El protector

El protector


Capítulo 36

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Capítulo 36

CAMI

Se me forma un nudo en la garganta al verlo a través del cristal de la cocina, relacionándose con la avispada niña. Parecía tan aterrorizado que dejarlo a solas con ella ha sido una de las cosas más difíciles que he hecho nunca. Pero tengo fe en él. Necesita hacer esto. Tiene que dar este paso definitivo hacia el pasado para arreglar las cosas. La semana anterior la pasamos solos, tranquilos. Yo necesitaba hacerme a la idea de que mi padre me había traicionado, y Jake estaba dándole vueltas al futuro. Un futuro que quiere que sea a mi lado y, a ser posible, junto a esa niñita que está ahora mismo presentándole a sus ositos de peluche. Sonrío al ver que Jake le estrecha la mano a uno de ellos. ¡Qué mono es, parece que la pequeñaja y los ositos le den miedo!

—Lo está haciendo estupendamente —comenta Abbie, colocándose a mi lado frente a la ventana—. Charlotte es todo un personaje. Tiene mucho carácter y no se anda con tonterías.

Me echo a reír porque me recuerda mucho a cierta persona.

—Es adorable.

—Sí que lo es.

—¿Cómo te las has arreglado?

—Bueno, una hace lo que tiene que hacer, ¿no? Siempre pensé que Jake volvería algún día. Charlotte sabe que su mamá está en el cielo y piensa que su papá ha estado lejos, luchando contra los malos. —Se echa a reír y yo la acompaño.

—Bueno, en parte, así es.

—Sí. —Abbie asiente con la cabeza—. No tuve mucho trato con Jake, pero sé reconocer a un hombre íntegro. Es una lástima que mi hermana jugara con él.

—¿Cómo era? —le pregunto, porque Abbie me hace sentir muy cómoda. Llevo media hora con ella en la cocina, pero me siento muy relajada. Tiene un aura serena, calmada, que se contagia.

Se cruza de brazos. Tiene el pelo moreno, recogido en un moño flojo. Lleva una camiseta teñida con nudos y unos vaqueros manchados de pintura.

—Éramos muy distintas —responde melancólica con la mirada puesta en el jardín—. Monica era atrevida, muy nerviosa, algo temeraria. Muchas veces me pregunté si realmente compartíamos padres.

—Mi hermano y yo somos muy diferentes, pero es que somos de madres distintas.

Ella me mira y sonríe.

—Lo sé.

Me ruborizo. Claro que lo sabe; lo sabe todo Londres.

—La historia de Jake y Monica fue como un torbellino —sigue contando, sorprendiéndome.

No era mi intención cotillear en el pasado de Jake. Aunque sé que es absurdo, sobre todo teniendo en cuenta lo mal que acabó todo, no puedo evitar sentirme un poco celosa. También se mezcla un poco de resentimiento, unido a una pizca de gratitud. Una extraña mezcla de sentimientos para dirigirle a una mujer que está muerta. Tengo resentimiento por el daño que le hizo a Jake, pero agradezco que sus malas decisiones me permitieran curarlo. Y me pone celosa pensar que tuvo un efecto tan grande sobre él.

—Se conocieron cuando él estaba de permiso —continúa diciendo Abbie, arrancándome así de mis pensamientos. Se echa a reír—. Se casaron antes de que él volviera a Afganistán. Ella descubrió que estaba embarazada y eso los decidió. —Suspira y da un sorbo a la taza de té que está bebiendo—. Yo ya sabía que era un error. Monica era una mujer muy exigente; necesitaba atención constante, y era obvio que Jake no iba a poder dársela desde Oriente Medio.

«Y ahí fue cuando entró en juego el mejor amigo», me digo, sirviéndome yo también una taza de té.

—Quería mucho a mi hermana, pero debo reconocer que era muy egoísta. —Me dirige una sonrisa triste—. La lujuria era su debilidad. Ser esposa y madre no era suficiente para ella.

No sé qué decir, así que le digo lo único que se me ocurre:

—Gracias.

Ella me mira curiosa.

—¿Por qué?

Me siento un poco idiota. No sé si debería decir lo que voy a decir, pero una fuerza me impulsa a hacerlo.

—Por cuidar de Charlotte. Has hecho un trabajo maravilloso.

Esta mujer no tuvo la culpa de nada, pero se encargó de recoger los pedazos de aquel desastre. Y no sólo eso: ha mantenido el recuerdo de su padre vivo en la mente de su hija. Es una mujer sincera, una buena mujer. Jake nunca podrá agradecerle lo suficiente lo que ha hecho.

