Ellas

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CAPÍTULO 19

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CAPÍTULO 19

ELIZABETH

 

 

Quezaltenango – Oeste de Guatemala

Existen varios tipos de miedo. Está ese miedo que nos da cuando, de niños, vemos algo en televisión que es de cierto modo aterrador, pero que cuando alcanzamos una edad más madura, tan solo reímos y pensamos en cómo fue posible que eso tan infantil me haya podido asustar.

No hablaré de ese tipo de miedo, hablo del miedo que alguna vez sentí, miedo que estuvo presente en mi cuerpo como en mi mente, inmovilizando mis expresiones por temporadas que se hacían bastante prolongadas, un miedo basado en el pensamiento de que ya no podría lograr ver de nuevo a ese pequeño y hermoso ser, al que digo pequeño, porque nunca fue más grande que el amor que siempre sentí por ella.

Tanto así, como el sentimiento que sentí recorrer por todo mi cuerpo mientras pensaba en ella, mientras se alojaba en mis memorias, esas de cada día, esas de las noches y mañanas, entre sí.

Les contaré una historia, una historia que podrá hacerles entender más del tipo de miedo del que les hablo, del tipo de miedo que viví por su amor.

Hace un tiempo vi a una mujer, no solo la vi, la soñaba, no solo una mujer, una Diosa, hermosa como las flores, de naturalidad celestial, no podía tener comparación alguna con otra que haya visto jamás, o por lo menos no para mí.

Nunca antes había visto a alguien como la vi a ella en aquella noche, jamás había sentido esa sensación de querer hablarle a una mujer sin importar que pudiera encontrar como resultado. Aunque en ese momento, ese preciso momento, empecé a llenarme de miedo, ¿Por qué? –Porque después de tanto pensarlo, y de mirarla por varias medias horas, no pude hablarle. ¡Simplemente no lo hice!

No pude encontrar el valor suficiente de ir, acercarme esos pocos metros que de ella me separaban y decir un simple «Hola». Fui un tonto, admito que así me sentí. No lo hice, y ni siquiera al creer que ella también quería que me acercara, puesto que sus ojos no dejaron de estar conectados a los míos, intermitentes a su mirada, guiados por mi sencillez, viéndome, pues así era, o así pensaba que era en ese momento.

Yo, encontrado en un evento, festividad anual, grandes luces, mucha música, vasto repertorio de eventos que cautivaban a toda la multitud presente, a las demás personas, aunque a mí, es preciso confesar, solo podía cautivarme mirarla de la manera en la que lo hacía mientras permanecía en ese lugar. ¿Estaba acompañada? –Sí, ciertamente lo estaba, otra mujer, mayor en edad, supongo su madre seria, y un hombre igualmente mayor supuse seria su padre.

Quería acercarme, oler su aroma, el de su perfume, sentir su esencia, la de su piel y todo aquello que denotaba una reacción de sutileza generada por los dos, por ambos, por ella y yo, pero no se dio como quise, no esa noche.

A la noche siguiente yo estuve desde temprano nuevamente allí, después de todo era parte organizadora del evento, tenía que estar. ¿Ella? –Estuvo ahí de nuevo también. Entendí que no era coincidencia, estaba destinado a que así fuera; una oportunidad más de hacer lo que no había podido hacer la pasada noche.

Yo no dejaba de observarla, no dejaba de imaginarme en cientos de escenarios donde pudieran tener como resultado hablarle, a esa mujer, a ella. Debo reconocer que tampoco dejaba de verme, pero sentía miedo, miedo de no saber si en realidad estaba sucediendo eso; sí su mirada curiosa buscaba mi presencia, conectarse a mis ojos, o solo formaba parte de un malévolo plan generado por mi imaginación. Quien parecía su madre, no aparentaba ser una mujer amable, daba miedo solo mirarla.

En sumatoria, sucedió lo que más temía, estúpidamente, de nuevo, no pude decir una sola palabra, ni siquiera pude estar frente a ella.

