Elizabeth

Elizabeth


LA CALMA DESPUES DE LA TEMPESTAD

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Elizabeth no temía a Gerard, jamás podría hacerle frente. Lo que sí, tenía miedo de que Gerard si podía hacer frente a la débil Brigitte. Esta notaba el cambió vital de Brigitte que, de manera inconsciente, venía fraguándose en ella en las últimas semanas. La siempre en alerta Elizabeth se daba cuenta de que tenía que encontrar una solución al conflicto.

Leía sus pensamientos, aparte de estar enamorada de Gerard, pensaba como deshacerse de la propia Elizabeth, salvar a Gerard y mitigar su sufrimiento. Eso no era ninguna novedad, siempre lo había querido hacer, no lo escondía, y mucho menos le molestaba a Elizabeth que parecía disfrutarlo. Lo que sí le preocupaba es que ahora tenía un aliado del que estaba enamorado, Gerard Brown, e intuía que este último también lo estaba, le reiteraba que fuese a visitarlo a la noche que la echaba de menos, estaba bastante insistente con el tema, no había día que no se lo insinuase de una u otra manera, empezaba a sacar a Elizabeth de sus casil as. Algo estaban tramando los dos, eso no le gustaba en absoluto.

Esta nueva situación se había convertido en peligrosa. Sabía que de alguna manera Gerard conectaba con Brigitte sin que ella fuese consciente, no conseguía recordar ni uno solo de esos momentos. No podía consentirlo, desconfiaba de ambos, no eran de fiar, ninguno de los dos. Se sintió engañada, decepcionada con ambos.

No tenia ni idea de que habían hecho el amor, a sus espaldas. Eso la hubiese enfurecido si cabe aún más. Ni de si habían hablado o establecido un plan. Algo estaba pasando, de manera fortuita o no, que se le escapaba.

Vio a Gerard como un adversario, era mandato deshacerse de él, o no sabia lo que podría pasar. Sus juegos habían tenido que ser cancelados, que sentido tenía mantenerlo con vida. Le preocupaban las lagunas de memoria y eran todas en la celda de Gerard. Eso significaba que Brigitte actuaba por momentos independientemente. Era algo que no se podía permitir.

Prohibió a Dominique salir de la casa, obligándole a estar permanentemente cerca de Gerard. Extremando las precauciones. No iba a darles la oportunidad de volver a estar a solas. Sentía nauseas, la traicionaban.

Reviso los vídeos del equipo de grabación de la celda en búsqueda de pruebas, y pudo ver al político leyendo con sumo interés uno de los libros de psicología, hasta tuvo el descaro de solicitar a Dominique un libro sobre trastornos de personalidad. Estaba claro que iba a por el a, y de alguna manera contaba con la complicidad de Brigitte, había contactado con ella aunque fuese por un breve instante, no sabía como, pero lo había hecho.

Esto era peligroso, muy peligroso, el único veredicto posible la muerte, esa misma noche tendría lugar. A Gerard Brown, le había llegado su hora, sentenció.

Horas después Elizabeth se levantó de la cama, eran las tres menos cuarto de la mañana, con aire de cierta suficiencia, recorrió en silencio el pasillo en dirección a las escaleras que comunicaban con el garaje, pistola cargada en mano. La expresión de su cara era serena, sabía bien lo que hacía. Sus ojos encendidos apenas parpadeaban, avanzaba ineluctable como un tempano de hielo a aplacar su ira. A poner un temprano remedio a su problema.

Dos balas serían suficientes, algo rápido, lo suficiente para que cuando Brigitte se enterase fuese demasiado tarde. Le serviría de escarmiento, ¡A veces se ponía tan terca!. Iba a demostrarle que no se jugaba con ella.

El papel de Gerard había acabado, no aportaba nada, y se había convertido en la mayor amenaza, más incluso que la propia policía.

