Ema

Ema


Capitulo Dos

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—Evité el tema. Pero estoy segura, que llegará el momento en que no pueda evitarla. —Paso mi brazo sobre sus hombros y le doy un apretón de aliento. Se que llegará ese día, pero también se muy bien que ella encontrará el modo de decírselo.

El padre de Mili no existe en su vida, por lo que Ana debe hacer el papel doble y eso le insume casi todo el tiempo. Por eso siempre nos juntamos en sitios donde la niña pueda correr, dormir y comer, lo que quiera.

Una hora después, dos cafés más, la puerta anuncia la llegada de Cristian.

Como de costumbre, —y como la mayor parte de las mujeres —, sin importar la edad, Mili se levanta de un salto y corre torpemente a recibirlo.

—Ey Cris, cuidado con la ropa, tiene las manos sucias. —Ana grita al momento en que él entra. Suelta su maletín y recibe a Mili con los brazos abiertos sin importarle la advertencia.

—Hola, ¿Cómo están mis chicas preferidas?

Camina con la niña en brazos dándole besos y jugando con ella, y debo admitir que se ve hermoso. Un pensamiento se cruza por mi mente: seria un excelente padre.

Parece incluso salido de una película, vestido de traje oscuro con la niña en brazos, mientras ambos sonríen.

Se acerca a nosotras sonriendo y se agacha para darnos un beso, haciendo que Milagros grite como loca cada vez que la inclina, después se sienta justo en medio, pasando sus brazos sobre nuestros hombros. Sus ochenta y bien formados kilos hacen que el sillón se hunda y terminemos muy cerca de él. Mili juega con su corbata mientras le habla sin que ninguno entienda que dice.

Y a pesar de su disculpa sigo un poco molesta con él.

—¡Dios hueles tan bien! —Ronronea mi pseudo hermana. Acercándose a su cuello lo olisquea ante la mirada atenta de su hija. Pongo los ojos en blanco y le doy otro sorbo al café, fastidiosa. Juro que no son celos, pero es que acaso ¿ella no escuchó todo lo que le conté? ¿Cómo me trato? ¿Lo que me dijo?

—Lo se, soy irresistible. —Contesta Cristian sin registrar mi enojo, ambos comienzan a reír mientras Mili juega en sus brazos.

Me siento traicionada.

Él puede lograr que todo el mundo lo adore, mientras yo siempre logro que la gente piense que soy rara. Una punzada de odio me cruza el pecho al escuchar las bromas entre ellos. Bien, si tan bien se llevan, los dejare ¡solos!

Me estiro para dejar la tasa en la mesa pero Cris aprieta mi hombro y me pega aun más a él.

—¿Qué le ocurre a mi gatita gruñona? ¿No has tenido un buen día?

—¿Gatita gruñona…? —Repito con ironía procediendo a quitarle la mano a la fuerza.

—Muñona —repite Mili mientras se ríe y me es imposible no sonreírle.

—Ana, ¿sabes cómo se le cambia el humor a una gatita?

—Ni lo intentes —le gruño y pongo todo mi empeño en soltarme pero aunque lo intento no puedo.

—No, no tengo ni idea —sisea Ana y me prometo apuñalarla por su traición, por seguirle el juego… por vendida —por favor Cris, enséñame. —Concluye, quitándole a la niña de encima.

Y antes que pueda soltarme y correr, comienza a hacerme cosquillas y como él ya sabe, me rindo al instante. Cuando termina, siento que no puedo respirar de tanto reírme, me duele el estomago.

—Sabes, Cris, creo que aún sigue fastidiosa por lo de anoche. —Entre jadeos me las arreglo para fulminar a Ana con la mirada, pero no hace efecto ya que esta entretenida arreglándole el cabello a su hija. Lo dice como si fuera una tontería.

—Si, ya lo creo. —Añade él sin dejar de mirarme con una amplia sonrisa. —Aun sigue enojada. Tendré que esmerarme.

—Si, si, mírale la cara que tiene.

Esa es la otra cosa que odio cuando se juntan: hablan como si no estuviera aquí.

