Elizabeth

Elizabeth


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Cuando llegó a la oficina, le entregaron el dossier con las llamadas telefónicas del móvil y el fijo, los mails personales, etc. La última llamada fue a las 16.25 al teléfono del restaurante Nicks. No había movimientos en las tarjetas en el sábado. Si realizo alguna compra, lo hizo en efectivo. No pudo encontrar ninguna reserva de conciertos o espectáculos para el sábado.

Comprobó telefónicamente si había realizado alguna compra llamando a las diferentes salas de conciertos.

El hombre era un cliente bien conocido, sin embargo, en su cuenta no tenía ninguna reserva para ese día. Si tenía varias pendientes para la semana entrante.

Moles recibió una llamada del comisario que estaba ausente de la comisaria.

—Buenos día Moles. Hemos comprobado todos los hospitales, no ha aparecido. Tampoco el coche.

No hay ninguna reserva de Hotel a su nombre. ¿Ha encontrado algo?.

—No comisario. La casa estaba impoluta. Nadie ha estado allí. No había preparado ningún equipaje.

Tenía las maletas en el armario. Ni parecía tuviese intención de ausentarse. Sigan por favor con lo del coche, tiene que aparecer. Sino fuese así, podríamos tener un caso de secuestro.

—Esperemos no sea eso. No hemos recibido comunicación alguna. El semblante del comisario cambio de expresión. Se estaba complicando la cosa.

—No le digamos nada a los hijos sobre esa posibilidad de momento. Esperemos a ver si tenemos suerte con lo del coche. Tratare de rastrear lo que ha hecho el sábado. Empezare por visitar a los puestos del mercado a ver si consigo alguna información. Peter Moles colgó el teléfono, recogió su gabardina negra y se puso en camino.

¿A dónde habría ido el parlamentario Gerard Brown el sábado a la tarde? Era la pregunta que le venía a la mente. La clave para resolver el caso, ¿Por qué no había ninguna llamada telefónica? ¿Había quedado con alguien o simplemente salio a dar un paseo?. Moles tenia la impresión de que si quería respuestas, las tendría que conseguir el mismo.

Se dirigió al mercadillo de Covent Garden con una foto del político. Si iba todos los sábados, seguramente lo conocerían. Probablemente no obtuviese ninguna información pues la llamada a su hija fue posterior; lo que sí sabría, es si había acudido solo o acompañado.

LA MAZMORRA

En el sótano de la mansión en las afueras de Oxford, Gerard Brown se despertó aturdido. La cabeza le daba vueltas como si fuese un tiovivo. En esos momentos, no estaba seguro ni de quien era. Mucho menos de lo que le había pasado. No lograba pensar con claridad. No veía absolutamente nada, la oscuridad era total en donde fuese que estuviese. La sangre le hervía. Había sido drogado, notaba como un agudo pinchazo en su brazo derecho. No se había sentido tan mal en su vida.

Apenas tenía fuerzas, sentía un hambre y sed atroz. La noción del tiempo se había simplemente desvanecido. Se encontraba tumbado en una especie de cama. No podía levantarse, tenía las piernas atadas, probablemente a un extremo de la cama, y las manos a su espalda amarradas. Se notaba mojado, se había orinado encima.

Oyó un ruido, alguien estaba abriendo una puerta. Un fluorescente resplandeció cegándolo por momentos, otro destello, los ojos se le cerraron inconscientemente. Cuando los abrió, un hombre estaba enfrente de él con cara de pocos amigos. Lo reconoció, era Dominique que lo observaba con gesto de altanería y desprecio. Llevaba una amenazante jeringuilla en una de sus manos. Gerard se asustó, su cuerpo sufrió una sacudida al ver la aguja. Lo estaban drogando a saber con qué. Eso era lo que le pasaba. ¿Qué es lo que le estaban haciendo?.

—¿Cómo se encuentra Sr. Brown?. —Dijo el hombre secamente con una mueca de desdén, su nuez le dio la impresión que le iba a salir disparada del cuello.

—Por favor. No me hagan daño. —Alcanzó a decir, asustado.

—Eso depende de usted Gerard. Ha estado muy rebelde durante el día de ayer. Me esta obligando a mantenerlo en calma.

El hombre se puso a los pies del camastro donde estaba el político. El aspecto de Gerard era lamentable: tenía un fuerte golpe en la cara y moratones por todo su cuerpo. Vestía un pijama de color verde abierto por la espalda tal cual los usados en los hospitales.

Gerard apesadumbrado por los acontecimientos, no podía ni reaccionar. Trataba de recordar la cena con Brigitte. Después de los postres todo era muy confuso, incongruente. ¿Qué es lo que le habían dado?. Por un momento recordó que había subido con Brigitte a su habitación. Le vino una imagen tenue a la mente que lo sobresaltó. Dominique estaba allí y le sujetaba las piernas, lo ahogaba ¡Dios mio lo habían violado!

Ahora se daba cuenta de ello. El porqué de ese molesto dolor en el trasero.

Parecía una pesadilla, pero había sido real.¿Qué es lo que había pasado después? No tenia ni idea. El corazón le latía a mil por hora, se encontraba al borde del colapso. Impotente, incapaz de moverse ante uno de sus captores, aturdido.

Dominique salió de la habitación. Gerard se quedó de nuevo a solas, sudaba frío. Trataba de recordarlo todo pero eran más delirios que otra cosa lo que le venía a la mente. Lo único que tenía claro es que lo habían violado. No tenía ni idea de donde estaba. Al principio, pensó era un hospital. Pero no era así. Conocía a ese hombre, era el mayordomo de la chica. Le gustaría despertarse, que todo fuese una pesadilla. Un mal sueño. La comida con sus hijos que tenía pendiente, ¿Qué hora sería?.

Le vino una arcada, y vomitó una especie de bilis. Le ardía el estomago, tenía una acidez extrema. Todo le daba vueltas. Se abrió de nuevo la puerta. Gerard seguía vomitando y se retorcía de dolor.