No sabía qué me pasaba ¿Por qué no era capaz de hablarle? cien veces cuestione el por qué sin hallar respuesta coherente alguna a esa tan desdichada acción.

A la tercera noche estaba decidido a que le hablaría pasara lo que pasara. Armado de valor estuve, traté de buscarla, la busqué por algunos minutos, unos minutos que rápidamente fueron siendo prolongados, convirtiéndose en horas, por primera vez después de tantos años sentí nuevamente miedo, miedo del pensamiento de que no la vería más, pensé que se había ido, supe que debería de cargar con esa culpa por siempre, pues ella ya no estaba.

Es preciso afirmar que, aunque no pude hablarle, estoy seguro que nuestras miradas lo hicieron, hablaron por horas, sin parar, mientras no dejaba de verme, y aún hoy, esas mismas miradas de aquellas dos noches, guardan secretos de lo todo lo que se dijeron la una a la otra.

Proceso básico mediante patrones consecutivos, consecuente con su mirada, lo que trajeron como reacción en cadena, uno tras otro, sentimientos que no podría describir con solo palabras, pues aún no existen palabras que ayuden tan siquiera un poco a describir sentimientos entregados en miradas con alto grado de grandeza.

Grandes, especiales, y vívidas como las que nacieron en ese momento. Supe que ya no estaba, que se había ido, que esa mujer tan bella, tan hermosa, de belleza sin igual, sin comparación a otra que pudiera haber visto antes, se había marchado, y yo, sin saber para dónde, no puedo describir cuán desafortunado me sentí.

Cuán tonto llegué a pensar que había sido, tuve muchas oportunidades de hablarle, tuve la posibilidad de haber hecho más que mirarla por todo el tiempo que lo hice.

No volví a saber de ella. Solo quedó en mí, incrustado un recuerdo, el de esa mujer, la hermosa silueta de su rostro, recordaba su mirada, y su llamativa sonrisa. Trataba de imaginar qué hubiera sido de nosotros donde me hubiera acercado a hablar, pero ya de nada servía imaginarlo, ya no estaba.

Un absurdo. A los días siguientes, la resignación se hizo presente en mí, entendí que si el destino así lo había querido, fue porque así debía de ser, y no tenía más opción que aceptarlo.

Pero, algo sucedió, quince días después, las festividades que habían tenido lugar en la ciudad por tema de fin de año habían terminado, no supe cómo había sido, pero una notificación directamente llego a mi teléfono móvil, una notificación procedente de una de mis cuentas de Redes Sociales, a alguien le había gustado algo publicado por mí. Traté de ver quién había sido como siempre hago con gente que no conozco, descubrí que era una mujer pero ¿quién sería realmente esa mujer?

En su perfil vi sus fotos. Juro que en ese momento no sabía de qué mujer se trataba, pero aun así lucía bellísima. Lo siguiente que hice fue decirle «Hola».

No pasó mucho tiempo hasta que ella también hiciera lo mismo, y ambos empezamos a hablar. A los pocos minutos me di cuenta que la había visto antes, que ya lo había hecho previamente, que su rostro me era inmensamente familiar, no solo para mí, para ella también, para ambos. Hasta que de golpe, me di cuenta que era ella, ella, esa misma mujer que vi por esas noches consecutivas, la misma a quien no tuve el valor de acercarme y hablarle. Se lo dije, pero ella ya lo sabía, después de todo había sido ella quien me encontró.

¿A quién agradecer? a un familiar suyo, pero esa es otra historia, desde ese momento, recordamos la manera en la que ambos nos veíamos, recordé el modo en el que sonreía, esperando poder interpretar de manera adecuada los mensajes que junto a su sonrisa comenzaron esa noche a hacerse evidentes, para que entendiera su mensaje.

Supe cosas que había hecho ella, supe lo que en su mente estaba, pensamientos de ella, por mí, y supo todo de mí, diría que desde ese momento se marcó ese tan esperado comienzo.

