Edith

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«¿Me lo pedirá?».

Esa era la pregunta que Edith se repetía una y otra vez mientras caminaba del brazo de Jonathan.

La situación se le escapaba de las manos y era una sensación que no le gustaba nada. Todavía no había tomado una decisión en firme, pero las cosas se precipitaban de tal modo que no le dejaban más alternativa que actuar.

La luna estaba excepcionalmente hermosa esa noche, cosa que Jonathan hizo notar. Cuando se desvió hacia los setos, que ocultaban parte de la vista, no tuvo dudas sobre sus intenciones.

—Creo que este es un buen lugar —afirmó este. Encontraron un pequeño banco de piedra—. ¿Le apetece sentarse?

Qué remedio le quedaba.

—Por supuesto —dijo, sin embargo, de lo más comedida.

—Es usted una mujer muy interesante, Edith —empezó él.

«Curiosa forma de expresarlo, sobre todo teniendo en cuenta que deseas que sea tu esposa». Solo sonrió instándole a seguir.

—Cuando llegué a Stanbury Manor a pasar unos días —continuó él, obviando el hecho de que esos días se habían convertido en semanas—, no pensé ni por un momento en que mi estancia resultaría tan entretenida, reveladora y de vital importancia.

«¿Lo dice por mí? Porque por un instante me ha parecido que hablaba de algo diferente de lo que nos ocupa».

—Sé que es todo muy precipitado. —El monólogo de Jonathan seguía y ella estaba a un tris de dispersarse—, pero considero oportuno decirle que me tiene hechizado.

«Ya está, lo ha vuelto a hacer». Cuando Jonathan no pudo mirarla a los ojos de la forma en la que la tenía acostumbrada, se le ocurrió que parecía aparentar ser sincero en lugar de serlo.

—¿De verdad? —fue todo lo que pudo contestar. Quizás su evidente falta de entusiasmo desconcertara a su interlocutor.

—Sí. Quizás… esto… he pensado que usted y yo, esto… —tartamudeó de nuevo. A pesar del desparpajo con el que se expresaba a diario, estaba sorprendida por la evidente falta de locuacidad que mostraba en esos momentos. Parecía estar esperando que algo o alguien saliera de la semioscuridad—. Deberíamos casarnos —anunció por fin.

—¿Casarnos? —boqueó. Aunque ya se imaginaba lo que tenía que proponerle, su mente se quedó en blanco ante la pregunta.

—¿Estás bien? —Su acompañante, siempre tan receptivo a sus necesidades y considerado con ellas, la miró con atención. Parecía como si buscara en su rostro una señal o una confirmación que Edith no lograba entender.

Parpadeó bastantes veces con la intención de despejarse. De lo único que tenía que preocuparse ahora era de que por fin alguien le había hecho «la pregunta». Debería estar exultante; sin embargo, lo único que pudo pensar es que no era Jeremy. Si el que formulara la sencilla, pero crucial propuesta, hubiese sido el hombre del que estaba enamorada, las cosas serían muy distintas. Muy a su pesar se imponía la más absoluta de las sinceridades; o al menos la suficiente, ya que no le apetecía revelar su amor por el duque de Dunham. En ese momento supo sin lugar a dudas que prefería pasar una vida en solitario que una acompañada sin el amor que esperaba.

—Jonathan, me temo que…

—¡No! No respondas todavía —la instó—. Sé que es un paso difícil. No obstante, creo que si queremos saber si puede haber algo más profundo entre nosotros, lo más acertado sería, hummm… besarnos.

Esto último casi ni lo oyó de lo mucho que bajó la voz.

—¿Besarnos? —repitió Edith. Su tono no fue nada comedido. Esa situación era cada vez más absurda.

—Shhhhhhhh —la instó a bajar la voz. Parecía alarmado.

—¿Crees que es juicioso? —también había reducido el tono de su voz a apenas un susurro.

—No lo sabremos si no lo probamos —adujo Jonathan. Su cabeza se acercó de forma peligrosa a la suya y sus labios empezaron a descender.