Elizabeth bajó las escaleras evitando hacer ningún ruido, no quería despertar a su otro yo. Tenía que impedirlo a toda costa pues cuando alguien cercano a ella estaba en peligro, Brigitte se revelaba poniéndole las cosas extremadamente difíciles, o era la primera vez sucedía. La mantenía dormida, aunque cualquier contratiempo inesperado podría sobresaltarla y despertarla. Había aprendido con los años, a realizar esta maniobra pudiendo actuar por su cuenta, sin la nociva influencia de su otro yo. No era sencillo, no lo podía mantener por mucho tiempo si involucraba a alguien por la que ella mostrase afecto pero sí lo suficiente como para cumplir su objetivo.

Entró en el garaje, encaminándose en dirección a la celda donde su objetivo Gerard Brown dormitaba ajeno a lo que se le venía encima. La pistola debidamente cargada, sentía el frío del acero en su mano, dispuesta a utilizarla a ejecutar a su único rehén. Un primer tiro rápido en la cabeza y todo acabaría para él. Se acercó con sigilo a la puerta. Gerard dormía plácidamente con la boca abierta de par en par. Pudo oír sus aparatosos ronquidos a través del ventanuco.

¡Tu hora ha llegado Gerard Brown!. No te voy a echar de menos. Traeré un sustituto que será mucho mejor, al menos será más guapo, se acabaron tus juegos.

Elizabeth abrió la puerta y blandió el arma apuntándole a la cabeza. Se quedó mirándolo por un instante.

Alzó ligeramente la pistola apuntandole a la frente. Lo observaba, no era capaz de apretar el gatillo,así no, distaba mucho de su manera habitual de matar, sus víctimas siempre habían sido conscientes de su muerte.

Quería verlas sufrir, eso era lo que más le gustaba, se había convertido en una necesidad.

El disparar a Gerard de esa manera le resultaba extraño. Pensó en despertarlo, en decirle:

—Mira lo que meobligas a hacer. Me has engañado y este es tu castigo —Hacerle sufrir, cortarle la cabeza. Sí, eso es lo que le gustaría hacer, depositarla en uno de los frascos y condenar a Brigitte a verla con frencuencia, que Gerard fuese consciente de ello que le suplicase que no lo hiciese. Que le pidiese perdón de rodillas, perdón que no le daría. Cometió un error, con tanta divagación, su otro yo, se despertó como un resorte al ver a su Gerard en peligro.

—¿Pero qué haces? ¡Déjalo, no te lo permitiré!¡Gerard no!”. —Brigitte se incorporo a la escena angustiada por lo que tenía ante sus ojos. No lo iba a permitir, esa vez no. Su mano, ahora sudorosa instintivamente dejó de apuntar a la cabeza de Gerard.

—Cállate estúpida. Gerard debe morir. Lo vas a estropear todo. —Elizabeth notaba impotente que era incapaz de mover la mano para apuntar de nuevo a su víctima. Brigitte se mostraba mucho más fuerte que ella en esos momentos, había tomado por completo el control del cuerpo, reduciendo a Elizabeth a un pensamiento a un eco en el interior de su mente. El amor por Gerard le hacía ser mucho más fuerte que Elizabeth poniéndola en clara ventaja. A pesar de ellos, Elizabeth enrabietada luchaba con todas sus fueras por recuperar el control, por cumplir su objetivo eliminar a Gerard de su vida, utilizaba todas sus artimañas, sus engaños, sólo le haría falta un par de segundos para acabar con él.

—Ni lo intentes. Si lo haces .... —Brigitte cayo

—¿Qué pasara si lo hago? Más bien yo diría... ¿Qué pasara si no lo hago? ¿Quieres saberlo?. ¡Nos entregara a las dos!. ¿Es qué no lo ves?. —Elizabeth trataba de hacer entrar en razón a Brigitte, de que comprendiese el peligro que significaba Gerard para las dos. Podían acabar en la cárcel por siempre.

—No lo hará, Gerard me ama.

¿Te ama? ¡Que inocente que eres niña!. No seas tan ciega. Te engaña, como ha hecho conmigo. Solo se interesa en seguir vivo, en sobrevivir, lo esta haciendo muy bien. No se como he podido ser tan ciega yo también. Nos entregara a las dos en cuanto tenga su oportunidad. ¿Qué es lo que te dice dime? ¿Qué es lo que me ocultáis? A mí también me ha engañado, todo teatro, tenemos aquí a un gran actor, el mentiroso de Gerard Brown. —Elizabeth daba ordenes al cerebro de apuntar a Gerard y disparar. Quería acabar con esa inútil discusión cuanto antes.

