Elizabeth

Elizabeth


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Oyó como abrían la celda de su compañero, no se sintió una palabra. El ruido del agua saliendo de la manguera a toda presión. Un grito sordo, amortiguado, irreal. ¡El chico seguía vivo! Dios gracias, pensó Gerard, ¡Gracias!.

Me desperté sobresaltado. Un chorro de agua fría heló mi maltrecho cuerpo. Me revolví como un animal herido que era. La cabeza me daba vueltas ¿O era yo el que caía por un torrente de agua?. No lo sabría decir. No podía ver nada. ¿Había perdido la visión?. El dolor, la sangre adherida a mi cuerpo, el olor. Mis miembros, no respondían a mis instrucciones; se desataban en un movimiento sin control, tratando de escapar del agua helada. No había escape posible, se precipitaba a toda velocidad contra mi dolorido cuerpo que reaccionaba con espasmos nerviosos. Sentía el frío, calado hasta los huesos. Todo mi cuerpo temblaba. No podía gritar. No podía hablar, algo en mi boca me lo impedía. Me ahogaba, por momentos apenas respiraba.

Escalofríos. De repente, recordé las descargas eléctricas en mi cuerpo. el olor a quemado. Visiones paranoicas del mal. ¿Por qué? Me apiade de mi destino, la fiebre me consumía. ¿Por qué me venían esas paranoias a mi mente? No me había sentido tan mal en mi vida. ¿Era fiebre, o había perdido la cordura?.

No lo sabía. No era yo, era otra cosa, algo indefenso: Un animal herido. ¡Sobrevivir, sobrevivir! Imágenes de la noche, no podía ser real, crueldad extrema. Pesadillas. No, no fue un sueño, y no había acabado. Estaba pasando de nuevo, estaba pasando ahora. ¿Qué sería lo siguiente?

Un golpe seco, en su mejilla. Un tortazo, por un momento, le pareció agradable. Al menos, lo había sentido, lo había identificado. Era consciente de ello, había sido un tortazo.

Noté como alguien me cogía un brazo y luego el otro. Lo mismo con la piernas. Ahora podía moverlas más, pero no respondían, no se coordinaban; no las controlaba. Tiraron de mi, me desplazaban, o eso creía.

Ahora estaba sentado, la sangre bajaba de mi cabeza. Un empujón y caí al suelo. Permanecí un buen rato tirado allí, sin moverme, pensando en lo que pasaba, en mis posibilidades. Con las manos atrapadas a mi espalda, sin ver nada.

Me quería tocar la cara, no podía. Poder identificar mis daños, hacer un recuento. Ni siquiera eso, podía.

¿Qué les pasaba a mis ojos? Mis sentidos estaban perdidos, parecía como si fuese de plástico. Sí, digo bien, de plástico, es lo más parecido que se me ocurre. ¿Cómo era posible? ¿Me había vuelto loco?

Alguien tiro de mí con fuerza, ahora estaba de rodillas. El frío del agua me había congelado, temblaba. Por otro lado, me estaba ayudando a despejarme. No recuerdo haber pasado nunca tanto frío.

¿Más tranquilo ahora? Espero hayas aprendido la lección. No voy a tener piedad alguna contigo. Te lo advierto. La próxima vez que te resistas lo vas a pagar caro. Mucho más de lo que te imaginas. —Sentenció. Su respiración acelerada, quería más, venía a por más, como si necesitase el sufrimiento ajeno. Esperaba una respuesta. No hubo ninguna, solo un corazón que latía alocadamente, al borde del colapso. El chico notaba su bum bum frenético, el inmóvil, incapaz de moverse ¿Cómo es que su corazón podía retumbar a ese volumen?. Parecía iba a estallar de un momento a otro.

Esa voz de nuevo. Agache la cabeza. Ahora lo veía más claro. Solo sabía una cosa, no quería sufrir más, quería recuperarme, quería vivir. Haría lo que me dijesen. ¿Podría hacerlo? ¿Podría? Vivir, quería vivir, sobrevivir unas horas más, un día más. ¿A qué precio?.

Alguien ato un collar a mi cuello, y recibí una patada en mi espalda. Caí de nuevo, eso no me importaba. Era mi mente lo que mas me dolía, estaba fuera de control. Era una locura, una locura lo que tenía en la cabeza.

La vida se había vuelto horrible. El dolor físico no me importaba, tenia que recuperar mi mente. ¿Necesitaría atención médica?. Eso me preocupaba, no sabia bien mi estado físico. Mis sentidos estaban perturbados.

Ahora lo veo claro ,me habían drogado. ¿Qué drogas me habían suministrado? ¡Químicas!. Esa era la respuesta. Sus efectos eran horribles ¿Podía alguien realmente disfrutar de estas drogas? ¿Estaría sufriendo una sobredosis? Eso lo explicaría en parte, solo en parte. Alguien me arrastraba por los pies.

Había pasado un largo rato, Gerard se preguntaba que estaba pasando. No se atrevía a decir nada. La noche pasada las cosas habían dado un vuelco definitivo. Pasos que se dirigían a su celda, era Dominique que le hablaba desde el ventanuco abierto.

—Prepárate para salir. —Su voz seca, con el acento francés, inexpresiva.

Gerard sabia lo que debía hacer. No quería crear problemas, era lo mejor. Sumisamente, se levantó de la cama y se colocó las esposas con las manos a su espalda. Se sentó en la sil a de ruedas, introduciendo la piernas en las argollas que le impedían moverse. La rutina habitual.

Nuevamente, estaba indefenso. El francés entró en la habitación una vez observó que Gerard estaba en su posición. Llevaba la máquina de descargas eléctricas en la mano, eso no era habitual. La miró con respeto y temor. Recordaba el juego macabro de Elizabeth con el chico. Lo había utilizado de diana humana, una y otra vez, recordaba el olor, los gritos del chico, el terror de sus ojos. Empezó a sudar. Hasta ahora nunca se la habían aplicado a él. ¿Cambiaría eso? Un escalofrío frío recorrió su cuerpo. Pensó en sus hijos, en la gente que lo quería, en él.