Brigitte y Dominique entraron en la habitación. La expresión de sus caras no parecía amigable en absoluto.

Reflejaban soberbia e indiferencia.

— Siento verlo así Gerard. Usted nos ha obligado.

—Ayúdenme por favor. —Alcanzó a decir el político, a la vez que miraba a Brigitte como pidiéndole explicaciones.

A un gesto de la chica, el mayordomo le desató las piernas para que pudiese reincorporarse. La pequeña cama estaba echa un desastre, olía a vómitos y orines. Le ayudó a sentarse sobre el colchón. El político los observaba completamente mareado, perdido, parecía que el mundo estuviese girando a su alrededor.

Estuvo un rato sentado en el camastro, Dominique tenía que sostenerlo pues perdía el equilibrio.

Habrá que ducharlo. Encárgate.

Dominique ayudó a levantar al hombre que seguía con las manos atadas a su espalda. Tenía marcas causadas por las cuerdas en los tobillos. Se había hecho heridas tratando de librarse de las ataduras. Le escocían terriblemente, pero eso no era lo que más le importaba en esos momentos. Gerard trataba de hacerse una idea de lo que estaba pasando y de donde estaba.

El hombre por fin se puso en pie. Se apoyaba en la pared para mantenerse erguido. Dominique y Brigitte le esperaban impacientes en la puerta. El primero le hizo un gesto, indicándole que saliese de la habitación.

Gerard trató de avanzar torpemente cayéndose al suelo y golpeándose el costado contra la estructura de la cama.

Demasiada dosis. No le pongas más hoy. A ver si se recupera. Cuando lo haga, hablare con él. Le haré entrar en razón —Dijo la chica.

Dominique recoge al parlamentario y lo levanta por la espalda. Gerard coopera, a pesar de ellos, no consigue mantenerse en pie. Le fallaban las fuerzas. Lo dejan tumbado en la cama. Al rato, llega Brigitte con una sil a de ruedas donde ambos le ayudan a sentarse. Lo dirigen hacia una amplía estancia colindante. Al fondo de la cual, hay instalado una especie de baño industrial que disponía de una ducha en uno de los laterales, sin ninguna mampara ni nada semejante, unicamente un sumidero en el suelo. El lugar emanaba un insoportable olor a humedad. La suciedad era notoria. No parecía se hubiese utilizado en mucho tiempo. A Gerard todo le parecía irreal, como un mal sueño.

Brigitte abrió la ducha. El agua comenzó a correr abundantemente; reguló la temperatura, mientras el francés le desato el pijama y se lo quitó. Quedando el hombre completamente desnudo sentado en la sil a de ruedas. Lo dirigieron hacia la ducha. Pudo sentir como el agua recorría todo su cuerpo y se perdía por el desagüe. Gerard comenzó a reírse delirantemente, en un espasmo nervioso, como si de repente hubiese perdido la cordura. Estaba fuera de sí, su cara desencajada. Brigitte movía la cabeza un lado a otro como diciendo no.

La chica cogió una pastilla de jabón de uno de los estantes y una esponja. Cortó el chorro de agua y comenzó a limpiar al político por la espalda poco a poco, en actitud cariñosa.

—Portesé bien Sr. Gerard. No me gustaría hacerle daño, mire todos los moratones que se ha hecho.

Sea bueno, las cosas irán mucho mejor para usted. No me gusta verlo así. Esta hecho un desastre.

El hombre se sintió ligeramente mejor con el agua. Notaba un dolor agudo en la frente y pudo verse las heridas producidas por las cuerdas en los tobillos y las muñecas, los múltiples moratones. Se examinaba a si mismo, como valorando los daños. Dominique lo ayudó a ponerse en pie y la chica le limpió todo su cuerpo con la esponja. Lo dejaron un buen rato debajo del agua sentado en la silla. El político los miraba con preocupación, empezaba a tener claro que es lo que estaba pasando. Por momentos le faltaba el aire.

—¿Porqué me hacéis esto? ¿ Qué queréis de mi? —. Dijo mirando con reproche a Brigitte.

—No se preocupe por ello ahora. Céntrese en recuperarse. Tendremos mucho tiempo para hablar.

La chica abandona la habitación. Dejándolo a solas con el hosco mayordomo que lo seca y le pone un nuevo pijama de color verde. Lo lleva a otra habitación donde había una mesa en el centro. Brigitte estaba sentada en uno de los extremos de la mesa. Gerard quedo sentado en su sil a de ruedas, cara a cara con ella. Se oyó el ronroneo de un motor. En un extremo de la habitación Dominique abrió la puerta de una especie de elevador que comunicaba con la cocina y recogió un plato de sopa caliente que le sirvió, además de un vaso de agua.

Gerard miraba la sopa con enorme desconfianza, pensando si habría más drogas en ella.

Coma Gerard. No ha comido nada desde la noche del sábado.

¿Qué día es hoy?. —Preguntó el hombre que había perdido completamente la noción del tiempo.

Es lunes. Coma no se preocupe. No hay nada en la sopa. No la mire de esa manera. Yo se la he preparado. Le sentara bien, no quiero hacerle daño. Sonreía irónicamente.

Gerard comenzó a comer la sopa de verduras, poco a poco. Tenía un nudo en el estomago pero estaba hambriento. Necesitaba recuperar fuerzas, poder pensar con claridad. Comió en silencio la sopa que el mayordomo le ponía en su boca con la cuchara, como si fuese un niño. Reconfortó su maltrecho estomago.

Cuando por fin acabo, le sirvieron un café instantáneo que aceptó de buen grado. Se había quedado muy

sorprendido de que fuese lunes. La comida con sus hijos...... No recordaba absolutamente nada de lo que

había pasado el domingo. Intuía no había sido nada agradable por el dolor que sentía en todo su cuerpo.

