El protector

El protector


CAPÍTULO 14

Página 18 de 20

 

CAPÍTULO 14

 

   Devlin comprobó el estado de su pistola y el deslizamiento de su espada dentro de la funda mientras Trahern hacía lo mismo. Cuando estuvieron preparados, Devlin empezó a descender el primer tramo de las escaleras. Cuando llegaron al primer rellano, se detuvieron y bajaron el resto de las escaleras a zancadas mientras se cubrían el uno al otro por si el secuestrador no trabajaba solo.

   Cuando llegaron al final de las escaleras, lo primero que notó Devlin fue que la puerta de la cámara estaba un poco abierta. Telefoneó a DJ.

   —¿Has abierto tú la puerta? ¿No? Eso creía yo.

   Devlin cortó la comunicación antes de que D.J. pudiera formular ninguna pregunta.

   —¡Devlin, mira!

   Trahern señalaba una esquina.

   El otro zapato de Laurel estaba allí, entre las sombras, casi oculto por las escaleras. Esto lo convenció de que era Laurel quien les estaba dejando las pistas. Si el secuestrador hubiera querido dejar una pista falsa, habría dejado el zapato más a la vista, donde Devlin lo hubiera visto inevitablemente. Sin duda, Laurel intentaba, con los escasos recursos de los que disponía, conducir a sus salvadores directamente hasta ella. Devlin deseó que Laurel obtuviera consuelo de la confianza en que él la estaba buscando. Y, cuando la recuperara, no la dejaría escapar pasara lo que pasara.

   Pero, en aquel momento, lo que tenía que hacer era averiguar qué había detrás de la puerta número tres.

   —¿Vamos allá?

   Trahern asintió con la cabeza y lo siguió a la oscuridad del interior de la cámara.

 

 

   El frío le caló hasta los huesos a Laurel mientras el sargento Purefoy la arrastraba por el interminable laberinto de túneles. Al principio, ella intentó recordar todos los giros y derivaciones que tomaron, pero lo dejó correr cuando se dio cuenta de que la ruta que seguían retrocedía dos y tres veces en la misma dirección. Aunque consiguiera liberarse y escapar, albergaba pocas esperanzas de encontrar el camino de vuelta al ascensor que habían tomado para descender a aquel infierno.

   Justo cuando creía que Purefoy no se detendría nunca, él realizó un giro repentino a la izquierda. El brusco cambio de dirección casi la hizo caer de rodillas y Laurel se esforzó en mantener el equilibrio. Purefoy examinó el estrecho pasadizo que habían tomado y asintió con la cabeza, como si se sintiera satisfecho. Laurel no percibía nada que lo distinguiera de los otros túneles, pero no le importaba. Simplemente se alegraba de dejar de correr durante un rato. Entonces vio lo que había junto a una de las paredes y el estómago le dio un vuelco.

   —Bienvenida a su nuevo hogar temporal. —Purefoy realizó una mueca horrible y la condujo a una cama estrecha de hierro con un colchón sucio encima—. Sé que no es muy agradable, pero no se puede decir que esté aquí de vacaciones, ¿no?

   Laurel se soltó, de un tirón, de la mano con la que Purefoy la sujetaba.

   —Lo mandaría al infierno, Purefoy, pero ya estará allí pronto. Más o menos cinco minutos después de que Devlin Bane le ponga las manos encima... Si tiene suerte. Y, si no la tiene, podría tardar horas.

   Su propia bravuconada le levantó el ánimo. Purefoy enseguida desvió la mirada hacia el túnel por el que habían llegado, lo que indicó que Laurel le había metido un gol.

   —¡Cállese, bruja!

   —Oblígueme a hacerlo.

   En cuanto las palabras salieron de su boca, Laurel supo que había cometido un error táctico garrafal. Purefoy ya tenía los nervios a flor de piel y estaba cargado de adrenalina. No era preciso que  ella añadiera testosterona a la mezcla.

   Purefoy alargó el brazo y tiró de Laurel hacia sí.

   —Supongo que, si le gusta lo que  Bane le da en la cama, es que le gusta la rudeza.

   Laurel sintió el calor que despedía el cuerpo de Purefoy a pesar de la fría humedad del aire. Tuvo que esforzarse para mantener la voz calmada.

   —No lo haga, sargento Purefoy. Usted sabe que, en realidad, no quiere hacer esto.

   Él deslizó su mano libre hasta el hombro de Laurel y, después, la bajó y le apretó el pecho con tanta fuerza que la hizo estremecerse de dolor. A continuación, le cogió el trasero y se lo apretó mientras la acercaba más a su cuerpo. Purefoy intentó besarla y Laurel se apartó en el último momento. Él contraatacó cogiéndole el pelo y girándole  la cara para estamparle un beso húmedo y baboso en la boca. Laurel intentó resistirse, pero él le tiró del pelo hasta hacerla gritar y le metió la lengua en la boca. Ella sintió náuseas y, para evitar que continuara, le mordió la lengua con todas sus fuerzas.

   Purefoy soltó un grito y retrocedió de un salto mientras soltaba una maldición y escupía sangre. Después, abofeteó a Laurel y le dejó la mandíbula dolorida, pero, al menos, no volvió a intentar acercársele. Laurel tendría otro morado en la mejilla, pero su pequeño acto de rebeldía la hizo sentirse menos indefensa.

   —Extienda el brazo.