El Francés aseguro las argollas de las piernas, las apretó al máximo. Le hacían daño, pero no dijo nada. No se atrevió. De nuevo a su merced. El mayordomo empujaba su chirriante sil a hasta el fondo del sótano, donde había una amplia puerta marcada con una X roja, pintada con un spray de pintura. El tenebroso final del pasillo. Nunca había atravesado esa puerta, se dirigían hacia allí. Gerard suspiró, no quería entrar ahí.

Rezó por el chico, rezó por él. Tuvo un mal presentimiento.

Dominique giró la silla una vez alcanzó la sombría puerta, el político quedó de espaldas a la tétrica x roja. La puerta se abrió con un chirrido inquietante, se le hizo interminable. Su silla avanzó de espaldas para de repente girarse de una forma brusca.

Lo pudo ver. El chico, se encontraba en una jaula que colgaba del techo, los barrotes de hierro oxidado que lo retenían. Una imagen que parecía irreal, demoníaca. Llevaba una camisa blanca de fuerza, con numerosas manchas de sangre reseca, que le oprimía el cuerpo. La nariz le sangraba abundantemente. Llevaba puesto un pantalón que en algún momento había sido blanco, como de chándal. Era un animal enjaulado. Se mantenía erguido por unos ganchos que le sujetaban la camisa de fuerza al techo de la jaula.

Sus ojos vendados, una bola similar a las de billar pero más pequeña dentro de su boca. Una goma textil le rodeaba la cara, pasando justo por delante de la boca, impidiéndole expulsar la molesta bola. Respiraba con mucha dificultad. Su piernas colgaban flácidas, sin fuerzas, no alcanzaban a tocar el suelo. Se movían como por espasmos nerviosos.

Elizabeth estaba allí sentada, contemplando la cara del aterrorizado Gerard, omnipresente. Llevaba un elegante traje azul marino, sus manos manchadas de sangre. Su mirada parecía de otro mundo; las pupilas dilatadas ocupando todo el globo ocular. Oía la respiración jadeante de Dominique a sus espaldas, sujetando la silla.

—Mírame Gerard. —El político obedeció y miró a la chica con la cabeza baja asustado. Tienes dos opciones. Solo dos. Opción A: Ser como Miguel. Opción B: Ser como Dominique—. Una pregunta simple, directa. Todo formaba parte de su juego macabro. Dos opciones de sumisión: en cuerpo, o bien, en cuerpo y alma.

—Dime ¿Que opción escoges? Responde ahora. Dominique o Miguel.

Solo había una respuesta posible para el pobre hombre —Dominique—. Dijo con firmeza.

—¿Estas seguro? ¿Vas a ser como Dominique?. —La chica permanecía fría, la respuesta no le había parecido creíble.

—Lo serviré señora. Soy suyo, suyo. Me someto a usted mi ama. —Gerard la miraba como si fuese un animal doméstico, esperando su castigo. Estaba dispuesto a servirla, hacer lo que hiciese falta cualquier cosa para no sufrir físicamente. ¿Sería capaz?.

—Eso esta mejor. Tendrás que demostrarlo. Quizás algún día, solo quizás, llegues a ser como Dominique. Te voy a preparar para ello, lo tengo todo previsto. Las cosas pueden mejorar entre tu y yo. Solo hay un camino, como bien sabes.

Dicho esto, la chica avanzó hasta la sil a del político. Se quitó las bragas y levantó la falda acercando su sexo a la cara del hombre. Este sin rechistar agachó su cabeza para empezar a lamerlo. Introduciendo su reseca lengua en el, suavemente, tratando de hacer disfrutar a su ama, mientras ella le acariciaba el pelo con su mano ensangrentada. Notaba ellolor de la sangre fresca, como se le iba humedeciendo el sexo a chica a la vez que le decía:

—Así me gusta Gerard, así me gusta. No pares, no pares. Sí, sí.

ESPERANZAS

El inspector Moles llegó apresuradamente a la comisaria, se metió en el despacho cerrando la puerta a su paso. Marcó el numero del comisario Thompson, que estaría en esos momentos a punto de salir de su casa en dirección a la comisaria. Salio el contestador.

—¿Thompson? Soy Moles. Novedades en cuanto al caso del parlamentario. Acuda al despacho cuanto antes. Llámeme en cuanto pueda, es importante.

Colgó el teléfono, alguien llamaba a la puerta. Eran varios de sus compañeros que acudían a felicitarle. Su cumpleaños.

—Felicidades Moles. ¿Dónde esta nuestro desayuno?. —Le preguntaban cuatro de sus compañeros con los que tenía más amistad. Con las prisas, se había olvidado de comprar los tradicionales pasteles con los que solían desayunar cuando alguno de ellos estaba de aniversario.

¡Maldita sea! Con la excitación de la felicitación, lo había olvidado por completo.

—¡Gracias chicos! Calma, en veinte minutos estarán aquí. Os aviso en cuanto lleguen.

Los compañeros se retiraron. Descolgó con premura el teléfono, y llamo a la pastelería donde solía tomarse un café a media mañana.

—Por favor. Soy Moles de la comisaría de al lado. Necesito me preparéis un surtido de pasteles para 30 personas. Ponerme también algo salado, por favor. Luego pasare a pagar. Os agradecería, los hicieseis llegar a la recepción de la comisaría. —Una voz le contestaba al otro lado del teléfono—

Muchas gracias Enma.

Sacó una fotocopia de la felicitación. Llamo por teléfono al despacho de uno de los expertos en análisis de pruebas, enseguida lo tenía en su despacho. El agente Browly se quedó boquiabierto al ver la felicitación.

