Electro

Electro


Capítulo 14

Página 15 de 32

14

 

S

usurros.

No sonaban más altos que una brisa, pero desvelaron a Ray. El chico se incorporó y aguzó el oído; provenían de la tienda de al lado. Con sigilo, abandonó su habitáculo y echó un vistazo por un agujero en la tela de la otra carpa. Estaba solo, pero aun así las voces no cesaban.

Extrañado, se decidió a entrar. En mitad de la tienda descubrió un espejo de cuerpo entero que le devolvía su reflejo perfilado en la escasa luz. Los murmullos se aceleraron y subieron de volumen, pero seguía sin entender qué decían ni quién los provocaba. Dio varios pasos hacia el cristal hasta detenerse a unos centímetros de su imagen. Era él, sí, pero al mismo tiempo no lo era...

De pronto, las voces se interrumpieron y se instauró un silencio claustrofóbico entre las paredes de tela. En ese instante, su reflejo pestañeó y alzó la mano. Su brazo atravesó el cristal y antes de que Ray pudiera reaccionar, lo agarró del cuello y comenzó a estrujárselo. Por mucho que intentara liberarse, por mucho que golpeara el cristal, él no podía atravesarlo. Y cuando comenzaron a fallarle las fuerzas y pensó que perdería el conocimiento, despertó sobresaltado en la tienda.

No pudo volver a conciliar el sueño de nuevo. La pesadilla había sido tan real como las anteriores, y además, la claridad de la mañana se insinuaba a través de las paredes de lona con indolencia. Al final, tras varios intentos fallidos, Ray prefirió comenzar a prepararse y así partir cuanto antes hacia el complejo.

La noche anterior había aprovechado la cena para tantear a Logan y a Ferguson sobre lo que había descubierto al leer el diario sin revelarles sus fuentes. Sin embargo, pronto se dio cuenta de que ellos sabían incluso menos que él sobre el origen de ese nuevo mundo, y como tampoco estaba seguro de cuán real era aquel cuaderno que leía a cada rato libre que encontraba, al final optó por dejarlo estar y guardar silencio.

Con Eden, directamente, había preferido no hablar: la última vez que le había comentado lo que había descubierto a través del diario, ella le había respondido con una risotada de burla y la convicción de que todo aquello era una historia sin fundamento. Desde ese momento, se había guardado la información para él.

Una vez listo, se guardó en la mochila un par de rebanadas de pan y un botecito de mermelada que le habían traído para cenar, y se encaminó al claro del campamento. La noche todavía dominaba el firmamento y solo un leve resplandor sobre las copas de los árboles anunciaba la mañana. Allí, junto a un riachuelo que discurría tranquilo, se sentó a desayunar.

La calma repentina le recordó de pronto la gravedad de su situación. ¿Cómo era posible que su madre, su padre, Zack, Origen..., todo, hubiera desaparecido? Deseaba y temía a partes iguales encontrar aquel complejo. Porque si en él no hallaba lo que estaba buscando, no sabría qué hacer después.

«¡Basta!», se reprochó. Ya tendría tiempo de lamentarse llegado el momento.

De pronto sintió que ya no tenía más apetito. Guardó las sobras y se puso en pie, listo para marcharse.

—Es mejor que vuelva a curarte eso antes de que te vayas.

Ray se giró ya con la mochila puesta para encontrarse con Logan. En cuanto el científico le recordó la herida del cuello, sintió la molestia y acabó cediendo. Peor sería que la infección se extendiera por su cuerpo cuando estuviera solo y no tuviera manera de contener el dolor, supuso.

Sin cruzar palabra, entraron en la carpa médica en la que aún se encontraba el tipo moribundo, ahora dormido, y Ray se quitó la mochila para sentarse en la otra camilla.

—Así que pensabas irte sin decir adiós... —dijo Logan mientras despegaba con cuidado la gasa de la piel.

—No me gustan las despedidas.

Logan guardó silencio mientras le limpiaba la herida; después comenzó a aplicarle un líquido viscoso en la zona de los puntos.

—¿Qué es eso?

—Una pomada para que te alivie el dolor del láser.

