El protector

El protector


CAPÍTULO 10

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CAPÍTULO 10

 

   Devlin sabía que no debía haberla besado de aquella manera, pero no era tan fuerte como para resistirse a la tentación. El sabor de Laurel era dulce, con un toque de genio vivo que le daba un matiz picante. Le gustaba. Sin embargo, no se necesitaba ser un genio para saber que la buena de la doctora no se sentía especialmente contenta con él en aquellos momentos. Sin duda, no apreciaba su brusca  llamada telefónica. Pero si lo que quería eran palabras rimbombantes y modales elegantes, había elegido al hombre equivocado como amante.

   Tiró de su cabello de forma juguetona.

   —¿Hasta qué punto estás cabreada?

   Laurel entrecerró los ojos. Las ojeras que había debajo de sus ojos le recordaron a Devlin que los últimos días tampoco habían sido fáciles para ella. Quizás era un perfecto egoísta, pero no se arrepentía de nada de lo que había sucedido entre ellos.

    —La próxima vez que quieras algo, pídemelo, o descubrirás que no respondo bien a las órdenes. Vuelve a hacerlo y esperarás aquí sentado hasta que el infierno se congele.

    Laurel se deslizó sobre el asiento para poner distancia entre ellos. Devlin se echó a reír, volvió a acercarla a él y la besó de nuevo. La resistencia de Laurel se desvaneció poco a poco, se apoyó en él y, por el momento, se contentó con que él la abrazara.

    —Ahora que hemos aclarado este asunto, ¿por qué me has hecho venir avisándome con tan poca antelación?

    —¿Acaso necesito una razón para hacerlo?

    —Sí que la necesitas, sobre todo cuando me haces salir de una reunión con mi jefe y tu coronel Kincade.

    Esta información despertó el interés de Devlin.

    —¿Qué quería el imbécil de Kincade? ¿No tiene suficiente con que todos hayamos pasado tus malditas pruebas?

    Si sus palabras le resultaban cortantes a Laurel, peor para ella.

   —No son «mis» pruebas, Devlin. Además, ¿cómo sabes que todos las habéis superado?

   El mal genio volvió a asomarle en los ojos.

   —No te preocupes, doctora, no hemos pirateado tus archivos médicos. —Aunque, ahora que lo pensaba, no era una mala idea. D.J. podía hacerlo sin dejar ningún rastro—. La mayoría de los Paladines locales y unos cuantos de los importados estuvieron ayer en mi piso tomando pizza y cerveza. Supongo que no te parecerá extraño que  la cuestión  de los escáneres obligatorios constituyera un tema de interés para todos.

   —Mmm... Por lo visto, os lo pasasteis mucho mejor vosotros que yo. Yo estuve en el laboratorio hasta altas horas de la madrugada analizando los resultados y redactando los informes. —Laurel apoyó la cabeza en el brazo de Devlin y cerró los ojos—. ¡Tengo unas ganas de ir a casa esta noche!

   Él deseaba con toda su alma estar allí esperándola, pero no sería sensato. Incluso en aquel momento, no disponía de mucho tiempo, pues tenía que regresar al Centro para hablar con sus compañeros. Si el camarero no se daba prisa con lo que habían pedido, tendrían que envolvérselo para que pudieran llevárselo. Devlin buscó al camarero con la mirada y éste le indicó, con una seña, que su pedido estaba en camino.

   —Volviendo al coronel Kincade...

   Laurel exhaló un suspiro.

   —Quiere que os realicemos escáneres con regularidad, aunque, cuando me fui, todavía no habíamos tomado ninguna decisión en firme.

   ¡Mierda, él ya se temía algo parecido!

   —¿Crees que se saldrá con la suya?

   —No lo sé. El establecimiento de las pruebas siempre ha dependido de Investigación, no de Intendencia, pero Kincade se muestra muy insistente. Además, después de lo que ocurrió el otro día, es posible que Regencia se ponga del lado de Kincade. Sé que todos vosotros odiáis  las pruebas y los escáneres, pero si  logramos determinar  qué parte de vuestra fisiología permite que reviváis y os recuperéis de las heridas tan horribles que  sufrís, quizá podamos controlar los efectos perjudiciales que padecéis a largo plazo.

   —Nos ha ido muy bien durante siglos sin saber la causa.

   Laurel tuvo la cara  de echarse a reír.