«Sé valiente Edith. Nada pierdes con probar». La joven se dio ánimos como si en lugar de ser besada por un atractivo caballero estuviera a punto de ser enviada a una ejecución.

Al final, no pudo. Fue toda una sorpresa que su acompañante fuera el primero de los dos en expresar esa misma opinión.

—No puedo. —Se apartó con una agitación evidente, muy similar a la suya.

—Eso es lo que quería decirte. No funcionaría. —La sinceridad con la que lo dijo hizo sonreír a Jonathan—. No te amo.

«Como si eso resolviera algo», se reprochó a sí misma.

—Bueno, si este es el punto definitorio, yo tampoco…

—¡Jonathan, Jonathan! —La inconfundible voz de Jeremy impidió que terminara de expresarse. Los dos se levantaron de golpe, como si hubiesen sido sorprendidos en una falta.

Eso mismo fue lo que vio el intruso. Y no le gustó. Para nada.

—¡Aquí estoy! —Su amigo ya se había recompuesto—. En carne y hueso.

—La duquesa necesita hablarte con suma urgencia. —Utilizó un tono pomposo que Jonathan reconoció.

—¿Ah, sí? ¿Y qué quiere? Estoy en medio de un asunto de vital importancia.

—¿Y cómo voy a saberlo? Además, sea lo que sea que estuvieras hablando puedes postergarlo para más tarde. —Se giró hacia Edith, a la que había ignorado de forma deliberada—. En cuanto a usted, señorita Bell —su tono despreciativo se puso de manifiesto. Ni tan siquiera recordó la angustia que sintió solo de pensar que ella aceptara la propuesta de sus amigo—, también ha sido requerida su presencia —hizo una pausa—. De forma más inmediata aún.

—Pero si no hace ni diez minutos que hemos salido —protestó algo confusa y culpable.

—Yo de usted me apresuraría a ver qué desea la duquesa —propuso Jonathan en forma amable.

Edith asintió y pasó al lado de los dos hombres. Cuando traspasó el seto empezó a andar hacia la casa. Todavía se sentía bastante confusa sobre lo que acababa de ocurrir. La verdad era que, en las últimas semanas, las situaciones ilógicas se habían sucedido una tras otra, pero lo que más la desconcertaba era Jeremy. Por eso, en contra de lo que dictaban las normas y siguiendo su instinto, giró sobre sus pasos para pedir explicaciones. Ya estaba harta de tantos misterios y preguntas sin responder. No obstante, cuando llegó de nuevo a la altura del seto, las voces de los dos hombres provocaron que no revelara su presencia todavía.

—¿Qué pretendías? —El reproche de Jeremy dejó a Jonathan la mar de satisfecho. Cruzó los brazos.

—Tú ya lo sabes. Es más, al principio estabas de acuerdo con ello. Tu misión era que la cortejaras para lograr que fuera más receptiva a mi compañía. Cosa que has hecho muy bien, por cierto —repuso con socarronería.

—Pero he oído el silencio. —Jeremy se negaba a ceder—. La estabas besando.

El tono de censura de sus palabras era lo que Jonathan esperaba. En algún momento del plan había temido que la duquesa no estuviera en lo cierto y que él hubiera acabado casado con Edith. No es que le pareciera mal como esposa, pero como ella tan acertadamente había señalado, no había amor entre ellos. Era un alivio entrever los celos de su amigo. Para su más completo asombro, el duque de Dunham parecía enamorado de Edith Bell, la mujer que unas semanas antes afirmaba no soportar.

—Eso no debe importarte, querido amigo. —Quería hacerlo sufrir un poco—. A partir de ahora, lo que pase entre Edith y yo no es de tu incumbencia. De todas formas, me sorprende tu súbita aparición. Contaba con la bendición de sus tíos y tu abuela. ¿Por qué te has presentado así, de repente? Es de muy mala educación hacer eso.

—Esperaba evitar que cometieras una estupidez. —Se le veía sofocado y furioso.

