Electro

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Capítulo 5

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31 de mayo de 2020

Acabamos de llegar y me da miedo irme a dormir. Me aterra, cerrar los ojos y volver a tener pesadillas en bucle una y otra vez. Durante el viaje no he podido pegar ojo porque no paraba de soñar con las bombas y las máscaras y las vacunas y los enfermos y los gritos y los autobuses que nos han traído hasta aquí.

Ya no estamos en casa, y no sé si volveremos alguna vez. Ahora escribo desde mi nueva habitación en el complejo este.

Algunos han decidido llamarlo el Ocaso por eso de que es como un retiro para los pocos que no estamos infectados. No sé ni a cuántos metros bajo tierra estamos, ni a qué distancia nos encontramos de Origen. Ha sido un viaje muy largo porque creo que hemos tenido que ir por las pocas carreteras secundarias que se salvaron de la explosión. Ignoro el camino que hemos seguido porque el autobús no tenía ventanas. Está claro que no quieren decirnos el paradero de este sitio.

La explosión...

Papá no ha querido confirmamos nada, pero hay rumores de que lo peor no fueron las bombas ni los destrozos de las ondas expansivas.

Parece ser que lo peor es un gas que expulsaron y que afecta al corazón.

Prefiero no seguir escribiendo. Voy a intentar dormir. Espero que mañana lo vea todo con otra perspectiva.

PD: Se supone que aún hay esperanza. Que nosotros somos esa esperanza. Ojalá llegue a creérmelo.

3 de junio de 2020

Cuando comencé a escribir estas páginas, tuve el presentimiento de que serviría para algo importante. Ahora estoy convencido, Pienso tomar nota de todo lo que ocurra aquí dentro. De cada detalle y conversación. No quiero olvidar ni un solo fragmento de información que me permita ayudar a construir esta segunda vida que se nos ha ofrecido. Somos supervivientes, y ahora tenemos la oportunidad de empezar de cero y de no volver a cometer los errores de nuestros antepasados. Aunque pueda sonar pretencioso, nosotros hemos Sufrido él Big Bang de nuestra raza, y hemos salido indemnes. Alguna razón habrá

Esta mañana nos han entregado a cada uno un kit de información que incluye un mapa del inmenso complejo, un listado telefónico con las extensiones para comunicarnos entre las diferentes áreas y las normas básicas. Normas, reglas, leyes... No importa el nombre, Hay ciertas cosas que están prohibidas, como intentar salir al exterior, estar fuera de tu área entre la medianoche y las cinco de la mañana (sí, aquí también hay toque de queda) o acceder a las zonas negras (sitios restringidos, vaya). Es evidente que son muchos los que sabían que todo esto iba a suceder. Y lo mejor de todo es que tengo que dar las gracias por encontrarme aquí.

Es imposible hacerse una idea de lo enorme que es el Ocaso sin verlo. Han construido una ciudad bajo tierra. El único sitio en el que podemos ver el sol es en la primera planta, en el gigantesco recibidor ajardinado, cubierto por una cúpula de cristal a través de la cual entra la luz. Natural. El complejo tiene forma cilíndrica y está, excavado en la tierra un nivel tras otro, conectados entre sí por ascensores y escalera. Ni uno solo supera la línea de la superficie. Incluso las granjas y los huertos para abastecer a todo el complejo se encuentran en esa primera planta. A fin de cuentas, nos sigue haciendo falta el sol.

Debajo es donde vivimos nosotros.

El complejo está formado por veinticinco pisos. En los anillos exteriores de cada uno de ellos se encuentran las viviendas. A lo largo de varios kilómetros de circunferencia, se distribuyen las miles de estancias que sirven de hogar a las afortunadas familias que escapamos del exterior. Según el número de integrantes que vivan en ellas, tienen una o varias habitaciones. Por lo demás, son todas idénticas y están equipadas con los mismos muebles blancos y grises.

Cada planta, a su vez, se encuentra dividida en quesitos como los del Trivial a los que llaman vecindarios. Veinte en total. Nuestro nuevo hogar es la puerta 9 del 7-14 porque estamos en el decimocuarto quesito del séptimo piso, aunque da lo mismo. Como digo, todos son idénticos.