Definitivamente necesitaba una sesión con algún terapeuta, por que estaba dicho que los hombres no me oían cuando hablaba, mi hermana desestimaba todo lo que le decía, y cuando se juntaban, hablaban de mí como si por arte de magia me hubiera vuelto invisible. Seriamente mis problemas requerían la atención de alguien especializado. Después de escuchar su perorata por un rato decidí intervenir.

—Saben que estoy aquí ¿cierto? —Digo apretando los dientes.

Ambos me miran como si me hubiera materializado a su lado.

—¿Esa es la mirada “cíclope” con el poder de fulminar o es la mirada de “odio a todo el mundo”? —Pregunta Cris, mientas Ana le da un codazo intentando contener la carcajada.

—Sabes, —dice bajando a Milagros y señalándome con el dedo —yo sé que es lo que te esta haciendo falta.

—¡Cierra la boca!, tu hija esta presente.

—¿Y que?, tu ya sabes lo que te hace falta. ¿Cómo si hiciera falta decir la palabra S-E-X-O?

—Yo diría que te hace falta una salida a un lindo lugar, ya saben, una buena cena, buen vino y un rico postre —añade Cris mientras juega con Mili en brazos.

—No, necesita un hombre, uno bien dotado.

—¡Ana! —mis mejillas enrojecen de inmediato.

—¿Qué tal si salimos a comer? Los cuatros, ¿quieres salir a pasear en tutu Mili? —Su voz suena tan tiernas que ambas nos quedamos mirándolo embobadas. Mientras tanto él sigue repartiéndole besos mientras la niña como la madre, se derriten.

No es justo.

—Seria genial Cris, a Mili le encanta pasear.

—¿Debo recordarte que tienes un novio esperando, con el que acordaste salir, por lo que venias a dejarme a Mili por unas horas?

—Pues, que espere, y no es mi novio.

—¿Y tu eras la que creías en el amor no?

—No es lo mismo.

—Claro, claro.

—Vamos, no tienes escapatoria gatita… ¿verdad Mili? ¿Puedes decir tía gruñona?

Mili hace muchos ruidos, muchos buba baba, pero no dice la palabra por lo que le doy un beso al pasar.

—Al menos alguien esta de mi lado.

—todos estamos de tu lado gatita. —Responde él sonriendo. —Incluso puedo estar arriba o abajo si quieres.

—¡Cristian!

—Eso suena interesante Ema, si no lo aceptas yo me ofrezco en soportar eso — casi tengo arcadas al escuchar a Ana. Dios.

—Iré a cambiarme —dice él, mientras le entrega la niña a su madre.

—Puedes hacerlo aquí si quieres… —le propone ella descaradamente.

—No quiero que la niña se traume. —Le responde y cierra la puerta mientras Ana intenta unir las partes del juego que le regalé a su hija. En cuanto la puerta se cierra, la regaño por su falta de sensatez. ¿Esta mujer no tenia limites?

Minutos después, le echó un vistazo a mi guardarropa buscando que ponerme.

Pienso en usar algo lindo, tal vez y solo tal vez, encontrara a alguien allí, que se enamorara perdidamente de mi y ¡zaz! Problemas amorosos resueltos.

Ana lleva un pantalón apretado que favorece sus curvas, una blusa de gasa con un top que dejaba bastante piel para imaginar, su pelo recogido con un broche que dejaba parte de su cuello descubierto y resaltaba sus hermosos ojos malva que la hacían parecer una estrella de cine y botas de tacón de mas de trece centímetros.

Ella siempre intenta inculcarme sus “secretos” de belleza así que pienso que hoy podría ser la mejor noche para ponerlos en práctica.

Me pongo un pantalón chupin, una remerita de mangas tres cuarto en color azul que mi madre decía que hacia resaltar mis ojos, un par de botas hasta la rodilla con unos diez centímetros de taco y voilá.