— Inusual ¿Verdad?. —Comentó Moles.

—¿Cómo la has recibido?. —Le preguntó extrañado Browly, no salía de su asombro.

—En mi buzón. Sin remitente. Alguien la metió allí, directamente. Estoy seguro no fue Mr. Gerard Brown. ¿Escribiría el la felicitación? ¿Por qué? ¿Qué quieren de mí?

—Esto es muy extraño Moles. Lo veremos con calma en el laboratorio. —Se limitó a decir el agente especial.

Si Gerard Brown había escrito la felicitación lo sabría muy pronto, era cuestión de tiempo. Las otras preguntas, no tenían una respuesta tan sencilla. El perito calígrafo estaba en camino, y disponían de lo necesario para cotejarlo. Contaba con la agenda escrita a puño y letra por Gerard Brown. Revolvió la caja donde tenía lo que había recogido del despacho del parlamentario, así como otra documentación que encontró en su casa. Por fin, tenía la agenda delante de él. La abrió y la observó, comparándola con la fotocopia de la felicitación.

A simple vista, parecía evidente que era la letra de Brown. No obstante, necesitaba la opinión de un experto para asegurarse. No iba a dar ningún paso en falso. Alguien podía estar gastándole una broma de mal gusto.

Justo en ese instante, el comisario Thompson entró en el despacho cargando con dos enormes bandejas con abundantes pasteles y canapés que le habían entregado en recepción.

—Felicidades Moles. —El comisario llegaba eufórico, parecía se había levantado con muy buen pie. Al parecer, no había escuchado el mensaje de Moles. No le extrañó, apenas sabía encender el teléfono. Las nuevas tecnologías no eran lo suyo.

—Gracias comisario. —Contestó con una fingida alegría Moles. No estaba para eso—. Por favor, mire esta nota, deme su opinión. Esta mañana la encontré en mi buzón.

El comisario leyó la misiva con sorpresa. Cuando acabo de leerla, su cara tenía otra expresión, muy diferente, que se acercaba mucho más a la que tenía Moles en esos momentos.

—Esto da un giro a todo Moles. No sé que pensar. —El texto que acababa de leer, había perturbado al comisario. Se salía de lo habitual, adentrándose por un terreno oscuro que no estaban acostumbrados a pisar.

—Creo que es verídica. La escribió Gerard Brown. La escritura coincide, la firma también. Es mi opinión. La del perito calígrafo, la tendremos enseguida. —Dice Moles esperando una respuesta de Thompson. Tenían costumbre de complementarse en casos difíciles. No era la primera ocasión, en el que uno de los dos, conseguía encontrar el camino a seguir en una investigación en la que el otro se encontraba estancado. Sus maneras de pensar eran muy diferentes, lo habían convertido en una ventaja.

—Eso nos confirmaría un secuestro. Un pequeño avance. —Miro a Moles, sabiendo que después de las semanas pasadas parecía ridículo que poder afirmar que se trataba de un secuestro era un avance. En realidad lo era.

—No es mucho, la desaparición voluntaria la habíamos descartado. Al menos, sabemos que no sufrió un accidente eso sí. —La posibilidad de un accidente de tráfico siempre le había rondado por la mente. No era la primera vez que alguien hacia desaparecer a las victimas de un accidente.

—¿Lo saben sus hijos?

—Aún no. Cuando tenga el informe del perito calígrafo los llamaré si es positivo.

—Les dará esperanzas. Eso esta bien.

—Han estado en mi casa comisario. No sé si tomármelo como una amenaza.

—Sí. Lo tengo claro. ¿Cree que puede ser algo personal contra usted?. —El comisario sabe que Moles se ha ganado unos cuantos enemigos peligrosos a lo largo de su carrera, varios de los cuales estaban en paradero desconocido, con la amenaza que ello suponía.

—No lo descarto. Aunque no creo sea así. El caso se me asignó arbitrariamente, podría tenerlo cualquier otro. —Al menos, eso es lo que quería pensar.

—Es posible. —Se toma una pausa para pensar—. La televisión Moles. El captor te ha visto en la televisión y se ha dirigido a ti directamente. Lo ha echo por que eres la cabeza visible de la investigación.

—Eso lo veo más probable. —En parte Moles se sintió aliviado por esa afirmación. A fin de cuentas, el tenia dos niños pequeños. Se sintió vulnerable.

—¿Sabes lo que quiere el captor?. —El comisario puso su cara de que tenía algo en mente.

—No ha pedido nada hasta ahora. ¿Qué puede querer?. —Moles ansiaba saber la respuesta.

—Por lo de ahora quiere una cosa, Moles. Reconocimiento, decirnos que esta ahí y que es mejor que nosotros. Que espabilemos, que lo estamos aburriendo.

—¿Solo eso? Secuestrar a un político de primer nivel solo por eso. No sé, la verdad. —El razonamiento de Thompson, sin embargo, parecía lógico. Aunque esa lógica solo tenia lugar en una mente perturbada. Eso lo conocía muy bien. No era el primero que se encontraba.

—No sabemos si ha sido solo por eso. Lo que sí sabemos, es que quiere se le reconozca. Si es así, no estamos ante el habitual criminal.

—Creo que tiene razón Thompson. Cada vez el caso sale menos en las noticias, quiere reactivarlas.

Quiere verse de nuevo en las portadas de los periódicos. Posible psicópata.

—Pediremos un informe de los casos de psicópatas más relevantes de los últimos años. Nos centraremos en aquellos no resueltos, y los que han salido a la calle. Pondré a trabajar al equipo en ello ipso facto.

—La lista puede ser muy extremada. —Moles suspira, le esperan horas de trabajo en el despacho—.

Solicitaremos perfiles de psicópatas a la unidad de informática. Algo que nos de una pista y nos ponga en la dirección correcta.

—Podría ser un criminal virgen. Estar en su primer golpe o quizás no ha sido atrapado nunca.

