Ellas

Ellas


CAPÍTULO 14

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CAPÍTULO 14

TATIANA

 

 

Colón – Norte de Panamá 

Es inmensamente hermoso saber que ella es el sueño proyectado en mi mente mientras cierro los ojos, mientras duermo, que su carisma es la expresión en conjunto que, sumado a todo lo demás que la compone y la caracteriza, termina siendo mi todo, que no me falta nada, o por lo menos nada que en ella no encuentre previamente.

Sentimientos que provienen desde los adentros, de sus adentros, de los confines de mi cuerpo, de su cuerpo, de lo que para mí representa el amor, el amor de ella, el amor nuestro, un amor puro y real, un amor que no dejo de sentir ni un solo día de mi vida desde que llegó a mí.

La infinidad con la que describo lo que siento al oírla suspirar, o al besar su piel, al quitarle la ropa, al estar sobre ella, besar sus labios o entrar en ellos sin sentir la necesidad de querer salir nunca jamás. La manera perspicaz con la que me observa sin importar a qué distancia me encuentre, a las expresiones de su rostro cuando mi mano percibe sensualmente la sensibilidad de su piel, sensibilidad prolongada, sensualidad duradera, ya que difícilmente dejo verla así por periodos de tiempo que terminan siendo eterna, sumadas a la perversión, transferida a mí por la forma en que me toca, en que me mira. La forma en que sus palabras expresamente caracterizadas por pretensiones desnudas me hablan con deseo, me hablan con furor, me sienten con ganas y me tocan con insuperable amor.

Extraño, pero real. Así es como describo la manera en la que yo, siendo de pocas palabras y sin necesidad de buscarlas, simplemente con el solo hecho de pensar en ella, nacen de mí, las puedo escribir, las puedo narrar. Palabras que no solo quedan en letras sobre el viento, ya que además las expreso con razones y acciones que caracterizan cariño y afecto por ella.

Descripciones que no puedo evitar mencionar con respecto a sus sentimientos, debido a lo mucho que los siento. Eso que antes, antes aparecer en mi vida nunca jamás había sentido, que no esperaba llegar a sentir y que con ella sentí, con ella siento, y que espero seguir sintiendo, por el resto de mi vida.

De cierto es que nunca me hubiera imaginado que alguien como ella pudiera haberse fijado en mí, acostumbrada a la elegancia, a lo sutil, estereotipos de hombre establecidos, unos con características ajenas a las mías, por lo que nunca me hubiera imaginado que su amor, encarnara el mío del modo en el que ahora está encarnado, y de cómo terminó siendo.

Una noche, aconteció lo que aunque hubiese imaginado, sabía quizás nunca llegaría a ser real, por lo menos no para mí.

Una noche. Noche de acontecimientos por todo lo que ocurrió, noche de grandeza, pues nunca hubo algo más grande que haber besado sus labios, noche despierta, ya que al final, por más que pellizcara mi piel, seguía siendo real.

Antes de graduarme de la universidad, antes de lograr obtener mi título como profesional en mi campo, tuvimos la idea entre amigos de tomarnos un descanso, un previo a la graduación, para participar de una festividad donde estarían congregados todos los futuros egresados de ese año.

La conocía desde antes, o por lo menos diría que la había visto desde mucho antes de hablarle; cómo no hacerlo, si tan solo su caminar era belleza intensa. Con cada paso suave que daba, veía como el viento movía su cabello sutilmente, siempre haciéndola lucir como una diosa, sin belleza igual.

Al llegar a la fiesta, no la pude ver inmediatamente, aunque sabía que se haría presente en cualquier momento. Solo era cuestión de tiempo y paciencia.

Media hora más tarde en esa noche, pude verla por fin, aunque no estaba sola. Pude ver a metros de distancia que alguien acompañaba su piel, esa piel que me hacía desear ser ese alguien, y estar a su lado por más que una simple noche, pensaba en que no me importaba quién estuviera a su lado. Quería ir, hablarle, pero no tenía el valor.