—¿Láser? ¿Qué...? ¡Ah!

Ray no pudo contener el primer grito, aunque se obligó a apretar los dientes y a agarrar la camilla con fuerza hasta que se le pusieron los nudillos blancos. El penetrante olor a piel quemada venía acompañado por un suave zumbido similar al de las máquinas de los dentistas.

Mientras Logan trabajaba, el chico se atrevió a mirar de soslayo para descubrir que el lápiz-láser con el que el doctor iba repasando la herida estaba conectado a una batería que parecía arrancada de un coche y que reposaba sobre una mesilla de metal con ruedas.

¿Qué clase de mundo era aquel en el que los humanos habían quedado relegados a luchar por un lugar donde malvivir, pero en el que podía existir un rudimentario invento capaz de cicatrizar cualquier herida en cuestión de segundos? Al tiempo que el escozor remitía, Ray sintió un escalofrío y volvió a sentirse más solo y perdido que nunca.

—Te va a quedar marca, por ser tan impaciente y no esperarte un par de días más —le advirtió Logan mientras terminaba de curarle la herida—. Bueno, ya está.

Cuando el hombre se apartó y le acercó un espejo para que pudiera comprobar el resultado, Ray se acarició la cicatriz que había quedado en el lugar de la herida. Era tan fina que parecía que se la hubiera hecho hace años.

—Gracias —dijo, aún sorprendido—. ¿Puedo irme ya?

—Puedes, pero ten en cuenta que la herida sigue curándose por dentro aunque esté cerrada por fuera. Así que procura no meterte en líos.

Ray asintió y se volvió a poner la mochila.

—Ray —le llamó Logan antes de que saliera de la tienda—. No sé exactamente de dónde has salido o qué eres, pero... Ahí fuera, como se enteren de lo que eres capaz... Debes tener mucho cuidado. No confíes en nadie, ¿entendido?

El chico se volvió después de escucharle, alzó el brazo para mostrarle que llevaba el brazalete que le había dado y cruzó la lona al exterior. No, no había lugar para él en aquella sociedad regida por rebeldes exiliados de las grandes ciudades y donde solo la fuerza bruta te permitía mantenerte con vida. Y aunque en aquel campamento había estado muy cerca de recordar lo que era formar parte de algo más grande, no había sido más que una ilusión. Seguía sintiéndose como una pieza de puzle que no encajaba.

—¡Duracell!

La voz de Eden le devolvió a la realidad, pero el chico prefirió seguir caminando hacia la salida del campamento sin mirar atrás.

—¡Ray, espera! —gritó la chica antes de echar a correr hacia él hasta cortarle el paso—. ¿No vienes con nosotros?

—Había pensado... adelantarme. No quiero retrasaros, y como yo ya estaba listo...

—Nosotros también —le interrumpió ella, y tras un silbido y una señal con el brazo, Ferguson y cuatro rebeldes más que esperaban junto a las tiendas cargados con macutos se encaminaron hacia la salida.

—Genial... —musitó el chico, y bajo la atenta mirada de Eden, se unió a los demás.

Hasta que no hubieron caminado largo rato, Ray no advirtió lo escondido que estaba el campamento. Apenas recordaba cómo había llegado allí tras la picadura de la serpiente. Intentó fijarse en el camino ahora que estaba cuerdo pero enseguida tuvo que darse por vencido. Todos los árboles, pinos y coníferas en su mayoría, le resultaban igual de altos y frondosos, y muchas veces se salían del sutil camino para perderse entre el follaje.

Siguieron avanzando hasta que, horas más tarde, el bosque comenzó a clarear. Tras una breve discusión, el equipo de rescate optó por descansar allí y reponer fuerzas antes de seguir. Cuando Eden se ofreció para vigilar los alrededores, Ferguson se acercó a Ray.

—¿Puedes guardarme un secreto, chaval? —le preguntó mientras abría su macuto con una sonrisa pícara y sacaba lo que llevaba dentro.

—¿Te has traído el Detonador?

El hombre chistó a Ray y comprobó que nadie le hubiera escuchado, como un niño que guardara a escondidas su juguete favorito.