   Purefoy agitó unas esposas frente a la cara de Laurel. El brillo psicópata de sus ojos le indicó a Laurel que esperaba que ella lo obligara a utilizar la fuerza. Laurel levantó la mano con lentitud mientras las náuseas crecían en su interior. Purefoy le propinó  un empujón repentino y la envió volando hasta la cama.  Después, se sentó a horcajadas encima de ella y aplicó una de las manillas en la muñeca izquierda de Laurel y la otra en la barra de metal oxidado de la cabecera de la cama.

   —Le preguntaría si se siente cómoda, pero cuando los Otros la encuentren, la comodidad será el menor de  sus problemas.

   Purefoy tiró de las esposas para asegurarse de que estaban bien sujetas, se inclinó, y le estampó otro beso baboso en la boca. Después la saludó alegremente con la mano y se marchó por donde habían llegado dejándola sola en la fría humedad del túnel.  Al principio, Laurel se quedó quieta mientras escuchaba el sonido, cada vez más débil, de los pasos de Purefoy. Como el trazado de los pasadizos era en zig-zag, Laurel no estaba segura de si Purefoy se había ido muy lejos. Podía haberse quedado cerca para asegurarse de que ella no intentaba escaparse.

   ¿Por qué había elegido aquel lugar concreto para dejarla? ¿Porque era un lugar remoto y estaba cerca de la barrera? Aunque ella había visto fotografías y películas de la barrera, ninguna de éstas le hacía justicia. En la tenue luz de aquel lugar, el muro luminiscente que  se vislumbraba al otro extremo del túnel en el que se encontraba brillaba con una miríada de colores y texturas resplandecientes para las que ella no tenía ningún nombre.

   Si no hubiera sabido cuáles eran las  consecuencias, su primer impulso habría consistido en tocar la barrera, pero más  de un Paladín había sufrido quemaduras por rozarla mientras peleaba. La barrera era tan hermosa como mortal.

   Al final, Laurel decidió que no le importaba lo que Purefoy estuviera haciendo. Aunque no regresara, existía la posibilidad de que la barrera se apagara dejándola a merced de los Otros. Laurel apartó esta idea al fondo de su mente para evitar que el miedo le impidiera actuar y se concentró en intentar liberarse.

   Primero realizó unos cuantos tirones  de prueba para ver si el metal tenía algún punto débil. Los resultados fueron descorazonadores. Aquellos simples intentos le habían producido rozaduras en la piel de la muñeca. Laurel intentó sentarse, pero le resultó más difícil de lo que esperaba al no disponer de las manos y los brazos  para equilibrarse. Entonces  se volvió hacia la cabecera de la cama, afianzó los pies contra ella y empujó con fuerza echando el cuerpo hacia atrás.

   Un hilo de sangre resbaló por su antebrazo, pero la soldadura que unía la barra al resto de la estructura no  cedió. Laurel respiró hondo, hizo caso omiso del dolor y se preparó para un nuevo intento. En esta ocasión, tiró con todas sus fuerzas y soltó un grito. Cuando iba a la universidad, había asistido a clases de judo durante un semestre y el profesor les enseñó a gritar durante los ejercicios. Laurel no supo si se debía al grito o a que era ya el segundo intento, pero la estructura cedió un poco.

   Por desgracia, la barra en sí permaneció intacta. Laurel no sabía cuántas veces podría volver a intentarlo sin hacerse daño de verdad. Por otro lado, si permanecía quieta durante mucho más tiempo, el frío y la humedad minarían sus fuerzas.

   Volvió a afianzar los pies en la cabecera, inspiró hondo por la nariz y soltó el aliento por la boca. Sin embargo, antes de que pudiera empujar a fondo, oyó un zumbido agudo que creció en intensidad hasta que le pareció que alguien le agujereaba los oídos con un punzón.

   Laurel se tumbó en el colchón y contempló horrorizada la barrera, que fluctuaba y adquiría unos feos colores. De vez en cuando, creyó ver que alguien se movía al otro lado. Uno de los Otros esperaba para cruzar al mundo humano. Tenía que ser esto. Y, por lo que ella sabía de su fisiología, lo más probable era que se tratara de un macho adulto.

   El miedo, el frío y un sabor amargo crecieron en su interior. Si la barrera se apagaba, que  Purefoy regresara o no, no importaba. Un ataque de uno de los Otros encajaría a la perfección con los planes del sargento. Si conseguía que pareciera que ella había  muerto a manos de los Otros, él saldría indemne del secuestro, pues no había dejado pistas sobre su identidad.

   Hasta aquel momento, Laurel había conseguido permanecer centrada en dos objetivos, escapar y esperar que Devlin la encontrara. Sin embargo, ante aquella amenaza nueva e inmediata se preguntó qué podía hacer. Pensar. Tenía que pensar. Estaba acostumbrada a analizar datos y decidir una línea de acción. Mientras hacía lo posible por no oír el zumbido de la barrera, Laurel miró a su alrededor.

   Las paredes del túnel eran irregulares, como si estuvieran cavadas, directamente, en la piedra. En determinado lugar, alguien había aplicado una capa de cemento. Seguramente, para reforzar la estabilidad de las paredes. Unos conductos eléctricos recorrían el techo y, más o menos, cada trescientos metros había unas luces conectadas a unos sensores de movimiento. Laurel se quedó quieta. Purefoy la había esposado en una pequeña ramificación del túnel principal. Si se quedaba completamente inmóvil, las luces se apagarían y quedaría sumida en la oscuridad más absoluta.