—La quiero. —Oigo que le tiembla la voz y no puedo resistirme a apoyarle una mano en el brazo. Ella se echa a reír para aligerar el ambiente—. Estoy siendo una idiota. Llevo años soñando con que llegue este día, pero ahora que ha llegado, estoy un poco abrumada. Quería que Jake supiera lo increíble que es su hija. Sabía que se enamoraría de ella en cuanto la viera.

Su fe y su capacidad de empatizar son increíbles. Vuelvo a mirar por la ventana y veo que Jake tiene un osito de peluche en el regazo. Le está dando una fresa, siguiendo las instrucciones de Charlotte, que le muestra cómo se hace. Me echo a reír, disfrutando de la bonita escena. Él está sonriendo; sus ojos brillan de felicidad. Tiene una expresión maravillada, como si no pudiera entender cómo es posible que una niña pequeña le haga hacer algo tan ñoño.

—Creo que ya se ha enamorado.

—Normal. Era inevitable. —Abbie deja la taza—. Oh, vienen hacia aquí. ¿Te parece que le sirva a Jake algo más fuerte que el té?

—Sí. —Me echo a reír justo cuando Charlotte entra en la cocina tirando de él.

Lo observo con los labios fruncidos. El Jake que entra es un Jake mucho más relajado que el que dejé en el jardín hace un rato.

La niña se coloca ante mí sin soltar su mano.

—Mi papi dice que eres su ángel.

Sorprendida, miro a Jake, que se encoge de hombros. Vaya, esto no me lo esperaba.

—Eh…, yo… —balbuceo como una boba.

—¿Eres un ángel como mi mami? —me pregunta con una inocencia que me funde el corazón.

—Bueno…, yo… —Busco una explicación que la niña pueda comprender, pero no la encuentro y me pongo muy nerviosa.

—No, no como tu mami —interviene Abbie al darse cuenta de mis dificultades—. Tu mami es un ángel porque está en el cielo. Cami lo es porque es la salvadora de tu papi.

Contengo el aliento, mirando a Jake. Él también parece sorprendido.

—¿Qué es un salvador? —quiere saber la niña.

Sin hacer caso de nuestras caras de asombro, Abbie se agacha y apoya las manos en las rodillas para estar más cerca de su sobrina. Con una sonrisa tranquilizadora, le responde:

—Un salvador es alguien que hace que una persona que estaba triste sea feliz. —Lo dice con tanta facilidad que parece que lo tuviera ensayado. Responde a las dudas de la pequeña con calma y naturalidad.

Jake y yo no habríamos sido capaces de hacerlo. Dios, cada vez estoy más nerviosa. ¿Cómo vamos a lograrlo? No hemos hablado de la logística ni de las cuestiones prácticas.

—¿Por qué estaba triste mi papi? —pregunta Charlotte, que se entristece sólo de pensarlo.

—Porque quería estar aquí contigo, pero no podía —contesta Abbie tranquilamente, consolándola.

Miro a Jake, que tiene la mirada clavada en la pequeña y los ojos anegados en lágrimas. Yo no sé cuánto tiempo voy a poder aguantar sin echarme a llorar.

Charlotte parece satisfecha con la respuesta, y se vuelve hacia mí.

—¡Gracias por hacer feliz a mi papi! —canturrea, dirigiéndome una sonrisa radiante—. Y ahora yo te ayudaré a hacerlo feliz porque ya ha luchado contra todos los malos. ¡Ahora ya puede ser mi papi!

¡Oh, Dios mío! Trago saliva varias veces y me obligo a sonreír. Miro a Jake, tratando de averiguar qué le pasa por la mente, pero no soy capaz. Parece estar entre confuso y maravillado.

—De nada —murmuro.

—Papi me ha pedido que lo ayude a hacer una cosa —declara, sacando pecho orgullosa.

Trato de disimular la sorpresa.

—¿Ah, sí?

Ella asiente y se agarra de Jake con las dos manos, colgándose de él.

—Tienes que salir al jardín.

Lo miro y él me lo confirma, señalando la puerta.

—Parece que tenemos que salir al jardín —dice tras aclararse la garganta.

Me vuelvo hacia Abbie, que se encoge de hombros y disimula una sonrisa.

—Al jardín —me anima, apoyándome la mano en la espalda.

No puedo hacer otra cosa más que seguir las instrucciones de los tres, así que camino detrás de Charlotte hasta el exuberante lugar. Me fijo en el pequeño huerto y en el cobertizo pintado. Los colores mezclados me hacen sospechar que Charlotte puede haber echado una mano con la pintura.

—¿Quieres sentarte? —Jake señala una de las sillas vacías.

—No lo sé. ¿Debería?

—¡Sí! —asiente Charlotte, entusiasmada, y me empuja con una fuerza sorprendente en alguien tan menudo.

Me dejo caer en la silla. Ella me observa y se vuelve hacia Jake.