—Tengo una idea comisario, el original ha sido enviado a balística, enseguida tendremos algo desde el laboratorio. Estoy seguro no habrá dejado ninguna pista que pueda facilitar su paradero. No cometerá ese error. Lo ha planeado muy bien. Pero lo vamos a decepcionar, ni una palabra de la felicitación. Lo obligaremos a contactar de nuevo.

—Parece arriesgado.

—Digamos que soy un policía que no mira su correo a diario, ¿Qué hay de extraño?. Quiero obligarlo a contactar de nuevo. Esta vez estaré preparado, lo obligaremos a tomar riesgos.

—Puede pensar que le preparamos una trampa, y actuar en consecuencia. —Le advierte el comisario, levantado su dedo indice de la mano y dándole una palmada en el hombro a Moles.

Alguien l ama con los nudillos nuevamente a la puerta y se abre. La comisaria al completo esta detrás cantándole cumpleaños feliz al Inspector Moles. Este se levanta sorprendido, su cumpleaños lo había olvidado de nuevo, no era el mejor momento. Thompson abre los pasteles. Moles sale de la tensión que llevaba esa mañana y se relaja con los compañeros disfrutando de los pasteles y el café caliente.

Solo puede esperar por los resultados y disfrutar del almuerzo. No dice una palabra de las novedades. No quiere dar pasos en falso, cautela, no sabia a donde iba el caso del parlamentario. Necesitaba ser sigiloso para encontrar una pista que le conduciese a Gerard Brown. Su secuestrador, parecía que sabia muy bien a donde se dirigía y lo había convertido en algo personal.

Eso ha sido un error seas quien seas Se dijo a si mismo con contundencia. ¿Serian varios? Nunca le había pasado algo parecido. Los criminales escapaban de él, no acudían a su encuentro. Por un momento se sintió una victima y en su día de cumpleaños.

12:00 AM. Clarice se encontraba trabajando en la oficina cuando le sonó el teléfono móvil. Reconoció enseguida el teléfono del Inspector Moles. Era la primera vez que la llamaba en la última semana. Su corazón dio un vuelco ante la llegaba de noticias.

Clarice soy Moles.

Dígame Inspector que sabe.¿ No le habrá pasado nada malo a mi padre verdad?. —La chica no pudo evitar llorar, se había imaginado lo peor.

Lo que le puedo decir es que su padre esta vivo. Llamé a su hermano y acudan a la comisaría. No comenten nada a nadie. Es necesario el más absoluto silencio. Esto es extraoficial y es importante.

Clarice colgó el teléfono, resopló aliviada. Eran buenas noticias, no las que ella esperaba pero al menos sabia que su padre estaba vivo. Confiaba en Moles. Se levantó como un resorte de su mesa y salió directa al garaje ante la mirada atenta de los otros trabajadores que intuían novedades en la desaparición de su padre. Nadie se atrevió a preguntarle nada; su jefe la miró con gesto de aprobación, deseándole suerte con la mirada. Clarice lo saludó, abandonando con premura la oficina.

12.40 A.M. Clarice y Edward entraban en el despacho del Inspector, Moles y Thompson sentados al otro lado de la mesa, los dos hermano toman asiento en las sillas de cuero negro.

Moles entrega una copia de la felicitación a los dos hermanos, sin decir una palabra, Edward la lee en voz alta.

Felicidades Moles. Le deseo pase un feliz día de cumpleaños.

Ustedes son mi única esperanza. Dígales a mis hijos que los quiero.

Firmado Gerard Brown

Clarice rompe a llorar. Edward toma la palabra emocionado.

Es la letra de mi padre, estoy seguro. Esta vivo.

Si lo es. —Dice Clarice – Aunque, no parece él escribiendo. Me refiero a lo que dice—. Puntúa la chica.

El comisario responde —Lo ha escrito su padre confirmado por perito calígrafo, no hay duda al respecto. Alguien se la ha dictado, su captor. Obligándole a escribir esta felicitación. Lo único que probablemente haya escrito su padre por su propia voluntad es: Dígales a mis hijos que los quiero.

Esto implica cierta relación con su secuestrador, me refiero al menos hay algo de comunicación. Esto es bueno.

—¿Pero quien querría secuestrar a mi padre? ¿Por qué?.

Eso un misterio, no tenemos muchas pistas, únicamente esta felicitación. Paso a paso chicos—.

Responde de manera paternal el comisario.

Moles toma la palabra —Es muy importante que nada de esto llegue a los medios. Se han comunicado con nosotros. Conmigo concretamente. Saben donde vivo, cuando es mi cumpleaños, es inquietante. Hemos instalado esta mañana cámaras camufladas en mi vivienda. Si vuelven a pasarse por mi casa, los tendremos. Por lo que es muy importante mantener el silencio. No quiero que sepan que he recogido su mensaje. Quiero forzarlos a ponerse de nuevo en contacto conmigo.

La próxima vez estaremos preparados¿ Comprendéis? Los haremos salir de su escondite, y rescataremos a su padre.

¿Pero quienes son? ¿Qué móvil tienen? ¿Por qué no solicitan rescate? ¿Serán terroristas?—.

Replica Edward —No son terroristas. Lo hemos descartado. No hay ningún móvil religioso, ni siguen sus procedimientos. No han solicitado rescate hasta ahora, aunque creemos podrían hacerlo en cualquier momento—. Responde Moles.

Su padre ¿Tenía algún enemigo?. ¿Alguien que se os ocurra que quisiese hacerle daño?. —Pregunta Thompson - Mi padre tenía adversarios políticos pero enemigos no. Con rotundidad no. Nadie que yo pudiese nombrar sería capaz de algo así. Ni jamás he visto a mi padre preocupado por algo semejante—. Dice Clarice.

Es cierto. No puede ser nadie que conozcamos. —Confirma su hermano.