No me sentí capaz de acercarme a ella y decir algo, por lo menos no mientras estuviera cien por ciento sobrio. Tomé la decisión efectiva de acercarme a ella, pero esto sucedió tan solo cuatro copas de vino después, y media hora más tarde, tenía algo claro: no podía hablarle de la misma manera en la que cualquier hombre le habría hablado. Si pensaba acércame y decir algo, debía de ser diferente, único, si realmente quería que me viera con otros ojos, debía ser original.

La noche y las luces fueron más que testigos de lo que estaba próximo a ocurrir; sobre nosotros, iluminándonos. La gente que estaba a nuestro alrededor, había desaparecido por completo, todos, por fin, solos, ella y yo, explosiones controladas de fuegos artificiales que se estallaron en mí, internamente, de colores, y de fuerzas que tome para hacer lo que tuve que hacer.

El tiempo congelado. Se detuvo el reloj, sus manecillas, su tiempo, solo podía sentir el caminar lento de mis piernas hacia ella. Sutil.

No podía ver nada más alrededor que no fuera su rostro, su piel, o el vestido que expresivamente la cubría. Reacción en cadena que inmovilizó pensamientos diferentes a lo que en ella concernía. Efectos visuales de enfoque propio a sus ojos, eso sentí. Múltiples variaciones en respuesta a mis extremidades, extremidades que solo obedecían las órdenes que, veía, iban siendo transmitidas por su aura, por ella, por su cuerpo llamando al mío. De formas únicas, excepcionales, accediendo a la distancia y a la proximidad de cuerpos que fueron disminuyendo con cada uno de mis pasos.

No tenía claro qué le diría, pero esperaba que mi mente no me fuera a traicionar, que me diera algo, algo que pudiera usar. Algo casual, algo que llamara su atención y me hiciera más que un hombre común o corriente.

Sin espacio de arrepentimiento. Pronto no hubo nada qué hacer, estaba frente a ella, viéndome, y yo, viéndola a ella. Fijo, mirada clavada, los nervios se asieron de mí, y empezaron a invadir las extremidades usadas para estar frente a ella. La música se detuvo, el tiempo, el espacio, aquel espacio inmenso del que hacíamos parte, se detuvo. 

Continuidad. Medio segundo tardó el silencio en recorrer el salón donde nos encontrábamos todos, por completo; medio segundo mientras me veía a los ojos y mientras veía a los suyos, medio segundo que para mí, pareció ser una eternidad.

Luego de eso, sucedió lo que reconozco fue mi salvación, antes de que se sintiera hiciera extraño cómo yo quedé observándola fijamente por esos pocos segundos, la música regresa, y con ella, una nueva canción. Un género sensual, sutil, con clase, así como ella, un tipo de música que pocos presentes sabían bailar. Tango.

Sabía que ella había tomado previamente clases de ese género musical, porque yo estuve en esa clase, así que tomo su mano suavemente sobre la mía.

– «¿Te importaría si bailamos esta pieza?», pregunté

– «¡No!» De una manera grosera respondió el hombre que la acompañaba.

– «No estoy hablando contigo, sino con ella», respondí.

Ella sonrió, y sin soltar mi mano, respondió «será un placer».

Y allí, no solo se dio el comienzo a una pieza de baile que compartí a su lado, se dio el comienzo y dio paso a una historia, la que sería nuestra historia, una historia que creí realmente nunca poder haber vivido, y menos a su lado. Expresiones y sensaciones dadas como pirotecnias, que explotaban dentro de mí, de muchos colores, de muchas formas, y por ella, una explosión de cariño, de deseo y ternura, una explosión, de amor.

Para mí, el amor representa lo que viví en ese momento por esa mujer, algo que parecía estar dormido, pero que luego de esa noche, nunca jamás dejo de estar así de despierto, y así de real, ella es la respuesta a su pregunta, una respuesta a la mente, una respuesta, al corazón. Sin pensar en tiempo o en espacio.