   Quizá, si se pegaba al colchón y se confundía con las sombras, el Otro no la vería. ¿Cuánto tardaban las luces en apagarse? Laurel volvió a moverse para reactivar los sensores y, después, volvió a quedarse quieta. Esperó a que, una tras otra, las luces se fueran apagando y contó los segundos hasta que no percibió otra cosa más que su propia respiración y el zumbido de la barrera.

   Laurel volvió a sentarse. Las luces se encendieron a plena potencia de inmediato y tuvo que taparse, momentáneamente, los ojos con el brazo para que su vista tuviera tiempo de ajustarse al cambio de luz. Un recuerdo asomó en el fondo de su mente.  Se trataba de algo relacionado con los

Otros y la luz. Después de un par de segundos, el recuerdo tomó forma. La intensidad de las luces estaba graduada de forma que deslumbrara momentáneamente a los Otros. Sin embargo, al cabo de un rato, la intensidad volvía a ser normal. Para los Paladines no constituía una gran ventaja, pero la aprovechaban al máximo.

   El zumbido se interrumpió sin previo aviso y la barrera volvió a su estado normal. Laurel reanudó los intentos de liberarse, pues sabía que la pausa podía ser breve. Si el zumbido volvía a activarse, ella se tumbaría de nuevo en la cama y confiaría en que todo saliera bien.

 

 

    ¡Maldición! Estaba convencido de que en esta ocasión la barrera se apagaría del todo. Purefoy retrocedió unos pasos y contempló con rabia la resplandeciente pared de energía. Durante unos segundos, se había debilitado tanto que los objetos del otro lado habían resultado visibles, pero no lo suficiente para interrumpir por completo el flujo de la energía. ¿ Qué había hecho mal? Ya lo había intentado antes clavando en ella la espada de Bane, pero no había funcionado. Además, si no hubiera tomado la precaución de ponerse unos guantes de material aislante, la maldita barrera lo habría dejado frito allí mismo. De hecho, había quemado las capas exteriores del tejido obligándolo a sacar las manos de los guantes antes de que el ardiente calor le produjera ampollas.

   En esta ocasión, iba mejor preparado. Después de dejar a su prisionera atada donde uno de los Otros la encontrara cuando él desconectara la barrera, había ido a buscar las armas que había escondido la semana anterior. La pequeña explosión que había provocado debería haber producido una brecha de tamaño considerable en la barrera. Tendría que volver a intentarlo utilizando explosivos más potentes. Aunque sólo consiguiera derrumbar el techo del túnel, esto podía hacer que la barrera se apagara momentáneamente y que los Otros que estaban a la espera dispusieran del tiempo suficiente para cruzarla.

   En cuanto percibieran el olor de una hembra humana, el juego y la diversión empezarían. Su plan original era poseerla él mismo, pero su misterioso jefe se estaba impacientando y Bane le seguía el rastro, de modo que no tenía tiempo de disfrutar de un poco de sexo duro. Además, cuando la barrera se apagara, todos los Paladines de la zona bajarían en tropel a los túneles.

   Su plan dependía de que Bane fuera el primero en llegar. Mientras los Otros lo mantenían ocupado protegiendo a su mujer, él lo abatiría a tiros y, una vez en el suelo, acabaría el trabajo con una espada.

   Por otro lado, si Laurel Young sobrevivía  a su primer encuentro con uno de los Otros, él podría divertirse un poco con ella. La muy zorra se lo tenía merecido, pues la lengua todavía le dolía a causa del mordisco que le había propinado. Quizá, después de que uno de los Otros la poseyera una o dos veces, ella valoraría más a un humano varón. Purefoy silbó de una forma poco melodiosa, se secó las manos en los pantalones y empezó la ardua tarea de ensamblar los cables de la bomba que pensaba utilizar en su próximo intento de hacer volar la barrera por los aires.

 

 

   Durante un segundo, Devlin se permitió imaginarse el placer que le produciría rodear el cuello de su presa con las manos y apretar hasta que sus huesos se quebraran. Este placer tendría que esperar un poco, pero, aun así, se sintió mejor. Había tardado mucho tiempo en hacer el puente al ascensor, tiempo del que no disponían.

   En realidad, podría haberlo hecho más deprisa, pero no quería arriesgarse a disparar la alarma. El guardia debía de saber que Devlin iba tras  él y, si el hijo de puta se sentía acorralado, podía matar a Laurel. Así que Devlin se vio obligado a sortear, con cautela, el sistema de seguridad de  los mandos del ascensor. Cada minuto extra que Laurel pasaba en las garras de su captor, lo llenaba de pura rabia.

   —Ya está, creo que funcionará.

   Devlin volvió a colocar el teclado de la caja y escuchó con la oreja pegada a la puerta. En algún lugar de las profundidades subterráneas, se oyó el murmullo de la maquinaria que se ponía en movimiento.

   —Está de camino.

   —Ya era hora. —Trahern se acercó al ascensor—. Y una vez que estemos abajo, ¿cuál es el plan? ¿Vamos a la caza juntos o separados?

   —Me imagino que tendrá una o dos sorpresas preparadas para nosotros, así que será mejor que nos separemos. Con suerte, no habrá tenido tiempo de poner trampas en todos los túneles. Si vamos por separado tendremos más posibilidades de llegar hasta Laurel.

   Trahern asintió con la cabeza.