Piensen sobre ello con detenimiento. Cualquier cosa del pasado. Consúltenlo con su madre, quizás se le ocurra algo.

Esta bien. La iremos a ver esta tarde. —Responde la chica con cara de confusión.

Iré a visitarla mañana. Buscamos un móvil. Todo secuestro tiene un móvil. Tenemos que conocerlo para avanzar. —Dice Moles.

¿Corre peligro la vida de nuestro padre?. —Dice asustada Clarice.

Lo necesitan vivo para lo que sea que lo han secuestrado. Os mantendremos informados. Son buenas noticias chicos. Hemos descartado el accidente y la desaparición voluntaria. Sabemos que esta vivo y que han empezado a ponerse en contacto.

Los chicos se retiran. Se cruzan con los de laboratorio que estaban esperando su salida. Habían encontrado una huella de Gerard Brown en el sobre en el que estaba introducida la felicitación. Estaba confirmado, ninguna otra huella, ninguna otra pista. La felicitación podía haber sido comprada en cualquier lugar del país e incluso del extranjero. No sacaron ninguna información que les pudiese ayudar.

Moles cogió la felicitación, la observo en su mano intrigado, pensando. La abrió de nuevo escuchando la exagerada risa del payaso con los dientes afilados que salía en la portada.

—Alguien se esta riendo de nosotros y lo está disfrutando. Se cree que nunca daremos con ello ellos.

Nos reta. Jugaremos, es nuestra mejor baza. El móvil. Esa es la clave..

—¿Quién querría secuestrar a un parlamentario?. —Dice Thompson.

EL ACCIDENTE

El noticiero deportivo abrió con las imágenes del coche del nuevo jugador del Chelsea, estrellado en un acantilado en la costa oeste de Gales. La reportera Anna Wood, relata la noticia desde el lugar del accidente.

El nuevo jugador del Chelsea, Miguel Parera, reciente fichaje del mercado invernal, ha sufrido un desgraciado accidente la noche pasada. Su coche se ha salido de la carretera y precipitado por el acantilado, cayendo al mar desde una altura de 70 metros a una zona rocosa e inhóspita.

Al parecer, el coche circulaba a alta velocidad por un camino de tierra y se ha despeñado incomprensiblemente por el acantilado. La policía piensa que ha sido una imprudencia temeraria del joven jugador, que posiblemente haya acabado con su vida. Se desconocen las causas de porque se había dirigido a esta zona.

El futbolista, no ha aparecido. Las posibilidades de que haya sobrevivido al impacto, son prácticamente nulas. Un dispositivo de búsqueda esta rastreando la zona, siete buzos y dos helicópteros buscan el cuerpo del joven jugador que podría aparecer en cualquier momento. Es un día triste para el fútbol. Toda la plantilla del Chelsea se haya consternada por el hecho, los familiares del jugador se han desplazado a Londres, esperando acontecimientos. Anna Wood les seguiremos informando desde Gales.

Elizabeth cenaba sola en el salón de la mansión, atenta al televisor. La noticia del accidente de Miguel ya ocupaba los titulares de los telediarios. Todo marchaba de acuerdo con el plan, era de nuevo famosa. No se hacía mención de la policía, por lo que no tenían indicios del crimen, tal como ella había planeado. No les iba a facilitar las cosas. No quería se relacionase de ninguna manera con la desaparición del parlamentario. Jugaría sus cartas con maestría para darles un buen golpe.

Por otro lado, estaba molesta. No había aparecido ninguna novedad en cuanto al caso de Gerard Brown. ¿Es qué el Moles no había recogido su felicitación? Se imagino el sobre todavía en el buzón de correos del Inspector. Frunció el ceño indignada, ¿Cómo podía ser tan descuidado de no abrir el buzón el día de su cumpleaños?. La había decepcionado, el impacto de su felicitación no sería el que ella hubiese deseado cuando la recogiese del buzón. Esperaría acontecimientos, antes de ponerse de nuevo en acción. No se iba a precipitar, tenía otras ideas brillantes en la cabeza.

Por lo de ahora, seguiría con el adoctrinamiento de Gerard y de Miguel. ¡Ahí ese español! Era muy guapo, una captura excepcional. Aunque tenía un pero, no colaboraba en absoluto. Se estaba empezando a aburrir de él. Le había reducido las dosis de drogas y era aun peor. Rebelde por naturaleza pensó, no había visto nada igual.

Pensándolo bien, había conseguido grandes avances con Gerard gracias a él. La violencia con que se estaba empleando con el español, había suscitado cambios importantes en la conducta de Gerard. Un cambio vital, que venía fraguándose en él a lo largo de los últimos días. Se mostraba dispuesto a colaborar, aunque ella no se fiaba demasiado, podía fingir. De hecho, era lo que le convenía. Lo tenía por un hombre inteligente; obviamente lo era. En acecho, esperando un descuido, su oportunidad. Esa idea le hizo gracia ¿Le daría una oportunidad? ¿Por qué no? Podía hacerlo, le gustaba jugar. Las reglas las ponía ella; si quería una oportunidad se la iba a dar y sería más pronto de lo que se imaginaba.

Era una experta en psicología, siempre le había atraído esa rama. Es más, se había convertido en una exploradora de los límites de la mente humana. Una innovadora, se decía a sí misma. Ese era su tema preferido sobre el que escribir. Gerard, al igual que Miguel le servían para experimentar, anotaba sus avances en el cuaderno. Sus métodos los modificaba según lo creía conveniente.

Su único objetivo, conseguir la sumisión forzosa empleando el método más adecuado. La crueldad extrema, en el caso del futbolista, no parecía estar realizando grandes avances; era más bien patético. Eso lo sabía de sobra, no era la primera vez que lo probaba; iba con su carácter. La aplicación de la violencia extrema en una de sus cobayas, podría tener una influencia muy positiva en la otra. Su idea era, que el método empleado en Miguel influyese en la conducta de Gerard. Eso si estaba funcionando, y dando resultados positivos.