Bueno no tanto, ya que aún me faltaba arreglarme el cabello, pero con tanto preparativo ya estaba agotada. Así que tomo una pinza y me dejo un par de mechones sueltos, mi cabello hoy no lucia ni lacio ni con ondas, lucia como si algo hubiera pasado en mi cabeza y yo aun no me enteraba qué, pero bueno no estaba tan mal. Solté alguno de los mechones sueltos, eso mejoraba mi imagen y enmarcaban mi rostro.

Un poco de base, delineador, rimel y listo. Tomé mi chaqueta negra y salí del cuarto.

Encontré a Cris recostado en el suelo jugando con Mili que le mostraba algo. Definitivamente Cris necesitaba una hija en su vida, pero para eso necesitaría encontrar una buena mujer para su vida.

Ana estaba en el sillón mirándolos embelezada por la imagen. El piso parecía babeado, pero no lograba distinguir si era de ella o su primogénita.

—¡Estoy lista! —Anuncio y voy derecho a tomar a la niña de mis amores. —¿Estas lista Mili?

—Ese pantalón me gusta…

—A mi también —susurra Cris y le doy una palmada en el hombro.

—cállate, aun no olvido lo de medio vestida —le reprocho, mientras cargo a la niña y tomo mi bolso.

—¿Medio vestida? —Pregunta Ana con interés y comienzo a explicarle de donde salió eso mientras salimos del departamento.

—…y ya vez, según él, solo iba medio vestida.

—Me parece muy bueno que muestres las piernas, tienes lindas piernas…

—Gracias —murmuro levantando la barbilla.

Siempre me enorgullezco de mis piernas. Debo agradecerle eso a mis años de natación para lograrlas. Siempre me habían gustado, era algo sobre lo que nunca me había quejado. Tal vez odiase un poco mis rodillas pero más que nada cuando uso calzas, salvo por eso, las adoro. Por eso anoche me había atrevido a mostrarlas desafiando el frio.

—No debería mostrar tanto las piernas, esa falda era realmente corta, demasiado justa, no es tu estilo, no deberías usarla y menos en una primera cita. —Abro y cierro la boca incrédula. No puedo creer lo que me esta reprochando. Cuando recupero el habla empiezo a decirle lo que pienso, en cuanto a sus irritables palabras. Por suerte, para mi, Ana esta de mi lado.

—No es corta Cris, corta —digo mientras me meto en el coche —es la que llevaba la barbie que trajiste hace dos fines de semana, eso es corta —me giró un poco y le hago gestos a Ana para mostrarle por donde le llegaba la falda. Era casi una bufanda, ¡la hermana pequeña de una bufanda! —La mía estaba bien, —continúo mirando a mi amigo —un dedo por encima de la rodilla.

—Es como si te regalaras —gruñe mientras se acomoda. —No necesitas ir mostrando las piernas por ahí, para llamar la atención de un hombre, eres muy bella.

Sus palabras parecen cortarle la respiración y crear un temblequeo en mis piernas. Me echa un vistazo rápido y me cruzó de brazos intentando disimular lo incomoda que me siento.

—¿Oíste la parte donde digo lo de la barbie? —Respondo rápidamente y pienso en algo rápido que logre disipar la tensión ya que siento la mirada de Ana clavada en mi nuca.

—Es diferente —me anuncia mientras salimos del estacionamiento. —Tu no eres como ella.

—¿Y por que es diferente? —Pregunta Ana mientras acomoda a la niña, le coloca el cinturón y siento la misma curiosidadunta mi hermana y mi lado.diato.ndontener la carcajada.ulmino con la mirada.no me oian cuando hablaba, y estos dos hablaban .

Los hombres siempre logran hacer la diferencia entre un tipo de mujer y otra.

Sus madres no deben lucir faldas cortas ni escotes, pero sus amantes si pueden. Esta bien que una mujer con la que sales lleve un vestido corto y sinuoso mientras no seas ni su hermana ni su novia formal. Nunca entendería como lo hacían.

—Lo mismo quiero saber —añado.

—Por que no puedes compararte con…con…ella, —entrecierro los ojos mientras lo estudio detenidamente. ¿De donde había salido todo esto? —Ema. Tú eres diferente.

