Elizabeth

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Gerard tomó asiento en la mesa para 8 comensales. Se sentaron frente a frente, situándose en uno de los laterales para no estar muy distantes. A Gerard hubiese preferido continuar bailando. Si por él fuera, lo haría toda la noche. Se había sentido vivo de nuevo, solo por ello, había merecido la pena venir.

El mayordomo descorchó una de las botellas del vino francés, les sirvió una copa.

—Excelente elección Gerard. —Ambos brindaron. Dominique colocaba una antigua sopera de porcelana inglesa en la engalanada mesa. Encendiendo dos candelabros de plata que estaban sobre el esplendido mantel blanco bordado. A continuación, les sirvió un poco de una exquisita sopa de pescado de roca.

—Dígame Gerard, ¿A qué se dedica usted?.

Soy político. Parlamentario en la actualidad.

No me diga. —La chica se quedó perpleja

¡Menuda sorpresa!. Por un momento, se quedó pensativa— Tanto mejor, me gusta. Hace mi fantasía todavía más morbosa—. Le dijo a la vez que le rellenaba de nuevo la copa y le lanzaba una mirada evocadora.

—Déjese de fantasías, por favor. —Decretó Gerard, no estaba dispuesto a ser un juguete. Debía poner un poco de cordura ante las continuas impertinencias de la chica.

La cena siguió con un sabroso plato de carne asada con patatas. Posteriormente llegaron los postres: una fresca crema inglesa que acompañaron con un estupendo Oporto, cuyas bodegas al parecer pertenecían a la familia de la joven. Gerard comenzaba a sentirse un poco cargado, demasiado alcohol, la segunda botella de vino estaba casi en la mitad. Se acomodaron en los sillones y el mayordomo trajo una ceremoniosa botella de cristal labrado a mano con Whisky irlandés en su interior. Se sirvieron dos nuevas copas.

El político seguía mostrándose esquivo ante las insinuaciones de la chica. Ella no se sentía ofendida, todo lo contrarío, le encantaba. Sabia como llevarlo a su terreno, de nuevo sonaba la música en el salón para alborozo del político. La chica lo llevó al centro de la habitación y comenzaron de nuevo a bailar. Gerard comenzó a sentirse acalorado por la comida y el alcohol. Brigitte le ayudó a sacarse la chaqueta.

Siguieron bailando en silencio. Fue en ese momento que Gerard se dio cuenta de que no se encontraba en condiciones de conducir. La bebida se le había subido definitivamente a la cabeza. Se había quedado inocentemente sin opciones. La chica le pasaba la mano por la cadera. El ahora se dejaba llevar ¿Por qué no? No le quedaba otra opción y ella lo sabía.

Así me gusta, relájese. Muy bien Gerard.

Se dieron un largo beso. El parlamentario participaba e incluso osaba acariciarle los senos por encima del vestido. Brigitte le desabrochó la camisa mientras le cogía su mano para que le tocase por debajo de la falda sintiendo él, el calor de su interior.

Gerard se estremeció, bailaron fundidos en un largo beso —Soy tuya—. Le decía. Gerard estaba que no podía más —Estas dotada de una gran belleza y una lengua muy suelta—. Le soltó de improviso,no podía aguantarse más, sus ojos penetrando en el interior de los de la chica. Ella le río el reproche. No se amilanó ni por su comentario, ni por su mirada, todo lo contrario, le desabrochó el cinturón y metió la mano por debajo del pantalón. Gerard cogió aire sobrecogido.

Se dirigieron a la habitación de la chica en el piso de arriba de la mano. Definitivamente había sucumbido a sus encantos. La chica ayudó a desvestirse a Gerard que quedó completamente desnudo enfrente de ella que se río maliciosamente. Había conseguido lo que quería, él la miraba impaciente, deseando admirar su hermoso cuerpo, mientras ella lo acariciaba.

