Elizabeth

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ELIZABETH

Johnny The Hunter

SINOPSIS 

ELIZABETH:

Londres, Febrero de 2015. Gerard Brown, un veterano político, conoce de manera casual a una atractiva y elegante joven en una cafetería de Covent Garden. Su vida da un giro totalmente inesperado desde entonces. Dos mujeres, Brigitte e, Elizabeth, opuestas la una a la otra, entran a formar parte de su vida para lo bueno y lo malo. Nada volverá a ser lo mismo para él.

El inspector de policía Peter Moles recibe una misteriosa nota de felicitación en el día de su cumpleaños relacionada con una investigación. La cosa se complica más de lo esperado. Se encuentra cara a cara con el caso más intrigante de su carrera. Un reputado psiquiatra le ayuda a trazar el perfil psicológico de la persona a la que se enfrenta. Si tiene razón, se encara a un asesino que se sale con mucho de lo habitual, despiadado y manipulador, que no parará hasta conseguir su objetivo.

Un nocturno psicópata sediento de sangre comete crímenes perfectos con total impunidad. Una única ambición: desbancar a Jack el destripador como asesino más famoso de la ciudad. Un podio que quiere para él y no esta dispuesto a compartir. Los medios de comunicación se convierten en su principal baza, su tarjeta de presentación, con gran destreza muestra sus engañosas hazañas a través de la prensa y la televisión, que nada tienen que ver con la realidad. Lo que ayer era blanco, hoy es negro, y se crece con cada paso que da.

Esto sólo es el comienzo. Una espiral de violencia y muerte amenaza la ciudad, que deja de dormir tranquila.

EL ENCUENTRO

Londres 14 de Febrero. En el mercado de Covent Garden la lluvia era incesante, el frío intenso. A pesar de ellos, el mercado se encontraba muy concurrido. No era sencillo moverse entre el bullicio. El parlamentario Gerard Brown, se adentraba entre los puestos del mercadillo como casi cada sábado. Es alñí donde encontraba el foie francés que tanto le gustaba. Salia caro eso sí, poco le importaba, se lo podía permitir.

El elegante hombre de pelo grisáceo, se conservaba bien a pesar de sus 63 años. Era fornido, bien plantado, ligeramente fuera de peso, resultado de las recientes fiestas navideñas y la ausencia de actividad física.

Llevaba un impecable abrigo, azul marino, largo con sombrero a juego, en una de sus manos sostenía un amplío paraguas negro. Se dirigía al puesto habitual, donde compró dos latas del apreciado producto. Se abasteció a su vez, de un par de botes de mermelada de tomate y cebolla. Eso era todo lo que necesitaba, por lo de ahora.

Prosiguió su camino, en dirección a la elegante cafetería Dickens donde tomaría su expreso. Encontraba que era el mejor café de Londres. Se resguardaría de la lluvia por un buen rato, relajándose leyendo el periódico del día.

Entró en la lujosa y amplía cafetería con paso decidido. A esas horas, estaba muy concurrida. Ocupó una pequeña mesa de mármol y hierro forjado, al lado del amplio ventanal. Desde allí, podía contemplar el animado mercado matinal. Se alegró de disponer de su mesa preferida, alejada del ajetreo de la por momentos ruidosa barra. Sacó su ejemplar del Sunday Times acomodándose las gafas de leer, lo abrió directamente por la sección cultural con la intención de encontrar algo interesante que hacer esa misma tarde.

La pareja que se encontraba en la mesa contigua, se levantó dejándola libre. Al rato, una joven se instaló en ella, desplegando su ordenador portátil. Gerard no pudo evitar echarle una mirada, era una chica bien hermosa. Poseía esa belleza de la juventud, realzada por una elegancia inesperada en una joven de su edad. Demasiado atractiva como para no fijar la vista en ella. Unos 27 años, labios carnosos, mirada viva, intensa. Lucía un vestido negro de una pieza que resaltaba sus hermosos ojos verdes. Un peinado sofisticado acabado en un complicado moño

¿Sería inglesa? Parecía italiana o francesa,

¿Quizás una mezcla?. Tenía clase, mucha clase. La joven estaba absorta en el ordenador, tecleando a buen ritmo.

Hizo una pausa en la lectura, apoyó el periódico en la mesa y probó el excelente expreso. La muchacha continuaba escribiendo ajena a las miradas del ignorado cabal ero sentado a su lado. El hombre se recostó hacia atrás para echar una mirada curiosa a la pantalla.