Hay un total de mil viviendas en cada piso, que se distribuyen en grupos de cincuenta casas por "vecindario". A medida que nos acercamos al centro de la planta, nos encontramos las zonas públicas de ocio, educación, sanidad, etc., que están repartidas por todo el interior del círculo. El núcleo es zona negra, así que no sabemos qué hay allí. En el mapa no viene señalada la circunferencia interior. Le he preguntado a mi padre y se ha limitado a responder con vaguedades. Los controles de seguridad, laboratorios, oficinas de registros..., esas cosas, dice.

Me pregunto cómo han podido construir semejante monstruosidad sin que nadie se entere. Conclusiones como esta son las que me hacen sentir diminuto e insignificante. No sabemos nada. No nos cuentan nada. Sin embargo, eso va a dejar de ser así. Al menos para mí.

Tarde lo que tarde y cueste lo que cueste, llegaré a conocer el funcionamiento real del complejo.

La buena noticia es que a la familia de Sarah también le han asignado el mismo vecindario. La casa no está en el mismo pasillo, pero al menos he podido dar una vuelta con ella por la mañana. De Michael no sabemos nada, y me temo lo peor...

Otra cosa positiva, sobre todo para mi madre, es que papá vuelve a dormir en casa. Por las mañanas se marcha temprano a los laboratorios y vuelve siempre a la hora de la cena, pero algo es algo. Y sé que eso le da vida a mamá, sobre todo estos días que no están siendo fáciles ni para ella ni, por qué negarlo, para mí.

Lo último que quiero pensar es que está contagiada, apenas estuvo expuesta al gas de la bomba. Puede ser cualquier otra cosa:el cambio de agua, vértigos... A lo mejor es un simple catarro. Aun así, papá no se fía y cada día se lleva nuevas muestras de sangre al trabajo. Por suerte, todavía no ha encontrado nada preocupante en ellas. O al menos eso me dice.

Por primera vez, quiero creerle sin hacer más preguntas.

PD: Finalmente, el ser humano ha descubierto lo que es convertirse en una especie en peligro de extinción.

8 de junio de 2020

Esta vez no escribo desde mi habitación. Lo hago sentado en uno de los bancos del primer piso, con la luz del sol sobre mi cabeza. Como echo de menos sentir su calor en la piel o el viento revolviéndome el pelo... Aquí dentro siempre hace la misma y perfecta temperatura, sin variar ni un ápice. Uno nunca puede sentir ni demasiado frío ni demasiado calor. Aunque lo quiera y lo busque.

Las noches son siempre iguales gracias a los reflectores nocturnos que iluminan los pisos inferiores, y de día siempre nos acompañan las mismas luces halógenas. De no ser por el techo de cristal de la primera planta, podría decirse que vivimos en una nave espacial, pero cuando subo aquí arriba recuerdo que seguimos enterrados.

Echo mucho de menos Origen. Demasiado. Apenas llevo diez días en este sitio y ya estoy harto. La vida aquí es demasiado monótona. Tenemos unos horarios que, obviamente, hay que cumplir. Han calculado todo para que estemos repartidos de manera equilibrada en cada momento del día.

La semana pasada nos dieron una charla en la que nos contaron cómo iban a ser las cosas por aquí. Los mayores de dieciséis años debemos mandar nuestras solicitudes para trabajar en las áreas que más nos interesen. Por supuesto, el sector de los laboratorios no ha abierto convocatoria, así que toca pensar en otras opciones. Por el momento, y para mantenerme todo lo ocupado posible, estoy ayudando en el comedor y los almacenes, repartiendo los distintos lotes de alimentos que salen de los laboratorios, Al menos desde allí puedo aprender más sobre la organización del complejo.

Las zonas de ocio se reducen a gimnasio y una zona recreativa. También nos entregaron unos dispositivos digitales desde los cuales podemos descargar los millones de libros, canciones, series y películas almacenados en la red de datos del complejo. Son obras del mundo entero, muchas de ellas en su idioma original y de temas infinitamente variados, un triste consuelo, pero consuelo al fin y al cabo...