—Eres alto, papi. Tendrás que arrodillarte o no podrás besarla.

Me enderezo en el asiento de un brinco, pero él se ríe y se lleva un dedo a los labios, mandándome callar.

Charlotte abre mucho los ojos y se tapa la boca con la mano.

—¡Uy…!

—¿Qué pasa? —le pregunto.

No me gusta nada no saber lo que va a suceder; tampoco me entusiasma ser el centro de atención.

La sonrisa feliz de Jake se vuelve más tímida cuando la niña lo empuja por la cadera para que se aproxime a mí. Lo miro y tardo unos instantes en darme cuenta de que su cara está cada vez más cerca.

Porque está poniendo una rodilla en el suelo.

Me echo hacia atrás en la silla, nerviosa. Dios mío, ¿qué está haciendo?

Con la rodilla en el suelo, me toma la mano y tira de mí hacia delante. No se lo pongo fácil. Ladeando la cabeza con curiosidad, Jake tira entonces con más fuerza, obligándome a acercarme de un brinco.

—Cuando le conté a Charlotte que nos íbamos a casar —comienza a decir en voz baja—, ella quiso saber cómo te lo había pedido. —Mira a su hija, que está sonriendo, y se echa a reír pasándose la mano por el pelo nervioso—. No ha acabado de convencerla…

«¿Ah, no? Pero ¡si fue perfecto!», pienso. No lo digo en voz alta porque Charlotte está asintiendo con entusiasmo y Abbie se está partiendo de risa a su espalda.

—Me dijo que en los cuentos de hadas no se hace así —prosigue Jake con la voz emocionada. Respira hondo antes de seguir adelante.

—¿Por qué? —interrogo a Charlotte, que pone los ojos en blanco, como si tuviera que tener mucha paciencia con nosotros.

—¡Porque no te dio un anillo! —responde—. Los príncipes siempre tienen un anillo preparado para la princesa.

—Aaaahhh… —No me atrevo a decirle que tuve un anillo, pero que se acabó borrando.

—¡Y ahora tiene un anillo! —Está casi temblando de la emoción—. ¡Dáselo, papi!

«¿Tiene un anillo?»

Me muerdo el labio al notar que Jake me aprieta un poco los dedos.

—¿Te importa que lo repitamos? —me pregunta un tanto avergonzado.

Siento ganas de llorar. Estoy a punto de decirle que no hace falta cuando noto que Charlotte se pone a mi lado y me coloca algo en la cabeza.

—Así, ahora ya eres una princesa de verdad —afirma mientras baja de la silla.

Me llevo las manos a la cabeza y noto que me ha puesto una tiara de plástico.

—Era de Cenicienta —comenta como de pasada.

Me echo a reír, nerviosa.

—Gracias.

La niña sonríe, muy orgullosa de sí misma.

Jake mira a su hija, pidiéndole permiso, y ella asiente con una sonrisa. Luego se vuelve hacia mí y saca un anillo, un anillo de diamante precioso en su sencillez.

—Camile Logan… —susurra, y yo aprieto los labios para evitar echarme a llorar a moco tendido como una tonta. Estoy segura de que Charlotte no lo aprobaría: Cenicienta no llora.

Jake me dirige una sonrisa radiante y feliz. El príncipe encantador, a su lado, no tendría nada que hacer. Me aprieta la mano.

—¿Me aceptas para siempre?

—¡No se hace así! —lo interrumpe Charlotte enfadada.

—Vale —admite Jake, pidiéndome perdón con la mirada. Inspira hondo antes de volver a intentarlo—: Camille Logan, ¿me harías el honor de convertirte en mi esposa? —Me aprieta la mano y me sonríe con timidez—. No puedo imaginarme la vida sin ti. Quiero estar a tu lado el resto de los días que pasemos sobre la Tierra. Quiero ver tu preciosa sonrisa, oír tu voz, verte trabajar. Y quiero compartir mi felicidad contigo. Todos los días durante el resto de nuestras vidas. —Se echa hacia delante y me acaricia la mejilla con ternura—. ¿Te casarás conmigo?

Trago saliva, atragantándome de emoción, y mantengo los labios firmemente cerrados para que no se me escape. Luego asiento despacio.

—Tienes que decir que sí —me insta Charlotte, y yo me echo a reír junto con Jake y con Abbie, mientras la niña espera a que siga sus instrucciones. No me molesto en decirle que ya lo habíamos hecho antes; sé que le daría igual porque, a sus ojos, Jake lo había hecho mal.

Logro sonreír, a pesar de la emoción que me embarga.

