Elektrika

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V

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V

 

Me desperté en mi cama, como si nada hubiera pasado, pero los recuerdos llegaron todos de golpe. Estaba sola. Así que no tuve prisa en levantarme. Total. No tenía claro que discutir con un vampiro fuera una opción muy inteligente por mi parte, pero era eso o intentar salir por la ventana. Siendo un cuarto piso no era una opción tampoco muy buena, que digamos. Podía intentar esconderme allí, de forma indefinida. Aunque empezaba a tener muchas ganas de ir al lavabo. Y lo de hacerlo en un rincón de la habitación tampoco me parecía una idea brillante. Además de que si no acababa muerta en breve, luego me tocaría pasar el mocho. No, mejor ir al lavabo. Con los riesgos que conllevaba salir de la habitación y todo. Me quedé escuchando por la rendija de la puerta de mi habitación. Se podía oír la televisión de fondo. Con un poco de suerte no me oiría. Me decidí y fui descalza hasta el baño, cerrando el pestillo y sintiéndome a salvo al hacerlo. Primer paso, mear. Una sensación de alivio pleno me invadió, ante algo tan insignificante. Creo que solo el hecho de plantearme hacerlo en mi cuarto me hacía valorar la comodidad (y la higiene) de usar un inodoro. Tiré de la cadena por instinto, y luego me quedé paralizada. Desde luego, si lo que quería era pasar desapercibida, eso no había sido muy inteligente. Esperé durante un par de minutos, casi esperando que golpearan la puerta. O la tiraran abajo. Pero como no parecía pasar ninguna de ambas cosas, decidí seguir con mi orden de prioridades. Mi cuello. No tenía claro si aquello era buena idea, teniendo en cuenta que el suelo del baño no era el lugar más adecuado para perder el conocimiento, pero tenía la necesidad de verificar el estado de esa área concreta de mi anatomía. Intentando no pensar en Logan. Y en sus colmillos. Menudo zopenco mentiroso. Cogiendo aire con fuerza, llegué hasta el espejo. Retiré mi pelo, que caía enredado por todos lados, para dejarlo expuesto. No había ninguna marca, para mi sorpresa. Me toqué, sin sentir nada llamativo en él. No dolía. No se veía ningún hematoma. Ni los dos agujeros punzantes que yo estaba convencida que encontraría. ¿Lo había soñado? ¿Me estaba volviendo loca? A ver, un poco loca no podía negar que ya estaba de base. Pero tanto como para tener alucinaciones de esa magnitud, diría que no. Supose que Logan había hecho algo para que se cerrara la herida. El beso de un vampiro. Me estremecí. Pero al menos no me desmayé con el recuerdo. Estaba orgullosa de mí misma. Y con esa energía que había encontrado al contactar con mi yin, salí al pasillo en dirección al comedor, hecha una fiera.

—¡Cómo vuelvas a tocarme, te juro que te mato! —rugí indignada mientras usaba un cepillo de pelo a modo de porra amenazando al aire, seguramente sin demasiado éxito. Pero era eso o el desatascador del baño, y aunque ninguno de los dos eran realmente una gran arma ofensiva, al menos con el cepillo no me sentía tan ridícula como con el otro.

—Somos prácticamente inmortales. —me dijo Iker, sentado en el sofá de mi casa, cerveza en mano y mando de la televisión a su lado, con mirada divertida. No me esperaba que Logan no estuviera en casa. Mira que ridiculez. Miré a Iker. No sentía un odio tan profundo hacia él como hacia Logan, en esos momentos. Aunque era lo suficientemente lista como para saber que él tenía que ser lo mismo que Logan. Gran inteligencia la mía en esa deducción, todo sea dicho. Alcé mi cepillo, mirándole con expresión severa.

—Si me tocas, te arrepentirás. —le dije intentando mostrarme lo más dura posible. El cabreo era real, al menos.

—Algo así me ha dicho Logan antes de marchar, hecho una fiera. —dijo Iker con una sonrisa, mientras se encogía de hombros. No creo que se hubiera tomado mi amenaza demasiado a pecho, siendo sincera, pero estaba convencida de que la amenaza de Logan sí que era algo a considerar. —¿Qué le has hecho?

—¿Qué qué le he hecho? —le contesté alucinando, mientras él me miraba con cierta preocupación que parecía genuina y empecé a rugir mientras caminaba dando vueltas por el comedor, totalmente enfadada —¿Qué qué le he hecho? ¿En serio? ¡Será qué me ha hecho él!

—¿Logan? —me dijo Iker con mirada sorprendida y como si intentara justificarlo añadió haciendo una pequeña mueca conciliadora —¿Ha sido demasiado duro? Hacía siglos que no estaba con una mujer.

—Pues ya se puede ir buscando otra. —le dije con mirada dura, parándome durante unos segundos de dar vueltas por todos lados para mirarle y alzar mi cepillo en su dirección. Al menos no se rió de aquel gesto, pero parecía preocupado.

—Sea lo que se lo que haya pasado, no puedes cerrarte así a él. —me dijo Iker con mirada firme, preocupada. —Todos sabemos cuál es el final que nos espera, pero seguimos luchando para alargar el tiempo que le queda a la humanidad. Logan lleva ya demasiado tiempo en esta lucha. Sin algo que le inste a seguir, cualquier día simplemente dejará de luchar.