   —¿Quién habría pensado que un tío grande y duro como tú sería tan carca? Sólo porque algo se haya hecho siempre de la misma manera no quiere decir que ésta sea la única forma de hacerlo, ni tampoco la mejor. ¿Qué pasaría si consiguiéramos que los resultados mejoraran  y vuestro proceso fuera más lento? ¿Eso no merecería que os realizáramos unas cuantas pruebas más?

   Quizá sí, pero ¿qué pasaría si los resultados mejoraran pero ellos continuaran convirtiéndose en Otros  sin previo aviso? Y, ¿no había dicho el doctor Neal que sus resultados habían mejorado?

 

     —¿El doctor Neal te ha mencionado algo acerca de mis

  resultados?

     —No, hemos tenido el tiempo justo de catalogar los resultados de las pruebas que hemos realizado cada uno y no hemos podido contrastar los informes. Pensaba hacerlo esta  tarde. ¿Y a ti te ha dicho algo?

     —Me comentó que le llamaron la atención un par de datos porque habían disminuido en relación con el escáner que  me realizaste el otro día.

     Antes de que ella pudiera responder, el camarero se acercó con una gran bandeja apoyada en el hombro. Dejó la comida sobre la mesa y Laurel y Devlin se concentraron, durante unos minutos, en las pizzas.

    Devlin, prácticamente, engulló la suya, y también un pedazo de la de Laurel. Le habría gustado tener tiempo para pasear con ella hasta el muelle, como hicieron la otra  vez, pero los dos tenían asuntos urgentes que atender.

    —Gracias por venir.

    —Todavía no me has dicho por qué me has llamado.

    Laurel se limpió la boca con la servilleta y la dejó encima de la mesa.

   —Quería asegurarme de que estabas bien.

   Devlin le había pedido a Trahern que la siguiera hasta el restaurante y de vuelta hasta Investigación para averiguar si alguien mostraba interés en sus idas y venidas. Sabía que podía confiar en Trahern para protegerla, pero tenía por delante una larga espera hasta que él lo telefoneara para decirle que había llegado sana y salva al laboratorio.

   —¿Hay alguna razón para que no lo esté?

   Devlin se preguntó qué podía contarle. Lo ideal sería contarle lo suficiente para que fuera más cautelosa pero no tanto como para que regresara a Investigación histérica y pusiera a todo el mundo en estado de alerta. Su Tutora no era una mujer débil, pero sólo veía lo bueno de los demás.

El hecho de que creyera que los Paladines podían salvarse demostraba lo inocente que era en realidad.

   Devlin dio una rápida ojeada a los clientes del restaurante para asegurarse de que no había nadie que le resultara familiar.

   —Últimamente han ocurrido muchas cosas que no cuadran. Estamos intentando resolver la situación, pero, de momento, tenemos más preguntas que respuestas.

   —¿Preguntas acerca de qué? Ya te he explicado lo de los escáneres.

   —No, no me refiero a nada relacionado con vosotros, pero en nuestro entorno han estado ocurriendo cosas raras. Probablemente no se trate de nada serio, pero por si acaso estamos siendo más prudentes que de costumbre.

   Para empezar, no confiaban en ninguno de los guardias. Ni en Kincade. Ni siquiera en nadie de Investigación. Hasta que descubrieran quién trataba con los Otros, todo el mundo era sospechoso. Salvo los Paladines y la mujer que estaba sentada a su lado.

   —No me lo estás contando todo, ¿verdad?

   En realidad, no se trataba de una pregunta.

   Devlin se encogió de hombros. Aquella mujer tenía la tendencia de arremeter contra los molinos. Si creyera, aunque sólo  fuera durante un instante, que algún integrante de la organización era corrupto, no descansaría hasta alertar a todo el mundo. Y hacer eso sería lo mismo que pintarle una diana en  la espalda.

   —No.

   Ella lo miró directamente a los ojos intentando descubrir su secreto.

   —Prométeme que, cuando puedas, me lo contarás.

   Devlin asintió con la cabeza y, para su sorpresa, ella le dio un beso. El sabor a orégano y cerveza negra había reemplazado al sabor picante de su genio, pero la pasión era la misma. Ardiente, dulce y adictiva. Laurel estaba jugando con fuego y los dos lo sabían. Al final, uno de ellos demostró tener el sentido común de terminar el beso. Y Devlin estaba casi seguro de que no había sido él.

     —Tengo que volver al laboratorio.

     Sus labios estaban hinchados y resultaban muy tentadores.

     —Deberíamos salir por separado.

     Laurel no estaría sola, pero Devlin no se lo contó.