—Sí —asiento en voz alta y clara mientras Jake me desliza el anillo por el dedo—. Ahora tú eres mi hogar. —Ya no puedo más, las lágrimas han empezado a caerme por las mejillas sin control. ¡Que le den a Cenicienta! Tal vez su madrastra y hermanastras fueran unas zorras sin sentimientos, pero yo no—. Lo eres todo para mí, Jake Sharp.

—¡Sí! —grita Charlotte, y me echo a reír a pesar de mi llanto al verla hacer piruetas.

Jake acaricia la gema con el pulgar y suspira.

—Gracias —murmura.

—¡Ahora tenéis que besaros! —Charlotte empieza a dar botes a nuestro lado, dando palmas simultáneamente.

No pierdo el tiempo. Nadie va a tener que decirme nunca dos veces que bese a Jake. Me arrojo a sus brazos y pego la boca a la suya hasta hacerlo caer sobre la hierba, olvidándome de todas mis inhibiciones. Estoy perdida en una nube de felicidad, optimismo y amor inmortal, mientras Charlotte danza alrededor de nuestros cuerpos tumbados, dando palmas y animándonos.

Sólo me detengo cuando ella nos ordena que dejemos de besarnos. Se agacha junto a la cabeza de su padre y apoya las manitas en su regazo. Me mira mientras Jake la mira a ella.

—Papi me ha dado un anillo a mí también —me anuncia orgullosa, levantando su manita regordeta para que lo vea bien—. Ha dicho que era superespecial.

Bajo la vista y veo una réplica del anillo de compromiso que Jake me dibujó en su refugio en el campo. Lo miro con una sonrisa enorme.

Él se encoge de hombros.

—Has tenido suerte. Ella quería ése. —Señala el dedo donde mi anillo de diamante me encaja a la medida.

Me echo a reír a carcajadas y pienso algo que nunca me imaginé que podría llegar a pensar. Pienso en lo feliz y complacida que estoy de compartir a Jake. Me encanta compartirlo con esta preciosa chiquilla tan llena de vida. Su niñita. Todo lo que tiene es mío, y ahora Charlotte también es mía.

Inspiro hondo, empapándome del aire fresco y del embriagador aroma del amor que me rodea. Cierro los ojos y oculto la cara en el pecho de Jake.

—Y ahora, ¿qué pasará? —pregunto en voz baja.

—¿Qué quieres que pase?

—Me gustaría que viviéramos felices para siempre en tu país encantado.

Noto que sonríe con la cara pegada a mi cuello.

—Lo que tú quieras.

Charlotte grita y ambos levantamos la cara hacia ella.

—¡Yo también quiero vivir en un país encantado! ¿Puedo, papi? ¿Puedo, puedo? —Parece casi aterrorizada ante la posibilidad de que le diga que no.

Miro a Jake, preguntándome cómo va a manejar la situación. No me engaño. Sé que no es todo tan sencillo; que no podemos simplemente llevarnos a la niña y vivir los tres felices para siempre. Hace falta tiempo y planear bien las cosas. Jake aprieta los labios. Está claro que él también está pensando cómo plantear las cosas para no romper las esperanzas de la chiquilla sin quitarle autoridad a su tía Abbie. Lleva cuatro años cuidando de ella; su opinión merece toda nuestra consideración.

Abbie da un paso adelante y se agacha para quedar a la altura de la niña.

—De momento podrás ir de visita los fines de semana, hasta que papi y Camille dispongan tu habitación. Tienen que preparar muchas cosas antes de tu llegada. —Sonríe, pero noto el esfuerzo que está haciendo. Tiene la voz temblorosa.

Jake se incorpora. Yo me echo a un lado, adivinando su intención. Le da la mano a Abbie y se la aprieta para consolarla.

—Gracias —le dice en voz baja.

Abbie traga saliva y niega con la cabeza.

—Y, por supuesto, también han de preparar mi habitación, para cuando yo vaya a visitarte.

—¡Seré una princesa en el país encantado de papi! —Charlotte salta en el sitio emocionada antes de lanzarse sobre Jake y haciendo que caiga al suelo. Él se ríe y deja que la niña se siente sobre su pecho. La pequeña lo mira muy seria—. Me alegro de que hayas vuelto a casa, papi.

Veo que a Jake le tiemblan las mejillas; la emoción amenaza con volver a apoderarse de él mientras levanta la mano y le acaricia la mejilla regordeta.

—Yo también, cariño, yo también. No volveré a marcharme nunca más.

Charlotte se deja caer sobre el pecho de su padre, tratando de abarcar su cuerpo con sus bracitos.

—Puedes ser mi rey, papi.

Jake esconde la cara en el cuello de su hija y la abraza con fuerza. Sé que está reprimiendo las lágrimas. Yo no me molesto en hacerlo y dejo que caigan libremente. Soy feliz notando la paz que emana de él.

Mi sombra tiene ahora su propia sombra.

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