Esta escribiendo un mail sin duda. No era eso lo que escribía. Creyó ver un texto, pero fue de manera furtiva, imprecisa. Por lo que trató de echar de nuevo un vistazo. Su indiscreción, llamó la atención de la joven, que lo observó sin reparo y le sonrío cordialmente.

Gerard se enrojeció, virando su mirada hacia el ventanal y la alborotada plaza. Al volver la vista, ella continuaba observándolo. Se había dado cuenta, evidentemente.

—Perdone, no pude evitarlo. La veía tan concentrada... que me llamo la atención. ¿Qué esta escribiendo?. —Le dijo como disculpándose. Aprovechando, a su vez la ocasión para entablar conversación.

—Estoy con una novela. Comenzando. —Su voz era agradable, amable. No se había alterado por su indiscreción. Eso lo calmó y animó a seguir conversando con la interesante joven.

—¿Es usted escritora entonces?

. —Inglesa clase alta, concluyó Gerard por su acento

. Su curiosidad se incrementaba a la medida que iba hablando con ella.

—No. Solo escribo para mí. —Ahora era la chica la que examinaba al curioso caballero de la mesa contigua. El jugueteaba con su bolígrafo golpeando el periódico acompasadamente.

—¿Solo para usted? Entonces.... es una afición. Debería compartir sus escritos, seguro son de interés. Conocer la opinión de los demás. —Se permitió darle un consejo, escribir para uno mismo no tenía demasiado sentido para él.

—Sí, un hobby. Me es útil para recordar las cosas que me pasan. Lo que escribo es muy personal: experiencias, pensamientos, cualquier cosa que se me ocurra o me suceda. Demasiado íntimo como para compartirlo. Me llamo Brigitte. —La chica le ofreció la mano.

—Encantado Brigitte. Gerard Brown. —Respondió alcanzando su mano, ella la recibió con firmeza. Su piel cálida, delicada—. Es autobiográfico entonces, más interesante aún.

—Depende como se mire, supongo que sí. He decidido coger las riendas de mi vida, tomar decisiones. —La chica se volvió enigmática de repente.

—Eso esta bien. Uno tiene que ser capaz de dirigir su vida, es importante tener un objetivo claro.

Saber lo que uno quiere y más aún, lo que necesita. A partir de ahí, dar los pasos para conseguirlo.

Enfocarlos para conseguir las metas.

—Es un buen consejo. Eso es exactamente lo que quiero hacer. —La chica dirigió de nuevo su atención y pensamientos hacia el texto proyectado en la pantalla ante la mirada de Gerard. Siguió tecleando durante un buen rato. Mientras, él prosiguió la lectura del periódico sin osar a interrumpirla.

El camarero trae a la mesa de la chica un Bloody Mary junto con unos snacks salados. Gerard observa como la chica pega un sorbo al cóctel y lo deposita con delicadeza en la mesa. Obviamente es una mujer de la clase alta. Su manera de comportarse así lo denota. Su acento le recuerda a las damas burguesas de las elegantes y anodinas cenas que frecuentaba

¿Sería hija de alguna de ellas?.

Gerard le hace un gesto con el dedo, indicándole que se ha manchado los labios con la bebida. Ella se pasa la lengua de manera muy sensual, formando un circulo por toda la boca y le lanza una mirada evocadora, pícara, quizás en demasía. Gerard respira hondo. ¿

Se me ha insinuado?, o ¿Serán imaginaciones mías?. El no es de piedra desde luego, finge no haberse percatado. Lo ha desconcertado.

—Sabe. Usted tiene razón. Debería compartirlo con alguien. ¿Me podría dar su opinión?. —Le dice la chica ofreciéndole el texto.

Con muchísimo gusto—. Gerard se levanta ilusionado con la propuesta que le permitiría, por fin, satisfacer su curiosidad. Se acomoda en la sil a que la chica le ofreció, mientras ella retrocede el texto al principio, sentándose justo enfrente de él. Pudo oler el aroma a rosas de su refinado perfume.

Comienza a leer en silencio. ella le observa

—¿Le apetece un Bloody Mary? Le invito—. Asiente con la cabeza concentrado en la lectura.