Aun así, en mis ratos libres, prefiero dar una vuelta con Sarah por las zonas de ocio o por aquí arriba. Ella ha decidido continuar estudiando bioquímica, así que nos solemos ver cuando sale de clase, gusto un par de horas antes de que den el toque de queda.

Lo mejor son las asambleas que tenemos con los encargados del complejo. En ellas nos animan a recordar que la motivación debe nacer de nuestro interés por hacer del complejo un lugar mejor en el que vivir. "La felicidad es un derecho, no una opción". Lo más preocupante de todo es que la gente se anima con eso. Y a mí este rollo sectario me da miedo. Mucho miedo.

Mamá sigue en la cama, aunque, hoy ha comido algo más en el desayuno. Sarah se ha convertido en mi mayor apoyo aquí dentro. Me gusta pensar que yo también soy el suyo. Hablar con ella es como hablar con una parte de mí que no sabía que me faltaba hasta ahora. Sin ella, mi vida en el complejo sería muy diferente, mucho más triste y deprimente. Cuando estoy con ella, siento que estoy en casa: en Origen.

Aparte de nosotros, hay pocos chicos de nuestra edad en el vecindario, y con los que me he cruzado, no he hablado apenas. Tampoco es que haya tenido demasiado tiempo. Además, tenemos el resto de nuestras vidas para conocernos, ¿no?

Una de las normas que más me fastidian del complejo es que los habitantes de un piso no pueden subir ni bajar a otro sin autorización. Tan solo nos dejan ir a los superiores, a los jardines. Pero solo en nuestro turno. Porque sí, como en una cárcel, cada planta tiene su tiempo de recreo para que nos dé la luz del sol, aunque sea a través de un cristal irrompible.

En resumidas cuentas, ya puedo asegurar que, casi seguro, las únicas personas que conoceré en lo que me queda de vida vivirán y morirán en el séptimo piso del Ocaso. Es verdad que cada suelo, con sus veinte vecindarios, es suficientemente grande como para albergar a más personas de las que voy a ser capaz de recordar, pero el mero hecho de que me impidan ir a un lugar aumenta mi interés por conocerlo...

Ahora he quedado con Sarah antes de entrar a trabajar y prefiero no tener que darle explicaciones sobre que estoy haciendo. Dudo que pueda volver a escribir hasta mañana, así que, como decían en aquella película: por si no nos vemos, buenas tardes y buenas noches.

PD: Echo de menos la imperfección del mundo.

7 de junio de 2020

Hoy ha sido uno de los pocos días en los que me he sentido a justo en este sitio. Igual es porque me estoy empegando a acostumbrar a la vida de aquí.

Cuando me he levantado, mamá también estaba despierta y trajinando por casa. Había reordenado los cajones y armarios con la ropa nueva que nos han ofrecido en el complejo. El sitio empieza a parecer de verdad un hogar.

El trabajo se me ha pasado volando. Además de la ilusión que me ha hecho ver a mamá recuperada, hoy he conocido a un compañero que tiene veintidós años, un par más que yo, y que se llama Darwin. El tío es un loco de las ciencias y parece que ha aprovechado el tiempo aquí dentro mejor que yo. Está enterado de muchas más cosas de las que nos han contado, como por ejemplo de que no en todos los pisos hay familias viviendo, sino niños rescatados de orfanatos o mendigos escogidos al azar. Si esto es cierto, me quito el sombrero ante los directivos del complejo.

Darwin ha sido quien me ha informado de la escapada nocturna que habían preparado unos cuantos tíos del vecindario con los que se ha juntado. Me ha invitado a acompañarlos y yo se lo he dicho a Sarah. Así que, después de limpiar todo tras la cena, nos ha venido a buscar con dos chicos (Kaleb y Ransom) y una chica (Eugene), amigos de él, y nos hemos largado al primer piso del complejo.