Que buen mensaje, pensé en ese momento, ha dejado aquel hombre para quienes piensan que existe alguna mujer que está fuera de su alcance. Lo que siempre importará realmente, es cuánto estés dispuesto a dar por amor, por un amor así de verdadero, por uno, así de sólido, como el que aquel hombre acababa de narrar.

No pensé en quedarme mucho tiempo en esa ciudad, había llegado a ella con la única intención de conocer de primera mano una historia como las otras que había escuchado ser narradas por los pasados hombres; especiales, intensas, y ya la había escuchado.

Sentí que por lo menos debería de conocer un poco más la ciudad, después de todo no había hecho mucho el pasado día. Aproveché para caminar, para conocer, para tomar fotografías, para todo lo que, unido a los pensamientos de que no faltaba mucho para acabar con esta misión, esa que de a pocos me daba más conocimiento, respondiendo a mis inquietudes, las que me había hecho por toda una vida, lo que siempre me había cuestionado, en cuestión, estaba siendo tenido en cuenta, y por el género que menos se creía poder expresar, esos sentimientos.

Ese día lo dediqué, entre otras cosas, para averiguar cuál sería el medio de transporte más oportuno para llegar hasta mi siguiente ciudad. Al parecer, de nuevo sería por autobús. De hecho serían tres autobuses los necesarios para llegar, pues no había uno que me llevara directo hasta donde iría, pero bueno, no me importó.

A la mañana siguiente madrugué, porque el primer autobús partiría en breve, tres autobuses, poco menos de tres días por carretera me aguardaba, y nuevamente, con la esperanza de terminar, empecé mi viaje.

El primer día, sumado al primer autobús acabó rápidamente, había aprovechado casi todo ese primer trayecto a dormir, así que, después de todo, pasó relativamente rápido.

El segundo día, sumado al segundo autobús había terminado también, aproveché ese día, para pensar qué haría después de terminar, en donde debía de terminar, y qué tenía que hacer con la información obtenida.

El tercer día amanecía, y con él, la mañana mientras, sentado en un salón acondicionado para que los viajeros esperen, aguardaba el que sería mi último autobús para completar los casi tres días de viaje. Ese que me dejaría en el lugar exacto hasta donde iría.

Más gente fue llegando a ese salón, gente que bajaba de otros autobuses que llegaban a ese parador de transporte.

De un autobús, un hombre, de unos cuarenta años aproximadamente baja, llama mi atención, pues tenía unos lentes algo grandes, mientras caminaba hacia la zona de las sillas para sentarse, no se percató de que el piso estaba mojado, por lo que resbaló, y por poco cae al suelo, tuvo una buena reacción inmediata y logró sostenerse, pero aun así, lógicamente me levanté de donde estaba sentado yo para ir a brindarle mi mano. Lo ayudé a ponerse completamente de pie, ya que casi que en el suelo había quedado, lo acompañé hasta los asientos, y nos sentamos.

Mientras esperábamos el siguiente autobús, me agradeció amablemente, y entre charlas que empezamos a tener, me entero de que el autobús que ese hombre espera, es el mismo que espero yo.

«Físico matemático» me contó que era su profesión. Asombrado, era la primera vez que conocía a un hombre con dicha profesión, en mi vida, supuse debía de ser muy intelectual, muy inteligente.

Mientras seguíamos hablando, me comentó además que viajaba por temas laborales ya que había conseguido un empleo grandioso, pero que lo mejor, no era el empleo, era que en su vida, había una persona que lo apoyaba en todo motivo, contra toda circunstancia. Completamente intrigado estaba yo ¿sería posible que este hombre tenga algo que contar? Pensé. Mi pregunta pronto sería respondida, cuando a unas preguntas más, respondió lo que esperaba me respondiera, y a esa respuesta, nuevamente yo, le hice una pregunta más, a aquel hombre, físico matemático, del cual no esperaba una historia, yo, le hice la pregunta.   

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