Einstein

Einstein


PORTADA » III. PRELUDIO

Página 8 de 30

I

I

I

.

P

R

E

L

U

D

I

O

Con Einstein cómodamente instalado en la oficina de patentes, parece que ya no tiene mucho sentido volver a su período de espera en Berna. ¿Por qué detenernos en el pasado, cuando nos espera un futuro tan rico en contenido?

Pero el periodo que Einstein pasó en Viena como profesor particular no fue tan triste e inútil como podríamos imaginar. En torno a la semana santa de 1902, una semana después de la llegada de la primavera, un rumano, Maurice Solovine, vio en un periódico de Berna un anuncio en que Albert Einstein ofrecía sus servicios como profesor particular de física por tres francos a la hora. Solovine, estudiante de filosofía en la Universidad de Berna, tenía intereses muy amplios. Se dirigió a la dirección indicada en el anuncio y explicó a Einstein que estaba defraudado de las abstracciones de la filosofía y que quería estudiar más a fondo una materia más sólida, como era la física. Aquello tocó una cuerda sensible de Einstein, que entabló una animada discusión. Dos horas más tarde, cuando Solovine tuvo que marcharse. Einstein le acompañó a la calle, donde siguieron discutiendo por espacio de media hora. Al día siguiente celebraron su primera clase, pero lo único que hicieron fue seguir con la discusión. Al tercer día Einstein dijo que aquellas discusiones eran mucho más interesantes que unas clases de física. A partir de entonces, se vieron periódicamente. Pronto se les unió Konrad Habicht, matemático amigo de Einstein. Así nació lo que aquellos tres hombres bautizaron cariñosamente con el nombre de «Academia Olympia». Lo mismo que otras personas se reúnen para jugar a las cartas. Einstein y sus amigos se veían para hablar de filosofía y de física y, de vez en cuando, de literatura o de cualquier otro tema que se les ocurriera, con pasión y muchas veces tumultuosamente. Einstein era quien llevaba la voz cantante. Las reuniones solían celebrarse en su apartamento. Comenzaban con una cena frugal y solían pasar luego a discutir hasta altas horas de la noche, provocando las protestas de los vecinos. Los amigos leían en común y examinaban juntos las grandes obras filosóficas y científicas que más habían influido en el desarrollo de las ideas de Einstein. Sin dejar de ser un hombre solitario. Einstein se encontraba allí en su propio elemento. La Academia Olympia era algo serio, pero sobre todo una fuente de distracción.

Habicht acabó convirtiéndose en maestro de su ciudad natal, Schaffhausen, donde Einstein había pasado un breve período como profesor particular. Solovine fijó luego su residencia en París, trabajando como editor y escritor, y fue el traductor oficial de las obras de Einstein al francés.

Fotografía de los miembros de la «Academia Olympia»: Konrad Habicht. Maurice Solovine y Einstein.

Habicht se marchó de Berna en 1904 y Solovine un año más tarde, por lo que la Academia Olympia tuvo una existencia muy breve. Pero los tres amigos siguieron en contacto, y conservaron el recuerdo de la Academia.

El 10 de octubre de 1902 moría el padre de Einstein. Murió demasiado pronto para comprender la verdadera talla de su hijo. Aturdido y desorientado. Einstein quedó abrumado por una sensación de desconsuelo, y se preguntaba una y otra vez por qué había muerto su padre y no él. Muchos años después recordaba todavía con intensidad aquella terrible impresión de abandono. En una ocasión llegó a escribir que la noticia de la muerte de su padre había sido la conmoción más fuerte de toda su vida.

Pero pudo encontrar en la ciencia un antídoto contra su dolor. Su mente estaba llena de ideas científicas en las que trabajaba siempre que tenía ocasión. En la oficina de patentes, por ejemplo, aprendió a realizar sus obligaciones con gran eficiencia y de esa manera pudo ganar un tiempo precioso para seguir a escondidas con sus cálculos, que ocultaba en un cajón cuando oía pasos. Años más tarde, cuando ya era un personaje mundialmente famoso, reconocía que al recordar estos hechos tenía todavía remordimientos de conciencia.

Cuando, en 1903, se casó con Mileva Marie, perteneciente a la iglesia ortodoxa griega, los padrinos fueron Solovine y Habicht. El primer hijo de Einstein, Hans Albert, nació en 1904 y el segundo, Eduard, en 1910. El matrimonio no fue muy feliz. Sin embargo, después del divorcio, Mileva y Einstein siguieron siendo amigos.