Por fin, Gerard la ayudó a desabrocharse el vestido ante un gesto de ella.Admiró y recorrió su cuerpo con sus manos, acariciando sus turgentes pechos. ¡Que linda que era!. Tenía una luna llena tatuada en una de las nalgas. Gerard nunca había estado con una chica con un tatuaje. Lo rozó con la punta de sus dedos, intrigado.

Se tumbaron ambos en la cama. El alcohol estaba afectando a Gerard, se sentía cada vez más mareado. La chica se apercibió de ello y le dijo que no se preocupase, que se quedaría a dormir con ella. Gerard asintió con la cabeza despreocupado, posó su cuerpo encima del de la chica a la cual besó. Acariciando todo su cuerpo, recreándose en sus senos. Estaban los dos a tope. Estuvieron un largo rato besándose, sintiéndose él en el paraíso. La chica disfrutaba de su fantasía, hasta que él al fin, la poseyó.

Eres mía Brigitte. —Le decía mientras la empujaba con fuerza y ella se estremecía.

¿Notas cómo eres mía? ¿Notas cómo te poseo?. —

A fin de cuentas ¿No era lo que ella quería?.

Sí, sí. Soy tuya, tuya. —Le respondía ella, encantada de que por fin se metiese en su papel. El paró un momento, no quería irse tan rápido. Brigitte aprovechó para servirle un nuevo whisky y sacó un juego de esposas, lo cual sorprendió a Gerard a la vez que lo excito aun más. Si quería guerra, se la iba a dar.

Gerard se tumbó boca arriba mientras ella le ponía las esposas anclándolas en el cabezal de la cama. La chica se sentó encima de él, comenzando a moverse rítmicamente mientras le acariciaba los pelos del pecho. Gerard estaba en el más absoluto de los éxtasis. Ella jadeaba y le decía —Soy tuya Gerard, soy tuya—.

Cada vez más rápido. Notó como la chica por fin sufrió un orgasmo y siguió un rato más hasta que con el segundo orgasmo de la chica él no pudo aguantarse más y eyaculo también. Brigitte se tumbó encima de su cuerpo besándolo. El agotado, quedó profundamente dormido, todavía esposado al cabezal de la cama, con la chica abrazada a él.

Pasada media hora, se despertó. Se encontraba muy mareado. Brigitte lo continuaba besando y acariciando.

El le sonrío medio dormido, completamente aturdido. Brigitte dirigió su mano a las nalgas y le empezó a meter un dedo. Gerard, lo rechazo, se negó, pero no le importó.

—Brigitte por favor. No me gusta eso. —Alcanzó a decir. ¿Pero? ¿Qué le pasaba?. Estaba demasiado mareado, le faltaban las fuerzas.

No le hizo caso alguno. Siguió jugando con el dedo que tenía untado en crema. Hasta que de manera brusca, se lo introdujo en el ano. Estuvo largo rato haciéndose hueco, mientras él se quejaba vagamente, a pesar del dolor. Casi no podía ni abrir los ojos, pese a lo molesto que le resultaba. A duras penas le dijo que parase. ¿Qué le estaba pasando? No se encontraba nada bien. No lo hizo, no tenia intención alguna de parar.

La chica se incorporó y le dio un tremendo tortazo en la cara, para sorpresa de Gerard.

—Eres mío Gerard. —El tono imperativo, mandón.

En ese momento se dio cuenta de que algo iba mal, muy mal. La chica le dio de nuevo otro guantazo, si cabe aun más fuerte. El hombre esposado a la cama, sin fuerzas, drogado, a su merced. Sin poder defenderse.

Otro guantazo y otro, cada vez más fuerte. Gerard se veía impotente ante el a, que se reía y le pegaba una y otra vez. Le apretó fuertemente los huevos. Gerard gritó del dolor.

—¡No grites o haré que te arrepientas!. —Le espetó mientras le apretó aun más fuerte, quedando

Gerard con la boca abierta del dolor. No comprendía que estaba pasando, porqué le estaba haciendo eso.

