Einstein

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PORTADA » VIII. DE LOS PRINCIPIA A PRÍNCIPE

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Tuvo que pasar algún tiempo antes de llegar a una evaluación completa de los datos obtenidos en Príncipe y Sobral. Aunque habían cesado los combates, la guerra no había terminado oficialmente. La comunicación directa entre Inglaterra y Alemania era prácticamente imposible, y la comunicación indirecta experimentaba grandes retrasos. A comienzos de septiembre, llegaron hasta Einstein rumores de que los resultados del eclipse habían sido favorables, y el 22 de septiembre de 1919 Lorentz le envió un telegrama en que le confirmaba tales rumores. Einstein respondió con otro telegrama: «Muchísimas gracias a ti y a Eddington. Saludos.» Así, el 27 de septiembre Einstein tuvo la enorme satisfacción de enviar a su madre, enferma en Suiza, una tarjeta postal en la que decía: «Querida madre: Hoy tengo buenas noticias. H. A. Lorentz me ha comunicado que las expediciones inglesas han confirmado la desviación de la luz en las proximidades del Sol...»

Postal enviada por Einstein a su madre contándole los resultados del eclipse (1919).

Pero la noticia no era todavía oficial. El 6 de noviembre de 1919 se celebró en Londres una histórica reunión conjunta de la Royal Society y de la Royal Astronomical Society. En 1703, hacía más de dos siglos, Newton había sido elegido presidente de la Royal Society, y posteriormente fue reelegido todos los años hasta su muerte, acaecida más de veinte años después. Ahora, en 1919, estaba presente en las mentes de todos los científicos reunidos. Su retrato dominaba la escena desde un lugar de honor en la pared. Sin embargo, aunque estaba de cara al público, tenía la vista desviada hacia la derecha, como si estuviera sumido en la contemplación de misterios recónditos, mientras Joseph Thomson, descubridor del electrón, galardonado con el premio Nobel y presidente de la Royal Society, aclamaba la obra de Einstein como «uno de los mayores logros de la historia del pensamiento humano, por no decir el mayor de todos ellos», y el astrónomo real informaba oficialmente de que los resultados de las expediciones organizadas con ocasión del eclipse confirmaban la concepción de Einstein, no la de Newton.

La espectacularidad de aquel acontecimiento se vio subrayada por la guerra que acababa de terminar. Supongamos que no se hubiera producido la guerra y que Finlay-Freundlich hubiera logrado observar el eclipse de 1914, obteniendo una desviación de 1,7 segundos de arco en una fecha en que Einstein preveía una desviación de sólo 0,83 segundos de arco. O que, en América, Hale y sus amigos astrónomos hubieran llegado a descubrir, sin esperar al eclipse, que la desviación era el doble del valor previsto. En ese caso, el cálculo de 1,7 presentado por Einstein en 1915 habría parecido un resultado puramente conformista. No habría sido otra cosa que el reconocimiento de que sus cálculos iniciales habían sido erróneos y ahora reconocía los hechos. Casi todos habrían pensado que Einstein había hecho una maniobra hábil, y la desviación de la luz habría perdido el tremendo impacto que tuvo en cuanto predicción.

Pero se había producido la I Guerra Mundial, y la predicción de la desviación de la luz se había visto confirmada en circunstancias muy especiales, en un momento en que las naciones estaban cansadas de guerra y descorazonadas. Los rayos curvos de la luz estelar habían iluminado un mundo sumergido en la sombra, revelando una unidad entre los hombres que se imponía por encima de los conflictos bélicos. Los periódicos ingleses no hicieron demasiado por relacionar a Einstein con Alemania y comunicaron con gran entusiasmo la trascendental noticia, que rápidamente se difundió por otros países. En diciembre de 1919 Eddington escribía a Einstein diciendo: «...Toda Inglaterra está hablando de su teoría. Ha causado un impacto sensacional... Es lo mejor que podría haber ocurrido para mejorar las relaciones científicas entre Inglaterra y Alemania.»

El destino daba un giro imprevisto a los acontecimientos. La luz estelar, con su ligera desviación, había deslumbrado al gran público, y de repente Einstein se convirtió en una celebridad mundial. Este hombre esencialmente sencillo, buscador solitario de la belleza cósmica, era ahora un símbolo mundial, objeto de veneración... y de odios profundamente arraigados.

 

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