Jeremy no pensaba con demasiada claridad y las palabras de Jonathan no ayudaban. Había tratado de esperar en el salón a que regresaran, pero entonces imaginó a la pareja volviendo a entrar, felices, para anunciar que estaban prometidos. Se había bebido el licor de un trago y con una atropellada disculpa había salido con rapidez también al jardín. Ni quería ni podía pensar en el rostro de su abuela y los tíos de Edith al verle salir detrás de la pareja, pero tenía que evitar que ella diera el sí.

No contaba con que Jonathan la besara. Cuando habían bajado la voz y dejó de percibir sonido alguno detrás del seto, se había apresurado a rodearlo. ¿Qué hacer ahora? Si es que él había hecho lo mismo, pero con la ventaja de que Jonathan no lo sabía. Además, ¿cómo podía reprochárselo sin acabar confesando algo que ni él mismo entendía? También había descubierto que pensar en ver a Jonathan casado con ella le producía dolor físico. No sabía qué hacer.

—Creo que se impone un agradecimiento. —Jonathan siguió con la farsa sin saber que Edith lo estaba escuchando todo—. Sin tu habilidad para no conservar a las mujeres, no lo habría tenido seguro. Has fingido de forma excelente tu atracción por ella. Tendrías que explicarme cómo lo haces.

—Yo no… —iba a rebatirlo. Quizás ya era hora de aceptar la verdad.

—Sí. —La súbita afirmación los sorprendió tanto que se echaron para atrás. O quizás fue lo que vieron en el rostro de Edith, recién surgida de la nada—. Explica cómo lo haces. Yo también deseo saberlo.

Ambos sabían que estaban en graves problemas.

—¿Por qué las cosas siempre ocurren de esta forma? —se lamentó Jonathan.

—Edith… —Jeremy no sabía ni cómo arreglarlo, pues estaba más que claro que les había escuchado.

—Para usted, duque de Dunham, soy la señorita Bell. —Su actitud no podía ser más hosca y altiva—. Y ya que estamos, lo mismo para usted, señor Wells.

Edith no podía creer lo que había oído de labios de esos hombres. ¿Qué hacía una mujer en sus mismas circunstancias? ¿Cómo se podía reaccionar a una traición y burla semejante?

—Si dejara que nos explicáramos… —tanteó Jonathan.

—Oh, no se preocupe, eso es precisamente lo que deseo, una explicación; y más vale que sea buena —añadió.

—Pues… esto… —Al parecer no se le ocurría nada convincente. Ah, si la duquesa estuviera ahí…

Los hechos la confundían, la verdad. Si Jonathan había intentado casarse con ella bajo la descabellada premisa de la mala suerte del duque con las mujeres, no entendía su actitud anterior. Y Jeremy… ¿De verdad se había prestado a ese juego con una base tan endeble e insensata? ¿Quién creería semejantes disparates?

—¿Nada? —preguntó—. ¿Nada que añadir en su defensa? —Los dos parecían mudos—. No sé a qué juego estúpido y ultrajante han estado jugando ustedes dos como forma de combatir el aburrimiento, pero les aseguro que esto no va a quedar así. Cuando mi tío y la duquesa se enteren desearán no haber levantado la cabeza de la cama en su vida. —Por el modo en que se miraron de reojo, o quizás debido una ocasional brillante deducción, supo que la duquesa estaba metida en todo eso—. Así que las cosas van por ahí. —Su tono era de resignado abatimiento—. ¡Dios, qué barbaridad!

Si no se marchaba de inmediato acabaría por lanzarles algo a la cabeza.

Y eso mismo hizo. Volvió a la casa e instó a sus tíos a marcharse de inmediato sin dirigir siquiera una palabra a la duquesa. Estos, desorientados por completo, la siguieron después de deshacerse en excesivas disculpas. Al final, no tuvo más remedio que contarles lo que sabía. Su reacción no se hizo esperar. Su tío, fuera de sí por la ofensa, quiso volver a pedir explicaciones, pero tanto ella como su esposa lo impidieron.

En los días venideros rechazaron los continuos intentos por parte de los habitantes de Stanbury Manor de disculparse, devolviendo cada nota que les fue enviada.

Tía Cecile lloró por su vergüenza y Edith rememoraba lo sucedido una y otra vez. Los rostros y las palabras de aquellos que se hacían llamar caballeros no las olvidaría mientras viviera, como tampoco el dolor de la traición, que no había menguado ni un ápice.