¿Por qué estaba tan mareado? Apenas reaccionaba. No podía pensar con claridad.

La chica se untó más crema en la mano. Entretanto, el mayordomo entraba en la habitación y colocaba una cámara de vídeo en un trípode. Eso no era normal, algo estaba yendo mal, muy mal e iba a peor. Gerard trababa de dar patadas con las escasas fuerzas que conservaba. Cada vez que lo hacia, la chica le apretaba los huevos tan fuerte que le salían lágrimas en los ojos. Brigitte se puso en píe tenia sangre en su mano, la sangre de Gerard.

Abrió un cajón de la mesilla y se puso un arnés que disponía de un miembro viril de tamaño considerable, el cual untó de crema. El parlamentario estaba horrorizado ante lo que se le venía encima y pataleó todo lo fuerte que pudo, no fue suficiente. La cabeza le daba vueltas, apenas se mantenía consciente. La chica le dio unos tortazos con la palma de la mano abierta. El mayordomo le sujetaba las piernas que puso con violencia sobre los hombros de la chica y las sujetó con firmeza.

Ahora serás mío Gerard. Lo serás para siempre.

Comenzó a penetrarlo con el enorme miembro sin piedad alguna. A pesar de los gritos de dolor del hombre.

El trataba de librarse de el a, pero no podía por más que lo intentaba y tampoco estaba en condiciones, lo habían drogado. El mayordomo le agarraba del cuello ahogándolo, dejándolo casi sin aliento. Finalmente, se rindió, la chica lo embistió una y otra vez haciéndolo suyo durante un largo rato, humillándolo mientras se reía. Vio la locura en su cara. La satisfacción de Brigitte, el horror en la cara de Gerard. No se podía defender, solo podía llorar mientras era violado. Todo le parecía irreal, un mal sueño.

Cuando se dio por satisfecha, le dijo: —A partir de ahora la que manda soy yo. Tú obedecerás sin rechistar.

De no ser así, serás castigado. Te voy a adoctrinar para que seas mi juguete. —Le escupió en la cara a la vez que le daba un tremendo tortazo— ¡Eres mío!—. Gritó.

COMISARIA DE POLICIA

Lunes 9.00 A.M. Clarice entraba en la comisaria de policía de South Kensigton acompañada de su hermano

Edward Brown. Sus caras reflejaban gran preocupación, su padre había desaparecido. Ni una sola noticia de él. Parecía como si se lo hubiese tragado la tierra, se había esfumado de repente.

El Inspector Peter Moles los esperaba junto con el comisario de la policía en su despacho. El caso tenía trascendencia, eran los hijos del parlamentario Gerard Brown.

Tomen asiento por favor. —Les dice el Inspector Moles.

Era un hombre rudo, inquieto, unos 43 años. Estatura media, barba de tres días y pelo corto castaño peinado hacia delante. Su semblante parecía amigable pero sus oscuros ojos permanecían serios, en alerta.

Se trataba de uno de los inspectores más experimentados de la policía en Londres. Al cargo siempre de los casos más relevantes. El comisario lo había llamado personalmente ante la trascendencia de la desaparición del político, quería ponerse en el asunto cuanto antes. Esperando darle carpetazo rápidamente.

Clarice la mayor de los dos hermanos, cuyo rizado pelo parecía mas alborotado de lo habitual, toma la palabra. Su mentón prominente, unas marcadas ojeras en su cara, reflejo de la noche anterior en vela. Si bien, su juvenil rostro poseía una marcada energía. Fue directa al grano:

—Mi Padre lleva desaparecido desde el Domingo o el sábado a la tarde. No estamos seguros, las últimas noticias que tenemos de él, son del sábado al mediodía. Nos llamo para invitarnos a comer el domingo en el Nick. No acudió, todo muy extraño. Nos quedamos allí esperándolo como idiotas, sin saber que hacer. No hubo forma de contactar con él. No cogía el teléfono. Estamos muy preocupados. Jamás ha hecho algo así. Algo grave le ha tenido que pasar.