   —Silo cojo primero, ¿puedo matarlo o tengo que reservar ese pequeño placer para ti?

   —Quiero que desee no haber nacido nunca, pero tenemos problemas más importantes que él, y, si muere, todo lo que sabe morirá con él. —El ascensor emitió un leve pitido y las puertas se abrieron. Devlin le hizo una seña a Trahern para que se apartara y lo dejara entrar primero. Entró sin problemas, así que le indicó a su amigo que se uniera a él—. Ese tío está en la parte más baja de la cadena alimentaria y trabaja para alguien. Quiero saber quién está al mando, aflojando la pasta y haciendo un doble juego.

   —Entonces, primero lo atrapamos y  lo convencemos para que hable.  —La comisura de los labios de Trahern se curvó hacia arriba en una mueca mostrando sus dientes—. Y después lo matamos.

   Devlin le sonrió.

   —Ese es el plan.

   —Por mí, estupendo.

   En todos los años que había servido en la región del noroeste, Devlin nunca había pasado mucho tiempo en aquel extremo del laberinto de túneles que flanqueaba la barrera a lo largo de Puget Sound. Aquella zona del norte no sufría mucha actividad sísmica, aunque siempre había quien afirmaba que a Seattle le tocaría la peor catástrofe.

   Esto era lo último que necesitaban en aquellos momentos. Incluso el menor roce de las placas podía apagar la barrera el tiempo suficiente para que los Otros la atravesaran. Devlin ni siquiera quería pensar en lo que le podía pasar a Laurel si caía en manos de los Otros. Ésta era la razón principal de que los Regentes hubieran establecido normas estrictas para evitar que las mujeres bajaran a los túneles. De hecho, por lo que él sabía, nunca había existido una mujer Paladín. Él siempre había pensado que el cromosoma Y tenía algo que ver con esto.

   Si sobrevivía a aquella noche, le preguntaría a Laurel si era cierto. Hasta entonces, esta cuestión nunca le había preocupado demasiado, porque él nunca había practicado  el sexo sin protección. La complicación que supondría dejar a una mujer embarazada no le atraía en absoluto. De todos modos, Laurel y él habían rozado el límite del descuido un par de veces. Los dos eran lo bastante adultos para saber que no valía la pena correr el riesgo, pero, entre ellos, el sexo era tan ardiente y apasionado que el sentido común quedaba relegado a un segundo lugar.

   El pitido del ascensor les indicó que llegaban a los túneles justo cuando una imagen de Laurel embarazada de un niño, de su hijo, cruzaba la mente de  Devlin. Esta idea debería asustarle, y sin embargo, una sonrisa se dibujó en su cara.

   Trahern lo miró como si fuera un bicho raro.

   —No sé dónde tienes la cabeza, Devlin, pero será mejor que la traigas aquí, conmigo, a este ascensor. Cuando la puerta se abra, quién sabe en qué jaleo nos veremos envueltos.

   —No te preocupes, estoy aquí.

   Devlin sacó la pistola y ambos se desplazaron a los lados para quedar lo más apartados posible de la vista.  Sólo un loco se quedaría frente a la puerta ofreciéndose como blanco. Como no se produjo un ataque inmediato, Devlin indicó a Trahern que él saldría el primero. Devlin se inclinó, salió del ascensor rodando por el suelo y volvió a ponerse de pie dispuesto a disparar en caso necesario. Trahern lo siguió de cerca.

   Su movimiento encendió las luces. Después de años de experiencia, los dos amigos bajaron la vista hacia el suelo de una forma automática para evitar el deslumbrante resplandor. Sus ojos no tardarían mucho tiempo en acomodarse a la luz, pero, durante unos segundos eran vulnerables.

   —Comprueba si Laurel ha dejado alguna pista por allí. Yo inspeccionaré este lado.

   Trahern arqueó una ceja.

   —¿Cuántos zapatos crees que lleva encima tu mujer por si tiene que dejar un rastro?

   —Muy gracioso.

   Antes de que pudieran moverse, una ola de energía llegó hasta ellos desde la izquierda. Devlin separó los pies, los afianzó en el suelo e inclinó la cabeza hacia delante como si encarara un fuerte viento, y Trahern hizo lo mismo. Cuando la ola de energía pasó, Devlin sacudió la cabeza para despejarse.

   —¿Qué demonios ha sido eso? —preguntó Trahern mientras miraba a lo lejos, como si esperara que el espectáculo se repitiera.

   —Yo diría que se trata de alguien jugando con la barrera. Seguramente, nuestro secuestrador—respondió Devlin.

   —Sólo un loco se arriesgaría a apagarla. Si tenemos razón y este tipo es un miembro de la Guardia Nacional, debería saber lo suficiente acerca de los Otros como para no jugar con la barrera.

   —Sí, pero estás suponiendo que el tío está cuerdo. Es el mismo que cree que vivirá lo suficiente para gastarse el dinero que le pagan por acabar conmigo. Eso sólo ya demuestra que está como un cencerro. De todas maneras, si consigue apagar la barrera, necesitaremos refuerzos. No podemos saber hasta dónde alcanzarán los daños.

   Devlin se metió la mano en el bolsillo y sacó el móvil, pero estaban demasiado abajo para tener cobertura.

   —¡Mierda!  Tendrás que volver arriba y conseguir ayuda. Una ráfaga de energía como ésta podría haber apagado toda la red de sensores, de modo que es posible que, allá arriba, no perciban ninguna señal de lo que ocurre.

