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IX. DE PRÍNCIPE A PRINCETON

La aclamación popular resultaba para Einstein tan incomprensible como su teoría para el profano. Las ventas de su librito se dispararon y en seguida aparecieron traducciones. En Inglaterra, el editor pidió al traductor inglés que redactara una breve nota explicativa para uso de los vendedores, que habían comprobado la gran ignorancia del público sobre el significado de la relatividad: al parecer, muchos pensaban que tenía algo que ver con las relaciones entre uno y otro sexo.

El 2 de febrero de 1919 el matrimonio de Einstein terminó en divorcio amistoso. Mileva recibió la custodia de los hijos y Einstein debería correr con los gastos de los tres. Einstein se comprometió también a entregar a Mileva el dinero del premio Nobel. La verdad era que todavía no se lo habían concedido, pero los dos estaban seguros de que algún día lo recibiría.

En Berlín, en los años de la guerra, pasó muchos días en casa del primo de su padre. Rudolf Einstein, cuya esposa era hermana de la madre de Einstein. Su hija Elsa era prima por ambas partes. Siendo niña había jugado muchas veces con Albert en Munich. Al quedarse viuda se había trasladado a la casa de su padre con sus dos hijas. Use y Margot. En 1917, año en que Einstein tuvo una grave enfermedad gástrica. Elsa le atendió con gran esmero. Siempre había habido una fuerte unión entre ellos, y en junio de 1919 contrajeron matrimonio. Ella le cuidó como si fuera un niño sin experiencia ―lo cual, en cierto sentido, era verdad― y le protegió de otras penas más profundas. Su madre tenía un cáncer incurable. A finales de 1919 fue con una enfermera a Berlín para pasar al lado de su hijo sus últimos días. Y allí murió en febrero de 1920. Einstein estaba inconsolable. A comienzos de marzo, en una carta dirigida a Max Born, que le había pedido su opinión sobre la conveniencia de abandonar su ciudad para aceptar una cátedra en Gotinga. Einstein escribía: «...Lo importante no es dónde resides... Además, soy un hombre sin raíces en ninguna parte, y no me considero la persona más indicada para dar consejos. Las cenizas de mi padre están en Milán. Enterré a mi madre aquí hace pocos días. Yo mismo he estado siempre yendo de un lugar a otro; soy un extraño en todas partes. Mis hijos están en Suiza en circunstancias que no favorecen mucho que pueda verlos. Lo ideal para un hombre como yo es sentirse en casa en cualquier parte, rodeado de sus seres queridos y amigos. Por eso no tengo derecho a aconsejarte en este asunto.»

Estas siluetas de Einstein, de su esposa Elsa y de sus hijas Use y Margot fueron realizadas por el propio Einstein en 1919. Luego las pegó en la primera página de un libro infantil alemán. El viaje del pequeño Peter a la Luna, y se las envió como regalo de navidad al hijo pequeño de un amigo. Estaba muy orgulloso de su obra, en la que invirtió sólo dos horas.

Esta carta recuerda en parte a otra anterior. En 1919, poco antes de la proclamación oficial de los resultados del eclipse. Einstein, que realizaba una visita científica a Holanda, había pasado unos días muy felices con Ehrenfest y su familia. Más adelante, Einstein le escribió para darle las gracias y le decía: «De ahora en adelante seguiremos manteniendo un estrecho contacto personal. Sé que nos hace bien a los dos y que tanto tú como yo nos sentimos menos extraños en este mundo gracias al otro.»

Su enorme fama impuso a Einstein obligaciones que su conciencia no le permitía eludir. Estaba en una situación singular para contribuir a superar los enfrentamientos entre naciones. La guerra había sido durísima, y cuando se interrumpieron los combates las pasiones seguían todavía muy enconadas, tanto entre los vencedores como entre los vencidos. Por ejemplo, en diciembre de 1919, la Royal Astronomical Society de Inglaterra decidió conceder a Einstein su medalla de oro de 1920, pero los miembros más «patrióticos» consiguieron los votos suficientes para impedir la ratificación de tal medida, con el resultado de que aquel año no se entregó ninguna medalla. La Royal Astronomical Society no conseguiría entregar su medalla de oro a Einstein hasta el año 1926.

En 1918 el káiser abdicó del trono alemán y subió al poder un gobierno republicano. En las notas de Einstein para las conferencias semanales sobre la relatividad, correspondientes al invierno de 1918-1919, no aparece en el día 9 de noviembre ningún tema científico. Pueden leerse las siguientes palabras: «suprimida por la revolución». Detrás de este lacónico comentario se escondían acontecimientos turbulentos en los que, de forma periférica. Einstein tuvo una participación directa. Los revolucionarios de la Universidad de Berlín habían proclamado la deposición del rector, al que retuvieron cautivo. A Einstein, dada su categoría y sus inclinaciones socialistas, le llegaron peticiones de que interviniera, y con dos amigos, Born y el psicólogo Max Wertheimer, se presentó ante los dirigentes de los estudiantes rebeldes. Le preguntaron sus puntos de vista. No era persona dada al servilismo, sobre todo cuando estaba en juego algo que para él era cuestión de principios. Habló severamente sobre los peligros para la libertad académica, y sus palabras no fueron del agrado de los rebeldes. No obstante, enviaron a Einstein y a sus amigos al nuevo presidente de Alemania. Incluso dentro del caos revolucionario el nombre de Einstein abría todas las puertas. El propio presidente interrumpió urgentes asuntos de Estado para escribir un breve memorándum, y pronto se arregló el problema.

Página de las notas de clase de Einstein (Berlín. 1918), entre las que se lee la correspondiente al 9 de noviembre: «Suprimida por causa de la revolución.»