—Comprendo. ¿Han estado en su casa?. —Molles escuchaba con atención a los dos hermanos.

—Sí. Al no aparecer, ni contestar al teléfono, fuimos a su casa pensando que le habría pasado algo, una caída, no sé... No estaba allí, tampoco su coche. No hemos tenido ninguna noticia desde entonces. Nunca nos devolvió las llamadas. El móvil esta ahora apagado. Se le debió de agotar la batería, antes sonaba.... —Se tomó una breve pausa— Tengo un mal presentimiento. —Otra pausa.

Les traje las llaves de su casa por si las necesitan. —La chica rompe a llorar desconsolada.

Edward Brown trata de calmarla. Parece más sereno que el a, aunque su cara refleja desazón. El chico era la viva imagen del padre, si cabe aún más corpulento y mejor parecido.

—Clarice tranquila. No pienses así, seguro que aparece en cualquier momento. —La chica abre su bolso, les entrega las llaves de la casa del parlamentario a los policías.

—Comenzaremos llamando a todos los hospitales. Quizás haya sufrido un desmayo o algo similar. Iré a hacer una inspección en su casa esta misma mañana. Necesito el modelo y matricula del coche.

—Un jaguar verde oscuro modelo XE. La matricula no la recuerdo. —Responde Edward con inmediatez.

—No se preocupe, eso no es problema. La conseguiremos. —El comisario Thompson realiza una llamada.

El comisario les transmite tranquilidad. Era un hombre muy experimentado, a punto de llegar a la edad de su jubilación. Ocultaba una creciente coronilla debajo de una gorra a cuadros escoceses. La policía era su vida, no estaba dispuesto a deshacerse ni del uniforme, ni de su colt 45 que llevaba siempre debajo de la chaqueta. En más de una ocasión, le había sido de gran utilidad. Era un experto tirador, presumía de ser el más certero de la comisaria. Cojeaba ligeramente, fruto de una caída en una persecución, a pesar de ellos, se mantenía impecable para su edad.

—Aquí el comisario Thompson. Por favor, localizenme la matricula del coche de Gerard Brown, pasaporte X2323Y. Es un jaguar verde modelo XE. Informe a todas las unidades. Denle prioridad al asunto, el parlamentario Gerard Brown lleva desaparecido desde el sábado a la tarde. Comencemos por hoteles, hospitales, organicen una búsqueda completa. Necesitamos localizarlo antes de que la noticia se filtre a los medios. —Una voz le responde desde el otro lado de la línea. El comisario cuelga el teléfono.

Gracias comisario. —Dice la chica. Habían echo lo correcto, empezaba la búsqueda. Ahora era oficial, su padre había desaparecido.

No se alarmen en demasía. El noventa y cinco por ciento de las desapariciones se resuelven satisfactoriamente en los primeros días. —Comenta el comisario.

El inspector Moles toma la palabra —¿Saben si su padre tenía algo que le preocupase? ¿Notaron algo en los últimos días?

—No. Nos lo hubiese dicho. No le notamos nada raro. —Responde con seguridad Edward. Su hermana asiente.

—¿Tenía actualmente alguna relación? ¿Nuevas amistades?. —Insiste Molles.

—No. Desde que se divorcio de nuestra madre. Tuvo un par de amigas, pero no prospero ninguna de las relaciones. Los amigos, los de siempre. Los conocemos prácticamente a todos.

—¿Los han llamado a ver si saben algo?.

—Sí, por supuesto. Nadie sabe nada. Tan sorprendidos como nosotros. No había quedado con ninguno de ellos en el fin de semana.

—¿Tienen idea de donde estuvo el sábado?

