Ellas

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3. Ellas y el amor

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Capítulo 3

Ellas y el amor

Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos para encontrarnos.

JULIO CORTÁZAR

Horacio Olivera, argentino, es el protagonista de Rayuela, de Cortázar. Olivera busca en los puentes de París a su amante, Lucía, una uruguaya mejor conocida como «la Maga». Horacio y la Maga eran distintos. Él un intelectual, un erudito hasta tal vez algo frío. Ella más simple y emotiva. Eran diferentes, como hombre y mujer, diferentes pero complementarios, como hombre y mujer. Ellos buscan a Ellas y Ellas buscan a Ellos y siempre fue igual. No tenían que saberlo de antemano, ya estaba en su esencia ancestral.

Ben Casey fue una serie televisiva de comienzos de la década del sesenta, y su protagonista era un neurocirujano que se enfrentaba diariamente con los dilemas de la medicina. En el inicio de cada capítulo el mentor del doctor Casey, el profesor David Zorba, jefe del servicio de neurocirugía del hospital, dibuja en un pizarrón los signos que identifican al hombre, la mujer, el nacimiento, la muerte y el infinito

Era una metáfora que señalaba la predestinación recíproca para que hombre y mujer se encuentren. Se busquen. Se necesiten.

Hoy conocemos con rigor científico las causas de ese encuentro. Nuestras conductas son emergentes complejos de nuestras funciones cerebrales. Una mezcla de razones y emociones en distintas proporciones, según sea el caso. Una razón es una idea, un pensamiento. Un sentimiento es la vivencia experiencial de una emoción. El amor no escapa a esta condición. También lo expresa poéticamente Cortázar: «Sacas una idea de ahí, un sentimiento del otro estante, los atas con ayuda de las palabras… y resulta que te quiero».

La neurociencia no minimiza ni relativiza la poesía ni el arte. Hace un intento por explicarlos. Para analizar el tema del amor, veamos primeramente de qué se trata desde la óptica de la biología, para después comentar sus fundamentos psicológicos y emocionales.

Para comenzar, digamos algo fundamental: el amor es un hecho irracional. Ilógico, así de simple. Se trata de una emoción. El cerebro es el lugar donde la razón y la emoción conviven alborotadamente, casi siempre sin lógica racional. Este también es el caso del amor. Es que no somos seres racionales, como se suele decir, sino que más bien somos «seres emocionales que razonan», que no es lo mismo.

La emoción nos ha acompañado desde hace millones de años, desde el comienzo de nuestra especie. La razón, en cambio, es un fenómeno de reciente aparición en nuestra historia evolutiva; la emoción es ancestral. El amor es una emoción, por lo tanto, ancestral, y como tal se comporta. El amor es ilógico, impensado, irracional. Muchas veces nos sorprendemos al ver que un hombre se ha enamorado de una determinada mujer, y a la inversa. La explicación es muy sencilla, simplemente no lo han pensado… lo han sentido y, aunque cueste en alguna medida admitirlo, la emoción es una función cerebral, es una función biológica y es justamente en ese campo, en el de la neurociencia, donde debemos buscar la explicación al fenómeno del amor y a las diferencias entre Ellas y nosotros.

Somos iguales en un punto, pero la verdad es que si atendemos a las diferencias psicobiológicas, psicológicas, biológicas, culturales y de roles, debemos concluir que Ellas y nosotros somos simplemente diferentes. El tema del amor, como emoción, es bien complejo y, tratándose de una de las cuestiones centrales, si no la más importante, de las relaciones entre los seres humanos, puede abordarse desde muy diferentes ángulos. Sin duda, un fenómeno multifacético y multidimensional. De hecho, en sentido amplio, el amor puede considerarse desde diferentes vertientes y objetos del amor: puede tratarse del amor a Dios, a la vida, a los otros, el amor fraternal, el amor filial, etc. Pero aquí, acorde con nuestro tema de análisis, hacemos referencia al amor de pareja.

El sustento del amor de pareja acude inexorablemente a una base biológica de atracción por el sexo opuesto, o por el mismo sexo, que tiene explicación en la neurociencia. La base es instintiva y tiene su eje principal en el deseo. El resultado es la preservación de la especie y, culturalmente, la conformación de grupos familiares. En el planeta hay más de seis mil millones de personas y resulta evidente que en algún momento tres mil millones de ellas encuentran a «su media naranja» entre los otros tres mil millones. Pareciera, entonces, que el modelo llave-cerradura para encontrar a la otra mitad, es decir, para que Ellas se encuentren con Ellos, no podría explicar por qué encontramos a nuestra pareja. Pareciera que, en realidad, la amplitud para encontrar nuestra «otra mitad», la otra «media naranja», no es en lo absoluto algo específico, como si de algún modo una inmensa cantidad de personas pudiera llenar el espacio de ese ser deseado para construir la pareja, donde el amor resulte la emoción que consolide la unión. ¿Cuál es entonces la solución al dilema? ¿Podríamos enamorarnos básicamente de cualquiera? «Andábamos sin buscarnos, pero sabíamos que andábamos para encontrarnos». Seguramente Cortázar estaba en lo cierto y la poesía explica esa búsqueda y ese encuentro, pero ¿a quién encontramos? La respuesta es opinable, pero la neurociencia y la psicología tienen mucho que aportar para resolver el problema.

Para Sigmund Freud (1856-1939), el amor es, desde su óptica psicoanalítica, una resultante de la «sublimación de la sexualidad». En física, «sublimación» es el proceso en el cual una sustancia pasa del estado sólido al gaseoso sin pasar por el estado líquido. Freud utiliza la palabra sublimación para expresar el mecanismo o proceso que lleva a la energía libidinal o pulsión sexual a convertirse en otra cosa. En este caso, cómo la pulsión sexual se convierte en amor. Dicho de otro modo, el ser amado es el medio para satisfacer las necesidades sexuales, por lo menos esto es lo que en parte se desprende, aunque más no sea en parte, del pensamiento de Freud.

