Ella

Ella

Níniel

Cazadora roja, medias y falda negra. Por las calles camina con aire burgués. Su pelo ondulado invade, agresivo, sus ojos, su boca. Espalda recta, pecho hacia adelante, barbilla alta, y contoneo de caderas. Talón, punta. Talón, punta. Tal y como le enseñaron de pequeña. Pero no lo puede evitar. Cuando se atreve a cruzar mirada con alguien desconocido baja la cabeza. Se cree burguesa y solo es una simple y tímida corderita. Sus amigos la conocen, pero ella no se conoce, y ellos mucho menos. Labios rosados y secos. Mirada curiosa, pero seria. En su mente se lamenta de no haberse puesto su colgante favorito: una cadena con un pequeño búho de plata. Busca entre las miradas. Busca adivinar en qué piensan. Camina, y disfruta escuchando cómo habla el gentío. Observa los gestos, las gesticulaciones, los tonos de voz. Busca la verdad en las distintas palabras que de esas bocas, manchadas por la falsedad, salen constantemente. Solitaria, se sumerge en su mundo, evitando la pestilente realidad. Curiosa, juega con los destacados y numerables pequeños rizos que se deslizan por su hombro derecho. En cada escaparate mira su reflejo, comprobando que su falda no se haya subido, que camina y contonea sus caderas como le enseñaron. Observa la esquina por la que debe girar, mientras revisa en su mente la larga lista de caras que podrá ver. Caras de desconocidos con los que se cruza día tras día a la misma hora, en el mismo lugar, y con los que nunca intercambiará palabra salvo una disculpa por tropezar o chocar. Se disculpa hasta por existir, por respirar el mismo aire, por decir lo que piensa. Se pregunta si algún día podrá poner las cartas sobre la mesa y empezar una nueva partida. Si podrá aguantar la mirada más diez segundos sin turbarse, sonreír seductora sin sentirse estúpida por su atrevimiento, ser graciosa sin parecer tonta, dar su opinión sin temor al desacuerdo. Ser ella misma.

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