     —¿Te veré más tarde?

     Una sombra oscureció sus ojos, porque ella ya conocía la respuesta a su pregunta.

     —No.

     Laurel estampó en su cara una sonrisa resplandeciente.

     —Bueno, pues, ha sido un placer, señor Bane. Gracias por la comida.

     Él se levantó del asiento para dejarla salir, aunque deseaba con todas sus fuerzas no tener que hacerlo. Pero ella tenía obligaciones a las que atender y lo cierto era que él también. Sin embargo, en cuanto pudiera, lo dejaría todo a un lado para pasar otra noche en la cama de Laurel.

    Ella debió de percibir la dirección que seguían los pensamientos de Devlin, porque le ofreció una de esas sonrisas femeninas y misteriosas, una de esas sonrisas que hacen que los hombres caigan de rodillas. Devlin retrocedió medio paso antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo y Laurel sonrió abiertamente.

   —¡Gallina!

   La muy picara le dio una palmadita en la mejilla y pasó con rapidez junto a él camino de la puerta.

   Por si esto fuera poco, añadió un poco de balanceo extra a su caminar. Devlin intentó convencerse de que, en beneficio de Laurel, deberían limitar su relación al sexo apasionado, unas cuantas risas y nada más. Pero cuando ella le lanzó una última y dulce mirada desde la puerta, supo que no podría hacerlo.

   Maldiciendo entre dientes, sacó el móvil del bolsillo del pantalón y pulsó uno de los números de marcación rápida.

   —Acaba de salir. Mantenme informado.

 

 

   Devlin había convocado a los Paladines que conocía mejor y en los que más confiaba. Tras años de luchar juntos contra un enemigo común, se sentían como hermanos: cada uno como un arma afilada contra la oscuridad.

   Devlin dobló la mano con la que empuñaba y deseó saber con exactitud a qué se enfrentaban. El traidor terminaría por delatarse y ellos lo atraparían, pero si la traición tenía sus orígenes en Regencia, ¿quién sabía hasta qué escalón del alto mando llegaba?

   La puerta de su despacho se abrió y sus amigos entraron en fila. A menos que el coronel Kincade eligiera aquel momento para realizar una de sus visitas inesperadas, a nadie le extrañaría que Devlin y sus amigos quisieran pasar un rato juntos. De hecho, solían reunirse con frecuencia en su despacho para charlar.

   D.J. se dejó caer en una silla y apoyó las botas en el escritorio de  Devlin. Cullen le  hizo el favor a Devlin de volver a poner los pies de D.J. en el suelo. Aunque Devlin agradeció su gesto, ambos sabían que era inútil. D.J. no sentía el menor respeto por sus pertenencias, de modo que era mucho  menor el que sentía por las pertenencias de los demás. Sus gastadas botas de combate estarían rayando la superficie de madera del escritorio en cuestión de segundos.

   Trahern fue el último en cruzar el umbral. Una vez dentro, cerró la puerta en silencio. Como de costumbre, se quedó apoyado en la pared, tan lejos de los demás como le fue posible. Seguro que no hablaría mucho durante la reunión, pero, cuando lo hiciera, sus compañeros lo escucharían con atención. Tenía la virtud de ver más allá de la paja e ir directamente al corazón de cualquier asunto.

    D.J. levantó la mano, como un niño pidiendo la atención de la maestra.

    —¿Nos cuentas por qué nos has reunido aquí, Dev? Tenía planeado dedicar la tarde a investigar.

    Cullen soltó un respingo.

    —Querrás decir que ibas a entrar en el sistema de seguridad de algún pobre desgraciado para incrementar las posibilidades de negocio de tu nuevo programa.

    —Yo prefiero considerarlo un estudio de mercado.

    La expresión inocente de D.J. no engañó a nadie.

    Devlin intentó no echarse a reír, pero no pudo evitarlo.

    —Lo siento, D.J., pero hoy no tendrás tiempo para placeres, quiero que hagas ciertas indagaciones por mí.

    La sonrisa de D.J. se volvió depredadora.

    —¿Algo más sobre los guardias nacionales? He investigado a la mayoría de los  locales,  pero no he averiguado nada. ¡Puñado de jodidos Boy Scouts!

   —Amplía el campo de investigación y sigue buscando a diario. En algún momento, aparecerá alguna cosa.

   Devlin se sentó en el borde de su escritorio y miró, uno a uno, a sus amigos. Él confiaría su vida a aquellos hombres y,  lo que era más importante, también les confiaría la vida de Laurel.