Brigitte es consciente de ellos, impidiéndoselo. Mantienen un pulso en silencio, a la vez que dialogan.

Brigitte cansada de ello y sabiendo que era imposible de convencer a Elizabeth, pone la pistola apuntando a su propia cabeza. Había decidido acabar con todo de una vez, no iba a permitir que matase a Gerard.

Prefería morir ella misma y salvarlo. Lo quería de verdad y odiaba tanto a Elizabeth que no le importaba morir para acabar con ella.

¿Qué es lo que estas haciendo? No se te ocurra hacer eso ¡No!. —Grita Elizabeth desesperada consciente que Brigitte había decidido pegarse un tiro allí mismo. Lo veía en su mente. Una solución drástica pero una solución a todos sus problemas. Se iba a suicidar acabando con las dos, y no podía hacer nada al respecto. Elizabeth soltó un alarido inhumano que inundó la estancia, desesperada por no poder convencer a Brigitte. Lo iba a hacer, se iba a disparar.

Gerard, se despertó sobresaltado por el grito de Elizabeth. Abré los ojos y ve a la chica en pié con la pistola sobre su cabeza llorando y con la mano temblando. Su cara desencajada, ¿Qué estaba pasando allí?.

La crispada voz de Elizabeth salia de la boca de la chica. —¡No lo hagas loca! !No aprietes el gatil o¡ ¡Dile algo Gerard!—. Gerard reacciona con rapidez asustado por lo que veía. Se pone en pie.

—Por favor Brigitte, ¡No lo hagas!. —Grita Gerard— Brigitte. Dame esa pistola cariño. No te hagas daño.

Escúchame a mí, solo a mí. Deja la pistola en el suelo. No te hagas daño.

—Hazle caso Brigitte, suelta la pistola. —Dice Elizabeth que sabía que Brigitte no había cambiado su decisión de dispararse.

Brigitte lloraba. Habló en voz alta. —Es mejor así, Gerard. Me ha destrozado la vida. La maldita Elizabeth, una condena que me acompaña para siempre, pero se acabó, no quiero más, no quiero más. Este infierno termina aquí, ahora. Pagarás por tus pecados Elizabeth, la muerte nos separará por fin. Vete Gerard, salvate, la puerta esta abierta, eres libre. Cuenta a todos la verdad, que se haga justicia no dejes que yo sea culpable a los ojos de los demás—. Brigitte cerró los ojos dispuesta a apretar el gatillo.

Gerard extendió su mano acercándola a la de la chica, tenia que arrebatarle la pistola —¡Por favor Brigitte!

Eres lo único que tengo, dame esa pistola. —La mano de Brigitte temblaba de miedo y rabia, nuevamente abrió lo ojos. Viendo al hombre. Su mano, al lado de la suya.

—Por favor, dame esa pistola. —Gerard la miraba a los ojos— Por favor, cariño. Te quiero, no me dejes así. Los sinceros ojos de Gerard, clavados en los suyos. Notaba la desesperación del hombre, sus ojos lacrimosos, llenos de ternura hacía ella, suplicándole con la mirada que no lo hiciese. Preocupándose por ella, en vez de correr hacia su libertad, en vez de salir del infierno en vida que Elizabeth le había preparado.

—Dásela, dásela. —Elizabeth estaba aterrorizada, por primera vez en su vida sentía miedo. Todo pendía de un fino hilo. Los ojos de Gerard le rogaban a Brigitte que no lo hiciese—. Por favor. Por favor. No estas sola chica. Estoy contigo. —Ella te acabara matando Gerard, por eso lo hago. Ha venido a matarte y la única manera de protegerte es matarnos a las dos.

—Hay más salidas. No lo hagas.

—¡Hazle caso, estúpida!

—La única forma es esta Gerard. Vete, sal corriendo de esta casa, se libre. Ahora puedes. No te preocupes por mí, es lo mejor.