Para el psicoanálisis freudiano, la pulsión es un estado de excitación interna, un impulso psíquico que busca calmar esa excitación en un objeto determinado. En este sentido, aunque no de modo estricto, podríamos interpretar que la pulsión sexual es una suerte de instinto o, más precisamente, un instinto humanizado que se convierte en algo diferente; en este caso, en amor. Para Freud, la pulsión sexual es el origen del amor.

Desde la evidencia biológica de la neurociencia, no le falta razón: el instinto sexual nos impulsa a la búsqueda de pareja en base a la activación de los circuitos cerebrales del deseo, lo que hemos descripto como «circuito de recompensa», donde la dopamina es el neurotransmisor principal que encarna ese deseo. Así, formamos pareja con la finalidad de canalizar la pulsión libidinal o sexual. Esta resultaría por sublimación, es decir, se convertiría en otra cosa, en amor.

Para quien no resulte aplicable esta interpretación psicoanalítica con algún fundamento o recurso explicativo basado en la neurociencia podemos recurrir a una explicación totalmente opuesta. Podemos acudir a Erich Fromm (1900-1980), quien sostenía, en contraposición a Freud, que el deseo sexual es consecuencia y resultante del amor. Es decir que el amor da origen al sexo. Para Fromm, el amor es algo complejo que requiere aprendizaje y práctica. No es un instinto, es el desarrollo de un arte que requiere tiempo y dedicación. Apela, en términos de neurociencia, a funciones intelectuales superiores, es decir a procesos cognitivos relacionados con el razonamiento, la memoria, el aprendizaje, la atención, la toma de decisiones, la elaboración de planes, los procesos ejecutivos y, en última instancia, al desarrollo de un arte. El arte de amar.

Son estos procesos mentales los que resultan ser el origen del amor y esto en una de sus vertientes daría origen al deseo sexual. Ambos abordajes, el de Freud, donde el deseo sexual da origen al amor, y el de Fromm, donde el amor da origen al deseo sexual, son extremos polares y diferentes que intentan explicar el amor como emoción compleja.

En tanto ópticas diametralmente opuestas, no nos es posible resolver el dilema del origen del amor, ya que para uno es todo resultante del instinto o pulsión sexual y para el otro amerita procesos cognitivos complejos y resultantes de la evolución biológica de nuestra especie.

Una explicación posible desde la neurociencia actual seguramente se encuentre en un punto intermedio entre las afirmaciones de Freud y Fromm, donde a la aproximación netamente psicológica de ambos se agreguen los conocimientos actuales de psicobiología. Tal vez la sola consideración del deseo como origen del amor explique un primer estadio o etapa del amor, esa etapa inicial que conocemos como «enamoramiento». Esta etapa de afinidad y atracción inicial es lo suficientemente amplia en su criterio de selección como para permitir que aquellos tres mil millones de personas encuentren su «media naranja» en alguno de los otros tres mil millones. Esta etapa, la de «enamoramiento», movilizadora, inquietante y excitante, es diferente a la condición estable en el tiempo de «permanecer enamorado». Son diferentes emocionalmente, y esta situación tiene explicación biológica.

Claro está que una conducta o condición emocional es siempre más que la resultante de una explicación biológica, el todo es más que la suma de las partes. De todos modos, el estado de «enamoramiento» tiene base psicobiológica en los procesos neurológicos y hormonales del deseo. El amor es mucho más que eso, es esa condición básica del deseo más una construcción emocional madura a lo largo del tiempo. Y aunque llame la atención, hay partes de nuestro cerebro que son responsables del deseo sexual, tal como hemos visto en el capítulo anterior, y partes relacionadas con el amor como complejo emocional evolucionado y propio de nuestra especie. Así, nuestro cerebro tiene partes responsables del deseo y otros sectores cerebrales resultan ser responsables del amor. Del mismo modo, las hormonas y los neurotransmisores juegan un papel distinto en cada circunstancia: la del deseo y la del amor, la del «enamoramiento» y la de «permanecer enamorados». Son cosas diferentes.

Cerebro enamorado

Enamorarse es un desorden mental… Y encontrar a alguien con el mismo desorden no tiene precio.

La neurociencia ha avanzado muchísimo en los últimos años gracias a los métodos de estudio, investigación y diagnóstico. Los estudios de imágenes tales como la resonancia nuclear magnética funcional y la tomografía por emisión de positrones permiten «ver» literalmente qué partes del cerebro se activan, prenden, encienden o trabajan cuando la persona tiene un pensamiento, un recuerdo, una emoción o una acción. En base a estos estudios de imágenes se han publicado numerosas investigaciones que permiten determinar qué partes del cerebro se involucran cuando se manifiesta el deseo sexual. Podríamos decir que «delatan» qué partes y circuitos cerebrales son responsables de la libido o pulsión sexual.

El deseo sexual se encuentra caracterizado por la manifestación o por el aumento de la frecuencia de pensamientos eróticos o fantasías sexuales. Mientras que el amor erótico, desde la óptica en que lo estamos analizando, podría definirse como un estado de emoción intenso y sostenido en el tiempo que nos une a nuestra pareja. Colocando a una persona en un equipo de resonancia magnética nuclear funcional se puede observar qué partes del cerebro trabajan en un determinado momento. Es así como a una persona en esa situación se la «invita a ver videos eróticos y de sexo explícito para poder determinar qué partes o regiones cerebrales se activan». De esta manera se ha logrado «mapear» las áreas comprometidas en el deseo sexual.