—¿Qué paso ayer domingo? No recuerdo nada. ¿Qué me habéis hecho?.

—Estuvo usted muy indómito. Tuvimos que reducirlo en varias ocasiones. Tiene que cooperar

Gerard, las cosas no pueden seguir así. —La chica había encendido un pitillo y le echaba el humo mientras le hablaba. De nuevo sus provocaciones, aunque ahora estaba atado en una sil a de ruedas, las cosas habían cambiado mucho desde la última vez.

Gerard se quedo en silencio. Esa loca se había apropiado de su vida ¿Qué es lo que quería realmente de el? .

Sin duda lo estarían buscando, pensó en sus hijos preocupados, en sus amigos, sus compañeros de trabajo.

—¿Qué quieres de mi?. —Necesitaba respuestas.

—No recuerdas nada veo. Te quiero a ti Gerard, eres mio. No lo olvides nunca. Eres mio.

Gerard la miro desafiante. El no era de nadie, mucho menos de esa psicópata y su secuaz. No sabía de lo que eran capaces. Pero él no era un cualquiera.

A un gesto de la chica. Lo llevaron a una celda diferente a donde había estado anteriormente. Le aflojaron las cuerdas de las manos y lo metieron dentro. Oyendo el sordo ruido de la puerta metálica cerrándose a sus espaldas. Quedando el hombre solo en su interior.

La habitación estaba acolchada, iluminada por el fluorescente del techo que relampagueaba sin cesar.

Disponía de una cama más confortable, con sábanas nuevas y una colcha azul. Estaba limpio y olía a lejía.

Una botella de agua y galletas, junto con un libro en la pequeña mesilla, eso era todo de lo que disponía. La puerta era de seguridad de hierro, parecía infranqueable. No había una sola ventana. Le recordó a la habitación de un manicomio. Pudo ver unas esposas colgadas en la pared.

Una ventanuco se abrió en la puerta, pudo oír la voz de Brigitte, le decía:

—A partir de ahora descansaras en esta habitación, vendré a visitarte cada noche. Te poseeré, eres mío para siempre. Poco a poco te acostumbrarás. Colabora y no tendremos que drogarte. No te sientan bien las drogas Gerard. Déjate hacer, te acabara gustando. Descansa. Esta noche te dejare tranquilo, pero mañana, mañana vendré a verte.

Gerard se quedo petrificado. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Sabia a que se refería, ahora podía recordarlo con más claridad. La humillación, el dolor. La odió como jamás había odiado antes. Se dió cuenta de su condicion. No podía haber un buen final: o su muerte, o la detención de los dos psicópatas. Gerard se sentó en la cama mirando fijamente al suelo, desesperado hundido. En su cabeza le retumbaba la frase de Brigitte. Vendré a visitarte cada noche.

No pudo evitar llorar, sintiéndose completamente desamparado. Esa mujer lo estaba humillando de una manera inconcebible para él. La situación lo sobrepaso, su cuerpo se derrumbó sobre la cama perdiendo el conocimiento.

UNA SEMANA DESPUES

La sintonía del noticiario de la BBC sonaba a un volumen ensordecedor en el televisor. La noticia del día, volvía a ser la desaparición del parlamentario Gerard Brown. Una foto del político a pantalla completa solicitaba a los espectadores cualquier tipo de información que pudiese ayudar a facilitar su paradero. Un número de teléfono de contacto se habilitaba en la parte inferior de la pantalla. Se ofrecía una recompensa de 20.000 Libras por información relevante. Por lo que decían, no había ninguna pista y se desconocía el motivo de su desaparición. Nadie había reclamado su secuestro. Ni tampoco, había indicios de una evanescencia voluntaria.

La cámara enfocaba al inspector Peter Moles encargado del caso. Una periodista le preguntaba por las novedades en la investigación. El inspector pasa veloz, eludiendo hacer cualquier tipo de declaración.

¿Dónde esta el parlamentario Gerard Brown? Dice un gran titular. La periodista toma la palabra .

Aquí la BBC desde la comisaría de South Kensignton. El parlamentario Gerard Brown lleva desaparecido desde hace casi dos semanas. Se sospecha ha sido secuestrado, aunque no se ha recibido ninguna solicitud de rescate. Su paradero es un auténtico misterio. No hay sospechosos. La policía es hermética y se niega a hacer cualquier tipo de declaración. No tienen ninguna pista.

Seguiremos informando de cualquier novedad que ocurra en torno a la extraña desaparición del Sr. Brown.

Gerard veía el informativo atento. Su caso era de dominio público. Habían salido imágenes de sus dos hijos saliendo de la comisaría prácticamente corriendo evitando las cámaras. Menudo infierno deben de estar pasando pensaba el hombre. Aunque no era comparable al suyo.

En el otro lado de la mesa, Brigitte o Elizabeth que es así como se hacía llamar, veía ensimismada las noticias. Su cara reflejaba satisfacción, la repercusión que estaba tomando el caso le llenaba su ego. Era la primera vez que salía en la televisión. Bueno, ella no salía, pero si lo que había hecho. Su víctima, su último juguete, Gerard Brown. No era la primera ocasión que hacía algo semejante. Hubo otros, aunque nunca antes la repercusión alcanzó tal magnitud. Se sentía orgullosa y le hacía gracia el hecho de que no tuviesen ninguna pista. Tenía la situación controlada, como era de prever. No había manera alguna de que la atrapasen. Eso la divertía. Le daba alas a su imaginación.

El hombre, veía renacer las esperanzas al ver las noticias. Atado a la sil a de ruedas, pensaba en como la policía podría dar con su paradero. Detener o mucho mejor, matar a la psicópata que lo retenía, así como a su secuaz que era un autentico desalmado sin ningún tipo de escrúpulos. Confiaba en el cuerpo policial, no iban a parar hasta encontrarlo, de eso estaba seguro. Cavilaba si dispondrían de alguna pista que los llevase a la mansión. Tendría que haber dejado la tarjeta de la chica en casa. Eso hubiese sido definitivo. Fue un inconsciente al no informar a nadie a donde se dirigía. Recordaba como Brigitte le pidió si podía devolverle la tarjeta. Obviamente, lo había hecho para comprobar que no la hubiese dejado en casa.