   —Todos conocéis una parte  de lo que voy a contaros, pero empezaré por el principio para refrescaros la memoria. —Cerró los ojos momentáneamente para poner en orden sus pensamientos—. La última vez que morí, las manos que sostenían la espada eran humanas. Esta es la razón de que D.J. haya estado indagando en las cuentas bancarias de los guardias. Alguien tiene que tener una buena razón para ir por mí. Como no conozco a ningún guardia que tenga algo pendiente conmigo, deduzco que la motivación debe de ser el dinero. Y, además, espero que lo sea, porque así tendremos la oportunidad de atraparlo.

   —Volveré a investigar las cuentas cuando acabemos la reunión.

   D.J. se dispuso a apoyar, de nuevo, los pies en el escritorio, pero la mirada iracunda de Devlin lo dejó helado. D.J. sonrió avergonzado y se sentó más recto.

   Devlin retomó su explicación.

   —En realidad no he visto a nadie, pero mi instinto me dice que alguien me ha estado siguiendo, tanto abajo, en los túneles, como en las calles.

   Sus amigos no cuestionarían que él se guiara por sus instintos. Ninguno de ellos habría vivido tanto sin un instinto de supervivencia altamente desarrollado.

   Cullen habló en boca de todos.

   —¡Hacen falta cojones! Ese estúpido bastardo ya debe de saber que es un muerto viviente. A cualquiera de nosotros nos encantaría destriparlo con un arma  mellada por lo que ha pretendido hacer.

   —Por esto creo que debe de haber una buena cantidad de dinero detrás del ataque. Tienen que hacer  que valga la pena arriesgarse. Sin embargo, detrás de esto hay algo más que una persona cabreada conmigo. Esta mañana, D.J. ha recibido los resultados de las pruebas que realizó su amigo de Investigación. Las bolsas que encontramos contenían restos de un polvo azul. Por lo visto, éste tiene que provenir del otro lado de la barrera, porque no hay nada que se le parezca aquí, en la Tierra.

   —Así es —corroboró  D.J.—. Mi amigo no pudo realizar un análisis exhaustivo debido a la poca cantidad de polvos azules que quedaba en las bolsas. Él cree que procede de algún tipo de granate, aunque, en nuestro mundo, éstos no  son azules. Todavía no sabemos para qué  sirven. Tendremos que conseguir algo más que polvo para averiguarlo.

      Devlin paseaba sin descanso desde la pared donde estaban colgadas sus armas hasta el otro extremo de la habitación.

      —Desde el momento en que encontramos las bolsas, algo me ha estado preocupando y, al final, he descubierto de qué se trata. La primera vez que volví a los túneles después de mi última muerte, acorralé a un par de varones de los Otros cerca de la superficie. Parecieron muy sorprendidos por tener que luchar. El más viejo incluso me preguntó por qué estaba yo allí, pues ellos ya habían pagado. Alguien les ha dicho que pueden acceder libremente a la superficie si pagan un buen soborno. A continuación, el jodido bastardo nos suelta para que arreglemos el embrollo que ha montado. Ahora entiendo por qué tantos de los Otros han cruzado la barrera últimamente.

    La tensión en la sala aumentaba minuto a minuto. Los Paladines no eran siempre hombres agradables, pero hasta el último de ellos era un hombre de honor. Para ellos, arriesgar la seguridad del mundo en beneficio propio resultaba impensable. Quien estuviera manejando los hilos en la sombra tenía mucho por lo que responder.

    —En estos momentos la  barrera está estable, pero el Mount St. Helens ha estado escupiendo vapor y cenizas con mucha frecuencia en los últimos tiempos. La próxima vez que lo haga podría ser crítica. Cuando llegue el momento, quiero que estemos en los túneles mucho antes de que el volcán entre en erupción para coger a quien mató a los guardias y rajó las bolsas antes de que pueda actuar de nuevo.

   —¿Crees que se trata de la misma persona que te ha estado siguiendo? —preguntó Cullen.

   —No puedo saberlo con certeza, pero parece lógico. Yo diría que quien hace el trabajo sucio cobra por su disposición a matar, no por su cerebro. Alguien piensa por él.

   Devlin se cruzó de brazos.

   —Entonces, ¿qué hacemos? —preguntó Cullen con los ojos entrecerrados y una sonrisa sombría en el rostro—. Además de matar a ese hijo de puta, claro.