La revolución significó para Einstein mucho más de lo que podría pensarse por la pequeña anomalía mencionada en las notas de clase. Se alegró de la caída de los militaristas prusianos. Aunque Alemania estaba atónita, desilusionada y hambrienta tras la derrota y el bloqueo aliado, Einstein tenía grandes esperanzas en el futuro de su país. Pensó que su situación le obligaba a realizar un gesto de simpatía y de apoyo a la nueva república alemana. Por eso, sin renunciar a la ciudadanía suiza, se hizo ciudadano alemán, aunque con ciertos recelos. Y cuando Zangger y otros intentaron llevarle a la Universidad de Zurich, y Ehrenfest, Kamerlingh-Onnes y Lorentz le hicieron una propuesta todavía más atractiva para que fuera a Leiden, rechazó amablemente ambas ofertas. Sabía que se había convertido en un símbolo. En septiembre de 1919 escribió a Ehrenfest y le decía: «...Le prometí a Planck no alejarme de Berlín a no ser que las condiciones fueran tales que él considerara natural y adecuada la decisión... Sería una doble mezquindad por mi parte marcharme sin ninguna necesidad, precisamente en el momento en que comienzan a realizarse mis esperanzas políticas, y quizá en parte por motivos materiales, abandonando a un pueblo que me ha colmado de cariño y amistad, y al que mi marcha resultaría doblemente dolorosa en esta hora de humillación... (Tengo la impresión de ser una reliquia de una antigua catedral; nunca se sabe qué hacer con las cosas viejas...)»

Sin embargo, Einstein aceptó trabajar en Leiden varias semanas al año sin abandonar su cátedra de Berlín.

A petición de The Times de Londres escribió un artículo sobre la relatividad, que se publicó el 28 de noviembre de 1919. En él ponía estas palabras conciliadoras: «Tras la lamentable interrupción de la antigua intercomunicación entre los hombres de ciencia, aprovecho gustoso esta ocasión de expresar mis sentimientos de alegría y gratitud hacia los astrónomos y físicos de Inglaterra. Como correspondía a las nobles tradiciones de la actividad científica en vuestro país, eminentes científicos han dedicado su tiempo y esfuerzos, y vuestras instituciones científicas no han ahorrado gastos, para verificar las consecuencias de una teoría que se desarrolló y publicó durante la guerra en territorio enemigo... Pero no debemos suponer que la enorme labor de Newton pueda ser desbancada por la relatividad o cualquier otra teoría. Sus grandiosas y lúcidas ideas conservarán su importancia singular para todos los tiempos en cuanto base de toda nuestra estructura conceptual moderna en el campo de la filosofía natural.» Al final del artículo Einstein incluyó este comentario irónico: «Nota. Algunas de las afirmaciones aparecidas en su periódico al hablar de mi vida y mi persona tienen su origen en la intensa imaginación del escritor. Al lector le gustaría ver otra aplicación del principio de la relatividad: hoy me consideran en Alemania como un “sabio alemán” y en Inglaterra como un “judío suizo”. Si me quisieran representar como una bête noire sería, por el contrario, un “judío suizo” para los alemanes y un “sabio alemán” para los ingleses.»

Einstein. Ehrenfest. Langevin. Kamerlingh-Onnes y Weiss en Leiden, hacia 1920.

Las palabras de Einstein sobre Newton le salían del corazón. No eran un gesto diplomático, arte en el que Einstein, con su honradez instintiva, no progresó demasiado. Entre los papeles de Einstein apareció el siguiente cuarteto sin fecha, escrito quizá en 1942, fecha del tercer centenario del nacimiento de Newton, celebrado con gran solemnidad y numerosos discursos. Al parecer, Einstein no lo escribió para publicarlo sino para dar rienda suelta a sus sentimientos:

Seht die Sterne, die da lehren

Wie wan solí den Meister ehren

Jeder folgt nach Newtons

Plan Ewig schweigen seiner Bahn.

Es un texto de difícil traducción. El contenido es, más o menos, el siguiente:

Contempla las estrellas y aprende de ellas

la verdadera forma de honrar al Maestro.

En su silencio eterno, siguen su curso

según las leyes de Newton.

Manuscrito del cuarteto de Einstein sobre Newton. La pequeña corrección indica que el cuarteto debió ocurrírsele casi de repente y prácticamente en su forma final.

Quizá sea éste el momento de examinar un documento escrito por el encargado de negocios alemán en Londres, unos nueve meses después de la aparición del artículo de Einstein en The Times. El 9 de septiembre el encargado de negocios informaba al ministerio de Asuntos Exteriores alemán: «Los periódicos ingleses han publicado los violentos ataques verbales dirigidos en Alemania contra el distinguido profesor Einstein. Hoy, el Morning Post informa de que Einstein tiene intenciones de abandonar Alemania y dirigirse a América. Aunque, como es bien sabido en Inglaterra, ningún profeta es bien visto en su propia tierra, los ataques verbales contra Einstein y la campaña dirigida también desde Alemania contra famosos científicos ingleses... producen muy mala impresión aquí en Inglaterra. Más que nunca, Einstein constituye para Alemania un factor cultural de primer orden, pues su nombre es conocido en todas partes. No podemos expulsar a este hombre de Alemania; podríamos utilizarlo como eficacísimo medio de Kulturpropagand. Si Einstein está pensando realmente en marcharse de Alemania, sería mucho mejor para la reputación de nuestro país en el extranjero tratar de convencerle de que se quedara.»

Cálculos que figuran al dorso de la página en que Einstein escribió el cuarteto sobre Newton.

Algo había ocurrido en Alemania. Eso era evidente. Einstein era objeto de numerosos ataques. Siempre había hablado claramente en contra del militarismo alemán, y ni su pacifismo ni sus inclinaciones socialistas ni el hecho de ser judío ―ni su fama― le favorecerían demasiado a los ojos de los defensores fanáticos del nacionalismo alemán. Estos necesitaban desesperadamente una excusa para la derrota de Alemania, y echaron la culpa a los pacifistas y a los judíos. Empezaron a producirse incidentes desagradables. En 1920 se desarrolló en Alemania una campaña antisemita. Contaba con un fuerte respaldo económico y tenía como objetivo denigrar a Einstein y atacar su teoría, judía o comunista, según los casos, que había contaminado las fuentes de la ciencia pura alemana. Los organizadores gastaron el dinero a manos llenas. El 25 de agosto organizaron en el Palacio de Conciertos de Berlín una multitudinaria reunión contra la relatividad. Los periódicos alemanes se sumaron en seguida a la campaña. Indignados ante tal actitud, Laue, Nernst y Rubens intentaron combatir su irracionalidad publicando una declaración conjunta en la prensa. En ella deploraban los ataques personales a Einstein, defendían la relatividad y declaraban que, aun prescindiendo de esta teoría, Einstein era un físico de talla excepcional. El propio Einstein, hombre de temperamento ecuánime, que había asistido a la reunión como espectador, no pudo contenerse y escribió una respuesta pública no demasiado acertada. Los periódicos ingleses no habían exagerado cuando, para consternación del encargado de negocios alemán, informaban de los ataques a Einstein.