—¿Qué te parece Gerard? Te están buscando, que suerte tienes. —Se ríe y le lanza una mirada desafiante, estoica— ¿Te gustaría que te rescatasen y me detuviesen? —Seguro que sí.

—Algún día lo harán. —Murmura el político en voz baja.

—No, no tienen ninguna pista. ¿No has oído? ¿Quieres que les de una?.

—Estoy seguro no lo harás.¡No te atreverás!. —Le dice Gerard aguantándole la mirada.

—Tienes mucha gracia Gerard. ¡No me desafíes!. —Se levanta y le da un tortazo con la mano abierta.

La mano de Elizabeth marcada en la cara de Gerard. El hombre traga saliva humillado.

El político sentado y atado en su silla, nada pudo hacer por evitar el sonoro impacto. La chica lo agarra del pelo y le levanta la cabeza. Se estaba mostrando más rebelde de lo que a ella le hubiese gustado, eso la irritaba sobremanera.

—Les puedo dar una pista que te gustara mucho. Les enviare un vídeo de los nuestros, les va a encantar. ¿Quieres que lo haga Gerard? Dime ¿Lo hago? ¿Se lo envío? Haré un montaje de nuestros mejores momentos. Dime te gustaría ¿Sí o no?. ¡Responde ya!

—Sí, hazlo. —Contesta raudo Hazlo —. Dice lo contrario de lo que desea, imaginarse a alguien viendo como lo violaban era algo que no le entraba en la cabeza. ¿Qué pensarían sus hijos, sus amigos, sus

compañeros?.

—Lo haré Gerard. Lo haré y lo disfrutare. Algún día sabrán que es lo que te ha pasado. En que te he convertido, no eres nada, nada más que mi juguete y será mejor que me diviertas. Será cuando yo quiera que lo sepan. Vas a tener que esperar una eternidad. Se te va a hacer largo. Tengo la impresión de que pasarás mucho tiempo aquí conmigo ¿No te parece?.

La chica se pone a espaldas del parlamentario comenzando a estirarle las orejas. Nada puede hacer, como tantas otras veces. Sus sádicos juegos le minaban la moral. Disfrutaba viéndolo sufrir, suplicándole que parase. Ella siempre quería más y más. Nunca se daba por satisfecha. Era su muñeco y no podía hacer nada por remediarlo.

Le da la comida que le tenían preparada. Hoy tocaba roast beef. Se la va poniendo en la boca ella misma con el tenedor. El parlamentario indolente mastica la comida con desgana. Tiene las manos atadas a la espaldas de la silla. La cuerda le aprieta las muñecas, provocándole heridas, pero su captora no esta dispuesta a correr riesgos. Se las sigue poniendo muy apretadas, demasiado.

Hasta el momento, no ha tenido nunca la oportunidad de enfrentarse a ellos. Entre las drogas que le suministraban y que lo mantenían prácticamente inmóvil, no había podido. No sabia como reaccionarían, tenía miedo que lo matasen.

Ella es conocedora que aún le queda mucho para someterlo pero espera, algún día, en el futuro tenerlo totalmente bajo su control. No le será fácil, pero lo conseguirá. Le llevara su tiempo aunque será suyo; o eso, o su muerte. Solo dos opciones.

En la televisión comienzan a dar las noticias deportivas. El Chelsea ha fichado a un nuevo futbolista español por el que ha pagado un montón de millones de libras. Se prevé, su debut para el próximo partido. Se encuentra entrenando con sus compañeros desde hace mas de una semana. Una nueva estrella para el equipo. La televisión muestra unos vídeos con algunos de sus goles y jugadas más destacadas. Una periodista entrevista al jugador —He venido a ganar títulos y aportar goles—. Dice el osado chico.

—Míralo. Es atractivo. Me gusta. ¿Qué te parece Gerard? ¿Te gustaría tener un compañero? ¡Me voy a hacer famosa!. —Brigitte observaba las imágenes del jugador. Si, él era justo lo que necesitaba.

Un compañero, era la primera vez que lo decía. El hombre había pensado en esa posibilidad. Estaba casi seguro de que él no había sido el primero. Las instalaciones del sótano así lo indicaban, sin embargo, intuía de que allí no había nadie más que él. No obstante, había al menos dos celdas más. Lo que más le inquietaba era que si él no era el primero, ¿Donde estaban los anteriores? ¿ Los habría matado?

¿Dominique había sido uno de ellos y había acabado finalmente sometido? ¿Como pudo haber conseguido eso? ¿Sería Dominique un esclavo vocacional o fue sometido?.

Por lo visto, ella quería someterlo. Seguir su juego podría ser una opción para escapar. Tendría que hacerlo bien, esperar su oportunidad ¿Cuánto tiempo le llevaría ganarse su confianza? Resistirse no era una opción.

Cada vez que lo hacía acababa completamente drogado perdiendo el control de su mente y cuerpo. La resistencia no le había servido para nada, al contrario la cosa empeoraba. Tenía que preparar un plan, colaborar, observar, esperar su momento. Se jugaba la vida, eso lo tenía claro.

Elizabeth se encontraba sentada abstraída con la televisión. Parecía perder por momentos interés en Gerard que la miraba angustiado. ¿Qué estaría pasando por su cabeza? Se preguntaba.

Elizabeth se hacia cada vez más y más fuerte en la cabeza de Brigitte. Sus juegos malévolos la hacían tomar el control. Cada vez era más y más el a, anulando a la frágil Brigitte. Ahora ella era quien mandaba, era más fuerte y no mostraba ninguna compasión con nadie. Brigitte era débil, inocente, quería eliminarla de su cabeza de una vez por todas. Eliminar esa molesta dicotomía para siempre. Ser una sola por fin.