—¿Y qué pinto yo en todo eso? —le dije con mirada dura, un poco hasta las narices de sus luchas y guerras épicas. Zombis. Vampiros. Solo me faltaba que el perro de la vecina del tercero, que siempre intentaba mearse en nuestro portal, fuera en realidad un hombre lobo.

—Logan ha empezado a ser él de nuevo, desde que tu apareciste. —me dijo Iker con mirada llena de esperanza. —Más humano. Más inestable emocionalmente hablando, pero menos frío, menos apático. Vuelve a sentir.

—Lo que va a sentir es una puerta en su cara cómo intente volver a mi piso. —le dije mostrándome dura, aunque sus palabras habían dejado algo dentro de mi corazón. Que analizaría más tarde. A solas.

—Está oscureciendo. —me dijo Iker con un suspiro preocupado. —No puedes quedarte sola, pero si quieres puedo avisarle que quizás esta noche sería mejor que me quede yo si no queremos que corra más sangre.

—Vete a la mierda. —le dije ante su comentario, sintiendo que un escalofrío recorría mi cuerpo ante sus palabras, mientras le daba la espalda y me encerraba en mi habitación, dando un portazo como solía hacer a los catorce. Solo que en vez de escuchar a mis padres chillando a continuación, se hizo un silencio pesado, roto solo por la voz de fondo de un presentador de la televisión. Mi vida era una pesadilla. Y lo peor de todo es que no tenía para nada claro de cómo salir de todo aquello.

 

 