En este momento volvemos a encontrarnos con Lenard. Había obtenido el premio Nobel en 1905, el mismo año en que Einstein había utilizado, con gran provecho, las anteriores observaciones experimentales de Lenard sobre el efecto fotoeléctrico. Lo que éste sentía por Einstein era casi idolatría. En 1909, por ejemplo, le había escrito una efusiva carta en la que le calificaba de «pensador profundo y trascendental» y confesaba que tenía siempre sobre la mesa una carta que Einstein le había escrito en 1905. Pero el tiempo y los acontecimientos habían cambiado a Lenard. Se convirtió en uno de los más virulentos detractores de las obras de Einstein, y sus ataques tenían toda la fuerza que le prestaba su prestigio científico. Su ofensiva comenzó en el Congreso de Científicos y Físicos Alemanes celebrado en Bad Nauheim en 1920, en una sesión presidida por Planck. La arremetida de Lenard tenía resonancias antisemitas, pero Planck, prevenido de antemano, logró evitar el desastre, aunque no pudo impedir que se produjeran fuertes enfrentamientos verbales entre Lenard y Einstein. Lenard sería con el tiempo miembro entusiasta del partido nazi, y sus ataques ganaron en virulencia con los años.

En el otoño de 1920, Einstein escribió a la comunidad judía de Berlín diciendo que no tenía intención de pagar el impuesto religioso: «Me considero totalmente judío, pero estoy muy lejos de las formas religiosas tradicionales.» Proponía, a cambio, hacer todos los años una donación para el departamento social de la comunidad. Cuando le dijeron que, igual que ocurría en los demás grupos religiosos de Alemania, cada judío estaba obligado por la ley a pagar impuestos a su comunidad judía, respondió: «Nadie puede ser obligado a pertenecer a una comunidad religiosa. Gracias a Dios, eso es cosa del pasado. De una vez por todas, quiero dejar bien claro que no tengo intención de formar parte de ningún grupo religioso oficial... y que me mantendré al margen de todos ellos.» Las discusiones se prolongaron hasta febrero de 1924, en que Einstein aceptó hacerse miembro de la comunidad, tras convencerse de que podía hacerlo únicamente en sentido cultural, no religioso.

Mientras tanto, ante el resurgir de un antisemitismo declarado, Einstein comenzó a darse cuenta de que su fama le imponía también una responsabilidad especial hacia los judíos. No podía marginarse ante sus sufrimientos y peligros. A pesar de su declarada aversión al nacionalismo, se persuadió de que debía apoyar el sionismo, el imposible sueño de Theodor Herzl de una patria judía que la guerra había estado a punto de convertir en realidad, por increíble que pareciera. Esta decisión de apoyar el nacionalismo judío no fue fácil para Einstein, pero veía en la patria judía la satisfacción de una necesidad psicológica, cultural y política de los judíos, un medio de aunar sus aspiraciones y de darles una nueva sensación de unidad. En marzo de 1921, Chaim Weizmann, dirigente sionista que sería con el tiempo el primer presidente de Israel, envió desde Inglaterra un emisario que informó a Einstein de sus planes de crear una universidad hebrea en Jerusalén. Weizmann quería que el científico le acompañara en una visita que pensaba realizar a América para obtener fondos. La idea no resultaba muy atractiva para Einstein, que comunicó inmediatamente su negativa, diciendo que no tenía nada de orador y que los sionistas debían contentarse con utilizar su nombre. Pero se impuso su sentido del deber y casi sin demora transmitió su asentimiento, aunque ello significaba que tendría que renunciar al siguiente Congreso Solvay, el primero desde la guerra.

Einstein y Weizmann a su llegada a Estados Unidos en 1921.

En cuanto se supo que Einstein tenía intenciones de viajar a América, los presidentes de las distintas instituciones académicas le hicieron llegar una auténtica avalancha de invitaciones en las que le proponían conferencias, visitas y distinciones académicas. A comienzos de 1921 Einstein había pronunciado conferencias en Praga y Viena ante un público entusiasta, pero ambas ciudades pertenecían a países que no habían combatido contra Alemania durante la guerra. La visita a América representaba una nueva etapa en las relaciones de la posguerra. América había luchado contra Alemania. Sin embargo, los americanos recibieron a Einstein con un entusiasmo que éste no lograba entender. El 2 de abril de 1921, mientras el barco atracaba, los periodistas le asediaron a bordo. El alcalde de Nueva York organizó un recibimiento oficial, como si de un héroe de guerra se tratara. El presidente Harding le invitó a la Casa Blanca. Y, sobre todo, el ciudadano medio se encariñó con él, dejándose cautivar por su sencillez. En los círculos académicos fue recibido con cordialidad. La Universidad de Columbia le impuso una medalla, la Universidad de Princeton le hizo doctor honoris causa. Las cuatro conferencias allí pronunciadas por Einstein aparecieron en seguida en la traducción inglesa que la misma Universidad publicó en forma de libro con el título The Meaning of Relativity. La obra llegó hasta la sexta edición y todavía se sigue vendiendo. En una recepción organizada en su honor en Princeton, le rogaron que expresara su opinión sobre ciertos experimentos que parecían rebatir las concepciones relativistas y prerrelativistas. Respondió con un comentario ―un credo científico― que se ha hecho famoso. Estaba presente el geómetra americano Oswald Veblen, que tuvo la precaución de anotarlo por escrito. Años más tarde, en 1930, cuando la Universidad de Princeton construyó un edificio especial para la sección de matemáticas, Veblen obtuvo autorización de Einstein para grabar en mármol aquellas palabras y colocarlas sobre la chimenea del salón de la facultad. La inscripción está en su original alemán: «Raffiniert ist der Herrgott, aber boshaft ist er nicht», que podría traducirse como «Dios es astuto y sutil, pero no malicioso.» En su respuesta a Veblen, Einstein explicaba lo que con ello quería decir: la Naturaleza oculta sus secretos porque es sublime, no porque sea tramposa.