—No lo haré, si no es contigo. Te quiero Brigitte. Nos tenemos a los dos. —Gerard da un paso más y estira su mano poco a poco hasta alcanzar el frio del acero del cañón de la pistola y apartarla de la cabeza de Brigitte.

Con la pistola en su mano, la acoge entre sus brazos. Brigitte empezó a llorar desconsolada, Gerard la besaba cariñosamente en la mejilla, estrechando su cuerpo contra el suyo.

—¡Estas loca! Nos llevara a la ruina a las dos. Nos entregara. —Le dice la frustrada e impotente Elizabeth que era testigo de la escena.

—¡Cállate, cállate!. La próxima vez que lo intentes moriremos las dos. Si algo le pasa a Gerard, moriremos la dos. —Dijo Brigitte entre sollozos. Elizabeth sabía que lo decía muy en serio, lo leía en sus pensamientos.

Solo la intervención de Gerard lo había podido evitar, hubiese apretado el gatillo sino fuese por él. La muerte había rondado tan cerca, su propia muerte.

—Tranquila niña. No la escuches, tranquilízate. —Brigitte abrazaba a Gerard con fuerza.

—Gerard es mío. Ni se te ocurra hacerle daño, nunca más. —Gritó Brigitte presa de un ataque de pánico por el intento de suicidio.

—Es tuyo, es tuyo. ¿Quién ha traído a Gerard?. —Un susurro recorría su mente— Yo, Yo, Yo No me importa. Ahora esta conmigo, es lo único que tengo y no voy a renunciar a él. Si algo le pasa, todo se acabo para las dos. No lo permitiré. Se acabo Gerard para ti. No se te ocurra hablarle, no se te ocurra tocarlo, ni lo mires siquiera, es mío, alejate de él.

El amor por Gerard, había fortalecido a Brigitte de tal manera, que se se veía con fuerzas de retar a Elizabeth. No estaba dispuesta a renunciar a Gerard, y contaba con la fuerza y el coraje necesario, por vez primera en mucho tiempo, la había derrotado, esta vez no se había salido con la suya. ¿Sería algo efímero?

Se quedaron en silencio, Gerard trata de tranquilizar a Brigitte acariciándola. Estaba como fuera de sí, alterada, no se tranquiliza y trata de apartar a Gerard para coger de nuevo la pistola, decidida de nuevo a acabar con su vida, segura de que era lo mejor. Esa era la única manera de no seguir matando, no podía, no quería seguir así.

Gerard se lo impedía, no le dejaba hacerse con el revolver que sostenía con fuerza en su mano derecha. El hombre veía en la cara de la chica la fe en su propósito. Tuvo que usar todas sus fuerzas para impedirlo —

¡Por favor Brigitte, Por favor!—. Elizabeth estaba asustada, la convicción de Brigittte de quitarse la vida era demasiado fuerte. No sabia como podía solucionarlo. Finalmente una voz dijo:

Esta bien, puedes quedarte con Gerard. Es tuyo, de todas maneras, no me interesa.

Brigitte se había empecinado en Gerard de tal manera que Elizabeth acabo aceptando que se lo tenia que entregar. Era la única forma de asegurarse permanecer con vida. Su resolución por quitarse la vida la forzó a ello. Tenia una idea en mente que compensaría esa perdida, la lucidez de la mente de Elizabeth llegaba a tal extremo, que hasta en esas circunstancias encontraba algo que le fuese de provecho. De todas maneras ya no confiaba en él. Gerard Brown era prescindible —No te creo—. Replico Brigitte.

Te lo prometo. A cambio, vas a a tener que ayudarme a hacer una cosa. Hablaremos las dos esta noche. Siempre cumplo mis tratos, lo sabes ¿verdad?. Lo sel aremos como en los viejos tiempos ¿Recuerdas? Tu y yo, nosotras, las dos juntas de nuevo-Un susurro le hablaba en el interior de su mente, hacía tiempo no le hablaba en ese tono. Estaba dispuesta al dialogo como años atrás.