   A Trahern, obviamente, no le gustó la idea de dejar solo a Devlin, pero la barrera tenía prioridad sobre cualquier mujer e incluso sobre cualquier Paladín. Esta era su verdad.

   El túnel permanecía silencioso.

   —Vamos, vete. Parece que la barrera ha aguantado, pero el tío podría no sentirse satisfecho con un solo intento.

   —Estaré de vuelta a tu lado en cuanto haya avisado a los demás.

   —Lo sé.  Dile a Cullen que venga desde el otro lado. Quiero  asegurarme de que cogemos a ese hijo de puta entre los dos flancos.

   —Así lo haré.

   Los dos amigos se fueron en sentido opuesto. Mientras echaba a correr, Devlin envió una oración al Dios en el que apenas pensaba y le pidió que mantuviera a Laurel a salvo.

Al menos hasta que él  llegara y lo reemplazara.

 

 

   El zumbido volvió a oírse. Laurel vio la sombra que caminaba de un lado a otro más allá de la barrera. El miedo le quemaba en la garganta. Se obligó a mantener la calma y volvió a intentar liberarse de sus ataduras. Las barras oxidadas por fin empezaban  a aflojarse. Si sólo consiguiera moverlas un poco más, quizá podría separar la junta.

   El zumbido aumentó de volumen y los oídos volvieron a dolerle. El tiempo se  acababa. Laurel cogió la barra con las manos,  cerró los ojos  para concentrar toda su fuerza en el movimiento e intentó girar la barra. Ésta sólo se movió unos milímetros, pero se movió. Laurel volvió a intentarlo una y otra vez. Pequeñas escamas de óxido resbalaron por  sus manos.  ¡Y entonces se soltó!

   Ahora sólo tenía que doblarla un poco para deslizar por el extremo el aro de las esposas. Además, si conseguía desencajar un trozo de barra, tendría un arma. Varios minutos más tarde, Laurel, sudorosa, sostenía en las manos una barra de unos sesenta centímetros.

   Había llegado la hora de marcharse.

   La barrera se había debilitado y los colores claros y vividos que había visto antes se habían transformado en un marrón veteado con unas feas franjas verdes y negras. Parecía envenenada, como si la hubieran contaminado. Y la sombra ya no era una mera silueta. Laurel casi podía distinguir las facciones del Otro, quien permanecía alerta en el otro lado. Cuando ella se movió, él giró la cabeza y Laurel se dio cuenta de que podía verla, quizás incluso mejor que ella a él, porque, al moverse, se habían encendido las luces del túnel principal.

   Tenía que echar a correr, pero ¿en qué dirección? Devlin ya debía de haber encontrado sus zapatos y sabría por dónde empezar la búsqueda. Suponiendo que hubiera utilizado el mismo ascensor que ellos, lo mejor sería dirigirse hacia allí. Por otro lado, Purefoy también había tomado aquella dirección.

   Si se dirigía en sentido contrario, podía encontrarse con otros peligros, unos peligros que ni siquiera podía imaginar. Al final decidió que prefería arriesgarse a tropezarse con Purefoy que con una cantidad incalculable de los Otros, así que se deslizó sigilosamente por delante de donde esperaba el Otro. Una vez hubo pasado ese punto, siguió avanzando con la espalda pegada a la pared. Ya estaba perdida; lo único que importaba en aquel momento era no estar donde Purefoy esperaba que estuviera.

   Mientras daba la vuelta a la primera esquina, una explosión sacudió el aire y todo a su alrededor vibró y se tambaleó. Laurel contempló, horrorizada, cómo la barrera fluctuaba y, después, desaparecía por completo. Un segundo más tarde, una oscuridad negra y espesa inundó su mente y Laurel cayó al suelo.

 

 

   —¡Hijo de puta!

   Devlin se sentó junto a la pared y esperó a que las náuseas y el mareo que sentía se disiparan. No sabía qué había pasado exactamente, pero era algo malo. Se sentía como si lo hubieran despellejado vivo, porque alguien había hecho desaparecer la barrera de cuajo.

   Se apoyó en la pared e intentó ponerse de pie. Tuvo que realizar dos intentos antes de conseguirlo, pero entonces supo que al menor traspiés volvería a caer de bruces. Poco a poco, se agachó para recoger la espada, aunque era consciente de que tendría suerte si conseguía levantarla del suelo.

   A continuación, avanzó por el túnel tanteando la pared y esperando que su mente se despejara a tiempo para poder salvar a Laurel. No se permitió pensar en lo que la onda expansiva podía haberle hecho a ella, quien debía de estar más cerca que él de los explosivos. Laurel estaba bien. Tenía que estarlo.

 

 

   El primer despertar a la conciencia le trajo la desagradable noticia de que no estaba sola en el túnel. Oía que alguien se movía cerca de donde ella estaba, pero, por lo que sabía, todavía no la habían visto. Se arrodilló con esfuerzo y, después, se puso de pie. ¿Qué había causado la explosión?

   Tenía que haber sido Purefoy, aunque no entendía por qué quería destruir la barrera. ¿Acaso quería que los  Otros invadieran su mundo? ¿Qué bien podía producirle eso? Por lo visto, en aquella zona sólo uno de los Otros había cruzado la barrera, pero se dirigía hacia ella.