—¿No recuerdas su nombre cierto? —Le preguntó, y miró rápidamente a mi hermana.

—¡Claro que recuerdo su nombre!

—¿Y cual es? —Indago, incitándolo para que lo siguiera intentando mientras comienzo a reír. Por mas que lo intente, se que no lo logrará. Mi hermana le da un golpe en el brazo.

—¿Sabes cuantas mujeres tenemos problemas de autoestima por tipos como tú? ¿Cuántas horas de psicóloga gasta una mujer común, para resolver esos traumas que nos crean hombres como tú? —Pregunta Ana, y asiento con aire catedrático, mientras Cris, sigue intentando recordar el nombre. 

Es una imagen muy graciosa. Puedo ver las arrugas en su frente, realmente lo esta intentando, pero nunca le presta atención a sus nombres, y sinceramente aunque no sean mis amigas, debo admitir que como mujer, me molesta. Ellas son solo cuerpos, con los que acostarse y nada más. Pero creo que ellas lo saben, por eso siempre elige el mismo tipo de mujer.

Mientras lo estudio intento averiguar que es lo que cambió, porque realmente me siento incomoda. Él siempre me había cuidado, pero esto se estaba pasando de lo claro a lo oscuro. ¿Desde cuándo había pasado de estar “bien vestida” a “te vez muy bella”?

—¡Deja de reírte! Recuerdo su nombre. —Declara al cabo de unos minutos —Es Luciana, si, Luciana.

Instantáneamente pongo los ojos en blanco y me palmeó la frente. Ese no era su nombre ni por cerca. Yo tampoco se como se llamaba, pero de una cosa estoy segura, ese no era su nombre. Tal vez, él no lo recordara, pero yo había pasado por la compleja experiencia de hallar una tanga diminuta colgada en el baño. Había sido una experiencia traumática. ¿Cómo demonios hacia esa chica para meterse en eso? Si pensara en usar algo así, estaba segura que el hilo se perdería por algún sitio incomodo.

—No se llamaba Luciana, su nombre empezaba con C —le recuerdo. Me mira un segundo escondiendo una sonrisa mientras lo piensa. Levanto una ceja asegurándole que esta perdido. —¿Recuerdas la tanga que te dejo de regalo en el baño?, tenia su inicial y era una C.

—¿Tenia su inicial bordada en la tanga?

Ana luce mortificada.

—Si, en el único sitio donde encontró tela para hacerla y no era mucha.

—¿Quién puede bordar su inicial en esta época?

—Alguien que debe perderlas con frecuencia ¿no crees?

A esta altura ya mi humor parecía mejorado, Cris enrojecía de la vergüenza por no recordar nunca los nombres de las mujeres y más de una vez le valió una cachetada.

A partir de ese día había empezado a llamarlas con algo más simple: corazón, cariño y adjetivos que se ajustaran a todas sin ofender a ninguna. Estaba orgullosa de él, al menos recordaba mi nombre.

—Cris, ¿no piensas que tal vez deberías cambiar de tipo de mujer? y encontrar no se, algo mas… —Ana asoma su cabeza entre medio de las butacas y suelto una carcajada.

—¿Pensante? —Agrego ya rompiendo en risas.

—Graciosa, además no era de mi de quien estábamos hablando, si no de tu mini pollera.

—¡Oh cállate!

—¡Cierra la boca Cris!

—Llegamos —dice mientras estaciona. —Aquí, la única que me defiende es mi hermosa milagros—para darle la razón la hermosa diablillo que iba en el asiento de atrás junto a su madre empieza a hacer ruidos juguetones.

Entramos en un hermoso restaurante cerca del río. El aire estaba helado, pero esta vez estaba preparada. Cris cargo a Mili casi todo el tiempo y la niña, al igual que su madre, —y una gran parte de la ciudad —amaban ser atendidas así. El lugar era parecido a las casonas antiguas, decorada con una mezcla de estilos. Nos dieron una mesa cerca del mirador del río. Durante el verano, podías cenar afuera disfrutando de la vista. Ahora nos conformaríamos mirando a través del cristal y la estufa a leña.