A continuación mencionaremos qué partes y circuitos cerebrales se activan y se relacionan con el deseo erótico o libido. Son nombres difíciles y no es necesario recordarlos en absoluto, pero los comentamos para enfatizar la certeza que la ciencia ha conseguido en esta materia.

Durante la excitación sexual o deseo libidinal se activan las siguientes áreas cerebrales: hipotálamo, ínsula, área tegmental ventral, estriado ventral, amígdala, tálamo, hipocampo, áreas del sistema límbico y áreas corticales cerebrales, tales como la corteza cingulada anterior, regiones específicas del lóbulo occipital y temporal, la circunvolución frontal media, la circunvolución temporal superior, la cincunvolución precentral, la conjunción temporoparietal, la corteza sumatosensorial y el lóbulo parietal inferior.

Estas áreas no solo se «activan» cuando nos motivamos sexualmente sintiendo deseo sexual, sino que además algunas se encienden cuando detectamos que estas mismas áreas cerebrales comienzan a funcionar en la pareja o en la otra persona. Esto se produce gracias a la función de las llamadas «neuronas espejo», que a manera de espejo se activan en nosotros cuando detectamos o intuimos que se activan en el otro. Como vimos, este mecanismo se encuentra más desarrollado en Ellas que en nosotros y esto explica, en parte, el gran desarrollo de la intuición femenina. Es muy probable que este mecanismo les permita a Ellas reconocer nuestras intenciones antes de lo que imaginamos. Asimismo, hay evidencia de que, al activarse estas regiones y circuitos cerebrales en la reacción o motivación del deseo sexual, disminuyen las funciones cerebrales encargadas del juicio y razonamiento, ubicadas en las áreas de los lóbulos frontales. Esto explica con certeza científica la afirmación popular de que «el enamorado no razona», y esto en cierta medida es así por cuanto la emoción domina por sobre la razón.

Ahora bien, hasta aquí nos hemos centrado en el deseo erótico. ¿Qué sucede con el amor? Bueno, en el amor de pareja, digamos el amor erótico, se activan estas mismas áreas del cerebro y podemos decir que en este sentido el amor incluye el deseo. Sucede que en el amor se activan algunas de estas áreas de modo diferente y, además, se activan otras que resultan ser propias del amor. Así, digamos que áreas cerebrales como el estriado ventral, el hipotálamo, la amígdala, la corteza somato sensorial y el lóbulo parietal inferior se encuentran con una activación disminuida. En el amor respecto al estímulo erótico puro esto ya es una diferencia entre deseo y amor.

Respecto a aquellas áreas que solo se activan en el amor debemos mencionar al lóbulo de la ínsula. El lóbulo de la ínsula es una porción ubicada en la profundidad de la superficie lateral de ambos hemisferios cerebrales. Resulta más interesante señalar que la parte anterior del lóbulo de la ínsula se activa, es decir comienza a trabajar, cuando se producen sentimientos de amor, mientras que la parte posterior se activa con el deseo sexual. Como el amor incluye el deseo, en el caso del lóbulo de la ínsula se observa que, a medida que el deseo progresa hacia una manifestación de amor, se va activando progresivamente la ínsula desde la porción posterior, donde predomina el deseo, hasta la anterior, donde se incluyen los sentimientos de amor. Metafóricamente, podríamos decir que, en el lóbulo de la ínsula, el deseo y el amor se mezclan como en una danza.

Así funciona el cerebro en el deseo sexual y en el amor. De modo que podemos ver una diferencia anatómica y funcional en el estado de excitación sexual, en la situación de enamoramiento y en la de permanecer enamorado.

A estas modificaciones en la estructura y circuitos cerebrales se suman cambios en los neurotransmisores y hormonas. Pero para comenzar a explicar estos cambios vamos a viajar a la Grecia antigua, a la época de Alejandro Magno, unos dos mil trescientos años atrás, para conocer a un médico famoso que nos va a introducir en este tema, Erasístrato.

Erasístrato, Antíoco y Estratónice

Erasístrato fue un famoso médico de la Grecia antigua. Nació en Yulis, capital de la isla de Ceos, en el mar Egeo, a unos sesenta kilómetros de Atenas. Fue uno de los fundadores de la prestigiosa escuela médica de Alejandría, junto con Herófilo. Mucho de su obra se conoce por los comentarios que hizo Galeno, quien a su vez siguió la escuela y enseñanzas de Hipócrates. Erasístrato realizó descubrimientos anatómicos y filosóficos sobre el sistema circulatorio y el sistema nervioso. Fue un médico e investigador muy destacado, que entre otras cosas describió que la sede del pensamiento humano estaba en la corteza cerebral y no en el corazón, como sostenía Aristóteles. Podríamos decir que Erasístrato fue un neurocientífico.

Cuenta Plutarco, historiador griego del siglo I, en su obra Vidas paralelas, que Erasístrato fue llamado en consulta médica por Seleuco Nicátor, general de Alejandro Magno y rey de Siria. Seleuco tenía un hijo al que quería mucho, Antíoco, y este había caído enfermo, con un cuadro severo de profunda tristeza, melancolía y depresión. Erasístrato examinó al paciente y, buscando la causa de su depresión, se le ocurrió una brillante idea para hacer el diagnóstico. Hizo desfilar frente al lecho del enfermo a todas las mujeres del palacio, mientras tomaba la mano de Antíoco para controlarle el pulso. El hábil y observador médico notó que el pulso se le aceleraba, a la vez que se le enrojecía el rostro y aumentaba su transpiración, cuando frente a él pasaba Estratónice, su madrastra y segunda esposa de Seleuco.

