Ellas

Ellas


CAPÍTULO 2

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CAPÍTULO 2

PAULA

 

 

San José de Balcarce – Este de Argentina

Mirándola directamente a los ojos pude darme cuenta de lo que siento por ella. Sentimientos expresos debido a la velocidad con que llegan; sentimientos sutiles, ya que concluyeron de esa manera al observar la elegancia con la que los siento, deseo interminable. Al darme cuenta los altos niveles de placer que genera rozar mis labios con los suyos, trazándose una línea de viaje que compromete a su cuello y que termina en los dedos de sus pies; los gestos que veo en su rostro cuando la palma de mi mano baja por su piel y que va siendo guiada por cada gota de sudor que emana de sus poros, ciertamente encuentro en cada uno de esos únicos momentos que comprenden mi vida a su lado, un síntoma más de lo que representa el amor de ella. Un amor que me acompaña y que guía mi camino, un amor, que no deja de estar presente, en mí.

Me resulta inmensamente complicado pensar en ella  sin recordar cómo llego a mi vida. Difícilmente podría abstenerme a revivir los momento en los que aquella noche, una reunión social a la cual fui invitado, fue tomando una tonalidad algo rojiza; rojo, como el vestido que cubría su tan hermosa piel, rojo, haciendo comparación con la sangre, que como ella, recorría  cada rincón de mi cuerpo. Me acerqué mientras no dejaba de verla, una copa de vino entre los dedos de mi mano izquierda, y otra más en mi derecha, hizo que me dirigiera hacia donde se encontraba. Con total naturalidad y a paso lento llegué a estar a solo centímetros de esas curvas claramente sexys que no solo no dejaban de cautivarme a mí, sino que además iluminaban y resplandecían todo en ese salón.

Recuerdo que lo primero que le dije al estar frente a ella: «aunque algo atrevido llegar de esta forma frente a ti ¿puedo pedirte que sostengas esta copa?» Su respuesta no se hizo esperar, y recuerdo claramente sus dos preguntas, «¿sostener? ¿Para qué?», en respuesta le dije que si no lo hacía, ¿cómo iba a ser posible que brindamos por esta espectacular noche? Espectacular porque en ella la había conocido.

Me miró de una manera que describiría como exótica, sonrió, algo leve pero con gracia, sostuvo la copa de vino que ofrecí, llenando su mano vacía con un cristal que contenía el néctar de mis pensamientos y deseos; pensamientos claros, claridad de cómo quería poseer su piel. Deseos retorcidos, llenos de lujuria como de excentricidad sensual, donde imaginaba someter su cuerpo a todas las pretensiones que en ese momento no dejaba de imaginar, hallando como resultado, no solo la unión de nuestros cuerpos, evidenciando además el equilibrio magistral que se dio cuando lo hicieron nuestras almas también.

Fueron tantas sensaciones inexplicables, pero al mismo tiempo tan fuertes, que sentí cómo salían de mi cuerpo e inmediatamente se unían al suyo, dejando de ser una sensación propia, convirtiéndose en una compartida. Empezamos a hablar por algunos minutos y luego vi cómo las expresiones de su rostro denotaban querer irse de ese lugar.

Realmente no me extrañó en ese momento ya que la verdad era una fiesta algo aburrida. Tomé su mano mientras escuchábamos una pieza de baile, algo suave, sutil, un tipo de música que no podía dejar que se quedara solo en mi mente; debía sentirse real, pero a su lado, bailando con ella. Así que con su mano sobre la mía, acerqué su cuerpo a mi pecho, y lentamente nos fuimos acercando al centro. Un espacio solo para los dos, un lugar nuestro, al ser parte de él, y luego, empezamos a bailar suavemente, con ganas de continuar así por toda la noche. Quizás no bailando, o en ese sitio, pero ciertamente así de cerca.

Un paso a la vez, iba sintiendo su respiración en mi cuello, su calor, ese calor que empecé a sentir, ese que venía siendo generado por su cuerpo, de a poco iba inundando el mío, queriendo tomarla cada vez más fuerte, haciéndola con cada segundo que pasaba, más mía, y sin dejar espacio a la negación, al arrepentimiento. De mi propiedad, así como sentía que iba siendo suyo también.

Luego, pasé mis manos por detrás de su cabeza, en un instante cualquiera, antes de que acabara aquella pieza de baile, la acerque a un lado de mi rostro, y luego, susurré a su oído una pregunta en dos palabras «¿Quieres irte?»

Ella, inmediatamente paró de bailar, se alejó de mí, me miró, y luego se fue acercando, por un momento pensé que me besaría, pero no fue así. Queriendo rozar sus labios, puedo decir que me sentí muy cerca de ellos, aquellos de color rojo, esos mismos que no dejaba de mirar, pero antes de llegar a tocarlos, ella, tomó una curvatura por un lado de mi mejilla, con dirección a mi oído, y susurró a mí oído una respuesta en  dos palabras, «decide tu».

Sus pretensiones, se encontraron con las mías, y compartían un mismo fin. A mi propuesta, encontré su disposición, sus intenciones, aquellas que afirmaban no querer que la noche terminara en ese momento, se hicieron más que evidentes, unas que denotaban querer continuar, no solo una noche, sino aún muchas más. Tomé su abrigo, y a mi lado, se marchó de ese lugar.