El político observando lo que ella era capaz, podría realizar grandes avances. De hecho, se estaba portando como un corderito desde que había llegado Miguel. Eso sí le entusiasmaba, a fin de cuentas era su objetivo.

Era consciente de que aún estaba muy lejos de conseguir sus metas. Estaba en la fase que ella había definido como aceptación, la que venía justo después del pánico. El hombre había aceptado su situación y procuraba causarse el mínimo daño, se protegía. Eso no le molestaba, era un paso necesario por el que tenía que cruzar para llegar a las siguientes fases.

En teoría, que una persona aceptase la sumisión total, al igual que Dominique, era algo que estaba en el carácter de la persona, en la propia personalidad. Dominique, había sido siempre un sumiso potencia, dispuesto a entregar su vida a su ama. Convertir a una persona sin tendencias sumisas en un sumiso era algo que había sido calificado por los expertos como imposible. ella iba a demostrar lo contrario, esa sería su aportación al mundo.

Su obra, estaba aún en los pasos iniciales. Poniendo en práctica sus teorías y realizando los ensayos pertinentes. Tendría tiempo de perfeccionarlas. Sus estudios se habían iniciado años atrás y ahora estaba interesada en los resultados prácticos, en la aplicación de sus teorías. Todo aquello se le había quedado pequeño enseguida. Había llegado el momento de tomárselo mucho más en serio. No había dicho Gerard en el Dickens, el día que se conocieron: Uno tiene que ser capaz de dirigir su vida. Es importante tener un objetivo claro, saber lo que uno quiere y más aún, lo que necesita. A partir de ahí dar los pasos para conseguir lo que uno desea. Enfocarlo y dar los pasos necesarios para conseguir los objetivos.

El futbolista tenia mucho gancho, eso no lo discutía. Lo dejaría descansar hoy, que se recuperase un poco, que se aclimatase a la nueva situación de una vez. Haría un poco de vida casera con ellos, que se relajasen. No los quería tan estresados, todo a su tiempo. Los necesitaba frescos, y con la mente serena para mostrarles la noticia del accidente.

Eso les daría un buen shock moral. Golpe a golpe, el clavo cojera su posición. Le había fallado una parte del plan: la felicitación. Tenía tiempo, podía esperar, su paciencia podía ser infinita si hacía falta. Tenía una idea muy buena que iba a sorprender a todos, digamos que los iba a descolocar un poco. Gerard quería una oportunidad la iba a tener y sería esa misma noche.

Sus almas, sus almas serían suyas. Sus cuerpos ya lo eran, pero quería mucho más que eso y o lo conseguía o ambos morirían.

PASEO NOCTURNO

Gerard Brown conducía su impecable Jaguar por las carreteras secundarias. Llevaba cuarenta minutos siguiendo las indicaciones que le habían dado. Estaba muy nervioso, avanzaba despacio, tratando de no perderse de la ruta trazada en el mapa. Detuvo el coche del todo en medio de la noche, y miró por el espejo retrovisor. No había nadie. Estaba solo en medio de la pequeña calle, enfrente del escaparate del establecimiento de decoración, tal cual, le habían indicado hacia escasos minutos.

Estuvo al menos dos minutos estacionado, siguiendo las instrucciones de su captora. No pasó nadie, tal como estaba previsto; a las tres de la mañana, el tráfico era inexistente en la zona ¿Qué pasaría si alguien le daba el alto? Si aparecía la policía. ¿Dónde demonios estaban Brigitte y Dominique?.

Ninguno de los pisos de los escasos edificios, situados a lo largo de la carretera, estaba iluminado, tampoco ninguna de las casas. La mortecina luz de varias farolas era la única que iluminaba la calle, varios coches aparcados a un lado de la calzada.

Los vecinos dormían ajenos a su presencia. Esperó pacientemente hasta que sonó el teléfono a la hora indicada. —Muy bien Gerard, reanuda la marcha. Hay un camino de tierra a la izquierda que se adentra en el bosque, más adelante, justo al pasar el stop que sale en el mapa. Tómalo y síguelo por dos km. Lo estas haciendo bien Gerard, así me gusta.

Gerard tomó aire de nuevo, su corazón latía acelerado. Sabía que había gato encerrado, una trampa o algo peor. Se sabía observado en todo momento. Casi con seguridad era así, estaba seguro de ello. Buscaba una oficina bancaria con la mirada, o una tienda de electrodomésticos, algún establecimiento que tuviese cámaras. Podría gesticular como si hablase de cara a la cámara y decir el nombre y la dirección de su secuestradora. ¿Podrían verlo si lo hacía? Era lo mejor que se le ocurría. Sus ojos se movían con disimulo buscando una cámara dentro del coche ¿Dónde estaría? No la veía, pero tenía que estar en algún lugar.

Llevaba todo el rato dándole vueltas a sus posibilidades, los peligros de las consecuencias de sus actos. Un juego macabro de vida y muerte, sobre todo de muerte. Dejar una pista a la policía que los llevase a donde lo escondían; era lo único que se le había venido a la cabeza que pudiese resultar, entrañaba peligros latentes. Lo podían ver, lo estaban viendo pero... ¿Cómo?. ¿Cómo dejar un mensaje sin ponerse en peligro?. No había ningún bolígrafo en el coche, nada con lo que dejar un mensaje aparte del que ya había en el sobre que llevaba en la guantera. Aunque lo hubiese, no se habría atrevido a escribirlo.

Torció a la derecha, tal como ponía en el mapa. Avanzó tres manzanas, un nuevo giro a la derecha. Estaba llegando por fin al final del recorrido. Llevaba al menos una hora siguiendo las indicaciones y recibiendo las llamadas de Elizabeth. Llegó al stop que le había comentado. Si se metía en ese camino indicado en el mapa, se quedaría sin opciones. No habría nadie a esas horas en el bosque. El juego habría acabado para él.