Erasístrato dio su diagnóstico al rey: Antíoco estaba perdidamente enamorado de Estratónice. El rey, que amaba a su hijo por sobre todas las cosas, se divorció, y Estratónice se casó con Antíoco. Santo remedio. Vivieron felices y comieron perdices. Hoy sabemos que a Antíoco le subían la adrenalina, la dopamina y la oxitocina al contemplar a Estratónice. Sufría de «mal de amores».

Las moléculas del amor

El amor también tiene sus moléculas. Resulta que las hormonas y los neurotransmisores son la raíz química por la cual ciertas emociones se manifiestan. Quiere decir que una condición emocional determinada, en general, puede relacionarse con una patente bioquímica. Las hormonas y los neurotransmisores determinan conductas, sentimientos y emociones. Los psicólogos han definido tres etapas en las relaciones románticas, que es posible analizar por la proporción de hormonas y neurotransmisores que las acompañan. Una descripción clásica de las etapas del amor es aquella que la divide en tres fases consecutivas y por momentos superpuestas. Estas son: 1) enamoramiento o etapa inicial, 2) amor pasional, y 3) amor armónico. Vamos a verlas por separado para alcanzar un mayor nivel de detalle.

Enamoramiento o etapa inicial

Resulta ser la primera etapa en la relación amorosa. En esta fase domina la emoción de la pasión. Es una etapa de reconocimiento, deslumbramiento y exploración, hay nuevas vivencias, descubrimiento, juegos y excitación. Es cuando, dentro de los límites de la normalidad, se eleva el nivel de tensión y estrés. Cuando se estudió a parejas que estaban pasando por este período se pudo observar una patente bioquímica particular que acompañaba a este big bang emocional, una suerte de tsunami de neurotransmisores y hormonas. El cortisol y la adrenalina, las hormonas del estrés, se elevan en la sangre. En el cerebro, se eleva la dopamina, neurotransmisor del placer, tal como le pasó a Antíoco cuando veía a Estratónice, y seguramente como les pasó a Romeo y Julieta el día que se conocieron.

Podemos agregar que esta condición de enamoramiento inicial también se acompaña de una disminución de testosterona y serotonina. Resulta muy interesante el hecho de que los científicos hayan determinado el tiempo promedio que dura esta explosión inicial, usualmente corto, de aproximadamente seis a doce meses. También determinaron que, cuando en los diferentes test y cuestionarios psicológicos, así como en las entrevistas psicológicas, se manifestaba una disminución de las emociones reconocidas por los enamorados como del período inicial de mayor intensidad, los neurotransmisores y las hormonas descriptos se modificaban dando paso a la segunda fase o etapa del amor pasional.

Amor pasional

Aproximadamente entre los seis y los doce meses comienza la segunda etapa, la del amor pasional. La euforia, la excitación y el estrés iniciales se convierten muy lentamente en un nuevo estado, en el que paulatinamente aparecen sentimientos de estabilidad, calma y seguridad que equilibran la emoción o emocionalidad de la relación, saliendo progresivamente de la turbulencia inicial para pasar a un derrotero de equilibrio y previsibilidad. La calma, la seguridad y el disfrutar equilibradamente de la relación amorosa caracterizan a este período. Proyectos comunes y planes en conjunto son condiciones anheladas, visualizándose juntos en el futuro.

Como en la etapa anterior, aquí también se pudo determinar una matriz característica de neurotransmisores y hormonas que acompaña a esta situación emocional de la vivencia del amor romántico, cuando la consecuencia conductual y emocional es un aumento del nivel de intimidad y del compromiso recíproco. Los niveles de la hormona del estrés, como el cortisol, se normalizan al disminuir el estrés inicial propio de la inseguridad y la atención que provocaba el descubrimiento de una nueva relación, y dan lugar a la «estabilidad emocional» de esta otra etapa de amor pasional. El resto de los neurotransmisores y hormonas regularizan los niveles y aparece una nueva hormona que domina en este período, la oxitocina.

Esta hormona es producida y liberada por una parte del cerebro denominada hipotálamo, y es la llamada «hormona del amor». Genera emociones relacionadas con la confianza, la seguridad y la credibilidad. Condiciones que fomentan la unión estable entre Ellas y nosotros. La oxitocina es la hormona del amor y resulta ser la que cohesiona la relación recíproca y mantiene unida a la pareja. El amor pasional puede durar varios años, según la particular relación y dinámica de la pareja en cuestión.

Amor armónico

En esa etapa coexisten en proporción diferente la pasión, el compromiso y la intimidad. El amor armónico se caracteriza por la disminución de la pasión a expensas del compromiso mutuo y la intimidad, que se mantiene alta, compromiso que implica acuerdo, pacto mutuo, responsabilidad, con trato personal y palabra. Intimidad en tanto función, mutuo conocimiento, complicidad, familiaridad y unión recíproca como expresión de apego y adhesión.

Nuevamente aquí es la oxitocina, la hormona del amor y la confianza, la que domina el escenario de las moléculas que generan emoción y conducta. El pasaje de la etapa del amor pasional, que puede durar varios años según los casos, a la etapa del amor armónico es particularmente frágil. Muchas parejas, ante la disminución de los niveles de pasión, se ven frente a la posibilidad de la ruptura o final de la relación. La duración de la etapa anterior es ampliamente variable. Resulta evidente, por la sola observación de la realidad, que muchas parejas se disuelven en este período mientras que otras parecen vivenciar felizmente los niveles de oxitocina estables a lo largo del tiempo, aunque sea a expensas de la disminución del deseo de las etapas iniciales, cuando la adrenalina y la dopamina dominaban el cuadro.

