Einstein

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PORTADA » IX. DE PRÍNCIPE A PRINCETON

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En abril de 1933 Einstein se dio de baja en la Academia de Baviera, de la que era miembro correspondiente. Al hacerlo, decía: «...Por lo que yo sé, las sociedades científicas de Alemania han permanecido pasivas y silenciosas mientras gran número de científicos, estudiantes y profesionales con preparación académica se han visto privados de su empleo y de sus medios de vida. No quiero pertenecer a ninguna sociedad que se comporte de esa manera, aun cuando lo haga por coacción.»

Einstein y Churchill en Chartwell. 1933.

En aquellas fechas todavía no se habían puesto en marcha los campos de exterminio.

Pero Einstein estaba ya horrorizado ante la tiranía nazi y ante el peligro que suponía para la civilización mundial una Alemania totalitaria, empeñada en el rearme y partidaria de la guerra y del exterminio. Durante toda su vida. Einstein había sido un pacifista declarado; recordamos especialmente sus rotundas declaraciones de 1928 y 1929, pero éstas no son más que un par de ejemplos entre las numerosas y rotundas manifestaciones que hizo en favor del pacifismo y de las organizaciones pacifistas de todo el mundo. Ahora, en Le Coq-sur-Mer tenía que hacer frente a un grave dilema moral, y tras muchas cavilaciones optó por lo que consideraba el menor de los dos males. El 20 de julio de 1933, en respuesta a una llamada a hablar en favor de dos objetores de conciencia belgas, dio a conocer su decisión: «Lo que voy a decir puede provocar sorpresas... Imaginaos a Bélgica ocupada por la Alemania actual. Las cosas serían mucho peor que en 1914, y entonces no fueron nada buenas. Por eso tengo que decir con toda franqueza: si yo fuera belga, y dadas las actuales circunstancias, no me negaría a prestar el servicio militar, por el contrario, entraría en dicha organización con alegría y pensando que de esa manera contribuiría a salvar a la civilización europea. Esto no quiere decir que esté renunciando al principio que siempre he defendido. Espero sinceramente que llegue el momento en que la negativa a realizar el servicio militar sea de nuevo un método eficaz de servir a la causa del progreso humano.»

Los pacifistas de todo el mundo quedaron consternados. Einstein se convirtió para ellos en una especie de apóstata: había traicionado su causa. Pero, como dijo él en 1935: «En momentos como éstos, todo debilitamiento de los países democráticos producido por la renuncia al servicio militar equivaldría a traicionar la causa de la civilización y de la humanidad.» A pesar de las amargas críticas de los pacifistas de todo el mundo, siguió expresando sus nuevos puntos de vista; otros famosos pacifistas, sobre todo Bertrand Russell, renunciaron también a su pacifismo.

En junio de 1933 Einstein fue a Inglaterra, donde, en Oxford, pronunció la «conferencia Herbert Spencer». En ella trató «del método de la física teórica» e insistió, con la sabiduría que le daban los años, en que «los conceptos y principios fundamentales en que se basa la física teórica son invenciones libres de la mente humana» y «forman la parte esencial de una teoría, que la razón no puede alcanzar». Tras ofrecer varias conferencias científicas, regresó a Le Coq. A finales del verano de 1933 volvió a Inglaterra, donde permaneció en relativa soledad en Cromer, dejando pasar los días mientras trabajaba en sus cálculos. Poco después diría que el trabajo ideal para un físico teórico sería el de torrero. Sus cartas desde Cromer demuestran que, al menos en su caso, era verdad: «Disfruto de una paz maravillosa; sólo ahora me doy cuenta de lo ajetreado que estoy habitualmente...» «Me encantan la tranquilidad y la soledad que tengo aquí. Se puede pensar con más claridad, y me encuentro incomparablemente mejor.» Estando en Inglaterra, habló en privado con personas importantes. Churchill entre ellas, sobre la amenaza del rearme alemán; y el 3 de octubre de 1933 habló en público en una gigantesca manifestación celebrada en defensa de la creación de un comité constituido por hombres como Rutherford, y destinado a ayudar a los científicos refugiados que procedían de la Alemania nazi.

Llegaba así al final de su período europeo.

Einstein en Berlín, el 1 de diciembre de 1932. La foto fue tomada por Charles Holdt, que reconoció a Einstein al pasar. Holdt dice que tuvo que emplear un tiempo de exposición muy alto, pues «el sol se había metido por detrás de la Opera y la luz era muy mala.» Un año más tarde. Einstein escribió a Holdt para darle las gracias por haberle enviado una copia, y añadía: «La foto se tomó pocos días antes de que me marchara de Berlín para siempre.»

Con su esposa, su secretaria y su colaborador Walter Mayer salió con dirección a Estados Unidos. Llegó el 17 de octubre de 1933. Su llegada constituyó un gran acontecimiento. Casi inmediatamente, el presidente Roosevelt invitó a los Einstein a pasar una noche en la Casa Blanca, y cuando se produjo el encuentro en el mes de enero siguiente, Roosevelt y Einstein encontraron puntos comunes en su amor a la vela, de la que ambos podían hablar como verdaderos expertos. Pero también hablaron del sombrío panorama que se cernía sobre Europa.

Flexner había elegido Princeton (Nueva Jersey) como emplazamiento del Instituto de Estudios Superiores. Sin embargo, mientras terminaban las obras de los nuevos edificios, el Instituto estaba instalado en la Universidad de Princeton. Aquella pequeña ciudad universitaria fue el refugio de Einstein. Siguió hablando contra los nazis, pero no se tomaron precauciones especiales para garantizar su seguridad personal. Deambulaba sin temor por las tranquilas calles de la ciudad. La población le trataba con cariño. Su total falta de formalismo debió provocar sorpresas, pero sirvió también para ganarle simpatías. En este lugar tan pacífico pasaría el resto de sus días.

 

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