Su pie derecho temblaba, como queriendo apretar a fondo el acelerador y huir a toda velocidad en la otra dirección. Es lo que le decía su corazón: ¡Escapa Gerard! Quizás no tengas más oportunidades. Eso sería la sentencia de Miguel, lo ejecutarían con seguridad, pero él escaparía, ¿O quizás no? No los veía, ¿Dónde demonios estaban ? No se creía que lo dejasen irse así de esa manera. Lo había llamado, una prueba. No lo era para él. Un juego diabólico, eso es lo que era. La oportunidad que estaba esperando. ¿No querías una oportunidad le dijo Elizabeth? !Sádica maldita!

Lo había levantado en medio de la noche con esa propuesta, que llevase el coche siguiendo las indicaciones del mapa y que esperase allí. No había tenido tiempo a nada, a los cinco minutos estaba saliendo de la mansión. Eso sí, la amenaza, si no lo haces, si no estas allí a la hora indicada, Miguel morirá y ¿qué crees que pasara contigo?. Te estaremos observando Gerard. Te llamaré a este teléfono si todo va bien, si no es así, alguien morirá.¿Miguel? ¿Tu? ¿Los dos?.

Tenía que dejar un mensaje a la policía. Era fundamental hacerlo, pero ¿cómo lo podía hacer sin poner la vida de Miguel en juego, ni la suya propia?. Estaba seguro lo observaban, había más de un gato encerrado.

¿Una bomba? Eran capaces de todo. Las palabras de Elizabeth —Si bajas del coche, Miguel morirá, si intentas escapar Miguel morirá, si no sigues las indicaciones, Miguel morirá. Estaremos contigo en todo momento—. Seguramente, él también moriría si no cumplía sus demandas, pero eso no era lo que le importaba ahora. Necesitaba dejar una pista, ganar el juego, darle un primer golpe que fuese definitivo a sus secuestradores.

No creía ella se arriesgase de esa manera, lo dejase todo en sus manos. Podía hacerles frente. Se encontraba bien físicamente; el francés podría ser un problema. Un golpe certero con una piedra podría ser suficiente. Pero, ¿Quién lo esperaría al final del camino? ¿Quizás solo ella?, ¿Quizás solo el francés? ¿Los dos? Si estuviesen los dos, podría ir directo a la policía ahora mismo y rescatarían a Miguel. ¡Demonios!

¡Tengo que hacer algo¡.

De repente, se le ocurrió una idea. Tenía riesgos, todo lo tenía, pero lo iba a hacer; no podía quedarse parado. Tenía que haber una manera de ganar en ese juego maligno. Avanzó despacio internándose en el camino fijándose bien en todo lo que había a su alrededor. Algo podía utilizar, y lo hizo. Realizó su jugada.

Caló el coche y apagó las luces. Bajando enseguida del vehículo y fue a por su objetivo, las tablas de madera que estaban al lado del camino. Cogió una piedra y empezó a escribir su nombre. En ese momento sonó el teléfono. No habían tardado mucho. ¡Lo estaban viendo! Ni tres segundos habían tardado en llamarlo.

—¿Qué estas haciendo Gerard? ¡Te has parado!. —La voz de Elizabet, no tenía un tono precisamente amigable.

—El coche se ha calado Elizabeth. No es la primera vez que pasa. —Se disculpa Gerard mientras trata de seguir escribiendo el mensaje.

—No me la juegues Gerard. Arranca el coche. Es una orden o moriréis los dos. ¡Hazlo ya!

—Tengo que esperar un par de minutos y arrancara de nuevo. Es un fallo de serie. Decían que lo habían solucionado, pero veo que no. —Dijo Gerard, con la voz entrecortada por los nervios. Se la tenía que jugar.

Gerard no era capaz de escribir con el teléfono en la mano. Las pulsaciones de su corazón se aceleraban cada vez más. Se estaba poniendo muy nervioso. Las manos le temblaban.

—¡Métete en el coche Gerard y arráncalo!. —Elizabeth estaba muy cabreada. La estaba llevando al límite.

Ahora mismo. Me estoy meando, solo es eso. —Gerard colgó y metió el teléfono en el bolsillo, continuo escribiendo el mensaje. Acabó el numero 17 y ahora empezaba con el nombre de la calle.

Fue entonces cuando oyó un ruido. Soltó rápidamente la tabla y la piedra que cayeron al suelo justo a su lado. Apartó con el píe la madera un poco.

El maletero del coche se había abierto. Empezó a orinar para disimular, miró para atrás y pudo ver a un hombre con un gorro de lana que le cubría toda la cabeza, llevaba guantes. Era Dominique, que venía hacia a él, llevaba una pistola en la mano y el dedo, el dedo sobre el gatillo.

—¿Qué estas haciendo?—. Su voz sonaba muy irritada, con ira. Jamás se le pudo ocurrir que estaba escondido dentro del maletero. Lo habían sorprendido de nuevo.

Aprovecho para mear. No pretenderéis que me lo haga encima. El coche se calo, es un error de fábrica. Al ir tan despacio, el coche se cala. Pasa con frecuencia. Lo he hablado con Elizabeth.

Llámala por favor Dominique, llámala, ella te explicara. La voz de Gerard se entrecortaba de terror al ver la mirada que le estaba echando Dominique.

Temblaba, la muerte estaba rondando, la percibía. Estaba allí con él, su presencia emanaba un hedor sulfúrico. En cualquier momento lo mataban. Era la primera vez que alguien le apuntaba con una pistola y esa persona lo odiaba. Lo sabia de sobra. El francés estaba dispuesto a disparar, solo esperaba la orden.

Dominique marca el numero de su ama —Dice que se le ha calado. ¿Qué hago? Nos la esta jugando estoy seguro. Dime ¿Lo mato? ¿Lo mato?—. Gerard escuchaba paralizado, un sí y todo acabaría.