En cuanto a la recogida de fondos, la presencia de Einstein fue una baza muy fuerte y se consiguieron millones de dólares para el Fondo Nacional Judío. Como dijo Einstein al volver a Berlín, «gracias a la incansable energía y al espíritu de sacrificio de los doctores judíos de América, hemos conseguido recaudar el dinero suficiente para la creación de una facultad de Medicina, y se han puesto ya en marcha los trabajos preliminares».

La visita a América impresionó profundamente a Einstein. Fortaleció su conciencia de judío y le confirmó en su intención de apoyar el sionismo, para alarma y nerviosismo de muchos judíos alemanes que basaban sus esperanzas en la asimilación con el resto de la población.

Einstein se dispone a recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Princeton. 1921.

En el viaje de vuelta desde América, se detuvo brevemente en Inglaterra, donde había recibido invitaciones para dar conferencias en la Universidad de Manchester y en el King’s College de la Universidad de Londres. En este país había aún gran hostilidad hacia Alemania, y nadie podía prever de antemano lo que ocurriría con las conferencias. Einstein hablaba en alemán, la lengua del enemigo... y, a pesar de todo, sus conferencias provocaron enorme entusiasmo. Cautivó al público por la misma fuerza de su personalidad, por su naturalidad, sencillez y humor, por el dominio de los temas que tocaba y por la indefinible aureola de grandeza que ni su timidez podía ocultar. Durante su estancia fue tratado como un verdadero héroe del espíritu. La Universidad de Manchester le concedió el título de doctor honoris causa. En Londres, se alojó como invitado de honor en casa del estadista y filósofo vizconde Haldane. En ella y en todas partes Einstein conoció a muchos personajes distinguidos de la vida británica. Y en conjunto, tal como Haldane y Einstein habían esperado, la visita contribuyó en gran medida a la causa de la reconciliación internacional.

Entrada para la conferencia de Einstein en el King’s College (Universidad de Londres), en 1921. Obsérvese el cambio de fecha, el aumento del precio, la indicación de que los ingresos irían a parar al Imperial War Relief Found y la advertencia de que la conferencia sería en alemán.

En junio de 1921 Einstein llegó de nuevo a Alemania, donde poco después el nuevo observatorio astronómico fue bautizado en su honor con el nombre de Torre de Einstein.

Entre los científicos que acudieron por entonces a Berlín a estudiar con Einstein estaba el joven húngaro Leo Szilard, con quien patentó un invento conjunto consistente en un mecanismo de refrigeración. Tendremos luego más noticias de Szilard.

Einstein en el Collège de France. 1922.

En marzo de 1922, en gran parte gracias a los esfuerzos de Paul Langevin, que tuvo que luchar contra la fuerte oposición de algunos patriotas franceses. Einstein dio una serie de conferencias en el College de France, en París. Muy significativo del ambiente de amargura dejado por la guerra es el hecho de que fuera ésta la primera vez que Einstein podía dar una conferencia en Francia, y aun entonces tuvieron que tomarse considerables precauciones. Como él mismo recordaba en una carta de 1943: «Fue Walther Rathenau, ministro alemán de Asuntos Exteriores, quien me aconsejó encarecidamente que aceptara la invitación de ir a París, gesto que entonces se consideraba muy arriesgado.» En París, donde Einstein conoció a muchos políticos y científicos franceses, tuvo la sensación de que, con su visita, la causa de la reconciliación internacional había dado un nuevo paso. Tuvo además el placer adicional de ver a su amigo Solovine, de los tiempos de la Academia Olympia.

Pero en Alemania, por debajo de los acontecimientos de la vida cotidiana, se estaba incubando una amenaza. Estalló de forma violenta el 24 de junio de 1922, cuando activistas de derecha asesinaron a Rathenau, internacionalista y judío. Einstein era también internacionalista y judío; y en Alemania, como en Francia, su visita a París había producido fuertes resentimientos en algunos sectores. Había recelos nacionalistas contra él hasta entre sus colegas científicos alemanes. En las reuniones procuraban no sentarse a su lado, algunos por convicción, y otros por temor a que pudieran pensar que tenían amistad con él.

El Congreso de Científicos y Físicos Alemanes debía celebrar su centenario el mes de septiembre en Leipzig, con Einstein como principal orador. Pero el 5 de julio de 1922 éste consideró necesario escribir a Planck para que cancelara su intervención. En la carta decía: «Varias personas de toda confianza me han advertido seriamente, y de forma independiente, que por el momento procure alejarme de Berlín, y sobre todo, que evite toda aparición pública en Alemania. Parece ser que figuro entre las personas que los nacionalistas están dispuestas a asesinar. Cierto es que no tengo ninguna prueba concluyente, pero en las actuales circunstancias creo muy posibles tales amenazas. Si estuviera en juego alguna causa importante, no me arredraría por tales razones. Pero en el presente caso no se trata más que de una simple ceremonia oficial, y es fácil encontrar a otro (por ejemplo Laue) que pueda ocupar mi lugar. El problema es que los periódicos han mencionado mi nombre demasiadas veces, y de esta manera han movilizado a la chusma contra mí. No me queda otra alternativa que tener paciencia y marcharme de la ciudad. Te pido que te tomes este pequeño incidente con calma, como estoy haciendo yo...»

Durante cierto tiempo, Einstein escuchó las advertencias y se mantuvo retirado en Berlín, renunciando incluso a sus conferencias habituales. Pero el 1 de agosto apareció públicamente en una importante manifestación celebrada en Berlín contra la guerra, y con este gesto de audacia demostró que no se sentía intimidado, recuperando de nuevo su libertad.