   Frente a Laurel, el túnel se dividía en dos ramales. ¿Cuál debía tomar? Eligió el de la derecha porque estaba a oscuras. Algo había desconectado la corriente en aquel lado. Las sombras eran su único refugio frente al  terror que la acechaba.

   Alcanzó la oscuridad justo a tiempo. Oyó la marcha regular del Otro conforme se acercaba a ella. Sostuvo la barra en alto y esperó hasta que él llegó a la bifurcación. El Otro se detuvo fuera del alcance de  su vista. Sin duda intentaba decidir qué ramal tomar. ¿Qué estaba haciendo? Parecía como si estuviera husmeando el aire. Como, en la claridad de aquel mundo, tenían una visión limitada,  Laurel se preguntó si dependían de su olfato más que los seres humanos.

   —¡Salga a la vista, mujer humana!

   El sonido gutural de la voz le causó escalofríos por la espina dorsal.

   Ya había sido prisionera de un hombre y no pensaba volver a pasar por aquella situación. Quizá podría cogerlo desprevenido.

   —Ya salgo. No me haga daño.

   Laurel impregnó su voz de tanto miedo como pudo. Esperaba que aquel Otro creyera que se sentía aterrada y que estaba dispuesta a rendirse.  Sin embargo, cargó contra él blandiendo la barra para cogerlo por sorpresa. Su estrategia funcionó y su garrote improvisado golpeó la cabeza del Otro produciendo un sonido sordo.

   El gemido que emitió el Otro le indicó que no lo había matado. Laurel dejó a un lado las precauciones y echó a correr por el túnel. Al volver una esquina, se encontró con la última persona que deseaba ver entonces y el resto de su vida. Paró en seco y miró a su alrededor en busca de una vía de escape, pero Purefoy ya la había visto. El sargento señaló la barra que Laurel sostenía con el cañón de la pistola.

Como ella no soltó la barra, él apretó el gatillo. La bala rebotó en la pared, cerca de la cara de Laurel, enviando esquirlas de roca por los aires. Laurel se sobresaltó y dejó caer la barra, que produjo un estruendo al chocar contra el suelo.

   —Bien, doctora Young, parece que, desde la última vez que la vi, ha estado ocupada.

   Purefoy recorrió la distancia que los separaba y la cogió por el brazo hundiendo los dedos con tanta fuerza como para producirle morados. A continuación, sacó la llave de las esposas y, en un instante, aprisionó la muñeca libre de Laurel con la manilla suelta.

   —Además, mi plan de dejarla en las dulces garras de los Otros parece que también ha fallado. ¡Y yo que tenía grandes expectativas para los dos!

   —Siento haberlo decepcionado, sargento.

   —Bueno, seguro que varios de los Otros habrán cruzado a este lado. Y como la barrera sigue apagada, todavía hay esperanza.

    Purefoy la arrastró hacia donde la había esposado anteriormente.

   —Sabe que no se saldrá con la suya. Al dañar la barrera, ha alertado a todos los Paladines en cien kilómetros a la redonda. Si yo fuera usted, pondría tierra de por medio mientras pudiera.

    —Y supongo que también pensará que debería dejarla aquí para poder  escapar más deprisa. —Purefoy se echó reír—. La única forma de que la deje atrás es estando muerta.  Claro que, si es esto lo que quiere...

    —Sólo un cobarde se esconde detrás de una mujer desarmada, humano —declaró una voz gutural.

    El Otro al que Laurel había golpeado los esperaba a pocos metros de distancia. El hilito de sangre oscura que resbalaba por su mejilla era la única señal de que le había hecho daño. El Otro estaba apoyado en la pared, pero su postura relajada era una farsa. Cuando se movió para impedirles el paso, levantó la espada con ambas manos en una posición que parecía natural en él.

   —Hembra humana, sepárese de él.

   Purefoy sujetó a Laurel con más fuerza.

   —¡Quítate de mi camino o muere aquí mismo! —exclamó Purefoy.

   Al menos ahora apuntaba con la pistola al Otro y no a ella.

   El Otro parecía totalmente despreocupado.

   —Sólo un cobarde mata a distancia. A mí me gusta sentir cómo atraviesa mi espada las entrañas de mi enemigo.

   Laurel se estremeció. Su pronunciación grave y baja hacía que tuviera que concentrarse para entenderlo, pero no había ninguna duda respecto a la amenaza que representaba. A pesar de su palidez, su aspecto era muy llamativo, con el pelo largo del color de la plata deslustrada y los ojos de una o dos tonalidades más claras. Vestido de riguroso negro de los pies a la cabeza, le recordaba a un malo salido directamente de una vieja película de terror en blanco y negro.

   Purefoy lanzó una mirada rápida al túnel que se extendía detrás de ellos. Si apretaba el gatillo, podía matar al Otro, pero cualquier Paladín que estuviera por aquella zona acudiría a toda prisa. Laurel notó que Purefoy desplazaba ligeramente el peso de su cuerpo de un pie al otro, lo que le indicó que había tomado una decisión.

          Con un movimiento rápido, Purefoy volvió el cañón de la pistola hacia ella y lo presionó contra su sien.

  —Suelta la espada o ella morirá.

  La voz calmada de Purefoy le produjo escalofríos por todo el cuerpo.  ¿El Otro conocería lo suficiente a los humanos para reconocer que las palabras de Purefoy no eran una mera amenaza, sino una promesa? Mientras contaba los que podían ser los últimos segundos de su vida, le apenó saber  que, probablemente, sería Devlin  quien encontrara su cuerpo.