Desde luego tiene estilo. Lee las dos primeras páginas con detalle, sin prisas. La chica enciende un pitillo impaciente, y le echa una bocanada de humo que cubre al elegante cabal ero por completo. Levanta su mirada, entre molesto y sorprendido. Sus ojos se entrecruzan. Esta inquieto. Ella, sin embargo, se ve relajada controlando la situación.

¿Por qué habrá hecho eso?. Prosigue la lectura, obviando el gesto de la chica, Gerard se aligera la corbata.

El camarero viene con el Bloody Mary.

—¿Qué le parece?. —Se impacienta ella.

Me gusta, tiene usted mucho estilo. Esta muy bien escrito. Interesante, déjeme acabar y le digo—.

Esta ahora más interesado en el texto que en ella.

Ahora viene la parte más apasionante. Solo la he comenzad. —Le responde la chica, con un brillo en su mirada.

El hombre, de nuevo, se centra en el texto. Al leer los últimos párrafos algo en su interior se despierta. La joven le clava la mirada. Sabiendo lo que acababa de suceder, le sonríe maliciosa. El nervioso, da un sorbo al Bloody Mary largo, muy largo. Brigitte lo observa divertida. Gerard, no sabe que decir. Nunca le había pasado algo semejante, ¿Sería su día de suerte?.

El hombre baja la vista de nuevo. No es capaz de aguantar la mirada de la chica. La situación se ha vuelto embarazosa, morbosa.

—¿Demasiado atrevida quizás?. —Le dice Brigitte.

—No me esperaba algo así. —Contesta avergonzado el hombre.

—¿Le gusta o no?. —Insiste, ofreciéndole una amplía sonrisa capaz de iluminar los rincones más tenebrosos. Gerard la observa sin reparos, no iba a permitir que se burlase de él.

—Sí. —Responde de forma seca, confusa, como la expresión de su cara.

—Vamos, ¡No este usted tan serio! Espero no haberlo ofendido.

—No estoy serio. Tampoco ofendido, estoy sorprendido. Tengo hijos de tu edad ¿Sabes?.

—¿Le gustaría ayudarme a escribir el final de la historia?. —Lo contempla, esperando su respuesta.

—Sí. —Su respuesta aun siendo afirmativa, no sonaba ni mucho menos, rotunda. No lo tenía claro. Se quedan ambos en silencio por un momento que se hace eterno.

—¿No se tratara de una broma? Una mujer como usted.... —Gerard seguía sin poder dar crédito a la proposición.

—Es una fantasía, nada mas que eso. Se me ocurrió de repente al verle como me miraba. Me comía usted con los ojos ¿No me dirá ahora que no era así? Quiero cumplirla con usted.

—Me gustaría, no lo niego. Aunque, no lo encuentro apropiado. El sexo para mí, no es ningún juego; tampoco tengo costumbre de acostarme con desconocidas. —Su respuesta: clara, definitiva, directa.

La chica se levanta y se acerca al ordenador. Pone su mano izquierda sobre la del hombre, que mantenía apoyada en la mesa, mueve el puntero del texto hacia el final y escribe:

Quiero ser completamente tuyaesta noche. Tuya Gerard. Me entregare a ti. ¿Me deseas?. El hombre siente un escalofrío. Como decir no a esa proposición.

Toma aire de nuevo, la joven lo estaba volviendo loco; estaba jugando con él. La desea con toda su alma en ese momento. Le había puesto a cien deliberadamente, y parecía divertirse con ello. El era un hombre muy clásico, respetable, no actuaba de esa manera. ¡Una muchacha tan bella! No la disfrutaba desde muchos años atrás.

Brigitte se acerca a recoger el bolso que tenía al lado de la silla, y apoya su mano en la entrepierna del hombre, acariciando suavemente el evidente bulto que se había despertado en el pantalón. Él se pone tenso, colorado, girando la mirada a ver si alguien se había percatado de la situación. Podría haber algún conocido en el bar. Pero no era así, únicamente los camareros que estaban bastante ocupados sirviendo a la clientela. Ni siquiera, podría decir que conociese a alguno de los actuales camareros. Cambiaban tanto, que podría ir cada sábado y seguiría siendo un completo desconocido para cualquiera de ellos.

Lo pasaremos muy bien los dos. Por un momento pensé que no le interesaba. —Se sienta de nuevo en su sil a satisfecha para acabar el Bloody Mary, esperando su respuesta. El hombre apura el último sorbo sin decir nada, ante su atenta mirada.