Estaba dispuesta a todo. No podía parar, reclamaba, necesitaba nuevos retos. Iba a ser famosa, sí famosa y nadie iba a saber lo que estaba pasando. Esto era solo el principio, lo iba a hacer a lo grande. No sería sencillo, pero se le acababa de ocurrir una gran idea. Ese chico estaba pero que muy bien, era realmente tentador, nada de mediocridades, el insulso Gerard la aburría cada vez más. Lo quería para ella. Gerard iba a ver de lo que era capaz. Iba a ganarse su respeto, de una vez por todas.

EL FUTBOLISTA

Miguel Parera salia del entrenamiento en su impecable Aston Martin Vanquish, su última adquisición, regalo del magnate dueño de su club. Se sentía afortunado, las cosas habían cambiado mucho en los últimos 4 años. De ser una promesa como tantos otros, a ser un jugador consagrado, con un salario que jamas pensó llegaría a cobrar nunca. Lo veía desorbitado. No sabia que hacer con tanto dinero, que empezaba a gastar a raudales como poseído por un impulso derrochador que parecía no tener fin.

Se dirigió a su vivienda en las afueras de Londres. Habitaba una hermosa casa en una zona exclusiva. Tenía por vecinos: estrellas de cine, magnates árabes, cantantes, actores etc... Se había situado por méritos propios entre la clase alta de la sociedad. No obstante, en realidad no conocía a ninguno de ellos, y tenía la impresión eso no cambiaría con el paso del tiempo. Apenas se había cruzado con alguno de sus ilustres vecinos, a no ser durante los trayectos en coche, para verlos desaparecer posteriormente tras los portalones de sus mansiones.

El trayecto, una vez escapado del bullicio de la ciudad era bastante agradable. La sinuosa carretera, permitía aprovechar a fondo las prestaciones del Aston en varios de los tramos. El futbolista pilotaba veloz por el húmedo asfalto bajo la incesante lluvia. El coche se agarraba a la carretera como si fuese una oruga que se deslizase a toda velocidad.

¿Qué era eso? Algo había l amado su atención. Una chica estaba a un lado de la carretera, completamente empapada, desafiando la lluvia. Su coche en el arcén, aparentemente averiado. Desacelero, aproximándose lentamente al lugar. La chica se giró al percatarse de la presencia del coche que se acercaba. Pudiendo el futbolista admirar su inusitada belleza bajo el aguacero. ¡Desde luego merecía la pena pararse!. Con un poco de suerte sería una vecina, le dio alas a su imaginación.

¿Necesita ayuda señorita?—. Dijo en un inglés con marcado acento español, que la chica casi no pudo ni comprender.

La verdad es que sí. Este coche siempre me la esta jugando. Tendré que deshacerme de el. La grúa esta en camino, pero tengo mucha prisa. ¿Le importaría llevarme a casa?. —El futbolista pensó que sería de los alrededores.

Sí, por supuesto la llevare ¿Dónde vive?.

Estoy cerca de Oxford ¿Me haría el favor?. —La chica esbozó la mejor de sus sonrisas.

Miguel no tenía ni idea de en que dirección estaba Oxford, ni siquiera sabia, si estaba cerca o lejos. Lo único que advertía, es que la chica estaba como un tren, y que pretendía que la llevase a casa. O al menos, eso creía haber entendido. Iba super elegante, con un vestido morado de fiesta, y un excesivo sombrero a juego.

En su garganta, un collar de enormes y relucientes perlas. Por lo visto, no tenia frío. Le llamaba la atención, esa peculiar característica inglesa de vestir ropa que el solo se pondría en verano, en pleno invierno. ¿De dónde vendría así vestida con este tiempo? .

No tenía nada que hacer en el resto del día, y su novia de siempre aún se encontraba en España preparando su traslado. Hasta la semana próxima, no se instalaría en su casa. Parecía una buena oportunidad de probar su suerte. ¿Por qué no? Pensó. Era una magnífica oportunidad de relacionarse un poco. Desde que llego a la ciudad, sacando los compañeros de equipo y gente del mundo del fútbol, no había conocido a nadie más.

Eso le desesperaba, y aburría sobremanera. Vivía del fútbol, pero echaba de menos a sus amigos de siempre, y abstrarse de ello por un rato le sentaría de maravil a.

Suba. Tengo una toalla en el maletero.

Miguel se bajo y abrió el maletero, entregándole la toalla a la hermosa joven. Se secó de inmediato. El agua marcaba el contorno de sus senos, en el vestido, resaltándolos. No pudo evitar echar una mirada solapada.

La chica, cerró con l ave su coche. Un flamante rolls royce, y se sentó en el asiento del copiloto del Aston

Martin, al lado del chico que la esperaba ansioso.

—Gracias por llevarme, espero no haberle estropeado el día.

—Ni mucho menos, así aprovecho y doy un paseo con esta maravilla. No he estado nunca en Oxford, tengo entendido merece la pena. Veo tiene un Rolls Royce. Mucho más clásico claro, mucha clase. Le falta el chófer, un coche así lo necesita.

—Lo tengo de día libre hoy, Oxford te encantara, lastima de la lluvia. —Dice la chica.

Miguel arranca el coche y emprenden camino. Al tomar la primera curva, dejan atrás a un Audi A6 que estaba aparcado a un lado de la carretera. El hombre que estaba al volante, era Dominique. Dejó que el Aston Martin se perdiese de vista, y emprendió la marcha. Los seguía a una distancia razonable. No era necesario llamar la atención, sabia de sobra a donde se dirigían. El plan parecía iba a funcionar.