Las mujeres del restaurante, no pararon de alabarlo, mientras fulminaban a Ana con la mirada. Supongo que las miradas despectivas hacia mi hermana, se debían a  que debían presumir que era su mujer debido al parecido con la niña. Yo estaba agradecida de no estar en el ojo de la tormenta hormonal desatada.

Siempre que asistía con Cristian a algún sitio, me sentía incomoda. Podía percibir las miradas de las mujeres observándome, midiéndome y preguntándose ¿Cómo cuernos había terminado alguien como él, con alguien como yo?

Mientras Ana acomodaba a Mili en una silla alta, me dediqué a mirar los alrededores y las otras mesas. Había solo un par de parejas y dos familias, era día de semana.

Mientras Cris examinaba el menú, comencé a contarle a Ana sobre la aparición de mi bello doctor, cada sonrisa, cada gesto. Realmente soñaba con que algún día viniera a mí y me dijera que había descubierto “recientemente” que se había equivocado, que yo era el amor de su vida y… allá voy de nuevo ¿no?

—Mírala —ambas miramos a la niña —cualquiera diría que esta enamorada de él —admitió Ana y asiento de acuerdo.

—Creo que esta perdidamente enamorada de él. —Añado mientras la pequeña le regala una sonrisa llena de puré de papas.

—Si, aunque ella no lo admita —levanto rápidamente la mirada para observar a Ana y mis mejillas se calientan de apoco.

—Es una niña hermosa.

Milagros nunca fue una niña tranquila ni aun cuando estaba en la panza de su madre. Cuando nació la llamaba: el torbellino rojo. Mientras crecía, el apodo le quedó chico, así que pasó a ser el huracán Mili. Capaz de romper cuanto seguro para bebes hubiera, lograr trepar a la repisa mas alta sin problemas, y desarmar todo lo que esté a su paso. Ella era mi corazón, Ana no estaba realmente divorciada pero el idiota que había sido su pareja en un momento de su vida, desapareció cuando Mili nació y ahora comenzaba a recuperar la memoria y recordar que tenia una hija.

Ana tuvo una etapa de depresión, aunque con una niña tan revoltosa, era imposible que mi hermana pudiera quedarse en casa deprimiéndose.

Por enésima vez le cuento lo ocurrido en mi cita de ayer, y ambos tienen una opinión que dar, pero esta vez al menos logran entender mi punto.

Cenamos hablando de todo un poco. Cris nos cuenta cuan fácil fue lograr que una empresa tomara sus servicios, ya que la presidenta era mujer y no nos sorprende. Ana nos cuenta sobre Mili y sus aventuras en la hora de pileta, y como ha recibido más de un manuscrito que no tiene ganas de leer.

Llevamos a ambas a su coche, en la puerta de nuestro edificio. La pequeña esta dormida así que Cristian la carga. Después que ambas estan seguras y se marchan, Cris entra en el coche.

Ya son las doce de la noche, pero aún no tengo sueño, voy derecho a preparar un café, mientras Cristian va a ducharse. Apago las luces y abro las cortinas. Me quito las botas, mientras disfruto del silencio sentada en el sillón, desde donde puedo ver parte de las luces de la ciudad y el cielo estrellado.

Me quedo así, tomando mi último café del día, mientras vuelvo a cuestionarme sobre mi persona, pero automáticamente cierro esa línea de pensamiento.

No la quiero y la descarto.

Por el contrario comienzo a recordar las palabras del libro de Louise Hay que compré. “Yo me merezco todo lo bueno, no algo, un poquito, sino todo lo bueno.”

Me lo digo una y otra vez pero hoy parece que mi cerebro no logra asimilarlo.

Con fastidio al no encontrar ninguna respuesta divina a mi soledad, apoyo los pies en la mesa y me acurruco más y más en nuestro mullido sillón. Después de dar el último sorbo me cruzo de brazos, y simplemente me quedo allí, en la oscuridad disfrutando de la paz. Dejando que los pensamientos corran mientras me repito con insistencia los mantras que he aprendido.