—Quiero probar a este pequeñajo —explicó Ferguson mientras volvía a esconder el artilugio con forma de brazo en su mochila—. He descubierto que, si me protejo el brazo con aislante, puedo lanzar pequeñas cargas en un combate cuerpo a cuerpo.

Cuando Ray, más por pasar el rato que por auténtico interés, le preguntó cómo funcionaba realmente la máquina, el hombre se emocionó y ya no hubo manera de hacerlo callar. Mientras daba buena cuenta de la comida, Ferguson le explicó las diferentes versiones que había construido del aparato y le habló de otras tantas creaciones suyas. Era como escuchar a un padre orgulloso hablando de las hazañas de sus hijos. Sin embargo, en cuanto se terminó la comida y miró al cielo para comprobar la hora, su gesto se ensombreció y se interrumpió de golpe.

—Tenemos que ponernos ya en marcha o se nos echará el tiempo encima —dijo—. Vete a buscar a Eden mientras nosotros recogemos todo esto.

Obediente, Ray se adentró en la arboleda siguiendo el mismo camino que la chica hasta que advirtió su figura a lo lejos, de espaldas. El joven fue a gritar su nombre justo cuando ella se quitó la camiseta y se quedó nada más que con el sujetador. Incómodo, Ray se escondió detrás de un árbol y esperó unos instantes antes de gritar por encima del hombro:

—¿Eden? ¡Gus me ha dicho que te avise de que ya nos vamos!

Intentó sonar natural, pero las palabras se le atragantaron ante la incómoda situación y la voz le salió más aguda de lo esperado.

—¡Cinco minutos! —le llegó la respuesta de ella.

Ray fue a emprender el camino de vuelta, pero la curiosidad le pudo y de pronto se descubrió espiando a la chica. El cuerpo de Eden tenía poco que envidiar al de cualquier modelo de ropa interior. Las horas de esfuerzos físicos a las que debía de someterse cada día quedaban reflejadas en el contorno de los hombros, la cintura y los brazos marcados que no hacían sino realzar su figura. El cabello le caía en cascada por la espalda, tan morena como los brazos y marcada por varias cicatrices alargadas que enfurecieron inesperadamente al chico.

Cuando Eden se dio la vuelta, Ray se encogió en su escondite. La chica se agachó y rebuscó en el interior de la mochila hasta sacar algo parecido a dos electrodos médicos que conectó a una pequeña petaca decorada con un símbolo. Después, se colocó las láminas en el pecho, por encima del sujetador, y pulsó el botón del objeto. La chica respondió con un leve gesto de dolor. Ray se quedó paralizado, en parte por verla con tan poca ropa de frente, en parte porque aquella era la prueba definitiva de que Eden no le había mentido; de que realmente necesitaba energía externa para cargar su corazón, para seguir viviendo.

Mientras ella comprobaba el brazalete de su muñeca, Ray, aturdido, volvió en silencio con el resto del grupo y allí aguardó, sin pronunciar palabra y con la mirada perdida, hasta que ella regresó.

De nuevo en marcha, la imagen de Eden se repetía en su mente una y otra vez. Su gesto al conectarse los cables, la batería en una mano, los ojos puestos en el brazalete... Una parte de él se reprochaba no haber apartado la mirada. Había sido una escena tan íntima como verla darse un baño desnuda. Pero había sido incapaz. Como si sus ojos le hubieran ordenado que aceptara de una vez por todas que todo aquello era real y que ahora él también formaba parte de eso.

A media tarde, el bosque desapareció por completo y los árboles quedaron diseminados por la estepa. A pesar de que el calor había disminuido considerablemente para entonces, el suelo de tierra seca y la falta de vegetación ralentizaron la marcha del grupo. Ray seguía sin hablar, más pendiente de no tropezar con alguna piedra y de mantener la boca húmeda que de intentar averiguar cuándo llegarían a su destino..., hasta que sus zapatillas pisaron asfalto y levantó la vista.