Estuve encerrado en el gimnasio durante toda la tarde. Anthony me miró y no me dijo nada. Tuvo la sensibilidad de ocultar al chico de mí. No estoy seguro de cómo hubiera reaccionado ante su presencia. Sentía una rabia infinita y no podía canalizarla de ninguna manera, incluso después de horas allí encerrado seguía notando mi cuerpo completamente despierto, sin fatiga alguna. Me odiaba a mí mismo. Y me sentía vulnerable. Cosa que aún me cabreaba más. ¿En qué momento había perdido el control de mí mismo? ¿En qué maldito momento no había tenido otra cosa en mente que clavar mis colmillos en ella y beber de su sangre? Estaba condenadamente enfermo. No tenía claro si su mirada había sido de miedo. O de odio. Pero no podía sacarme de la cabeza la expresión de sus ojos azules cuando me había visto, al separarme de ella. Al conseguir recuperar la lucidez. Demasiado tarde. Solo quería besarla, disfrutar juntos de ese tema pendiente que nos quedaba. Pero se me había ido la cabeza. Esperaba poder centrarme mejor en el resto de las cosas después de liberar esa tensión que había entre nosotros. No me negaría que lo que sentía por ella no era solo deseo. Que desde luego, sí sentía. Pero había mucho más que eso. Deseaba protegerla. Deseaba su compañía. Ser el centro de sus miradas. De sus sonrisas. Era una realidad que se me hacía extraña, como un recuerdo de un pasado tan lejano que apenas era capaz de recordar con nitidez. Enamorado. Joder, Iker me lo había soltado a la cara, el día que la había conocido. Él día que me había rechazado. Me vino aquel recuerdo como si lo estuviera viviendo en ese momento. “La de ojos azules es mía”, una sutil amenaza en mis palabras. Un gesto curioso en la mirada de Anthony, mientras me sentaba en un taburete, sin dejar de mirarla después de haberla sentido entre mis brazos, dejándose llevar como si estuviera esperándome. A mí. Y a nadie más. Tenía pareja. Más le valía al hombre no aparecer por allí. Porque si alguien le ponía una mano encima, no tenía claro poder controlarme. Era mía. “Ahora resultará que Logan se nos ha enamorado”, la voz de Iker, con un tono cargado de diversión e ironía fue como un golpe en la cara. Yo no estaba enamorado. Para nada. Le gruñí, mientras él y Anthony se alejaban entre risas para entrar dentro de la pista a bailar con las mujeres que encontraran por el camino. Quizás para acabar en casa de alguna de ellas. O en cualquier lugar. Eso era lo que yo había pretendido. Había muchas mujeres allí. Pero no me interesaban. Hacía años, que no me interesaban. Hasta esa noche. Y sentía una tensión creciente en mi cuerpo. Que había ido a peor desde que la había conocido. Desde que la había besado. Desde que había podido probar su piel. Y su sangre. Maldito fuera yo. Porqué me sentía completamente perdido. Y sabía que aquello Elena no me lo iba a perdonar fácilmente. Y lo que era peor, no estaba seguro de poder evitar que aquello volviera a pasar.  Tan seguro que me mostraba de mi mismo durante los últimos siglos y una humana había conseguido nublar mi mente como si fuera una Diosa.  Iker me dejó un mensaje de voz en el contestador. Lo escuché algo así como cinco veces. Y cada vez que lo hacía una mezcla de rabia y de desesperación me invadía. Y los celos. ¿Desde cuando yo era tan patológicamente celoso? Iker durmiendo en su casa. Confiaba en él, podría mi vida en sus manos. Y sin embargo, me sentía inquieto. Esa proximidad entre ellos me irritaba. Salí de caza. Era lo menos malo que podía hacer. Porqué tener a Fer por mi territorio, sabiendo que él había estado con Elena, me ponía de los nervios. Dejé que la noche me envolviera, sintiendo mis sentidos agudizarse  mientras la oscuridad florecía a mi alrededor. Trepé por la fachada de una casa de ladrillos, ayudándome de los pequeños sobresalientes, sin demasiada dificultad. Hoy me sentía especialmente ligero. Ya en el tejado, dejé que mi mente vagara, buscando alguna alteración en las vibraciones naturales de las cosas. Era algo que no era capaz de hacer durante el día, pero sí durante la noche. Había tardado varios siglos en perfeccionar esa sensibilidad, que nos permitía localizar dumas incluso en su estado etéreo. Aunque sólo podíamos dañarlos si se materializaban, muchas veces podía localizar algún duma solitario pero tras pasarme la noche entera esperando, tenía que volver a casa con las manos vacías. Suspiré, intentando concentrarme. Un pequeño zumbido. Dos. Tres. Busqué un camino entre los tejados de la ciudad, en esa dirección. Había algo, como una interferencia de fondo, que no era capaz de interpretar. Tras seguir las vibraciones, llegué a un lugar que me era extrañamente conocido. Mi corazón empezó a latir con más fuerza. Los dumas se habían agrupado. Tres. Se desplazaban buscando algo, pero sin alcanzar a encontrarlo. Había gente en la calle. Varios restaurantes y un par de locales de copas. Entre varias tiendas cerradas. La óptica en la que trabajaba Elena. Empezaron a moverse, como si finalmente hubieran encontrado algo. Las seguí, con un sudor frío en el cuerpo. Solo quería asegurarme de que no se acercaban a ella. A su casa. Pero la suerte y el sentido común no parecían estar de mi parte. Envié un texto a Iker, para que estuviera alerta. No tenía para nada sentido. Elena no podía ser su objetivo. Quería creer que habían sentido la presencia de Iker. Que era eso lo que les guiaba en esa dirección. Pero era demasiada coincidencia. Y ahora no solo tenía un problema para poder estar con Elena. Tenía un problema para poder protegerla dignamente, sin estar con ella. Le envié mi ubicación a Anthony y cuando los dumas empezaron a cambiar su vibración, para materializarse, a tan solo unos metros de la casa de Elena, me lancé al vacío invocando a mis alfanjes en el aire. Dos brillantes espadas aparecieron en mis manos, su luz me sorprendió durante una fracción de segundos. Había una intensidad en ellas que no era habitual. Pero no era el momento de pensar en aquello. Caí detrás del duma que había empezado su transformación. Hundí mi sable en un golpe descendente que cortó su torso en profundidad, mientras con el movimiento de la inercia lanzaba el otro alfanje en dirección al segundo duma más próximo. El impacto fue sobre su abdomen y el arma se quedó allí clavada, mientras a su alrededor pequeños destellos azules empezaban a surgir, iluminando al duma como si la energía de la espada estuviera creando pequeñas corrientes dentro del duma. Estiré mi mano diestra para separar el alfanje del torso del duma que tenía enfrente, mientras con una patada alejaba el apestoso cuerpo de mi posición. Me quedé quieto mirando lo que pasaba a mi alrededor, con cierta sorpresa esta vez. El filo de la espada había quedado marcado por una fina línea azul, con el brillo de la magia antigua. Los dumas heridos parecían incapacitados. Y eso era sorprendente, porqué habitualmente, dan mucha más guerra que eso. Quiero decir que un buen corte les daña, especialmente con nuestras armas invocadas, pero solían seguir dando guerra hasta que conseguías decapitarlos o perdían una parte importante de su esencia por sus heridas. Aquello no era normal. Y no es que un poco de ayuda extra no fuera bienvenida, después de todo. El tercer duma se lanzó contra mí y pude controlar su garra con el filo de mi espada, mientras invocaba al otro alfanje, clavado en el segundo duma que parecía paralizado en la distancia. Un solo duma y dos armas en mis manos era una apuesta segura, que no tardé en ganar. Los otros dumas empezaban a recuperarse de su estado de letargo, mientras el brillo poco a poco desaparecía de sus cuerpos. Casi por experimentar el nuevo poder de mis armas, lancé una a cada uno de los demonios, algo que no haría habitualmente. Siempre mantenía una mano armada. Y sin embargo, el resultado volvió a ser el mismo tras el impacto de la arma en ellos. Como si mil pequeños rayos surgieran de ellos, iluminando su recorrido por el oscuro decrépito cuerpo de los dumas. Anthony se dejó caer a mi lado, mirando a los dumas con curiosidad. Su montante brillaba amenazadoramente, pero su brillo era apenas un susurro, un murmullo, en comparación al de mis pequeñas. Las llamé de nuevo, apareciendo de nuevo en mis manos.

—¿De qué va esto? —me preguntó mirando a los dos dumas, paralizados, mientras la luz brillante azul seguía latiendo en ellos y se apagaba poco a poco, ante nuestra atenta mirada.

—No tengo ni idea. —le contesté, mientras con un movimiento de cabeza le indicaba que se ocupara del duma que le quedaba más cerca mientras yo me ocupaba del otro. Desaparecieron sin más.