“Merezco la vida, una vida buena. Merezco el amor, abundante amor.”

Después de un rato de repetirla comienzo a sentirme mejor y el mundo comienza a parecerme menos gris, aun sigo dándole vueltas a las palabras de Cristian en cuanto a mi persona. ¿Desde cuando ha comenzado a decirme esas cosas? Nunca antes lo había pensado.

La puerta del baño se abre y la luz invade parte de la sala de estar. Veo por el rabillo del ojo la silueta de Cris parado observándome y me pregunto ¿Qué verá cuando me mira?

—¿Qué haces a oscuras?

—Medito —le anuncio sin apartar los ojos de la ventana.

—¿Desde cuando meditas con los ojos abiertos?

—¿Nunca viste Karate Kid dos? El señor Miyagui medita con los ojos abiertos. —Lo escucho reír por lo bajo mientras se pasa una toalla por el cabello húmedo, con un paso lento viene a sentarse a mi lado. Lo miro sonriendo, e intentando descifrarlo. Huele muy bien, una mezcla suave de perfume y jabón.

—Esta bien, pequeña Miyagui —me dice mientras pasa un brazo sobre mis hombros y me aprieta contra su pecho. —¿Sobre que meditas? —Su cabello aun gotea y tiene puesto solo un pantalón de gimnasia y va sin nada arriba.

—Sobre mi vida, —se me forma un nudo en la garganta —como soy un total y completo fracaso —admito con la voz entrecortada.

—No eres un completo fracaso.

—¿No? ¿Tú crees? —Me aparto un poco para mirarlo a los ojos —¿Cuánto ganas Cris? ¿Catorce, quince mil pesos?

El duda en responder. Se que gana un poco mas que eso, lo que casi quintuplicaría mi sueldo.

—Eso no tiene nada que ver… —me acaricia el cabello, me corre un mechón y lo coloca detrás de mi oreja, y la tristeza corre sin control por mis venas invadiéndolo todo. En sus brazos, me siento protegida. Me siento como si pudiera decir todo lo que pienso mientras el me acuna contra su pecho.

—Tengo un titulo de Arte, que nunca valió para nada. Vivo en un departamento de mis sueños compartiendo gastos por que no puedo pagármelo yo sola; aunque se que pagas mas que yo, por eso nunca me dejas ir a depositar. —Su mano se detiene un momento antes de volver a moverse. —Debes pensar que me deprimiré si lo averiguo, pero lo se, no se cuanto, pero se que pagas mucho mas que yo.

—Eso no tiene importancia Ema.

—La tiene para mí —sollozo y me siento avergonzada al instante por sonar tan débil. —No puedo ni pagar mi departamento, no tengo vida amorosa y por lo que veo, terminaré siendo la tía solterona de Milagros.

—No eres una fracasada.

—¡Claro!, —me suelto de su abrazo —lo que tu digas compañero. Me voy a la cama —me levanto sopesando sus palabras, se que lo dice por que me quiere. Creo que es la rutina de tenerme aquí lo que no le permite echarme de patitas a la calle.

—Ema —murmura y toma de mi mano cuando apenas doy unos pasos, me detiene. Me jala suavemente pero no me muevo.

—Me voy a la cama. —Repito.

—Quédate conmigo. Solo un poco mas. —Lo miró con los ojos empañados, en silencio sus labios me piden por favor y asiento.

Me arrastra hasta el sillón nuevamente, me abraza aún con más fuerza. Descanso mi cabeza contra su musculoso pecho, mientras sus manos acarician mi espalda dándome consuelo, y mis ojos entupidamente deciden comenzar a llorar.

Te juro que encontraré al indicado, le digo a mi corazón que me mira y hace pucheros. Lo encontraré.

¿Cuándo?, pregunta con esa mirada desconfiada que ha aprendido con los años. Esa mirada que me dice, que no confía en mí. Es la misma pregunta que hace siempre.

Pronto, le aseguro aplicándole a mi voz una seguridad que no creo tener ahora.

Después de llorar un rato, el cansancio me vence por completo y me duermo apoyada en su pecho.

 

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