   —¿Qué decides? Tu espada o la vida de esta mujer.

   Los ojos del Otro se encontraron, durante un breve segundo, con los de Laurel. ¿Era tristeza lo que ella percibió en su mirada de plata? Cuando la espada golpeó el suelo, el estruendo del metal contra la piedra resonó por el túnel. El Otro extendió los brazos a los lados para demostrar que estaba indefenso. Claro que ella no opinaba lo mismo. Había conocido a demasiados Paladines para no reconocer a un guerrero entrenado cuando lo veía. Por desgracia, lo mismo podía decir de Purefoy. Él dirigió la pistola con calma hacia el Otro y apretó el gatillo.

   Laurel gritó mientras el Otro caía al suelo y la sangre brotaba de su pierna. El sargento empujó a Laurel hacia el Otro herido.

   —Ayúdelo a levantarse. Lo llevaremos con nosotros.

   —No puedo levantarlo con las manos esposadas.

   Laurel no sabía si esto era cierto o no, pero valía la pena intentarlo.

   —Está bien. —Purefoy sacó la llave de las esposas de su bolsillo y la lanzó a los pies de Laurel—. Póngase en marcha. Quiero estar fuera de aquí antes de que aparezca su amante.

   Laurel consideró la posibilidad de simular torpeza con la llave para retrasar su marcha, pero resultaba evidente que Purefoy estaba a punto de perder el control y que no se necesitaba mucho para conseguirlo. Los  dos sabían qué, si Devlin los alcanzaba, era hombre muerto, tanto si ella estaba viva como si no. En aquel momento ella era una simple carta en su juego.

    Al segundo intento, Laurel consiguió abrir una de las manillas y, antes de que pudiera abrir la otra, Purefoy le ordenó que le  devolviera la llave.

    —¡Ahora haga que se mueva!

    Sin hacerle caso, miró la pierna sangrante del Otro.

    —¿Es grave?—preguntó Laurel.

   —Puedo caminar.

   El Otro intentó levantarse sin la ayuda de Laurel, pero no lo consiguió. Laurel no pensaba permitir que se causara mayores daños por una simple cuestión de orgullo. Podían ser de mundos enfrentados, pero en aquel momento estaban unidos frente a un enemigo común.

   —Tengo que vendarle la herida. Si no, podría desangrarse. —Lanzó una mirada airada al sargento—. No sé qué tiene pensado para nosotros, pero muerto no será de utilidad para nadie. Además, la sangre dejará un rastro fácil de seguir.

   Sin esperar la aprobación del sargento, miró a su alrededor en busca de algo que pudiera utilizar como venda. Al final, Purefoy sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo lanzó.

   —Tome, pero vaya deprisa.

   —También necesitaré la corbata de su uniforme. —Laurel esbozó una sonrisa vacilante a su reacio paciente—. Soy médica.  Déjeme ver la herida.

   El Otro se arremangó la pernera del pantalón y dejó al descubierto una pierna musculosa con un feo agujero que le atravesaba la pantorrilla. Intentó estirar la pierna y realizó una mueca de dolor. Entonces dejó a un lado sus prejuicios y se convirtió en un paciente necesitado de cuidados. Tras un rápido examen, Laurel vio que la bala había atravesado limpiamente la carne de la pierna. Seguía sangrando, pero el mismo sangrado limpiaría la herida.

   —Con los cuidados necesarios, se curará.

   Laurel utilizó el pañuelo para taparle la herida y la corbata para sujetarlo y ejercer presión en los agujeros de entrada y salida de la bala. Mientras lo curaba, intentó no pensar en la posible contaminación  que podía sufrir por tocar la ropa y la piel del Otro.

   —Esto servirá como remedio temporal. Desearía poder curarlo mejor, pero no dispongo de ningún equipo médico.

   —Sus esfuerzos me honran.

   El Otro mostró su reconocimiento con un movimiento de la cabeza y aceptó la ayuda de Laurel para levantarse. Cuando se apoyó en la pierna herida, no pudo ocultar una mueca de dolor, pero enseguida se enderezó.

   —Muy bien. Poneos en marcha. —Purefoy empujó a Laurel con el cañón de la pistola y cogió la espada del Otro—. Es preciso que nos vayamos de aquí.

   A Laurel se le encogió el estómago.

   —¿Qué ha hecho, sargento?

   —He dejado una pequeña sorpresa para su amante.

   Su expresión de suficiencia hizo que deseara abofetearlo.

   —No hace más que acumular razones para que Devlin acabe con usted, Purefoy.

   —No si yo acabo antes con él.

   Laurel sacudió la cabeza.

   —Olvida que, aunque lo mate, él revivirá. A la larga, volverá a seguirle los pasos. Y Devlin se pone muy irritable cuando lo matan. Pero usted ya lo sabe, ¿no?, pues ya lo mató en una ocasión.

   —¡Cállese, bruja!

   —Además, también está el resto de los Paladines. Sospecho que Trahern debe de ser un enemigo bastante molesto. Y la última  vez que Lonzo murió, se necesitaron seis personas para inmovilizarlo y contenerlo.

   Laurel no sabía qué la empujaba a provocarlo, pero no podía evitarlo. Cada segundo que él dedicaba a responder a sus amenazas, era un segundo durante el que no estaba concentrado en sus planes. Además, si ella iba a morir, quería que su asesino fuera consciente de que su propio tiempo se acababa mientras los Paladines lo perseguían como la alimaña que era.