Lo único que tenía que hacer era meterse por los atajos y llegar antes que ellos. Sencillo. Al menos les sacaría veinte minutos de ventaja. Los deseos de su ama, eran ordenes para él. Nunca los cuestionaba, aunque en los últimos días su ama parecía haber perdido la cabeza. el obedecía sin rechistar, tenía claro su papel, estaba entregado a ella. Estaba dispuesto a jugarse su vida si hiciese falta, ella lo era todo para él. De hecho, se la había entregado desde hacía seis años, desde que la conoció supo que sería suyo.

Llego tal como estaba previsto a la mansión de Oxford bastante antes que ellos. Se limitó a esperarlos en el garaje y recoger el bote de cloroformo de la despensa. A los pocos minutos, el portalón de la mansión se abrió y el flamante Aston Martín entró en el terreno de la casa.

El futbolista, en su interior, estaba impresionado por la mansión de su acompañante, fantaseaba sobre las posibilidades que le ofrecía su nueva amiga. El tenía una casa estupenda, pero no era comparable a lo que estaba viendo. Se preguntaba, si podría pagarse una mansión similar a la de la chica con su salario. Su casa le había salido por algo más que un ojo de la cara, y no era ni semejante a lo que estaba viendo.

La chica, se había mostrado encantadora en el trayecto, era muy divertida e interesante. Por supuesto que aceptaría su ofrecimiento para quedarse a cenar. ¡Era tan atractiva!. Jamás había conocido una mujer como ella: culta, elegante, guapa y sensual. A su lado, su novia perdía todo el interés. Era su mujer ideal.

Fantaseaba con ello, distraído al volante del coche.

Brigitte le indicó al chico, que se dirigiese hacia el garaje. Mientras le apoyaba una mano en el muslo, jugueteando con uno de los dedos golpeándolo parsimoniosamente. Miguel sonrío, le hecho una mirada cómplice, malinterpretando a Brigitte. Se la tiraría antes de cenar, no iba a esperar a después. La puerta se estaba abriendo en esos momentos, un hombre vestido con uniforme de mayordomo los esperaba en su interior. Aparco el coche al lado de un elegante Jaguar verde. El hombre le abrió la puerta a la señorita. Sin percibir él, como le pasaba una bolsa de tela impregnada en su interior de cloroformo.

Esta se acercó al chico por la espalda, y le colocó la bolsa en la cabeza tirando de los cordeles que la cerraban. El chico se asustó, ¿Por qué había hecho eso? Poco pudo hacer, quedó completamente a oscuras, preguntándose por un momento que pasaba. Seguidamente, cayó desplomado al quedar intoxicado por los vapores del cloroformo. Había pedido el conocimiento.

Dominique subió el cuerpo inerte del futbolista a una carretilla, y se dirigió al interior de la casa. Elizabeth a su lado sonriente, satisfecha. Había cumplido su objetivo. No había sido tan complicado, más bien sencillo y no había dejado huella alguna. Era buena, se decía a si misma.

Se imaginaba las noticias de los próximos días. Iba a ser de nuevo portada en todos los periódicos. No sé lo iba a poner fácil a la policía. Iba a jugar con ellos al despiste. No quería, que relacionasen ambas desapariciones. Eso la divertía, era ella quien llevaba la iniciativa e iba a disfrutarlo a su antojo. Tenía muchas cosas en la cabeza que tendría que llevar a cabo, aquello acababa de empezar.

Tendría tiempo para ello, ahora lo que le apetecía, era probar su nuevo juguete. No iba a esperar, estaba impaciente. Por supuesto, primero se lo iba a enseñar a Gerard. Así sabría, de lo que era capaz. Ese hombre, no la tomaba en serio. La tenía por una aficionada, una loca, principiante. Lo iba a impresionar con su nueva adquisición. Aún tenía suficientes cartuchos para someterlo. Tenía que darle un golpe de efecto. Su intención no era tenerlo encerrado, sino que se sometiera voluntariamente al igual que Dominique.

Obviamente, eran casos muy diferentes. El francés era sumiso por naturaleza, se le entregó como parte de un juego, aunque ella fue mucho más allá; ahora su vida le pertenecía. Al político, no le estaba siendo fácil domesticarlo. A pesar de someterlo, siempre lo hacía a la fuerza; se resistía, tendría que instruirlo, sino lo conseguía, se desharía de él. Aplicaría todos sus conocimientos de psicología para llevarlo a donde ella quería; para ello necesitaba a Miguel. Así sabría de lo que ella era capaz. La mente humana es muy adaptable, la llevaría al límite y es allí donde conseguiría su propósito.

Primero, tenía que hacer algo importante. Deshacerse del coche del futbolista. También del coche del político, pero el del futbolista primero. No podía permanecer allí por más tiempo. Luego sería mucho más complicado. De eso se encargaría Dominique, tenía un plan para que pareciese un accidente, no había tiempo que perder.

Horas después, en otro lugar.....

Dominique conducía por la sinuosa carretera. Había circulado durante horas a través la oscuridad de la noche, con el llamativo Aston Martín, evitando autopistas y carreteras principales. Era fundamental no llamar la atención. Por fin, se acercaba a su destino, la encrespada costa en las inmediaciones del Faro de South Stack en el Noroeste de Gales.

No se veía luz alguna, prácticamente eran las once de la noche. El tiempo estaba muy desapacible. El cielo cubierto, frío, ventoso, la luna no hacia acto de presencia oculta bajo el lecho de nubes. Se preguntaba cuanto tardaría Elizabeth en ir a recogerlo. Tendría que detenerse en algún momento para llamarla. La idea de esperarla durante horas bajo el viento y la lluvia no le agradaba en absoluto.

A lo lejos, divisaba un lugar que podría ser perfecto. Tenia que asegurarse bien, no podían correr riesgos.

Esto estaba yendo demasiado lejos, y el se había convertido en cómplice y ejecutor. No le importaba, su ama lo era todo para él. Tenía que protegerla y protegerse a la vez. Lo iba a hacer bien. Tiene que ser perfecto, se decía a si mismo.