Sin embargo, reducir este tema simplemente a niveles y concentraciones de algunas moléculas sería un error. La psicología y el mundo de las emociones y su interacción con la razón cabalgan juntos en el derrotero de la vida y los caminos resultan ser infinitos. Aún hoy no está claro por qué hay parejas que duran toda la vida y otras que apenas permanecen juntas un instante. El cerebro humano, el de Ellas y el nuestro, es la estructura más compleja del universo conocido y sus conductas, emociones y razones, así como su destino, no escapan a esa complejidad infinita.

La ruptura amorosa

La ruptura amorosa es una posibilidad muy frecuente en nuestras relaciones. Admite un universo de variables psicológicas y afectivas, y en algunos aspectos es diferente entre Ellas y nosotros. De todos modos, las variables son individuales y no de género.

La ruptura amorosa presupone muchas veces una condición claramente estresante. Esta situación tiene su correlato biológico.

En la sangre, se elevan las hormonas del estrés como el cortisol. En consecuencia, se condicionan las enfermedades y los síntomas más comunes del estrés, particularmente en Ellas, mientras que en nosotros, además del inevitables estrés, es frecuente observar el aumento de las conductas compulsivas, como el abuso de sustancias, desde el alcohol y el cigarrillo hasta sustancias de uso prohibido.

La tristeza y la melancolía son frecuentes en la etapa de resolución y duelo, y no pocas veces van acompañadas de síntomas clínicos de depresión. La disrupción en una relación amorosa puede admitir diferentes desenlaces, desde separaciones maduras, meditadas y de mutuo acuerdo hasta aquellas relacionadas con una emoción negativa intensa: el odio.

¿Por qué hacemos referencia a esta emoción negativa como posible resolución de una relación amorosa? La letra del tango «Rencor» de Julio Sosa aproxima una respuesta y tiene un correlato bioquímico interesante. Veamos:

Rencor, mi viejo rencor,

dejame olvidar

la cobarde traición.

¡No ves que no puedo más,

que ya me he secao

de tanto llorar!

Dejá que viva otra vez

y olvide el dolor

que ayer me cacheteó…

Rencor, yo quiero volver

a ser lo que fui…

Yo quiero vivir…

 

Este odio maldito

que llevo en las venas

me amarga la vida

como una condena.

El mal que me han hecho

es herida abierta

que me inunda el pecho

de rabia y de hiel.

La odian mis ojos

porque la miraron.

Mis labios la odian

porque la besaron.

La odio con toda

la fuerza de mi alma

y es tan fuerte mi odio

como fue mi amor.

 

Rencor, mi viejo rencor,

no quiero sufrir

esta pena sin fin…

Si ya me has muerto una vez

¿por qué llevaré

la muerte en mi ser?

Ya sé que no tiene perdón…

Ya sé que fue vil

y fue cruel su traición…

Por eso, viejo rencor,

dejame vivir

por lo que sufrí.

 

Dios quiera que un día

la encuentre en la vida

llorando vencida

su triste pasado

pa’ escupirle encima

todo este desprecio

que babea mi vida

de amargo rencor.

La odio por el daño

de mi amor deshecho

y por una duda

que me escarba el pecho.

No repitas nunca

lo que voy a decirte:

rencor, tengo miedo

de que seas amor.

 

Este tango habla del odio producido por un desengaño amoroso. Su intensidad se encuentra expresada de una manera poco frecuente y con el sello de Julio Sosa, el «varón del tango». La ruptura del vínculo fue abrupta y la emoción del odio, una manifestación muy intensa. En la última estrofa se esboza una paradoja cuando dice, hablándole al «rencor»: «no repitas nunca lo que voy a decirte, rencor, tengo miedo de que seas amor».

Resulta fuerte y a la vez curioso que el mismo Julio Sosa teme que no sea odio, sino que sea amor. Porque existe un nexo bioquímico entre el amor y el odio: en ambas emociones la adrenalina se encuentra elevada y la serotonina disminuida. Tal como si fuera necesario una matriz hormonal y de neurotransmisores para vivir con intensidad superlativa una emoción, aunque, como en este caso, emociones de contenido diametralmente opuesto. Esta situación puede darse tanto en Ellas como en nosotros, el amor es una emoción compleja, posiblemente inexplicable. Además, creo que, en última instancia, intentar explicarlo nos llevaría a un fracaso seguro. Muy probablemente, el amor no es un hecho del cual se pueda «saber». Quizás lleva implícita la imposibilidad de la explicación. Un dicho reza «si no sabes qué es, es amor». Lo cierto respecto al amor es que podemos sentirlo, pero ponerlo en palabras tal vez solo sea posible para los poetas.

Sigamos adelante.

Emociones básicas y complejas.El amor como emoción

Tanto Ellas como nosotros compartimos los mismos mecanismos emocionales. Las diferencias entre las personas respecto a las emociones son de orden individual más que de género. El amor es una emoción, multidimensional, multifacética y resulta de una compleja mezcla emocional. Comencemos diciendo que una primera aproximación a las emociones fue remitirlas a dos categorías principales, positivas y negativas. Las emociones positivas son aquellas que, en esencia, nos acercan a las cosas: la alegría, la serenidad, la esperanza, la confianza, el amor. Las negativas, como contrapartida, son aquellas que nos alejan de las cosas, a saber: el miedo, la ira, el desprecio, el disgusto, la agresividad, el dolor, la tristeza, la melancolía, entre otras. Los científicos se han esforzado en clasificarlas o más bien subclasificarlas según tipos específicos.