Brigitte no dijo nada, sabia a que se refería. No era la primera vez que llegaban a un trato entre el as. En esta ocasión ambas tenían algo a lo que no estaban dispuestas a renunciar, llegarían a un acuerdo. Brigitte no sabia a que se refería Elizabeth, lo que si intuía era que sería algo que no le iba a gustar nada. Aún así salvar y tener a Gerard a su lado merecía cualquier sacrificio, fuese el que fuese.

El político quedo abrazado a la chica, conmocionado por todo lo que acababa de pasar. Era consciente de que Brigitte había salvado su vida hacia escasos minutos. A su vez, el había salvado a la chica. No sabía si había hecho lo correcto, si hubiese dejado que se pegase un tiro quizás hubiese sido lo mejor, pero la quería de verdad. No podía soportar la idea de dejarla morir de aquella manera, tuvo que impedirlo, esperaba no arrepentirse.

Era consciente de que todo aquello tendría repercusiones, temía verdaderamente a Elizabeth, y ahora eran enemigos declarados, las cartas de ambos habían sido arrojadas a la mesa. Los pensamientos fluían como lava incandescente en la cabeza de Gerard, era todo tan complejo. ¿Qué pasaría a partir de ahora? Se adentraba en un laberinto sin salida, lleno de minotauros, de peligros que venían a matarte mientras dormías, o bien eran capaces de hacerlo usando el cuerpo de la mujer que amaba, que daría su vida por él, pero que en cualquier momento era muy capaz de empuñar una sierra y ponerla sobre su cuello,y gritar su victoria. Su mente era todo confusión, ante el escenario que le ofrecía la puerta recién abierta.

Se oyeron pasos que se dirigían hacia allí, era Dominique que llegaba corriendo. Entró en el recinto de las celdas y se quedo parado, con su mirada fría, espectante, sus ojos se tornaron a la pistola en la mano de Gerard, este abrazado a su ama. Miro a su ama, no era ella, era Brigitte, ¿Cómo había podido Elizabeth permitirlo? Espero unos instantes, dispuesto a actuar, esperaba ordenes, estas llegaron desde Brigitte.

—Todo bien Dominique, retírate a tu cuarto – Dominique, asintió con la cabeza, pero espero unos segundos más antes de emprender camino, esperando una respuesta de Elizabeth que nunca llegó.

LEROY

Elizabeth se levantó al día siguiente como si nada hubiese pasado. Una batalla perdida no tenia importancia. ella iba a por la guerra, su propia guerra. Tenía que solucionar un tema que le intrigaba. De paso, se iba a divertir, y dar una lección a la parejita que los pondría en su sitio. Se iban a dar cuenta, quien era la que mandaba en la casa.

¿Por qué había aparecido la policía en su mansión de Oxford? Necesitaba una respuesta y no iba a esperar ni un día más para obtenerla. Las cosas estaban lo suficientemente tranquilas para poder dar un nuevo golpe. Había llegado el momento de pasar a la acción.

Cogió el coche y junto con Dominique puso dirección a Londres. Si Brigitte y Gerard Brown se habían creído que iban a disfrutar de su victoria, se habían equivocado. Como castigo, no se iban a ver el pelo en todo el día. Gerard se quedaría encerrado en la celda sin más compañía que sus lecturas,

que coma gal etas si es que le quedan.

Se dirigió a la comisaria de South Kensington, donde trabajaba el equipo de Moles. Llevaba consigo su ordenador portátil, donde guardaba las imágenes grabadas por su cámara de seguridad de los dos agentes que habían estado en su casa. Llevaba tiempo esperando este momento. Uno de los agentes había resultado muerto en el tiroteo con el falso Johnny, el tal Stephens, el otro correría peor fortuna. Tenía sed, sed de sangre que iba a saciar.

Espero pacientemente sentada en una cafetería cercana a la comisaria a que por fin saliese el agente Norfolk. Estuvo largo rato ocupada en revisar sus escritos, aprovechando para mover de sitio varios de Brigitte,

que los buscase, mientras controlaba la entrada y salida del personal de la comisaria. No veía al maldito agente, llevaba desde las 10.00 de la mañana allí sentada y no daba señales de vida. Al que sí pudo ver, fue al agente Moles con el comisario Thompson que salieron andando, ajenos a su mirada encendida.