Sin embargo, no pronunció el discurso de apertura en el congreso de Leipzig.

En octubre de 1922, por invitación de un editor japonés, los Einstein hicieron una visita a Japón, donde pasaron unas seis semanas. En un informe enviado a Berlín, el embajador alemán en Japón comparó la visita de Einstein con una comitiva triunfal. A su paso se formaban verdaderas multitudes deseosas de verle en persona. Fue recibido por la emperatriz. Los periódicos competían entre sí para informar de sus actividades, con tonos realistas o de ficción. Fue colmado de honores y de toda clase de regalos, y se dejó cautivar por el singular encanto de los japoneses. Años más tarde ―un trágico cuarto de siglo más tarde― recordaba con intensidad esta visita a Japón, diciendo: «Me encariñé tanto con las personas y con el país, que al marcharme no pude contener las lágrimas.» La visita había constituido una especie de desahogo tras las tensiones sufridas en Berlín después del asesinato de Rathenau. El embajador alemán en Japón, aunque a veces sufriera por la indumentaria poco ortodoxa de Einstein, sentía gran atracción hacia él, y envió informes oficiales a Berlín en los que decía que, a pesar de todas las distinciones recibidas, seguía siendo un hombre modesto, cariñoso y sencillo. Evidentemente. Einstein era muy distinto de otras celebridades a quienes el embajador había debido acompañar en sus visitas.

Unos días antes que el barco en que viajaba Einstein, llegó a Japón la noticia de que se le había concedido el premio Nobel de 1921 «por sus servicios a la física teórica y, en especial, por su descubrimiento de la ley del efecto fotoeléctrico». En el documento oficial no se mencionaba en concreto la relatividad. Todavía se consideraba como una doctrina polémica, tanto en lo científico como en lo político, pues no era fácil de entender y había recibido muchos ataques. La ley fotoeléctrica era también una afirmación arriesgada, pero tras los experimentos de Millikan estaba suficientemente verificada y podía considerarse como motivo suficiente, y seguro, para la concesión del premio.

Cuando el galardonado no puede estar presente en la ceremonia de entrega del premio Nobel, lo normal es que lo acepte en su nombre el embajador de su país en Suecia. Einstein quería que se encargara de ello el embajador suizo, pero los alemanes, conscientes de la importancia del acto, pusieron objeciones. Al final, el problema se solucionó con una maniobra diplomática que consistió en que el embajador suizo en Alemania llevara personalmente el diploma y la medalla a Berlín, para entregárselos a Einstein. Cuando más tarde Einstein pronunció en Suecia el discurso de aceptación del premio Nobel, hizo caso omiso de las palabras del documento oficial de la concesión y habló de la teoría de la relatividad.

Einstein en Göteborg. Suecia, con ocasión de la visita que realizó a este país para recibir el premio Nobel, en julio de 1923. El cuarto por la izquierda de la fila delantera es el rey Gustavo V de Suecia. Fotografía cortesía del Dr J. A. Hedvall

Einstein continuó con su «paseo triunfal» de Japón a Palestina, donde la bienvenida que le ofrecieron los judíos tuvo características especiales, subrayadas por el recuerdo de su tragedia milenaria. En Jerusalén, en el monte Scopus, emplazamiento de la futura universidad hebrea, pronunció una conferencia en francés y anotó en su diario de viaje: «Tuve que comenzar con un saludo en hebreo, que leí con grandes dificultades.» Fue tratado con gran respeto, y en su conferencia se le invitó a hablar desde «la cátedra que le está esperando desde hace dos mil años». Se sintió profundamente conmovido por las aspiraciones de los dirigentes judíos. Sin embargo, al ver las oraciones angustiosas ante el Muro de las Lamentaciones y las ruinas de la gloria pasada de Salomón y de su templo, escribió en su diario: «Una visión deplorable de hombres con pasado y sin presente.»

De Palestina fue a España, donde, según él mismo decía humorísticamente, siguió «silbando su teoría de la relatividad». De Madrid a la frontera francesa viajó en el tren de la casa real, que el rey había puesto personalmente a su disposición. Pero cuando el matrimonio llegó a territorio francés, de vuelta a Berlín, Einstein estaba ya harto de todo el boato y de los cumplidos que rodeaban a sus viajes, y dijo a su esposa: «Tú puedes hacer lo que prefieras, pero yo pienso viajar en tercera clase.»

Cuando llegaron a casa en la primavera de 1923, Europa mostraba señales de una tensión peligrosa. Los fascistas se habían hecho con el poder en Italia. Poincaré ―no Henri, el matemático y físico, sino su primo Raymond, primer ministro francés― había enviado tropas a la zona alemana del Ruhr para obligar a Alemania a pagar las compensaciones de guerra. En consecuencia, ésta se vio sumida en una inflación desastrosa que privaría de todo valor al marco alemán, acabando con los ahorros de la población y contribuyendo a preparar el camino para la llegada del nazismo.

Sin embargo, en estos y en los años siguientes. Berlín fue el centro de una edad de oro del arte y de la ciencia alemanes, y Einstein estuvo allí la mayor parte del tiempo. Era bien conocido su amor a la música. Cuando el pianista Joseph Schwarz ofreció en Berlín un recital acompañado de su hijo Boris, que era un gran violinista a pesar de su juventud, un político que les oyó los envió a casa de Einstein, sabiendo que éste sentiría curiosidad por el joven violinista. El día señalado acudieron a su piso. Acompañado al piano por su padre, Boris comenzó el concierto de Bruch en sol menor. Cuando llegó al pasaje tan lírico y expresivo del primer movimiento ―uno de los favoritos de Boris― Einstein exclamó de repente: «¡Ah! No se puede negar que le gusta el violín.» Y cuando terminaron el concierto, sacó encantado su propio violín y juntos tocaron tríos de Bach y Vivaldi. De este modo comenzó una amistad duradera, enriquecida por muchas sesiones musicales.