Inspirado en el libro La expresión de las emociones en el hombre y los animales de Charles Darwin (1809-1882), Paul Ekman, de la Universidad de California, documentó las expresiones faciales de los occidentales y de una tribu de Nueva Guinea que vivía en estado de aislamiento y no conocía la comunicación escrita. Comprobó que las expresiones faciales básicas, tales como el miedo y la alegría, eran reconocidas por todos por igual, independientemente de la cultura a la que pertenecían. Esto significa que un rostro con la expresión de miedo, por ejemplo, es reconocido por cualquier persona, de cualquier cultura con el solo hecho de verla en un rostro. Esto es así porque se trata de una emoción básica y se encuentra grabada en nuestro pasado ancestral con la finalidad de transmitir de modo no verbal nuestras emociones. Es una forma elemental de comunicación interpersonal no verbal.

El doctor Robert Plutchik (1927-2006), profesor del Albert Einstein College de Medicina, sostenía que el hombre presenta ocho categorías de emociones básicas o emociones primarias, y estas son: miedo, asombro, dolor, repulsión o asco, rabia, alerta, éxtasis y admiración. Estas emociones primarias o básicas se combinan de muy diferentes modos y proporciones para configurar emociones complejas, distintas de las primarias o básicas, del mismo modo que los colores primarios pueden constituir todos los colores posibles del arco iris. Así, Plutchik conjetura que, además de esas ocho emociones primarias, existe un número de emociones secundarias y terciarias cuyas combinaciones generan todo el espectro emocional posible, como un pantone de colores.

Plutchik sostiene que el amor, como emoción compleja, se encuentra constituido por el éxtasis y la admiración como emoción primaria, a los que se agregan otras dos emociones de segundo nivel, como la alegría y la confianza, y dos emociones de tercer nivel, como la serenidad y la aprobación. De esta manera, el amor es una suerte de sumatoria de éxtasis, admiración, alegría, confianza, serenidad y aprobación. El amor es, en definitiva, de cualquier modo que se lo conciba, una emoción netamente humana y de alta complejidad. Es mucho más que la simple consecuencia de una mezcla bioquímica. Ni la química de los alquimistas medievales ni la biología molecular actual han resuelto aún el problema de tal complejidad.

Eros y Afrodita. El deseo y el amor

El amor es una emoción compleja. Es algo dinámico, no estático, y necesariamente como emoción compleja admite la condición del cambio, nunca es igual, es un ser vivo. Evoluciona y tiene períodos, etapas, vaivenes. Idas y vueltas.

Numerosos especialistas intentan explicarlo desde las más diferentes vertientes del conocimiento. Queda claro que estamos desarrollando aquí el tema del amor de pareja. Esta es una forma de amor, como también lo es el amor a la vida, a la naturaleza, a Dios, a la gente, al arte, etc. Sucede que en el caso del amor de pareja es posible acudir al conocimiento científico, que incluye dentro de esa emoción compleja aspectos psicobiológicos básicos, como el deseo o libido, que tienen representación en el sistema nervioso, tal como hemos visto hasta ahora. Es decir que mediante métodos científicos es posible señalar qué partes del cerebro participan en el deseo, o en la pulsión erótica, y qué partes se relacionan más directamente con la abstracción mental que el amor de pareja supone, y lo convierte en una emoción humana compleja, consecuencia de la evolución de nuestra especie. Esa evolución resulta ser una «ventaja evolutiva», al promover la formación de grupos familiares que posibilitan una mayor sobrevida a las crías que permanecen indefensas por largo tiempo y requieren del cuidado prolongado de los padres.

Ahora bien, más allá del objetivo evolutivo que esta emoción presupone, lo que importa aquí es intentar definir el amor aportando el análisis desde la neurociencia y desde la psicología. El amor es un tema de inmensa importancia y preocupación para todos nosotros y todos invariablemente convivimos y nos relacionamos con él en forma continua a lo largo de nuestra vida. Es motivo de felicidad y sufrimiento, puede consumar una vivencia experiencial de plenitud y éxito emocional, como así también de desasosiego, de frustración y fracaso. Su ausencia implica soledad y aislamiento, y su presencia compañía y seguridad. Parece ser un objetivo innato a alcanzar, que se convierte en necesidad. Un espacio de desequilibrio que requiere ser llenado por una emoción a la que se refiere la poesía y la ciencia. A nadie escapa su interés. Todo esfuerzo es válido para la comprensión de esta emoción compleja y enriquecedora.

Uno de los modelos clásicos y útiles para analizar los componentes o ladrillos del amor es la llamada teoría triangular de Robert Sternberg. Acudiremos a ella para analizar los elementos constitutivos del amor, tal cual ingredientes emocionales y cognitivos, en su aspecto racional, que forman parte de su dinámica. Este modelo permite analizar los componentes del amor en un esquema triangular que resulta esclarecedor y práctico. Por otro lado, también invita a una suerte de autoevaluación personal para saber dónde estamos ubicados respecto a las variables propuestas, o dónde hemos estado en alguna relación sentimental en el pasado, dónde queremos estar y, en definitiva, nos permite reflexionar al aprender sobre el tema.

Los elementos constitutivos ocupan los vértices del triángulo, cualquiera de ellos en forma aislada hace referencia a alguna forma de amor, pero lo habitual es la búsqueda de la participación de los tres de manera armónica. Esos tres elementos del triángulo del amor son la pasión, la intimidad y el compromiso. Veamos.