El día anterior había recibido la visita de Leonor. No había pensado en ella, pero suponía que trataba de hacer de mediadora. No había previsto que su intención era sincerarse y confesar que, aunque no había participado, estaba al tanto de todo. Su predisposición no estaba capacitada para el perdón, así que la echó de su hogar tan pronto confesó el pecado.

En otras circunstancias hubiera reaccionado de otro modo, pero era demasiado para asimilar.

—Querida. —La voz de su tío desde el otro lado de la puerta de su habitación la sobresaltó. Corrió a abrir—. Cecile manda que te diga que no es bueno que te pases todo el día encerrada y que te conviene un corto paseo.

—No me apetece. —Prefería regodearse en su miseria.

—Hazlo por nosotros. Quizás el sol te quite parte la pena.

Dudaba de que el sol tuviera esa capacidad sanadora, pero la intención era buena y su preocupación demasiado genuina como para ignorarla.

Cogió su capa morada con flecos beige, que se puso encima de su vestido rosa salmón, y un sombrero con una cinta violeta. Cuando estaba a punto de anudársela bajo la barbilla, un recuerdo de ella y Jeremy persiguiendo un sombrero le hizo detener el movimiento. En un gesto de rebeldía se lo dejó sin atar. Se apropió de una cesta con la intención de sacar provecho del paseo y coger así unas cuantas flores para los jarrones de la casa.

Cuando salió al camino torció a la izquierda, una dirección opuesta a la que solía escoger y que la alejaba de Stanbury Manor. Esta vez quería evitar algún encontronazo indeseado. Respiró hondo y se empapó de la belleza del prado.

«Cuánto voy a echar de menos esto», pensó nostálgica.

Había puesto en práctica la idea que ya acariciaba desde hacía un tiempo. Al día siguiente de la desastrosa noche había escrito una carta para ponerse en contacto con los parientes de Leicester y ver si podían acogerla durante una buena temporada. Quizás así pudiera olvidar con más facilidad y ordenar sus pensamientos. Tampoco descartaba conocer un buen hombre y casarse con él, cosa que había mencionado en la carta que había enviado. No obstante, aun recibiendo una respuesta afirmativa, no se había sentido feliz.

Al final, Jeremy y los Gibson pasarían a formar parte de su pasado.

—¡Por fin la encuentro!

La exclamación vino acompañada de una voz que conocía. Se tensó y trató de hallar un lugar por el que huir, pero solo se encontró con un Jonathan acalorado y falto de respiración.

—No quiero hablar con usted. —Se dispuso a darse la vuelta, pero este la cogió del antebrazo para impedirlo.

—Pues tendrá que hacerlo, Edith. Llevo días paseando por estos campos arriba y abajo con la esperanza de verla salir de su casa y poder así mantener una conversación. Cuando la he divisado de lejos, casi me descoyunto los huesos tratando de alcanzarla. —Le ofreció una sonrisa que ella no correspondió.

—Entre nosotros está todo dicho. —Intentó liberarse, pero no pudo.

—No, quiero que me escuche; no tanto por mi bien, como por el suyo y el de los habitantes de la casa en donde me hospedo.

Edith no quería escuchar súplicas ni lamentos. El mal ya estaba hecho y la única perjudicada era ella. Así se lo comunicó.

—Está equivocada —continuó él—. Es verdad que tiene todo el derecho a enfadarse. Nos entrometimos en algo que tal vez no nos incumbía y pensamos que un buen resultado nos haría obtener el perdón. —Suspiró, siendo consciente de la terrible fatalidad—. Si me promete no huir en cuanto la suelte y se queda a escuchar, le doy mi palabra de que tanta ofensa habrá valido para algo.

—Está bien —capituló. Aun así no estaba demasiado convencida. Sus palabras no acababan de tener sentido y sentía curiosidad por ver qué era capaz de inventar.