Fachada de la vivienda de los Einstein en la Haberlandstrasse. 5. de Berlín. A la derecha, un rincón de la sala de música

Es interesante escuchar los comentarios de un violinista profesional sobre la técnica musical de Einstein. Boris Schwarz decía que su tono era muy puro, con poco vibrato, pues no le gustaba el tono vibrante y sensual del siglo XIX. Esto encajaba con las preferencias musicales de Einstein. Le encantaba la música del siglo XVIII: Bach, Vivaldi y Mozart ―sobre todo Mozart―. Beethoven, en su apasionado tono de do menor, le resultaba demasiado emotivo. Boris Schwarz añadió que Einstein tenía gran facilidad de lectura y que «llevaba muy bien el ritmo». Tocaba, según Schwarz, con tremenda concentración, inclinándose hacia adelante, con la cara pegada a la partitura. En la época que pasó en Berlín debió practicar incansablemente con el violín, sin importarle dedicar a ello varias horas seguidas. De hecho, Boris Schwarz se cansaba mucho antes que Einstein, y dándose cuenta de ello, la señora Einstein acudía en su ayuda llevando el té.

Fotografía de Joseph Schwarz, Boris Schwarz y Einstein, con un autógrafo de este último. El pareado podría traducirse más o menos así: «EI padre y el hijo no tocaban mal, pero que nada mal.». Fotografía cortesía de Boris Schwarz

Los Congresos Solvay, interrumpidos por la guerra, se habían reanudado en 1921, pero Einstein no pudo acudir en aquella ocasión por estar en América. En otoño de 1923, mientras se hacían planes para organizar otro Congreso Solvay en Bruselas, en Bélgica había aún grandes resentimientos contra Alemania, que había violado nueve años antes su neutralidad. Al enterarse de que no iban a invitar a otros científicos alemanes. Einstein insistió, a pesar de las repetidas peticiones de los organizadores, en que no le enviaran invitación. Dejó bien claro que no asistiría a un congreso científico del que se había excluido a otros científicos por el mero hecho de ser alemanes.

Litografía de Einstein por Emil Orlik. 1928. Fotografía cortesía de Boris Schwarz

Manuscrito del pareado escrito por Einstein cuando le preguntaron su opinión sobre la litografía de Orlik. Aludiendo a la gordura con que se le había «obsequiado» en la litografía. Einstein dice: ―Esto habla en favor de la ciencia, pues no hay violinista tan bien alimentado.»

Con el paso de los años se fue desilusionando de la Sociedad de Naciones y de sus posibilidades de conseguir la paz mediante la concordia internacional. Se daba cuenta de que había ya poderosas fuerzas empeñadas en una dura batalla y de que no era posible convencerlas con simples debates. Sin embargo, como miembro del Comité sobre Cooperación Intelectual, patrocinado por la Sociedad de Naciones, trabajó intensamente con sus colegas de otros países, esperando contra toda esperanza en la posibilidad de conseguir algo tangible, aunque fuera insuficiente. Más tarde hablaría de este comité en los siguientes términos: «A pesar de contar con miembros muy ilustres, fue la empresa más ineficaz en la que he participado jamás.»

En 1928, estando en Suiza, cayó gravemente enfermo del corazón y fue trasladado de nuevo a Berlín. Pocos meses después pudo abandonar la cama, pero tardó mucho en reponerse. Como antes, siguió apoyando con fuerza la causa del pacifismo. Por ejemplo, en 1928 publicó las siguientes palabras: «Nadie tiene derecho moral a llamarse cristiano o judío si está dispuesto a cometer un crimen siguiendo las instrucciones de una determinada autoridad, o si se deja utilizar para la iniciación o preparación de tal crimen, en cualquier forma posible.»

Y en febrero de 1929, poco antes de cumplir los cincuenta años, se explicó de forma todavía más concreta y categórica: «En caso de guerra me negaría rotundamente a prestar cualquier servicio armado, directo o indirecto, y trataría de convencer a mis amigos de que adoptaran la misma postura, independientemente de lo que pudiera pensar sobre las causas de una guerra concreta.»

Su cincuenta cumpleaños, el 14 de marzo de 1929, fue un acontecimiento mundial, en el que, sin embargo, Einstein no participó. Consciente de lo que iba a ocurrir, se escondió para huir de las atenciones de sus simpatizantes y de los periodistas. No dejaron de producirse incidentes curiosos. Por ejemplo, en tan señalado día llovieron telegramas, cables y otros mensajes sobre su piso de Berlín, del que él había huido; pero entre los numerosos visitantes se presentó un funcionario de Hacienda, y no ciertamente a llevar algún regalo: quería hablar con Einstein sobre su declaración de la renta. Cuando le dijeron que era el cumpleaños de aquel gran personaje, se sintió avergonzado y se marchó confundido, pidiendo perdón por su torpeza. El sonrojo del funcionario de Hacienda debió ser uno de los cumplidos más espontáneos recibidos por Einstein aquel día.

Einstein navegando en Caputh con su hija Use y su yerno Rudolf Kayser, hacia 1930. Fotografía de H. Landshoff.

También era del conocimiento público que a Einstein le encantaba relajarse recorriendo en vela el río Havel y los lagos próximos a Berlín, disfrutando del calor del sol y de la soledad, mientras su mente vagaba por el universo. Deseando complacerle, las autoridades de la ciudad de Berlín decidieron, mediante votación, ofrecerle como regalo de cumpleaños una extensión de terreno y una casa a orillas del Havel. Por desgracia, la casa estaba ocupada y no se podía disponer de ella. Otros dos intentos de cumplir la promesa tropezaron también con inconvenientes grotescos, y decidieron solicitar a Einstein que contribuyera a resolver el problema seleccionando un terreno, que luego la ciudad adquiriría para él. Elsa Einstein encontró un lugar precioso rodeado de árboles, próximo al Havel, en la ciudad de Caputh, un poco más allá de Potsdam. Las autoridades de Berlín dieron su aprobación, y por fin parecía que estaban a punto de conseguir un final feliz. Pero el problema del pago por la ciudad de Berlín originó un enfrentamiento político que, por desgracia, comenzó a adquirir matices antieinsteinianos. Para entonces, el regalo de cumpleaños había perdido todo atractivo, y Einstein puso final al problema declarando oficialmente su renuncia al regalo inexistente. Para cumplir los compromisos ya adquiridos, utilizó sus ahorros para pagar el terreno prometido y levantar allí una casa de verano.

