con mis dos madres: la de sangre y la adoptada, a las que amo.

—No es como si me hubiera declarado su amor ¿esta bien? —Mili luce sorprendida con la cajita de piezas para armar de seis formar. Arruga su pequeña frente, mientras intenta hacer entrar cada una de las formas que son lo suficientemente grandes como para que no se lo trague. Para el final del día solo tendrá menos de la mitad, y la otra mitad estará perdida en acción o desparramada por mi departamento.

Me agacho para tomar el juguete, la levanto en brazos y la siento a mi lado.

—Bueno, por lo que veo, ¡hoy no estas de buen humor!

—No estoy de humor cuando defiendes a todo el mundo. —Le reprocho. —Alguna vez te dije que tienes la tendencia de defender a todo el pu…pu… puchero mundo —Ana me mira intimidatoriamente para que no diga “la mala palabra”. Tiendo a decir muchas malas palabras, pero desde la ultima vez que Mili comenzó a repetir la palabra Puta una y otra vez, decidimos no decirlas frente a ella, en realidad decía zuta, la mayoría se reía pero sabíamos de donde lo había sacado. De mí.

—¿Qué tal si te invito un café y salimos?

Bufo por lo bajo y me estiro perezosamente apoyando los pies en la mesita de café y levanto la tasa frente a sus ojos.

—Estamos tomando un café, así que ¿Qué tal si lo dejamos para otro día? —Gruño. —Estoy reventada.

—Cuéntame de anoche. —Bufo en silencio, pero empiezo a contarle nuevamente de mi cita de anoche. Me la hará contársela hasta el cansancio.

Ella tiene una relación más que consolidada consigo misma y con su hija. Sale con algún que otro hombre, pero nada serio. Ana tiene un encanto que yo no, y unas piernas de casi mi altura, que hacen que no necesite mucho para hallar una cita. Yo mido tan solo uno sesenta y unos centímetros más, me gusta decir que soy curvilínea, aunque mi trasero tiene una curva prominente. Tengo el cabello castaño claro, una cara linda aunque tengo problemas con mi nariz y ojos azules. Mis piernas no son tan largas como la de ella, pero es lo que mas me gusta de mi cuerpo. No hay nada en que pueda compararme con Ana. Somos tan distintas que se que ella nunca lo entenderá.

Nos pasamos un buen rato charlando y jugando con la pequeña, cuando miro el reloj de pared, han pasado más de tres horas. Mili ha comido un par de galletas, a tomado su merienda y ha manchado dos veces su ropa con crayones. Ahora, la pequeña demonio estaba dibujando en el suelo. Ana se pega a mí lentamente.

—Últimamente, ha empezado a hacerme preguntas raras —susurra en mi oído y me mira nerviosa.

—¿Preguntas raras?

—Me ha preguntado por que los padres de sus amigos asisten a las fiestas y el suyo no.

—Y ¿Qué le has dicho?

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