Una carretera, agrietada en muchos lugares por raíces y devorada por la tierra en otros, cortaba el paisaje como un río de pólvora. Ray tuvo que contenerse para no preguntarle a Eden dónde estaban y se concentró en la maravillosa sensación de caminar por un suelo llano y artificial después de tantos días. De todos modos, un par de horas más tarde, con los últimos rastros del atardecer en el horizonte, la estampa que surgió ante ellos le ofreció la respuesta que buscaba.

Habría reconocido en cualquier parte aquel inmenso anfiteatro natural con formaciones rocosas que pasaban del rojo al naranja y del naranja al amarillo o incluso al blanco. Desde niño sus padres le habían llevado año tras año de excursión a ver las conocidas chimeneas de hadas que más parecían lenguas de fuego bajo la luz del atardecer. Y aunque hubo una época de su vida en la que detestó profundamente aquellos viajes familiares, encontrarse de pronto en un lugar que su memoria era capaz de recordar le hizo temblar de emoción.

—Bryce..., estamos en el Cañón Bryce... —musitó cuando se detuvo a contemplar el paisaje.

—No sé qué es eso —le espetó Eden al pasar a su lado—. Pero si encima de andar a este ritmo ahora te paras, no va a haber nadie cuando lleguemos.

Ray ignoró la pulla y emprendió el camino por el desfiladero con los ojos clavados en el horizonte y su mente escarbando en cada recuerdo que conservaba de aquel lugar. Si eso era el Cañón Bryce, entonces el bosque que habían dejado atrás, y donde se escondía el campamento, solo podía ser el de Dixie. ¿Cómo no había caído? Origen seguía estando cerca, aunque le pareciera que llevara siglos fuera de casa. Aunque ya no fueran su hogar, eran los paisajes con los que había crecido.

Dirigidos por Ferguson, se internaron por los estrechos caminos que había entre los inmensos montículos de piedra hasta los senderos inferiores, cubiertos por arcadas y túneles que convertían el cañón seco en un laberinto de arena y roca.

Eden y Ray iban en la retaguardia, y mientras él lo observaba todo con nostalgia, ella vigilaba a su alrededor como si el peligro fuera a sobrevenirles de pronto de cualquier parte.

—Yo... conozco este lugar —dijo Ray, cansado ya de la tensión y el incómodo silencio que venía generándose desde que abandonaron el campamento.

Eden ignoró el comentario y siguió caminando en silencio.

—Normalmente pasábamos el día entero aquí. Mi madre preparaba la comida y no volvíamos hasta que se hacía de noche. Incluso hubo una vez que acampamos toda la noche.

Le daba igual si no quería escucharle, no podía parar. Era la única manera que tenía de conciliar su pasado con el presente. Compartiendo sus recuerdos.

—Me acuerdo de que en una de esas excursiones...

—¿Por qué me cuentas todo eso? —le interrumpió Eden.

—No sé..., por hablar de algo.

—No tenemos que hablar de nada. Tenemos que caminar.

Ray se aclaró la garganta.

—Ya, bueno, era por...

—¿Por qué? ¿Por pasar el rato? ¿Por conocernos mejor? —se burló ella al advertir el gesto dolido del chico—. No te confundas, Ray: aunque te salvara la vida, no somos amigos.

El chico se detuvo y la miró con sorpresa y rabia.

—¿Salvarme la...? ¡Me hiciste prisionero!

—Te salvé la vida y te traté como a uno de los míos. ¿Y cómo me lo pagas? Intentando largarte esta mañana sin avisar a nadie, a pesar del trato que te dimos. ¿Piensas que no me percaté?

Ray se rio con incredulidad y se echó las manos a la cabeza.

—¡Tienes que estar de coña!

—No, no lo estoy: te dije que te llevaría a tu maldito complejo, y pensaba hacerlo. O al menos, intentarlo, porque ya sabes lo que opino sobre...

—¿Pensabas? —la interrumpió.

El gesto de ella fue de lo más elocuente, y Ray comprendió la gravedad de su situación.

—No vas a dejarme ir al complejo, ¿verdad? Me has engañado para retenerme porque me necesitas.

—Mira, Ray, te voy a hacer el tremendo favor de decirte cómo funciona este mundo: nadie se porta bien contigo si no es por puro interés.