Einstein tuvo que echar mano de todos sus ahorros. No obstante, había hecho una buena inversión. Era hombre poco amigo de convencionalismos en el trato y en la forma de vestir, y se encontraba más a gusto en aquel marco idílico que en los círculos académicos de Berlín. Los Einstein pasaron algunos veranos muy felices en Caputh, disfrutando del río y de su intimidad.

Einstein en Caputh, camino del embarcadero, hacia 1930. Fotografía de H. Landshoff.

El invierno de 1930-1931, y el siguiente, los pasaron en Estados Unidos. Einstein acudió como profesor invitado al California Institute of Technology, en Pasadena, cuyo director era por entonces Millikan. En primavera, Einstein se incorporaba a su puesto de Berlín, y en verano se marchaba a su retiro de Caputh. Pero, mientras tanto, habían sucedido acontecimientos dramáticos. En el otoño de 1929 se produjo el pánico en la bolsa de Nueva York. Era el comienzo de una depresión económica mundial, de efectos profundos y duraderos. Muchos perdieron sus empleos; los jóvenes no conseguirían empezar a trabajar. La pobreza y la desesperación acechaban por todas partes, sobre todo en Alemania, donde constituyeron el caldo de cultivo para toda clase de demagogos. Los industriales alemanes, atemorizados ante una posible revolución comunista, apoyaron económicamente a los nazis, con la esperanza de poder controlarlos. En América, por aquellas fechas, dos filántropos judíos, Louis Bamberger y su hermana Felix Fuld, ofrecieron una importante ayuda económica a Abraham Flexner, especialista en educación, para que realizara su sueño de crear un Instituto de Estudios Superiores. Esta institución quería ser una comunidad de hombres destacados en el mundo de la ciencia, a los que se pagaría generosamente, sin que tuvieran más obligación que la de dedicar todas sus energías a su trabajo.

Nemst, Einstein, Planck, Millikan y Laue en Berlin. 1931. Todos ellos recibieron el premio Nobel. Fotografía cortesía de Mrs. Rudolf Ladenburg

Gracias en parte a la ayuda económica de los industriales alemanes, los nazis experimentaron un rápido crecimiento. En enero de 1933 Hitler era ya canciller de Alemania, y el 23 de marzo del mismo año obtenía poderes dictatoriales. La libertad de expresión y la libertad en general fueron barridas de Alemania, reemplazadas por el terror.

La casa de los Einstein en Caputh.

Estudio de Einstein en su casa de Caputh. Fotografía de Lotte Jacobi

Mientras tanto, en la primavera de 1932, Einstein, como en ocasiones anteriores, había viajado a Oxford. Allí, como ya había hecho antes en Pasadena, Rexner le expuso los planes sobre el Instituto de Estudios Superiores. Pero en esta ocasión Flexner fue más audaz. Le propuso la posibilidad de hacerse miembro del Instituto. En 1927 Einstein había rechazado una oferta muy interesante de Veblen, una cátedra en la Universidad de Princeton, aduciendo que tenía demasiados años para resistir un nuevo traslado. Ahora, viendo el giro que tomaban los acontecimientos en Alemania, Einstein parecía más dispuesto a escuchar las sugerencias de Flexner, aunque no quería abandonar a sus colegas alemanes.

En verano, Flexner se desplazó a Caputh para seguir estudiando aquella posibilidad. Estaba muy interesado en obtener la colaboración de Einstein, hasta el punto de proponerle que fijara él mismo su salario. Pocos días después, Einstein le escribió sugiriendo lo que, teniendo en cuenta sus necesidades y su fama, consideraba una cifra razonable. Flexner se quedó atónito. En comparación con lo que era habitual en los medios americanos, la cifra propuesta por Einstein era demasiado baja. No podría contratar muchos científicos americanos por aquel salario, y para Flexner, aunque quizá no para Einstein, era impensable que otros miembros del Instituto recibieran salarios superiores al del científico alemán. Tras las debidas explicaciones, Einstein aceptó a regañadientes una cifra mucho más elevada, y dejó los detalles en manos de su esposa Elsa, más impuesta en tales materias. Según el acuerdo, Einstein pasaría parte del año en el Instituto y el resto en Alemania. Pero antes tenía que cumplir su compromiso ya contraído de pasar un tercer invierno como profesor invitado en Pasadena. En esta ocasión, cuando solicitó el visado, un reducido grupo de mujeres americanas patriotas se opuso públicamente a que se le autorizara a entrar en Estados Unidos, pues, según ellas, era un hombre de convicciones comunistas. El respondió en tono irónico:

«Nunca había encontrado en el bello sexo una negativa tan firme a mis propuestas, o al menos nunca me había rechazado al mismo tiempo un grupo tan numeroso.

»Pero, ¿no estarán en lo cierto estas vigilantes ciudadanas? ¿Por qué abrir las puertas a un hombre que devora insensibles capitalistas con el mismo apetito con que el Minotauro de Creta devoraba apetitosas doncellas griegas, y que, además, es tan perverso que condena todas las guerras, menos la guerra inevitable con la propia esposa? Escuchad, pues, a vuestras inteligentes y patrióticas mujeres y recordad que el Capitolio de la poderosa Roma se salvó en una ocasión gracias al cacareo de unas fieles ocas.»

Einstein con su hijo Albert y su nieto Bernhard, hacia 1930.

En relación con sus opiniones sobre el comunismo ruso, hay que resaltar que Einstein no era persona capaz de aceptar lo que estaba entonces en boga entre ciertos intelectuales simplemente porque estuviera de moda. En Einstein, la libertad intelectual fue una preocupación que le acompañó a lo largo de toda su vida. En junio de 1932, al negarse a suscribir una declaración contra la guerra, escribió: «No puedo firmarla porque lleva implícita una apología de la Rusia soviética. Desde hace algún tiempo he intentado por todos los medios llegar a hacerme una idea exacta de lo que está ocurriendo en dicho país, y he llegado a algunas conclusiones poco agradables. En la cumbre, parece que hay una lucha personal en la que los hombres más viles son utilizados por personas hambrientas de poder y que actúan por motivos egoístas. En el fondo, parece que se ha llegado a la total supresión del individuo y de la libertad de expresión. Me pregunto qué valor puede tener la vida en tales condiciones...»