   —Yo también quiero verlo muerto, pero es más importante que obtengamos información. —Alzó una mano y empezó a enumerar con los dedos lo que tenían que hacer—. Primero tenemos que encontrar el rastro del dinero, porque ahí encontraremos muchas respuestas. En segundo lugar, quiero conseguir algunas de esas piedras azules para analizarlas. Cuando averigüemos para qué sirven, tendremos más información  sobre quién las quiere. Y, por último, quiero ponerle las manos encima a la rata que va tras de mí.

   Devlin miró a Trahern. No quería mencionar a Laurel, y sin embargo era culpa suya que ella estuviera implicada en aquel asunto. Por otro lado, a  ella no le gustaría que mezclaran su nombre con el de él, al menos no delante de los otros Paladines.

   Trahern comprendió lo que estaba pensando y se encogió de hombros.

   —¿Quieres que yo les cuente el resto o se lo cuentas tú?

    ¡Maldita sea, no, él no quería contarlo!

   —Quizá sea mejor que lo hagas tú, ya que eres tú quien ha encontrado las pruebas. Yo  llenaré los huecos que dejes cuando hayas terminado tu relato.

    Cullen y DJ. se volvieron para mirar a Trahern.

   —¿El resto de  qué?

   —Alguien ha estado espiando a la doctora Young.

   —¿Cómo lo sabes?

   —Encontré un montón de colillas detrás de un contenedor de basura. Desde allí, se ve perfectamente la puerta de su casa. —Los ojos claros  de Trahern se oscurecieron hasta adquirir el tono del acero—. También encontré colillas de la misma marca al otro lado de la calle, cerca de una parada de autobús. Demasiadas colillas para la espera de un autobús que pasa  cada media hora.

       Cullen fue directo al grano.

       —¿Y cuál es la razón de que estuvieras por allí?

       Trahern clavó la mirada en Devlin asegurándose de que resultara totalmente inexpresiva.

      —El día que ella desconectó a aquel Paladín, Devlin fue a su casa para ver cómo se encontraba. Creemos que alguien lo siguió. Es posible que algún sin techo duerma allí todas las noches y que las colillas sean suyas, pero lo dudamos.  Tanto Devlin  como yo creemos que ese tipo va detrás de Devlin y espera atraparlo saliendo de la casa de la doctora Young.

     Cullen volvió a dirigir su atención hacia Devlin.

     —¿Has vuelto a la casa de la doctora? ¿Cuántas veces?

     Devlin contuvo la necesidad imperiosa que sentía de maldecir a pleno pulmón y durante un buen rato. Cullen había conseguido concentrar en pocas palabras distintos niveles de preguntas cuyas respuestas no eran de su incumbencia.

     —Eso no importa. Ella no merece sufrir daños colaterales sólo porque nos conozcamos.

    —Entonces, ¿qué hacemos ahora?

    —No podemos hacer gran cosa respecto a las piedras azules hasta que la presión aumente y la barrera vuelva a fluctuar. Tal como han ido las cosas últimamente, esto podría ocurrir en cualquier momento.

En cuanto a mi problema, Trahern y yo hemos planeado dar caza al escurridizo bastardo.

    D.J. se enderezó como un perro de caza que ha avistado una presa.

    —¿Y qué hay de la doctora Young? Yo estaré encantado de protegerla. Vaya, que si no le importa que tú husmees a su alrededor, quizá también me permita consolarla a mí.

   El genio de Devlin estalló con furia. Levantó a D.J. de la silla cogiéndolo de Ja camisa y le  dio un puñetazo en el estómago con todas sus fuerzas.

   —¡MUESTRA MÁS RESPETO HACIA ELLA O TE LANZARÉ DESDE EL MUELLE MÁS CERCANO DE UNA PATADA EN EL CULO!

   Después le dio un empujón y D.J. cayó al suelo retorciéndose de dolor. Devlin miró a Cullen.

   —¿Alguna otra pregunta?

   —Bueno, diría que no.

   Trahern rio con voz ronca y levantó las manos simulando rendirse.

   —A mí ya me lo diste ese sermón.

   —De acuerdo, entonces, manos a la obra. No le he explicado a la doctora Young nuestros descubrimientos porque cada pensamiento que cruza su mente se le refleja en la cara como si fuera una maldita valla publicitaria. Si le dijéramos que tuviera cuidado con los guardias, se pondría nerviosa cuando estuviera cerca de ellos y pondría sobre aviso al maldito bastardo. Y yo no puedo llevarle los libros a casa todas las noches como un colegial enamorado sin crear todo tipo de complicaciones.