La verdad, en boca de Eden y dicha de manera tan directa, le golpeó con tanta fuerza que se alejó un paso de ella. Ray no lo soportó más. Antes de que ella pudiera hacer nada, se dio la vuelta y echó a correr.

—¡¿Adónde vas?!

El chico la ignoró. Huía de ella y de todo lo que representaba. De su mundo y sus mentiras y sus extrañas baterías y su corazón a pilas. Estaba claro que esa chica no había llegado a ser líder de los rebeldes jugando limpio, a él lo había engañado desde el principio.

—¡Maldita sea, te vas a perder! —la escuchó gritar, pero le dio lo mismo.

A lo lejos, los avisos de Ferguson y del resto del equipo retumbaron por las paredes de piedra.

—¡Vuelve, Ray!

No supo si fueron sus voces o una simple casualidad, pero aquel último grito vino acompañado por un suave temblor de tierra que fue creciendo poco a poco hasta convertirse en un rugido tan espantoso que no podía ser ignorado. Ray se detuvo, aturdido, mientras el cañón se desmoronaba a su alrededor.

—¡Ray, cuidado!

Al ver a Eden corriendo hacia él, alzó la mirada para comprobar cómo las puntas de varias de las formaciones rocosas se desprendían y se precipitaban hacia él envueltas en una nube de polvo. Segundos después, el cuerpo de Eden impactó contra el suyo y ambos rodaron por el suelo mientras las piedras colisionaban en el lugar donde habían estado momentos antes, sellando por completo el camino. Aún en el suelo, siguieron arrastrándose hasta que la tierra dejó de temblar y consideraron que estaban a salvo.

—¡Eden! ¡Ray! ¿Estáis bien? —el grito de Ferguson les llegó desde el otro lado de la pared de piedra infranqueable.

—¡Sí! ¿Y vosotros?

—¡También! Pero me temo que vais a tener que dar un rodeo. Nos encontraremos al final del cañón, ¿de acuerdo?

—Qué remedio... —masculló Eden, sacudiéndose el polvo de encima.

—¡Tened mucho cuidado! —les pidió el hombretón antes de despedirse.

La chica se volvió hacia él y le tendió la mano para ayudarle a levantarse.

—¿Te has hecho daño? —le preguntó. Cuando él negó con la cabeza, añadió—: Pues vamos. Tenemos que llegar allí antes de que anochezca.

Eden comenzó a andar y él la siguió en silencio, preguntándose por qué le había vuelto a salvar la vida. ¿Lo había hecho para que se sintiera en deuda con ella? ¿O porque sabía que muerto no le valdría?

—Ray —dijo ella de pronto, girándose para mirarle a los ojos, como si hubiera escuchado sus dudas—, tienes razón y te voy a dar dos opciones. La primera es que nuestros caminos se separen aquí y ahora. Tú por tu lado y yo por el mío. La segunda es que me acompañes y, cuando terminemos esto, vayamos a tu supuesto complejo con Logan para buscar respuestas. Tanto las que necesitas tú, como las que necesitamos nosotros. Si escoges la primera opción, te conviertes en mi enemigo. Si te decantas por la segunda, seremos aliados. Tú decides.

Sin darle tiempo a responder, volvió a ponerse en marcha y él no supo qué hacer. Por fin estaban todas las cartas sobre la mesa y aun así seguía tan confundido como antes, si no más. Si elegía marcharse, tenía más posibilidades de llegar antes al complejo... pero también de morir por el camino y de granjearse nuevos enemigos entre los únicos que podía considerar algo parecido a compañeros. Por otro lado, y aunque por fin sabía dónde estaba, no conocía aquella zona tan bien como para campar a su suerte. Pero si se quedaba..., Logan había sido muy claro al respecto: «no confíes en nadie», le había dicho. ¿Por qué iba Eden a estar eximida de aquel consejo?

Sí, le acababa de dar la opción de ser libre, pero a un precio que no se podía permitir. Al final, y a pesar de tener la sensación de estar cometiendo un grave error, Ray no tuvo más remedio que seguir a la chica.

 

Ir a la siguiente página

Report Page