Eran casi las dos de la tarde y seguía sin aparecer. Se le empezaba a agotar la paciencia, un nuevo coche salía del garaje de la comisaría, era un coche particular, no lo pudo ver del todo bien, pero sí, parecía que era el agente Norfolk al volante acompañado de otra persona, un hombre.

Realizó la llamada pertinente: Dominique bmw x3 rojo. Comprueba que es él, no he podido verlo bien. No estoy del todo segura.

Me pongo en marcha. Corto. —Dominique salió apresuradamente del pub irlandés donde se encontraba y de un salto se montó en su moto Honda cb de 500 cc. Iba vestido de cuero negro con detalles en blanco. Se había puesto a indicaciones de Elizabeth una peluca castaña y un bigote postizo. El casco con cristal oscurecido impedía ver su cara. El motor rugió, espero unos segundos y pudo ver pasar el BMW X3 rojo en el cruce.

Tampoco fue capaz de identificar a Norfolk, iban dos personas en el coche; eso no era obstáculo para lo que tenía que hacer. Los siguió a una distancia prudencial. No necesitaba llamar la atención de los dos agentes.

El coche se incorporó a Old Brompton Road. Momento que Dominique aprovechó para adelantarlos tomando cierta distancia, los seguía por el retrovisor, deteniéndose en el lado izquierdo de la calle. Lo pudo ver claramente, era Norflok el que conducía. Llamó con el manos libres a Elizabeth.

Comprobación positiva. Sigo adelante con el plan. —Dicho esto, guardo el móvil, y se reincorporó de nuevo a la persecución de los dos agentes que eran ajenos al interés suscitado. Los siguió durante un buen rato, hasta que por fin, se detuvieron, en las inmediaciones de Putney Bridge.

Los agentes bajaron del coche. Dominique aparcó la moto a unos 150 metros de distancia. Los dos hombres se dirigían a un edificio cercano y pulsaron el interfono. La puerta se abrió, desapareciendo los policías de su vista al entrar en el edificio. Dominique comenzó a andar con paso decidido en dirección al coche, casco en mano. Había bastante gente en la calle a esas horas, no le amilano. Miró hacía atrás un segundo para ver si venia alguien en su dirección: Dos señoras. Aceleró el paso para dejar a las señoras atrás. Se acercaba a su objetivo. Al llegar a la altura del coche, se agachó para atarse mejor una de las botas. Su mano izquierda, se introdujo ávida en el guardabarros del coche durante un breve instante. Se levantó y siguió andando, lo había hecho, misión cumplida. Tomó la siguiente calle a la derecha, realizó una nueva llamada: Todo en orden. Comprueba si captas la señal. —Elizabeth dirigió el puntero del ordenador hacía uno de los programas y lo abrió. Una nueva pantalla apareció, el mapa de Londres y un punto naranja que parpadeaba.

Lo tengo. Ranelag Gardens al lado del Tamesis. Están parados. Buen trabajo.

Perfecto. Estaré ahí en quince minutos.

No, no te preocupes. Aprovecharé el día. Tengo un par de cosas que hacer en la ciudad. Nos veremos en la entrada del British Museum, tomate tu tiempo. Te llamaré yo. Cogeré un taxi.

Como prefieras. —A Dominique, no le hizo gracia la idea. Tenía pensado hablar con el a sobre lo ocurrido la noche anterior. Era la segunda vez Elizabeth esquivaba esa conversación. Su opinión, parecía que no valía nada. No son cosas que te conciernen, le había dicho esa mañana. Suspiro molesto, y se subió a la moto, saliendo a toda velocidad sin ninguna dirección en concreto en mente.

Elizabeth se subió al taxi, pero no se dirigió al British Museum, tal como le había dicho a Dominique sino que se dirigió a la oficina del Barclays en Leicester Square. El taxi, la dejo prácticamente en la misma puerta.

Entró con paso decidido, y se sentó en una de las sil as eludiendo la cola de caja.

Una empleada se le acerco —Dígame que desea.