Grupo internacional de científicos reunidos en Bélgica para planificar el Congreso Solvay de 1933. De izquierda a derecha: Bohr, Einstein, De Donder, Richardson, Langevin, Debye, Joffe, Cabrera. La fotografía fue tomada el 3 de julio de 1932 por la reina Isabel.

Debido en parte a los Congresos Solvay celebrados en Bruselas, había brotado una gran amistad entre Einstein y los reyes belgas, Alberto e Isabel. En una carta que escribió a su esposa, Elsa, hablándole de la visita que les había hecho el año 1930, se refleja claramente esta amistad: «...Me recibieron con una cordialidad exquisita. Son dos personas de una pureza y amabilidad excepcionales. Primero estuvimos hablando cerca de una hora. Luego la reina y yo interpretamos cuartetos y tríos con una música inglesa y una dama de honor melómana. Estuvimos así varias horas. Después, los acompañantes se marcharon y me quedé yo solo a cenar con el rey y la reina ―comida vegetariana y sin criados: espinacas, huevos duros, patatas, y punto. No sabían que iba a cenar con ellos―. Me marché muy satisfecho y estoy seguro de que ellos comparten este mismo sentimiento.»

Cuando Hitler subió al poder, los Einstein estaban en Pasadena. Einstein comprendió al momento que no podría volver a Alemania, y en marzo de 1933, en una declaración muy dura, anunció públicamente su decisión de no regresar. Fue a Bélgica, al pueblecito de Le Coq-sur-Mer, donde, por orden del rey, estuvo protegido algún tiempo, día y noche, por guardaespaldas. Hubo muchos rumores de que se produciría algún atentado contra su vida.

De fuera de Alemania llegaron generosas ofertas académicas, en las mismas fechas en que los nazis confiscaban su cuenta bancaria y el contenido de la caja de seguridad de su esposa, así como su querida casa de Caputh ―El inexistente regalo de la ciudad de Berlín que ahora le arrebataba el Estado―, Las obras de Einstein formaron parte de una lista de creaciones ilustres que los nazis arrojaron a la hoguera. Al tachar de judías las teorías de Einstein, los nazis, en su furor antisemita, no se daban cuenta del gran piropo que estaban dirigiendo a los judíos. Por un decreto nazi, los judíos se veían obligados a abandonar sus puestos académicos, se les prohibía el ejercicio de muchas profesiones y se les acosaba hasta conseguir su ruina. Los alemanes que se atrevían a manifestarse en contra de los nazis corrían peligro de ser encarcelados, torturados y ejecutados.

El 28 de marzo de 1933, Einstein renunció a la Academia Prusiana, que, como supo más tarde, había estado a punto de expulsarle. Por segunda vez en su vida, realizó también gestiones para renunciar a su ciudadanía alemana; luego, los nazis cayeron en la cuenta de la oportunidad que habían perdido y se atribuyeron la distinción inmortal de haber anulado oficialmente la ciudadanía alemana de Einstein. Con humor negro, él compararía más tarde esta actuación con el ahorcamiento público del cadáver de Mussolini después de su ejecución.

La Academia Prusiana, cuando estuvo pensando en expulsar a Einstein de su seno, había incluido entre sus cargos la acusación de que al visitar países extranjeros había puesto en circulación mentiras terribles sobre Alemania. Cuando Einstein negó los cargos, éstos fueron implícitamente retirados. En este fragmento de la carta de Einstein del 12 de abril de 1933 se refleja el tono de la correspondencia cruzada entre Einstein y la Academia. «Habéis dicho que una manifestación por mi parte “en favor del pueblo alemán” habría producido un gran impacto en el extranjero. Debo responder que el testimonio que insinuáis habría sido la negación de todas las ideas de justicia y libertad que he defendido a lo largo de toda mi vida. Tal testimonio no sería, como vosotros decís, “en favor del pueblo alemán”; por el contrario, sólo habría servido para defender la causa de los que intentan minar las ideas y principios que han conseguido para el pueblo alemán un lugar de honor en el mundo civilizado. Al ofrecer este testimonio en las presentes circunstancias, habría contribuido, aunque sólo fuera de forma indirecta, a la corrupción moral y a la destrucción de todos los actuales valores culturales.»

Einstein y su esposa Elsa. Pasadena, 1931.

En aquellos momentos angustiosos, muchos miembros de la Academia, dominados por el nacionalismo y otras emociones, se dejaron contagiar por la fiebre antieinsteiniana que hacía estragos en todo el país. Laue no sucumbió al contagio, ni Nemst, ni Planck. De hecho, en una sesión plenaria de la Academia Prusiana, celebrada el 2 de mayo de 1933, varias semanas después de la dimisión de Einstein, Planck hizo una declaración llena de valor: «Creo que hablo en nombre de mis colegas físicos de la Academia y también en nombre de la mayoría abrumadora de todos los físicos alemanes al afirmar: Einstein no es sólo uno de nuestros muchos físicos de talla; es, además, el físico con cuyas obras, publicadas por nuestra Academia, la física ha experimentado un progreso cuya importancia sólo puede compararse con los avances logrados por Johannes Kepler e Isaac Newton...»

Einstein y el rey Alberto de Bélgica, 1933.

En circunstancias tan peligrosas, Planck no podía hacer una afirmación de este calibre a la ligera. Por eso, su valor es mucho mayor. Podemos decir que fue el mayor de los numerosos homenajes que Planck rindió a Einstein a lo largo de su vida. Pero Planck decía la verdad incluso bajo el dominio nazi. En una ocasión esta actitud molestó a Hitler hasta el punto de decide personalmente a Planck que sólo por su edad se veía libre de ir a un campo de concentración.

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