Avanzaba por un angosto camino de tierra que lo llevaba a las inmediaciones del acantilado, cercano un promontorio rocoso. La oscuridad era prácticamente total, ningún alma en los alrededores. La centelleante luz del faro lejano resplandecía de vez en cuando. Una atalaya que extrañaba al centinela que antaño si la habitó. Relevado de su cargo por un eficaz mecanismo de control remoto. Mejor para él, así no habría ningún testigo. Estacionó el coche y se acercó al borde del acantilado con cuidado. El suelo estaba mojado, resbaladizo, un inesperado golpe de viento podría precipitarlo al vacío, aun así quería confirmar que el lugar fuese el indicado. El riesgo merecía la pena.

Se aproximó con sigilo, temeroso al borde. el olor salino del mar, golpeando las rocas con fuerza, inundaba el ambiente. Miró al vacío, había una caída vertical de al menos unos 70 metros. La baja mar, cubría buena parte de las rocas que se asomaban a la superficie entre la blanca espuma; era el lugar idóneo. Se alejó del acantilado en dirección al coche. Cogió su teléfono, del bolsillo interior de la gabardina negra, y marcó el número de Elizabeth.

—Buenas noches Elizabeth. He llegado al destino, todo correcto. He encontrado un lugar que es perfecto en el sitio acordado. ¿Dónde estas?.

—Estoy cerca. En 50 minutos estaré allí. Espérame según lo planeado, y paso a recogerte. Llámame de nuevo cuando esté listo.

—Perfecto, te llamare en un momento. No tardaré.

Dominique subió nuevamente al coche. Todo salia según lo indicado. Depósito la cartera del futbolista en la guantera, tal como le habían especificado, hizo lo mismo con el molesto móvil del español, que no paraba de sonar. Por fin, se desharía de el. Las huellas de Brigitte habían sido borradas minuciosamente. El había utilizado guantes, por lo que no dejaría ninguna pista. Lo más peligroso había sido llegar hasta allí.

Retrocedió hasta el camino con el coche, con sumo cuidado de no dejar marcas que delatasen la maniobra.

Entró de nuevo en la carretera, puso la marcha atrás, reculó unos 100 metros para luego pisar a fondo el acelerador. Quería realizar un buen trompo justo donde comenzaba el camino. El coche enseguida cogió velocidad, realizando un brusco giro al tirar con firmeza del freno de mano. El vehículo se deslizó lateralmente, impactando con varias piedras para finalmente detenerse. Aceleró de nuevo a tope, internándose a trompicones en el camino de tierra, redujo la velocidad. Estaba a menos de 30 metros del borde del acantilado.

Se bajó del coche para comprobar las huellas que acababa de dejar, eran más que suficientes. Acercó el coche al borde un poco más y abrió la botella de Mc Ganallan, el whisky preferido de Miguel según le había comentado a Brigitte. Vaciando parte de su contenido en los asientos impecables de cuero, lanzando la botella dentro del coche posteriormente. Dejó la puerta abierta y sacó el freno de mano empezando a empujarlo. La pendiente le ayudaba, enseguida el coche comenzó a avanzar cogiendo velocidad por si solo, Dominique se detuvo y vio como el Aston Martin se abalanzaba camino del acantilado con la puerta abierta desapareciendo de su vista. Pudo escuchar el sordo impacto del flamante coche contra las rocas.

Se aproximó de nuevo al borde del acantilado, tenía que comprobar como había quedado, viendo que el coche se había estrellado de espaldas en una zona en la que no había demasiadas rocas. El mar lo embestía una y otra vez con violencia contra ellas. Perfecto pensó.

Llamó nuevamente a Brigitte, esperando estuviese lo suficientemente cerca y no se hubiese perdido por el camino.

—Recógeme por favor, todo listo.

—Estoy en camino. Contesta la satisfecha voz de su ama, la primera parte de su plan había salido perfecta. La vuelta iba a ser un camino de rosas.

LA FELICITACIÓN

El despertador sonó temprano en la mañana, eran las cinco y media. Al inspector Moles le gustaba despertarse a esa hora para relajarse en la piscina del complejo donde vivía. A las seis en punto, entraba a diario en las instalaciones deportivas. Empezaba con unos estiramientos para luego nadar durante 45 minutos en la formidable piscina. Se zambul ía de cabeza haciendo un primer largo buceando, y alternaba largos a crol con alguno de espaldas. Era su momento preferido del día y lo disfrutaba.

Cuando partía rumbo a la comisaría, su cuerpo y mente estaban despejados, y con la energía necesaria para afrontar el nuevo día. Era en esos momentos, cuando preparaba con acierto buena parte de los casos de los que se ocupaba. No obstante, esta práctica estaba siendo insuficiente para poder avanzar en la extraña desaparición de Gerard Brown. Su capacidad analítica, que tanto le había ayudado en otros casos, estaba bloqueada. No tenía nada a lo que atarse, ni una pista a la que poder aferrarse. Nadie había solicitado un rescate, ni había reclamado la autoria. Se encontraba atascado como nunca.

Había descartado la desaparición voluntaria del parlamentario. Empezaba a tener la impresión de que sería un caso sin resolver. No en vano, habían pasado más de dos semanas. Estaba perdiendo las esperanzas, se mostraba impotente. Los hijos del político confiaban en él y les estaba fal ando. Eso era lo que más le dolía.

¿Cómo puede alguien desaparecer de esa manera? ¿Se lo había tragado la tierra?. ¡Que demonios! Algo tenía que haber que se les estaba escapando, u habían pasado por alto. Nadie desaparece de esa manera.

Ese día, no era un día cualquiera, cumplía 44 años. Le hubiese gustado compartirlo con su ex mujer Cindy.