   —¿Dónde nos deja todo esto a nosotros? —declaró D.J. con voz dolorida cuando consiguió sentarse.

   —En la medida de lo posible, debemos escoltarla. Pero sin que ella lo sepa. —Devlin le ofreció la mano a D.J. para ayudarlo a levantarse en señal de reconciliación—. Podríamos vigilarla en parejas y por turnos. Trahern vigilará su casa esta noche. Yo la seguiré hasta allí desde Investigación y vosotros dos podríais hacer lo mismo mañana.

   —A mí ya me va bien —declaró Trahern—. Y,  si no te importa, le pediré a alguien que me debe un par de favores que intente averiguar algo.

   Devlin frunció el ceño.

   —¿Estás seguro de que puedes confiar en él?

   —Apostaría mi vida.

   Trahern lo miró a los ojos sin siquiera parpadear.

   —Con eso me basta.

   —Muy bien. Si no me necesitáis para nada más, me voy.

   Trahern salió de la habitación y DJ. lo siguió renqueando y frotándose el estómago.

   Cullen se quedó atrás hasta que sus amigos desaparecieron.

     —¿Qué pasa?

     Devlin sabía que su pregunta sonaba agresiva, pero Cullen ya estaba acostumbrado a eso.

     —Estaba pensando que la doctora Young no es tu tipo habitual.

     —¿Qué demonios significa esto? No sabía que tenía un  tipo.

     Devlin se preparó para darle un puñetazo a otro de sus  amigos.

    —En general, limitamos la elección de nuestras mujeres a las que ya han estado por aquí una o dos veces y no esperan más que pasar un buen rato con nosotros, sobre todo en  la cama. Pero Laurel Young no es de ese tipo. Ella es demasiado buena para nosotros.

    Devlin lo sabía e incluso estaba de acuerdo, pero eso no quería decir que aceptara que Cullen se lo restregara por las narices.

    —Guárdate tus opiniones donde te quepan. —Afianzó los pies en el suelo—. Lo que hay entre ella y yo no es susceptible de ser discutido, ni siquiera entre tú y yo. Quizá,  menos contigo que con nadie.

   Lo que a Cullen le faltaba en tamaño, le sobraba en mala idea cuando se  trataba de luchar. Ya se habían peleado antes, pero nunca tanto como para hacerse daño. Devlin tenía la sensación de que esto estaba a punto de cambiar.

   Cullen retrocedió para disponer de más espacio para maniobrar.

  —Esto es una gilipollez, Devlin, y tú lo sabes. Si te acuestas con Laurel, ella oirá campanadas de boda y soñará con bebés que tendrán tu fea cara.

   —¡Cállate, Cullen! No sabes de lo que hablas.

   Devlin enrojeció y Cullen se quedó boquiabierto.

   —¡Oh, mierda! ¡Ya lo habéis hecho!

   Eso fue el detonante. El puño izquierdo de Devlin cerró la boca de Cullen y lo hizo tambalearse varios pasos hacia atrás. Devlin lo siguió, pero antes de que pudiera fulminarlo con otro puñetazo, Cullen le propinó unos cuantos. El muy jodido era resbaladizo como una serpiente y combinaba las artes marciales con la lucha callejera. Al poco rato, la sangre caía por el rostro de Devlin desde un corte en su ceja derecha. A Cullen no le iba mucho mejor, pero seguía dando saltitos de una pierna a otra.

   —¡Vamos, sé que puedes hacerlo mucho mejor! —exclamó Cullen.

   Devlin arremetió contra él y lo lanzó sobre una silla que se hizo añicos bajo el impacto de los dos hombres. Ambos cayeron al suelo arrastrando con ellos una lámpara y una mesita. Devlin tenía a Cullen aprisionado bajo su cuerpo y estaba a punto de golpearle la cabeza contra el suelo de madera cuando algo parecido a los últimos resquicios de su desorientada conciencia le contuvo la mano.

   Devlin, respirando con pesadez, se volvió a un lado e intentó controlarse. Cullen permaneció donde estaba durante unos segundos y, después, se sentó con lentitud.

   —Te ha dado fuerte, ¿eh?

   Cullen sonrió, se enjugó un hilo de sangre que le caía de la boca con la manga de la camisa y comprobó si se le había aflojado algún diente.

   Esta vez Devlin no se molestó en ocultarlo.