Entiendo. Es usted un hombre casado. —Le dice la chica, ofendida por su indecisión.

No. Estoy divorciado. —Responde pausadamente.

Entonces. ¿Qué le impide? dígame—.

No es eso. Soy un hombre honorable ¿Comprendes?—.

Yo tanto o más que usted —Contesta ella acercando su cara a la suya, provocándolo si cabe aún más.

Una repentina llamada telefónica interrumpe la conversación. La chica busca en su bolso el teléfono.

Sí, salgo ahora mismo Dominique. Lo siento Gerard, debo irme. —El la mira, pensando se le había esfumado la oportunidad.

No se vaya. —Acierta a decir. Se le escapaba de las manos.

No me dejes así.

Veo lo ha pensando mejor. —Le dice ofreciéndole una tarjeta con su dirección y su nombre “Brigitte Lewis” Le espero esta noche a las 19.30. Venga de etiqueta y traiga el vino que más le guste. Lo disfrutaremos juntos, los dos. Siento dejarle tan bruscamente, mi mayordomo viene a recogerme—.

Le comenta la chica mientras cierra ellordenador y recoge sus pertenencias.

¿Mayordomo? La curiosidad por ella crece de manera exponencial. La tiene a su alcance, tan apetecible.

Esta a punto de irse, de desaparecer quizás para siempre. Solo tiene que decir sí, solo eso y será suya, suya.

Se siente atraído hacia ella con locura. Las palabras del texto vienen a su mente

Tuya Gerard. Me entregarea ti. Sin embargo, no dice nada, la chica enfrente de él a punto de marcharse.

Un Rolls Royce se para justo enfrente de la puerta de la cafetería, un hombre de mediana edad vestido de uniforme al volante. Ambos dirigen la mirada hacia el flamante coche.

El Dominique. Menuda vida de lujo lleva la chica.¿Por qué se habría encaprichado en él?Una fantasía, quiero cumplirla con usted. Le vino de nuevo a la mente.

Me voy Gerard. Solo tiene usted que decir: Sí. —La chica se queda de pie enfrente de él, esperando su respuesta con evidentes intenciones de irse enseguida. Su paciencia se había agotado.

Se le escapaba. No podía, no quería dejarla irse así. Aunque tampoco estaba dispuesto a romper sus protocolos. El hombre vuelve la vista a la tarjeta.

No hay ningún teléfono. —Observa el hombre.

Lo sé. No me gustan los teléfonos. Sólo lo uso con el servicio, me voy. ¿Nos vemos esta noche? Me gustaría que viniese. Usted, sé también lo desea. Aprovechemos este momento. —Los ojos de la chica parecen sinceros. De verdad lo deseaba ¿Cómo podía ser posible?.

No quería defraudarla de esa manera. Iba a hacerlo. Una cita, no tenía porque acostarse con ella, podía ir a cenar

¿Solo cenar?.

Estaré allí puntual. —Por fin dice Gerard. No podía dejarla escapar, una oportunidad como esa.

Le espero. Recuerde es solo una fantasía. Nada más que eso. —Le guiña un ojo mientras abre la puerta. Gerard la observa salir de la cafetería y entrar en el reluciente Rolls Royce que la esperaba.

Instantes después, contemplaba, a través del empañado cristal, como el coche desaparecía de su vista, adentrándose por las calles de Londres.

Gerard se acomodó en su mesa, absorto en sus pensamientos. El mercado se desvanecía a la vez que los hombres y mujeres recogían sus puestos bajo la persistente lluvia, e introducían con rapidez y maestría sus bienes en las furgonetas. Su mente, estaba en otro lugar, lejos de allí, siete y media de la tarde. Su mano todavía sostenía la tarjeta de Brigitte Lewis, con la dirección 17 de Harrington Street, Oxford.

LA CENA

Gerard Brown salía del garaje de su apartamento en South Kensigton al volante de su reluciente jaguar verde oscuro. Programó el GPS con la dirección de la chica, estaba a una hora y media de camino. Disponía de tiempo de sobra, todavía eran las 17.15 P.M.. No quería llegar tarde, incluso podría pararse a tomar un té por el camino. Llevaba dos botellas del Domaine Henri Gouges, un Borgoña francés, que era uno de sus vinos favoritos.