—Los sábados por la mañana suele ir al mercado de Covent Garden. No sé si fue este sábado, llovía mucho. Cuándo hable con él, no me dijo nada, no se me ocurrió preguntarle. Ni note nada especial en su voz.

—¿Qué suele hacer los sábados a la tarde?¿Alguna idea de a dónde pudo ir?.

—Acude con frecuencia a conciertos: algún espectáculo, teatro,música clásica. No hablamos sobre ello, estaba con mis amigas. Apenas hablamos más que un par de minutos, había demasiado ruido.

El creo estaba en casa, había acabado de comer recuerdo me dijo. Fui yo quien aviso a mi hermano de la comida del domingo. Cada dos semanas solemos comer juntos.

Esta bien. El inspector deja de tomar notas en su carpeta y deposita el bolígrafo sobre la mesa.

Haremos todo lo posible por encontrar a su padre. Les doy mi palabra. Por favor cualquier cosa, cualquier detalle que ahora se este pasando por alto y os venga a la cabeza. No dejéis de comunicármelo. Aquí tenéis mi tarjeta personal. —El inspector entrega una tarjeta a cada uno de los hermanos.

Podéis llamarme a cualquier hora. Realizaremos los primeros pasos de la búsqueda. Rastrearemos las llamadas telefónicas, correos, tarjetas. En cuánto tenga resultados me pondré en contacto con vosotros. Por lo de ahora, lo llevaremos con discreción. No queremos que salte la alarma innecesariamente.

Los dos chicos les dan las gracias y salen de la comisaría. Se encuentran algo mejor. Las palabras del policía de que el 95% de los casos de desapariciones se resuelven en los primeros días les han tranquilizado un poco.

¿Que habrá pasado para que su padre desapareciese así? Los policías habían sido muy amables. Se habían puesto en acción de inmediato. El inspector Moles les causo una grata impresión, les pareció cercano y comprensivo al igual que el comisario.

Dentro de la comisaria, el Comisario le pregunta al Inspector Peter Moles.

—Le pediré a su compañía telefónica un listado con todas las llamadas de los últimos tres meses tanto del fijo como del móvil. ¿Qué le parece suena algo extraño?¿Un lio de faldas quizás?.

Acabemos rápido con esto.

—Es pronto para poder opinar. No parece haya desaparecido por su propia voluntad. Los hijos parecían muy cercanos a él. No les haría eso. Tampoco lo descartemos. ¿Podrían ser muchas cosas?

A ver si tenemos suerte en la búsqueda en los hospitales y el coche. Mejor ponerse en acción de inmediato y ya tendremos tiempo para suposiciones, no nos precipitemos. Salgo ahora para su casa.

Le informó en unas horas, espero tener el registro de llamadas, mails y tarjetas a la vuelta y podré darle una primera opinión.

—Gracias Moles. Sea discreto. —El comisario despide al agente. Confía plenamente en él. Le recuerda a si mismo cuando era más joven, un hombre de acción.

—No se preocupe. Iremos de paisano. —Peter Moles se despide con la mano del comisario. Tienen muy buena relación profesional, en más de una ocasión se han protegido el uno al otro.

Moles se dirige junto con el agente Stephen a la casa de Gerard Brown. En la casa no encuentran nada que les llame la atención. Todo muy pulcro, en perfecto orden. En la cocina, había quedado una olla con un estofado. Parecía que el parlamentario no tenia pensado ausentarse por mucho tiempo. No había ningún indicio de violencia. Ni de que alguien hubiese entrado en la casa.

Moles recogió el ordenador portátil del hombre. Lo dejaría al equipo informático por si podían proporcionarle alguna pista. Registro con minuciosidad el despacho, buscando cualquier indicio que le diese una pista de que es lo que había pasado, pero nada pudo encontrar. Stephen buscaba huellas o cualquier señal de que alguien había entrado en la casa sin éxito. Recogieron su agenda y l amó desde su teléfono móvil a la secretaria de Gerard, la señorita Mier.