¿Que si la pude conocer? no solo eso, nunca más me separé de ella. Conceptos de hechos simultáneos que se hicieron por durante esas noches, las precisas, magnitudes interpretadas en su ojos, como parámetros en su mirada, una mirada que no solo a mi vio de esa manera, una mirada que siguió estando así, aclarando mi vida, y acabando con cada uno de los miedos que sin ella, siempre sentí.

Espero haya sido preciso en dar a conocer el tipo de miedo que realmente tuve, espero pueda haberse entendido la manera en la que lo quise narrar. Lo bueno quizás, fue que no fue un miedo prolongado por meses, solo fueron días, noches.

Mi interés, dar a conocer la historia que un día quisiera escribir, con el motivo único de cómo su sonrisa guardó las noches, y misterios que sentí a su lado. A su pregunta, está más que claro que la respuesta inmersa en sus ojos está, en los de ella, esos que tomaré como mi más preciada inspiración, los que no pararon de verme por esas noches, ni amarme como en mi futuro, lo hizo.

Miedo, también lo sentí, pero no era por perder el amor simplemente. Estaba sumado a algo peor, miedo, a no llegar siquiera a sentirlo nunca en mi vida.

La historia de ese hombre me hizo pensar, realmente por un tiempo pude estar en un limbo mental luego de que terminó de narrar. Pensaba, con fe, algún día sentir el amor, en mi vida.

La mujer que acompañaba a ese hombre se acercó a nosotros y preguntó si ocurría algo «nada sucede», palabras de aquel hombre respondiendo, y enseguida me presentó. La saludé y luego ella le dijo a su compañero que debían de irse ya. Me despedí de ambos mientras observaba cómo se marchaban, uno con el otro, tomados de la mano, compartiendo su amor.

Terminé de tomar fotografías y busqué alojarme en un hotel para dejar mis cosas y pasar la noche. Luego de eso me acerqué a una cafetería, me senté en una mesa, pedí algo de café mientras la noche se acercaba, estando a un paso de mi destino final, analizaba la manera en la que llegaría a él, claramente por la distancia debía de tomar un vuelo y tenía el dinero suficiente para hacerlo.

Pensaba en todo el tiempo que me había tardado para llegar hasta aquí, había sido bastante tiempo, pero del mismo modo muy poco, sentía algo de nostalgia. Es verdad, tantas historias, tanto sentimiento, tanta unión, se vieron reflejadas por un instante, y sé que seguirán estando reflejas, por siempre.

Ya pronto mi misión por concluir estaría, así que luego de un tiempo pensando, me dejé de sentimentalismos, tomé el mapa veo cuál es mi siguiente destino y me enfoqué en él. Pregunté a una persona de la cafetería, me doy por enterado que lo que debo de hacer, antes que nada, es volver a tomar un autobús que me lleve hasta el aeropuerto de la ciudad capital, pero esa noche aproveché para comprar mi vuelo por internet. No quería ningún tipo de complicación futura, conocí el horario de viaje, y cuánto tardaría en llegar hasta esa ciudad.

Estaba bien para mí, compré el ticket de avión para el siguiente día, debía de estar en el aeropuerto en horas de la tarde, por lo que debía de levantarme temprano para viajar hasta la ciudad. Ya en el hotel, sobre la cama, quedé profundamente dormido.

Mientras soñaba. Tuve un sueño algo extraño, en él conocía a una mujer, caminaba con ella de la mano, una mano completamente fría. pero no solo era eso, su rostro, no lo podía ver bien, estaba algo borroso, luego, soltaba su mano para tomar la de alguien más, la de otro hombre, y yo, luego, tomaba la mano de otra persona, otra mujer, pero su rostro también estaba borroso, y su mano, demasiado fría. Realmente no entendí que significaba.