Le hubiese gustado disponer del teléfono de Brigitte para llamarla. Tener unas palabras con ella. No le gustaba la idea de acudir a la cita con la idea premeditada de cumplir “Su fantasía...” Le parecía fuera de lugar, ahora que estaba más sereno. Lo que sí tenía, era un enorme interés por saber más de ella, quizás podrían llegar a ser amigos, había algo en ella que lo atraía fuertemente. Desde luego, la cena sería interesante y de su agrado. Le intrigaba el hecho de porqué una chica como ella, que podía tener a quien quisiese, se interesaba por un carcamal como él. Estaba ilusionado “

Una fantasía”.

A las 19.00 horas, el hombre circulaba sin prisas por el elegante barrio de las afueras de Oxford, quería pasar con el coche por delante de la casa. Estaba situada en una zona residencial de la clase alta. No era la primera vez que estaba en ese barrio, si bien, hacia tiempo que no paseaba por las ajardinadas calles.

Elegantes Nogales, Cipreses y Olmos se erguían impecables en los bordes de las aceras. Muchas de los domicilios eran de estilo victoriano, los había realmente l amativos. La casa de Brigitte era una de las más espectaculares. Estaba circundada por un gran muro que se levantaba a mas de 5 metros de altura, un gran portón negro flanqueaba la entrada, parecía impenetrable.

¿De dónde provendría la fortuna de la chica? Una casa así, al menos, debía de costar 8 millones de Libras.

Por no hablar del mantenimiento. Su familia debe ser extremadamente rica.

Demasiado joven para poderhaber generado semejante fortuna. Sentenciaba.

Después de un par de paseos por el barrio, se dispuso a entrar en la casa. Se dirigió hasta el gran portalón de la entrada disponiéndose a bajar del coche. No fue necesario, la puerta se abrió automáticamente facilitándole el acceso a la vivienda. De hecho, no alcanzó ni a ver el interfono de la entrada. Sí pudo ver un buzón de correo y varias cámaras de seguridad aledañas. Lo habitual en la zona, nada que suscitase su atención.

El jaguar avanzaba despacio por el serpenteante camino de piedra que accedía a la mansión. A su lado, se extendía el impoluto jardín estilo ingles con numerosos y bien arreglados setos. El terreno era inmenso, más grande de lo que se intuía desde el exterior, los árboles estaban dispuestos únicamente en los flancos, junto al muro. La mansión de dos plantas estaba a unos sesenta metros, construida en rojizo ladrillo inglés y flanqueada por blancas columnas victorianas. Estaba provista de amplios ventanales, muchos de los cuales se encontraban iluminados.

¿Con quién viviría la chica? Una casa tan enorme para ella sola, o ¿No estaba sola?

La puerta del garaje situada a la derecha de la casa se elevó. Gerard encaminó el coche hacia allí. Un hombre vestido con uniforme de mayordomo lo recibía,

Dominique. Tres gigantescos Dogos, salieron del interior del garaje corriendo despavoridos hacia el jardín; como compitiendo entre ellos por ver cual llegaba primero.

—Bienvenido Mr. Gerard. Acompáñeme por favor. —Le dijo el hombre, a través de la ventanilla, con un marcado acento francés. La expresión de su afilada cara, era fría, sin vida, servil. Su tono: cortes, aunque excesivamente seco. Desprendía un fuerte aroma a naftalina. El pelo le empezaba a escasear marcando unas abultadas entradas. Su aspecto físico era imponente; al parecer le dedicaba mucha horas al gimnasio y sus enormes manos infundían respeto a cualquiera que se percatase.

La puerta del garaje se cerró y los tres perros quedaron libres en el jardín fuera del alcance de su vista.

Gerard bajó del coche saludando al mayordomo y recogiendo del asiento del copiloto, las dos botellas del magnifico Borgoña. Iba vestido tal cual la chica le había pedido: Un elegante traje negro, camisa blanca, pajarita verde y gemelos verdes a juego.

Desde el garaje, accedieron al interior. La casa le encantó, estaba decorada con mucho gusto; en absoluto recargada como solían estarlo muchas de las casas del vecindario. Las estancias eran amplias y luminosas, cuadros modernos colgaban de las paredes. Gerard caminaba admirado, indagando en los gustos de la chica. Se detuvo, fascinado, a contemplar un par de estatuas romanas de perturbadora belleza

¿Serían auténticas?. El mayordomo llamó su atención, acompañando al hombre a la entrada del comedor, abrió la puerta, accediendo ambos a la estancia.