No era posible, ella había decidido abandonarlo hace dos años, sin demasiadas explicaciones, y ninguna discusión de por medio. Atrás habían quedado 14 años de relación, los mejores de su vida. Un niño y una niña, que veía con frecuencia, a pesar de que viviesen con su madre. No había puesto pegas, los horarios de los niños no eran compatibles con su trabajo. El no podía prestarles la atención que requerían, si bien, casi todos los viernes y sábados dormían en su casa.

La relación con su ex mujer era bastante cordial, aún mantenía la esperanza de recuperarla. Ella a su pesar, no le daba oportunidad alguna. Extrañaba el llegar a casa y tener a su familia esperándolo. En su lugar, se encontraba su piso anodino, vacío de vida, solo.

Antes de entrar en el garaje, fue a recoger el correo. Las típicas facturas telefónicas y movimientos de las cuentas bancarias, una carta de la comunidad. ¡Sorpresa! Un sobre con un Happy Birthday que captó inmediatamente su atención. Dejó el resto de las cartas sobre el asiento del copiloto y se dispuso a abrir el sobre con la felicitación. Seguro que era una idea de Sofie su hija pensó. Rompió el sobre. En sus manos una felicitación con la cara de un payaso de dientes afilados. Esto no es de Sofie, abrió la felicitación. Unas desmesuradas carcajadas surgieron de la nada. Era una de estas felicitaciones musicales, cuya melodía, se había sustituido por unas sonoras y diabólicas risas.

Se le heló la sangre, tuvo un mal presentimiento. Contuvo la respiración y leyó el inesperado contenido:

Felicidades Moles. Le deseo pase un gran día de cumpleaños.

Ustedes son mi única esperanza. Dígales a mis hijos que los quiero.

Firmado Gerard Brown

Moles se quedó petrificado. Salió del coche mirando a todos lados. ¿ Qué significaba eso? ¿Gerard Brown había escrito esa carta?. ¡Ojala fuese así! ¿Sería una broma pesada? Mil cosas le pasaban por la cabeza.

Sabía lo que debía hacer. Metió tanto el sobre como la felicitación en un plástico, tratando de preservar cualquier rastro o pista que les pudiese dar más información. El caso había dado un vuelco inesperado. Un sudor frío recorrió su cuerpo.

Se sintió invadido en su intimidad. Alguien había estado en su casa, eso lo inquietó. ¿Quién osaba acercarse a él de esa manera? Le vinieron varios nombres a su cabeza, gente que disfrutaría haciéndole daño. No eran muchos, pero era algo a tener en cuenta; criminales peligrosos todos ellos. No te precipites Moles se decía.

Se metió nuevamente en el coche. Cogió la felicitación y la observó con detalle. En su cabeza mil y una conjeturas. Ninguna de su agrado. Eso no era bueno, más bien todo lo contrario. Arrancó el coche y se dirigió a la comisaria con una bomba que los dejaría a todos boquiabiertos.

A esas horas, en el sótano de la mansión de Brigitte. El silencio era mayúsculo, Gerard Brown no había podido conciliar el sueño. La noche había sido desgarradora, nunca pensó que algún día podría ver algo tan miserable, fuera de la comprensión humana. Estaba aterrado, fatigado física y mentalmente. Las imágenes no se le iban de la cabeza. Aún podía oír las suplicas del pobre chico y la violencia de Elizabeth. Nunca la había visto de esa manera. Su furia se disparó, fuera de control. La expresión de su cara. La locura se había apoderado de ella, era otra, era Elizabeth en su plenitud. El francés su vasallo no hizo nada por aplacarla, cumplió sus ordenes con frialdad. Un robot a su servicio, sin sentimientos, solo obedecía.

Habían llevado a su más alto grado las practicas de sumisión con el chico. Temía por su vida, sin duda no había quedado bien parado. ¿Lo harían con el también? El peligro era evidente, cualquier día sería el quien lo sufriría. Eran capaces de todo. Solo con pensarlo se le hundía el alma a los pies. Era cuestión de tiempo, que le llegase su turno. ¿Resistiría el algo así?. Había sido testigo de algo que no parecía real. El sufrimiento del chico le hizo llorar de angustia. Todo esto iba a acabar muy mal. Sus esperanzas se desvanecían.

El ruido del ascensor le sobresaltó desde su celda. Esos malditos estaban bajando de nuevo. Gerard se quedó petrificado en su cama, como un condenado esperando su ejecución. Los pasos se acercaban, se detuvieron en su celda. Oyó como se abría el ventanuco de la puerta. Cerró los ojos haciéndose el dormido.

¡Que no entren por Dios!. Se cerró de nuevo. Se imaginó por un momento los ojos de Brigitte observándolo.

Contuvo inconscientemente la respiración.

¿Qué iba a pasar ahora?¿Qué sería lo siguiente?. Recordaba los gritos que le dirigió Brigitte, mejor dicho Elizabeth. La persona que le gritaba, no tenía nada que ver con la Brigitte que el había conocido. Ahora estaba seguro de ello. En ese cuerpo convivían dos personas. Una de las cuales era un demonio, una fuerza del mal que ansiaba poseer a todo aquel que se cruzaba en su camino; que no conocía límites, con unas aspiraciones satánicas, ajenas a lo que él había nunca conocido. Ese demonio, se estaba apropiando de ese cuerpo. Brigitte se había convertido en una sombra o había desaparecido por completo.

Los pasos se alejaron, no venían a por él. El pobre chico, ¿Cómo estará? ¿Habrá muerto? Desde luego, era una posibilidad muy real. Desconocía como había finalizado el juego macabro. Solo hubo silencio, un silencio sepulcral, oscuridad y miedo. La risa de Elizabeth al subir al ascensor, su cara de satisfacción, la mirada que le dirigió. El terror en los ojos del chico, en los de Gerard, la satisfacción en la cara de Elizabeth, la indiferencia de Dominique, la macabra calma posterior. El ruido de la puerta de la celda al cerrarse.

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