—No parece que haya más en la zona. —me dijo tras hacer que su montante, un enorme espadón que blandía a dos manos, desapareciera. Miré a mis pequeños alfanjes, dos armas de filo curvo algo más cortas que una cimitarra, con admiración y respeto. Mis pensamientos se cortaron al escuchar a Anthony añadir. —No quiero ser alarmista, pero estamos frente a la casa de tu chica.

—Dime algo que no sepa. —le dije haciendo una mueca, enojado. Le envié un mensaje a Iker y entré cuando el portal empezó a vibrar. Iker nos esperaba arriba, con la puerta abierta. Las luces de la casa estaban cerradas.

—Duerme. —me dijo Iker dejándonos pasar, quise ir a su habitación, asegurarme de que estuviera bien, pero Iker me puso la mano en el pecho. —No la despiertes. No sé qué ha pasado pero está muy cabreada contigo. Si te encuentra espiándola no creo que ganes puntos, precisamente.

Le gruñí y creo que mi mirada era más la de un animal que no la mía propia. Nadie me decía cómo tenía que tratarla. Iker se hizo a un lado y fui en dirección al pasillo. Me quedé unos segundos frente a su puerta. Escuchando su respiración regular. Tranquila. Abrí la puerta con cuidado y entré en su habitación. Su pelo oscuro estaba revuelto. Estaba parcialmente abrazada a su cojín y sentí un feroz deseo de que fuera mi cuerpo al que se abrazara entre sueños. Me quedé allí unos minutos, contemplando fascinado su rítmica respiración. Era preciosa. Finalmente me acerqué con cuidado hasta la cama, para darle un suave beso en la frente. Suspiró, como si de alguna forma pudiera sentir mi presencia. Deseaba despertarla. Besarla. Compensarla por lo que le había hecho. Pero las palabras de Iker vinieron a mí. No así. De aquella forma. Tenía que ser paciente. Tenía que conseguir que confiara en mí de nuevo. Que me perdonara. Y tenía que conseguir controlar mis propias reacciones cuando se trataba de ella. Salí de la habitación y me encontré a mis dos hermanos en la cocina, con la luz encendida. Tres tazas sobre el mármol. Algún tipo de infusión.

—¿Me las enseñas? —me dijo Iker con mirada curiosa cuando llegué hasta ellos mientras le daba un trago a la bebida caliente. Regaliz y té negro. Suspiré y me concentré para invocar mis alfanjes, haciéndolas desaparecer después de que las observaran con curiosidad.

—¿Y dices que paralizan a los dumas? —le preguntaba con cierta desconfianza Iker a Anthony. No podía culparle, yo ni de coña me hubiera tragado eso sino lo hubiera vivido en primera persona. Igual que Anthony. Un gesto afirmativo, pensativo.

—¿Qué ha pasado hoy? —me preguntó Anthony finalmente, mirándome con aspecto intrigado mientras añadía como pensando en voz alta —¿Podría ser que reaccionen a tus emociones? No recuerdo haberte visto así en siglos.

—¿Así de qué? —le pregunté elevando una ceja, amenazante.

—Intenso. —me dijo él con una mirada oscura, pero con un deje de diversión. —¿Qué te ha hecho exactamente la humana?

—¿O qué le has hecho tú? —me dijo Iker con mirada curiosa. Algo en sus palabras me llamó la atención. Había hablado con Elena, de alguna forma. Me había advertido que ella estaba enfadada conmigo. Lo que significaba que en algún momento ella había hablado con él. Me sentía derrotado, consciente de que tenía que explicarles a mis hermanos todo aquello. Aunque no me sentía precisamente orgulloso de ello.

—¿Qué te ha dicho? —le pregunté con mirada ansiosa mientras Iker me miraba con cierta preocupación.

—Que no quería que volvieras a tocarla. —me dijo finalmente, sin perder detalle de cómo reaccionaba al escuchar aquello. —Y que si intentabas entrar en su piso, te cerraría la puerta en la cara.

Me froté los ojos y el puente de la nariz. Tenía toda la razón del mundo en comportarse así. Pero dolía. Suspiré agotado, finalmente.

—La he jodido. —dije finalmente haciendo una mueca. Los dos sonrieron ante mi confesión.

—Algo así me he supuesto, le he dicho que llevabas muchos años sin tocar una mujer, que igual se te había descontrolado un poco. —me dijo Iker intentando mostrarse comprensivo.

—No me refería literalmente. —le contesté mientras miraba mi taza, parcialmente vacía, como todas mis perspectivas. —La cosa se ha calentado. Y la he mordido.

—No hablas en serio. ¿Has bebido de ella? —me dijo Anthony mirándome mientras ponía su mano sobre mi hombro y yo suspiraba agotado y humillado, mientras hacía un gesto afirmativo con la cabeza. Podía haberme ahorrado esa confesión, pero Iker seguramente ya se había hecho una composición de aquello por el aspecto de su cuello. Y Anthony ya sabía de mis extrañas tendencias respecto a Elena. Mejor dejar las cosas claras.

—Es imposible, ella no tenía ninguna marca. —dijo Iker, totalmente sorprendido con aquello. —¿Lo habías hecho antes? ¿Es por eso por lo que evitabas a las mujeres?