En 1902, Einstein había terminado su tercer artículo científico, que como los anteriores se publicó en Annalen der Physik. En enero de 1SK)3 escribió una carta que presenta un doble interés. Iba dirigida a su amigo de los tiempos de Zurich, Michele Besso, de quien ya hemos dicho que se casó con la hija de Jost Winteler. Al hacer referencia a un cuarto trabajo de investigación, la carta permite atisbar lo exigente que era Einstein consigo mismo: «El lunes envié, por fin, mi trabajo, tras muchos cambios y correcciones. Ahora ha quedado perfectamente claro y sencillo, y estoy satisfecho con el resultado. » La carta revela también las aspiraciones académicas de Einstein y una vieja herida: «Hace poco decidí hacerme Privatdozent2, suponiendo que pueda, claro. Por otra parte, no tengo intención de conseguir el doctorado, que, en definitiva, no sirve para gran cosa y creo que no es más que una comedia aburrida.»

El cuarto trabajo de investigación fue aceptado también por Annalen der Physik. En 1904 entregó el quinto. Es probable que algunas de las solicitudes presentadas en la oficina de patentes, y que Einstein tenía que examinar, contuvieran modelos para conseguir el movimiento perpetuo. De ser así, aunque a veces resultara difícil encontrar dónde estaba la trampa, Einstein sabía perfectamente que, por principio, no podían conseguir tal resultado. Sus artículos tercero, cuarto y quinto trataban de termodinámica, ciencia basada en dos leyes que afirman, en el fondo, la imposibilidad de hacer máquinas con un movimiento perpetuo. Cuando se formula en términos más técnicos, la segunda ley de la termodinámica contiene un concepto clave, el de entropía, cuyo significado no es esencial para nuestro relato, por fortuna. Sólo queremos señalar que el científico austríaco Ludwig Boltzmann lo interpretaba en términos de probabilidad, pues Einstein aplicaría luego magistralmente este concepto. ¿Cómo consiguió dominar los aspectos estadísticos de la termodinámica? De la mejor forma posible para llegar a una comprensión profunda. Comenzó con las obras innovadoras de Boltzmann y desarrolló las ideas más detalladamente por su propia cuenta. Este fue el tema del tercero, cuarto y quinto artículos. No sabía por entonces que, aunque con aspectos nuevos, estaba ocupándose de un campo ya explorado por Boltzmann y que, casi simultáneamente con Einstein, estaba siendo explorado también por el científico americano Willard Gibbs. Pero esto nos da una pista del autodidactismo que había alcanzado Einstein, pues Boltzmann y Gibbs estaban entre los gigantes científicos de su tiempo. Además, al desarrollar ciertas ideas estadísticas que luego examinaría más a fondo, había ido mucho más lejos que Gibbs y Boltzmann.

Einstein con su esposa Mileva y su hijo Hans Albert. Berna. 1904.

Estos primeros trabajos de Einstein no eran todavía más que el preludio, la puesta de los cimientos. Tuvo que escribirlos en circunstancias no demasiado fáciles. Las bibliotecas científicas que podía consultar eran sumamente incompletas. Y mientras realizaba estas investigaciones tenía que seguir con su rutinario trabajo en la oficina de patentes. Tras un examen de ingreso en la administración pública, se le concedió este puesto con carácter permanente.

Michele Besso y su prometida. Anna, hija de Jost Winteler, 1898. Fotografía de la familia Besso.

Fue por entonces cuando Michele Besso, animado por Einstein, aceptó un empleo en la oficina de patentes. Besso, italiano, era ingeniero. Pero, más importante todavía que su talento y la amplitud de sus conocimientos era su gran generosidad. Las ideas de Einstein se estaban acercando a un punto culminante múltiple y espectacular, y Einstein y Besso solían hablar de ellas no sólo en la oficina sino también mientras iban de casa al trabajo. Al adoptar una postura deliberadamente crítica. Besso ayudó a Einstein a perfeccionar sus concepciones. Pero Besso animó en todo momento a su amigo y le demostró su entusiasmo. Fue la piedra de toque ideal para las ideas de Einstein. Este, alejado del mundo académico, tuvo la inmensa fortuna de haber disfrutado de la amistad de Besso, y de la de Habicht y Solovine, mientras estuvo en Berlín.

En 1905 el genio de Einstein se abrió como una flor deslumbrante. Fue un año fabuloso. En los anales de la física, puede compararse con los años 1665―1666, cuando la peste que asolaba a Inglaterra obligó al joven Newton a abandonar Cambridge para retirarse a su casa en el tranquilo ambiente de Woolsthorpe, donde ―en total secreto― desarrolló el cálculo, hizo importantes descubrimientos sobre la luz y el color y emprendió el camino que le llevaría, años más tarde, a su ley de la gravitación universal.

En la primavera de 1905 Einstein escribía a Habicht. Era una carta en la que reflejaba su alegría y le censuraba con humor por no haberse mantenido en contacto con él. «Desgraciado ―decía, después de llenar de insultos a Habicht―, ¿por qué no me has enviado todavía tu tesis? ¿No sabes que sería el único que la iba a leer con interés y placer? A cambio, te prometo cuatro artículos... el primero... es muy revolucionario...»

 

Ir a la siguiente página

Report Page