Teoría triangular del amor de Robert Sternberg

La pasión

Es el componente que representa el carácter ancestral, instintivo, pulsional, sexual y libidinal del amor. Se encuentra inscripto en la función emocional del deseo. Está relacionado con funciones de neurotransmisores y áreas cerebrales donde radica la pulsión y el instinto sexual. Esas áreas cerebrales pertenecen al dominio de Eros, dios del sexo en la mitología griega. Según El banquete de Platón, Eros fue concebido por Poros, dios de la abundancia, y Penia, diosa de la pobreza. Relata Platón que se realizó una fiesta en honor a Afrodita, diosa del amor. Todos los dioses fueron invitados. Al final de la fiesta Penia, como diosa de la pobreza, pidió las sobras. Poros bebió demasiado y cayó tendido en el patio. Penia, al verlo, lo creyó un semejante y quiso tener un hijo con él. De la unión de ambos nació Eros. Así, Eros, lo sexual, lo erótico, el deseo, es la resultante de la necesidad y del exceso.

En este sentido y siguiendo el relato de Platón, Eros nació en la casa de Afrodita. La alegoría de Platón coincide llamativamente con la explicación de la pasión como necesidad resultante de la falta que requiere ser llenada por el otro, mezclada con el exceso pretendido por el deseo en su búsqueda de no padecer el vacío de la necesidad. La pasión es instintiva, pulsional, fuertemente emocional, es, por así decir, el componente «caliente» de esta teoría triangular del amor. Al ser un fenómeno instintivo y pulsional, no admite control por la razón. Son ámbitos diferentes, mundos distintos, constelaciones alejadas.

La pasión remite al deseo intenso, al cuerpo, lo carnal, es la invisible fuerza magnética de la atracción física. No se puede ver ni registrar, se siente. No es racional, por lo tanto, la razón no controla las riendas de este caballo salvaje. La pasión es propia del período de «enamoramiento». En esta etapa intensa en que hasta el nivel de estrés resulta alto, la persona espera períodos de mayor calma, estabilidad y serenidad para disfrutar de la relación. A veces se produce una paradoja. Alcanzada la etapa de estabilidad, lo que podríamos denominar una situación de pareja «institucionalizada» y estable, puede que se perciba la falta de la pasión inicial y se sienta nostalgia, añoranza y necesidad de evocación. Por eso el modelo de la teoría triangular del amor hace referencia a que, en el amor, las tres variables, esto es, la pasión, la intimidad y el compromiso, participen conjuntamente en armonía y en proporción variable según el estado evolutivo del amor.

Veamos ahora el segundo componente al que alude la teoría. Se trata de la intimidad.

La intimidad

Es un componente esencial en el amor de pareja. La intimidad incluye el conocerse, el darse a conocer en profundidad. El revelarse como en realidad uno es, sin eufemismos ni ocultamientos. Es calidez, amistad, confianza, trato, roce, familiaridad, acercamiento, contigüidad, interioridad. Es permitir ser conocido sin limitación, sin secretos intencionados, en forma genuina y transparente. En intimidad se es con el otro y el otro con nosotros, Ellas y nosotros. Se percibe una empatía emocional mutua. Se percibe comunicación más allá de las palabras, como en el silencio de una mirada.

Representa una entrega real sin ocultamientos, donde fortalezas y debilidades son expuestas de modo igualitario. Es revelarse al otro tal cual somos. Intimidad es darse a conocer plenamente pero sin perder individualidad, sin perder la independencia para ser uno mismo. La intimidad genera pertenencia en la vida cotidiana y en base al respeto no debe impedir los espacios individuales. La intimidad del amor bien entendido respeta al otro. Intimidad es comunicación. Diálogo sincero y la intención de promover el bien en el otro como consecuencia de respetarlo. Así, la pasión y la intimidad buscan el compromiso para complementarse. Y ahí vamos al compromiso.

El compromiso

Es la decisión de amar al otro. Es, por decirlo de algún modo, el componente más racional, si el término puede ser válido en cuestión de amor. Ese compromiso puede nacer desde la intimidad, desde la visión integral del otro, de la aceptación para transitar el tiempo futuro. Resulta un componente fundamental para la continuidad de una relación. El compromiso es para con el otro, es para con la pareja, rechazando la prevalencia del interés individual. Es un contrato bilateral que surge en alguna medida de la razón, del juicio, del pensamiento y los valores. Es una determinación. Una decisión que implica una responsabilidad.

Así, los tres vértices del triángulo, pasión, intimidad y compromiso, pueden existir por separado o en combinación. Es más, al no existir ninguno de ellos simplemente se podría hablar de ausencia de amor. De hecho, en muchas relaciones interpersonales «frías» no existe pasión, ni intimidad, ni compromiso. Pero cuando alguno de esos tres componentes aparece, ya existe una relación bilateral con algún grado de amor, aunque no signifique amor de pareja. De esta manera, según se presenten uno o varios componentes del triángulo del amor, de forma aislada o en combinaciones entre ellos, se distinguen siete posibilidades de relación. Como componentes aislados, el amor puede naturalmente presentar tres variables: el amor insensato, el cariño y el amor vacío. Por otro lado, la combinación entre los componentes del triángulo puede resultar en cuatro formas: amor romántico, amor sociable, amor vano y amor consumado.

Los componentes del amor se exteriorizan y enlazan para constituir las siete variables posibles. Veamos ahora cuáles son para identificar en qué «categoría de amor nos encontramos» o queremos alcanzar.

Categorías del amor

Amor insensato

Es aquella situación en que solo existe pasión en forma aislada. No intervienen aquí intimidad alguna ni compromiso. No se conoce al otro ni hay un proyecto de compromiso. Se trata de la presencia de Eros o deseo en condición pura. Es la expresión de la pulsión sexual, erótica y libidinal en forma pura y aislada. Es propio de esa condición conocida como «amor a primera vista» sin más. No se cierra al futuro, pero tampoco va más allá de la expresión pura del atractivo físico pulsional, indispensable para la construcción y evolución en una categoría plena de amor de pareja. El amor insensato es irreflexivo e irrazonable. La razón no encuentra espacio en él y el compromiso es solo una posibilidad lejana. Es posiblemente una forma de inicio en una relación más integral.