Se supone que los ascensores solo se activan cuando es nuestro turno, pero, ¡sorpresa, sorpresa! Ransom ha sido uno de los poquísimos afortunados encargados de encontrar trabajo en el granero sin postular a ello y tiene una tarjeta especial para activar los elevadores a cualquier hora del día y subir al primer piso exclusivamente. Veremos lo que tardan los mandamases en advertir este uso fraudulento y se la quitan. Pero hasta entonces...

Juro que la noche nunca me había parecido tan bonita. Después de las presentaciones de rigor, nos hemos escabullido entre los pasillos que separan los diferentes parterres hasta la zona ajardinada. Allí nos hemos sentado, con la vista puesta en las relucientes estrellas más allá de la cúpula del techo, entre risas y anécdotas.

Darwin, además, nos ha sorprendido con una botella de vino tinto que nadie esperaba. Una de las normas principales del complejo es no beber ni fumar en otros sitios que no sean las salas habilitadas para ello, y siempre de forma moderada. Aquí abajo hay poco espacio para las adicciones. Pero nuestro nuevo amigo nos ha asegurado que la enviará a reciclar antes de que sirvan el desayuno.

Y visto lo visto, le creo.

Conocer a Darwin me ha animado a volver a proponerle a papá echarle una mano en el laboratorio. Creo que seré más útil para el complejo trabajando allí que en los almacenes y ya no hay excusa para que se niegue, ¡A ver qué le parece!

PD: Más noches como esta, por favor.

12 de junio de 2020

Mamá ha empeorado. Mucho. Ha estado toda la noche con fiebre y vomitando. Papá se la ha llevado directamente a la clínica.

He intentado acompañarlos, pero papá se ha puesto hecho un energúmeno y ha empezado a gritarme que ni se me ocurra moverme de casa. ¿Qué leches le pasa? Entiendo que esté preocupado por mamá, pero ¿y yo qué? ¿No cuento? Yo estoy igual de preocupado que él. ¡Es mi madre! Te juro que no entiendo a qué ha venido todo lo de antes...

Aun así, después del curro me pasaré por la clínica. Intentaré hablar con mi superior, a ver si me deja salir media hora antes... Me da igual cómo se ponga mi padre.

PD: Dicen que después de la tempestad, llega la calma. Lo que no dicen es que, después de la calma, siempre se desata el infierno.

12 de junio de 2020. Un rato después.

Es la primera vez que escribo dos veces en un mismo día. Es esto o ponerme a pegar puñetazos a todos los muebles prefabricados del cuarto hasta hacerme sangre en los nudillos. ¿Qué diablos le pasa a mi padre? He intentado hablar con él, razonar... ¡le he suplicado y todo! Pues le ha dado lo mismo: "Mamá está en cuarentena", dice. Y no me deja verla. Tampoco me permite acompañarle al trabajo y echarle una mano en los laboratorios. ¿Cuándo dejará de verme como un crío? ¿Cuándo se dará cuenta de que con los tres años de universidad y todo lo que he aprendido por mi cuenta puedo serles útil? ¡Y más ahora que mi madre está ahí dentro!

Sarah y Darwin han venido a verme para preguntarme cómo me encontraba, pero les he despachado tan educadamente como he podido antes de ponerme a gritar de rabia y frustración.

Darwin nos ha contado la historia de su familia. De cómo sus padres murieron por culpa de la bomba y ahora él tiene que hacerse carpo de su hermano pequeño, Jake, que no es más que un bebé. Pero sinceramente, ahora mismo todo eso me da igual. Me da pena, claro que me da pena, pero es mi madre quien ahora ocupa toda mi atención. Me encantaría no ser así, pero he dejado de tener control sobre mis emociones y siento que voy a la deriva. Estar encerrado aquí, con mi madre aislada..., sin poder hacer nada, sin poder estar con ella... ¡Ni siquiera verla!

En mi cabeza no paro de hacerme una y otra vez la misma pregunta: ¿qué tenía esa bomba?

Y papá sabe algo. Algo gordo que no me quiere decir.

PD: Si alguien ahí arriba, más allá de la cúpula del primer piso, que me escuche: ella no tiene la culpa.

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