Me gustaría conocer las condiciones para un depósito a plazo.

¿Es usted clienta?

No. Podría serlo, si las condiciones son de mi interés.

Estupendo, acompáñeme.

No. Quiero hablar con Edward Brown. —¿

Qué se habrá creído esta furcia?.

¿ Tiene usted cita? Esta ocupado en estos momentos.

No es problema, puedo esperar —¡

Lárgate de una vez, hija de perra!

Lo avisaré en un momento y te digo algo.

La chica se retira molesta, y vuelve a su mesa. Descuelga el teléfono: —Edward hay aquí una chica que quiere hablar contigo de un depósito. Esta sentada, la morena tan guapa ¿La ves?.

Edward se levanta de su sil a y echa un vistazo al piso inferior. —Si la veo. No la conozco. Sí, es guapa sí.

Pues quiere hablar contigo, un depósito ha dicho.

Ok, bajo. Dos minutos.

Edward Brown baja las escaleras con paso firme. ¿Quién sería esa chica?. Se acerca a la chica, que se levanta al verlo y le estrecha la mano. Nota como la chica lo examina de arriba a abajo.

Buenos días Edward. Encantada, Brigitte. —Le entrega una tarjeta:

Brigitte Lewis presidenta fundación Lewis.

Encantado. Perdone pero no recuerdo ahora mismo. ¿No nos conocemos verdad?

No tengo el placer. Una amiga me ha recomendado, me ha dado su tarjeta. —La chica saca la tarjeta de Edward que había obtenido de la cartera de su padre, Gerard Brown.

Estupendo, un placer. Acompáñeme a mi despacho.

Ambos chicos, suben al piso superior. Elizabeth lleva una gran sonrisa en la cara, le brillaban los ojos como nunca. Entran los dos en el despacho:

Le apetece un café. —Le dice Edward antes de tomar asiento.

Sí, como no. Negro, dos terrones. —El chico se acerca a la máquina de café, y prepara dos cafés negros.

Usted dirá, Brigitte ¿Qué es lo que le interesaría de nuestra entidad?

Por favor, no me trates de usted Edward. Siento, como que me hago mayor cuando me tratan de usted.

Perdona, era pura cortesía. Estupendo. —Le sonríe el chico. La chica parecía tan amable con el.

Tutéame, con confianza Edward. Nos veremos a menudo a partir de ahora. Quiero diversificar un poco mis cuentas, incorporar otro banco. Normalmente trabajo con tres, pero uno más, no me vendría mal. Brigitte se ajusta el escote ante la mirada del chico cuyos ojos se le salían de la órbita.

Estupendo. Mi compañera me comento sobre un depósito, alguna otra cosa que necesite de nosotros.

No, empezaremos por el depósito. 500.000 libras a un año, o a mayor plazo. No importa, si es que me lo pagas bien.

Le haré la mejor oferta que tenemos. —Dice el chico, que se afloja la corbata y juega nervioso con el bolígrafo. Un depósito de medio mil ón de libras, no lo había firmado nunca.

Te podemos pagar un 2.5% a 3 años, liquidaciones trimestrales.

Eso esta bien. Incluye algo más aparte del café.

Tengo pastas de té si quieres. —El chico se ríe y abre un cajón con una sonrisa. Saca una cajita metálica con varias pastas de té. Me haces el día si la aceptas, bueno al menos la semana. Es  nuestra mejor oferta ¿Qué me dices?¿La aceptas?.

La chica coge una de las pastas. —No me refería a pastas de té. 2.5%, el café, las pastas de té y una copa contigo después de trabajar ¿Qué te parece?. ¿Mejor así?. Me gusta tener amistad con mis agentes bancarios. Confianza, ya sabes. El cheque lo tienes asegurado, con un poco de suerte me convences para algo más—. Dice Brigitte guiñándole ellojo.

¡Trato hecho! Por supuesto. —¡Menuda sorpresa! Esta tía es un cañón piensa Edward, una copa conmigo.... bufff una, dos, las que quieras. Esperaba que su imaginación no le estuviese jugando una mala pasada y no se refiriese a otro depósito.

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