Ellas

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Prólogo de Gabriel Rolón

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Prólogo de Gabriel Rolón

Desde el comienzo de los tiempos el hombre quiso comprender el universo y, movido por esa pulsión de saber, construyó mitos, leyendas y teorías, a veces absurdos y otras no tanto, para intentar explicar un mundo que le resultaba extraño e insondable.

Así, los truenos fueron concebidos como el ensordecedor sonido que producían los golpes del martillo de Thor; la pasión era el efecto de un capricho de Afrodita que insuflaba un ardor incontenible que nublaba toda razón; la grandeza del desierto era producto del error de un ángel torpe que derramó toda la arena destinada al mundo en un solo lugar, y las tempestades se consideraron consecuencia de enojos divinos.

Más cerca de nosotros, también la incipiente ciencia buscó explicaciones que luego demostraron ser erróneas. Así, el mundo fue plano, el Sol giró alrededor de la Tierra y la sangre durante mucho tiempo permaneció estática en nuestras venas.

No creo conveniente caer en la sonrisa soberbia de quien mira los errores del pasado a la luz de los conocimientos del presente; no obstante, si algo ha movilizado a la humanidad fue ese impulso por desentramar los misterios, y uno de los más insondables de esos misterios ha sido precisamente la mujer.

Ardiendo en las hogueras de la Inquisición o santificadas como sacerdotisas en los oráculos, consideradas diosas dadoras de vida (Pachamama) o pervertidoras del alma (Eva), la mujer ha sido siempre motivo de cuestionamiento y asombro, de modo tal que la santa y la bruja, la esposa y la prostituta han convivido, y lo hacen aún, en el imaginario popular. Lo que no se ha modificado a pesar del paso del tiempo es que la mujer sigue siendo un enigma.

Llegado a este punto me permito contar una historia que habita la mitología clásica y comienza con el casamiento de Tetis y Peleo. Todos los dioses habían sido invitados a la celebración de la boda excepto Eride (la discordia), pues se la sabía provocadora de guerras, enfrentamientos y toda clase de males. Ofendida y dispuesta a estar presente de algún modo en la fiesta, Eride arrojó una manzana entre los invitados con una inscripción que decía: «Esta manzana es para que la coma la más bella», y naturalmente este desafío bastó para que se generara un revuelo.

Tres fueron las candidatas que se adjudicaron el derecho a comer la famosa manzana de la discordia: Hera, Afrodita y Atenea, y entre ellas acordaron que fuera el joven Paris, hijo del rey de Troya, quien oficiara de juez.

Una vez tomada esta decisión, las tres aspirantes se acercaron a él con claras intenciones de sobornarlo. Hera le ofreció el dominio sobre el universo y Atenea la sabiduría. Afrodita, en cambio, prometió conseguirle el amor de la mujer más hermosa del mundo. Paris, que tenía una especial debilidad por la belleza femenina, falló a su favor, dictaminó que ella era la ganadora del concurso de belleza y pidió como recompensa a Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta. Afrodita cumplió su promesa y así fue como, con su ayuda, Paris secuestró a Helena y la llevó a su castillo.

Pero Hera, que estaba furiosa por no haber sido la elegida, no iba a dejar sus níveos brazos cruzados. Rápidamente tomó partido por Menelao y lo impulsó a ir en busca de su mujer. Así fue como una enorme flota comandada por Agamenón partió rumbo a Troya para protagonizar la famosa guerra que duró diez años; contienda cuyo saldo fue la muerte y el dolor.

Resta decir, si es que alguna poesía le faltaba al maravilloso relato homérico, que en griego antiguo Helena significa catástrofe.

Hera, Afrodita, Eride y Helena, todas ellas mujeres; en este caso, mujeres fatales. Ocurre que el arte, la mitología, la historia misma de la humanidad, están atravesados por la relación existente entre la mujer y la fatalidad, tal vez por lo inseparable de la mujer y la belleza, de la belleza y el amor, del amor y la tragedia.

Estar enamorado implica vivir la aventura de saberse en riesgo y, en ese sentido, la mujer amada será siempre única y fatal puesto que, para bien o para mal, cambiará nuestro destino.

Para el psicoanálisis no es importante la diferencia de género sino el posicionamiento femenino o masculino, ya sea ante la sexualidad, el deseo, lo discursivo o la vida misma. Y ese posicionamiento no se asienta en el par hombre-mujer, sino en la distinción activo-pasivo.

Nos toca vivir una época de grandes cambios para la mujer. Después de mucho tiempo de lucha ha obtenido el derecho a ser considerada como un sujeto con deseos a respetar y capacidades que pueden ser inferiores, iguales o superiores a las del hombre, pero que de ningún modo están dadas por la diferencia de género sino por cuestiones subjetivas y personales.

Sin embargo, sería una torpeza no reparar en la importancia que la diferencia entre hombres y mujeres tiene para otras ramas de la ciencia, como la medicina, por ejemplo. Y es aquí donde Daniel López Rosetti hace pie y se suma al abordaje de un tema tan apasionante como hermético. Con su gran formación profesional y esa capacidad para atrapar al lector y hacerse comprender aun en territorios muy complejos que tan bien le conocemos, nos propone una mirada inteligente y atractiva. Su apertura de pensamiento hace que este libro se detenga en la consideración del cerebro, el corazón y la psicología.

Como analista, celebro la diferencia que este delicioso escritor y reconocido médico hace entre el cerebro y la psicología, como así también la generosidad con la que se expone al desafío de bucear por el mar incierto y fascinante de la mujer.

GABRIEL ROLÓN

Psicoanalista y escritor

Marzo de 2016

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