   —Me tiene atado  y bien atado,  sí señor, pero no quiero hablar de ello. Nuestra relación no va a ninguna parte y los dos lo sabemos.

    —Está bien. Bueno, tengo que ir a ayudar a D.J. con su espionaje informático.

    Devlin se puso de pie poco a poco y el dolor que experimentó en un par de costillas le hizo realizar una mueca. Al menos, no creía que estuvieran rotas. A continuación, miró a Cullen y se echó a reír. Éste soltó una sarta de maldiciones subidas de tono e intentó moverse con lentitud para no sentir dolor. Pero no lo consiguió.

    —Mientras jugáis a los ciberjuegos,  averigua si es posible acceder a nuestros expedientes médicos sin dejar ningún rastro.

    Cullen sonrió. La pelea ya estaba olvidada.

    —Olvidas con quién estás hablando. Yo tengo un cierto talento para entrar y salir de lugares  cerrados en la red, pero  D.J. es un jodido genio. ¿Quieres  algo en particular?

    —No, sólo quiero saber si podemos hacerlo. El coronel  Kincade no está contento con los resultados de los escáneres y no me sorprendería que intentara modificar alguno de ellos. Vale la pena que los tengamos vigilados. —Devlin bajó la voz—. Sobre todo el de Trahern.

   —Yo me encargo. Cuídate, Devlin, y hazme saber si hay algo que yo pueda hacer para ayudar. —Cullen se dirigió a la puerta cojeando y, justo antes de salir de la habitación, se volvió y miró a Devlin con simpatía—. Creo que siento celos, afortunado bastardo. Mantenía a salvo. Y, si le haces daño, reemprenderemos la pelea donde la hemos dejado.

   —De acuerdo.

   Si la situación fuera a la inversa, él sería el primero en blandir los puños.

   Devlin contempló su escritorio y el montón de papeles apilados en una esquina. Además, también estaban todos los e-mails que tenía que responder. En lugar de ponerse a trabajar, decidió que tenía tiempo para  comprobar cómo estaba Lonzo antes de que Laurel acabara la jornada laboral. Además, esto le proporcionaba una excusa legítima para estar por aquella zona. Satisfecho con su plan, salió de su despacho y cerró la puerta con llave.

 

 

   Tenía que hacer algo y pronto. Cada vez que sonaba el teléfono, se llevaba un susto de muerte. Hasta entonces, aquel hombre había tenido paciencia, pero no seguiría así durante mucho tiempo. No le había indicado una fecha límite, pero nadie ofrecía tanto dinero por un trabajo sin esperar que se le diera prioridad.

   Por suerte, al final se le había ocurrido un plan para acabar con Devlin Bane. Si secuestraba a Laurel Young, Bane bajaría hasta el infierno para intentar salvarla, aunque esto implicara la muerte definitiva para él.

   Su cigarrillo se había consumido hasta quedar sólo la colilla. La dejó caer al suelo y la apagó con el tacón. Había oscurecido demasiado para arriesgarse a encender otro. Antes de atraer a su presa fuera de casa, tenía que  ocuparse de un pequeño problema. No sabía qué había llevado a Trahern a montar guardia en los alrededores de la casa de Laurel, pero lo último que quería era que aquel  bastardo medio loco fuera por él con la muerte en la mirada.

    Así que había preparado una pequeña distracción para Trahern. No lo engañaría durante mucho tiempo, pero lo obligaría a revelar su posición. Aunque él no podía competir con un Paladín como Trahern, tenía muy buena puntería. Era poco probable que Trahern se recuperara de  un disparo en la cabeza, pero, aunque lo hiciera, estaría fuera de combate el tiempo suficiente para que él llevara a cabo el resto del plan.

    Comprobó el estado del rifle y de  las miras. La lente de visión nocturna proporcionaba a su entorno una tonalidad artificial, pero le permitía percibir muchos más detalles que la de visión normal. Desde su posición en el tejado del edificio situado frente al de la doctora Young, disponía de una visión clara de todo el que se acercara a su casa. La vibración del móvil le anunció que el paso siguiente del plan estaba a punto de ponerse en marcha. Se acomodó en el tejado y esperó que el espectáculo empezara.

 

 

    ¡Dios, qué cansada estaba! ¡Cuánto tiempo sin dormir profundamente una noche entera! Cerró la puerta, corrió el pestillo, se quitó los zapatos y dejó el bolso encima de la silla más cercana. Además, echaba de menos a Devlin. Claro que, si él estuviera allí, no dormirían mucho, pero ése era un sacrificio que estaba dispuesta a realizar.