Finalmente, en mi habitación y viendo mientras las prendas de su cuerpo caían de su piel, yo, tomé más que sus besos, tomé más que su piel por solo una noche, yo, me hice dueño de cada rincón que la caracterizaba, yo, me hice dueño de ella.

Aunque no diré detalladamente cómo termino siendo esa noche, es preciso que sepan que nunca dejé de sentirme atraído por esa piel, o ese sudor que generaba el calor de su cuerpo mientras, con placer, sentía el mío dentro de ella. Es preciso afirmar que ahora me doy cuenta que vale la pena alimentar el cuerpo, dentro de la mente, que siente el alma, en su corazón, en ella, manteniendo un balance de naturalidad pervertida, que ciertamente no me apena sentirla, ya que no la siento por alguna mujer que veo pasar por mi lado, o que veo en alguna calle de algún lugar. Esa perversión la siento, por esa mujer que transformó mis pretensiones en suyas, la siento, por aquella que convirtió una noche, en una eternidad, la siento, por ella. Añadiendo que aquella noche su cuerpo dejó de ser solo de ella, su sudor dejó de estar solo su piel, su piel, nunca más quiso estar lejos de la mía, y su sangre, tan roja como recuerdo ese vestido, no paró nunca de llegar a mi corazón para ser bombeado por todo mi cuerpo. Sentimientos y expresiones donde no hay claridad, aunque trato de ser claro; deseos indescriptibles, aunque intento describirlos; besos apasionados envueltos en códigos, y códigos que finalmente, aprendí a descifrar.

Realmente no sé si algún día logres leer esto amor mío, dejo dicho que si lo haces, espero que entiendas y logres apreciar con claridad, que aunque no soy muy bueno en ocasiones para expresar con palabras los síntomas que producen tus besos, síntomas lujuriosos, deseosos siempre de ti, es lo que describo como AMOR, es lo que veo como AMOR, es lo que siento como AMOR. Y si, posiblemente esté errando la definición de ese concepto, pero quiero dejar claro que para mí, todo lo descrito, representa lo que sentí y siento por ella, eso que nunca deja de estar a mi lado, eso dado por su compañía, eso, a la respuesta de su pregunta, es a lo que le llamo AMOR.

Al terminar de cenar y luego de haber oído, además de todo, la historia y la razón por la que ese hombre no dejaba de sonreír, le agradecí por su aporte a mi investigación, aclarando que su relato me acercaba cada vez más a la definición de mi búsqueda.

Sucedió pues, que además de todo el buen trato, sin mencionar que no me había cobrado por la cena ni un solo centavo, me pregunta si tengo algún lugar en específico donde vaya a pasar la noche, pues en su hogar era más que bienvenido. Fue una amable invitación a la cual, por razones económicas no rechacé.

Ya en su casa le platiqué un poco más a él y a su familia de dónde yo era originario, de dónde venía, y qué tenía pensado lograr con ese viaje, su familia me pregunta hacia donde pensaba viajar y les respondí que continuaría mi camino siempre hacia arriba, hacia el norte.

Entre platicas que nacían en aquella charla, ese hombre me comenta que tiene un primo quien es un gran pescador y que cada dos meses viaja por mar a pescar en una zona a unas cuantas millas de allí, y que finalmente entrega los peces el puerto de una ciudad del país vecino. Casualmente partiría al otro día, por tanto me preguntó si quería que él le hablara a su familiar para avisar que viajaría con él en su embarcación y por un valor poco más bajo, y claro que mi respuesta fue afirmativa. Sería lo suficientemente bueno para seguir avanzando.

Emocionado, no tuve palabras para agradecer todo lo que aquel hombre había hecho por mí en ese momento y por lo que pretendía lograr.

A la mañana siguiente desperté de madrugada, muy temprano para poder llegar a tiempo a el lugar donde me reuniría con el familiar de aquel hombre, antes de partir con total gratitud me despido de él y de toda su familia, me dirigí hacia el lugar donde su primo partiría en las siguientes horas. Al llegar al sitio donde el barco saldría, no me sorprendió la amabilidad con la que su primo me había recibido. Supongo que eran actitudes que venían de familia. Y así partimos, rumbo hacia la mar.

Dentro del barco me presenté con la demás gente que formaba parte del grupo de trabajo de pesca, ayudé en los trabajos de anclaje y demás temas referentes a la labor. Aprendí a pescar usando mallas, me medí a mí mismo en fuerza, destreza y demás habilidades que pronto aprendí.

Estuvimos algo así como unos dos meses en el mar, cuando una noche, en vísperas de finalizar el viaje por barco, mientras teníamos la hora de la cena, vi a un compañero de la tripulación quien no cenaba aun, me causó curiosidad pues en sus mano izquierda sostenía una fotografía y con su mano derecha escribía algo en un pedazo de papel mientras no dejaba de ver aquella foto. Me acerqué a él y enseguida me preguntó si necesitaba algo, «no señor» respondí, «solo que me causo intriga ver la expresión en su rostro mientras escribe» dije. Me pidió que me acercara un poco más a él, luego de eso me habló acerca de la razón que causaba mi intriga, algo corto pero suficientemente claro como para saber que a aquel hombre y compañero de barco, con quien había trabajado de la mano por dos largos meses tenía algo que contar. Así que sin esperar más, yo, le hice la pregunta.

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