—No Iker, es la primera vez que se me va la cabeza así. —le dije haciendo una mueca ante su extrema curiosidad por aquello, sintiéndome menos mal si al menos no tenía el cuello lleno de cardenales. —No estaba con mujeres porque las tenía aburridas. Pero Elena despierta todos mis sentidos. Incluso algunos que están totalmente fuera de lugar.

—¿Y si eso es lo que hace que tus armas se hayan vuelto así de poderosas? —dijo Anthony mirándome con curiosidad. —Como si despertara la esencia más primitiva del cazador.

—Beber de una mujer con la que quieres acostarte no llega siquiera al nivel de primitivo. Es atroz por no decir que la mujer en cuestión se desmaya cuando ve sangre. —le dije haciendo una mueca y Anthony me miró con expresión solidaria, como si me intentara animar, a su manera.

—¿Y si es su sangre? —dijo Iker mirándonos con las pupilas dilatadas y me puse de pie de golpe con una mirada cargada de autoridad.

—Ni se te ocurra pensarlo siquiera. —le dije con dos tonos más roncos del que era mi nivel habitual. La sola idea de que alguien bebiera de Elena sí que despertaba los instintos más primitivos, no tanto del cazador, sino del hombre que había en mí. El que tenía muy claro que Elena era suya. Y no tenía para nada intención de compartirla.

—No digo que bebamos de ella. —dijo Iker poniendo cara de asco, lo que de alguna forma aplacó un poco mi actitud protectora sobre ella. —Digo que quizás su sangre ha tenido algún tipo de efecto sobre tí. Quizás por lo que sientes por ella. No se, pero podría ser algo en lo que pensar. Digo yo que no será casualidad.

—Especialmente si dos veces en una semana los dumas parecen ir a por ella. —dijo Anthony mirándome con aspecto preocupado, mientras entornaba ligeramente los ojos. Esa afirmación golpeó mis consciencia. Duramente. Si los dumas iban a por ella, no habría sitio en el mundo entero donde pudiera ocultarla. Una especie en extinción. Una idea cruzó por mi cabeza. Absurda. La rechacé, casi al instante.

—Podemos llamar a Nicholas y a Quin. Organizarnos. En vez de ir de caza, la caza vendrá a nosotros. —dijo Iker mirándome con expresión solemne. —No va a pasarle nada, mientras podamos evitarlo.

—Gracias. —le dije enlazando mi antebrazo con el suyo, de forma ritual entre hermanos. Anthony se acercó a nosotros y enlazando mi antebrazo libre con el suyo, añadió:

—Intenta solucionarlo con ella, de alguna forma. Tenerte cerca del chico no es la mejor de las ideas en estos momentos. Sería mejor que pudieras instalarte aquí, patrullaríamos la zona a la noche. Pero estoy con Iker en que de alguna forma, lo que sientes por ella no solo está afectando a tu sentido común, algo que nunca ha sido uno de tus puntos fuertes, en cualquier caso. El otro día sacaste adelante a cinco dumas tú solo. Y hoy tus espadas tienen el poder de paralizar. No puede ser una coincidencia.

—Quizás deberíamos hablar con el viejo. —dijo Iker haciendo una mueca. Hice un gesto afirmativo, muy a mi pesar mis hermanos tenían razón. Lo que me estaba pasando no era normal. Ni la necesidad que sentía respecto a Elena, aunque me negaba a ponerle nombre a aquello. Pero eso no significaba que no hubiera pasado antes. A algún otro cazador. Y uno de los cazadores más antiguos, tenía la extraña costumbre de documentarlo todo. Nadie entendía como aquel medio niño había sido capaz de derrotar un duma. De convertirse a cazador. Le llamábamos el viejo por su edad, aunque parecía un chaval sin músculo siempre encerrado entre sus papeles. El más atípico de los cazadores. Y el más pesado, sin lugar a dudas. Todos lo conocíamos y lo evitábamos en la medida de lo posible. Pero si alguien podía tener alguna respuesta. Era él. Por eso era una pieza clave en nuestra cultura. Aunque tenía de cazador lo que yo de corderito.

—Contacta con Nicholas y Quin. Que vengan. —le dije a Iker finalmente. —Yo hablaré con el viejo. Mañana.

—¿Nos vamos entonces? —me preguntó Anthony.

—Vamos a asegurar el perímetro. —le dije con un gesto afirmativo. —Mañana acompáñala al trabajo y quédate vigilando la zona hasta que te releve. Cuando salga del trabajo hablaré con ella. No creo que corra peligro durante el día, pero de momento no vamos a dejar nada al azar.

 

Me desperté con la alarma de mi teléfono móbil, pero a diferencia de otras veces, el olor a café me animó a salir de la cama en vez de esconderme entre las sábanas hasta que sonara la segunda y tercera alarma que tenía programadas para días perezosos. Lunes. Me vestí en la habitación, con unos tejanos ajustados y una camiseta de manga corta. El tiempo estaba empezando a cambiar, se acercaba el otoño, pero yo soy una amante del verano, por lo que siempre tiendo a intentar aguantar con manga corta hasta que un día me pelo de frío. Y como soy animal de costumbres, cada año acabo con un resfriado considerable como premio. Me encerré en el lavabo a peinarme y maquillarme un poco. No tenía claro quien estaba en la cocina. Cruzaba los dedos porque fuera Fer. Aunque no me hacía ilusiones al respecto. Iker era la apuesta más probable, aunque en el fondo deseaba que fuera Logan. No es como que hubiera olvidado todo lo que había pasado. Lo que me había hecho. Pero bien tenía derecho a chillarle un poco, digo yo. Y como mínimo me debía una disculpa. Crucé los dedos. Que no fuera Anthony. Ese conseguía sacarme de mis casillas con demasiada facilidad. Estaba claro que no nos gustábamos mucho mutuamente, y ninguno de los dos tenía especial interés en aparentar lo contrario. Sonreí. Al menos iba de cara, y eso no le podía negar que me gustaba más que una falsa simpatía.