   El Otro caminaba estoicamente a su lado. A menos que los de su especie  fueran inmunes al dolor, cada paso que daba debía de constituir un suplicio, pero él no lo demostraba. Ella nunca creyó que llegaría a admirar algún aspecto de alguno de los Otros, y aquel sentimiento inesperado la exasperaba. Eran demasiados los Paladines  que habían sufrido a manos de ellos para poder dejar de verlos como a un enemigo. Sin embargo, el hombre que estaba a su lado había demostrado ser algo muy distinto al animal asesino que ella esperaba.

   Sin duda no era un ejemplar típico de su especie.

   —¿Cómo se llama? —le preguntó en voz baja—. Yo me llamo Laurel Young.

   El Otro tenía los ojos fijos en el suelo que pisaban,  como si necesitara toda su concentración para seguir caminando. Después de dar unos cuantos pasos, miró a Laurel. Sus ojos de color gris plata estaban enmarcados por arrugas de dolor.

   —Barak.

   Laurel esbozó una sonrisa que les sorprendió a los dos.

   —Encantada de conocerle, Barak. ¿Éste es  su nombre completo?

   Él enseguida volvió a dirigir la mirada hacia  el suelo.

   —Es todo lo que me queda de quien fui y ya no soy.

   Ella quería preguntarle por el significado de sus palabras, pero Purefoy interrumpió su conversación.

   —¡Vosotros dos! Dejad de hablar. Estáis aquí para morir, no para haceros amigos.

   Como, de todas maneras, Barak parecía poco inclinado a continuar conversando, Laurel guardó silencio. Después de un rato, preguntó:

   —¿ Adonde nos dirigimos ? ¿ O es que pretende que deambulemos por este laberinto hasta que los Paladines nos encuentren o hasta que encuentre una puerta que conduzca a algún otro lugar?

   Laurel se sintió decepcionada al ver que no mordía el anzuelo. Además, el sargento la empujó con la espada de Barak.

   —Gire a la izquierda.

   Entraron en otro callejón sin salida prácticamente igual a aquel en que el sargento la había dejado antes. Cuando llegaron al fondo del callejón, Barak y ella se volvieron de cara a Purefoy. Como estaban con la espalda pegada a la pared, la desagradable imagen de un escuadrón de fusilamiento acudió a la mente de Laurel. Sus pensamientos debieron de reflejarse en su cara, porque Purefoy se echó a reír.

   —Le diré qué podemos hacer, Laurel. Muéstreme un poco de la pasión que le ha demostrado a Bane y es posible que la deje vivir.

   —Ni lo sueñe.

   —Entonces espósese a su nuevo amigo. Estoy convencido de que a Bane le encantará encontrar a su mujer en los brazos de su peor enemigo. —Purefoy inclinó la cabeza a un lado—. Aunque supongo que ahora su peor enemigo soy yo.

   Como Laurel no se esposó de inmediato a Barak, Purefoy se acercó a ella y levantó la espada.

   —Espósese ahora, Laurel, o empezaré a cortarla en pedacitos. ¿Cree que Bane todavía la querrá desfigurada y llena de cortes?

   —Los Paladines son guerreros. Él reconocerá el valor aunque usted no lo haga, humano. —Barak se desplazó un poco situándose delante de Laurel—. Es más  fácil luchar contra una mujer desarmada que contra un hombre. Devuélvame la espada y veremos quién acaba hecho pedazos.

   Purefoy retrocedió unos pasos, pero entonces se detuvo.

   —Espósese a la mujer, alienígena, o le dispararé  en la otra pierna... para empezar.

   Cada minuto que mantenían  ocupado a Purefoy era tiempo del que Devlin disponía para encontrarlos, pero ella no permitiría que Purefoy disparara a Barak sólo para evitar que fueran esposados. Antes de que Barak pudiera reaccionar, Laurel le colocó la manilla en la muñeca.

   —¿Y ahora qué? —preguntó Laurel a Purefoy.

   —Volveos de espaldas y sentaos.

   Entonces Laurel se dio cuenta de que había una raja en el estrecho pasadizo. Parecía como si la hubieran realizado con un láser, y la energía de la barrera se filtraba por la rendija. Si Barak y ella estaban allí sentados junto a aquella línea cuando los Paladines restauraran la barrera, morirían.

   Ya se habían producido unos breves destellos de luz en el pasadizo, como si la barrera estuviera fluctuando para volver a activarse. Purefoy hizo el ademán de alejarse, pero, con un movimiento repentino, golpeó a Barak en la cabeza con la empuñadura de la pistola. El Otro cayó sobre el hombro de Laurel y se deslizó hasta el suelo.

   Laurel se preparó para recibir un trato similar, pero Purefoy se alejó de ella.

   —Tener que arrastrar con usted a un animal inconsciente entorpecerá sus movimientos. Me encantaría quedarme a observarla, pero tengo que irme. —Purefoy inclinó la cabeza y prestó oído a los ruidos de su entorno—. Dispongo del tiempo  suficiente para ponerme a salvo y contemplar cómo todo se viene abajo.

   Unos minutos más tarde, las luces se apagaron y Laurel quedó envuelta en la oscuridad esperando a ver quién era el primero en  encontrarla a ella y a su silencioso compañero, la muerte o  Devlin.

Ir a la siguiente página

Report Page