Revisa la zona y si esta todo bien continuar. —Alcanzó a oír el político en el silencio sepulcral de la noche. La voz de Elizabeth le sonó más tétrica que nunca, tenía la facultad de decidir si seguía con vida, o no. Como si alguien la hubiese convertido en una diosa omnipotente. Ella misma lo había hecho. Le amnistió. Cabrones.

Dominique cuelga el teléfono, mira a Gerard con decepción. Nada le hubiese gustado más que pegarle un tiro allí mismo. Lo pone contra el coche y lo cachea. Gerard se estremece, ha estado a punto de estropearlo todo. El francés, recoge las llaves del coche y le dice que entre llevándose las llaves. Va hacia el maletero y saca una linterna, la enciende. Empieza a explorar la zona. Quería encontrar algún pretexto para llamar de nuevo a Elizabeth y que estaba vez, la respuesta fuese afirmativa.

Gerard se pone pálido como la nieve, Como aparezca la madera soy hombre muerto. Ve como el francés mira minuciosamente los alrededores con la linterna buscando como un sabueso olfateando la zona. No puede mirar, su vida pende de un hilo, un hilo muy fino. Puede ver la madera por el rabillo del ojo, no se atreve a mirarla para no dar una pista a Dominique. No sabe como cayó. Recuerda que solo le había dado tiempo a escribir su nombre, el número de la casa y la primera silaba de la calle. No era suficiente para que los rescatasen, pero si lo era, para perder su vida.

Suena el teléfono de Dominique —Estoy revisando la zona, parece todo bien. El esta limpio—. Esta justo al lado de la maldita madera, casi pisándola. Varias gotas de sudor caen por la frente de Gerard, se pasa la mano por la frente. Cierra los ojos, angustiado.

—Dile que trate de encender el coche. No puede quedar ahí. —Contesta Elizabeth

—¡Enciende el coche!. —Le grita el francés dirigiéndose a él con desprecio. Inmediatamente Gerard entra en el coche y acciona el dispositivo de encendido. La pistola de Dominique todo el rato apuntando a su cabeza. El motor del jaguar ruge de nuevo. Dominique entra por la puerta trasera. Prosiguen la marcha, el corazón le latía con estrépito. Las manos en el volante temblaban como si tuviese un ataque de parkinson.

Había estado a punto, a nada, de dejar una pista definitiva. A la vez, había estado a punto de morir en el intento. Vio por el retrovisor la madera donde había conseguido escribir G.Brown 17 Ha.

El coche avanzaba muy despacio. Notaba a Dominique tenso con él. Sospechaba que había intentando hacer algo, estaba claro. Le habían dicho que por nada se bajase del coche. Eso podría tener consecuencias.

Tenía que hacer algo para exculparse. Nuevamente caló el coche. Exclamó ¡Mierda, otra vez!.

Dominique realizó otra llamada. —Otra vez se ha parado el coche. Estamos a menos de 300 metros.

¡Arráncalo!.

Espera un momento. Sino, puede ser peor. —Contesta Gerard. Lo estaba tensando todo al máximo, no tenía otro remedió. Tenía que demostrarles que había sido un problema del coche.

Esta bien. Es tu coche a fin de cuentas. —Contesta resignado Dominique que no le apetecía empujar el coche. Parecía se lo había tragado.

La espera se hizo interminable. Por fin, Gerard lo arrancó de nuevo. Dominique en el asiento de atrás aún lo apuntaba divertido con la pistola, sus ojos fijos en él. Tenía la impresión de que deseaba tener un pretexto para matarlo. Sabía era así. Se había convertido en el favorito de Elizabeth y al parecer el francés estaba celoso. Era un detalle a tener en cuenta. El mundo se había vuelto tan extraño.

Divisó un claro en medio del bosque. Unos troncos amontonados y maquinaria pesada de color naranja en uno de los lados del claro. Dominique bajó del coche, haciéndole a Gerard una seña de que bajase. Le puso las esposas y lo empujó con fuerza hacia delante. Gerard casi pierde el equilibrio.

—Avanza. Vamos no tenemos toda la noche. No me la juegues Gerard. Venga tú delante, que te vea bien.

Se adentraron en el bosque, estuvieron caminando durante al menos diez minutos en la oscuridad, siguiendo el pequeño sendero que marcaba la linterna. ¿A dónde se dirigirían ahora ? Gerard temía por su vida. En cualquier momento una bala atravesaría su cabeza y eso sería todo. Rezaba un padrenuestro mientras avanzaba. Dominique solo tendría que decir que había intentado escapar, y allí habría acabado todo para él. Sería una buena disculpa. Podía ver el odio en sus ojos, el había aparecido y su papel había pasado a ser secundario. El que había entregado la vida a su ama, motivos no le faltaban. No se había dado cuenta hasta entonces, de lo que significaba su presencia para el francés.

O bien, Elizabeth podía haber planeado que ese fuese su final. Seguían avanzando, eso era bueno, pensaba.

El político marchaba con torpeza, pensando oiría una detonación y se acabaría todo. El bosque estaba lleno de arbustos que invadían el sendero y les dificultaban el paso. Hacia tiempo nadie pasaba por allí. A lo lejos pudo divisar las luces de la carretera. Estaban muy cerca, habían llegado.

Pasado un rato, un coche que se acercaba les hizo luces, era Elizabeth, bajó la ventanilla.

Muy bien chicos. Lo habéis echo muy bien. —Les hizo una seña y ambos entraron en el coche.

Gerard tomó asiento en el lado del copiloto. Dominique se sentó en el asiento de atrás. Su mano siempre en el gatillo y la mirada fija en Gerard. El coche emprendió camino de vuelta a la mansión.

Se dio cuenta había dejado pasar su oportunidad. Había jugado sus cartas, apostado todo, pero había perdido.

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