—Si le sirve de consuelo —empezó él—, estamos pagando muy caro nuestra intromisión. Jeremy no nos habla tampoco…

Comenzó por el principio. Le explicó las conspiraciones de la duquesa y él mismo para unirla a Jeremy sin que este lo supiera. Le contó las mentiras que inventaron para convencerle y lo apenados que se sentían por ello.

—¿De verdad se arrepienten de manipular a la gente a su antojo?

—Bueno, yo sí. La idea no estaba mal del todo, pero el resultado ha sido desastroso.

—Pero, ¿por qué? ¿Qué les hizo pensar que tanto Jeremy como yo podríamos acabar interesándonos el uno en el otro? —Todavía se moriría más de vergüenza si alguien adivinaba la verdad sobre sus sentimientos.

—En realidad, solo pensábamos en que Jeremy terminara enamorándose. —Su explicación fue toda una sorpresa—. La duquesa estaba convencida de que usted sería la esposa perfecta para él y que terminaría queriéndole tarde o temprano.

Esa situación era inaudita. No sabía si creerle o no. ¿La duquesa la quería como nieta y futura duquesa? Y que Jeremy no estuviera enterado de la verdad le parecía descabellado. ¿Qué abuela armaba tanto jaleo por encontrarle una esposa a su nieto? Expresó sus dudas en voz alta.

—La cuestión no es tanto esa, sino que Jeremy cree a pies juntillas que no tiene suerte con las mujeres. Ya sabe. —Jonathan esperó la reacción de ella.

—Una auténtica y completa estupidez —afirmó con contundencia.

Eso era lo que esperaba. La respuesta había sido la adecuada.

—Por eso mismo tomó cartas en el asunto. Él creía estar ayudándome en lo que pensaba era, un deseo sincero. No tiene culpa alguna.

Quizás no para él, pero Edith se sentía traicionada. Había tratado de enamorarla aun sabiendo que tenía que ser para su mejor amigo. ¡Si hasta la había besado! Si el sentimiento no hubiera estado ahí y ese cortejo fingido hubiera logrado su propósito, estaría enamorada y sin esperanza alguna.

«Como ahora», dictaminó su voz interior.

«No es lo mismo», respondió ella a su vez.

«¿Cómo que no?».

«Cállate de una vez». No tenía ganas de luchar con su conciencia.

—Lo siento por todos, pero creo que la única maltratada por todo esto he sido yo. Es absurdo que Jeremy pudiera llegar a sentir algo por mí. —Una parte de ella se estremecía de dolor de solo pensar en lo que nunca sucedería.

—De eso ya hablaremos más tarde. Lo que me preocupa es lo que usted sienta —Jonathan la miró con atención.

Edith se sintió observada y analizada. ¿Qué pretendía que dijera, que le amaba con pasión y frenesí desde su infancia y que cada minuto sin él era una agonía? Antes muerta que confesarlo. Solo faltaría que Jeremy lo supiera.

Sintió escalofríos solo de pensarlo.

—No hay nada de lo que hablar. No me he enamorado de usted y tampoco de él —finalizó la frase de forma veloz. Esperaba que la mentira no se notara.

—¿Y si le dijera —tanteó— que él puede haber desarrollado unos sentimientos, digamos… de cariz romántico?

—Pues que le consideraría un absoluto mentiroso que cree que soy más estúpida e ingenua de lo que en realidad soy. —Solo de pensar en esa posibilidad notaba en el estómago un nudo que se estremecía y daba saltos. No. Era falso. Un imposible.

—Edith…

—¡No! ¡No siga! —Levantó la mano para detener unas palabras que no creería ni aunque se lo jurara por su propia vida—. De todas formas, no debe preocuparse. No tardaré en marcharme de aquí una buena temporada. —Ignoró deliberadamente la sorpresa de su interlocutor—. Y si todo sale como espero, volveré casada y con el episodio olvidado.

Y después de soltar la noticia, se marchó, dejando tras de sí a un hombre estupefacto que, cuando se recobró, corrió hacia la mansión de los Gibson.

Se dirigió al despacho de Jeremy esperando encontrarle allí. Y así fue.

—Muchacho, tienes un gran problema —lo abordó sin miramientos—. O haces lo que debes o la perderás.

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