Mientras caminaba con aquella segunda mujer tomados de la mano, tropecé con algo y caí al suelo, pero esta mujer no se detuvo a ayudarme siguió caminando, sin siquiera voltear a ver, cuando de la nada, una tercera mujer aparece, se acerca a mí, y me extiende su mano, la tomé para poder ponerme de pie, y esta mano estaba tibia, al notarlo miré su rostro, y sonreía, era hermosa, su piel brillaba, su ojos eran claros, su rostro estaba muy definido y claro como sus ojos, como el agua, pero no supe que sucedió después. Aun en aquel sueño, yo estaba corriendo, asustado, quien había soltado su mano, la de esa última mujer habría sido yo, corría buscándola de nuevo y tomar otra vez su mano, pero no la encontraba, convirtiéndose en una pesadilla, luego de eso tan solo, desperté. Basta de soñar.

A la mañana siguiente desperté pensando en ese sueño, rápidamente tome un papel y lápiz antes de que se me fuera a olvidar, y escribí nota de todo lo que recordaba de él, salvo que, aunque sabía que esa última mujer tenía su rostro completamente claro, no recordaba cómo había sido, olvide su rostro. Tristemente así fue.

Me dirigí a la estación de autobús pues debía de viajar hasta la ciudad capital, solo cuatro horas necesité para estar ahí.

Ya ahí me dirigí hacia el aeropuerto y llegué justo a tiempo. Me senté a esperar que dijeran que podíamos abordar. Una hora estuve esperando y luego de eso anunciaron que podíamos entrar al avión.

Un vuelo de escalas calculado en cinco horas. Y cinco horas más tarde, ya estaba en esa ciudad, mi última ciudad. Vista desde el aire, espectacular, una ciudad de la cual se habla mucho, esta vez, yo hablaría acerca de ella.

Al estar por fin en la ciudad, y luego de haber diligenciado los procesos legales pertinentes, busqué un hotel dónde dejar mis cosas y disfrutar de la estadía de la que además sería la última ciudad de mi viaje antes de regresar a casa.

Un viaje donde pasé por muchas cosas, y aprendí muchas más, un viaje que siempre se vio del color que representa al amor, pues de amor estuvo envuelto. ¿Qué color? –No lo sé, ¿de qué color creen que sea?

Estaba feliz, tenía suficiente material como para darme a mí una propia respuesta. Luego de dejar mis cosas en el hotel, quise aprovechar el sol y darme un chapuzón, así que lo siguiente que pensé fue en preguntar si había piscina, pues en el folleto del hotel decía que así era.

La respuesta del encargado fue afirmativa, me indicó que estaba en último piso del hotel, así que subí, me puse un poco de bloqueador solar en la piel para no irme a quemar demasiado, y con los lentes de sol sobre mis ojos me recosté a tomar el sol al lado de la piscina. Obviamente no estaría solo, aunque no había muchas personas, seis de ellas, dos hombres y cuatro mujeres.

Luego de unos veinte minutos acostado recibiendo el sol, decidí entrar a la piscina, el agua estaba bien, a una buena temperatura. Uno de los dos hombres que estaba también dentro de la piscina se acerca a mí y me saluda amablemente, y amablemente lo salude también, me preguntó si era de la ciudad pues tenía un aire de extranjero, le respondí que si era extranjero.

Empezamos a hablar durante un rato, al parecer quería hacer un amigo con quien hablar. Unos minutos más tarde una de las mujeres también presente en la piscina se acerca a él, al hombre con quien hablaba; lo besa lentamente y le dice que tiene que ir hasta la habitación por algo, él le respondió «está bien mi amor»

Cuando ella se fue, yo, curioso quise saber más, así que le pregunté. Me enteré, entre otras cosas, por cómo brillaban sus ojos mientras hablaba de ella, que se habían casado hace pocos días y pasaban su luna de miel justo en esa ciudad. Un hombre de unos veintitrés años. Era joven, pero ya estaba casado.

Entre charlas con ese  buen hombre nacieron más interrogantes, así que al final, como un buen final, a ese hombre, ese recién casado, yo, le hice la pregunta.

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