—Buenas tardes. Le habla el agente Peter Moles. Me gustaría hablar con usted.

—Se trata de Gerard ¿Verdad? Dígame que esta bien.¡Por dios!. Llevo toda la mañana tratando de contactar con él. —La secretaria parecía muy nerviosa al otro lado del teléfono, todavía más que los hijos.

—Actualmente no sabemos su paradero. Por eso que me gustaría hablar con usted en persona.

—Que más quisiera que saberlo. No sé que hacer con todas sus citas. Las estoy posponiendo. Su hija me dijo que no sabia donde estaba. Parecía tan nerviosa. —La mujer habla atropelladamente sin darle chance al inspector a decir palabra— Entonces la cosa es grave. Me extraño mucho su ausencia. Es tan puntual.

—No se alarme. Esperamos localizarlo pronto. Quiero revisar con usted su agenda, contactos, las llamadas recibidas, pura rutina. No diga nada a nadie,no queremos cunda la alarma innecesariamente. La pasare a visitar enseguida.

Moles se dirigió a visitar a la secretaria. No obtuvo ninguna información de interés de ella. Recogió su agenda para la semana, los teléfonos de las personas con las que contactaba con más frecuencia: amigos, compañeros de trabajo, restaurantes y salas de conciertos. No tenía nada programado para el sábado a la tarde. Habían revisado juntos los mails recibidos y enviados por Gerard en los últimos días. Moles buscaba pistas. Pero no había nada que se saliese de lo normal.

Cuando llegó a la oficina, le entregaron el dossier con las llamadas telefónicas del móvil y el fijo, los mails personales, etc. La última llamada fue a las 16.25 al teléfono del restaurante Nicks. No había movimientos en las tarjetas en el sábado. Si realizo alguna compra, lo hizo en efectivo. No pudo encontrar ninguna reserva de conciertos o espectáculos para el sábado.

Comprobó telefónicamente si había realizado alguna compra llamando a las diferentes salas de conciertos.

El hombre era un cliente bien conocido, sin embargo, en su cuenta no tenía ninguna reserva para ese día. Si tenía varias pendientes para la semana entrante.

Moles recibió una llamada del comisario que estaba ausente de la comisaria.

—Buenos día Moles. Hemos comprobado todos los hospitales, no ha aparecido. Tampoco el coche.

No hay ninguna reserva de Hotel a su nombre. ¿Ha encontrado algo?.

—No comisario. La casa estaba impoluta. Nadie ha estado allí. No había preparado ningún equipaje.

Tenía las maletas en el armario. Ni parecía tuviese intención de ausentarse. Sigan por favor con lo del coche, tiene que aparecer. Sino fuese así, podríamos tener un caso de secuestro.

—Esperemos no sea eso. No hemos recibido comunicación alguna. El semblante del comisario cambio de expresión. Se estaba complicando la cosa.

—No le digamos nada a los hijos sobre esa posibilidad de momento. Esperemos a ver si tenemos suerte con lo del coche. Tratare de rastrear lo que ha hecho el sábado. Empezare por visitar a los puestos del mercado a ver si consigo alguna información. Peter Moles colgó el teléfono, recogió su gabardina negra y se puso en camino.

¿A dónde habría ido el parlamentario Gerard Brown el sábado a la tarde? Era la pregunta que le venía a la mente. La clave para resolver el caso,

¿Por qué no había ninguna llamada telefónica? ¿Había quedado con alguien o simplemente salio a dar un paseo?. Moles tenia la impresión de que si quería respuestas, las tendría que conseguir el mismo.

Se dirigió al mercadillo de Covent Garden con una foto del político. Si iba todos los sábados, seguramente lo conocerían. Probablemente no obtuviese ninguna información pues la llamada a su hija fue posterior; lo que sí sabría, es si había acudido solo o acompañado.