—Buenos días. —me dijo Iker mientras entraba en la cocina y me sentaba en un taburete. Me tendió una taza de café con leche y un plato con tortitas que me quedé mirando sorprendida. Por lo visto no solo era Logan el que parecía a gusto en la cocina. —¿Has dormido bien?

—No puedo quejarme. —le contesté mientras enterraba mi cara en el café con leche con un suspiro de felicidad. —Gracias por el desayuno.

—¿Hacemos una tregua? —me dijo con una sonrisa, mientras me miraba esperanzado. Sonreí. El tipo medía unos dos metros aunque era todo él tan grande que no era su altura lo que más destacaba en él. Pelo oscuro, ojos verdes y rasgos masculinos. Y sin embargo, no me inspiraba absolutamente nada. Un poco de pena, viendo su papel de niñera y la forma en que le traté anoche. Pero poco más.

—No estoy enfadada contigo. —le dije finalmente. —Me reservo el cabreo para Logan.

—Ayer a la noche me explicó lo que pasó. —me dijo Iker, mirando su comida como si no se atreviera a mirarme a la cara. Lancé un pequeño bufido bajo. —Eso no es para nada habitual en nosotros. Y Logan jamás había hecho algo así. Se que es él el que tiene que hablar contigo, pero no es muy dado a pedir disculpas y creo que esto le supera un poco.

—¿Pretendes hacer ver que no sois vampiros? —le dije haciendo una mueca y él levantó la mirada de su plato y me miró con sorpresa.

—Por supuesto que no. —me dijo él casi divertido.

—Claro. —le dije yo haciendo una mueca, sin creer para nada en sus palabras.

—Somos cazadores de demonios. —me dijo él haciendo una mueca. —Podemos estar bajo el sol y comemos con total normalidad. Eso no sería muy propio de un vampiro. ¿No?

—Tenéis colmillos, mordéis a la gente y bebéis sangre. —le dije alzando el mentón desafiante. Ale, ya estaba todo dicho. Al menos Iker no parecía ni en un arrebato pasional ni con un cabreo considerable. Quizás no había sido mala opción hablar de esto con él.

—Tenemos colmillos. —admitió finalmente Iker. —Pero no mordemos a la gente y solo bebemos sangre cuando nos convierten.

—Claro, dime que no has mordido nunca a nadie. —le dije con mirada prepotente.

—No he mordido nunca a nadie. —me dijo él con mirada solemne, y haciendo una mueca, añadió. —De hecho me parece un poco asqueroso.

—En eso estamos de acuerdo. —le dije con una pequeña sonrisa, quizás no eran vampiros después de todo. Tenía la sensación de que Iker decía la verdad. Total, ya con todo lo que me habían soltado tampoco tendría sentido que ocultaran una minúcia en comparación al resto.

—Logan vendrá a buscarte a la salida del trabajo. —me dijo Iker tras unos segundos en los que cada uno acababa su desayuno, en silencio.

—Fantástico. —le dije con cierto sarcasmo y él sonrió.

Me acompañó hasta la puerta del trabajo como un caballero. Me abrió la reja de la tienda y con eso me alegró parte de la mañana. No es que yo tuviera muchas ganas de trabajar precisamente. Sentía cierto nerviosismo al pensar en Logan. En todo lo que había pasado. Y en lo que sentía por él. Era muy complicado. La mañana al menos fue entretenida. Los clientes entraban y salían, así que al menos no tuve tiempo de quedarme sola y autolamentarme por todo el caos que había en mi vida. Envié un par de mensajes a las bandidas, por pensar en algo diferente. Me preguntaron por Logan y evité contestar a sus mensajes. Eran lo suficientemente listas como para saber que mi silencio era feo, pero que necesitaba un tiempo para poder hablar de ello. Logan llegó a su hora. Tejanos gastados y una sudadera deportiva. Su mirada oscura, más fría que de costumbre. Me despedí de mi jefe y salí al exterior. Nuestras miradas se cruzaron y ninguno de los dos dijo nada durante unos segundos. Finalmente rompí el silencio.

—Estoy muy cabreada. —le dije con mirada dura, alzando el mentón. Él me miró sin intimidarse lo más mínimo por mis palabras.

—Lo sé. —me contestó finalmente y añadió. —Lo siento mucho. Me gustaría poder prometerte que no va a volver a pasar. Pero no sé si estoy en condiciones de hacer algo así.

Sus ojos estaban fijos en los míos y había en su mirada determinación, pero también tristeza. Señaló el paseo que había frente a nosotros y empezamos a caminar uno al lado del otro, pero sin llegar a tocarnos. Llegamos al parque del laberinto, un pequeño recinto de verdes matorrales que simulaban el laberinto de Alicia en el país de las maravillas, coronado por una bonita torre con vistas al mismo. Con una sonrisa tímida, me miró y entramos en él. Pasear allí era relajante, lejos del tráfico y el ruido de la ciudad. Un pequeño remanso de paz.