Cariño

En esta categoría solo participa la «intimidad». El conocimiento del otro genera comunicación, comprensión y calidez. No es una forma menor de amor; de hecho, se incluyen en ella las verdaderas amistades que pueden durar toda la vida. Es una forma de apego proclive a la amistad bien entendida, en la cual uno cuenta recíprocamente con el otro y, en tanto sea así, presupone un grado de intimidad bilateral.

Amor vacío

Es el caso de la participación aislada del compromiso, con prescindencia de la pasión y la intimidad. Es la forma propia de los matrimonios «arreglados» de algunas culturas tradicionales. También puede ser, eventualmente, el estadio o fase final de algunos matrimonios en los que la pasión y la intimidad han dejado de existir.

Amor romántico

Aquí se conjugan la pasión con la intimidad. La pasión une a la pareja desde la atracción física y erótica en términos de complacencia del impulso libidinal. La intimidad juega un rol importante en esta relación, pero ambas, aun como sólida amalgama, no incluyen ningún grado de compromiso, que bien podría aparecer con el tiempo. Es propio de la adolescencia o de relaciones inmaduras. Como contrapartida, el agregado del compromiso da lugar a la formación de una pareja estable.

Amor sociable

Aquí los componentes que se enlazan son la intimidad y el compromiso. Podría corresponder a una relación de amistad intensa, profunda y comprometida, o a una relación de pareja institucionalizada en el matrimonio, donde la pasión ha desaparecido. Existe un gran cariño y el compromiso logrado pueden hacer que la pareja llegue hasta los últimos días de la vida.

Amor vano

Está integrado por la fusión de la pasión y el compromiso. El compromiso inclina a formalizar una relación de pareja, la pasión en su expresión física lo impulsa, pero la falta de intimidad augura un desencanto a mediano plazo. Esa ausencia impide una cohesión emocional duradera.

Amor consumado

Aquí los tres componentes participan en conjunto. Pasión, intimidad y compromiso. Constituye la situación ideal. Es una forma completa y plena del amor de pareja. Puede resultar como consecuencia de diferentes formas de inicio. Pero necesariamente ese derrotero dinámico del amor como emoción humana compleja requiere cierto grado de construcción, donde a la emoción básica de la pasión se le agregue la intimidad bilateral necesaria y la decisión del compromiso mutuo en un proyecto común que permita una relación sostenida en el tiempo.

En el interjuego dinámico de los tres componentes del amor consumado, la pasión, la intimidad y el compromiso, es natural que la relación amorosa experimente idas y vueltas, vaivenes donde en algún período pueden predominar uno o varios de los componentes y en otra, pueden variar en esa dinámica de la relación vital. Es el ideal de la relación de pareja, asumiendo que en las relaciones emocionales el ideal es una utopía, pero, no obstante ello, merece ser establecido como norte hacia donde apuntar. No debemos olvidar que, por definición, las emociones son procesos dinámicos y el amor, como emoción humana compleja y multidimensional, no escapa a ello.

El ideal fuera de lo utópico podría inscribirse en este contexto del amor consumado como la certeza irrefutable de que el amor de pareja, como hecho vivo y dinámico, pasa por ciclos diferentes, que se pueden repetir a lo largo del tiempo y en los cuales la proporción de pasión, intimidad y compromiso puede variar en su proporción armónica, existiendo períodos en los que predominan uno o varios de sus componentes. Es una dinámica individual de pareja única e irrepetible.

Adicción al amor

Hemos visto los fundamentos que la psicobiología y la neurociencia nos brindan para explicar ese fenómeno ancestral del amor romántico. Este se produce sobre la base del deseo instintivo e inespecífico, que busca encontrar pareja en una persona del otro sexo o, por caso, del mismo. Áreas cerebrales como la tegmental ventral, con su producción de dopamina como mensajero bioquímico del deseo, que estimula como una explosión de un fuego de artificio, llega con sus destellos a diferentes áreas del cerebro que esperan con ansiedad el momento de ser iluminadas y sacudidas por el estímulo para el cual han nacido.

También mencionamos ese otro lugar escondido en la oscuridad de nuestro cerebro, el núcleo accumbens, como parte del «sistema de recompensa», donde la dopamina convierte el sabor del chocolate en algo más potente, en placer. Placer que por la misma ruta del chocolate puede ser despertado por otros objetos, acciones, sustancias o relaciones interpersonales. Así, el deseo sexual, la lujuria y el amor romántico desfilan por los mismos circuitos o rutas cerebrales, como una suerte de autopistas donde numerosos camiones transitan con cargas diferentes, pero todos con el mismo destino geográfico, el placer.

Todo este intrincado mecanismo de circuitos cerebrales tiene, al igual que una autopista, un límite de carga y frecuencia de tránsito. Superado cierto límite, del mismo modo que una droga, el amor puede resultar adictivo. En términos generales, es comparable a una adicción a una droga de uso prohibido. De hecho, son aplicables a esta condición las tres características de la adicción a sustancias en forma plena: tolerancia, dependencia y abstinencia. A medida que analicemos cada una de estas características observaremos que resultan aplicables a la condición de «adicción al amor».

Se entiende por «tolerancia» aquella situación en la cual la persona tolera cada vez más una dosis determinada, requiriendo en consecuencia mayores dosis para percibir los mismos resultados. Es decir, necesita más para obtener el mismo efecto. Esto es más cantidad de «sustancia adictiva» si se trata de una droga o más demanda hacia el ser amado si se trata del amor. Serán necesarios más entrega, más tiempo o más de algo, habida cuenta de que, lo que hasta hace un tiempo alcanzaba, hoy resulta insuficiente.

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