Brigitte lo esperaba repantigada en una elegante butaca roja de terciopelo, en su manos un vaso de cóctel con lo que parecía ser un Manhattan. Estaba espectacular. El pelo lo llevaba ahora suelto, completamente liso. Lucía un vestido azul marino de una pieza, zapatos a juego. En su cuello, un ancho collar de oro del que colgaba un pequeño colgante de un dios indio con cara de elefante y numerosos brazos.

—Buenas noches Gerard. Me alegro de que haya venido. —La chica le dedicó una amplía y cálida sonrisa.

—Buenas noches Brigitte. Estas increíble. —La contempló hipnotizado.

—Usted también, un auténtico Lord Inglés. Me gusta. —Enciende un pitillo rubio.

—Tiene usted una casa magnífica. No le he preguntado ¿A qué se dedica?

—La casa es herencia familiar. Me dedico a la administración de los bienes de la familia. Me temo que no es demasiado interesante para usted.

—Sí me lo parece. Me han impresionado las estatuas romanas ¿Son auténticas?. —La chica le hace un gesto afirmativo con la cabeza y le invita a tomar asiento en uno de los sofás de cuero blanco.

Sentándose ella justo enfrente. Dominique entró en la habitación con una bandeja con otro Manhattan para él, al que acompañaban unos anacardos. —Gracias Dominique, puede retirarse. Lo avisaré para que nos sirva la cena.

Ambos brindaron con el cóctel. Gerard examinaba a la chica, admirado de su belleza. Estaba radiante, si cabe aun más que a la mañana. Ella parecía distraída dándole las ultimas bocanadas a su pitillo. Entrecruzó las piernas, pudo ver que no llevaba ropa interior. El hombre se tensó, de nuevo lo estaba provocando.

—¿Le ha gustado? —La cara de Gerard era un poema.

—Brigitte.... Esto no esta bien. —Se toma una pausa—. Me hubiese gustado llamarla. Hablar con usted

—. El hombre quería poner un poco de cordura, hacer a la chica entrar en razón.

—Relájese Mr. Gerard. Disfrute la velada. —La chica se mostró indiferente, le gustaba que se hiciera de rogar. Eso le daba un aliciente. Lo que era fácil de conseguir, no le interesaba en absoluto.

El incómodo silencio que se formó se vio roto por la melodía de un vals que inundó el amplio salón comedor.

¿Me concede este baile Mr.?. —Se puso en pie y le ofreció la mano al cabal ero.

Por supuesto, encantado. —Ambos se situaron en el centro del salón y comenzaron a bailar al ritmo de la música. La chica llevaba la iniciativa, Gerard se manejaba muy bien bailando, aunque ella lo superaba. Brigitte le pasó las manos por la espalda y acercó su cuerpo al del hombre

.

Baila usted muy bien. —Lo tenía a su merced, Gerard estaba como en un sueño en los brazos de ella, disfrutando. El baile había sido una maravillosa sorpresa, hacía mucho no bailaba, se olvidó del incidente anterior.

Las manos de Brigitte fueron bajando por su cuerpo, se apoyaron en el trasero del hombre, el cuál apretó.

Gerard cerró los ojos.

Por favor, no me provoque de esa manera.

¿Acaso no le gusta?. —El no dijo nada, continuaron bailando. Por nada quería estropear ese momento. La chica le desabrochó uno de los botones de la camisa y le metió la mano en el pecho acariciándoselo. Gerard le retiró la mano con suavidad con un gesto en su cara que indicaba mesura. Sosteniendo desde ese momento, ambas manos de la chica. Notando su calidez, impidiéndole que siguiese “perturbándolo”. Ella, sin embargo, no necesitaba de sus manos para ello. Su mirada era por si sola suficientemente provocadora.

Estuvieron bailando largo rato para regocijo de él. Hasta que la chica se le acercó a los labios con la intención de besarle. El unicamente le brindó un insignificante beso, rechazando el pasional beso que la chica le obsequiaba. Se lo recriminó con los ojos y le pasó delicadamente la mano por la cara en señal de desaprobación. La música cesó. Brigitte se acercó hasta el interfono interno el cual pulso, indicándole al mayordomo que les sirviese la cena.

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