—Iker me ha dicho que no sois vampiros. —le dije finalmente, cansada de ese vacío que había entre nosotros.

—¿De dónde has sacado esa idea? De acuerdo, no me contestes. —me dijo mientras hacía un gesto negativo con la cabeza, como si se censurara a sí mismo por lo que había hecho.

—¿Por qué lo hiciste? —le pregunté. No es que tuviera muchas ganas de saber la respuesta, pero a ver, si te mola un hombre, mucho, y le da por beber de tu sangre, lo mínimo es intentar entenderlo.

—No lo sé. —contestó con voz suave. —Un instinto más animal que otra cosa, supongo que del cazador. Nunca me había pasado y no conozco a nadie que haya experimentado algo así. Pero lo cierto es que nunca antes había sentido lo que siento por ti.

—¿Hambre? —le pregunté con una sonrisa mordaz y él me miró con gesto triste, por lo que me arrepentí un poco de mi sentido mordaz de humor. Cómo Logan se quedó en silencio, opté por acercarme un poco a él y tomarle de la mano. Su contacto fue mágico. Como si toda mi piel respondiera a ese reconocimiento y un calor suave, dulce, me envolvió. Logan me miró con aspecto indeciso y supe que él había sentido lo mismo. Vale, en mi mundo humano eso no era normal del todo, pero quizás en su mundo alternativo tampoco. —Yo también lo he sentido.

—Elena. —me dijo él casi a modo de súplica, mientras se quedaba quieto y me miraba con ojos cargados de mil emociones. Tiró suavemente de mí, dándome la opción a evitarlo, pero no lo hice. Soy así de estúpida, vamos. Me abrazó con cariño y sus labios buscaron los míos con suavidad. Nos besamos, en medio del laberinto, perdidos pero encontrados. Suspiré cuando sentí sus brazos rodearme y su cabeza aspirar el olor de mi pelo. —Tendremos que ir poco a poco, hasta asegurarnos de que puedo controlarlo.

—Nada de jugar a mordisquitos. —le dije haciendo una mueca, escondida entre sus brazos, y él rio con suavidad.

—Prometido. —me contestó él y tras unos segundos en los que sus brazos me acariciaban suavemente, añadió. —¿Te hice daño?

—No. —le contesté siendo sincera. Recordaba todo aquello como un juego de los que calientan el ambiente, pero no había sentido ningún dolor. No hubiera sido consciente de lo que había pasado si no hubiera visto sus colmillos. Mi sangre. Alejé ese recuerdo de mi cabeza antes de que empezara a desplomarme, de nuevo.

—Lo siento mucho. —volvió a decirme de nuevo, mientras seguía acariciando mi espalda y me apretaba contra él con bastante fuerza.

—Eso ya lo has dicho antes. —le dije mientras me separaba un poco de él y le miraba con una sonrisa. No me gusta eso de torturar a alguien, y estaba claro que Logan llevaba el tema del mordisquito casi peor que yo. —Soy de las que se enfada mucho pero me dura poco.

—Espero no darte motivos para enfadarte demasiado a menudo. —me dijo él con una sonrisa tierna que derritió el resto de hielo que quedaba en mi corazón. Masoquismo incluido, me gustaba mucho Logan.

—Más te vale. —le dije alzando un dedo de forma amenazadora y ese gesto hizo que él se riera. —¿Vamos a buscar la torre del laberinto?

—Me parece una idea tan buena como cualquier otra. —me dijo Logan con una sonrisa divertida al ver mi entusiasmo. Llegamos a la torre cogidos de la mano, entre risas. Nos sentamos en uno de los bancos con vistas al laberinto y hablamos durante un buen rato. Cuando el sol empezó a descender, nos besamos. Besos tiernos, de amor. De los que hace que el corazón ilumine tu rostro y tu piel sienta un trémulo hormigueo de felicidad. Y no es que no quisiéramos más. Ambos éramos conscientes que lo queríamos absolutamente todo. Pero aquellos besos era una declaración silenciosa de lo que había en nuestros corazones. Palabras que no teníamos ganas, o valor, de pronunciar en voz alta. Pero que estaban allí. Amor. Algo más poderoso, más fuerte, y mucho más vinculante que la pasión que había anidado dentro de nosotros desde el primer momento que nos vimos. Suspiré feliz. Sabiendo que mi vida había pasado de complicada a irremediablemente caótica. Pero no me importaba.

 

—¿Tienes que irte? —le dije haciendo un puchero mientras me estiraba en la cama. Logan me miró con una sonrisa contenida y un brillo peligroso en los ojos.