    Devlin le había dicho que aquella noche no se verían, y ella creyó en el pesar que percibió en sus ojos verdes tanto  como en sus palabras. Aunque ella no tuviera mucha experiencia, una mujer sabía cuándo un hombre la quería. Todavía sentía el calor de la mirada de Devlin cuando ella se volvió en el restaurante para sonreírle.

    Entró  en la cocina para servirse un té con hielo. Un vaso de vino le apetecía más, pero todavía tenía que hacer algunas cosas antes de dar por terminado el día. La cena que había encargado llegaría, más o menos, en media hora. Mientras, se pondría sus pantalones cortos preferidos, los de franela, y una camiseta ancha.

   Quizá vería una película mientras cenaba; algo tierno y romántico.

   Esperó en el salón la llegada de la cena. Su madre se horrorizaría  si supiera que apenas cocinaba. Ella sabía cocinar, claro. Su madre se había encargado de que así fuera, porque se esperaba que una mujer cocinara para su familia. Sin embargo,  estudiar durante doce horas al día en la facultad de medicina y trabajar todavía más en su ocupación actual, le dejaba poco  tiempo libre para las faenas domésticas.

   Sonó el timbre de la puerta. Tras comprobar por la mirilla que se trataba del repartidor, abrió y le entregó un cheque a cambio de una bolsa que contenía varias cajas blancas. Con el olor a soja y ajo se le hizo la boca agua.

   Dejó la bolsa sobre la encimera para coger un plato y cubiertos. Sin embargo, antes de que sacara las cajas de la bolsa, unos gritos y el chirrido de una plancha de metal al chocar contra algo sólido quebraron la paz y la tranquilidad del ambiente. La adrenalina hizo que saliera de su casa y corriera hacia el lugar del accidente sin tiempo a darse cuenta de lo que hacía. Ella podía ofrecer primeros auxilios hasta que llegara una ambulancia.

   Por el estado del pequeño coche de importación, que estaba aplastado contra el edificio de enfrente, no tuvo ninguna duda de que habría algún herido, quizá más de uno. Laurel corrió de vuelta  a su casa para coger el maletín médico que guardaba en el armario del recibidor.

   Tuvo que realizar varias maniobras para abrirse paso entre las personas que se iban aproximando al lugar de los hechos. Concentrada como estaba en su objetivo, no se dio cuenta de que ya no estaba sola y, cuando pasaba junto a un contenedor de basura, una mano grande la cogió del brazo y tiró  de ella hacia un callejón. Antes de que pudiera hacer algo más que soltar un grito de indignación, otra mano le tapó la boca.

    —No grites, Laurel. Soy yo. Te necesito.

    La áspera voz de Devlin junto a su oído la dejó  flácida y temblorosa. Asintió con la cabeza para que la soltara y después se volvió hacia él dispuesta a cantarle las cuarenta.

    —¿Estás loco? ¡Me has dado un susto de muerte! ¡Otra vez! —Entonces se acordó del accidente—. Tengo que ir a ver si hay algún herido.

    Devlin se interpuso en su camino.

    —Te necesito más aquí.

    —Puede haber alguien muñéndose ahí fuera.

    Devlin la miró con expresión sombría.

    —Lo siento. La ambulancia llegará en cualquier momento, pero Trahern no puede esperar.

    Devlin tenía razón, el sonido de la sirena aumentaba por momentos.

    —¿Trahern está herido? No me han llamado.

    —No tenían por qué hacerlo. Está aquí, en el callejón. —Devlin la cogió del brazo y tiró de ella hacia el fondo del callejón—. Le han disparado.  No podemos dejarlo morir.

    Laurel dejó de pensar en el  accidente de coche y se concentró en seguir a Devlin mientras se arrepentía de no haberse puesto zapatos antes de salir de casa. El callejón estaba relativamente limpio, pero las piedras y demás objetos que había por el suelo hacían que caminar le resultara doloroso.

   Tropezó por segunda vez y Devlin se dio cuenta de su problema. Sin dejar de caminar, la tomó en brazos y la llevó hasta el otro extremo del callejón, donde Trahern yacía tumbado tras unas cajas. ¡Oh, Dios! ¡No se movía! El miedo que experimentó por él la quemó como si se tratara de un ácido, ¿ Cuántas veces más podía morir Trahern y volver a revivir como un ser humano?

   No muchas.

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