LA MAZMORRA

En el sótano de la mansión en las afueras de Oxford, Gerard Brown se despertó aturdido. La cabeza le daba vueltas como si fuese un tiovivo. En esos momentos, no estaba seguro ni de quien era. Mucho menos de lo que le había pasado. No lograba pensar con claridad. No veía absolutamente nada, la oscuridad era total en donde fuese que estuviese. La sangre le hervía. Había sido drogado, notaba como un agudo pinchazo en su brazo derecho. No se había sentido tan mal en su vida.

Apenas tenía fuerzas, sentía un hambre y sed atroz. La noción del tiempo se había simplemente desvanecido. Se encontraba tumbado en una especie de cama. No podía levantarse, tenía las piernas atadas, probablemente a un extremo de la cama, y las manos a su espalda amarradas. Se notaba mojado, se había orinado encima.

Oyó un ruido, alguien estaba abriendo una puerta. Un fluorescente resplandeció cegándolo por momentos, otro destello, los ojos se le cerraron inconscientemente. Cuando los abrió, un hombre estaba enfrente de él con cara de pocos amigos. Lo reconoció, era Dominique que lo observaba con gesto de altanería y desprecio. Llevaba una amenazante jeringuilla en una de sus manos. Gerard se asustó, su cuerpo sufrió una sacudida al ver la aguja. Lo estaban drogando a saber con qué. Eso era lo que le pasaba. ¿Qué es lo que le estaban haciendo?.

—¿Cómo se encuentra Sr. Brown?. —Dijo el hombre secamente con una mueca de desdén, su nuez le dio la impresión que le iba a salir disparada del cuello.

—Por favor. No me hagan daño. —Alcanzó a decir, asustado.

—Eso depende de usted Gerard. Ha estado muy rebelde durante el día de ayer. Me esta obligando a mantenerlo en calma.

El hombre se puso a los pies del camastro donde estaba el político. El aspecto de Gerard era lamentable: tenía un fuerte golpe en la cara y moratones por todo su cuerpo. Vestía un pijama de color verde abierto por la espalda tal cual los usados en los hospitales.

Gerard apesadumbrado por los acontecimientos, no podía ni reaccionar. Trataba de recordar la cena con Brigitte. Después de los postres todo era muy confuso, incongruente.

¿Qué es lo que le habían dado?. Por un momento recordó que había subido con Brigitte a su habitación. Le vino una imagen tenue a la mente que lo sobresaltó. Dominique estaba allí y le sujetaba las piernas, lo ahogaba ¡Dios mio lo habían violado!

Ahora se daba cuenta de ello. El porqué de ese molesto dolor en el trasero.

Parecía una pesadilla, pero había sido real.¿Qué es lo que había pasado después? No tenia ni idea. El corazón le latía a mil por hora, se encontraba al borde del colapso. Impotente, incapaz de moverse ante uno de sus captores, aturdido.

Dominique salió de la habitación. Gerard se quedó de nuevo a solas, sudaba frío. Trataba de recordarlo todo pero eran más delirios que otra cosa lo que le venía a la mente. Lo único que tenía claro es que lo habían violado. No tenía ni idea de donde estaba. Al principio, pensó era un hospital. Pero no era así. Conocía a ese hombre, era el mayordomo de la chica. Le gustaría despertarse, que todo fuese una pesadilla. Un mal sueño. La comida con sus hijos que tenía pendiente,

¿Qué hora sería?.

Le vino una arcada, y vomitó una especie de bilis. Le ardía el estomago, tenía una acidez extrema. Todo le daba vueltas. Se abrió de nuevo la puerta. Gerard seguía vomitando y se retorcía de dolor.

Brigitte y Dominique entraron en la habitación. La expresión de sus caras no parecía amigable en absoluto.

Reflejaban soberbia e indiferencia.

— Siento verlo así Gerard. Usted nos ha obligado.

—Ayúdenme por favor. —Alcanzó a decir el político, a la vez que miraba a Brigitte como pidiéndole explicaciones.

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