—Les he dicho a los chicos que haría ronda con ellos. —me dijo sin acercarse a la cama. Llevábamos casi un mes viviendo juntos. Bueno, si a eso se le podía decir vivir juntos. Logan patrullaba a las noches pero venía con el amanecer para acostarse conmigo un par de horas, hasta que yo me levantaba para ir a trabajar. Desayunábamos juntos y me acompañaba a la óptica. Lo que hacía mientras yo estaba allí era un misterio. Suponía que iba a su cuartel a descansar, pero tampoco quería indagar mucho sobre todo aquello. Bastante tenía con saber lo que ya sabía. Información de sobras, vamos. Si yo no había quedado con ninguna de mis amigas a la tarde, paseábamos juntos y hacíamos cosas como una pareja normal. Incluso fuimos un día al cine. Al resto de sus amigos hacía un tiempo que no los veía. Sabía que habían llegado dos hermanos más al cuartel y Fer parecía contento con todo aquello, dentro de los escuetos mensajes que me enviaba de tanto en tanto. Las bandidas no sabían que Logan estaba instalado en casa, aunque creo que Melanie sospechaba algo. Siempre ha sido muy despierta, la moza. Logan me dejaba hacer lo que me diera la gana, algo que no estaba mal, después de todo.

—No me has dado un besito de buenas noches. —le dije con mirada inocente y él empezó a reír. Se acercó a la cama, mientras una sonrisa traviesa se entreveía en mi cara. Se inclinó para darme un suave y casto beso en los labios, pero tiré de él mientras empezaba a besarle de forma juguetona. Intentó resistirse, una fracción de segundo. A la siguiente, estaba estirado sobre mí, besándome con adoración mientras mis brazos aprisionaban su cuerpo contra mí. Me encantaban sus besos. Me encantaba Logan, para que negarlo. Incluso con todas sus historias. Vivir al momento. Tomar las decisiones que dependen de ti. Esos eran mis lemas. Y ahora, justo en ese momento, había una decisión que tenía muy claro que quería tomar. Le saqué la camisa con asombrosa facilidad, dejando que mis manos se recrearan por su musculosa espalda.

—Elena. —me dijo él con voz ronca mientras me miraba con una advertencia en su expresión. Le sonreí, mientras me mordía el labio inferior y haciendo un gesto de impotencia, se lanzó contra mi boca, para morderme él ese labio. Gemí divertida con su juego. Me incorporé levemente para sacarme la camisa del pijama, descubriendo mi torso y mis pechos. Logan me miró aún indeciso, hasta que sus manos empezaron a tantear mi piel y encontró en ella la motivación necesaria para dejar las dudas al margen. Era perfecto. Conseguí deshacerme de sus pantalones y él hizo lo mismo con los míos. Nuestros cuerpos parecían encajar como si estuvieran hechos el uno para el otro. Ninguno de los dos tenía especialmente prisa, algo curioso teniendo en cuenta que hacía tiempo que los dos ansiábamos aquello. Me sentía feliz. Sonrisa de oreja a oreja. Sensaciones a flor de piel, con sus besos, con sus caricias.

—¿Tienes un preservativo? —le pregunté con mirada pícara, más claras no podía dejar mis malévolas intenciones.

—No. —me dijo sorprendido por mis palabras y añadió para tranquilizarme. —Somos estériles.

—¿En serio? —le pregunté con curiosidad y me miró divertido.

—Te lo aseguro, pero quizás mejor hablemos de esto en otro momento. —me dijo mientras empezaba a pulsar sobre mí, sin dejar de mirarme, mientras poco a poco encontraba su espacio dentro de mí, haciéndome gemir en parte por placer y en parte por dolor en el proceso.

—En otro momento. —le dije yo mientras empujaba mis caderas contra él y él sonreía ante mi comportamiento y empezaba a moverse dentro de mí. Unas pocas embestidas, las justas para hacerme enloquecer, hasta quedar quieto sobre mí. Le miré. Tenía los ojos cerrados, parecía concentrado. No es que me fuera a quejar. Pero me faltaba un buen trozo de recorrido. Con un movimiento suave, sin separarse de mí, me colocó sobre él.

—Me da miedo no controlarlo. —me dijo con una pequeña mueca y pude ver dos colmillos asomar presumidos en su boca, mientras él hacía una mueca. —Así no te tengo tan accesible.

—Y me toca hacer todo el trabajo a mí. —le dije con mirada acusatoria, pero claramente divertida, mientras él gemía al balancearme sobre él. Sonreí. No estaba mal, después de todo, tener el control de la situación. Me incliné sobre él y empecé a moverme primero lentamente y luego con el ritmo que mi cuerpo, y su cuerpo, necesitaban. No tardamos mucho tiempo en dejarnos ir, entre gemidos, el uno contra el otro. Fue explosivo. Nunca antes había experimentado algo así. Me quedé estirada sobre él, sudada y agotada. Mientras me daba suaves besos y me acariciaba la espalda, consiguió alcanzar el nórdico y nos cubrió con él. Buscó a tientas el teléfono móvil en la mesita de noche.

—Creo que vas a llegar tarde. —le dije con una risita traviesa, feliz del todo.

—Hoy se van a espabilar solos. —me contestó él, mirándome con esa ternura que me hacía sentir en casa. —Ni mil dumas me sacarían en estos momentos de tu cama.

—Te quiero. —las palabras salieron solas de mi boca y una vez dichas, no pude evitar sonreír. Era un sentimiento hermoso. Peligroso. Doloroso. Pero a estas alturas era consciente que no podía evitarlo. Ni negarlo.

—Y yo a ti Elena. —me dijo él con una mirada cargada de silenciosas promesas. —Y yo a ti.

 

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